CAPÍTULO CINCO
Esa noche, las ocho futuras novias se sentaron en un círculo, bordando, tejiendo con gancho, con agujas o haciendo encajes. Todas excepto Darcy Russel, quien leía Walden en voz alta. Aunque el autor Henry David Thoreau no habría sido la primera elección de Trudy, la bien-modulada voz de Darcy hizo el escucharle, un placer.
Megan O’Bannon, una irlandesa ligeramente pelirroja, irrumpió en la habitación. Ese día, ella había recibido el boleto para su viaje a Battle Mountain, Nevada.
Darcy dejó de leer para que las novias pudieran oír a Megan describir la ruta que ella tomaría para llegar a su nuevo hogar.
Trudy tejió otra vuelta de croché en el mantelito que ella estaba haciendo para Evie y escuchó a Megan hablar acerca del largo viaje en diligencia que ella tendría que soportar después de salir del tren, seguido por un viaje de cinco-horas desde el pueblo hasta la tierra de su nuevo esposo. Aunque ella estaba contenta de ver la emoción de Megan, Trudy se sintió agradecida de que su viaje a Sweetwater Springs sería relativamente fácil, comparado con el de la Señorita O’Bannon.
Megan continuó ensalzando las virtudes de su futuro esposo diciendo: —Él dice que no es un hombre grande, lo cual es bueno para mí. Él es irlandés, delgado, pelirrojo también —mientras ella miraba alrededor del círculo de chicas, ella rió—. Él podría verse como mi hermano.
Darcy cerró su libro y dijo: —Al menos, él no es gordo. Yo no querría un esposo gordo. Mis padres querían que me casara con el hijo del socio de negocios de mi padre —ella se estremeció—. Su cintura era así de grande —ella les demostró que tan ancha, redondeando su brazos—. Y él siempre tenía las manos húmedas y pegajosas. No podría soportar que me tocara.
Yo tampoco, Trudy pensó. Una constitución robusta está bien. Pero no uno de esos hombres que parece que está esperando dar a luz un bebé en cualquier momento, o cuya papada llega más abajo que su barbilla.
—Oh, no lo sé —Prudence Crawford dijo arrastrando sus palabras, con una mirada calculadora en su rostro huesudo —. Un banquero gordo me vendría bien. Un banquero gordo y rico. O un rico, gordo hombre de negocios.
La regordeta Bertha Bucholtz habló: —A mí no me molestaría un hombre grande —ella dijo, sonriendo con su usual buen carácter—. Un hombre gordo con buen sentido del humor. A él probablemente le gustaría comer y disfrutaría mi cocina. A mí me gusta un hombre de buen comer.
—Eso es porque tú también estás gorda —Prudence dijo en tono despreciativo—. Tú quieres a alguien que coincida contigo.
Un silencio incómodo siguió a las palabras de la mujer.
El alegre rostro de Bertha se puso pálido, y sus labios temblaron.
La espalda de Trudy se puso rígida. Ella quería abofetear a Prudence en su rostro. Si ella hubiera estado sentada junto a la mujer viperina, le habría pegado con su aguja de tejer. Ella intercambió miradas de ‘no-puedo-creer-que-ella-dijo-eso’ con Darcy y Megan antes de alcanzar la mano de Bertha y apretarla diciendo: —Tu esposo será un hombre afortunado, querida. Tú eres la mejor cocinera de todas nosotras. Ni siquiera mi pan es tan ligero como las hogazas que tú hiciste ayer.
Los ojos verdes de Heather Stanford miraron con indignación a Prudence. Ella sacudió su cabeza y un mechón de cabello negro se soltó de su moño y dijo: —A mí no me molesta un esposo pobre. Yo he sido pobre toda mi vida. Yo sé cómo arreglármelas. Tampoco me importa si él es gordo. Pero yo quiero un hombre que sea bondadoso, un hombre que me amará.
Girando su silla para darle la espalda a Prudence, Trudy le dio a Bertha y a Heather, una cálida sonrisa e incluyendo a ambas mujeres, dijo: —No tengo duda de que sus esposos las amarán por su sola bondad. Ningún hombre quiere una arpía —con un valiente esfuerzo, ella se abstuvo de mirar a Prudence y se volvió a acomodar en su silla.
Darcy le dio una mirada de aprobación a Trudy. Los finos rasgos de la mujer no eran bonitos de una forma convencional, pero su aire elegante la hacía atractiva. Ella tenía unos bonitos ojos azules con pestañas negras que brillaban con inteligencia, cabello grueso color café-miel, y un cuello grácil. — ¿Qué más hay en las listas de deseos de cada una? —Darcy dijo.
Evie entró a la habitación llevando una bandeja de plata con el té. Ella la trajo hasta la mesa auxiliar y acomodó en ella la tetera de plata, el azucarero y la jarrita de crema, tazas y platos, y dos platos de galletas que las novias habían horneado esa tarde.
— ¡Atractivo! —la exuberante Angelina Napolitano gritó con una sonrisa pícara, sus ojos oscuros, jubilosos.
—Un hombre importante — dijo Prudence, levantando su puntiaguda barbilla en ángulo arrogante.
—Trabajador —Heather Stanford expresó realista. Ella puso una puntada en su bordado, cada uno de sus movimientos eran elegantes—. No puedo soportar a los hombres perezosos. O a los pretenciosos, tampoco.
—Ahorrativo —Angelina empujó hacia atrás un mechón rizado de cabello negro que había escapado del moño bajo, que ella usaba—. No quiero un hombre que malgaste mi dote.
Kathryn Ford agitó el pañuelo de encaje que ella estaba bordando y dijo: —Pero, a pesar de que sea frugal, que él gaste dinero en mí. Yo no quiero un tacaño —la lámpara de gas por encima de su cabeza brilló en las vetas rubias de su cabello castaño.
—Alguien interesante —Trudy ofreció.
—Un esposo que me ame —Evie dijo desde la esquina, abrazando la bandeja vacía en su pecho como si fuera un escudo.
Trudy le sonrió a Evie. Más temprano, la doncella le había confiado a ella, que, había tomado una de las cartas de un futuro esposo, de la canasta de correo de la agencia y le había escrito una carta de respuesta. La Sra. Seymour no lo supo.
Algunas de las mujeres dirigieron miradas alarmadas rumbo a Evie. Prudence le dio una mirada de desaprobación.
Para cambiar la atención lejos de Evie, Trudy arrojó una pregunta al grupo: — ¿Importa que él ya tenga hijos?
—Oh, sí —Angelina dijo, uniendo sus manos frente a su pecho—. ¡No puedo esperar para ser madre! Mi familia es tan grande, que no me puedo imaginar la vida sin pequeños dando volteretas alrededor.
Un coro de no’s y si’s siguieron al comentario de Angelina. A cerca de la mitad del grupo le gustaba la idea de convertirse en una madrastra y a la otra mitad no.
Bajo la cubierta de su parloteo, Evie se deslizó fuera de la habitación.
Trudy se volvió a sentar y se concentró en su bordado, dejando fluir la conversación sin ella. Ella ya sabía la clase de esposo que quería… hacía tiempo que ella había elaborado una lista en su cabeza y su corazón. Con suerte, Seth Flanigan encajaría perfectamente con sus requisitos.
¡Si la Sra. Seymour me aprueba!
* * *
Al día siguiente, después de haber recibido permiso de la Sra. Seymour, Trudy se sentó en el escritorio en la esquina de la sala. Las otras novias estaban afuera en el patio trasero, escuchando una lección y demostración del jardinero pequeño y flaco, el cual le recordaba un gnomo. Esta carta era tan importante, que ella quería tomar la oportunidad para escribir sus pensamientos en privado. Sumergió su pluma dentro del tintero y empezó el saludo.
Estimado Seth,
Mi nombre es Gertrude Marie Bauer, aunque me llaman Trudy. Tengo 24 años de edad, y vivo en St. Louis con mi padre, que es abogado. Mi madre murió cuando yo tenía diecinueve. Tengo dos hermanas más jóvenes a las cuales yo crie desde su muerte. La más joven acaba de casarse, dejándome libre para buscar una nueva vida.
Ella miró obnubilada hacia afuera de las ventanas con vitrales cuadrados biselados y cortinas de terciopelo, debatiendo si ella debía añadir más acerca de sus hermanas. Después de unos pocos minutos de pensarlo, Trudy decidió que no quería agobiar al hombre con demasiada información.
Yo encajo en su descripción perfectamente. Tengo cabello rubio rojizo y ojos azules. Soy de estatura media, con una figura promedio.
Tratar de decidir qué escribirle a su futuro esposo estaba probando ser más difícil de lo que ella había anticipado. Tomó un profundo respiro para calmar sus nervios, inhalando la esencia de pétalos de rosa secos de la vasija de cristal cortado en la esquina del escritorio.
Usted puede preguntarse por qué yo elegí convertirme en una novia por-correo. Quizás usted se está preguntando si yo no he tenido pretendientes aquí en St. Louis. Yo he tenido varias oportunidades pero las he rechazado porque yo quería más de lo que ésos hombres podían ofrecer.
Su mano se quedó quieta. Trudy se preguntó si Seth Flanigan querría una novia más convencional, menos aventurera. Después de pensarlo un poco, ella decidió que era mejor que él conociera la verdad acerca de ella por adelantado, cuando él tenía la oportunidad de rechazarla. Ese pensamiento hizo que su corazón se inquietara, y Trudy se dio cuenta de que se había encariñado con la idea de casarse con este hombre en particular. Un rechazo dolería.
Yo anhelo una nueva vida, para vivir en la naturaleza, para tener aventuras.
Trudy tocó su barbilla, preguntándose qué más podría comunicarle. Destilar su historia, personalidad, esperanzas, y sueños en una carta tan importante, era una tarea difícil.
Cuando yo era más joven, mis hermanas y yo teníamos una institutriz. Más después, yo asistí a la Academia para Damas The Oakmoss. Me temo que la escuela alentaba a las estudiantes a aprender logros propios de una dama, más que cuestiones académicas reales, pero mi padre insistió en un curso privado de estudios, también. Tengo bastantes libros de muchos temas que me aseguraré de llevar conmigo.
Mis padres fueron también bastante insistentes en que sus hijas se volvieran competentes en las artes hogareñas. Por lo tanto, soy una cocinera y ama de casa capaz. Disfruto trabajar en el jardín. Pero más que nada, soy hábil con las manualidades y llevaré conmigo un abundante baúl de bodas y un ajuar extenso.
Por los últimos cuatro años, mi padre ha cortejado a una mujer maravillosa. Su prometida ha esperado pacientemente hasta el momento en que todas sus hijas volaran del nido. Cuando yo me vaya, ellos serán libres para casarse.
Trudy miró el busto de yeso de Pauline Bonaparte, hermana de Napoleón, descansando sobre una columna en la esquina de la habitación y esperó por algo de inspiración. Ella decidió terminar la carta de la misma forma que él había terminado la suya.
Su carta me ha puesto impaciente por conocerlo y comenzar nuestra nueva vida juntos. Le prometo ser una esposa buena y amorosa para usted.
Sinceramente,
Trudy Bauer
Después de soplar para secar la tinta, ella dobló el papel y se sentó por un momento, imaginando el recorrido que esta carta haría mientras viajaba en el tren desde St. Louis hasta Sweetwater Springs hasta caer en las manos del Sr. Seth Flanigan. Ella se preguntó cómo se sentiría él mientras leía sus palabras, si todavía la querría después de leer lo que ella había escrito, si se sentaría para contestar de inmediato o reflexionaría sobre el asunto.
Trudy se levantó, caminó al corredor, y dejó la carta en la bandeja de plata. La Sra. Seymour incluiría la carta de Trudy en una que ella le escribiría a Seth Flanigan.
¡Estaré en ascuas hasta que tenga noticias de él!