CAPÍTULO VEINTICINCO


En el recorrido de regreso, Trudy se sentó en el borde del asiento de la carreta, su estómago con náuseas, tratando de identificar el dolor de sus sentimientos. Pero todo en lo que podía pensar era que el hombre del que ella se había enamorado completamente, amaba a otra mujer.

Seth la miró ansiosamente con sus hermosos ojos grises, los mismos ojos que poco antes habían mirado al Sr. McCurdy y se habían vuelto lo suficientemente fríos como para congelar los huesos del hombre.

Trudy se estremeció, recordando, y se dio cuenta que su Seth se había convertido en un extraño. Él ya no es mi Seth.

Aun así, ella había prometido ante Dios vivir con él por el resto de su vida. ¿Cómo puedo mantener mi promesa si mi corazón está roto?

—Trudy, no es lo que tú crees, no es como McCurdy lo hizo parecer. Yo no aposté, pero me sentí obligado con Slim. El hombre me ha ayudado algunas veces, y sentí que estaba en deuda. Yo estaba solo, Trudy. De verdad quería una esposa.

Pero querías a Lucy Belle, no a mí.

—Yo esperaba que tú y yo pudiéramos tener una buena vida… construir una buena vida juntos. Y lo hemos hecho. Tienes que admitir eso, Trudy —sus dedos se apretaron en las riendas—. Juntos hemos hecho una buena pareja.

Yo no tengo que admitirte nada. Por un rato, Trudy se mantuvo en silencio, pensando.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, ella habló. —Quizás si me hubieras contado todo esto…sido honesto —ella meneó su cabeza y cerró sus manos sobre su falda—. No. Aún entonces, no habría querido casarme con un hombre que bebe y juega… uno que pasa el tiempo en tabernas.

—Pero he dejado de hacerlo. Tú sabes que no he estado en la taberna desde que nos casamos. Le prometí al Reverendo Norton que me reformaría.

Esta vez, ella volteó su cabeza y lo miró, preguntando: — ¿Qué quieres decir con eso?

—Le prometí al Reverendo Norton que dejaría de ir a la taberna de Hardy y comenzaría a asistir a la iglesia. De otra forma él no me habría dado una recomendación para enviarle a la Sra. Seymour.

Un dolor se fijó en el abdomen de Trudy y presionó una mano en su estómago. Su cabeza le punzaba. El Reverendo Norton, un hombre que yo había respetado, ha conspirado con mi esposo para engañarme. —No eres el hombre que pensé que eras.

Seth dijo algunas otras cosas, tratando de explicar… algo acerca de Lucy Belle, que estaba molesta y se lanzó a abrazarlo.

Sus palabras zumbaban en sus oídos como una abeja enojada. Todo en lo que podía pensar era en que su esposo, el hombre que ella amaba, amaba a alguien más, y que la única razón por la que ella estaba aquí en Sweetwater Springs, era por una apuesta entre Seth y sus amigos de borrachera. No porque él realmente hubiera estado solitario y estuviera buscando una esposa. Todo en lo que había basado mi matrimonio es una mentira.

Ella quería saltar de la carreta, recoger sus faldas, y correr como un venado, tan lejos de Seth, de Sweetwater Springs, como fuera posible. El resto del camino a casa, no dijo una palabra. Y entre más tiempo ella estaba sentada en silencio, más hablaba Seth, y ella menos lo escuchaba. Las palabras rebotaban en una pared invisible que ella había levantado entre ellos para protegerse, para escudar sus sentimientos. Pero, aún aislada de él, apenas escuchando mientras su esposo hablaba, ella no oyó nada acerca de que él la amara. A eso, ella le habría puesto atención, habría dejado entrar esas palabras en su corazón.

Ellos llegaron a la casa, y en vez de admirar su obra, las flores abriéndose en el patio, la pintura fresca en su morada, el parche de césped con bordes de piedras, se dio cuenta que este lugar ya no era su hogar. Su pecho se apretó hasta que apenas podía respirar. Con sus revelaciones, Seth había hecho pedazos su serenidad, su confianza, y su alegría.

Tengo que irme de aquí.

Sin esperar a ser ayudada, Trudy se bajó de la carreta y corrió a través del patio. Ella ignoró a Henry, quien a paso cansado se acercó para saludarla, y se apresuró a entrar en la casa.

En la recámara, ella abrió su baúl y comenzó a empacar, indiferente a las arrugas que le hacía a sus ropas cuidadosamente planchadas, las lanzó dentro, como cayeran. Ella recogió en sus brazos un montón de su ropa interior de un cajón y lo aventó sobre la ropa. Acomodó algunos zapatos en las esquinas, envolvió su joyero en una funda de almohada y puso el bulto dentro del morral.

Sacó los quinientos cincuenta dólares de debajo de su colchón, abrió su bolso, y metió los billetes dentro. Mi padre tenía razón en que necesitaría dinero para regresar. Ella tenía más que suficiente para regresar a casa. Por debajo de su dolor, la ira se encendió. Seth podía quedarse con el resto del dinero que ellos habían gastado. No le importó.

De un jalón, Trudy agarró su morral y aventó dentro su peine, cepillo, y espejo, ropa interior limpia, su chal, y otros pocos artículos que necesitaría con ella en el viaje. Hizo una nota mental para añadir algo de comida de la cocina.

En la otra habitación, ella oyó abrirse la puerta y el sonido de las botas de Seth en el piso.

Por el rabillo de su ojo, ella lo vio aparecer en la puerta de la habitación.

—Trudy, ¿qué estás haciendo?

—Me voy a casa… a St. Louis —ella forzó a salir las palabras a través de su apretada garganta.

— ¡Ciertamente que no te vas! —dijo Seth.

Ella actuó como si él no hubiera dicho nada. —Mandaré recoger el resto de mis pertenencias.

—Tú eres mi esposa, y te quedas aquí donde perteneces —él ordenó.

—Oh —ella le lanzó una mirada de indignación—. ¿Me vas a tener prisionera?

—Estás siendo ridícula.

—Ridícula, así soy —enojada, abrió un cajón, sacando los delantales cuidadosamente doblados, y arrojándolos en el baúl.

—Por favor, Trudy, quédate. Dame una oportunidad. Dale una oportunidad a nuestro matrimonio.

Con todo su corazón, Trudy ansiaba contestar, hacer lo que él le dijo y darle otra oportunidad. Pero su corazón ya estaba hecho pedazos, y el dolor envolviendo su cuerpo por completo. ¿Cómo podía ella arriesgarse a intentarlo de nuevo y seguramente ser traicionada otra vez? ¿Cómo podría ella vivir en este pueblo, donde ella se toparía con Lucy Belle y saber que Seth amaba a esa mujer? No puedo hacerlo, simplemente no puedo.

Todo lo que Trudy sabía era que ella tenía que alejarse de Sweetwater Springs, de Seth. Una vez que estuviera en St. Louis, ella podría pensar acerca de lo que ella quería hacer. Pero ella no podía hablar a través del nudo de dolor en su garganta y solo meneó su cabeza. Luego se detuvo, se quitó su anillo de bodas, y extendió su mano para entregárselo a Seth.

Él la miró por un momento largo y triste, mientras el brazo extendido de ella se hacía más pesado. Pero como ella no se apiadó, él tomó el anillo y lo deslizó dentro de su bolsillo. El rostro de Seth, inexpresivo, se endureció como piedra. Dio la vuelta y se fue.

Mientras el sonido de los tacones de las botas se desvanecía, Trudy tuvo que luchar para evitar echarse a llorar.

* * *

A través de todo el silente camino de regreso al pueblo, los pensamientos de Seth se arremolinaban como un tornado, pero no los podía acomodar en palabras de persuasión que la hicieran quedarse. Él ya había intentado hablarlo, y no, eso no había funcionado. Así que no dijo nada cuando compró el boleto a St. Louis, para Trudy, y cargó su baúl y equipaje en el vagón. Sí se inclinó y rozó con sus labios la suave mejilla de ella, inhalando una última vez, su aroma, necesitando la esencia para recordarla. —Adiós, Sra. Flanigan —él puso toda la ternura de su interior en esas palabras.

Los ojos de Trudy se llenaron de lágrimas. Se dio la vuelta y se apuró por los escalones a entrar en el tren.

El verla irse lo dejó sintiéndose más decaído que las suelas de sus botas. Todavía tambaleante por la partida de Trudy, Seth se fue en la familiar dirección de la taberna de Hardy. Él entró, ignorando a los clientes asiduos y a un par de vaqueros que no conocía, sentados en las mesas, jugando póquer.

Esta vez, Seth se recargó contra la barra, haciendo una señal para que le sirvieran un trago.

Hardy dejó el trapo que había estado usando para secar algunos vasos y sirvió un trago de whiskey, deslizándolo a lo largo de la pulida mesa de la barra.

Con una sonrisa irónica en su boca, Seth levantó el vaso para beber, atrapando el fuerte olor del alcohol, ansioso por sentir el ardor del licor bajar por su garganta y el calor cuando tocara su barriga. Pero antes de darle un trago, su mente se percató de lo que hacía. Consternado, puso el vaso en la mesa, sin haber probado el líquido color ámbar.

Hardy, secando vasos con un trapo, le dio una ojeada, pero no dijo nada, esperando a que Seth hablara.

Todo lo que Seth seguía viendo era la expresión de dolor en el rostro de Trudy, su espíritu valiente cayendo frente a sus ojos, y la palidez de sus mejillas. El hecho de que él la había herido lo suficiente para hacerla irse, le provocaba un gran dolor a su corazón.

Lucy Belle salió de la cocina, encontrándose con su mirada, y titubeó. Luego ella se acercó a él, sus caderas libres del sexy vaivén que siempre había cambiado un ordinario caminar, en un coqueto contoneo. Ella puso su mano en el brazo de él.

Sus dedos bien podían haber sido varas, por toda la respuesta que él tuvo por el toque de ella. El ademan, que habría sido tan bienvenido hace un mes, ahora se sentía extraño y desagradable.

—Gracias —él murmuró, moviéndose hacia un lado para romper el contacto.

— ¿Te ha abandonado? —la pregunta sonaba más como un comentario. Sus ojos oscuros compadecidos.

—Sí —los hombros de Seth cayeron hacia delante.

—No se siente bien. Eso lo sé bien.

La tristeza en su voz penetró su aturdimiento. Él la miró, vio el dolor profundizar las finas líneas alrededor de sus ojos.

—Lamento que las cosas no funcionaron para ti, Lucy Belle —dijo Seth.

—Es sorprendente lo rápido que un sueño puede construirse y luego romperse. Yo quería casarme. Vivir una vida respetable. Pero mis acciones hicieron que todo empeorará. Ahora ningún hombre decente me querrá. O al menos quererme lo suficiente para casarse conmigo — dijo Lucy Belle.

Por un minuto, en Seth surgió su antiguo instinto protector, la parte de él que había querido salvar a Lucy Belle, salvar a su madre… Ella debió haber visto cómo se ablandó su mirada.

— ¿Qué te parece, Seth? ¿Tú y yo? Sé que antes yo te gustaba. Trudy era solo una novia por-correo. Y ahora, de todos modos, te ha abandonado —ella le dijo.

Para evadirla, Seth levantó el vaso de whiskey hasta su boca. Pero cuando el fuerte y dulce aroma del licor alcanzó su nariz, él no pudo tomar el trago. Él recordó su promesa al Reverendo Norton, que él evitaría la taberna, su juramento ante Dios, que él amaría y apreciaría a Trudy.

Desde la calle, él escuchó el lastimero sonido del tren, avisando para que todos abordaran. Trudy probablemente ya había encontrado su asiento. ¿Estaría llorando? ¿Sin derramar lágrimas? Dentro de unos pocos minutos, el tren se alejaría de la estación, llevándose a su esposa… a su amada, lejos de él.

¿Qué he hecho? Con un golpe seco dejó el vaso, salpicando el licor sobre la barra, y se empujó alejándose del mostrador. —Yo amo a Trudy —le dijo a Lucy Belle—. Yo amo a mi esposa. Y voy tras ella.

Seth se apuró a salir de la taberna, decidido a arrancar las riendas de Saint del poste de enganche y salir galopando tras ella. Entonces se dio cuenta de que la yunta estaba enganchada a la carreta. No había tiempo para desengancharlos. Aunque desenganchara la carreta, no tenía ni brida ni silla de montar.

Un jinete venía llegando a la taberna. Frank McCurdy montado en su caballo negro, Rocky, con una sonrisa burlona en su rostro, le dijo: —Escuché que tu desposada se va del pueblo. Debe ser un récord para el matrimonio más corto. ¿Cuánto fue? ¿Menos de un mes?

Enojado, se le calentó la sangre en sus venas. Con un gruñido, Seth se lanzó al hombre, agarrándolo de su camisa, y tirándolo del caballo.

Tomado por sorpresa, McCurdy cayó del negro. Antes de poder recuperarse, Seth aventó su puño en el estómago del hombre.

McCurdy se quedó sin aire y se dobló hacia delante, envolviendo sus brazos alrededor de su estómago.

— ¡Pelea! —alguien gritó, y los hombres salieron de la taberna para rodearlos.

El joven Nick Sanders pasaba cabalgando en su castaño y refrenó.

—Voy a tomar prestado tu caballo, McCurdy —Seth retó a los hombres alrededor de ellos—. ¿Oyeron eso? Prestado. Lo traeré de regreso. Mi esposa está en ese tren, y voy a ir tras ella.

Algunos hombres vitorearon y agitaron una mano en el aire.

Seth saltó sobre la silla de montar. Le dio la vuelta al caballo, casi topándose con el castaño de Nick Sanders.

El hombre joven dio un vistazo al tren que iba avanzando, saliendo de la estación.

—Vamos —Nick le instó—. Iré contigo, traeré a Rocky de regreso cuando subas al tren. No tiene sentido que alcances a tu esposa, y luego te cuelguen por robo de caballos.

Seth asintió decidido. —Si no regreso para esta noche, ¿cuidarías de mi ganado?

Mostrando una sonrisa, Nick asintió con su cabeza.

Eso fue todo lo que le tomó a Seth para patear con los talones a Rocky, a galope tendido. Nick siguió detrás de él. Los dos pasaron con gran estruendo, por las calmadas calles del pueblo. Con un grito, una mujer cargó a un pequeño, y corriendo, se apartó de su camino. Seth supo que tendría mucho de que disculparse cuando regresara… si regresaba, porque no se iba a detener hasta alcanzar a su esposa, ¡aún si eso significaba cabalgar hasta St. Louis!

Trudy: Una novela del cielo de Montana
titlepage.xhtml
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_000.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_001.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_002.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_003.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_004.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_005.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_006.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_007.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_008.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_009.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_010.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_011.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_012.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_013.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_014.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_015.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_016.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_017.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_018.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_019.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_020.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_021.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_022.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_023.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_024.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_025.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_026.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_027.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_028.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_029.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_030.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_031.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_032.html
CR!E5EMKNZ91S2AK5N5222QAH1JSHC1_split_033.html