CAPÍTULO DOS
Seth Flanigan cabalgó al pueblo de Sweetwater Springs desde su granja en la pradera. Él se detuvo en la estación del tren para recoger su correo.
Jack Waite, jefe de la estación y empleado de correo, le entregó las publicaciones atrasadas del periódico Billings Herald al cual Seth se suscribió con el fin de mantenerse al día en sus conocimientos del resto del mundo, o al menos, del resto del mundo del Territorio de Montana.
Después de guardarlos todos, excepto el número más reciente del periódico, dentro de su alforja, Seth dirigió su caballo de raza, Saint, por la calle, hacia la taberna de Hardy, tratando de evitar los peores charcos de lodo. Él se esmero en su arreglo, ye el de Saint, un alazán con dorados crin y cola y una personalidad que hacía juego con su nombre, el cual significa ‘santo’ en español, para ir de cortejo. Él no quería enlodar sus botas más de lo que tenía qué.
Mientras él se acercaba a la Taberna de Hardy, los latidos del corazón de Seth se aceleraron. Él no había visto a Lucy Belle Constantino desde el último deshielo entre las tormentas de nieve, cuando él había hecho un viaje rápido al pueblo, en apariencia, para encontrar un poco de compañía después de estar encerrado, solo, por semanas. Pero en realidad él tenía en mente algo de coqueteo. Él había estado soñando acerca de los brillantes rizos negros de Lucy Belle, sus vivaces ojos negros y su curvilínea figura, y quería ver esa sonrisa de complicidad que ella mostraba solo para él.
Seth bajó su mano para cubrir su bolsillo frontal donde el anillo de granate descansaba acomodado contra su cadera. Hoy es el día en el que me convertiré en un hombre comprometido. Pronto no habría más dolor por la pena de extrañar a su Ma y a su padrastro. No más noches solitarias, durante meses y meses, con solo la compañía de su perro. Lucy Belle pronto estaría calentando su cama e iluminando su vida como una luz de bengala. Él sabía que ella estaría agradecida de dejar su trabajo en la taberna. Ella no era una de las prostitutas de Hardy. Aunque algunos clientes no lo sabían, y ella había tenido que hacer a un lado numerosas propuestas. Pero ninguna de matrimonio.
Siete caballos estaban atados al barandal de amarres afuera de la taberna. Él reconoció al caballo café de Slim Watts, al pinto de Hosiah Jung, la yegua negra de Jasper Blattnoy, y para su sorpresa, el castaño de Nick Sanders. No era que un chico de diecisiete o dieciocho años, o cualquier edad que tuviera el chico, fuera demasiado joven para beber. Pero el jefe del muchacho, John Carter, manejaba estrictamente a su equipo. Él no aprobaba que sus ayudantes pasaran el tiempo en la taberna. Y Sanders estaba bajo la tutela de Carter. Si Carter se daba cuenta, habría graves consecuencias.
Seth caminó a través de la puerta abierta del edificio verde de dos pisos y miró alrededor, su corazón se aceleraba en expectación. Él inhaló el aire cargado de olor a whiskey y humo de cigarro. No vio a Lucy Belle inmediatamente. Ella no estaba recargada contra la barra, larga y pulida, platicando con los dos clientes a quienes él solo conocía de vista, ni tampoco detrás del mostrador limpiando los vasos y sirviendo tragos. Ella no estaba con sus brazos colgando sobre el piano desde donde, el músico flaco, tocaba melodías que filtraban música a través de la habitación y afuera hasta la calle.
Seth hizo un gesto de desagrado. El piano necesitaba afinarse, y para él, el sonido de la música era como las garras de un gato en una pizarra.
Lucy Belle no estaba sentada en ninguna de las tres mesas redondas tomando una bebida con un cliente, ni estaba jugando a las cartas. Quizás ella está en la cocina. Él dio un vistazo hacia el balcón con barandal que corría atravesando la mitad de la habitación. Ella no estaba recargada sobre el barandal observando, y él no se atrevió a subir las escaleras para ver si ella estaba en su diminuta habitación.
Combatiendo una punzada de decepción, tomó un asiento en una mesa vacía y asintió con su cabeza amistosamente a los hombres y al joven jugando póker en la mesa junto a él. El humo de cigarro se arremolinaba sobre sus cabezas. Slim, Hosiah, y Jasper lo saludaron llamándolo por su nombre.
Seth alzó sus cejas a la presencia de Nick en la mesa, y el muchacho le sonrió tímidamente. Un muchacho como ese no tiene cabida en una mesa de cartas. Lo van a limpiar en un santiamén. Al menos no está fumando.
Un extraño en traje negro asintió con su cabeza antes de regresar la mirada a sus cartas para estudiarlas.
Normalmente, Seth tomaría un asiento en la mesa de póker y jugaría en la siguiente mano de cartas. Pero él quería algo de tiempo a solas con Lucy Belle, y no podría simplemente, levantarse a la mitad de un juego. En vez de eso, sacó el periódico.
Justo cuando él leía el primer encabezado, el sonido de los tacones de botas y el cencerrear de espuelas le hizo levantar la mirada para ver quién acababa de entrar por la puerta. Él hizo una mueca cuando vio a Frank McCurdy entrar caminando como si fuera el dueño del lugar. El hombre se quitó su sombrero Stetson, por lo que la luz del sol a través de las ventanas brilló en su cabello rubio. La mirada de sus ojos dorados ignoró a Seth y pasó sobre él como si no existiera.
McCurdy tenía la extensión entre la casa de Seth y Sweetwater Springs. Hace dos años, él había armado un gran lío porque Seth cabalgaba por una esquina de sus tierras donde él fácilmente podía vadear el arroyo para llegar al pueblo. Él trató de prohibirle a Seth que “allanara” su tierra. El forzar a Seth a que se mantuviera fuera de sus tierras, significaba una cabalgata de cinco millas rodeando el arroyo, hasta el siguiente vado. El alguacil tuvo que intervenir para hacerlo ceder. Los dos hombres, habían tratando de evitarse, desde entonces.
McCurdy también le había estado poniendo mucha atención a Lucy Belle últimamente. Mayormente, Seth pensó, lo hacía solo para sacarlo de quicio. Las manos sobonas del hombre eran demasiado familiares con su persona, algunas veces yendo tan lejos como para golpearle el trasero cuando ella pasaba por su lado. Una vez, él la hizo tirar una bandeja de vasos. Cada vez, Seth reunía toda su compostura para no arrancarle el brazo a McCurdy, y eso fue aún antes de que a él se le ocurriera la idea de casarse con ella.
Lucy Belle le advirtió a Seth que dejara de defenderla, diciendo que la atención era solo parte del trabajo, sin importar lo mucho que ella lo detestaba. Ella puso en claro que podía cuidarse por sí misma. La mayor parte de las veces, las mujeres podían —usualmente con una sonrisa, una ocurrencia, y un gracioso giro— apartarse de las manoseadas.
La Ma de Seth también había hecho así, cuando ella trabajó como chica de taberna, por la mitad de sus años de crecimiento, con su cabeza en alto, una presta sonrisa, sin importar lo que los canallas le dijeran e hicieran a ella. Él había odiado la situación de su Ma en ese entonces, así como odiaba la situación de Lucy Belle ahora.
Seth regresó su atención de nuevo al periódico, así él no tendría que darse por enterado de que la alimaña deambulaba cerca. Le dio una ojeada al artículo que despotricaba acerca del trabajo que Grover Cleveland y el Congreso estaban haciendo en Washington. Él era un hombre de voto, en efecto. Pero después de eso, él ya no tenía ni voz ni voto en lo que esos hombres de gobierno tramaban. El discutir con ese montón para que hagan leyes sensatas era como tratar de arrear monos y tener la probabilidad de éxito. No tenía caso mortificarse acerca de lo que ellos planeaban hacer o no hacer. Pero esa opinión no sentaba bien con hombres a quienes les gustaba discutir acerca de la política, incluyendo a McCurdy.
A Lucy Belle le gustaba el debate político, y ella estaba firmemente del lado de Cleveland. A ella no le gustaba que Seth se negara a discutir y ella lo miraría con sus destellantes ojos oscuros, alzando su nariz respingada, unas pocas pulgadas. Algunas veces ella se iría enfadada, los volantes de su vestido corto rebotando sobre su trasero redondeado cuando ella caminaba. Una vista muy bonita.
Para dejar de tamborilear con sus dedos impacientemente, sobre la mesa, él agarró el periódico y leyó detenidamente el siguiente artículo. Este discutía el matrimonio venidero del presidente con Frances Folsom, veintisiete años menor que él. Normalmente, Seth le habría dado una rápida leída a ese artículo también, pero sus propias nupcias cercana, hicieron más relevante el tema. Y él sabía que Lucy Belle estaría interesada en la información.
El anuncio para Novias Por-Correo de la Agencia Oeste, captó su mirada. Compañeras por-correo. ¡A Dios gracias, yo no tengo que recurrir a algo como eso!
Debido a su creciente inquietud acerca de su larga espera para que Lucy Belle apareciera, para el momento en el que Seth leyó acerca de la Revuelta de Haymarket, apenas y se podía concentrar en las palabras. Dejando el periódico en la mesa, él se levantó y caminó hacia la barra.
El juego de cartas acababa de terminar, y Slim le sonrió, mostrando los huecos entre sus dientes. Él inclinó su cabeza hacia la mesa como una invitación para que Seth se les uniera.
Seth sonrió en señal de gracias y meneó su cabeza.
Él pasó por un lado de McCurdy, quien había tomado un asiento en una mesa vacía y cuidaba un vaso de whiskey. Un poco temprano para estar bebiendo, en la opinión de Seth, pero la mayoría de los hombres que patrocinaban la taberna no compartían sus puntos de vista.
Hardy, el propietario de la taberna, era un mole corpulento, quien, con su nariz redonda aguileña, espeso y largo bigote, y gran papada, a Seth siempre le recordaba a la morsa que él había visto en las páginas de su libro favorito acerca de animales exóticos. — ¿Qué vas a tomar, Seth? —el tabernero le preguntó.
—Café —Seth dijo recargándose contra la barra, esperando mientras Hardy le fue a servir una taza de la olla que siempre hervía a fuego lento sobre la estufa en la cocina. Mientras el hombre iba a través de la puerta hacia la otra habitación, Seth estiró su cuello para ver si él podía alcanzar a ver a Lucy Belle ahí atrás.
Hardy regresó más pronto de lo que Seth esperaba y captó su mirada. El dueño de la taberna puso la taza en el mostrador y dijo: — ¿Estás buscando a Lucy Belle?
Algo acerca del tono en la voz del hombre hizo que los instintos de Seth se aguzaran.
El sonido de la mesa de póker se detuvo, y las miradas de todos los hombres penetraron su espalda. No queriendo dejar que ellos se enteraran de sus asuntos privados, Seth meneó su cabeza.
—Seguro, él la está buscando —McCurdy dijo arrastrando sus palabras, lo suficientemente fuerte para que todos en la habitación lo oyeran—. Él siempre coquetea con esa prostituta pequeña.
Seth exploto de ira. Él luchó por evitar que sus manos se convirtieran en puños y lentamente giró para enfrentar a McCurdy.
El hombre debió haber visto el deseo de asesinarlo en los ojos de Seth, porque con una sonrisa de satisfacción se puso de pie, con su mano flotando sobre su pistola.
Detrás de él, el sonido de un rifle cortado, hizo que Seth se detuviera en seco. Hardy tenía su Winchester, en principio para mostrarla, sabiendo que la sola vista y sonido del rifle eran suficientes para desalentar a los buscapleitos. Pero él no estaba temeroso de usar el arma. También mantenía cargadas dos pistolas Colt y un garrote bajo el mostrador, para cuando él necesitaba tomar una acción rápida. En su mayor parte, siendo Sweetwater Springs completamente pacífico, el dueño de la taberna no las usaba mucho.
—Ahora, McCurdy —Hardy dijo en tono imperativo—, digo que mantengas tu mano lejos de tu pistola, o puede que tenga que volártela.
Esta vez, Seth sonrió a McCurdy.
McCurdy alzó sus cejas con inocencia burlona y levantó su mano para saludar a Hardy.
Desde el rabillo de su ojo, Seth vio a Hardy poner la Winchester sobre el mostrador. El tabernero desde debajo del mostrador sacó la Colt.
Seth no quería darle la espalda a McCurdy, así que él alcanzó la taza de café encima del mostrador. Recargándose de lado contra la barra, donde él podía ver a ambos, Hardy y McCurdy, le dio un sorbo a la infusión y se preguntó cómo podría averiguar acerca de Lucy Belle sin pedir la información.
—Ahora… —dijo Hardy sin alterar su voz, sin embargo, sus ojos entrecerrados observaban cada movimiento de Seth—. Estabas preguntando por Lucy Belle.
—No, no preguntaba —Seth lo negó, él luego podría patearse a sí mismo por la mentira.
—Seguro que él estaba preguntando —McCurdy dijo burlándose—. Él está enamorado de ella.
El cuerpo de Seth se puso rígido y dijo: —No, no lo estoy —él se preguntó quién se había apoderado de su lengua.
Hardy sonrió y dijo: —Bueno, en ese caso, no te importará escuchar las últimas noticias.
— ¿Noticias? —Tratando de actuar despreocupado, Seth tomó otro sorbo a su café. La amarga infusión se había quedado demasiado tiempo en la estufa y sabía como la corteza de un árbol hervida.
—Nuestra Lucy Belle está ascendiendo en la vida —el tono de McCurdy la menospreciaba—. Conoció a un comerciante viajero y se fue con él. Afirmó que ellos se casarían y regresarían a abrir una tienda. Supongo que te dejó abandonado, Flanigan.
Una rápida punzada de decepción se intensificó en conmoción y dolor, por lo que Seth hizo lo mejor que pudo para ocultarlo bajo una conducta indiferente. Él no iba a exponer su punto débil a los colmillos de McCurdy. —No, no me dejó —su lengua dejó salir las mentiras antes que su cerebro pudiera seguirle el paso—. Yo ya tengo a alguien en mente para ser la Sra. de Seth Flanigan —Oh, Dios, ¿qué estoy diciendo?
Desde la otra mesa, donde el juego de póker todavía no continuaba, Slim dijo riendo:
—Aah, cuéntanos, Flanigan. ¿Cómo es ella?
Tan diferente como es posible de Lucy Belle. —Bonita. Ojos azules. Rubia…pelirroja…rubia —Seth destrozó su respuesta.
McCurdy rio a carcajadas y dijo: —Rubia, pelirroja, rubia —él lo remedó—. Suena como si tuvieras tres mujeres ahí, Flanigan. Supongo que no puedes encontrar una que te quiera, así que andas repartiendo tus favores por ahí con la esperanza de que una se te aferre.
—No —dijo Seth, luchando por ocultar la desesperación en su voz—. Ella es así de alta —dijo él midiendo con su mano hasta su barbilla—. Alegre personalidad. Muy platicadora.
—Te hará bien tener algo de personalidad alrededor tuyo — rio Hosiah—. Has estado demasiado callado desde que George murió.
Seth entrecerró sus ojos viendo al anciano, como advertencia para que se callara la boca. Él no tenía deseos de ventilar su pena acerca de la pérdida de su padrastro en frente de McCurdy. Era suficientemente malo las noticias sobre Lucy Belle, por lo que todavía tenía su corazón tambaleante.
McCurdy le dio un sorbo a su whiskey y dijo: — ¿Es ella una prostituta como Lucy Belle?
Antes de que el hombre pusiera su vaso abajo, Seth se le aventó a McCurdy, atrapándolo por sorpresa, empujando su puño por debajo de la quijada de la alimaña.
El hombre voló contra la mesa. Su vaso de whiskey giró en el aire, derramando algo del licor en el rostro de Seth. El vaso se rompió en pedazos contra el piso. McCurdy se tambaleó en sus pies y saltó sobre Seth.
Él atrapó al hombre por los hombros, queriendo empujarlo hacia un lado. El puño de McCurdy se estrelló contra el estómago de Seth.
Seth se inclinó hacia delante, envolviendo su estómago con sus brazos.
McCurdy dobló su brazo para darle otro golpe al rostro de Seth.
Nick Sanders saltó poniéndose de pie.
Sus ojos se entrecerraron con rabia, su rostro rojo, McCurdy estaba demasiado concentrado en Seth para poner atención al muchacho.
Nick vino por detrás del hombre, agarrándolo por los hombros para detenerlo.
El codo de McCurdy le pegó a Nick en el rostro. Con un crujido, le saco sangre de su nariz.
La intervención del muchacho fue suficiente para que Seth se enderezara y se plantara sobre sus pies, con los puños arriba, aguardando.
Pero antes de que McCurdy pudiera moverse, Hardy, llevando la porra en una mano, agarró al hombre por el hombro, jalándolo hacia atrás y empujando el garrote en su rostro y diciendo: —Un solo movimiento más, y sentirás el peso de esto —el hombre gruñó.
La advertencia fue suficiente para hacer que McCurdy entrara en razón, se arrastró medio paso hacia atrás y extendió los dedos de sus manos. Él trató de quitarse de encima la mano tamaño-jamón de Hardy, pero el gigante lo apretó para mantenerlo calmado.
—Ustedes dos pagarán la cuenta de daños en mitades —Hardy dijo en tono que no permitía protesta.
Solo se había quebrado un vaso. No habría mucho que pagar.
McCurdy maldijo: —Flanigan empezó.
Hardy lo sacudió diciendo: —Tú lo comenzaste hablando de Lucy Belle con tu asquerosa boca. Ella es una chica buena, especialmente desde que ella tenía que aguantar a tipos como tú. Ahora lárgate de aquí, y no regreses hasta que puedas controlar tu lengua repugnante—Hardy le dijo y le dio un empujón hacia la puerta.
El impulso llevó a McCurdy unos pasos hacia adelante. El vidrio crujió bajo sus pies. Él se inclinó hacia adelante y agarró su sombrero del piso dónde había caído, cuando Seth lo había tumbado contra la mesa. McCurdy le lanzó una mirada de odio a Hardy. Cuando pasó por un lado de Seth, en su camino hacia la puerta, dijo en voz suficientemente alta para que todos oyeran: —Flanigan no tiene ninguna mujer que quiera ser su esposa, mucho menos una bonita y rubia, pelirroja, rubia. Apuesto mi dinero en ello.
—Yo tomo la apuesta —Slim dijo—. Diez dólares dicen que Flanigan tendrá una esposa rubia pelirroja en los siguientes dos meses —él le guiñó un ojo a Seth.
Con una sonrisa final, McCurdy enderezó su saco, se puso el sombrero, y salió de la taberna.
El silencio se asentó en la habitación.
—Gracias, Nick —Seth temblaba de rabia, y su estómago le dolía por el golpe que le había dado McCurdy. Aunque su dolor, no se notaba. No como con Nick, quien usaría una nariz rota desde ese día en delante. Él sacó su pañuelo azul y se lo empujó al chico, señalándole que sostuviera el paño en su nariz y le dijo: —Te debo una.
Nick hizo bola el pañuelo y lo presionó en su nariz. —No es correcto el insultar a una dama —Nick susurro con tímida dignidad.
—Eso es seguro —Seth le dio una palmada en el hombro al hombre joven—. De cualquier forma, ¿qué demonios estás haciendo tú aquí?
—Un desafío —Nick murmuró.
—Un desafío. Ya eres demasiado viejo para dejarte llevar por un desafío.
Avergonzado, Nick desvió su mirada.
—Bueno, has aprendido tu lección. Ve a ver al Doc Cameron. A ver que puede hacer por tu nariz. Luego trata de limpiar la sangre de ti para que no vayas a poner a la Sra. Carter a gritar en el momento en que ella te ponga los ojos encima.
—Gracias —el muchacho murmuró y caminó hacia la puerta para salir.
A través de la ventana, Seth podía ver a Nick apurándose por la calle. Todavía endemoniadamente furioso, dejó caer una moneda sobre la barra, tomó su periódico rumbo a la puerta, y salió enfadado.
Seth dio dos pasos hacia su caballo, luego se detuvo, examinando la calle, como si él pudiera conjurar a una pelirroja-rubia disponible, o, a una rubia-pelirroja con ojos azules y una alegre risa a la cual él pudiera llevar a la casa del ministro y salir de ahí ya casado con ella.
Pero todo lo que vio fue a la Sra. Cameron, la esposa del doctor, dirigiéndose a la tienda. Ella tenía el color correcto de cabello, o al menos el color en el tono correcto. Sus rizos elásticos eran rojos, sin tono amarillo en ellos. Ella intercambió saludos con la Sra. Cobb de cabello-café, quien estaba barriendo los escalones de la tienda. La Sra. Mueller, cuyas trenzas rubias rodeaban su cabeza, llevaba una canasta de hogazas de pan fresco, de camino a la tienda. Todas casadas. Ni una chica soltera, o de perdido una solterona, a la vista.
El eco de las burlas de los hombres resonaba en sus oídos, apretó sus dedos alrededor del periódico. El crujido del periódico en su mano le recordó el anuncio de las novias-por-correo. Aunque su estómago le dolía por el golpe que había recibido de McCurdy, Seth no permitió que el dolor lo detuviera.
Él se apuró dando la vuelta en la esquina, fuera de la vista de las ventanas de la taberna, y abrió el Billings Herald, volteando las páginas hasta encontrar el anuncio que él quería.
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No voy a hacer esto, ¿o sí?
Mandar traer a una mujer que él no conocía. Casarse con ella. ¿Qué tal si ella era una arpía? Él estaría atado a ella por el resto de su vida, una vida miserable.
Seth pensó acerca de sus sueños de casarse con Lucy Belle. Cómo él había pensado que ella le traería luz a su oscura y solitaria vida. ¿Era su deseo por ella, realmente tan obvio? Él escondió su cabeza, avergonzado, imaginándose a sí mismo como el objeto de lástima o ridículo del pueblo, la lástima o ridículo de Lucy Belle. Las puntas de sus orejas le ardieron con ese pensamiento.
El calor le extendió al rostro, su cuello, y su pecho, luego le quemaba las piernas y encendió un fuego bajo sus pies el cual lo impulsó al abrevadero de los caballos. Él echó agua en su rostro para limpiar la peste del humo de cigarro y whiskey. Sacudiendo sus manos para secarlas, y marchó por la calle rumbo a la iglesia.
A mediodía, entresemana, asumió que el Reverendo Norton estaría en casa en su estudio. O al menos Seth esperó que así fuera. Si el ministro estaba fuera llamando a sus feligreses, entonces Seth tendría que esperar. Y si él esperaba, tendría tiempo para pensar, y con el pensamiento vendría la precaución. No, él estaba arrojando la precaución a los vientos de Montana.
Él caminó por detrás de la iglesia hasta la pequeña casa parroquial y tocó a la puerta.
La Sra. Norton abrió. Su cabello rubio estaba generosamente mezclado con canas, peinado hacia atrás en un apretado moño. Ella usaba un sencillo vestido azul, tan opuesto como es posible, al vestuario de Lucy Belle.
Él hizo una mueca de dolor pensando en Lucy Belle. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que la saque de mi mente?
La amable sonrisa de la Sra. Norton le dio la bienvenida y dijo: —Sr. Flanigan, pase. El Reverendo Norton está en su estudio. Él está escribiendo el sermón del domingo.
—No quiero molestarlo, señora.
—El Sr. Norton está acostumbrado a las interrupciones. Él afirma que las interrupciones, frecuentemente estimulan nuevas ideas para la homilía.
Seth se acordó de la pelea en la taberna. Él le proveería el forraje para el sermón, muy bien. Aunque tal vez no lo que el buen reverendo tenía en mente.
La Sra. Norton hizo un ademán para que pasara adentro.
Mientras Seth entraba por la puerta, él esperó que la esposa del ministro no percibiera el olorcillo del whiskey, que se había filtrado en su camisa.
Si la Sra. Norton lo olió, ella era demasiado educada como para mostrar una reacción.
Ellos caminaron por el corto pasillo hacia el estudio, el aroma de carne horneada y de algo dulce, quizás tarta, le recordó a Seth que él no había comido mucho. Había estado demasiado atrapado en su futura propuesta para concentrarse en la comida. La casa de los Norton era mucho más pequeña que la de él, pero tenía la calidez doméstica que Seth anhelaba para sí mismo, esa calidez que él había esperado encontrar con Lucy Belle. Esta vez el dolor en su estómago no era físico. Hazla a un lado, se dijo a sí mismo. Ella ahora le pertenece a alguien más. Pronto, tú tendrás una esposa… una esposa diferente a la que yo había soñado, no obstante, una esposa.
Después de un ligero toque, la Sra. Norton abrió la puerta y dijo: —Sr, Norton, el Sr. Flanigan está aquí para verlo.
—Adelante —dijo el ministro, con voz retumbante. Él tenía un rostro austero y las canas habían sobrepasado el color café de su cabello y barba—. De cualquier forma, estoy dando vueltas en círculos con este sermón. Algo de tiempo alejado de luchar con mis palabras puede ser justo lo que necesito.
Seth sonrió y dijo: —La Sra. Norton me dice que quizás yo pueda proporcionarle algo de ayuda —él levantó una pila de libros de una silla y tomó asiento, tratando de no hacer gestos cuando los músculos de su estómago adolorido protestaron.
El ministro volteó su silla frente al gran escritorio cubierto con papeles para mirar de frente a Seth, sus rodillas casi tocándose, y lo miró con sus ojos azules penetrantes diciendo:
—No hemos tenido el honor de su presencia en la iglesia con mucha frecuencia.
Seth casi se retuerce en su asiento, como un chico en problemas, pero él apaciguó su inquieto cuerpo y dijo: —Lo sé.
La mirada del ministro lo inmovilizó. —Usted no vive los suficientemente cerca como para atender regularmente a las prácticas de la iglesia en invierno. Pero me gustaría verlo en la iglesia más a menudo, el resto del año —el ministro le dijo.
—Sí, señor —Seth le contestó.
—Ahora, ¿en qué lo puedo ayudar?
Seth titubeó, entonces sacó el periódico, se lo mostró al ministro, y señaló el anuncio de novias por-correo con su dedo índice.
El Reverendo Norton tomó el papel y leyó el anuncio con deliberación. Las comisuras de su boca se crisparon ligeramente, sin embargo él mantuvo su solemne expresión. Una vez que terminó, el ministro levantó su cabeza y miró pensativamente a Seth, diciendo: —Yo pienso que una mujer que sea buena cristiana podría ser exactamente lo que usted necesita.
— ¿Si lo cree? —Seth sintió algo de esperanza porque el Reverendo Norton sería comprensivo con su causa.
—Así lo creo —el ministro replico—. Sin embargo, hay un problema.
— ¿Cuál problema? —Seth preguntó.
—La Señora… —Él dio un vistazo de nuevo al papel—. La Sra. Seymour requiere una referencia de buena reputación por parte de su ministro. Me temo que yo no puedo darle una.
—Ya veo —Seth bajó su mirada y sintió como la vergüenza crecía en él. Yo no soy tan malo, o ¿lo soy? Su estómago le dolía, recordándole que él acababa de participar en una pelea de taberna. Quizás si lo soy.
Él comenzó a ponerse de pie, pero el ministro se inclinó hacia delante para poner una mano en su hombro, frenándolo, y dijo: —Estoy dispuesto a discutir el escribir una referencia, con la condición de que yo tenga su palabra de honor, de que usted hará algunos cambios en su vida.
Seth se enderezó y dijo: —Antes de que usted diga nada, Reverendo, primero permítame decirle lo que tengo planeado —él hizo una pausa, cudidando sus palabras—. A decir verdad, yo he pasado demasiado tiempo en la taberna. Y lo hice porque estaba solo en la granja… sin compañía. Algunas veces, yo simplemente necesito salir y ver algunos humanos. Y en la taberna, todo lo que hay para hacer es beber y jugar cartas, coquetear con las chicas, y meterse en problemas. Yo ya había resuelto no poner un pie en la taberna una vez que me casara… No necesitaría hacerlo, usted verá. Yo no tengo un ansia por el licor como algunos. Ni la necesidad de perder en un juego de póker, mis ahorros duramente-ganados.
El Reverendo Norton frotó su barba, con una mirada pensativa en su rostro y dijo: —Esas son gratas noticias. Sin embargo, no es bueno para una mujer el estar sola por largos períodos de tiempo, aún con su esposo ahí. Las mujeres requieren socializar con otros, especialmente otras mujeres. Allá donde usted vive, no habrá otras personas cerca. ¿Qué planea hacer al respecto?
Seth pasó saliva, tratando de poner en palabras sus vagas ideas. —Iglesia los domingos, por supuesto, tan a menudo como el clima y las obligaciones de mi granja lo permitan. Cualquier actividad social que a ella le interesara —Seth dijo.
Asintiendo con su cabeza, el Reverendo Norton se relajó en su silla y dijo: —Es bueno saberlo.
Seth sintió esperanza.
El ministro levantó una mano y dijo: —Le pediré a usted también, que espere para consumar el matrimonio. Darle tiempo a ella para que se acostumbre a usted, para que se encariñe con usted.
Seth tragó saliva. A él no le gustó la idea en lo absoluto. — ¿Por cuánto tiempo? —él preguntó.
—Hasta que ella elija —contestó el Reverendo.
—Eso podría ser un muy largo tiempo —Seth dijo.
—Usted es un hombre atractivo, Sr. Flanigan —el ministro dijo en tono seco—. Si usted es bueno con ella, la corteja como una mujer merece, aún y que ya estén casados, usted deberá tener el resultado que desea.
Es demasiado tarde para tener el resultado que deseo.
— ¿Le debemos rezar al Señor para que le envíe a usted la esposa perfecta?
Seth no se consideraba a sí mismo un hombre de mucha oración. Bueno, hubo esa vez cuando un rayo cayó y prendió fuego al granero, y él hubo tomado la decisión de combatir el incendio en vez de sacar a los caballos primero.
Sí, él había rezado endemoniadamente duro ese día, implorando al Todopoderoso que lo ayudara a contener el fuego antes de que quemara el granero, animales, carreta, forraje y todo. Y el Buen Señor había contestado, enviándole un torrente de lluvia para sofocar las llamas. Él recordó mantener su rostro hacia arriba al aguacero y sentirse todo agradecido hasta los dedos de sus pies. Y se aseguró de decirlo también tan… tan fuerte como pudo. Después de eso, él había despertado por semanas sudando frío por las pesadillas, por lo cerca que él había estado, de haber tomado una mala elección.
Seth buscó en su memoria. No. Él no podía recordar otra oración desde entonces. Con vergüenza, se dio cuenta de que prácticamente, se había convertido en un pagano.
El Reverendo Norton había esperado mientras Seth pensó en su respuesta y asintió con su cabeza para proseguir.
Ambos hombres inclinaron sus cabezas mientras el ministro rezó.
Seth permitió que las palabras fluyeran sobre él, concentrándose en su propia oración, mientras él le juraba a Dios, convertirse en un mejor hombre. En silencio, él pidió por fuerza y paciencia porque el Señor sabía cuánto necesitaba ambas.
Cuando el Reverendo Norton terminó de hablar, ellos abrieron sus ojos y se miraron el uno al otro, Seth sintiéndose un poco incómodo, de una forma buena, con la conexión que ellos acababan de forjar.
—Siempre es importante el comenzar cualquier empresa importante con una oración —dijo el ministro con un tono de satisfacción—. Ahora, ¿por qué no va usted a la cocina y le permite a la Sra. Norton que le sirva un pedazo de tarta? Yo escribiré la referencia mientras usted come.
Seth se puso de pie. Ni el dolor de su estómago detuvo su sentimiento de gratitud.
—Usted no se arrepentirá de haber escrito esa carta, Reverendo. Se lo prometo —Seth dijo.
La sonrisa del ministro suavizó su rostro y dijo: —Yo lo haré que mantenga su promesa, Sr. Flanigan.
Mientras Seth salía del estudio y seguía a su nariz hasta la cocina, una sensación de alivio lo hizo relajar sus músculos tensos. Él había obtenido lo que había venido a buscar. Ahora a figurarse qué quería él en una esposa, porque él tenía que escribir una carta importante.