Ocho
El día siguiente fue muy ajetreado. Marc no había tenido en cuenta que Tess podría no tener un vestido de noche adecuado o que Amelie y su madre rebuscarían el vestido perfecto en su guardarropa y que no tenían nada perfecto, que todo exigía algo de trabajo.
Peor aún, su padre protestaba airadamente y decía que todo ese jaleo era un disparate. Eso enfadó a su madre y solo le quedó pedirle a su padre que lo llevara a su club para que le presentara a sus amigos. Su padre se refugiaba algunas veces en el club de caballeros Brook’s, un club al que acudían miembros del partido Whig y otros hombres algo más tolerantes con la esposa que había elegido y su tendencia liberal en la política. Esa tolerancia no había significado que las esposas de los socios del club los invitaran a muchos actos sociales, pero, al menos, aceptaban a su padre y él se sentía cómodo en el club.
Se sentaron en el comedor, donde ya había otros tres caballeros con las caras escondidas detrás del Morning Post. Él pidió un café y su padre un brandy español.
—No hay muchos socios —comentó él.
—Mmm… —su padre dio un sorbo de su bebida—. Me apostaría algo a que todavía hay mesas llenas en la sala de juegos.
Brook’s era famoso por el juego. Su padre, al menos, nunca había jugado. En realidad, su padre no tenía vicios, que él supiera.
—No puedo soportar todo ese jaleo de los vestidos —añadió su padre después de dar otro sorbo de brandy.
—Ya sabes que maman es feliz con eso. ¿Con qué, si no, va a ser feliz?
—Ella no es feliz —su padre frunció el ceño—. Me lo reprocha a mí.
Él lo miró. Seguía siendo un hombre apuesto a pesar de las canas y la piel ajada. Era un hombre infeliz.
—¿Hay algún problema más entre maman y tú?
—¿Algún problema más? —preguntó su padre en tono burlón—. ¿Te refieres a que me acuse de la muerte de tu hermano? Eso no es ninguna novedad. ¿Cómo iba a saber yo que iba a ser tan temerario?
Lucien se había enamorado de la hija de un conde, pero el padre de ella lo rechazó y la necia pareja se fugó a Gretna Green. Sin embargo, nunca llegaron. Los hombres del conde los persiguieron y Lucien acabó volcando el faetón.
Su padre se quedó pálido y miró su copa.
—Sin embargo, tiene razón. Debería haberlo impedido.
—Basta, papá —le pidió Marc con delicadeza—. No te culpes a ti mismo.
Puso una mano en un brazo de su padre. Su padre lo apartó y dio otro sorbo. Él recibió el rechazo como una bofetada, pero nada de lo que hacía le complacía a su padre. Tomó la taza de café con las dos manos y se dejó caer contra el respaldo de la silla.
—Me refería a otro problema. Cuando llegué a casa, me pareció que maman y tú estabais acusándoos mutuamente de infidelidad.
Su padre agitó una mano como si no tuviera importancia.
—Palabras —hizo una señal para pedir otro brandy—. No hay infidelidad —se inclinó hacia Marc—. ¿Y tú? ¿Puede saberse por qué vas a casarte con la hija de sir Hollis? Estás siendo tan necio como tu hermano.
¿Estaba siendo tan necio como su hermano? Quizá, pero no había tenido más remedio, ¿no?
—¿Has perdido la cabeza por ella? —siguió su padre señalándolo con un dedo.
No, pero sí tenía la sensación de que estaba haciendo un esfuerzo para no perderla. El camarero volvió con más brandy y rellenó la copa de su padre, quien la giró en la mano mirando el líquido ambarino y recitando las palabras de la obra de William Congreve. «La tristeza pisa los talones del placer. Casado precipitadamente, podemos arrepentirnos al final». Se bebió toda la copa y miró a Marc con una expresión de desolación.
—Al menos, tu hermano no tuvo que arrepentirse.
Esa tarde, a última hora, su padre se sirvió otra copa de brandy en la sala mientras esperaban a que las mujeres estuviesen preparadas.
—Tu madre se cambiará diez veces de vestido. Llegaremos tarde. Sabe Dios lo que tardará tu hermana.
—Estoy seguro de que habrá alguien que llegará más tarde que nosotros por estar elegante.
Él también estaba nervioso, pero alguien tenía que aparentar cierta calma. Amelie y su madre también estarían nerviosas. ¿Y Tess? ¿Cómo no iba a estarlo?
Su hermana entró en la sala. El vestido blanco parecía flotar a su alrededor y los rizos rubios eran como un halo. Su padre la miró atónito.
—Amelie —susurró—. Pareces… como tu… Pareces un ángel.
Marc se levantó y se acercó para darle un beso en la mejilla.
—Papá tiene razón. Eres como una aparición.
—Los dos decís bobadas, naturalmente, pero sois muy amables —replicó ella sonrojándose.
Su padre siguió mirándola como si estuviese viendo un fantasma. Entonces, la puerta se abrió otra vez y entró su madre. Su padre, por un instante, también la miró con la misma expresión de asombro, hasta que, enseguida, la cambió por otra carente de toda emoción. Él también saludó a su madre con un beso.
—Maman, estás muy guapa. Estás maravillosa.
El vestido de su madre era muy sencillo, su belleza estaba en el color, en un azul intenso que resaltaba sus ojos azules y su piel blanca. Su madre sonrió, pero vaciló cuando miró a su marido.
—Nuestra madre está tan guapa como Amelie, ¿verdad, papá? —le preguntó Marc.
—La dos están muy bien —contestó él mirando hacia otro lado.
¡Maldito fuese! Su madre habría sido feliz con solo una palabra amable. Él se dio la vuelta y vio que Tess entraba en la sala. Se quedó sin respiración. No era tan etérea como Amelie ni tan elegante como su madre, pero tenía algo que le gustaba más todavía, algo real, cálido y femenino. El vestido era sencillo, como el de su madre, pero le quedaba perfectamente y no tenía nada que enmascarara su belleza y su porte. Era de un color verde oscuro que le daba el mismo tono a sus ojos y resaltaba los reflejos rojos del pelo. Quizá, no tuviese que preocuparse por esa cena. Cuando entrara en la habitación, nadie podría encontrarle ninguna pega, no tenía ninguna pega.
—Estás muy hermosa, Tess —comentó él con la voz ronca.
—Gracias —dijo ella en un tono tenso y, evidentemente, sin creerlo—. Siento que hayáis tenido que esperarme.
—Ma chérie! —exclamó su madre—. Estás perfecta.
—Tess, el vestido te queda muy bien —Amelie sonrió—. Todo el mundo va a quedarse impresionado.
—¿Tú crees? —Tess miró a Amelie y a su madre—. Creo que nadie se fijará en mí con vosotras dos.
Tess era encantadora con su madre y su hermana. ¿Cómo no iba a valorarlo?
—Papá y yo seremos la envidia de todos los caballeros de la fiesta.
Su padre se dirigió hacia la puerta.
—Entonces, vamos yendo.
—¿No pareceremos fuera de lugar? —preguntó su madre sin moverse.
—Maman —él la rodeó con un brazo—, tu gusto con la ropa es insuperable. No parecerás fuera de lugar.
—Estoy de acuerdo —añadió Tess con una sonrisa tranquilizadora—. Aunque no sé qué se ponen las mujeres para ir a una cena en Londres, apostaría cualquier cosa a que habéis acertado con el tono perfecto.
Su madre pareció algo más animada.
—Vamos —insistió su padre—. No querremos llegar los últimos…
Hicieron el trayecto hasta las casa de los Caldwell en un silencio tenso. Tess estaba nerviosa, pero le entristecía ver que lord y lady Northdon y Amelie estaban asustados por asistir a una cena solo porque lady Northdon era la hija de un comerciante y jacobino francés.
¿Los invitados pasarían por alto su escandalosa familia? Alguno estaría al tanto de los amantes de su madre y de las nefastas y absurdas inversiones de su padre. ¿Cuántos habrían leído que Lorene se había casado con lord Tinmore? Los invitados podrían susurrar mucho sobre ella aunque no supieran todavía las circunstancias para que se hubiera prometido con Marc.
Una vez en la casa, un lacayo les abrió la puerta del carruaje y los ayudó a bajarse. Hasta ella pudo saber que no era una calle tan prestigiosa como la de Grosvenor. Esas casas eran más pequeñas y la calle más estrecha. Un sirviente los recibió en la puerta y se hizo cargo de las capas, los abrigos y los sombreros. El mayordomo los acompañó hasta la puerta del salón y los anunció.
—Lord y lady Northdon, el señor Glenville, la señorita Glenville y la señorita Summerfield.
Todas las cabezas se giraron para mirarlos y algunas miraron hacia otro lado enseguida. Un hombre de aspecto agradable y de cincuenta y tantos años se acercó seguido por una joven bastante guapa.
—Lord y lady Northdon… Me alegro de que hayáis venido. ¿Conocéis a mi hija Doria? Naturalmente…
El hombre los saludó con una sonrisa algo forzada. Evidentemente, eran el señor Caldwell y su hija. La señorita Caldwell la miró con cierta curiosidad. Era preciosa, con el pelo oscuro, la piel blanca y aspecto inteligente. El señor Caldwell alabó a Amelie y ella se puso roja. La señorita Caldwell saludó a la familia con cariño, como si fuesen unos buenos amigos, y, por fin, llegaron a ella. Marc la presentó.
—Señor Caldwell, Doria, os presento a la señorita Summerfield.
—Me alegro de conocerla —la joven parecía notablemente serena y se dirigió a su padre—. Padre, ¿te acuerdas de que te conté que Marc y la señorita Summerfield van a casarse?
—Sí, claro —el tono cordial del señor Caldwell se convirtió en un poco seco—. Bienvenida, señorita Summerfield —se volvió inmediatamente hacia lord y lady Northdon—. Venid a conocer a los otros invitados.
Marc ofreció el brazo a Tess y se inclinó para hablarle al oído.
—Te pido disculpas por el señor Caldwell. Ha sido grosero contigo.
—Es posible que esté decepcionado —susurró ella.
Marc estaña increíblemente guapo con la levita negra y sus ojos azules eran más atractivos todavía a la luz de las velas. ¿Cómo no iba a despreciarla la señorita Caldwell por habérselo arrebatado?
Siguieron a Amelie y a los padres de Marc hasta donde estaban reunidos los invitados. Durante las presentaciones, algunas personas fueron amables y corteses y otras casi ni les hicieron caso. Los ojos de algunos invitados brillaron al conocerla a ella. ¿Estarían acordándose de su escandalosa madre, de su padre o de la nueva lady Tinmore?
Algunos caballeros miraron con admiración a Amelie y algunas damas con envidia. La prima de la señorita Caldwell la tomó bajo su amparo y la llevó con un grupo de jóvenes que estaban entreteniéndose en un rincón de la habitación. Lord Northdon fue a hablar con alguien y el señor Caldwell se llevó a Marc. La señorita Caldwell encontró unos asientos para lady Northdon y para ella y también se sentó para charlar, sobre todo, con lady Northdon. Le preguntó por su vestido y enseguida introdujo a otra dama para hablar sobre modistas, tiendas de telas y los últimos modelos. Entonces, la señorita Caldwell y ella se quedaron solas.
—¿Desde cuándo conoce a Marc? —le preguntó con una sonrisa cortés.
Ella pensó que quizá no lo preguntara por cortesía.
—Desde hace poco —en realidad, menos de una semana—. ¿Y usted? Su padre y usted parecen muy amigos de los Caldwell.
La sonrisa de la señorita Caldwell se debilitó un poco.
—Amigos de Marc. Mi hermano y él fueron juntos al colegio y eran inseparables. Marc pasaba tanto tiempo en nuestra casa como en la suya. Conocimos a su familia a través de él.
—Claro. Marc me habló de su hermano y de su trágica pérdida.
La joven bajó la mirada.
—Murió en Ciudad Rodrigo.
—Lo siento —dijo Tess con sinceridad—. Mi hermano es soldado y estoy preocupada por él todo el tiempo.
La señorita Caldwell levantó la mirada con una ceja arqueada.
—Claro, lo entiendo.
Tess la miró a los ojos.
—Observo que ha oído hablar de mi hermano.
De su hermano por parte de padre. La gente siempre había hablado de que el hijo bastardo de lord Summerfield se había criado con ellos. Pareció como si la señorita Caldwell casi lo aprobara y no fue la reacción que ella se había esperado.
—¿Tiene hermanas? —preguntó Tess por hablar de algo.
Pareció como si la señorita Caldwell se hubiese quedado absorta en sus pensamientos durante un instante.
—¿Hermanas…? No, solo éramos mi hermano y yo.
Entonces, dos caballeros aparecieron en la puerta, pero no podían verse sus rostros.
—Discúlpeme, más invitados.
La señorita Caldwell se levantó para recibirlos.
—El señor Pemperton y el señor Welton —anunció el mayordomo.
Tess clavó la mirada en la puerta. El señor Welton, su señor Welton, entró para que lo saludaran la señorita Caldwell y su padre. El corazón se le aceleró. Había oído decir que todo el mundo se conocía en Mayfair, pero era imposible que se encontrara con el señor Welton en la primera fiesta. Sin embargo, allí estaba.
Se volvió otra vez hacia lady Northdon y fingió que escuchaba la conversación sobre el largo de las mangas. ¿Qué podía hacer? ¿Se acercaba y lo saludaba o lo evitaba? Anunciaron la cena y no tuvo que tomar la decisión.
Marc y lord Northdon se acercaron para acompañarlas al comedor. Dos caballeros se disputaban el brazo de Amelie y el señor Welton había desaparecido por detrás de ella. Estaba segura de que no la había visto.
El grupo, de unas treinta personas, se reunió y la señorita Caldwell elevó la voz.
—Como veréis, no hemos sido estrictos con el protocolo a la mesa. Hemos sentado a las personas donde hemos creído que se divertirán más.
Sin embargo, una vez en el comedor, comprobaron que lord y lady Northdon estaban colocados a la cabecera de la mesa. La señorita Caldwell había sido muy lista porque haberlos puesto en otro sitio habría sido un desprecio, a pesar de lo que había comentado antes. Ella estaba un poco más hacia el centro, pero la habían sentado al lado de Marc. La señorita Caldwell, otra vez, había sido increíblemente amable y generosa por sentarla al lado de Marc. Además, y afortunadamente, no estaba enfrente del señor Welton. Él estaba al otro lado de la mesa, pero a varios asientos de ella.
A medida que avanzaba la cena, Marc parecía hacer todo lo posible para darle conversación. Habló de la comida y el vino y fue muy considerado con todo lo que necesitaba. También la incluyó en las conversaciones que tenía con los invitados que estaban cerca de ellos. Cuando esos invitados estuvieron ocupados con otras conversaciones, se inclinó hacia él.
—Parece que tu madre está pasándolo bien. Estaba preocupada por ella.
—Yo también estaba preocupado —reconoció él.
Ella miró hacia donde estaban sentados los padres de Marc.
—La señorita Caldwell ha sido muy amable con tu familia y conmigo. Parece una buena persona.
—Lo es —confirmó él mirando su plato.
—Marc —ella agarró su tenedor—, me siento fatal. Habría sido una esposa muy buena para ti.
Él tomo un trozo de carne.
—No pienses en eso, Tess.
¿Cómo no iba a pensar en eso? Sirvieron otro plato y se quedaron en silencio, solo hablaban cuando otros invitados lo exigían. Al cabo de un tiempo, Marc le tocó un brazo.
—Hay un caballero que no deja de mirarte.
—Ah…
—Ese rubio con aspecto de dandy que hay al otro lado de la mesa.
Él inclinó la cabeza en dirección al hombre y ella lo miró fugazmente.
—El señor Welton —el traje de Welton le pareció un poco excesivo, sobre todo, en comparación con la naturalidad de Marc—. Lo conozco. Hace poco visitó a su tía en Yardney.
—En Yardney —repitió Marc frunciendo el ceño.
Hizo que ella se sintiera como si la hubiese sorprendido en alguna indiscreción, lo cual, era absurdo.
—Es posible que no me haya reconocido. Tu madre y Nancy me han transformado.
—No eres tan fácil de olvidar —replicó él taladrándola con la mirada.
Ella notó que se sonrojaba de placer.
Después de la cena, las mujeres volvieron a la sala para tomar té. Esa vez, las mujeres se juntaron con sus amigas y Tess se sentó con Amelie y lady Northdon. Amelie no paraba de hablar.
—Todos son muy amables, me he sentido muy bien recibida.
—Tienen que recibirte bien, chérie —comentó su madre dándole una palmada en el brazo.
—Algunos de los jóvenes parecían muy a gusto en tu compañía —añadió Tess.
Amelie, que vivía tan aislada como ella, no estaría acostumbrada a esas atenciones. Ojalá Genna estuviese allí para ayudarla. Amelie se sonrojó y bajó las pestañas.
—He recibido algunos halagos, pero estoy segura de que los caballeros solo estaban siendo educados.
—¡Bobadas! —los ojos de su madre dejaron escapar un destello—. Eres una belleza, pero tienes que estar en guardia. Si son caballeros, te cortejarán como es debido, ¿no?
—Maman, te aseguro que ninguno me ha dicho nada inapropiado —contestó Amelie—. Creo que nunca había sentido tanta amistad.
¿Era amistad sincera o algo preparado por la señorita Caldwell? Ella se dirigió hacia lady Northdon.
—También os han recibido con amabilidad, ¿no?
Lady Northdon levantó la taza de té.
—Casi todos.
La señorita Caldwell se unió a ellas.
—¿Necesitan algo?
—Non —contestó lady Northdon.
Bien hecho. Lady Northdon había mantenido la dignidad. La señorita Caldwell sonrió a Amelie.
—Ha tenido mucho éxito, ¿no? Según mi prima, ya hay varios caballeros rendidos.
—Es una exageración —replicó Amelie sonrojándose.
¿Qué hombre no admiraría a Amelie? Destacaba por encima de las otras jóvenes.
—Les aseguro que estaban rendidos —la señorita Caldwell las miró una a una—. Y las mujeres están impresionadas por su elegancia. ¿Cuál es su secreto, madame? ¿Tiene una modista nueva?
—No es nueva para mí —contestó lady Northdon.
—Están todas encantadoras.
La señorita Caldwell apretó la mano de lady Northdon y fue a otro grupo de mujeres. Lady Northdon dio otro sorbo de té y murmuró con la taza en los labios.
—Quelle horreur! Se siente obligada a ser amable con nosotras.
—Maman! —Amelie abrió los ojos como platos—. Es espantoso decir eso.
Lady Northdon levantó un hombro.
—No me gusta sentir que alguien tiene que hacer un esfuerzo para ser cortés conmigo.
Efectivamente, después de lady Northdon lo hubiese comentado, se daba cuenta de que había cierta amabilidad forzada cuando la señorita Caldwell hablaba con ellas. Aun así, se preguntaba si ella podría ser tan amable como la señorita Caldwell si estuviese en su lugar. Amelie siguió quejándose y enumeró todas las cosas que la señorita Caldwell y sus amigos le habían dicho o hecho esa noche. Ella no podía seguir oyendo alabanzas hacia esa mujer y se levantó.
—Disculpadme un momento.
Que pensaran que tenía que ir al tocador de señoras, pero la verdad era que tenía que estar un momento sola. Asomó la cabeza dentro del cuarto reservado para las mujeres y vio que había algunas. Abrió otra puerta y vio una biblioteca pequeña. Entró y se sentó en una butaca. No tenía que pensar solo en sí misma y en la tensión de la noche. También tenía que pensar en Marc y en que tenía que ser peor para él… y para la señorita Caldwell. Ella había tirado por tierra todos sus planes. La verdad era que podía ver que un matrimonio entre Marc y la señorita Caldwell saldría muy bien. La señorita Caldwell nunca saldría repentinamente para ir al pueblo cuando podía llover. Nunca se quedaría deslumbrada por un caballero de Londres que había ido a visitar a su tía en Lincolnshire. La señorita Caldwell podría ofrecerle el matrimonio sereno y respetable que quería Marc. ¿Qué podía ofrecerle ella? Más escándalo.
Oyó voces de hombres en el pasillo. Debían de estar volviendo con las mujeres. Esperó hasta que las voces se apagaron para volver a la sala e intentó pasar desapercibida, pero el señor Welton se acercó a ella en cuanto entró.
—Señorita Summerfield… —le saludó él inclinando la cabeza.
—Señor Welton…
Ella hizo una reverencia. En Yardney se quedó sin respiración solo por verlo y se mareó cuando la habló, en ese momento, no sintió nada. Su rostro, su pelo rubio y sus ojos castaños seguían siendo impresionantes, pero no le afectaron.
—Confieso que no la reconocí al principio —comentó él con una sonrisa.
—Acabo de llegar a Londres.
—¿He oído decir que su hermana se ha casado con el anciano lord Tinmore? —él le dirigió una mirada elocuente—. Un cambio en la suerte de su familia…
Él tono de él era cortés, desenfadado y completamente indiferente, el contrario que el coqueteo y las palabras bonitas de Yardney.
—También tengo entendido que está prometida al señor Glenville —siguió él con la misma falta de interés—. Le deseo lo mejor.
—Gracias —consiguió decir ella.
Él dirigió la mirada hacia Amelie.
—¿La señorita Glenville ya se ha presentado en sociedad? Es una joven encantadora. Si solo… —él no acabó la frase—. Da igual. ¿Su hermana pequeña está en la ciudad?
Genna, la hermosa Genna…
—No, no ha venido.
—Creo que Tinmore ha sido generoso con su familia —ella apostaría a que se refería a que Tinmore le había proporcionado una dote a Genna—. Tengo entendido que piensa abandonar su reclusión y venir a pasar la Temporada. Su hermana también vendrá, ¿verdad?
—Sí —contestó ella apretando los dientes—. Sin embargo, señor Welton, le aseguro que mi hermana aspirará a algo más elevado que usted. Al fin y al cabo, Lorene se ha casado con un conde y yo seré vizcondesa algún día. Creo que Genna espera superarnos con un marqués.
Él solo era el hijo menor de un barón.
—Si me disculpa, tengo que volver con lady Northdon —añadió Tess.
Hizo una reverencia, se dio media vuelta y cruzó la habitación para volver a sentarse con lady Northdon mientras hacía un esfuerzo para que pareciera que la conversación no le había afectado.
El señor Welton solo era un cazafortunas. Había estado jugando con ella en Yardney, no había significado nada para él. ¿Cómo había podido estar tan engañada?
En otro extremo de la habitación, Marc estaba sentado con Doria Caldwell y miraban la escena entre Tess y Welton.
—Parece que se conocen —comentó Doria tan impasible como siempre.
—Ella lo conoce —confirmó Marc devorado por los celos—. Se conocieron en Lincolnshire.
—¿De verdad? —Doria lo miró—. Mi padre me habló de los padres de ella, y del reciente matrimonio de su hermana.
Él asintió con la cabeza.
—Nuestras dos familias llevan el escándalo dentro. Yo no la culparé por los pecados de su madre y de su padre si ella no me culpa por los del mío.
Doria le puso una mano en el brazo.
—Tienes razón —ella bajó la voz—. Nuestra familia siempre te ha querido por ti mismo.
Esa verdad fue como una puñalada en el corazón. Quiso disculparse con ella, pero eso daría a entender que le había hecho una promesa y no se la había hecho porque sabía que se dirigiría al peligro en cualquier momento. Había tenido mucho cuidado de no prometer nada, aunque quiso hacerlo cuando Charles murió. Miró hacia otro lado y vio que Tess volvía a sentarse con su madre.
Desde que Tess le dijo que había conocido a Welton en Yardney, supo quién era ese hombre. Era el hombre con el que quería haberse casado ella, el hombre que necesitaba que ella tuviese una dote considerable. Welton le disgustó nada más verlo, mejor dicho, en cuanto vio que miraba a Tess. Su padre lo llamó con un gesto desde el otro lado de la habitación.
—Tendrás que perdonarme, Doria —Marc se levantó—. Creo que mi padre quiere marcharse.
—¿Tan pronto? —Doria también se levantó—. Me alegro de que tu familia y tú hayáis venido. Y la señorita Summerfield también, naturalmente. Os deseo que seáis felices.
—Eres una mujer estupenda, Doria —él le tomó una mano—. Charles estaría orgulloso de la mujer que has llegado a ser.
—No digas nada más —le pidió ella con lágrimas en los ojos.
Él le apretó la mano y se dio la vuelta. Su padre lo alcanzó antes de que hubiera dado más de cuatro pasos.
—Tu madre está preparada para marcharse.
Él apostaría cualquier cosa a que era su padre quien estaba cansado de la fiesta, quien estaba cansado de fingir que los invitados no hacían un esfuerzo para ser corteses con él. Su madre estaba hecha de una pasta más dura.
—Me despediré del señor Caldwell y pediré que nos traigan los abrigos.
Unos minutos después, estaban fuera de la casa, en la fría noche de febrero, y esperaban a su carruaje. El padre de Marc, impaciente, iba de un lado a otro por la acera. Amelie, muy emocionada, hablaba con su madre sobre la gente que había conocido, sobre todos los jóvenes que se habían fijado en ella. Él, sin embargo, pensaba en Tess y tenía que hacer un esfuerzo para no exigirle que le dijera de qué había hablado con Welton.
—¿Qué tal lo has pasado? —le preguntó en cambio.
—¿En la fiesta? Maravillosamente para haber sido mi primera salida en la ciudad —a él no le sonó como si hubiese sido tan maravillosa—. ¿Qué tal lo has pasado tú? Ha tenido que ser complicado.
Él la miró. Los candelabros montados en la puerta iluminaban su precioso rostro.
—También habrá sido complicado para ti.
Ella miró hacia otro lado.
—Te lo aseguro, ha sido una fiesta encantadora —volvió a mirarlo—. No tan complicada como una cabaña gélida con un fuego mortecino.
Él se rio en voz baja y sintió cariño por ella.
—Creo que yo habría preferido la cabaña.
—¿De verdad? —le preguntó ella arqueando las cejas.
—No está tan mal aislarse del resto del mundo durante un tiempo.
—Sobre todo, cuando el mundo exterior es tan frío.
¿Estaba hablando de la fiesta o de la cabaña?
—Siempre recordaré la cabaña. Fue a donde me llevaste después de salvarme la vida —siguió ella—. Aunque tu vida podría haber sido mejor si hubieses pasado de largo.
—No podría haber hecho algo así.
—Es verdad. Eso habría sido impropio de ti, ¿verdad? Mira cómo te lo agradezco.
—Los dos estamos metidos en este embrollo —él la agarró de un brazo—. ¿Quieres casarte con él?
—¿Con quién?
—Con el señor Welton —contestó él como si escupiera su nombre.
Ella parpadeó por la sorpresa.
—¿Con el señor Welton? En absoluto —ella hizo una pausa y bajó la voz—. ¿Y tú? Tu relación con la señorita Caldwell era más fuerte.
La verdad era que ya no podía imaginarse casándose con Doria. Sin embargo, tenía la sensación de haber incumplido una promesa, aunque fuese una promesa tácita.
—¿Quieres que me eche atrás? —le preguntó ella en un susurro—. Lo haré si quieres.
Él se acercó más y le acarició el rostro con delicadeza.
—Voy a casarme contigo, Tess.
Ella lo miró con los ojos velados y la respiración acelerada.
—¿Puede saberse dónde está el carruaje? —bramó su padre.
Tess se apartó de un salto.