Veinte

 

Él no podía creerse que estuviese caminando por las calles de Bruselas con Tess al lado ni que ella estuviese viviendo en la casa de su madre.

Cuando llegaron, su madre tomó las riendas inmediatamente.

Dio instrucciones para que se prepararan unas habitaciones para Edmund y el capitán Fowler. Se calentó agua y se preparó comida. Los hombres se bañaron y comieron, les dieron ropa de cama y ropa para dormir.

Les vendaron las heridas y ella mandó a un sirviente para que fuese a buscar a su médico y a su cirujano, pero ninguno de los dos acudió.

Había muchos heridos en Bruselas y muy pocos médicos y cirujanos.

Edmund había recibido un balazo en un hombro, un sablazo en el torso y otro en la pierna. Tenía fiebre, pero lo más probable era que se recuperara plenamente.

El capitán Fowler, que tenía muchas heridas, se debatía entre la vida y la muerte y estaba insensible.

La madre de Tess hizo todo lo que pudo por los dos.

 

 

Esa tarde tuvo que dejar a Tess otra vez, para informar al señor Scott y al duque de Richmond. Después, fue a su hotel para recoger la maleta. Había hombres heridos por todos lados. Llenaban los caminos a pie o en carretas, estaban sentados en las aceras y en el parque, se asomaban por ventanas abiertas. ¿Cuántos morirían antes de que amaneciera?

Se acordó del campo de batalla, de los muertos y moribundos, y sintió náuseas. Lo había recorrido para buscar al capitán Fowler y lo había encontrado. Sintió náuseas otra vez. Esa noche, soñó con el campo de batalla, con los rostros de los muertos y moribundos. Se despertó sobresaltado, el campo de batalla se desvaneció y solo quedó Tess, tumbada a su lado.

—Algo te ha despertado comentó ella dándose la vuelta.

—Una pesadilla —murmuró él—. Ya se ha pasado.

Ella se acurrucó entre sus brazos.

—No puedo creerme que estés conmigo —él sintió la calidez de su aliento—. Creí que no volverías.

—¿De la batalla?

Esperar, no saber qué estaba pasando, tuvo que haber sido un infierno para ella.

—No de la batalla —contestó ella—. Aunque eso también me dio miedo. Creí que no volverías esta tarde, que podrían mandarte a algún sitio otra vez.

—¿Mandarme a algún sitio? —preguntó él sentándose.

—Fuiste a ver al señor Scott, ¿no? —ella también se sentó y lo miró a los ojos—. Supongo que fuiste a informar sobre la batalla.

Ella no debería saberlo. ¿Por qué lo sabía?

—No hagas esas suposiciones, Tess. Hacer esas suposiciones podría… podría ser peligroso.

—No temas —ella le acarició la mejilla—. No le he dicho nada a nadie.

—Porque no sabes nada, Tess —replicó él intentando ser tajante.

Nadie sabía lo que podía pasar. ¿Napoleón estaba derrotado o su ejército y él volverían a la guerra al día siguiente? Él no había terminado su misión todavía y podría ser fatal que se conociera su vida clandestina.

—Tu padre lo supuso —ella sonrió—. Supuso que no estabas escapándote, supuso que estabas haciendo algo —ella cubrió su cuerpo desnudo con las sábanas y lo miró—. Todo cobró sentido de repente; por qué te marchaste y por qué te inventaste la historia de los Alpes —ella suspiró—. Y yo que pensaba que me abandonabas por haber hecho el amor…

—¿Por haber hecho el amor?

Haber abandonado su lecho había sido devastador.

—Tú me lo explicaste. Creías que hacer el amor conmigo supondría nuestra infelicidad, como la de tus padres, o la muerte, como la de tu hermano y tu amigo.

—Es verdad, Tess —reconoció él—. No conocía a ningún hombre que hubiese sentido algo tan intenso por una mujer y que no hubiese acabado mal.

—Me duele decirlo, pero creo que el conde y mi madre no han acabado mal. Quiero decir, mi madre me hizo un daño espantoso al fugarse con él, pero míralos. Siguen adorándose, son felices —añadió ella con tristeza.

—Es posible que les haya ido bien juntos, pero dejaron a unas hijas sin madre —replicó él.

Ella asintió con la cabeza y él la abrazó.

—Creí que iba a perderte, Tess. Creí que nunca me perdonarías que te hubiese abandonado otra vez.

—Solo estabas cumpliendo con tu deber.

Él le tomó la cara entre las manos, la besó y notó que la pasión volvía a brotar entre ellos.

—Te amo, Tess.

Ella apoyó la frente en la de él.

—Después de todo, he conseguido casarme por amor.