CAPÍTULO VEINTE
Una semana después, mientras secaba los platos, Trudy escuchó el sonido de cascos de caballos. Todavía llevando un plato y toalla en sus manos, caminó hacia la ventana y vio a la Sra. Murphy conduciendo su carro de mulas, entrando al patio. No había visto a la mujer desde el día después de su viaje al pueblo, cuando ella había venido por la milenrama y la salvia para su esposo y se quedó un momento para tomar el té.
Después de dejar el plato y la toalla, Trudy se desamarró su delantal azul, colgándolo en un gancho cerca del fregadero. Salió por la puerta y se quedó de pie en el porche, sintiendo el calor del sol. —Sra. Murphy, que gusto verla de nuevo. ¿No quiere entrar?
—No —la mujer contestó. Ella estaba usando un gorro para el sol de color gris desteñido que hacía juego con su vestido—. Esas hierbas suyas animaron un poco a Thomas, en verdad que sí.
—Me da mucho gusto oír eso —Trudy le dijo.
La Sra. Murphy apretó sus labios y se movió en su asiento, sus hombros rígidos. —Vine para ver si tiene algo más de hierbas que le sobren.
—Trudy le dio una sonrisa tranquilizadora y dijo: —Por supuesto.
—No estaré en deuda, fíjese —ella señaló con su pulgar hacia la parte de atrás del carro—. Le traje dos docenas de huevos.
—Oh, no necesitaba hacer eso. Me da gusto poder ayudarle.
La Sra. Murphy relajó sus rígidos hombros. —Es muy amable de decir eso. Pero Thomas y yo pagamos a nuestra manera, así lo hacemos.
—Por supuesto. Me caen de maravilla porque casi se me terminan. Estoy ansiosa porque llegue el día en que mis pollitas pongan huevos —Trudy dijo, mientras bajaba los escalones de su porche.
La Sra. Murphy levantó una canasta del asiento junto a ella y se la entregó a Trudy.
Trudy sujetó el asa y se asomó dentro viendo los bultos cubiertos de aserrín y dijo:
—Permítame llevarlos adentro y vaciar la canasta. Entonces pondré la milenrama y la salvia adentro.
—Esperaré aquí. No es mi intención apurarla, Sra. Flanigan. Es solo que, no me gusta dejar a Thomas por mucho rato. Con todo y el bien que sus hierbas le han hecho, no puedo estar tranquila acerca de su salud.
—Le entiendo —dijo Trudy y subió corriendo las escaleras entrando en la casa. En vez de perder tiempo para ir al sótano por la caja de huevos casi-vacía, puso los huevos cuidadosamente en una fuente, luego tiró el aserrín dentro de la estufa, sobre el montón de carbones. Hurgó en la caja que contenía sus hierbas aromáticas, buscando los paquetes etiquetados milenrama y salvia. No quedaba mucho. Esperando que ella no los necesitara en las semanas que faltaban hasta que pudiera cosechar un lote nuevo, Trudy puso ambos paquetes en la canasta.
Una vez afuera, entregó la canasta a la Sra. Murphy. —Me temo que, eso es lo último que tengo.
La Sra. Murphy la miró fijamente por un minuto, sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. —No olvidaré su bondad, Sra. Flanigan. No, de hecho.
Trudy se atrevió a alcanzar la mano de la mujer y cubrirla con la suya. —Tendré en mis oraciones al Sr. Murphy — le dijo y dio unos pasos hacia atrás alejándose de las ruedas del carro.
La mujer alzó su barbilla. —Sabiendo que su hombre es amigo de Chappie Henderson, pensé que le mencionaría que Jack Waite en la oficina de correos dijo que, desde hace dos semanas tiene un libro esperando por él. Raramente vemos al hombre por el pueblo, pero siempre sale de su escondite cuando ordena un libro. No es típico de él dejar un libro esperando.
— ¿Irá usted a buscarlo para ver si todo está bien? —Trudy le preguntó.
La Sra. Murphy meneó su cabeza. —No puedo perder el tiempo lejos de Thomas para hacer una parada que me desvía de mi camino. Quizás usted pueda enviar al Sr. Flanigan para que vea como está.
—Eso haré —Trudy le contestó.
La mujer le dijo adiós a Trudy y dio la vuelta a su carro para irse.
Trudy hizo sombra con su mano sobre sus ojos y miró hacia los campos. Seth, arando, era un pequeño punto en la distancia. Ella caminó de regreso a la casa. Mientras guardó los huevos en el sótano, pensó en la idea de visitar a Chappie Henderson. ¿Habría tiempo después de que Seth terminara su trabajo? ¿Y si el viejo estaba enfermo y necesitaba ayuda ahora?
Había montado un rato a Saint en la última semana, agradecida por las lecciones que había tomado en la infancia y lo rápido que la habilidad regresó a ella. Aunque no le admitiría a Seth, que había encontrado que la silla de montar nueva era mucho más cómoda de lo que ella había esperado. Si bien, los músculos de sus piernas estuvieron adoloridos después de la cabalgata, Trudy pensó que podría arreglárselas con un paseo más largo.
Subió los escalones del sótano y cerró la puerta. Mirando a la cocina, Trudy mordió su labio. Los platos no estaban lavados. Pero podía dejarlos para más tarde. Ayer, había hecho un estofado y panecillos, y había sobrado lo suficiente por lo que ella no había preparado comida hoy. El tarro de galletas tenía dos docenas de galletas de avena y barras de pasas de la hornada de ayer. Podría envolver algo para llevar y estar lista para irse tan pronto como Seth viniera para cenar. Pero él estaría hambriento. Tal vez deberían irse más temprano…
Sin embargo, Seth estaba tan apurado con el trabajo. Ella odiaba alejarlo de sus tareas, cuando fácilmente podía hacer este encargo por sí misma.
Tomando la decisión, Trudy fue a su recámara para cambiarse de ropa. Cabalgaría sola.
* * *
Seth caminó directo dentro de la casa desde los campos, sin detenerse en el abrevadero para lavarse. Estaba consciente de un estremecimiento de emoción que lo llevaba a su casa actualmente. La ilusión de besar a su bonita esposa y sentarse a disfrutar de una comida bien preparada, hacían que rápidamente terminara su trabajo, a tiempo. Él nunca antes se había sentido de esa manera. Aunque algunas veces, trataba de convencerse que solo esperaba ansioso por las buenas comidas, él sabía que la presencia de Trudy, su calidez y las conversaciones que ellos compartían, significaban tanto para él, como la comida que ella preparaba.
Cuando Seth entró por la puerta, instintivamente supo que Trudy no estaba ahí. —Sra. Flanigan —él la llamó, por si acaso. El vacío hizo eco en el lugar, a pesar de los muchos muebles que ahora llenaban la habitación principal. Caminó hacia la recámara, abriendo la puerta, y miró dentro, para asegurarse de que su esposa no estaba acostada.
Él no había mirado dentro de la habitación desde que ella se había mudado ahí. Los muebles nuevos, su cama cubierta con elegante ropa de cama terminada en encaje, los vestidos colgando de los ganchos en las paredes, el baúl al pie de la cama, el cepillo de plata, un peine, y un espejo junto a una jarra con dibujos de rosas, y el aguamanil sobre la cómoda, todo transformó el espacio en un femenino santuario, lo cual lo puso un poco incómodo. Con la esencia de lavanda cosquilleando en su nariz, él se retiró y cerró la puerta.
¿Dónde diablos está? Miró alrededor de la habitación buscando una pista. Una carta sobre la mesa captó su mirada. Levantó la hoja de papel, tan conocido por su correspondencia inicial, y se dio cuenta que Trudy le había dejado una nota.
He ido cabalgando a ver a Chappie Henderson.
La Sra. Murphy estaba preocupada por él.
¿Por qué no me esperó? Seth volvió a leer sus palabras. Miró por la ventana para ver la luz de sol. Trudy no debería tener problemas con solo ir y venir de casa de Chappie. Él le había señalado el camino, y el sendero estaba bien marcado, así que ella no podría perderse. Afortunadamente, la casa de Chappie estaba en dirección opuesta de la de McCurdy. Pero la inquietud en su barriga lo hizo agarrar su cartuchera y ponérsela. Sintiendo el tranquilizador peso de la Colt en su cadera.
Cuando Seth salió al porche, vio un banco de nubes en la distancia, que antes no había visto ahí. Probablemente solo era uno de esos aguaceros que frecuentemente caía en las tardes. A Trudy no le gustaría ser sorprendida por un chubasco. Él regresó dentro de la casa por su chaqueta gruesa, el abrigo de Trudy y unas mantas de lana. Si llovía, la lana absorbería el agua. Aun así estaría mojada, pero más caliente que una colcha. Ella estará bien, pensó, tratando de tranquilizarse.
Siempre y cuando la temperatura no baje.
* * *
Trudy detuvo a Saint en el bosque, donde el sendero se desviaba del camino que llevaba al pueblo. Con las ramas de los árboles bloqueando mucha de la luz del sol, y misteriosos sonidos de aves y otros crujidos viniendo hacia ella en la brisa, algo de su valor flaqueó. Ahora deseaba haber esperado por Seth para ir con ella en vez de cabalgar sola. La idea de visitar al Sr. Henderson, que le había parecido tan sencilla cuando la concibió, ahora parecía un poco imprudente.
Antes de que pudiera perder todo su valor, apuró a Saint por el camino, que era más bien como un ancho sendero que zigzagueaba a través del espeso monte de árboles. De vez en cuando un pequeño sendero de cacería se alejaba desde el camino principal.
El cielo se hizo más oscuro y el aire se puso helado. Me pregunto si ¿irá a haber una tormenta? ¿Sería más seguro si continúo, o me voy a casa? Trudy se estiró hacia atrás, alcanzando su chal tejido de color rojo, el cual había atado en la silla, y se lo puso alrededor de sus hombros.
Escuchó el sonido del canto de los pájaros, un cac-cac-chirp desconocido en los árboles a su izquierda, contestado por otro cac-cac-chirp desde aproximadamente cincuenta pies de distancia a su derecha. Los pájaros se hablaban de uno a otro lado, teniendo una conversación que sonaba como a dos vecinas contando chismes sobre sus hijos, el precio de la comida, y los esposos errantes. Luego un tercer pájaro, desde algún lugar detrás de ella, se metió en la conversación, intercalando opiniones ocasionales.
Repentinamente, los pájaros callaron. La aprensión tensó su cuerpo. Trudy aguzó sus oídos para tratar de escuchar otros sonidos, pero solo escuchó el golpe seco de los cascos del caballo. El caballo se sobresaltó, nervioso.
Unos pocos copos de nieve flotaban en el aire. ¿Nieve en Mayo? Ella sacó su mano para atrapar algunos copos. Eso la hizo decidirse. No sabía cuánto faltaba para llegar a la casa del Sr. Henderson, pero sí sabía cuánto tiempo le tomaría regresar a casa, especialmente si se apuraba.
Con un ligero jalón, frenó a Saint, regresando por el camino que habían venido.
El caballo se estremeció y soslayó, jalando su cabeza.
—Tranquilo, muchacho —dijo, presionando su mano contra el cuello de Saint.
Relinchó y continuó. Pero estaba en alerta.
Una ráfaga de copos de nieve hizo levantar la vista a Trudy. Había algo extraño acerca de un grueso tronco de un árbol, extendiéndose sobre el camino, que le llamó la atención. Sintiéndose nerviosa, entrecerró sus ojos.
Pudo enfocar a un gran gato, ojos hambrientos de color amarillo la miraban fijamente. Encontrando su mirada, el gato gruñó, mostrando sus brillantes colmillos.
Trudy se quedó sin aliento y tironeó las riendas, haciendo que Saint se sacudiera. Pero antes de dar la vuelta completa, desde el rabillo de su ojo, vio saltar al gato. Su mano agarró el pomo de la silla y enseguida pateó los costados del caballo.
Saint arremetió hacia delante, por un pequeño camino a la derecha.
Una rama azotó el rostro de Trudy. Otra se enredó en su chal, arrancándolo de alrededor de sus hombros. Demasiado concentrada en escapar, Trudy apenas lo notó.
El sendero se dividía, y sin pensarlo escogió el lado izquierdo. Una rama de árbol le quitó su sombrero de paja, jalando su cabello en el proceso.
El caballo continuó corriendo. El camino angosto serpenteaba lleno de curvas.
Salieron a un pequeño claro. Una colina hecha de un montón de rocas cubiertas de liquen bloqueó su camino.
Saint disminuyó la velocidad hasta detenerse, sus costados palpitaban.
Trudy se giró en la silla de montar, mirando a la oscuridad en la base de los árboles, tratando de ver si había alguna señal de que el gato los había perseguido. Solo vio la nieve comenzando a espolvorear las ramas. El silenció se asentó a su alrededor. Volteando hacia delante, revisó la cima frente a ella, la cual se elevaba más alto que los árboles. Un angosto camino bordeaba alrededor de la base de las rocas.
Su corazón se aceleró. Con un escalofrío de miedo, Trudy se dio cuenta que estaba perdida.