CAPÍTULO VEINTIDÓS


Una semana después, llevando los brazos cargados con la ropa de Seth y su canasta de costura, Trudy salió al porche y tomó asiento en la mecedora de su abuela, su esposo la había sacado de una caja unos días después de su llegada.

Henry levantó su cabeza de donde él descansaba, sobre una vieja manta a un lado, y le dio una sonrisa perruna. Su cola golpeó el suelo a manera de bienvenida, pero él no se movió de su lugar.

Trudy puso las ropas en la canasta de costura en la banca a un lado suyo, se levantó, y fue hasta donde estaba el perro. Rascó detrás de sus orejas. Se había encariñado mucho con Henry, encontrando compañía en el viejo perro de dulce carácter. Su mirada vagó hasta el granero, a la pastura, a los distantes campos. Frenarse no estaba en su naturaleza, y ella ya se había comprometido con el lugar, con animales y todo.

Sin ver a su esposo, ella tomó asiento y abrió la tapa de su canasta de costura. Sacó el dedal y se lo deslizó en su dedo, sacó una aguja del alfiletero, y buscó entre los carretes de hilo hasta que encontró uno azul. Desenredó un pedazo, y luego lo cortó.

Hoy era la primera vez, desde que se casó con Seth, en que Trudy sintió que estaba al corriente, no que una mujer alguna vez estuviera al corriente con la rutina diaria de cocina, limpieza, costura, jardinería y todas las otras interminables tareas para salir adelante y sobrevivir. Pero todas sus cajas, excepto las que estaban en el granero, las había desempacado y sus pertenencias ordenadas en su lugar. Ella había sembrado el jardín, y los brotes que había cultivado dentro de la casa, estarían listos para trasplantarse en pocos días.

Ellos habían tenido varias visitas, gente trayendo regalos de semillas y esquejes o plantas, conservas, pasteles o tartas. Su generosidad había resultado en una cama de flores frente a la casa y que Trudy no tuviera que hornear nada más después de la tarta de manzana y las galletas de hombre de pan de jengibre que había hecho en sus primeros días aquí. Quedaba un postre más. Después de que se comieran la tarta de melaza, ella haría sus propios postres. Por otra parte, no era que le molestara. Había encontrado un verdadero gozo casero en cuidar de su propio hogar. Seth estaba muy agradecido por sus esfuerzos.

Ahora, si tan solo hubiera algo de tiempo para explorar. Trudy miró con nostalgia a las montañas. Sé paciente, se dijo a sí misma, no por primera vez. Seth le había prometido llevarla de excursión cuando la presión del sembrado de primavera y los partos de las vacas hubieran disminuido. Ella sabía que ese momento se acercaba. Tener a Jethro, el jornalero, de regreso trabajando, ciertamente había acelerado las cosas.

Trudy sostuvo una camisa de franela en la luz, revisándola para ver si podía solamente remendar la rotura o si necesitaría aplicar un parche. Enhebró su aguja, hizo un nudo en el extremo, sostuvo la tela aplanada, y comenzó a zurcir juntos los extremos. Mientras sus dedos trabajaban en la rotura, reflexionó sobre algo que la había estado molestando más o menos por la última semana, no lo suficiente como para detenerse a pensar acerca de ello, pero lo suficiente para seguir molestándole en el fondo de su mente. Algo para lo que había estado demasiado ocupada durante el día y demasiado cansada en la noche como para meditarlo.

Seth.

Ella había encontrado mucha más felicidad y satisfacción en su matrimonio de lo que había pensado que fuera posible. Afecto verdadero estaba creciendo entre ellos dos. Trudy no veía mucho a su esposo, estando él en el granero o en los campos. Pero ella disfrutaba de su compañía cuando comían sus alimentos juntos y le encantaba sentarse en el porche con él después de la cena, platicando y mirando la puesta del sol.

Puso otras pocas puntadas, tratando de descifrar que era lo que le molestaba de él. Era amable y atento. Como cualquier hombre, él tenía sus momentos de silencio, cuando necesitaba pensar. Aun así, había ocasiones cuando ella percibía que algo más estaba mal.

Él parecía estar bien, en la superficie, quizás demasiado bien, hablando y bromeando con ella, pero… Trudy repasó cuidadosamente los eventos de su matrimonio. En retrospectiva, ella recordó el primer mal humor de él, sucediendo cuando habían ido al pueblo a comprar las gallinas. Luego, su segunda tarde juntos… Durante la comida, todo había sido encantador. Luego se había ido a reparar la cerca, y regresó cambiado, callado en su interior, aunque exteriormente, él actuó tan atento como antes.

Lentamente, Trudy repasó las semanas de su matrimonio y surgieron otras varias ocasiones cuando ella había sentido que algo estaba mal. Pero siendo que todo había parecido que estaba bien, en la superficie, ella se había dicho a sí misma que simplemente estaba siendo ridícula. Ciertamente que un hombre tenía derecho a sus cambios de humor, al igual que una mujer.

Y realmente, no tenía ninguna queja. Ella debía avanzar hacia compartir un matrimonio más íntimo con él. Cierto era que disfrutaba los besos de Seth, y de hecho, en una o dos ocasiones se habían acercado tanto, como para invitarlo a compartir su cama. Pero antes de que ella pudiera, uno de esos extraños estados de ánimo, sucedía, lo que la hacía cambiar de opinión. Trudy se dijo a sí misma, que no era que las circunstancias fueran tan claras para ella, como para siquiera haberse dado cuenta que ella ya había tomado la decisión. Solamente se había dejado llevar por sus sentimientos, sin pensar acerca de lo que estaba haciendo.

¿Por qué estoy siendo tan exigente? Ningún hombre es perfecto. Considerando que este es un matrimonio por-correo… Soy muy afortunada por haber encontrado un esposo tan maravilloso.

La advertencia de Evie de que refrenara el enamorarse, flotaba en su mente. Trudy sabía que si ella y Seth tomaban ese siguiente paso, sería difícil para ella controlar sus emociones. Terminó de remendar la rotura e hizo un nudo en el hilo. Después de tomar las tijeras, cortó el extremo.

Solo tengo que aceptar que Seth tendrá estos momentos extraños y no dejar que me molesten. No es que esté enojado conmigo, o me critique o se retire de mí.

Trudy dobló la camisa, pasando una mano sobre la tela que cubriría el cuerpo de su esposo y la puso en la banca. Levantándose, entró en la casa. En la cocina, levantó dos pedazos de leña y los echó al fuego en la estufa. El pollo que ella estaba asando para la cena se veía dorado y crujiente.

Ella escuchó el golpe de las botas de Seth en los escalones del porche. Eso es extraño. A esta hora, él todavía debería estar en los campos. Sonaba como si estuviera apurado, y un repentino aumento de ansiedad, la hizo cerrar la puerta del horno y voltear para observarlo.

Seth entró precipitadamente sin detenerse para quitarse sus botas. Sus ojos grises resplandecían con emoción.

Sin verle señales de sangre o alguna herida, Trudy se relajó y abrió su boca para regañarlo por asustarla. Pero antes de que ella pudiera decir algo, él la meció en un gran abrazo de oso.

Aturdida, Trudy dijo, casi sin aire: —Seth Flanigan, ¿qué es lo que te traes?

Riendo, él la soltó. —Los cultivos están brotando. Los terneros ya nacieron. Las cercas están reparadas —Seth continuó revisando su lista—. El gallinero construido. El jardín sembrado. La alacena colgada en la pared, y hasta tengo una segunda mecedora en el porche. Es hora, Sra. Flanigan —Sus ojos grises bailaban de contento.

— ¿Hora de qué? —Trudy preguntó, perpleja por el extraño comportamiento de Seth.

—Es hora de tomarnos el resto del día libre. Jethro se quedará hasta tarde y se ocupará del ordeño. Tengo en mente mostrarte algo del paisaje. Sé que anhelas explorar, y ahora es tu oportunidad —Él le dio una palmada en su trasero—. Ve a ponerte tus ropas para cabalgar y empaca comida para un día de campo, mientras ensillo los caballos.

Trudy juntó sus manos con emoción. —Oh, Seth, ¿de verdad?

—De verdad —dijo él haciendo eco—. Así que más vale que te apures, Sra. Flanigan. No hay tiempo que perder.

Trudy se escabulló para obedecerle. Entró apurada a su recámara para ponerse su traje de montar.

Para cuando había terminado de cambiarse, el pollo estaba listo, y lo puso a enfriar mientras ponía mantequilla en los panecillos y los untaba con mermelada. Luego envolvió el pollo en papel de estraza, seguido de una capa de papel encerado, y amarrando el paquete con un largo cordel. Ella hizo un paquete similar para los panecillos y puso ambos sobre la mesa. Tocando su boca con un dedo, trató de figurarse si necesitarían agua. ¿Debo llevar un tarro?

A través de la puerta abierta, ella oyó el sonido de los caballos y se apuró para arrancar su sombrero de paja del perchero de cornamenta. Mientras se ataba los listones bajo su barbilla, Trudy prometió comprarse un sombrero Stetson como el de Seth, para hacer juego con su atuendo de montar. Agarró la comida de la mesa y se apuró saliendo por la puerta, cerrándola detrás de ella.

Seth ya había amarrado las riendas de los caballos en el barandal del porche y estaba agachado frente a Henry, todavía acurrucado en su manta. —Lo siento, pero no puedes ir con nosotros, viejo amigo. Tus días de explorador terminaron. Quédate aquí y cuida la casa —le dijo al perro.

Como si lo entendiera, el perro dejó caer su hocico sobre su pata, con decepcionada expresión.

Seth frotó la cabeza de Henry. Se enderezó, con mirada afligida en sus ojos. —Henry siempre caminaba a mi lado cuando yo iba a explorar. Me parece extraño… —Seth apretó sus labios.

—Entiendo —Trudy tocó el brazo de Seth con comprensión y continuó—: Estoy segura que El Buen Señor sabía lo que Él estaba haciendo cuando les dio a los animales una vida más corta que las nuestras. No obstante, cuando amas a uno, eso es difícil de soportar.

—Eso es cierto.

— ¿Debo traer agua? —Trudy preguntó, esperando distraer su atención de que su perro estaba envejeciendo.

—No. Habrá agua en abundancia a donde vamos —dijo Seth, extendiendo ambas manos—. Permíteme tomar la comida.

Trudy le entregó los paquetes, y el los acomodó dentro de las alforjas de Copper.

Por primera vez, Trudy notó que ambos caballos llevaban bolsas de yute colgadas a través de la parte posterior de las sillas de montar. Copper tenía una manta enrollada, en la que se veía algo, como una pala doblada, envuelta dentro de la manta. Ella apuntó a la yegua pinta. — ¿Para qué es eso?

Los ojos de Seth brillaron. —Es una sorpresa.

Aliviada de ver que él se había deshecho de su melancolía, Trudy trató de adivinar qué clase de sorpresa requeriría una pala, pero se dio por vencida cuando Seth tomó su mano y la estiró hacia Saint.

Seth desamarró las riendas de Saint y se las entregó a ella. Entrelazó los dedos de sus manos para que Trudy se apoyara al subir. —Para arriba, Sra. Flanigan.

Oh, como le gustaba cuando él la llamaba así. Trudy puso su pie en las manos de él y balanceó su pierna sobre el lomo de Saint, acomodándose en la silla de montar.

—Espera aquí —subió rápidamente los escalones y entró en la casa, regresando en solo un momento y llevando el rifle que normalmente colgaba sobre la puerta.

Trudy vio el arma y se estremeció. Después de su encuentro con la pantera, la realidad de que sus aventuras podían involucrar peligro le quitó un poco de su entusiasmo.

Seth se dio cuenta que ella miró el rifle cuando él lo deslizó dentro de su funda en la silla de Copper. —Dudo que vaya a necesitar esto, Trudy. Pero solo por si acaso… Más vale prevenir que lamentar.

—Por supuesto — dijo Trudy.

Él desamarró las riendas de Copper y se balanceó para subirse a la silla. — ¿Estás lista, Sra. Flanigan?

—Totalmente —dijo ella.

Seth presionó con sus rodillas a Copper para avanzar. —Entonces sigamos el arroyo.

Pasado poco tiempo, pasaron por un territorio familiar para Trudy, no era que los alrededores cambiaron mucho al principio. Pero gradualmente, el terreno se inclinaba hacia arriba, a las montañas. Más y más árboles salpicaban las orillas de la corriente, extendiéndose dentro del bosque. Aquí, los árboles de hoja perenne, suministraban un rico fondo verde a las ramas con retoños de los árboles de hoja caduca.

Trudy estaba encantada con la vista de los árboles, las sombras moteadas, el susurro del viento a través de las ramas, la sensación de abundancia al ver tantas de ellas juntas. Quería ver a todos lados al mismo tiempo, desde el hermoso cielo azul hasta las tímidas flores silvestres. Se prometió hacer una exploración más de cerca de la flora y fauna cuando se detuvieran.

Se dio cuenta que, en los parques de St. Louis, la naturaleza estaba acicalada en alguna clase de sombra silvestre domesticada, carente de la extravagancia y libertad de los vastos espacios abiertos. Algo se engrandeció en su alma con la belleza de Montana.

Seth la dirigió por un angosto sendero, el cual se hizo más empinado después de que entraron en las laderas. Cabalgaron por una hora más. Los muslos de Trudy comenzaron a protestar con el largo viaje. Ella se movió en la silla de montar, tratando de estar cómoda, y esperando llegar pronto a su destino.

Seth volteó para verla, con una pícara mirada en su rostro.

¿Qué está tramando?

—Cierra tus ojos por un momento, Trudy. No mires hasta que te diga. Confía en que Saint seguirá a Copper —le dijo Seth.

Ella cerró sus ojos apretándolos y casi de inmediato quiso abrirlos, sin gustarle la inquietante sensación causada por su falta de visión. Confía en Seth. Trudy trató de distraerse escuchando el sonido de los cascos de los caballos, el rechinar de la silla de cuero, sintiendo el balanceo del andar del caballo, el dolor en sus muslos.

Un sonido de un torrente de agua casi la hizo abrir sus ojos para mirar, pero Trudy se dominó manteniendo los ojos bien cerrados. El sonido del agua creció hasta rugir, y sintió una brisa de rocío en su piel, casi sin poder contener su impaciencia.

—Puedes mirar ahora —le dijo Seth.

Al fin. Ella abrió sus ojos para ver una cascada, de varios pies de ancho, precipitándose sobre un barranco, cayendo unos veinte pies en una gran charca color verde, rodeada de un claro de césped, brillando con el sol. Un empinado monte de cada lado del barranco llevaba hasta un bosque de pinos en la parte superior. Su corazón se conmovió con la belleza del paisaje, y dejó escapar un profundo suspiro de felicidad. — ¡Oh! —Fue la única palabra que pudo pronunciar.

—Esto es todavía parte de nuestra tierra, Trudy. La tierra de los Flanigan.

Ella se volteó para encontrar que Seth la observaba para ver su reacción. — ¿Tenemos nuestra propia cascada? —ella no podía creer que tuvieran tal tesoro.

El asintió con su cabeza, su rostro lleno de orgullo.

— ¡Que maravilloso! No podía haberme imaginado tal maravilla.

Él desmontó, sacando unas trabas de su alforja y atándolas alrededor de las patas de Copper. Quitando la brida, la colgó en una rama. La yegua comenzó a pastar, arrancando montones de hierba de espesas matas.

Seth caminó hacia ella y la agarró de la cintura. Sus fuertes dedos en los costados de ella, la levantaron para bajarla de Saint.

Cuando Seth la soltó, Trudy dio unos pocos pasos, tambaleante. Sus piernas protestaron con el movimiento.

Él tomó las riendas de Saint de las manos de Trudy, le puso las trabas al caballo, y colgó la brida junto a la de Copper.

Trudy se aventuró cerca del agua hacia un parche arenoso entre varias rocas pequeñas. Con cuidado de no mojar la bastilla de su falda dividida, ella se agachó y tocó el agua. El frío heló sus dedos.

—Agua de deshielo —su esposo se paró justo detrás de ella.

Ella se enderezó y balanceó su mano en un gran movimiento, señalando el paisaje —Esto es tan hermoso, Seth.

Con una sonrisa juguetona, le dijo: —En el verano, me gusta venir aquí a nadar. Desnudo, por supuesto —él apuntó hacia las cascadas, actuando como si no hubiera dicho nada provocativo—. Hay una cueva secreta detrás de ahí. Bueno, más bien es más como un hueco. Te lo mostraré cuando haga suficiente calor —sus ojos la retaron a responder.

La idea de nadar desnuda en una charca de una cascada llenó de calor su cuerpo. Suena como la aventura perfecta. Y la perfecta oportunidad para demostrarle a mi esposo que deseo más intimidad. Ella bajó su mirada y luego con mirada coqueta vio a Seth y dijo: —Espero con ansias los calurosos días del verano.

Él rio a carcajadas y la atrajo hacia sí para un abrazo que la meció en el aire.

Al bajarla al suelo, él dijo: —Eres un deleite para mí, Trudy.

—Trato de ser una buena esposa —dijo ella, en el mismo tono de fingido recato.

—Entonces, muy bien, buena esposa. Esa cabalgata ha estimulado bastante mi apetito

—él le sonrió maliciosamente, asegurándose de que ella captara el doble sentido de su frase.

—Entonces creo que tendré que alimentarte —Trudy movió sus pestañas hacia abajo, mirándolo coquetamente—. La comida está en las alforjas. Sugiero que la saques —ella señaló a Copper, usando un imperativo movimiento de su muñeca, pero la sonrisa en sus labios echó a perder el efecto dramático.

* * *

Seth y Trudy reposaron sobre una manta en el claro, suficientemente lejos de la cascada para poder evitar el rocío y platicar sin que el ruido de las cascadas ahogara sus voces. Habían consumido cada bocado de la deliciosa comida que Trudy había traído, bebiendo agua fría y cristalina de la charca, para pasar los alimentos.

Después de semanas de constante trabajo, Seth se encontró sintiéndose perezoso y disfrutando de la vista de su esposa bebiendo agua en ese bello escenario. Ella le hizo ver las cosas con ojos nuevos. La mayor parte del tiempo, él estaba tan atrapado en el trabajo como para detenerse y apreciar el entorno que él daba por sentado. De hecho, ni siquiera había cabalgado hasta la cascada en los últimos años, no desde que su padrastro murió y él se convirtió en el dueño de la granja.

Pero cuando él seguía la mirada sorprendida de Trudy, u observaba la curva de su cuello cuando ella volteaba al cielo para mirar un halcón flotando en el aire, él también podía absorber la grandeza de la naturaleza, llenándose de gratitud porque esa belleza era parte de sus tierras.

No que realmente él pudiera poner un reclamo en esta tierra. La cascada y la charca, las montañas y el bosque, realmente le pertenecían a Dios, sin importar cuál nombre estaba escrito en un pedazo de papel.

Seth miró al sol, dirigiéndose en un arco hacia abajo. De mala gana, se sentó, no queriendo irse. Prometió hacer más tiempo para regresar con frecuencia. —Vamos, Sra. Flanigan. Se está haciendo tarde —Y tengo que desarraigar unos árboles. Extendió su mano para ayudar a Trudy a levantarse. Algo en la forma en que ella lo miró, con inocente seducción, la luz del sol brillando en su cabeza, abrillantando en color del más fino oro su cabello rubio-rojizo; el color de sus ojos tan azules como el cielo, el rosa de sus labios, ligeramente apretados, lo tomó desprevenido.

Ella puso su mano en la de él, un toque que, para esta hora, ya debía serle familiar. Pero el roce del contacto, los dedos de ella envolviendo los suyos, envió una candente sacudida de sensibilización directamente a su entrepierna.

Seth la atrajo hacia sí, soltando su mano, y deslizando sus brazos alrededor de ella, acercándola más. Sintiéndose intoxicado, la besó, y cuando los labios de ella se entreabrieron, el profundizó su contacto. Como se besaron por un rato, él pudo sentir el cuerpo de ella fundirse contra el de él. Él rozó sus labios sobre su mejilla, presionándolos contra la suave piel de su cuello, inhalando su esencia.

Una ráfaga de viento trajo el rocío hacia ellos, la humedad sobre su piel, un recordatorio para enfriar su ardor. Renuente, él se hizo para atrás.

Trudy lo miró con deslumbrantes ojos azules.

A Seth, Le tomó todo su esfuerzo para detenerse, para no continuar y hacerle el amor a su esposa en el césped, cerca de la cascada. Pero él quería que ella estuviera segura… Él quería estar seguro. Después, él prometió. Cuando ella me haya dicho que está lista.

* * *

Cuando Seth se hizo para atrás, Trudy no podía respirar, y se sintió mareada como si hubiera estado girando en círculos. Ella miró fijamente los irresistibles ojos de su esposo. Se veían oscurecidos de pasión, ella se sintió debilitada. Lo bueno fue que los brazos de él la rodeaban, todavía sosteniéndola. Ella trató de inhalar, para encontrar su equilibrio.

— ¿Estás bien? —Seth le preguntó, con voz entrecortada.

Quizás él está tan conmocionado con nuestros besos como lo estoy yo.

—Por supuesto —Trudy trató de hacer firme su voz, para no revelarle lo mucho que él había impactado sus sentidos. Aunque, por qué sentía la necesidad de disimular con su esposo…

—Es hora de tu sorpresa —Seth apuntó a la parte superior del barranco, cuadrando sus hombros. —Allá, Sra. Flanigan. Escoge algunos árboles jóvenes mientras todavía hay tiempo, para que, regresando a casa, los pueda plantar antes de que oscurezca.

Trudy aplaudió. — ¡Árboles!

Seth rio y levantó su mano para que hiciera silencio. —Solo cuatro árboles jóvenes. Van a pasar años antes de que se conviertan en la clase de árboles que tú quieres.

—Pero es un comienzo. Muchas gracias, Seth —Trudy lanzó sus brazos alrededor de él y le dio un sonoro beso en los labios. Entonces lo soltó y se alejó rápidamente, agarrando su falda dividida para poder trepar por el cerro hasta los árboles. Ella enterró los dedos de sus pies en el empinado costado del cerro, sintiendo el esfuerzo en los músculos de sus piernas, y la necesidad de respirar, pero no se detuvo, ansiosa por huir de la proximidad de Seth. Al menos hasta que ella pudiera recuperar algo de calmada apariencia.

—Escoge cuatro que estén aproximadamente a la altura de la cintura —Seth le dijo.

Trudy alcanzó el área del grupo de árboles y se detuvo, jadeando, agradecida de que había atado, sin apretar, los cordones de su corsé. Mientras recuperó el aliento, ella vio un joven árbol casi justo del tamaño correcto. Se veía saludable. —Éste —dijo, palmeando una de las ramas, y luego miró sobre su hombro para buscar a su esposo.

Seth había enderezado la pala plegable y a zancadas, subió la colina con ella sobre su hombro, silbando. Él hizo parecer muy fácil, el trepar el cerro.

Su corazón dio un salto, agitado. Incómoda con la sensación, Trudy se volteó y obnubilada escogió un segundo árbol de casi el tamaño justo. Oyó crujir las pisadas de Seth sobre las agujas de pino. —Aquí hay otro —se agachó bajo algunas ramas de árboles más grandes y se metió más adentro de la arboleda. Aspirando el aroma de la resina de los pinos.

Su cabello se enredó en una rama. Con una exclamación de enfado, Trudy jaló su cabeza para liberarse, pero una sección de cabello se salió de su moño. Diestramente, se quitó las horquillas, sosteniéndolas en su boca, alisando su cabello suelto. Ella comenzó a torcer el montón de pelo para rehacer el moño.

Las manos de Seth en las de ella, detuvieron el movimiento. Suavemente las presionó hasta que ella bajó sus brazos. Él alejó un rizo de cabello de su cara, moviendo con su dedo el mechón. —Tu cabello brilla como el oro con la luz del sol. Me gusta así, suelto —él paso su mano sobre la cabeza de ella y por su espalda.

La respiración de Trudy se entrecortó. Ella se quitó las horquillas de su boca y las sostuvo en su mano.

—Nunca había visto a una mujer con su cabello suelto. Bueno, aparte de mi Ma, desde luego.

Seth no hablaba mucho de su madre. Curiosa, Trudy preguntó, — ¿Qué color de cabello tenía ella? ¿Café como el tuyo?

—Más oscuro. Cuando ella cepillaba su cabello en las noches, yo siempre pensé que se veía como seda negra —él le sonrió a Trudy, aunque sus ojos se veían tristes—. Uno de sus admiradores le había regalado un chal de seda negra, así que sabía cómo se veía ese material.

—Suena que era hermosa —dijo ella.

—Teníamos los mismos ojos. Ojos de Flanigan, ella así les llamaba. Los ojos de su padre y de sus hermanos —Seth dijo.

—Tú me platicas de tu padrastro, pero nunca mencionas a tu padre.

Él bajó su barbilla. —No tuve uno. Por eso yo llevo el apellido de mi Ma. Luego George tomo ese lugar y me hizo su hijo —Seth esperó por la reacción de Trudy.

¡Seth es hijo ilegítimo! El saberlo hizo que Trudy se tambaleara de la impresión. Pero luego ella miró los hermosos ojos Flanigan de Seth, familiares y queridos, y se dio cuenta que las circunstancias de su nacimiento no le importaban. —Desearía haber podido conocer a tu madre —le dijo.

—Todavía la sigo extrañando —la mirada en sus ojos se hizo distante. Él presionó un beso en la mejilla de Trudy, luego se hizo para atrás y continuó cavando.

Con manos temblorosas, Trudy puso las horquillas en su boca y torció su cabello haciéndolo moño. Luego clavó las horquillas de una en una. Para cuando había terminado, Seth había aflojado la tierra alrededor del pino. Puso la pala a un lado, se agachó, y metió sus manos en la tierra.

Trudy levantó el saco de yute y lo sostuvo abriendo la parte superior.

Seth levantó el árbol poniéndolo dentro de la bolsa. Él le quitó el bulto y lo puso a un lado, entonces comenzó a cavar para sacar el siguiente árbol.

Todo el tiempo que trabajaron, Trudy pensó acerca de lo que acababa de suceder. Otra vez, ella percibió que Seth se había retraído, pero ahora se dio cuenta del por qué. Él está en duelo por su madre. Trudy podía entender el duelo. Aún después de cinco años, algunas veces la abrumaba el dolor de perder a su madre. Y el dolor podía apuñalarla en los momentos más inesperados. El más pequeño incidente podía disparar un recuerdo, derramando la tristeza en un día ordinario.

Con un estallido de amor, Trudy miró a su esposo sacando la tierra con la pala. Vio los músculos de su espalda y de sus brazos dibujados a través de su camisa y recordó lo duros que se sentían bajo sus manos.

Tengo que hacerlo hablar acerca de su madre. Compartiremos nuestro pesar. Llorar a nuestras madres juntos. Una vez que lo hagamos, nuestros corazones se abrirán el uno para el otro. Cosquilleos de emoción corrieron a través de su cuerpo con el pensamiento. Y entonces podemos comenzar un matrimonio de verdad.

Solo necesito hacerlo hablar.

Trudy: Una novela del cielo de Montana
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