CAPÍTULO CUATRO


Trudy salió del tranvía y caminó calle arriba hasta la gran casa estilo Victoriano en rojo-y-blanco situada en la esquina. Con una punzada de envidia, ella admiró los elegantes adornos de los bordes, estilo pan de jengibre, y la torrecilla redonda en el extremo izquierdo de la estructura. Siempre había querido una casa con una torrecilla. Ella ahogó un suspiro, dudando que casas tan bonitas existieran en los pueblos fronterizos a donde ella se dirigiría. No una cabaña de una habitación, por favor Dios. Eso sería demasiado para una aventura.

Apresuró su paso por el camino empedrado, hasta el porche blanco con rosas trepadoras mostrando capullos amarillos creciendo sobre los barandales, y tocó en la puerta color gris.

Una joven mujer como de su edad, abrió la puerta. Debajo de un delantal blanco con una mancha embarrada en el bolsillo, ella usaba una falda y blusa negras. Su cabello rubio oscuro estaba estirado hacia atrás en un moño, y algunos mechones habían escapado para rizarse alrededor de su rostro. Las cejas de la doncella se arqueaban sobre sus ojos azules.

Sacando el anuncio de su bolso, Trudy entregó el maltratado pedazo de papel que ella había recortado del periódico hacía meses, y dijo: —Soy Gertrude Bauer. Estoy aquí para aplicar para ser una novia por-correo.

Una sonrisa estalló sobre el rostro de la mujer y dijo —Adelante.

Trudy se encontró a sí misma relajándose por la cálida bienvenida de la doncella.

—Permítame llevarla a la sala e informarle a la Sra. Seymour que usted está aquí. La Sra. Seymour es la dueña de la agencia. ¿Le apetece algo de té? —La doncella dijo.

—Un té sería encantador, gracias —Trudy siguió a la doncella dentro de un salón doble, algo más grande que el de ellos en casa. Dos sofás en un terciopelo café desgastado, flanqueaban la chimenea, y ella tomó asiento en el más cercano. Un fuego suave ardía en la chimenea, y una gran fotografía oval de un hombre y una mujer colgaba sobre la repisa. El hombre vestía un uniforme, y la mujer usaba un vestido blanco. ¿Un retrato de bodas? El estilo del vestido de la mujer, veinte-años-pasado-de-moda, con una ancha crinolina, significaba que la pareja no podía haber sido hecha a través de la agencia.

Trudy echó un vistazo alrededor de la habitación, notando una lámpara de cristal bonita con cuentas colgantes en la pantalla, colocada en la parte superior de un piano vertical. Ocupada con la preparación de la boda de Anna, ella no había practicado su música en semanas. Sería bonito tocar piano mientras tuviera una oportunidad antes de irse de St. Louis, ya que no podría volverlo a hacer otra vez.

La puerta del otro lado de la habitación se abrió, y una mujer alta ahí estaba de pie, una versión más vieja de la novia en la fotografía de bodas. Ella tenía un rostro atractivo, aunque maltratado, y tenía un cierto aire de autoridad. Su cabello café oscuro tenía un mechón plateado en la sien y estaba peinado hacia atrás en un moño simple. El severo corte de su vestido azul, le recordó a Trudy, un uniforme militar.

Cuando la matrona vio a Trudy, una expresión de sorpresa se mostró en su rostro, solo para desvanecerse de inmediato. Ella atravesó la habitación con paso ligero y extendió su mano diciendo: —Señorita Bauer, soy la Señora Seymour.

Ambas tocaron sus dedos, en saludo, entonces la Sra. Seymour señaló hacia la puerta y dijo: —Por favor, venga a mi estudio. Evelyn estará aquí pronto con una bandeja de té.

Trudy entró en la habitación. — ¡Oh! —Ella exclamó, viendo como las ventanas de la torrecilla llenaban de luz la habitación—. Me encanta esta habitación —un asiento de rosa terciopelo a lo largo del perímetro del cuarto. Deseó poder acurrucarse en los cojines con un libro y pasar la tarde leyendo.

La Sra. Seymour se sentó frente a un secreter de nogal e hizo un ademán para que Trudy se sentara en la silla Windsor frente al escritorio. Mientras Trudy se movía hacia el asiento, ella vislumbró la fotografía sobre el escritorio. Mostraba al mismo hombre de la foto sobre la chimenea en la sala, aunque en esta fotografía, él era mayor y usaba un uniforme mucho más elaborado, incluyendo varias medallas.

La Sra. Seymour evaluó a Trudy con perspicaces ojos azules. Ella jaló un libro, tomo una pluma, y sumergió la punta dentro de un tintero en forma de manzana y dijo: —Permítame hacerle unas pocas preguntas, Señorita Bauer, antes de que le explique qué es lo que la Agencia del Oeste de Novias por Correo tiene para ofrecer.

—Sí, señora —sintiendo un nerviosismo repentino, Trudy apretó sus manos en su regazo donde la Sra. Seymour no las podía ver.

La matrona procedió a preguntar acerca de su edad, educación, antecedentes familiares, habilidades domésticas, talentos, y qué era lo que Trudy estaba buscando en un esposo, tomando notas todo el tiempo. Cuando Trudy discutió su deseo para ver nuevos lugares y tener aventuras, la mujer alzó sus cejas. —Insólito —ella comentó—. La mayoría de las mujeres quieren estabilidad y se conformarán con alguien bondadoso que las apoye.

—Yo también quiero eso —Trudy protestó, inclinándose hacia delante—. Pero si eso fuera todo lo que yo requiero, podría encontrar esposo, justo aquí en St. Louis. De hecho, yo podría encontrarlo justo en la casa de al lado.

—No te estaba criticando, querida. Sino todo lo contrario. Mi esposo, el Coronel Seymour, fue apostado en el Oeste —dijo la Sra. Seymour y su mirada volteó a la fotografía, permaneciendo ahí por un momento—. Yo viajé con él tanto como era posible. Tuve más aventuras que la mayoría de los hombres tienen en sus vidas. Fueron años maravillosos. Extraño esos tiempos —ella miró a Trudy directamente—. Si usted escoge la vida de una novia por-correo, usted será probada, querida, en formas que ni siquiera imagina. Usted experimentará privación y alegría, descubrirá fortalezas dentro de usted, y debilidades, también. Usted hará recuerdos que guardará en su corazón para siempre.

Con una sacudida de su cabeza, la Sra. Seymour se recargó en su silla y dijo: —Bien. Ese no es un discurso que normalmente doy a mis nuevas novias. Espero no haberla espantado.

Trudy dio un salto, impropio de una dama, en su asiento diciendo: —De ningún modo. Gracias por hablarme con franqueza… por comprender lo que anhelo. Yo siento que Novias del Oeste Por-Correo es la agencia correcta para mí.

La Sra. Seymour hizo a un lado el libro mayor y dio un ligero golpe a la carpeta de piel debajo de él y dijo: —Tengo varios esposos potenciales que pueden convenir a sus necesidades. Sin embargo… —los ojos de la matrona brillaron y su sonrisa de deleite, brevemente, la hicieron verse como una niña—. Usted encaja perfectamente con los requerimientos de un hombre en Sweetwater Springs, Territorio de Montana. Acabo de recibir su carta el día de hoy. Quedé bastante desconcertada al verla a usted.

La emoción se arremolinó en el estómago de Trudy. ¡El Territorio de Montana!

—Normalmente yo no le muestro, a las futuras novias, las cartas de los hombres en esta etapa. Pero tengo un buen presentimiento acerca de usted. Mi procedimiento es requerir que las novias vivan aquí donde yo las puedo observar, por al menos dos semanas, para evaluar sus habilidades domésticas y hacerlas tomar lecciones en áreas donde ellas son deficientes. Por supuesto, la espera para la pareja correcta puede tomar varios meses. ¿Será usted capaz de quedarse aquí? —La Sra. Seymour dijo.

— ¿Puedo visitar a mi padre? —Trudy preguntó.

—Por supuesto. Todos los días si así lo desea.

—Entonces estoy de acuerdo en mudarme aquí —Trudy dijo aliviada, porque ella no tendría que sacrificar los últimos preciosos días con su padre.

—Bien. Es bastante obvio por su fino vestido, que usted no requerirá de mis alojamientos más económicos en el ático —la Sra. Seymour dijo—. Tengo un dormitorio que usted puede compartir con otras cinco futuras novias, o las recámaras sencillas que son más caras. Aunque usted tendría menos privacidad en el dormitorio, tendría la oportunidad de hacer amistad con las otras mujeres. Frecuentemente, mis novias forman amistades duraderas y continúan escribiéndose después de que se van de aquí. Nadie entiende más acerca de las emociones y dificultades de convertirse en una novia por-correo que otra novia por-correo.

A Trudy le gustó la idea de alojarse con otras mujeres. Todas sus amigas hacía tiempo que ya se habían casado y empezado sus familias. Ellas estaban demasiado ocupadas para pasar mucho tiempo con ella. —Tomaré el dormitorio —Trudy dijo.

—Excelente —dijo la matrona tomando una carta—. No puedo esperar dos semanas antes de enseñarle esta y otras dos cartas. Estoy confiando en mis instintos que me dicen que usted tiene las habilidades domésticas que dice tener, y que estas dos semanas de observación serán una mera formalidad. Y requeriré una carta de referencia de su ministro.

—Eso no será un problema —Trudy dijo, relajando sus manos—. No pienso que pueda esperar dos semanas para oír más acerca del hombre en el Territorio de Montana. ¿Puedo leer su carta?

La matrona asintió con su cabeza y dijo: —El Sr. Seth Flanigan ha escrito la carta más insólita, declarando que él está dispuesto a abstenerse de consumar el matrimonio inmediatamente. Ahora, mi política es pedirle a los esposos, elegidos por mis novias, que deben esperar un mes antes de comenzar las relaciones maritales, con el fin de darle tiempo a la esposa, para desarrollar sentimientos por él y se acostumbren a su nueva vida. Pero es raro para un futuro novio que ofrezca su disposición para hacerlo así. Este hombre ha escrito que él esperará hasta que su esposa se sienta dispuesta, lo cual no necesito decirle, puede ser mucho más tiempo que el mes que yo les requiero.

Eso sonó como un buen plan para Trudy. A su edad, ella estaba más familiarizada con lo que ocurría entre un hombre y una mujer que una niña ingenua. De hecho, ella había tenido una discusión con Anna acerca de lo que ocurriría en su noche de bodas. Pero tanto como Trudy había planeado convertirse en una novia por-correo, ella había tratado de no pensar en el sometimiento de su cuerpo para el placer de un hombre. Un mal necesario para el matrimonio, su ama de llaves le había dicho hace muchos años cuando ellas habían hablado acerca del acto marital. Para ella, el proceso completo sonaba incómodo. Oh, sí. Esperar un rato, ciertamente sería agradable.

La Sra. Seymour abrió la carpeta y hojeó las páginas, hablando acerca de las bellezas del Territorio de Montana mientras ella buscaba algo. Sacó dos hojas de papel dobladas y dijo:

—La carta y referencia del ministro del Sr. Flanigan… —ella dio un vistazo a la parte inferior de la página—, el Reverendo Norton.

A Trudy ya le había gustado cómo sonaba ‘Seth Flanigan’ y dijo: — ¿Puedo? —Ella extendió su mano para tomar la carta. Su corazón dio un salto, e hizo una pausa antes de leer. Lo que está escrito en este pedazo de papel puede cambiar toda mi vida.

—Léalo, y luego le daré la correspondencia de los otros dos hombres que tengo en mente —dijo la Sra. Seymour—. Es tan agradable tener de dónde elegir, ¿no cree usted? Algunas de mis novias no tienen tanta suerte.

Trudy tomó un profundo respiro y leyó la carta lentamente, tratando de absorber la información. Con su corazón agitado y un nudo en el estómago, batalló para descifrar las frases y tuvo que detenerse en varias ocasiones y volver a leer. Si bien la escritura de Seth Flanigan no resistiría al escrutinio de la antigua institutriz de Trudy, quien habría insistido en una escritura inglesa perfecta, su caligrafía se veía fuerte y bien cuidada. Sin embargo, la mancha en la página, le habría hecho ganarse un golpe en la mano, de la regla de la Señorita Kelly.

Terminando, Trudy dejó escapar su respiración, que no se había dado cuenta, había estado sosteniendo, y presionó la carta en su corazón diciendo: — ¡Él suena perfecto! Montañas y pradera, amplios espacios abiertos y paisajes majestuosos, justo lo que yo quería.

La Sra. Seymour se divertia. — ¿Y qué acerca del hombre mismo? ¿O del hecho de que él la describió perfectamente? —la Sra. Seymour dijo—. Por supuesto, todavía no sé si usted tiene una personalidad vivaz o le gusta platicar, pero usted me parece bastante elocuente.

Trudy se sonrojó y dijo: —Por supuesto, eso también es importante.

La Sra. Seymour se inclinó hacia delante y le entregó dos cartas más, diciendo:

—Estos dos hombres viven en pueblos por donde pasa el ferrocarril, como usted pidió. Si usted escoge uno de estos tres, le permitiré responderle en… —ella tocó con un dedo su barbilla— en dos días, así tengo un poco de tiempo para observarla. A menos que, por supuesto, yo cambie de opinión y decida que usted necesita más entrenamiento. ¿Puede usted mudarse mañana en la mañana? Entonces usted podrá ayudar a cocinar y prepararse para nuestro almuerzo.

—Por supuesto. Lo que usted quiera.

La Sra. Seymour asintió decididamente y dijo: —Sin embargo, usted no le dirá a las otras novias que es posible que yo la dispense del requerimiento del periodo de las dos-semanas. Algunas de ellas…bueno, digamos que ellas requieren una extensa preparación para alcanzar los estándares de la agencia. Por supuesto, no estoy diciendo que les mienta… solo no hable acerca del tiempo. ¿Tenemos un acuerdo?

—Estoy de acuerdo —dijo Trudy. Sintiéndose menos tensa, a Trudy le fue más fácil leer las palabras de los hombres. Un hombre vivía en el Este de Texas. Mientras él trataba de hacer que el ambiente sonara hospitalario, Trudy había oído sobre esa área, de Jane, una antigua compañera de colegio, quien se había mudado allá con su esposo para comenzar un rancho. Jane era miserable en esa tierra caliente y polvorienta. Y si bien eso podría ser tolerable si ella pudiera establecerse cerca de una amiga, este hombre no vivía cerca de Jane. Un no definitivo. Trudy colocó la carta sobre el escritorio.

El segundo hombre expuso un buen caso para sí mismo, lo cual, dado que él era un abogado como el padre de ella, tendría sentido. Él tenía una escritura elegante y usó lenguaje educado para expresar su situación grave. Este hombre, sin embargo, tenía dos hijas y un hijo y quería una madre para ellos. Después de haber criado a sus hermanas, Trudy quería algo de tiempo a solas con su esposo, tiempo para esas aventuras antes de que los bebes hicieran su aparición. Además, el apellido del hombre era Hottenslager. Un escalofrío corrió a través de ella. Ella definitivamente no quería responder a ‘Sra. Hottenslager’ por el resto de su vida. La carta siguió a la otra, a la parte superior del escritorio.

Una vez más ella escogió a Seth Flanigan y leyó lo que él había escrito. Esta vez las palabras fueron más fáciles de absorber. La casa era más pequeña de lo que a ella le habría gustado, pero al menos, no era solo una habitación, y él había prometido añadir más. Sra. de Seth Flanigan. Gertrude Flanigan. Trudy Flanigan. Ella experimentó con su posible nuevo nombre. Sí, a ella le gustó el sonido del mismo. La sensación de que era lo correcto la hizo mirar a la Sra. Seymour y decirle: —Si usted me da su aprobación, yo tomaré a este hombre.

* * *

Al día siguiente, Trudy trajo su baúl de ropa y accesorios a la agencia. Después de demostrarle con éxito, según los exigentes estándares de la Sra. Seymour, que ella sabía cómo freír pollo a un crujiente color café dorado, preparar puré de papas en el que no pudiera encontrar un solo grumo, y glasear zanahorias tiernas, tan dulces que sabían como caramelo, así como preparar una tarta de la canasta de manzanas que ella había traído de su casa, Trudy se ganó la aprobación de la matrona.

Más tarde, en su camino al dormitorio, Trudy iba pasando la puerta abierta del baño del piso superior, cuando ella oyó un sonido que era en parte horror, en parte grito. Ella se apuró dentro del baño y encontró a la doncella, Evie, presionada contra la pared de paneles de madera blanca, con el trapo de limpieza en su pecho como un escudo. Ella estaba mirando hacia arriba al techo sobre el retrete.

— ¿Pasa algo malo? —Trudy preguntó.

Evie la miró y se ruborizó, diciendo: —Le tengo miedo a las arañas —ella apuntó a una gran araña color café, colgando en la pared, esperando para caer sobre la cabeza de una desprevenida doncella que estaba usando las instalaciones.

A Trudy tampoco le gustaban las arañas y normalmente le pedía a su padre que se encargara de ellas. A menos que él no estuviera en casa y entonces ella tenía que hacerse cargo de la situación.

Pero en esta casa con solo mujeres, no había un caballero en brillante armadura al cual llamar para matar a la bestia. Ella arrancó varias hojas de Papel Medicado Gayetty del paquete junto al lavabo, trepó en el retrete, agarró la araña, y la apretó hasta matarla. Luego tiró el cuerpo envuelto en el papel, dentro del inodoro y jaló la cadena, vaciando la carga de agua con la araña, por el desagüe. —Ahí está. Estamos a salvo —ella le sonrió a Evie—. Me da gusto que la hayas visto. Imagina si la araña hubiera caído sobre ti mientras…

Evie se estremeció y dijo: —Lo siento, Señorita Bauer. No fue mi intención molestarla.

—Tonterías. Fue un gusto ser de ayuda. Y llámame Trudy. Después de la aventura que acabamos de tener, creo que tendremos que considerarnos amigas.

—Es usted muy amable, Señorita Bauer —Evie se enderezó de estar recargada en la pared—. Gracias. Quiero decir, la mayoría de las otras novias ni siquiera me notan si estoy por ahí, sin mencionar el dirigirme la palabra… mucho menos ofrecerme su amistad.

Trudy alzó sus cejas. ¿No estamos en América? ¿La tierra donde los hombres, y en nuestros casos, las mujeres forjan su propio camino?

—Yo sigo siendo la doncella —Evie respondió suavemente.

Trudy puso sus manos sobre sus caderas y dijo: —Mis abuelos inmigraron a este país desde Alemania. Ellos eran zapateros pobres sin ninguna educación. Pero reunieron suficiente dinero para enviar a mi padre a la escuela, y él estudió duro. Uno de los fideicomisarios de la escuela lo patrocinó para que asistiera a la universidad y se convirtiera en un abogado. Nosotros no somos ricos ni nada, pero salimos adelante y apreciamos a aquellos que se esfuerzan como nosotros lo hacemos.

Evie rozó un dedo por el fino material de la manga de Trudy y dijo: —Pienso que usted y yo tenemos una idea diferente de la riqueza.

—Quizás así sea —Trudy rio mientras hablaba—. Pero todos tenemos oportunidades, Evie. Primero necesitamos reconocerlas cuando cruzan nuestro camino, así podemos apoderarnos de ellas.

Evie asintió con su cabeza, frotando el trapo a lo largo del borde del lavabo y dijo: —Oh, estoy plenamente de acuerdo.

—Por eso estoy aquí —Trudy puso firmeza en su tono—. Quiero una clase de vida diferente.

—Ciertamente usted tiene confianza en sus convicciones. Yo admiro mucho eso —Evie dijo.

Trudy dejó escapar una larga exhalación y dijo: —Te diré algo que no le he dicho a nadie más. Algunas veces, me quedo despierta en la noche, con miedo. Estoy arriesgando toda mi felicidad futura —ella se encogió de hombros y le sonrió a su nueva amiga—. Pero como dice la Biblia, “La alegría vuelve por la mañana”. Así que, dejo que la luz del sol desvanezca mis dudas.

Evie tendió sus manos y tímidamente tomó la mano de Trudy.

Trudy pudo sentir la aspereza de las palmas de las manos de la doncella, agotadas por el trabajo.

—Me ha dado mucho en que pensar —dijo la doncella, apretando la mano de Trudy, y luego la soltó. Evie sonrió como si ella tuviera un gran secreto para compartir, luego pareció pensarlo mejor, porque ella movió el trapo hacia la puerta diciendo: —Creo que usted tiene una lección de cocina, y yo tengo que terminar de limpiar el baño.

Trudy: Una novela del cielo de Montana
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