CAPÍTULO VEINTICUATRO


Ese día más tarde, Seth paseaba por la calle principal de Sweetwater Springs hacia la casa de los Cameron, con su esposa tomada de su brazo, sintiéndose como el gallo del gallinero. Él captó las sutiles miradas de los hombres cuando ellos pasaban, o en el caso de Henry Arden, una fija y directa mirada a Trudy. Orgullo y posesividad hicieron que la atrajera más cerca a su lado.

Trudy lo miró y le dio su sonrisa muy especial, la sonrisa que ella reservaba solo para él. Parecía que ella no se daba cuenta de la atención que atraía su presencia, aunque la mirada de Arden la hizo sonrojar, haciéndola ver aún más adorable. Los listones azules alrededor del borde de su gorro y atados bajo su barbilla hacían que sus ojos se vieran más azules que nunca, y la expresión feliz en su rostro, encumbró sus esperanzas.

Esta noche… él supo que esta noche era la noche. El miró hacia el sol. Apenas era de tarde, pero quizás ellos podrían comenzar el festejo más temprano.

¿Quién habría pensado que una novia por-correo me traería tanta felicidad?

Ellos llegaron a la casa de los Cameron y se detuvieron afuera en la cerca.

Seth abrió la reja para Trudy, desenvolvió la mano de ella de su brazo, la volteó, y dejó caer un beso en la palma de su mano, encantado con el tono rosado que coloreó las mejillas de ella. Él tocó su sombrero a manera de saludo para ella y dijo:

—Nos encontraremos en la tienda —su esposa quería visitar por unos pocos minutos a la Sra. Cameron, y teniendo en cuenta el énfasis que el Reverendo Norton puso, en que una mujer necesita pasar tiempo con otras mujeres, él se figuró que una visita social complacería a Trudy. Y una esposa contenta simplemente puede hacer de mí un hombre feliz.

Seth regresó caminando por la calle hasta la carreta, la cual él había estacionado frente a la tienda. Trudy tenía una gran lista de compras, y Seth no le encontró sentido a cargar todos los paquetes caminando por la calle. Él se trepó para sentarse y se recargó, observando, ociosamente, la vida en el pueblo y disfrutando de una sensación de tranquilidad. Los momentos tranquilos durante el día, en el tiempo de primavera eran escasos, por lo que se quedó perezosamente tomando el sol y previendo a que llegara la noche. Solo el ruido de martillazos a unas cuantas calles de distancia, perturbaba su paz.

Después de un rato, Seth decidió estirar sus piernas. Se imaginó que bien podría pasear por la nueva construcción para ver qué clase de edificio estaban haciendo.

Justo antes de pasar por la taberna de Hardy, Seth escuchó el sonido de un llanto. Preocupado, se asomó por la esquina de la oficina del periódico viendo por el espacio entre los edificios. Una mujer estaba recargada contra la pared lateral de la taberna. Ambas manos cubrían su rostro, pero él reconoció su vestido rojo favorito y sus brillantes rizos negros.

—Lucy Belle —Seth la llamó suavemente, alarmado por verla llorando. No importaba lo que sucediera en la taberna, él nunca la había visto derramar una sola lágrima. Él se apuró hasta donde ella estaba.

Ella dejó caer sus manos y lanzó una recelosa mirada por donde él venía. Sus ojos se abrieron con asombro. — ¡Seth! —ella se abalanzó en los brazos de él y enterró su rostro en su chaleco. Sus hombros temblaban.

Con una sensación de impotencia, Seth abrazó a Lucy Belle y la dejó llorar, debatiéndose entre su necesidad de consolarla y la culpa por estar abrazando a una mujer que no era su esposa. Su perfume de rosas, el que antiguamente lo seducía, ahora olía empalagoso comparado con la esencia limpia de lavanda de Trudy. Sus curvas se sentían suaves como Seth siempre las había imaginado. Pero su forma no se adecuaba a él como lo hacía la de Trudy.

Finalmente, los hombros de Lucy Belle dejaron de temblar, y ella levantó su cabeza, moviéndose para separarse de él.

Él la soltó, sacando su pañuelo, y le entregó el trozo de tela.

Ella secó su rostro con cuidado, y se sonó la nariz, y trató de entregarle el pañuelo.

Seth meneó su cabeza. —Quédate con él.

—Muchas gracias —Lucy Belle le dijo, con la voz empañada de llorar. Ella caminó hacia él y de puntillas le plantó un beso en la mejilla.

—Cuéntame que tienes, Lucy Belle.

Ella meneó su cabeza.

Por un momento, Seth tuvo el inexplicable deseo de la presencia de Trudy. Él sabía que su esposa bondadosa podría encontrar la forma de hacer que Lucy Belle confiara en ella, para ayudarla en lo que fuera que estuviera mal. —Déjame ayudarte.

—No hay nada que puedas hacer —dijo con un sollozo—. Eres un buen hombre, Seth Flanigan. Espero que esa esposa tuya lo sepa.

Antes de que él pudiera encontrar algo que decir, Lucy Belle giró sobres sus talones. Él trató de detenerla, pero no alcanzó su brazo.

Ella se fue apurada, desapareciendo de vista a la vuelta de la esquina del edificio.

* * *

Llevando algunas rosas, sus tallos despojados de espinas y envueltos en un trapo húmedo, Trudy se apuró por la calle, ansiosa por encontrar a su esposo. Ella había disfrutado la pequeña charla con la Sra. Cameron, contándole a la esposa del doctor acerca de las mejoras que había hecho en la granja y platicándole acerca de su aventura con la pantera. Declinó el ofrecimiento para tomar té, queriendo terminar las compras y regresar a casa, para así poder poner en orden sus planes para la noche.

Trudy sonreía y asentía con la cabeza a manera de saludo, a la gente con la que se cruzaba por la calle, consciente de que debía reprimir el rebote que se deslizaba en cada paso que daba y caminar con el decoro de una dama. Pero no podía lograr que sus pies se comportaran.

Admirando sus flores e inhalando su dulce fragancia, Trudy cruzó la calle de tierra hacia el otro lado. ¡Había extrañado tanto las rosas!

El sonido de la música de un piano desafinado la hizo fijarse y darse cuenta que se había dirigido hacia la taberna, en vez de a la oficina del periódico. Por un instante, sus pasos titubearon. Esperando que nadie pensara que ella iba en esa dirección deliberadamente, Trudy se apuró al pasar frente a la puerta abierta.

Por el rabillo de su ojo, ella vio movimiento en el espacio entre los edificios y dio un rápido vistazo para ver a una pareja abrazándose. Avergonzada por el comportamiento de la pareja, ella miró hacia otro lado, solo para reconocer la forma de sus hombros, la camisa de rayas grises que él usaba y darse cuenta que el hombre, era su esposo. ¡No, no Seth! El aire se le atoró en la garganta. Se detuvo y miró incrédula lo que estaba frente a sus ojos.

La mujer besó a Seth en su mejilla y dijo algo.

Trudy se quedó sin aliento, luego se apuró alejándose de los dos hacia el abrigo del siguiente edificio, aliviada de que ellos no la habían visto, observando.

El dolor acalambró su estómago. Su corazón acelerado, y no podía respirar. Se sintió mareada y le dieron náuseas. Pero se forzó a seguir caminando, a saludar, asintiendo obnubilada, a un hombre quien inclinó su sombrero saludándola. Sus pensamientos se arremolinaron y ella no podía acomodarlos de ninguna forma coherente.

Una mujer de cabello oscuro pasó apurada por su lado, demasiado rápido como para que Trudy viera su rostro. Ella usaba un vestido rojo con dobladillo corto ondulado que exponía sus botas negras de botones. El vestido tenía volantes en la parte de atrás, en vez de un polisón, y los rizos negros de la mujer se deslizaban fuera de un moño decorado con una rosa de seda roja. ¿Una chica de taberna? ¿Seth estaba con una chica de taberna?

Asqueada, Trudy presionó una mano en su pecho, tratando de detener el dolor. Debe haber una explicación. ¿Lo he hecho esperar demasiado para tener intimidad? Él había prometido esperar tanto como fuera necesario, pero quizás…

—Trudy.

Ella escuchó a su esposo llamarle, pero fingió no oírlo. Manteniendo su cabeza en alto, continuó caminando.

— ¡Trudy!

Los apurados pasos de Seth sonaron detrás de ella, y, con largas zancadas, él la alcanzó. —Bonitas flores —él dijo, tomando su mano y acomodando los dedos de ella en el doblez de su brazo como si nada acabara de pasar. Ella quería recriminarle, pero las palabras se quedaron encerradas en su interior. Sintiéndose desmayar, tuvo que recargarse en su brazo.

— ¿Tuviste una buena visita con la Sra. Cameron?

La visita con la esposa del doctor parecía haber tomado lugar hace años. Ella asintió, sintiéndose aturdida. Odió como ella necesitaba de su brazo para apoyarse cuando todo lo que quería hacer era huir.

* * *

Todavía sorprendido por lo que acababa de suceder con Lucy Belle, Seth luchó por encontrar su equilibrio emocional. Él tenía todo lo necesario para platicar racionalmente con Trudy y esperó que su esposa astuta no notara que no estaba siendo él mismo. Contrólate, hombre. No hay nada que puedas hacer por Lucy Belle si ella no te permite ayudarla. Tu esposa es quien importa. Él trató de enterrar su pasado tras de él, para concentrarse en Trudy.

Justo cuando llegaron a la tienda, la puerta se abrió y Frank McCurdy y Lucy Belle salieron. El hombre ofreció su brazo para la chica de la taberna.

La impresión detuvo a Seth en frente de la pareja, sus botas rasparon en la tierra.

Con ojos alicaídos, Lucy Belle puso su mano en el doblez del brazo de McCurdy.

Ver a ambos juntos le hizo sentir un puñetazo de terror a través del estómago de Seth. Él nunca esperó ver a Lucy Belle del brazo de McCurdy. Él la estudió.

Lucy Belle había perdido peso y se veía pálida. Cuando ella levantó la vista y lo miró, Seth vio la infelicidad en sus ojos color café. Su nariz todavía estaba roja por el llanto. Parecía que su antigua vitalidad se había agotado.

Él se detuvo, sin estar seguro de que hacer o de cómo ayudarla.

Trudy hizo un pequeño sonido de angustia. Ella lo miró interrogante.

Seth tampoco supo cómo contestarle.

McCurdy tomó el asunto en sus propias manos. Su sonrisa para Trudy rebosaba encanto. —Mi querida Sra. Flanigan, no creo que haya conocido a la Señorita Lucy Belle Constantino. Ella había estado… lejos del pueblo desde que usted había llegado.

¿Qué pasó con su matrimonio? ¿Ahora está con McCurdy?

Consciente de los instintos de su esposa, Seth supo que Trudy debió haber percibido la tensión entre ellos tres.

Pero la sonrisa que le dirigió a la chica de taberna mostró la bondad característica de Trudy. —Señorita Constantino, encantada de conocerla.

El movimiento de los labios, en una tensa sonrisa, de la chica de taberna, carecía de su usual desenvoltura.

Su falta de vitalidad, la mirada de angustia en los ojos de Lucy Belle, estrujó el corazón de Seth. Si ellos hubieran estado solos, Seth podría haber hablado con ella, asegurarle su apoyo. Mejor él que McCurdy. El canalla solo se aprovecharía de ella.

Él todavía necesitaba llevarse de ahí a su esposa, lejos de la proximidad de McCurdy antes de que la alimaña dijera una sola palabra acerca del pasado interés de Seth en la chica de taberna o sobre la apuesta que el hombre tuvo con Slim.

Aun así, Seth se quedó, congelado, debatiendo entre querer ofrecer su apoyo a Lucy Belle y necesitando proteger los sentimientos de Trudy.

Cuando Seth miró a su esposa, vio que el ceño de Trudy se había fruncido y su boca no sonreía, su expresión era de tristeza. Una sensación de desasosiego corrió por su columna vertebral.

Ella extendió una tímida mano hacia Lucy Belle. —Por favor discúlpeme si soy atrevida, Señorita Constantino. Sin embargo, no puedo evitar sentir que usted no está bien. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarla?

Seth casi gimió.

Lucy Belle miró hacia otro lado, moviéndose inquieta, y apretó un pliegue de su vestido, una incómoda mirada en su rostro.

—Sra. Flanigan —McCurdy dijo burlonamente—. Siempre tan atenta.

Sus pensamientos se agolpaban en su cabeza ante su dilema, Seth apretó su puño.

Lucy Belle permaneció de pie, sin moverse. Agotada de toda su vitalidad, ella se veía lánguida, como una muñeca de trapo.

Le dolía verla así. Entonces un recuerdo vino de golpe a su mente. Siendo un niño pequeño, viviendo en una diminuta habitación detrás de la taberna de Hardy, antes de que perteneciera a Hardy. Viendo frecuentemente la misma expresión de desesperanza en el rostro de su madre… la impotencia que él había sentido…

¡Al diablo la apuesta! —Lucy Belle, ¿por qué no vienes con nosotros? Seth dijo en persuasivo tono. Él relajó sus puños y extendió su mano para ella.

McCurdy la jaló hacia atrás unas pocas pulgadas, dando a Trudy su sonrisa de sabandija y dando palmaditas en la mano de Lucy Belle en una muestra de falsa comprensión. —Usted verá, Sra. Flanigan. La historia es… el corazón de nuestra Lucy Belle fue roto por nada más y nada menos que su propio esposo. Ella trabaja en la taberna de Hardy, un lugar frecuentado por su esposo… y por mí. Por lo tanto, yo vi con mis propios ojos cómo él la ilusionó. Con las noticias de que él se había casado con usted, con el corazón roto, ella se conformó con los falsos afectos de un vago. El sinvergüenza la usó y la echó a un lado —McCurdy dijo.

Al oír a McCurdy trastrocar la mentira como si sus palabras fueran la verdad, Seth entró en pánico.

Lucy Belle meneó su cabeza. La rosa en su cabello se deslizó hasta el suelo. —No —ella susurró.

Pero Trudy no vio la reacción de la chica de taberna porque volteó a ver a Seth, con una interrogación en su mirada.

—No es como él dice —Seth tartamudeó, meneando su cabeza—. Trudy, tú sabes que…

— ¿Qué frecuentas la taberna?

—Ya no más —dijo Seth, tartamudeando—. Tú sabes que…

— ¿Sientes algo por la Señorita Constantino? —Trudy lo interrumpió.

Seth titubeó, reacio a tener esta conversación en frente de McCurdy. Su mirada iba y venía entre Lucy Belle y Trudy, sintiendo como se le formaba un nudo en el estómago.

Trudy debió ver la respuesta en su rostro. — ¿Sí es verdad? —Sus ojos se llenaron de dolor, su cuerpo se tensó. —Aun así, ¿jugaste con sus sentimientos? ¿Le hiciste creer que tus intenciones eran serias?

La reprobación en su voz retorció sus entrañas. — ¡No! —Seth protestó—. Yo nunca jugué con Lucy Belle. Pensé que la amaba. Quizás hasta quise casarme con ella —Tan pronto como las palabras salieron de su boca, Seth podría haber cortado su garganta.

McCurdy rio a carcajadas, el sonido ronco y estridente. —Así que esa apuesta que hicimos acerca de que tú ya tenías una mujer… cuando afirmaste que ya tenías una elegida… ¿todo era mentira?

Sintiéndose como si hubiera caído en arena movediza, Seth trató de recuperar el equilibrio. — ¡No! ¡Sí! —dijo él.

—Bueno, —McCurdy lo provocaba—. ¿Cuál era?

Seth quería borrar la expresión de desprecio del rostro de McCurdy.

De nuevo, el ceño de Trudy se frunció, y se volteó para enfrentarlo. — ¿Una apuesta? ¿Qué apuesta?

La malicia brilló en los ojos de McCurdy. —Slim me apostó que Seth podría encontrar una novia en el término de dos meses.

— ¿Tú también apostaste? —Trudy preguntó en un susurro, y entonces su mano se levantó para cubrir su boca.

El sufrimiento en su voz secó las palabras de Seth. El dolor se alojó en su garganta y él trató de pasar saliva para tragarlo.

—No —McCurdy contestó por él—. Pero inventó una chica, ‘pelirroja, no una rubia, no una pelirroja’. Así de alta —Él demostró la altura sosteniendo su mano en alto—. Ojos azules. Creo que él debió haber escrito y la pidió a usted por correo.

Ella miró a Seth con ojos llenos de dolor. —Eso hizo. De una agencia de novias por-correo.

Todo se había descubierto, y enfrente de la más grande calamidad. A Seth ni siquiera le importó.

— ¿Le mentiste a tus amigos? —Trudy preguntó.

—No fue así —Seth enderezó sus hombros y levantó su barbilla—. McCurdy, esto no es asunto tuyo. Y te agradecería que guardes tus intrigas para ti mismo —Esta vez él tuvo éxito en llevar a Trudy hasta los escalones de la tienda.

Pero antes de que ellos pudieran entrar, ella arrancó su mano lejos del brazo de él.

—Quiero irme a casa.

Eso sonaba como el mejor plan, también para Seth. Él podría explicarse en el camino de regreso a casa. Seguramente, después de escuchar toda la verdad, Trudy entendería.

Trudy: Una novela del cielo de Montana
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