CAPÍTULO CATORCE
Seth se sentó afuera en el porche, consintiéndose con un excepcional momento de paz. La banca no era tan cómoda como la mecedora, y él hizo una nota mental para construir otra. Dejó escapar un suspiro.
Con todas las cosas que él tenía que hacer, construir otra mecedora simplemente no le pareció importante. De todos modos, no era como que normalmente él se sentara en el porche. Parecía que una vez que las primeras señales de la primavera llegaran, él estaría trabajando sin parar desde el amanecer hasta que colapsara por el cansancio, en la noche. Nunca había suficiente tiempo o mano de obra para terminar todas las tareas, no si él quería extenderse, cultivar más tierra, comprar más ganado para incrementar su rebaño.
En las últimas semanas, sin su empleado y preparándose para una novia, se había acumulado una lista aún más larga de cosas que él necesitaba llevar a cabo. Pensó en las pertenencias de Trudy llenando el granero. Apuesto que trajo una mecedora en esas cajas de ella. Hizo una nota mental para preguntarle, y se dio cuenta que probablemente podía tachar mecedora nueva de su lista de quehaceres.
Seth sabía que estaba preocupado acerca de casarse con una extraña, vivir con una mujer cuando él amaba a otra. Pero él no se había dado cuenta de eso hasta ahora, cuando pudo sentir aliviada su tensión, de la cuota que la preocupación había tomado de él. Un nudo en su estómago que ni siquiera se había dado cuenta que estaba ahí, había comenzado a relajarse hoy, poco a poco. El hecho de que a él le había gustado su nueva esposa, que le parecía atractiva y agradable, hizo toda la diferencia en el mundo y afectaría su futuro, para mejorarlo.
La enorme carga que él había llevado cayó de sus hombros. Él tenía una vaga sensación de que pronto sus hombros comenzarían a acumular más peso otra vez, proveer para una esposa y eventualmente hijos, era mucho más diferente que vivir una vida de soltero en la cual Seth sabía que podía arreglárselas con muy poco si tenía que hacerlo. Pero él cosecharía recompensas mucho más grandes que los sacrificios que tendría que hacer.
Seth pensó en los muebles almacenados en el granero. Una esposa… su esposa sería costosa. Pero ella también le había ahorrado dinero, ya que él podría encomendarle a ella el jardín y la casa y no tener que comprar productos horneados y ropas. Sin mencionar los otros placeres que Trudy le proporcionaría. La imaginó en su recámara, desnuda y mojada, enjabonando su suave piel. Su cuerpo se endureció, y él se forzó a pensar en su granja.
Él era más afortunado que la mayoría de los granjeros. Era propietario de su tierra libre y sin problemas. George, su padrastro, se había ocupado de eso. Tenía algunos ahorros, aunque no tanto como a él le gustaría. Él siempre reinvertía su capital en la granja. Así que, no tenía mucho efectivo a la mano. Pensar en George hizo que un dolor familiar nublara su mente. Deseó que el viejo, su madre también en ese caso, pudiera haber conocido a su esposa.
Oyendo unos ligeros pasos, Seth levantó la mirada para ver a Trudy de pie en la entrada. Ella usaba una bata de casa suelta y había dejado su cabello húmedo suelto y cayendo por su espalda. El solo verla, ahuyentó las nubes de melancolía. Él dio unas palmadas al descansabrazos de la mecedora. —Ven a disfrutar de la tarde mientras puedes. Va a anochecer, y pronto estará muy frío para que te sientes aquí afuera con tu cabello mojado —dijo Seth.
Ella sonrió vacilante y le ofreció un paquete envuelto en papel café y amarrado con un listón azul. —Un regalo de bodas —dijo Trudy.
La sorpresa le cayó de golpe. Por lo que él podía recordar, nadie le había dado nunca un regalo. El mero hecho de que su desposada le había traído algo, lo conmovió profundamente.
—No necesitabas hacer eso, Trudy. Te trajiste tú misma, lo cual es el mejor regalo de todos.
El color rosa subió a sus mejillas, y sus ojos azules se iluminaron.
—Sin mencionar esas tres carretas cargadas con bienes que ahora rebosan mi granero —él dijo.
Trudy apretó sus labios, obviamente tratando de no reírse, pero de todos modos se le escapó una risita. —Esto es para ti. Pensé que podría gustarte —ella se mordió su labio—. Pero quizás pensarás que es demasiado fantasioso.
Curioso, él tomo el paquete de sus manos. Por el tamaño y peso, él adivinó que ella le había traído un libro.
Trudy tomó asiento en la mecedora y se inclinó cerca de él para verlo desenvolver el regalo.
Él captó la esencia de lavandas. Su femenina presencia cambió toda la impresión de su hogar. —Hueles bien —él murmuró.
—Cualquier cosa es una mejora en como olía antes. ¡Me dio tanto gusto poder lavar el humo impregnado en mi cabello! Muchas gracias por prepararme el baño. Dejé la bañera… —Trudy no terminó de decir y Seth continuó:
—Nos ocuparemos de eso más tarde —Seth dijo, más interesado en su presente. Cuidadosamente él desamarró el listón y se lo entregó a ella, luego desenvolvió el papel, tratando de no rasgar los bordes que ella había pegado cuidadosamente. Un olorcillo a engrudo flotó desde el papel. Develado, el libro yacía en su regazo, Monstruos Mitológicos de Charles Gould.
Él la miró asombrado.
—Dijiste que te gustaban los libros de animales —ella se apuró a explicar—. Yo sé que estos no son reales, pero pensé que podrías encontrarlos interesantes.
Seth se inclinó hacia ella y la besó en los labios. El gesto se sintió sorprendentemente natural. —Pensaste bien. Muchas gracias —él abrió la primera página y miró la ilustración hermosamente coloreada de un Fung Wang, que a él le pareció como una clase de pavo real naranja-y-verde. Él deslizó su dedo sobre la larga cola emplumada—. Esto es maravilloso, Trudy. La clase de libro que nunca supe que existía, mucho menos podía haber imaginado que yo poseería.
—Me da gusto que estés contento.
Seth asintió lentamente, deseando poder perderse en las páginas del libro. Pero miró de reojo al cielo oscurecido, él necesitaba llevar a su novia dentro de la casa, frente al fuego, antes de que atrapara un resfriado. Cerró el libro y pasó una mano reverente sobre la cubierta. —No leo mucho en verano. Hay muchas cosas que hacer. Pero en el invierno, pasaré muchas agradables horas leyendo este libro. O… —él la miró de reojo—. Si estás interesada, puedo leerlo en voz alta.
Ella le sonrió y dijo: —Eso sería maravilloso.
Él extendió su mano, con la palma hacia arriba y dijo: —Vamos, Sra. Flanigan. Haré un fuego en la chimenea, y puedes sentarte enfrente para secar tu cabello. Tengo la sensación de que querrás irte a la cama temprano.
Sus palabras la hicieron bostezar. Ella cubrió su boca, diciendo: —Tienes razón —Poniendo su mano en la de él, Trudy le permitió jalarla para ponerse de pie. Ella levantó su mirada para verlo, por un segundo.
Seth quería volver a besarla, pero no quería apurarla, especialmente cuando estaba tan cansada. Así que en vez de eso, él se hizo a un lado de la puerta para que Trudy pudiera entrar.
Habrá más oportunidades para besos, y me aseguraré de tomar ventaja de cada oportunidad.
* * *
A la mañana siguiente, Trudy despertó desubicada. La sensación de los alrededores desconocidos la hizo sobresaltarse en alerta. Dándose cuenta de dónde estaba, se relajó y se estiró. Su pie estaba atrapado en la sábana. Ella trató de librarse, solo para oír el sonido de una rasgadura. Hizo una mueca, preguntándose lo que Seth diría porque ella destruyó su sábana en la primera mañana. Aunque la tela debió haber estado desgastada para que ella pudiera romperla.
Tengo que desempacar mis propias sábanas.
Sus pensamientos revoloteaban: Seth, desempacar, su padre, la lista de víveres para su viaje al pueblo…El retumbar de su estómago la hizo preguntarse qué cocinar para el desayuno. Todavía había algo de jamón. Ella podía freír eso. Aunque no había pan. Huevos… Ella hizo una pausa, tratando de recordar si ellos habían usado todos los huevos ayer, pero no se acordó. Tampoco recordó haber visto un gallinero. ¿Cómo podía ser que no tuviera gallinas?
Esa pregunta la alentó a levantarse de la cama. Ella se puso su ropa interior, dejando su corsé amarrado ligeramente, luego se puso el sencillo vestido que ella había colgado la noche anterior con la esperanza de que las peores arrugas se alisaran. Algunas se desvanecieron, pero el vestido todavía estaba lo suficientemente arrugado como para que ella añadiera planchar a su lista de tareas para el día. Se amarró un delantal, el cual cubrió la mayoría de las arrugas.
Trudy dejó la cama sin hacer, con la intención de cambiar la ropa de cama cuando desempacara la suya, y se apuró hacia la habitación principal. Henry, dormía sobre la alfombra frente a la chimenea, levantó su cabeza cuando la vio y golpeó su cola contra el piso. Pero no se levantó.
—Hola, Henry —Trudy se agachó para saludar al perro. Ella frotó sus sedosas orejas—. ¿Sabes dónde está tu amo?
El perro la miró con sus ojos cafés.
El sonido de pesados pasos en el porche le dio la respuesta. Seth se paró en la entrada, sosteniendo un balde. Él capturó la vista de ella agachada junto a Henry y sonrió.
Trudy se enderezó.
— ¿Durmiendo hasta tarde, Sra. Flanigan?
La vista de él vestido en ropas de trabajo hizo que su corazón se acelerara. Trudy puso su mano en su garganta y dijo: —Normalmente soy madrugadora, pero estaba tan cansada —ella caminó hacia él—. Permíteme tomar eso.
Él le dio el balde, el cual resultó estar lleno de leche, y se inclinó para retirarse sus pesadas botas de trabajo.
—Eres muy considerado al hacer eso, Seth —con su mano libre, ella señaló a sus pies—. Evita dejar marcas de suciedad dentro de la casa —ella puso el balde sobre la mesa.
Él alzó sus cejas. —Mi Ma era bastante firme al respecto. Pero no lo haré en invierno. Me apuraré a entrar, dejando nieve y lodo y todo —él caminó despacio hacia ella en calcetines, hasta estar de pie a unas pocas pulgadas de ella.
Ella tuvo que resistirse a hacerse para atrás y supo que él debió ver el calor que se elevó desde su pecho hasta su rostro. —Por supuesto, cuando está haciendo frío, eso es diferente —ella dijo débilmente—. No espero que entonces lo hagas.
Los ojos de él buscaron su rostro. —Anoche estabas bastante cansada —la inflexión de su voz convirtió la frase en pregunta.
Trudy extendió sus manos y dijo: —Estoy descansada, lista para trabajar.
Él puso sus manos sobre los hombros de ella. —Primero, lo primero —él dijo dejando caer un beso en sus labios—. Buenos días, Sra. Flanigan —dijo con voz ronca.
Solamente un toque ligero, pero él le quitó el aliento. —Buenos días, Sr. Flanigan —ella susurró.
Él dio un paso hacia atrás y bajó sus manos.
Trudy quiso sujetarlo para más besos, pero en vez de eso, se forzó a hablar. —Me gustaría cocinarte el desayuno —dijo en un tono práctico—. Pero ya no hay más pan, y no puedo encontrar ningún huevo. ¿Tienes gallinas?
Seth frunció sus labios. —No. Solía tener un par. Pero una zorra se llevó esos pájaros. El viejo gallinero se pudrió, y yo lo derribé. He querido reemplazar las gallinas y construir un nuevo… —él hizo un ademán de frustración con sus manos—. Es que simplemente, hay tantas malditas cosas que hacer aquí, Trudy.
Ella puso sus puños en sus caderas y dijo: —Necesitamos gallinas, Seth. Y yo requiero que me ayudes a conseguir algunas pollitas. Tú tendrás que construir un gallinero, pero después de eso, el gallinero y gallinas serán mi responsabilidad.
Él le dio una sonrisa encantadora. —Lo sé. Añadiremos gallinas a la lista de lo que vamos a comprar en el pueblo. Mientras tanto, estaré bien con cualquier cosa que puedas preparar para el desayuno. Normalmente yo como sobras de frijoles de la noche anterior.
— ¡Ciertamente que no comerás sobras de frijoles! —la sola idea la ofendió.
—Si, señora —Seth dijo en forma juguetona—. Estoy seguro que te las arreglarás.
—Freiré algo de jamón —ella tocó su barbilla, pensando—. No hay tocino. No puedo preparar panqueques porque no hay huevos, y no vi bicarbonato o crémor tártaro. ¿Tienes alguno de ellos?
Él reprimió una risa, pero la piel alrededor de sus ojos se arrugó. —No, señora.
Trudy puso sus puños en sus caderas. —Seth Flanigan, esto no es gracioso —ella trató de sonar seria, pero supo que no había tenido éxito.
—Siempre hay frijoles, Trudy —Seth ya no aguantó la risa.
— ¡Nada de frijoles para el desayuno! Comeremos avena y jamón frito.
—Me suena bien. Estoy tan hambriento como un oso —él dijo, lentamente—. Este asunto de casarse, seguro que abre el apetito de un hombre.
Esta vez, ella rio. —Entonces Sr. Hombre Casado, tengo que darme prisa con su desayuno.
Él tocó su cabeza con un saludo de broma. —Usted haga eso, Sra. Flanigan, mientras yo voy de regreso al granero y termino de sacar el estiércol. Espero con ansias nuestro primer desayuno, juntos.