CAPÍTULO DIEZ


Trudy se había quitado su sombrero para así poder apoyarse en la ventana del tren, esforzándose para ver las montañas que iban acercándose y haciéndose más grandes. La campiña había probado ser todo lo que ella había esperado, con la luminosa luz de la ancha pradera, verde con nuevo pasto, y cielos azules celestiales y arqueados, muchísimo más hermoso que el cielo opacado por el humo-de-carbón sobre St Louis que ella había visto toda su vida. Ahora las montañas azul-gris empujaban sus nevados picos en el cielo. Bosques cobijando sus laderas. Ella no podía esperar para bajar del tren y así, poder tener una vista completa del magnífico panorama.

En el momento justo, el corpulento conductor caminó por el pasillo, gritando:

—Sweetwater Springs. Sweetwater Springs.

Las palabras fueron como un disparo para ella, temor y emoción. Con manos temblorosas, Trudy alisó su cabello y tomó su práctico sombrero, un simple sombrero negro de ala pequeña. Ella amarró los listones azules debajo de su barbilla y se quitó el sobretodo que cubría su vestido de viaje azul de popelina.

Frotando su rostro con su pañuelo, Trudy esperó no traer cenizas y humo que soplaron de la chimenea del tren. Por si las dudas, sacó un pequeño espejo redondo de su bolso de mano para verificar. Hasta donde ella podía decir, su rostro se veía limpio, aunque pálido y cansado.

Pellizcó sus mejillas para darles algo de color, lo cual la hizo lucir mejor. Pero el rosado rubor no duró, y Trudy deseó, tan solo por esta vez, usar pintura en su rostro. No lo suficiente para verse como una chica de taberna, tan solo para tomar un poco de color. Se encogió de hombros. No que ella tuviera cosméticos, de todos modos.

El tren se sacudió al detenerse y ella batalló para ponerse de pie, tratando de sacudir las arrugas de su falda, inútilmente. Sintiéndose como una desharrapada, no era la impresión que ella quería dar a su nuevo esposo, deslizó los cordones de su bolsa de mano en su muñeca y recogió su morral. El conductor extendió su mano para ayudarla con su morral y Trudy se lo entregó, agradecida por poder caminar por el pasillo sin tener que cargar nada.

Una vez que bajó los escalones, el conductor le entregó su morral. Ella le dio las gracias, luego, ansiosamente miró alrededor buscando a Seth Flanigan.

La plataforma estaba tranquila. Ella fue la única persona que había bajado del tren, así que el único hombre, vestido en un traje, debía estar esperándola a ella. Él era alto, pero no demasiado, con hombros anchos y cintura delgada. Con alivio, Trudy se dio cuenta que ella podía tachar de su lista, el temor de esposo gordo.

Seth comenzó a caminar hacia ella, pero se detuvo un poco antes y se quitó su sombrero. Él tenía su cabeza llena de cabello color café oscuro que se ondulaba hasta sus hombros y hermosos ojos grises.

No está calvo. Ella tachó otro temor de su lista.

Seth sonrió, sin embargo sus ojos se veían vacilantes.

Él tiene todos sus dientes. ¡Comprobado!

—No tengo que preguntar si usted es la Señorita Trudy Bauer. Me puedo dar cuenta por el cabello y bonitos ojos azules.

Trudy se sonrojó, complacida por su cumplido. Ella bajó la mirada, luego de regreso al rostro de él. Sus ojos grises con oscuras pestañas la fascinaron. Una línea negra rodeaba alrededor de los iris color humo, era extraño, pero irresistible. Su rostro era más bien delgado, con una quijada firme y nariz fuerte. A ella le encantó cómo se veía su atractivo futuro esposo y deseó no estar tan fatigada por el viaje, y que ella pudiera verse mejor.

Él extendió su mano para ayudarle con su morral. —Permítame llevar eso por usted.

Ella le entregó el morral. Sus dedos se tocaron, y aún a través de sus guantes, ella pudo sentir un tibio hormigueo subir por su brazo.

Trudy no pudo evitar desear que Seth le hubiera dado un beso en su mano o levantarla en el aire con un abrazo… Ella se reprendió a sí misma por decepcionarse por ello. Somos extraños, y estamos en un lugar público. Ya habrá tiempo en el futuro para tales demostraciones.

Pero ¿qué si no ocurren? ¿Quiero vivir mi vida sin ellas? Trudy se recordó a sí misma que ella había celebrado un acuerdo contractual hecho por necesidad, no amor. Ella y Evie habían hablado de amor, principalmente porque su amiga necesitaba tan desesperadamente la seguridad del aprecio de un esposo y una familia amorosa.

Pero Trudy había sido pragmática. Hasta este minuto, Trudy no se había dado cuenta que su razones prácticas para el matrimonio podían no ser suficientes, que ella podría querer más de este hombre. En su estómago, el pánico revoloteó como las alas de un pájaro.

Detrás de ella, Trudy oyó el sonido deslizante de una rampa siendo arrastrada a la abertura del vagón. Ted, el hombre al que su padre le había pagado para viajar con las cajas, bajó pesadamente por la rampa, llevando una caja de madera en sus brazos. Él llegó tambaléandose hasta donde ellos dos estaban de pie, y medio-puso, medio-dejó-caer la caja en el suelo. Con el ceño fruncido y cara de perro apaleado preguntó: ¿Dónde quiere sus cosas, Señorita Bauer?

Trudy miró más alla de Seth a la calle de tierra, a la carreta con la yunta de caballos estacionada en la plataforma de la estación, por lo que asumió que le pertenecía a Seth. Con consternación, ella vio que sus posesiones no cabrían en la carreta, quizas ni en tres carretas. Ella agarró su bolso de mano, apretándolo. ¡Oh, por Dios! No pensé bien las cosas.

Seth apuntó a su carreta y dijo: —Cárguela.

El miró a la carreta y luego a Seth, luego escupió un chorro de tabaco hacia un lado.

Asqueada, Trudy miró hacia otro lado.

—¿Usted es el novio, eh? —preguntó Ted.

—Lo soy —Seth contestó.

—Bueno, las cajas de su novia no van a caber en esa carreta, no señor —dijo Ted.

Seth alzó sus cejas mirando a Trudy, viéndose divertido. —Bueno, creo que cumpliste tu promesa de llenar mi casa —él se encogió de hombros—. Haré dos viajes.

Trudy se sintió aliviada porque él no estaba enojado, todavía… —Puede que dos viajes no sean suficientes —Trudy dudó al decirlo, su mirada saltando de la mirada de Seth, a la caja, a la carreta—. Quizás tres… Luego está el…

—Vamos, Señorita Bauer —Seth dijo en tono juguetón—. Escúpalo.

—Mi piano —dijo Trudy.

—¡Su piano! —Los ojos de Seth se abrieron más grandes en incredulidad, y su voz perdió el tono juguetón—. ¿Cómo diablos voy a hacer transportar un piano hasta la casa? —Seth sacudió su cabeza, obviamente buscando paciencia—. No importa. Todas sus cosas están en cajas. Pueden esperar aquí en la plataforma de la estación hasta más tarde. Averiguaré cómo acarrearlas todas a la casa.

El zapateo de tacones de bota y el tintineo de espuelas los hizo voltear, de estar mirando el vagón para observar a tres hombres subir las escaleras de la plataforma.

Por la tensión en el cuerpo de su prometido y su mano libre hecha puño, Trudy supo que estos hombres no eran bienvenidos.

Ellos se veían como lo que las novelas baratas describían como vaqueros del oeste, usando pantalones de mezclilla, camisas a cuadros, chalecos y sombreros de piel, aunque ellos podían ser granjeros o forajidos. Con inquietud, ella vio las cartucheras que se asentaban bajas en sus cinturas, luego checó si Seth usaba una. No, él no usaba una.

Dos de los hombres lucían bigotes, a uno le caía el bigote alrededor de su boca, y el otro un bigote de puntas rizadas en encerada espiral hacia arriba. El guapo estaba bien afeitado, como Seth.

Este hombre enganchó un pulgar en su bolsillo y dijo: —Ahora ¿a quién tienes aquí, Flanigan? —él le lanzó a ella una atractiva sonrisa, pero evaluándola con sus dorados ojos.

Inquieta, Trudy se dio cuenta que ella no solo se estaría casando con un hombre, sino que también ella se había metido a sí misma en las circunstancias del pueblo. Y si la gente no era amigable… Ella pensó en las historias que había leído, si en realidad ellos eran peligrosos… Repentinamente, deseó estar de vuelta en el seguro y aburrido St. Louis.

¡Sé valiente, saca la casta! Trudy se regañó a sí misma. Tú querías aventuras, y aquí están.

* * *

Seth tuvo que reprimir una palabrota. De toda la gente del pueblo, tenían que ser Slim Watts, Jasper Blattnoy, y su némesis, Frank McCurdy.

Slim, con su patizambo modo de andar, caminó hasta Seth y le dio unas palmadas en la espalda. —Te vimos aquí con una mujer, y dijimos, ‘Vamos para allá y ver si estoy a punto de ganarme mis…’

—Señorita Bauer, este es Slim Watts —Seth dijo con voz suficientemente fuerte para ahogar lo que Slim estaba a punto de soltar. Él calló a su supuesto amigo con una mirada de cállate-la-boca. Mi prometida, la Señorita Bauer.

Slim le dio a Trudy una sonrisa aunque le faltaban algunos dientes. El vaquero había estado bebiendo, y el olor a whiskey y de hombre desaseado, fue suficiente para hacer que le lloraran los ojos a Seth. Trudy no va a quedar bien impresionada con mis amigos.

El arriesgó una mirada hacia su prometida y la vio tratando de esconder una mirada de consternación. Pero había que darle crédito a ella, ya que ella no se alejó de Slim

Slim se quitó su sombrero, mostando su pálida frente y escaso cabello café. —Un gusto enorme conocerla, señora. Seth ha sido muy reservado acerca de usted Slim dijo meneando su dedo pulgar hacia Seth—. ¿Cuándo es la boda?

—El Reverendo Norton nos esta esperando ahora —Seth dijo. Con un cortante ademán, él dio instrucciones para colocar una de las cajas.

Los inquisidores ojos color café de Slim brillaron traviesos. Él ignoró a Seth para examinar a Trudy. —Flanigan dijo que usted era bonita, pero no creo que le haya hecho justicia. ¿Supongo que no la puedo persuadir para que cambie de parecer acerca de Flanigan? —Él le dio un codazo a Seth— ¿Si mejor se casa conmigo?

La consternada mirada de Trudy desapareció de su rostro, y sus mejillas se inundaron de un color rosado, haciéndola ver más bonita y deseable.

Una mirada a Slim le hizo saber a Seth, que su amigo había notado la misma cosa.

Ella deslizó su mano alrededor del brazo de Seth y dijo: —Le agradezco su amable oferta, Sr. Watts —ella le dio a Seth una brillante sonrisa—. Sin embargo, ya estoy decidida.

La sonrisa de Trudy hizo algo en la sección media del cuerpo de Seth. Además, a él le gustó la sensación de los dedos de ella en su bíceps y se enderezó, sintiéndose orgulloso de que ella lo había escogido a él, aún si ganando sobre un hombre como Slim, no significara mucho.

Los otros dos avanzaron para ser presentados, —Jasper Blattnoy —Seth señaló al hombre. Él hizo la presentación con la última persona en la Tierra que él quería que ella conociera—. Frank McCurdy —Seth dijo el nombre tan rápido como le fue posible.

—Bienvenida a Sweetwater Springs, Señorita Bauer —McCurdy se quitó su sombrero. El sol brilló en su cabello y mostró sus facciones atractivas. Él sonrió con suficiente encanto para poner a bailar a una serpiente—. Lo que Flanigan, aquí, se olvidó de decirle es que yo soy su vecino más cercano. Si necesita cualquier cosa, cualquier cosa en absoluto… —el tono de su voz sonando seductor— …tan solo llámeme.

Apretando su mano libre, Seth suprimió un gruñido posesivo. Él quería lanzarle el morral a McCurdy, luego seguirlo con un golpe en su rostro. Pero con su prometida de pie junto a él, difícilmente se iba a trabar en una batalla a puñetazos. Él se forzó a relajar su mano.

Trudy sonrió y dijo. —Es usted muy amable, Sr. McCurdy.

Sí, es endemoniadamente amable. Pero como aparentemente Trudy no notó nada malo, Seth decidió no hacer una escena.

Por la calle, el movimiento captó su mirada, y él miró hacia allá para ver al Dr. y Sra. Cameron caminando hacia la iglesia con el ranchero John Carter y su esposa Pamela. Nick Sanders seguía los pasos de ellos. La Sra. Cameron llevaba un gran ramo de rosas rojas.

La Sra. Cameron los vio todavía de pie en la plataforma, hizo una seña con su mano y dirigió al grupo hacia ellos. En la estación, ella recogió su falda con su mano libre y subió los escalones. —Tendrá que disculparme, Sr. Flanigan —su grueso acento escocés sonaba tranquilizador—. Tomé por mi cuenta invitar al Sr. y Sra. Carter, a quienes atrapé justo antes de que entraran a la tienda.

Cuando el nuevo grupo se unió a ellos, los tres vaqueros se hicieron a un lado. Seth hizo las presentaciones de todos.

La sonrisa de la Sra. Carter iluminó su rostro regordete y sencillo. Sus ojos azules brillaron y dijo: —El Sr. Carter y yo queremos darle la bienvenida a Sweetwater Springs, Señorita Bauer. Como usted no tiene familia y amigos aquí, nos encantaría estar presentes en su boda.

En los tres años desde que John Carter había traído una esposa de un viaje a Boston, la calidez y amabilidad de la mujer se había ganado la simpatía de todos en Sweetwater Springs. La tensión de la preocupación de Seth acerca de la recepción de Trudy en el pueblo, disminuyó, con ésta cálida bienvenida para su novia

La Sra. Cameron le entregó a Trudy el ramo y dijo: —El Sr. Flanigan encomendó estas para usted. Él hizo un viaje especial a mi casa por ellas.

—Oh, muchas gracias —Trudy dijo casi sin voz, su rostro brillando. Ella tomó las flores de las manos de la Sra. Cameron y las sostuvo en su nariz para oler su dulzura.

Ted dejó caer otra caja, apilándola sobre la primera, diciendo: —Es una enorme carga en ese vagón. Y el tren está a punto de irse —él meneó su cabeza, y su papada tembló—. Se va a llevar las cosas con él, Señorita Bauer.

—¡Oh, no! —Trudy exclamó. Ella lanzó una mirada de preocupación a Seth.

Seth batallaba para pensar en una solución. Pero él necesitaba una acción inmediata y la presión de los espectadores, especialmente McCurdy, juzgándolo, hacían que sus pensamientos solamente se arremolinaran dentro de su cabeza.

—Calculo que necesitará tres carretas —Ted continuó en tono sombrío—. Una para ese pianito.

La Sra. Carter aplaudió juntando sus manos y dijo: —¡Qué maravilloso! El Sr. Carter hizo que trajeran un piano para mí el año pasado. Espero que haya traído música nueva.

—Si traje. Y estaré encantada de compartirla —Trudy dijo.

Carter, el principal ranchero en el área, era un hombre alto con un rostro delgado, tranquilos ojos azules, y cabello color arena. Él tenía un aire tranquilo, pero cuando él ponía las cosas en claro, la gente saltaba para cumplir con sus órdenes. Él pudo apreciar la situación de Seth con un solo vistazo y dijo: —Lo bueno es que trajimos la carreta hoy para recoger provisiones, y no el carruaje —él miró a los hombres—. Blattnoy, ¿condujiste hasta aquí en carreta?

El vaqueró sacudió un pulgar en dirección a la taberna. —Está en la taberna de Hardy —Blattnoy dijo.

—Bien. Ve a traerlo, ¿ya vas? Vamos a necesitar otro más. Nick, ve a traer el de nosotros. Dile a los Cobbs que recogeremos todo de la tienda más tarde.

Desde el día de la pelea, la hinchazón en el rostro de Nick había bajado. Pero como Seth hubo sospechado que sucedería, el golpe de McCurdy, le había dejado al hombre joven un chichón en el puente de su nariz.

—Yo puedo cargar unas pocas cosas en mi birlocho —ofreció el Dr. Cameron en grueso acento igual al de su esposa.

—Estoy muy agradecido con todos ustedes —Seth dijo, mirándolos a todos. Aunque algo de vergüenza le punzaba por aceptar ayuda, él estaba más aliviado por encontrar una solución inmediata. Él miró a Trudy, complacido de verla sonreírle en señal aprobación.

Seth no supo porqué ella lo miraba de esa manera cuando Carter había resuelto sus problemas, pero tan solo ver esa expresión en el rostro de ella, le levantó el ánimo.

—Hombres, vamos a descargar este tren —Carter ordenó—. Luego cargaremos las carretas. Después de la ceremonia, transportaremos todo a tu casa, Flanigan. Aunque, es mejor que rentes una segunda yunta de la caballeriza para el piano. Podemos engancharlos a mi carreta —él frunció el ceño—. Sé por experiencia, que probablemente un equipo de caballos no sea suficiente.

Seth hizo una mueca, pensando acerca del gasto inesperado.

Carter rio y le dio una palmada en el hombro a Seth diciendo: —Sólo da gracias de que no tienes que transportar la maldita cosa sobre un paso en la montaña, como lo tuve que hacer yo.

¡Gracias a Dios por eso!

La Sra. Cameron tomó la mano de Trudy y dijo: —La Sra. Carter y yo llevaremos rápido a la Señorita Bauer a la casa del Reverendo, donde ella podrá refrescarse y cambiarse para la boda, mientras los hombres se ocupan de la descarga.

Trudy frunció el ceño. Ella miraba a Seth y luego a John Carter, y dijo: —Mi vestido de novia está en mi baúl.

Seth tocó el dorso de la mano de ella, que todavía estaba pegada a su brazo. —Bajaremos su baúl del tren primero, lo pondremos en la carreta, y lo llevaremos a la parroquia —Seth le aseguró.

—Nick puede llevarlo en tu carreta —Carter arqueó una ceja mirando al hombre joven—. Él es suficientemente fuerte para llevar un baúl dentro de la casa, ¿verdad?

El muchacho asintió.

—Gracias Nick —Trudy dijo, aliviada—. Es el baúl café, no el verde. El verde puede ir directo a la carreta para llevarlo a la granja.

Nick asintió y se alejó a paso rápido.

—Excelente —la Sra. Carter incluyó a todos en su cálida sonrisa—. Los veremos a todos en la iglesia.

Con su brazo entrelazado en el de Trudy, las mujeres se fueron con su novia, con la esposa del doctor detrás de ellas.

Trudy le dio una mirada sobre-su-hombro como buscando seguridad.

Seth le sonrió y levantó su mano en un pequeño saludo.

Los hombres se abalanzaron hacia el vagón.

McCurdy se escabulló hacia los escalones, obviamente tratando de escaparse. El hombre no llegó muy lejos antes de que una aguda mirada de Carter, lo hiciera obedecer la orden silenciosa del ranchero, de unirse al equipo de trabajo.

Seth tuvo que ocultar su satisfacción al pensar que McCurdy era forzado a descargar las cajas de su novia.

Slim se inclinó hacia McCurdy y dijo algo que Seth no alcanzó a oír. Pero él pudo ver el perfil de McCurdy y el gruñido que hizo. Él buscó en su bolsillo, sacó algunos billetes, separó algunos, y le empujó el dinero a Slim. Por el arrogante caminar del vaquero, Seth supo que el hombre se acababa de embolsar las ganancias de su apuesta.

Sintiéndose casi tan arrogante como Slim, Seth se quitó la chaqueta, la colgó sobre el barandal de la estación y se apresuró para seguir descargando las cajas con los demás. Entre más pronto descargaran el tren, más pronto él podría casarse y tener a su novia bonita toda para él… dedicarse al asunto de comenzar una nueva vida como marido y mujer.

Trudy: Una novela del cielo de Montana
titlepage.xhtml
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_000.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_001.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_002.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_003.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_004.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_005.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_006.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_007.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_008.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_009.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_010.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_011.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_012.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_013.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_014.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_015.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_016.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_017.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_018.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_019.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_020.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_021.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_022.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_023.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_024.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_025.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_026.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_027.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_028.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_029.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_030.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_031.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_032.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_033.html