CAPÍTULO QUINCE
Después de que ella terminó de lavar y secar los platos del desayuno, Trudy se sentó a escribir cartas. Luego se cambió para ponerse un vestido más bonito y se puso su sombrero para ir al pueblo. Mientras esperaba a que Seth enganchara la carreta, Trudy salió para estudiar el jardín. Ella llevaba su gran bolsa de tejido de croché conteniendo la bolsita de dinero, menos quinientos cincuenta dólares los cuales ella dejó bajo el colchón, la lista de víveres, y dos cartas, una para su padre y la otra para Evie.
La tierra, recientemente aflojada por Seth se veía rica y oscura. Trudy no podía esperar para cavar con sus dedos en ella.
Aliviada por ver que algunas plantas perennes ya habían brotado, caminó alrededor examinando lo que debía ser un jardín de hierbas aromáticas, puesto en una cama elevada de tierra. Ella se encorvó para tomar una hoja de menta de una esquina del montón, apretándola, soltando así la dulce y fresca esencia en el aire. Trudy arrancó un pedazo de salvia y atrajo la hoja hasta su nariz, luego hizo lo mismo con el tomillo antes de pasar su mano sobre unas flores de lavanda.
Enderezándose, ella revisó el resto del área, imaginando cómo pondría los variados vegetales. Las papas las podría plantar de inmediato. Frijoles y chícharos podrían crecer sobre la cerca, corriendo a lo largo de la parte posterior del jardín. Ella haría que Seth sujetara alambres en la madera. Mañana, cultivaría sus semillas en contenedores dentro de la casa, dejándolos brotar antes de trasplantarlos en el suelo.
Trudy frunció sus labios, preguntándose si ella debía plantar girasoles para que se elevaran sobre el lado derecho. Necesitaba algo alto alrededor del jardín ya que no había árboles cerca de la casa.
El sonido de las ruedas de la carreta y los cascos de los caballos la sacó de su reflexión. Alzando su falda, Trudy se apuró rodeando la casa hasta el frente. Levantó la canasta de los huevos llena con aserrín, la cual había dejado en los escalones del porche.
Seth detuvo la carreta y puso el freno.
Antes de que él se pudiera bajar, Trudy levantó su mano para detenerlo. Ella colocó la canasta en la cama de la carreta, acomodándola en una esquina. Arremangando su falda bajo un brazo, Trudy usó su otra mano para jalarse hacia arriba mientras se subía hasta el asiento, como una cabra de monte, y dejó caer su bolso sobre su regazo.
Seth rio. —Seguro que estás apurada por llegar al pueblo, Sra. Flanigan.
—Lo estoy. Entre más pronto lleguemos al pueblo a comprar lo que necesitamos, más pronto puedo comenzar con las tareas que me esperan. Planeo cocinar para ti una buena cena, Sr. Flanigan, y luego terminar de desempacar… al menos, lo que puedo desempacar.
Él chasqueó las riendas, y los caballos comenzaron a avanzar. —Entonces vámonos.
Ambos se quedaron callados en la primera parte del viaje.
Trudy estaba muy ocupada disfrutando de los espacios abiertos, mirando un pájaro volar sobre sus cabezas, o una esponjada nube vagando a través del cielo azul, como para conversar. Pero una vez que ellos cruzaron el arroyo, ella se dio cuenta que había llegado la hora de contarle a su esposo acerca de su dinero. —Seth —ella se aventuró—. Hay algo que quiero discutir contigo.
Su rápida mirada de reojo, mostró algo de aprensión. — ¿Es algo que no voy a querer escuchar?
—Oh, no —A menos que el viera el dinero de ella como un golpe a su orgullo, a su habilidad para proveer para ella—. Al menos, no creo que así sea.
—Entonces, muy bien. Cuéntame.
—Antes de irme, mi padre me dio mil dólares como dote.
Seth silbó. —Eso es mucho dinero. Creo que salí ganando —Su voz se volvió juguetona—. Yo solo pagué cincuenta dólares por ti.
Ella le dio un codazo. — ¡Deja de hacerlo sonar como si me hubieras comprado!
—Si —él continuó, para nada avergonzado por la respuesta de ella—. Pagué por todo, el candado, el barril y el relleno. O quizás debería decir, el candado, el relleno y las tres carretas repletas de enseres domésticos. Y no lo olvidemos, ¡un piano!
rio Trudy.
La amplia sonrisa de Seth iluminó su rostro.
Trudy sintió una calidez chispeando en su abdomen. —Me gustaría usar el dinero para añadirle a la casa una sala… otra recámara. De hecho dos recámaras. Una para invitados y otra para futuros hijos. Un porche posterior. Tuberías interiores. Contratar a alguien para ayudarte…
—Espera, mujer. Has estado pensando en grande —Seth frunció el ceño, y se quedó callado.
Trudy quería presionarlo para obtener respuestas, pero ella reconocía el ‘modo’ pensante de un hombre cuando lo veía. En tales momentos, ella no ganaba nada presionando a su padre, y se figuró que su esposo no sería nada diferente.
Después de aproximadamente veinte minutos, Seth asintió lentamente con su cabeza.
—Hoy podemos poner una orden para madera y ventanas, en la tienda. Necesitaremos una estufa salamandra para la sala, sino la habitación estará demasiado fría para usarla la mayor parte del año.
—Lo creas o no. Traje una estufa salamandra conmigo. Minerva tiene una más nueva, así que yo me quedé con la vieja. Se puede quemar carbón o madera en ella —Trudy dijo.
Él le dio una rápida sonrisa. —Parece que pensaste en todo. Bien, pasará un rato antes de que los materiales de construcción nos sean entregados. Mientras tanto, plantaré la alfalfa, y una vez que esté sembrada, puedo contratar a alguien para ayudarme a empezar con el trabajo de la casa. Con esa cantidad de dinero, puedo pagarle a Phineas O’Reilly. Él es carpintero y ebanista. Es nuevo por estos rumbos. Abrió su taller en pleno invierno. Él hará un buen trabajo con los acabados, molduras y cosas por el estilo.
— ¡Oh, Seth! —Trudy dejó escapar un profundo suspiro de satisfacción—. Apenas puedo esperar.
Por el resto del viaje, ellos discutieron lo que querían hacer con la casa. En la mayor parte, ellos estuvieron de acuerdo, aunque discutieron amigablemente si debían ordenar cinco o seis ventanas, y si hacer más grande o no, su recámara. No le tomó mucho tiempo a Trudy convencer a su esposo de sus ideas. Él tenía que ceder, Seth destacó, ya que ella estaba pagando por todas las remodelaciones. Pero con un raro gesto de su boca, él añadió que ella no debía esperar obtener siempre, las cosas a su manera.
Trudy estaba bien consciente de que una vez casados, el dinero de ella se convertía en el dinero de él. Legalmente, ella no tenía opinión en el asunto. Seth podía gastar sus fondos de la manera que él quisiera. Él podía acaparar el dinero y no permitirle hacer gastos caros en su casa. Ella apreció su concesión y le dio satisfacción el hecho de que ellos habían comenzado a trabajar como un equipo, tan ciertamente como los dos caballos que jalaban la carreta, enganchados al frente de ellos.
En el pueblo, ellos se estacionaron frente a la tienda construida de ladrillos. Trudy pescó la bolsa de cuero de su padre de dentro de su bolsa y se la entregó a Seth, diciendo: —Mi dote. De hecho, la mitad de mi dote. Dejé el resto en la casa.
Él apretó los costados, levantando la bolsita unas pocas pulgadas. —Agradezco esto. Y me aseguraré de escribirle a tu padre para darle las gracias, asegurarle que su hija está en buenas manos.
—También le he escrito —ella dio unas palmadas a su bolso, y el papel de las cartas crujió dentro—. Pero estoy segura que una carta tuya lo tranquilizará aún más.
Seth apuntó hacia la puerta. —Toma un profundo respiro antes de entrar. Algunas veces, necesitas el aire extra alrededor de los Cobb.
Ella lo miró intrigada.
Seth no le dio detalles, solo la dirigió dentro de la tienda.
Adentro, una mujer de cabello color café, enderezaba los tarros de conservas en los estantes, mientras que un hombre encorvado detrás del mostrador, escribía algo en un libro mayor. Ambos voltearon a verlos.
Trudy echó un vistazo alrededor de la tienda, sorprendida de ver tan completa selección de mercancía. Porque, parecía que cualquier cosa que ella pudiera necesitar la podría encontrar aquí, desde pepinillos en el barril a un lado de la puerta, hasta hileras de comida enlatada y conservas, e implementos agrícolas y otras herramientas, y estantes de ropa y sombreros. Un anaquel de panadero contenía hogazas de pan, tartas y bandejas de galletas.
Le llego el aroma a canela y jengibre e instantáneamente decidió hornear hombres de pan de jengibre en la primera oportunidad. Quizás mañana. Hoy, ella tenía en mente una tarta de manzana.
Con su mano en el centro de la espalda de ella, Seth la guió hacia la pareja. Para presentarla, él hizo un ademán hacia ellos. —El Sr. y la Sra. Cobb son los dueños de la tienda —él la empujó suavemente hacia delante—. Esta es mi esposa, la Sra. Flanigan.
La Sra. Cobb miró a Trudy. Ella tenía unos ojos cafés muy juntos en un rostro que se veía tenso con desaprobación.
Trudy tuvo la sensación de que esa expresión en su rostro, podía ser la habitual.
La mirada de la mujer persistió en el anillo de granate de Trudy. —Así que se casaron ayer. Escuché que, usted es de St. Louis — dijo la Sra. Cobb.
Trudy le sonrió a la Sra. Cobb —Escuchó correctamente —dijo Trudy, sacando un pedazo de papel de su bolso—. Tengo una lista bastante larga, Sra. Cobb. ¿Podría ayudarme? Tiene usted tan espléndida variedad de productos, que me temo me tomaría un buen rato si tengo que encontrar todo yo sola.
La Sra. Cobb miró a Trudy de forma perspicaz, como si juzgara la verdad de sus palabras. —No pensaría que alguien de una gran ciudad diría que tenemos una espléndida variedad — dijo ella.
—Para un pequeño pueblo fronterizo, esta es una tienda maravillosa — dijo Trudy en tono amable—. Tan pulcra y organizada. Pero usted debe oír eso todo el tiempo. Estoy segura que la gente de Sweetwater Springs es muy agradecida.
La tensa expresión en el rostro de la mujer, se suavizó. Tomó la lista de la mano de Trudy y examinó los artículos en la hoja de papel.
Seth dio unas palmadas en la espalda de Trudy, luego la dejó y se dirigió hacia el mostrador. Se recargó contra el borde y comenzó a hablar con el tendero acerca de poner una orden para madera, clavos y ventanas de vidrio.
Las mujeres se movían por la tienda, juntando los artículos en la lista de Trudy y apilándolos sobre el mostrador. Pero cuando llegaron a los huevos, la Sra. Cobb frunció el ceño y meneó su cabeza. —No nos queda ni un solo huevo. Vendí la última docena hace menos de quince minutos.
—Oh, por Dios —Trudy hizo una mueca—. Necesito muchísimo los huevos. Pollitas también. ¿Usted también las vende, Sra. Cobb?
La mujer frunció sus labios. —No puedo decirle que si, Sra. Flanigan. Sin embargo, Lavinia Murphy, en esta misma calle, tiene gallinas Java moteadas. Iba a ir a su casa para resurtir los huevos. La puede persuadir para que le venda unas pocas pollitas, por el precio correcto.
Seth contaba algo del dinero y le dio una pila de monedas al Sr. Cobb.
Trudy seleccionó una pieza completa de tocino de la caja de carnes.
El tendero lo envolvió en papel encerado. Su bulbosa nariz se retorció y dijo: —Solo para advertirle… esa señora Murphy es mucho más dura para negociar que mi esposa.
La Sra. Cobb le lanzó una mirada de fastidio a su esposo. —Vea si puede apelar a Thomas Murphy, su esposo. Él es fácil de convencer, y es la única persona a la que ella escucha, en esta tierra de Dios —la Sra. Cobb hizo una pausa—. Bueno, excepto algunas veces… raras veces… al Reverendo Norton.
—Gracias por el consejo —les dijo Trudy.
La Sra. Cobb hizo un movimiento con su mano, para que se fueran y dijo: —Ustedes vayan a la casa de los Murphy. Nosotros tendremos esto listo para cuando regresen. Dejen aquí su carreta. Isaiah la cargará por ustedes.
Esta vez, el Sr. Cobb miró a su esposa con una mirada de fastidio.
Trudy tuvo que aguantarse la risa. Ciertamente, la pareja parecía llevarse bien en su mal humor.
Trudy tomó el brazo de Seth. Juntos, salieron de la tienda y casi se tropiezan con un hombre llevando un niñito en sus brazos.
Viendo a Trudy, él dio un paso hacia atrás y cargó con un solo brazo al niño, para así poder tocar su sombrero en respetuoso saludo.
El hombre tenía una barba rubia espesa que ocultaba mucho de su rostro, y cabello largo ondulado. Su camisa color café tenía una rasgadura en la manga. La mirada de preocupación en sus ojos color verde botella hicieron que Trudy se detuviera, aún y que ellos eran extraños y no habían sido presentados.
—Qué hermoso niño —dijo Trudy, admirando al pequeñito, quien no se parecía a él. Su madre debía ser de piel oscura comparada con la piel clara de su padre, porque el niño tenía su cabello color café liso y despeinado y piel dorada. Él miró a Trudy con solemnes ojos verdes muy parecidos a los de su padre.
—Jonah —dijo Seth, con un tono de voz afectado—. Escuché que perdiste a… lo siento mucho. Especialmente por el bien del niño.
El hombre miró a Seth fijamente —Agradezco mucho tus amables palabras, Seth.
Seth hizo un ademán hacia Trudy. —Jonah, me gustaría presentarte a mi desposada —dijo Seth, haciendo un ademán hacia Jonah—. Trudy, este es mi viejo amigo Jonah Barret, y este muchachito es… —Seth inclinó su cabeza para ver al niño— ¿Adam, verdad?
Las cejas de Jonah se alzaron y dijo: —Tienes buena memoria, para haberlo visto solo aquella vez —él miró a Trudy y continuó—: Felicidades por su matrimonio, señora —con una rápida y atractiva sonrisa, él dijo—: Si alguna vez quiere escuchar historias acerca de Seth, tengo unas cuantas.
El niño se meneaba mucho, inquieto.
Jonah dejó de sonreír, diciendo: —Es mejor que vaya entrando en la tienda. Tengo una lista. Ahora necesito muchos alimentos comprados, ya preparados.
Seth guió a Trudy fuera del camino para que ambos pudieran pasar. —Me dio gusto verte, Jonah. Cuídate y a tu niño.
—Gusto en conocerlo, Sr. Barret —Trudy añadió.
Él hombre cuadró sus hombros, como preparándose, y entró a la tienda.
Trudy esperó hasta que la puerta se cerró detrás de él. — ¿Qué pasó? —preguntó ella.
—La ‘piel roja’ de Jonah murió hace como un mes. Adam es un bebé mestizo —Seth sacudió su cabeza, mirándose pesaroso—. De seguro que los Cobb, no le darán una cálida bienvenida.
—Seth, ¿cómo puedes decir tal cosa?
Él levantó sus manos diciendo: —No estoy diciendo que está bien, Trudy. Jonah es un buen hombre. Lo he conocido desde que éramos unos chiquillos. Su papá solía traerlo al pueblo cuando él quería pasar el tiempo bebiendo en la taberna. Nosotros jugábamos juntos.
— ¿Por qué llamaste a su esposa ‘piel roja’? —ella preguntó.
—Ella era una india. Provocó bastante alboroto en su momento. Pero él reclamó una tierra en un valle remoto, no cerca de mí, así que solo lo veo una o dos veces al año, si acaso.
Trudy lanzó una mirada especulativa a la tienda. —Debe estar pasándola mal para arreglárselas con un niño tan pequeño —abstraída en sus pensamientos, ella dio un salto cuando Seth tocó su codo. Volteó a verlo sorprendida—. ¿Si?
Él sonrió y dijo: — ¿Lista para continuar?
—Por supuesto —ella contestó.
Trudy se detuvo en la carreta, para sacar la canasta de los huevos. Ella empujó el asa por su brazo derecho hasta que ésta descansó en el pliegue de su codo. —Entendí lo que quisiste decir acerca de necesitar tomar un respiro antes de entrar en la tienda —ella esperaba que al Sr. Barret le estuviera yendo bien ahí dentro—. Tendré que recordar ése consejo en el futuro.
La sonrisa de Seth la encantó. Él extendió su brazo, y ella acomodó su mano alrededor de su antebrazo.
Caminaron por la calle, deteniéndose algunas veces cuando Seth la presentaba a los habitantes. Ella captó algunas tensas miradas dirigidas a su esposo y se preguntó a qué se deberían. Pero todos parecían amigables con ella y les deseaban lo mejor. Algunos le hacían preguntas directas con curiosidad mal disimulada. A ella le pareció que dijo la misma respuesta, al menos diez veces.
En la casa de dos pisos de paneles de madera, de los Murphy, nadie contestó a la puerta, así que Seth guió a Trudy a un costado de la casa. Tocaron en la puerta de la cocina, pero tampoco respondieron, así que los dos continuaron hasta el patio trasero, donde encontraron a la pareja trabajando en el jardín.
Había gallinas negras esparcidas alrededor del patio, picoteando en el suelo. Un cobertizo lo suficientemente grande como para ser un establo, estaba en una esquina de la parte posterior, y un gallinero en la otra esquina. La letrina estaba en medio.
Una mujer en un vestido café descolorido, usando un delantal de casi el mismo color, estaba encorvada sobre una cama de hierbas aromáticas. Ella se enderezó, levantando su cabeza, mirando hacia abajo de su afilada nariz, frunciendo el ceño al verlos.
Pero el hombre se adelantó, extendiendo su mano a Seth, quien presentó a Trudy, y se quitó su sombrero para asentir cortésmente a manera de saludo.
Trudy le dio una cálida sonrisa.
El Sr. Murphy era delgado y encorvado. Él tenía un rostro simple con la piel plegada, como si hubiera perdido peso, poco cabello del color del barro, y amables ojos cafés. Tenía una bufanda azul tejida envuelta alrededor de su cuello. No parecía que él hiciera una buena pareja con esa esposa tan hosca.
—La Sra. Cobb nos envió con usted para comprar algunos huevos —dijo Trudy—. A ella se le terminaron. También necesito comprar algunas pollitas.
La lenta sonrisa del Sr. Murphy la relajó. —Han venido al lugar correcto —dijo él con suave acento sureño—. Mi esposa cría las mejores gallinas del pueblo —él le lanzó una cariñosa mirada a la mujer, mientras ella caminaba hacia ellos.
La Sra. Murphy le regaló a él una rápida sonrisa de agradecimiento, antes de volver a fruncir el ceño al mirar a Trudy.
Trudy estudiaba las gallinas negras, moteadas con blanco. Crestas rojas sencillas adornaban sus cabezas. Las gallinas se veían regordetas y sanas, y sus ojos alertas. —Tengo Javas en mi casa en St. Louis y me gustan por su carne —ella comentó—. Como beneficio extra, las gallinas tienden a ser listas, tienen buena disposición, y ponen huevos de tamaño mediano. ¿No estaría usted de acuerdo?
—Puedo darle dos pollitas —dijo la mujer, a regañadientes—. Y media docena de huevos —y dijo un precio que hizo que Trudy frunciera el ceño mentalmente.
—Eso parece alto, Sra. Murphy —Trudy comenzó a negociar, usando un tono suave.
Pero la mujer, quizás percibiendo la desesperación de Trudy, no cedería en su precio.
Sabiendo que Seth la observaba, Trudy quería impresionar a su esposo con sus astutas habilidades en el regateo. Pero la Sra. Murphy permaneció con su cara-agria e inamovible. Avergonzada, Trudy tuvo que contener su frustración con la mujer.
El Sr. Murphy se movía inquieto, pero no intercedió. Era obvio quien llevaba los pantalones en este matrimonio. Él tosió profundamente, su pecho estaba cargado.
Su esposa le lanzó una mirada ansiosa, caminando hasta él, y envolvió la bufanda del hombre, apretándola más alrededor de su cuello, metiendo los extremos dentro de su descolorida camisa de franela. —Debes de ponerte un abrigo encima —ella le ordenó—. El viento está viniendo del oeste.
Él dio unas palmadas en el hombro de ella y dijo: —Tranquila, mi cielo. No te preocupes — y apuntó a las gallinas—. Ve a presumir tus gallinas, quiero ver lo que el Sr. Flanigan piensa de mi mula nueva.
Los labios de la mujer se apretaron, pero obedeció, sacudiendo su dedo hacia las gallinas, en silenciosa orden para que Trudy se dirigiera en esa dirección, prácticamente abalanzándose sobre los pájaros. Alcanzando a la primera pollita, la Sra. Murphy se detuvo para mirar sobre su hombro a su marido, con una inquieta expresión en su rostro.
—El Sr. Murphy no suena bien —Trudy ofreció sus palabras tímidamente, medio-esperando que se las regresaran en su cara.
—Él agarró un resfriado el pasado invierno. Se le quedó en sus pulmones. Está mejor, pero todavía no se ha compuesto del todo —con la frase, los labios de la mujer se apretaron.
— ¿Qué dice el Dr. Cameron?
—Thomas se niega a verlo. No gastará el dinero, y estoy de acuerdo con eso. Los doctores frecuentemente hacen más daño que bien, y así se lo dije al Dr. Cameron cuando él trató de meter su nariz en nuestros asuntos. Pero le digo, Sra. Flanigan, si mi esposo se hubiera enfermado más, lo habría desautorizado y habría traído al Dr. Cameron. Sí, de hecho.
— ¿Ha probado con la milenrama, Sra. Murphy?
Los ojos de la mujer se entrecerraron y preguntó: — ¿Milenrama? ¿Se refiere a la hierba?
—Con la milenrama puede, en efecto, hacer té medicinal —Trudy le instruyó—. Es un buen tónico y puede ayudar con la tos. El té debe hacerle muchísimo bien al Sr. Murphy.
La mujer miró alrededor del deshierbado patio, como si la planta hubiera brotado mágicamente entre las organizadas camas de vegetales mientras ellas habían estado platicando.
—Traje bastante milenrama seca conmigo. Puedo traerle un paquete mañana —Trudy ofreció—. Un poco de salvia también puede ayudarle. Mañana también le daré algo de hojas de salvia —ella hizo una pausa para pensar—. Eso si Seth no usa la yunta —con un gesto de impotencia, Trudy levanto sus manos, con las palmas hacia arriba—. Creo que tengo que acostumbrarme a vivir en el campo, sin ser capaz de llegar caminando o usar los tranvías cuando quiero ir a algún lugar.
La Sra. Murphy exhaló como aliviada, y sus endurecidos hombros se relajaron. —No necesita hacer un viaje, Sra. Flanigan. Yo conduciré hasta allá y recogeré esas hierbas.
—Eso sería encantador, Sra. Murphy. Quizás pueda quedarse para tomar té, es té chino. Nos dará oportunidad para conocernos mejor. Ahora, sobre esas pollitas…
—Creo que puedo deshacerme de unas pocas más, Sra. Flanigan —la mujer dijo, en tono conciliador. Asintió con su cabeza, y la piel suelta de su cuello, tembló—. Quizás tantas como seis más. Y dos docenas de huevos también —esta vez, el precio que ella dijo, sonó razonable.
Trudy aplaudió encantada y dijo: —Maravilloso.
—Puedo recolectarlos, si no hay suficientes, tengo más huevos en el sótano. Hortense Cobb puede tomar lo que quede para su tienda —ella extendió su mano para tomar la canasta de Trudy y entró en el gallinero.
No pasó mucho tiempo antes de que ella regresara y le entregara la canasta a Trudy, considerablemente más pesada.
Trudy se asomó dentro.
La Sra. Murphy había llenado la canasta con huevos rojos, cuidadosamente empacados en el aserrín alrededor de ellos.
—Se ven preciosos, Sra. Murphy. Tengo grandes planes para estos huevos.
Los labios de la mujer se inclinaron un poco, el equivalente, Trudy supuso, a lo que otra gente probablemente consideraría como una sonrisa. —Ahora —la Sra. Murphy hizo un ademán con su mano, indicando un montón de gallinas—. Escoja cuales quiere.