CAPÍTULO VEINTISÉIS


Sentada en el lado del tren donde ella podía ver Sweetwater Springs, Trudy miraba hacia afuera de la ventana para despedirse del pueblo que había llegado a significar tanto para ella. Muchas de sus esperanzas y sueños habían muerto hoy, y su corazón sufría con su pérdida.

Ella observó a una mujer cruzando la calle. Llevaba una canasta en un brazo y agarraba a un pequeño con la otra mano. El niño trotaba a su lado. De haberme quedado, ¿esa mujer se habría convertido en mi amiga? ¿Habríamos compartido recetas y patrones de costura?

Con una sacudida, el tren avanzó saliendo de la estación. Mientras miraba los edificios desaparecer de la vista, calientes lágrimas empañaban la escena a través de las ventanas.

En la distancia, las montañas que ella amaba tanto iban pasando a velocidad, pero ella no se permitió mirarlas, porque si lo hacía, se pondría a sollozar por todo lo que estaba dejando atrás, la casa por la que había trabajado tan duro para embellecer, los alrededores que ella admiraba, las amistades que había comenzado a cultivar, y más que nada, a Seth, su esposo, el hombre que ella amaba. El hombre que pensé que me amaba.

El dolor en su corazón le punzaba. Ella presionó su mano contra su pecho, esperando calmar el dolor. Las lágrimas sin derramar, le quemaban sus ojos. Ella no se atrevía a dejarlas caer, si lo hacía, lloraría todo el camino hasta St. Louis, algo que cualquier pasajero caminando por el carro vacío vería, y seguramente detestaría. De todas formas, una gota escapó y corrió por su mejilla hasta su barbilla. Abrió la ventana para dejar que la brisa secara su rostro, indiferente al olor del humo que se colaba dentro.

En vez de que su estómago se calmara, le dieron más náuseas, y su pecho se sintió vacío, como si hubiera dejado su corazón en la granja. Ahora que Seth no estaba a su lado, ella extrañaba su presencia y se dio cuenta que una parte de ella estaría perdida por siempre. Pero aún a través de su dolor, su mente finalmente comenzó a trabajar, para sopesar la conversación con Frank McCurdy, palabra por palabra. Sin el aturdimiento de la impresión, su apuro de empacar y escapar, algo de lo que Frank había declarado no sonaba verdadero, o quizás la forma en que había hablado no había sonado verdadera. El Reverendo Norton nunca se involucraría en un fraude para engañarme y que me casara con Seth.

Las ruedas tomaron velocidad, avanzando con ritmo. El pánico la ahogaba. ¡Espera, esto está mal!

Trudy reprimió una súbita urgencia de recoger sus faldas y correr por el pasillo hasta la salida. ¡Seth! ¡Seth! Ella presionó su mano en su boca, tratando de evitar el decir su nombre en un gemido, tratando de decidir qué hacer. ¡He cometido un error!

Ella pensó en su viaje a la cascada. En sus risas y su alegría, en la admiración que ella había visto en sus ojos. Él no había fingido esos sentimientos. Ella sabía que era importante para él. Voy a luchar por este amor. Trudy recogió su morral, decidida a bajarse en la siguiente parada e ir a casa.

* * *

Seth y Nick galopaban lado-a-lado a lo largo de las vías, corriendo para alcanzar el tren. Con un chu-chu y un rugido, el tren iba disparado por las vías, delante de ellos. El golpe de los cascos de los caballos retumbaba en sus oídos, pero no más fuerte que el retumbar de su corazón. Rocky se adelantó al castaño de Nick.

La parte posterior del furgón de cola, rojo descolorido, se iba acercando. Pero a Seth no le quedaba mucho tiempo a esta velocidad, antes de que su caballo flaqueara y colapsara.

Es ahora o nunca. Seth pateó a Rocky a que galopara más rápido.

El caballo respondió con una explosión de velocidad.

Diez pies… cinco… tres… uno. Seth agarró la barandilla con una mano, luego estiró la otra. Falló, balanceándose mitad sobre, mitad fuera de la silla de montar, y saltando del caballo. Por un segundo, se sostuvo con una sola mano, de la barandilla, y Seth quedó colgando, con sus piernas volando. Agarró la barandilla con su otra mano y se las arregló para envolver ambos brazos a la barra de metal y lanzar sus piernas sobre ella. Él se volcó dentro de la pequeña plataforma, estando a punto de caerse, antes de recuperarse y ponerse de pie.

Recargándose sobre la barandilla, Seth saludó a Nick. Puso sus manos alrededor de su boca. — ¡Te debo dos! —le gritó a todo pulmón.

El joven hombre agitó su brazo en confirmación, entonces juntó las riendas de Rocky y volteó los caballos hacia Sweetwater Springs.

Seth se tomó un momento para recuperar el aliento, enderezó sus ropas, y alisó su cabello hacia atrás. Había perdido su sombrero favorito en la loca lucha en el furgón de cola, pero no le importó.

Un estallido de emoción lo hizo jalar la puerta pesada. Zigzagueó a través de los carros de equipaje, sus caderas chocaron con un par de asientos, entonces corrió a través de los pasillos de los vagones de pasajeros, tambaleándose con el movimiento del tren. Los pasajeros lo miraban con ojos de asombro, algunos boquiabiertos.

Probablemente pensaban que estaba loco, y tal vez lo estaba…loco de amor. Seth entró en el siguiente vagón y reconoció el gorro de Trudy. Ella era el único pasajero, en ese vagón, su rostro presionado contra la ventana. Ella miraba hacia afuera como si tratara de capturar un último vistazo del pueblo. La esperanza lo apuró hasta su lado. Él se deslizó en el asiento junto a ella y dijo: —Trudy, cariño.

Trudy se quedó sin aliento y de una sacudida se enderezó. Cuando giró su rostro para enfrentarlo, su mano se fue a su pecho. —Seth, ¡me asustaste! ¿Qué estás haciendo aquí?

Él sonrió al ver ese familiar ademán. Él estaba a un lado de su Trudy. —Voy a St. Louis con mi esposa.

— ¿Qué quieres decir? —ella preguntó.

—Estuve equivocado al dejarte ir, Trudy. Me di por vencido demasiado pronto. Tú eres mi esposa, y yo te amo. Quiero que estés a mi lado por el resto de mi vida, tú, nadie más. Por favor, perdóname y ven a casa. Por favor. Si no, te seguiré hasta St. Louis. Acamparé afuera de tu puerta hasta que cambies de parecer. No me imagino que a tu padre y a su nueva esposa les gustará eso.

Las lágrimas llenaron sus ojos. Una se derramó, cayendo por su mejilla.

Tiernamente, él limpió la humedad con su dedo. —No llores, mi amor. Verte llorar me retuerce el corazón.

Ella rio y luego sollozó. —Dilo otra vez.

Él alzó una ceja. — ¿Me retuerces el corazón?

—No. La otra parte. Necesito escucharlo otra vez.

Él tomó su mano enguantada y la trajo hasta sus labios. —Hasta que te conocí, Trudy, no sabía lo que era el amor. Pensé que amaba a Lucy Belle, pero ahora sé que lo que sentía era soledad y capricho. Nunca me habría dado cuenta de la diferencia sin tener un profundo y verdadero amor, por ti.

Ella inclinó su cabeza, como si tratara de decidirse.

— ¿Recuerdas que te conté que mi Ma era una chica de taberna? —Seth sabía que necesitaba ser completamente honesto.

Ella asintió, sus ojos no dejaban de mirar su rostro.

—Cuando crecí lo suficiente para entender, yo odiaba su vida… lo que ella tenía que hacer. Soñaba con ser lo suficientemente mayor para rescatarla.

Trudy apretó la mano de Seth.

—Pero no tuve que hacerlo, porque George Grover se casó con ella cuando yo tenía diez años. Él fue un buen hombre, formal, maduro, dueño de una granja. Fuimos a vivir con él, y finalmente, por los últimos tres años de su vida, mi madre fue feliz. George se convirtió en un padre para mí. Me dejó la granja cuando falleció —Seth presionó sus labios para aguantar la pena. Él había perdido a su familia. Estuvo muy cerca de perder a su esposa.

Trudy asintió con su cabeza, obviamente pensando acerca de lo que él había dicho.

Él le dio unos cuantos minutos más, antes de continuar. —Lo que sentí por Lucy Belle fue solo una sombra de lo que siento por ti. Probablemente fue más acerca de rescatarla, ya que no pude ayudar a mi Ma.

Sus ojos azules revisaron el rostro de él, y asintió ligeramente. —Eso tiene sentido.

—Estoy tan lleno de amor por ti, Trudy, que podría correr por el pasillo del tren gritando las buenas noticias a todos los pasajeros.

Ella dejó escapar su aliento, mitad suspiro, mitad risa.

El dulce sonido puso a saltar el corazón de Seth, lleno de esperanza.

Trudy se acercó a él, sus labios a tan solo unas pocas pulgadas de los de él.

—Has dicho las palabras mágicas —le dijo.

Sin importarle donde estaban, Seth la acercó hacia sí, necesitando sentirla en sus brazos.

—Entonces, ¿regresarás conmigo?

Con sus ojos rebosantes de amor, ella tomó la mejilla de Seth con su mano.

—Bajaremos en la siguiente parada y tomaremos el siguiente tren a casa.

Trudy: Una novela del cielo de Montana
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