CAPÍTULO DIECISIETE
Esa tarde, dispuesta a entregarle a su esposo una comida que él disfrutaría, Trudy añadió algo de madera a la estufa. Luego revisó los panecillos, elevándose dorados junto a la tarta de manzana. Necesitaban unos diez minutos más. El asado estaba listo, y las papas hechas en esponjoso puré. El aroma a comida casera llenaba la habitación.
Trudy tuvo unos pocos minutos de paz, y era el momento en que ella podría leer la carta de Evie, la cual ella había recogido de la estación del tren, hoy cuando estuvieron en el pueblo. La trajo de su bolso y salió a sentarse en el porche.
Con cuidado para no romper el papel, ella abrió el sobre y comenzó a leer ansiosamente.
Mi muy querida Trudy,
Siento escribirte con lágrimas en mi corazón, pero no sé qué más hacer. Hay una señora muy amable en el pueblo, de quien me he hecho su amiga, pero no me atrevo a ir con ella para contarle mis problemas, ya que es una amiga cercana de mi esposo. Yo no quisiera empañar su nombre o reputación de ninguna manera. Deseo tanto que estuvieras aquí conmigo y pudiéramos hablar esto en persona. Pero, ya que no estás, te contaré ahora. Espero que tengas algunas sabias palabras que me ayudarán en mi incipiente matrimonio.
Por alguna razón que desconozco, Chance ha cambiado justo frente a mis ojos. Cuando él solía ser amable y atento, ahora se ha vuelto frío e indiferente. No puedo imaginar qué ha causado esto, excepto que ahora, después de casi una semana de ser marido y mujer, él se ha arrepentido de su decisión de casarse conmigo y desea que me vaya. Él no me ha dicho tal cosa, pero lo percibo sin palabras. Lo puedo ver en la expresión de su rostro. Cuando le pregunto, me dice que no hay ningún problema. Mi corazón se está rompiendo. Lo amo y me temo que ya lo he perdido.
Con todo mi cariño,
Evie
PD: Por favor, discúlpame por solo hablar de mis problemas. Quiero que sepas que tu carta me hizo llorar de contenta. Estoy tan feliz de escuchar que todo está yendo bien para ti. Para este momento, tú estarás en Sweetwater Springs y probablemente ya te has casado con Seth Flanigan. Quiero que me cuentes todo sobre él, y espero que las cosas funcionen mejor para ti que como han funcionado para mí. Quizás deba aconsejarte que no te enamores de tu esposo. Porque si él fuera a volverse frío como mi Chance, tu corazón se rompería.
Se le hizo un nudo en el estómago. Trudy saltó y se apuró a entrar en la casa. Revisó los panecillos y la tarta, antes de correr a la recámara y hurgar en una de las cajas buscando su tinta, pluma y papel. Los llevó a la mesa, y con prisa escribió una respuesta a su amiga, determinada a asegurarle a Evie que ella la apoyaba y para hacerle algunas recomendaciones de lo que podría hacer.
Cuando terminó, Trudy sopló en el papel para secar la tinta y luego ondeó ligeramente la hoja. Entonces dobló el papel y fue a su recámara para meter la carta dentro del libro que ella estaba leyendo. Prepararía el sobre más tarde. Con suerte, ella podría convencer a la Sra. Murphy de dejar la carta en la estación después de su visita de mañana.
Todavía preocupada por Evie, Trudy regresó a la preparación de la cena. Ella revisó los panecillos y la tarta. Solo unos pocos minutos más.
Agradecida de haber traído con ella las conservas que había hecho en el verano anterior, Trudy llenó un plato con pepinillos y puso cucharadas de mermelada de fresa dentro de un plato de cristal, y luego los puso en la mesa, junto a la mantequilla que descansaba bajo la tapa de cristal.
Trudy arrugó su nariz viendo el trozo de mantequilla de la tienda. Ella estaba ansiosa por probar en hacer su propia mantequilla. Había aprendido de su abuela, quien siempre había estado orgullosa de la mantequilla que preparaba.
Había desempacado las cajas de la cocina, pero aun con el arca que ella había traído, ahora descansando contra la pared, amontonada junto a su nevera de un lado, y un protector de tartas del otro, no había suficiente lugar para guardar todas su ollas y sartenes. Así que ella acomodó una de las cajas en la esquina, dejando dentro las cosas que ella no necesitaba de inmediato. Quizás más tarde, su esposo podría poner algunos clavos en la pared donde ella podría colgar sus sartenes, y cuando Seth tuviera tiempo, él podría fabricarle un gabinete para colgarlo en la pared. O quizás, ella podría pagarle al carpintero en el pueblo para que se ocupara de esa tarea.
Henry, acostado sobre la alfombra, levantó su cabeza, apuntando su nariz hacia la puerta.
Trudy miró afuera por la ventana del frente y vio a Seth lavándose en el abrevadero. Lo miró por un minuto, contenta de tener la oportunidad de estudiar a su esposo sin ser vista.
Seth había arremangado las mangas de su camisa para evitar que se mojaran, exponiendo sus fuertes antebrazos. Su esposo tenía manos grandes, desgastadas por el trabajo y capaces.
Ella se estremeció, imaginando sus manos tocando su cuerpo.
Él ahuecó sus manos metiéndolas en el agua y mojó su rostro, luego se secó con una toalla que colgaba por un lado del abrevadero. Una vez que él terminó de secarse, Seth se quitó la toalla de su rostro, sosteniéndola frente a él, y miró el material. Por su sorprendida expresión, parecía como si, mágicamente, una tela exótica hubiera aparecido en sus manos.
Trudy rio. Ella había cambiado el trapo que él tenía ahí, por una de sus toallas. No era una toalla bonita, por supuesto, pero si una toalla gruesa, limpia y sin agujeros.
Su boca se arqueó en una pequeña sonrisa, Seth miró hacia la casa, como si supiera que ella lo estaba observando. Cuando él captó la vista de ella, su expresión se iluminó. Sin quitarle de encima esos irresistibles ojos grises, él dobló la toalla y la puso sobre un lado del abrevadero. Él levantó su Stetson de donde estaba colgado en la bomba y lo sacudió del ala para quitarle el polvo. Llevando el sombrero en su mano, se dirigió hacia la casa.
Trudy no pudo ver a Seth una vez que él subió al porche, pero escuchó el sonido de sus botas de trabajo en los escalones, y su corazón latió más fuerte con el sonido.
Sin aliento, se acordó de sus panecillos y la tarta y se dio vuelta rápidamente para tomar dos manoplas y sacar la comida del horno. Para su alivio, todo lucía perfecto, llenando la habitación con el fragante aroma de la hornada. Puso la tarta en una rejilla para enfriarla, vació los panecillos dentro de la canasta del pan y la colocó en la mesa.
—Huele bien aquí —Seth había entrado con calcetines, así que ella no lo escuchó. Él colgó su sombrero en el perchero de cornamenta—. Hace que un hombre se sienta hambriento hasta los dedos de sus pies —dijo él, meneando los dedos de los pies para hacer énfasis. Dando un vistazo a la mesa, una expresión de admiración se deslizó sobre su rostro—. Se ve absolutamente hermoso, Trudy.
Un paño blanco como nieve cubría la mesa vieja. Ella había puesto un florero de cristal con las rosas de su boda en el centro y los platos y cubiertos que ella había traído, brillaban en la luz del sol que entraba por las ventanas. Él tocó el dibujo de rosas en un plato y dijo: —Va a ser la comida más elegante que alguna vez he comido.
—Será la primera de muchas —Trudy dijo—. Ahora, ¿cortarías el asado, por favor? —ella inclinó su cabeza para señalarle la carne sobre la tabla de cortar.
Él alzó sus cejas juguetonamente con la orden de ella, pero tomó el cuchillo grande y el tenedor de servicio de sus manos.
Mientras cortaba el asado, ella puso un gran pedazo de mantequilla en el centro del puré de papas. Llevó la fuente a la mesa, luego trajo el tazón de salsa de carne.
Seth terminó de cortar el asado y puso las piezas en la fuente. Con un pequeño ostentoso ademán, él le mostró el plato para que ella lo inspeccionara.
Con fingida circunspección, ella asintió regiamente en aprobación.
Seth sonrió y colocó la fuente sobre la mesa, entonces sacó la silla para que ella tomara asiento antes de tomar su lugar en la cabecera de la mesa. Por un momento, él estudió el banquete. —Te has tomado bastantes molestias, mi bien —extendiendo la servilleta en su regazo, se sirvió dos rebanadas de asado, y le pasó la fuente a Trudy. Luego se sirvió de los otros dos platos.
Ya que los platos estaban servidos, Seth juntó sus manos e inclinó su cabeza.
Trudy siguió su ejemplo.
—Amado Padre Celestial, te agradecemos por tus bendiciones… por habernos unido… por el regalo de estos abundantes alimentos. Amén.
La simple plegaria fue directamente al corazón de Trudy, y mentalmente hizo eco a sus palabras al Señor, dando gracias por sus bendiciones. Ella alzó su cabeza, nerviosa, y sostuvo su aliento mientras su esposo tomaba su primer bocado.
Seth masticó varias veces, despacio, como paladeando el sabor, y asintió ligera e inconscientemente antes de terminar el bocado. —Perfecto, Trudy. Simplemente perfecto —no dijo nada más, y sin detenerse, continuó comiendo cada porción de los alimentos.
El obvio disfrute en sus platillos, le dio a Trudy una profunda sensación de satisfacción. No era que su padre no hubiera apreciado sus esfuerzos. Pero también él daba por hecho los alimentos que ella preparaba, comida que igualmente podía haber sido preparada por el ama de llaves, y frecuentemente así era. De hecho, la mayor parte del tiempo, su padre no tenía idea de quién había preparado sus alimentos.
Seth limpió su plato y se volvió a servir, diciendo: —Este es el mejor almuerzo que alguna vez había comido.
Sus palabras la hicieron sentir una placentera emoción. —Seguramente quieres decir, que es la mejor comida desde que tu madre falleció —Trudy suavemente, le corrigió.
Él meneó su cabeza y dijo: —En la mayor parte de mis años de niño, mi madre fue una chica de taberna. Ella nunca cocinó mucho. Fui criado en la habitación del segundo piso de la taberna de Hardy, antes de que Hardy fuera el dueño del lugar.
Trudy no estaba segura de como sentirse acerca de que su esposo, había sido criado en una taberna. Pero, ella recordó el sermón que le había dado a Evie. Seth obviamente había hecho algo de sí mismo, y ella lo admiraba por eso.
Seth hizo un círculo en el aire con su tenedor. —Todo cambió cuando mi madre se casó con George Grover, y nos mudamos aquí. Ella comenzó a cocinar frecuentemente —él tomó un panecillo y lo sostuvo en el aire—. Su comida me sabía bastante bien… pero no como esta —él untó el panecillo con mantequilla, le puso mermelada de fresa, y le dio una mordida.
—Bueno, nunca me había sido tan placentero cocinar para alguien, Seth Flanigan. Tengo muchas buenas comidas para prepararte —ella le dijo.
Seth le sonrió con la mirada y dijo: —Estoy ansioso por disfrutarlas, Sra. Flanigan.
A ella le gustaba la manera en que él la llamaba Sra. Flanigan, usando esa inflexión especial, que convertía su nuevo nombre en una cariñosa expresión. — ¿Qué es lo que normalmente cocinas para ti?
—Frijoles —él dijo.
Sacudiendo su cabeza, ella reventó en carcajadas. —Seth Flanigan, ¡debes comer más que frijoles!
—Los frijoles son fáciles de preparar —él dijo.
— ¡Seth! —ella exclamó en fingida seriedad.
Él se encogió de hombros. —Los estofados también son fáciles. Como muchos de esos. Lo que sea que venga en latas. Cuando tengo oportunidad de ir a la tienda, como pan y tartas por unos días —él le sonrió—. Seguro que estoy contento de que esos días terminaron, y que estaré comiendo lo que cocines con regularidad.
Terminaron la comida con él contándole acerca de las tablillas del techo del granero que había reparado, y Trudy comentándole acerca de lo que desempacó.
Seth le dijo que le haría un gabinete, pero tendría que esperar hasta que terminara de sembrar la alfalfa.
De nuevo, Trudy se preguntó si debería mencionar su dinero… pedirle contratar a alguien más para ayudarle con el trabajo. Pero ella no conocía tan bien a su esposo como para saber si eso mellaría su orgullo.
Cuando Seth terminó su segundo plato y todos los panecillos, se frotó su estómago y suspiró. —Creo que con esta comida dentro de mí, hoy terminaré un montón de trabajo.
Una sensación de bienestar se apoderó de Trudy.
Seth dobló su servilleta y la puso sobre la mesa. —Si hubiera sabido lo que me esperaba, habría enviado por una esposa hace mucho tiempo.
Él ánimo de Trudy se desinfló. ¿Se habría sentido igual con cualquier otra mujer que fuera buena cocinera? ¿Bertha, de la agencia de novias, lo habría hecho igualmente feliz? —Entonces, no me habrías tenido a mí —dijo ella en tono seco.
Bruscamente, Seth levantó su mirada y dijo: —Estaba bromeando, Trudy. No quise decir que habría preferido otra novia.
— ¿Aún y que hubieras conseguido una que cocine mejor que yo? Había otra novia en la agencia cuyos panes y panecillos eran todavía más ligeros que los míos.
—Eso es imposible —él se levantó, caminando hacia ella, y le extendió su mano.
Ella puso su mano en la de él.
Agachándose, Seth besó el dorso de su mano ligeramente.
Un estremecimiento corrió a través de su cuerpo.
Él se enderezó y la miró a los ojos. —Estoy tremendamente agradecido por mi parte del trato. Seth soltó su mano. —Ahora, esposa, debo regresar a reparar el techo del granero. Te agradezco por la buena comida—. Él arrancó su sombrero del perchero, se lo puso alegremente en la cabeza, tocando el ala del mismo, a manera de saludo, antes de caminar hacia la puerta.
Trudy lo observó al irse, frotando distraídamente el punto de su mano en donde él la había besado. Las palabras de Seth y su ademán la reconfortaron, pero la duda había empañado el brillo de su orgullo por el éxito de su comida.