Catorce

 

En Bruselas se cenaba temprano. No tuvo tiempo para rehacerse. Sí tuvo tiempo para vestirse, pero no para dominar todos los sentimientos que la alteraban por haberse encontrado con su marido después de esas semanas.

Los Caldwell, para disgusto de ella, también cenarían con ellos, como el capitán Fowler. Iban a cenar en el Café de l’Amitié, el Café de la Amistad. Menuda paradoja.

Ella se sentó al lado de Marc y tuvo que ver el placer de su familia y los Caldwell por estar con él. Eran muy raros, actuaban como si Marc solo hubiese estado de viaje por Suiza. Había abandonado a la mujer con la que acababa de casarse, pero nadie parecía reprochárselo lo más mínimo. Aunque, quizá, solo estuviesen… portándose bien. Lord y lady Northdon siempre se portaban muy bien cuando el capitán Fowler estaba delante. Estaban deseosos de que el capitán Fowler tuviese una buena imagen de ellos, hasta el punto que evitaban sus disputas constantes. Se les caía la baba con el capitán Fowler. Si no les pedía la mano de Amelie, ella no sería la única a la que destrozaría el corazón.

Al menos, la conversación no exigía que participara mucho, aparte de alguna expresión aislada de interés o de asentir con la cabeza. Sin embargo, mientras ella se corroía por dentro, la señorita Caldwell era el paradigma de la serenidad. No decía nada a su favor que sintiera rencor hacia la señorita Caldwell por serlo.

Después de la cena, todos fueron dando un paseo hasta el hotel. Eran cuatro parejas. Lord y lady Northdon abrían el cortejo seguidos por el señor Caldwell y su hija. Amelie y el capitán Fowler iban los últimos y ellos dos estaban atrapados en medio.

Amelie llamó a sus padres.

Maman, papá, sigue haciendo un día muy bueno, ¿puedo dar una vuelta por el parque con el capitán Fowler?

—¡Una idea magnífica! —lord Northdon se detuvo y todo el mundo se detuvo detrás—. Demos un paseo todos por el parque —se dirigió a lady Northdon—. ¿Te apetece ver el parque, querida?

Amelie se quedó chafada y su padre se rio.

—No te preocupes, hija, no vamos a estar encima de ti.

Aunque tampoco la perderían de vista, claro.

—¡Marc! —gritó su padre aunque estaban bastante cerca—. Tú nos acompañarás.

—Eso, Marc —Tess vio el cielo abierto—. Vete a dar un paseo con tus padres por el parque y los Caldwell. Yo puedo llegar sola hasta el hotel.

Marc no le respondió a ella sino a su padre.

—Gracias, papá, pero me quedaré con Tess.

Lord Northdon arqueó las cejas como si no pudiera creerse que su hijo prefiriera a su esposa a estar unos minutos con sus padres y sus amigos.

—Si es lo que quieres… —replicó en un tono tenso.

—Déjalos, John —lady Northdon sonrió como si creyera que Marc y ella estaba deseando estar juntos y se dirigió a Marc—. Adieu, mons fils.

Ella empezó a dirigirse hacia el hotel mientras Marc se despedía, pero la alcanzó enseguida.

—Deberías haberte quedado con tus padres y tus amigos —dijo con los dientes apretados.

—No iba a abandonarte.

Ella se rio. Él tenía que haber captado lo irónica que era esa afirmación. Sin embargo, no lo miró para comprobarlo. Mirarlo era demasiado doloroso. Le recordaba a cuando habían estado en el lecho nupcial, a cómo la había mirado con sus intensos ojos azules, a cómo la había llenado de esperanza y felicidad.

—Sin embargo, tampoco puedo quedarme —añadió él—. Tengo que irme a otro sitio.

Tess se encogió de hombros como si no le importara a dónde iba a ir. Él le abrió la puerta del hotel Flandre. Ella entró en el vestíbulo y fue con paso decidido hacia la escalera, pero él la seguía sin ninguna dificultad. Tess se detuvo.

—Voy a mi habitación y no hace falta que me acompañes. Vete a tu próxima… diversión.

Él la miró fijamente.

—Te acompañaré hasta la puerta.

—No quiero esta consideración por tu parte, Marc —se giró para mirarlo—. Haz de marido entregado cuando esté tu familia u otras personas que te importen, pero no hace falta que lo hagas cuando no esté mirando nadie relevante.

—Todavía puedo ser un caballero.

—¡Un caballero!

Ella se dio media vuelta y aceleró el paso.

—¡Tess! —la llamó un hombre—. ¡Tess!

Un soldado con casaca roja se acercó apresuradamente hacia ella.

—¿Edmund? —¿podía ser su hermano?—. ¡Edmund!

Se abalanzó sobre él y él la agarró entre los brazos.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Su coraza no estaba preparada para ver a Edmund.

—Edmund —repitió ella—. ¡Cuánto quería verte!

El hermano que tanto la amaba estaba allí.

—¿Qué haces en Bruselas, Tess? —le preguntó él sin parecer muy contento de verla.

Ella retrocedió y él frunció el ceño con preocupación.

—¿Tienes algún apuro económico?

—En absoluto —contestó Marc en vez de ella—. Permítame que me presente. Soy Marc Glenville, el marido de Tess.

—¿Usted es el marido?

Evidentemente, Edmund había recibido su carta, en la que le contaba que se había casado, pero no le había mandado otra para decirle que también la había abandonado.

—Soy Edmund Summerfield, señor —siguió su hermano —, el hermano de Tess.

—Summerfield…

Marc le tendió la mano y Edmund se la estrechó.

—Mi padre reconoció a Edmund y le dio su apellido —le explicó Tess.

—No he cuestionado su apellido, Tess.

—Desde luego —Edmund se movió con nerviosismo antes de mirar a Marc con desconcierto—. Entonces, ¿por qué estáis en Bruselas si no es para escapar de una deuda? ¿Tiene alguna misión oficial?

A Tess le pareció una pregunta algo indiscreta.

—Ni deudas ni misión oficial —contestó Marc sin parecer ofendido—. Llevo unos días aquí, pero Tess y mi familia han llegado hoy.

¿Por qué no se marchaba Marc? Ella se sentía como si su hermano fuese lo único que le quedaba y no quería compartir su compañía con Marc.

—Da igual por qué estamos aquí —intervino ella—. Cuéntame, ¿estás bien? ¿Necesitas algo? ¿Dónde vives?

Él le tomó las dos manos.

—Estoy bien, no necesito nada y… y, sobre todo, quería decirte dónde estoy viviendo.

Ella esperó que fuese cerca para poder verlo a menudo. Quizá estuviese fuera de servicio en ese momento, como los oficiales del parque. Quizá pudiera pasar un día con él.

Él puso una expresión seria.

—Estoy viviendo con tu madre.

¿Había oído bien?

—¡Mi madre!

—Sí. Estoy con ella y el conde von Osten. Tienen una casa grande en la calle Sainte Anne.

El conde von Osten era el hombre con el que se había fugado su madre.

—Mi madre y el conde von Osten…

Edmund le soltó las manos.

—Te he incomodado, Tess. Lo siento.

—No lo entiendo —ella sacudió la cabeza—. Tú y mi madre…

Él se encogió de hombros.

—Me enteré hace mucho de que vivía en Bruselas. Llevo años escribiéndome con ella.

—¿Años? —Tess levantó la voz—. ¿Le has escrito sobre nosotras?

¿Le había hablado de Lorene, Genna y ella misma?

—Claro —reconoció él—, pero, sobre todo, le he escrito sobre mí.

—¡Nunca nos lo dijiste! —exclamó ella sintiéndose traicionada.

¡Su madre no tenía derecho a saber nada de ella! Ni de Lorene y Genna. ¿Cómo podía haberle escrito sobre ellas? Afortunadamente, nunca le habían contado a Edmund que su padre se había arruinado y había vendidos sus dotes para comprarle un ascenso. Afortunadamente, ella había mantenido en secreto el embrollo de su propia vida.

—¿Por qué la buscaste? ¿Por qué le escribiste? ¿Por qué vives con ella? ¡No es tu madre! —exclamó ella temblando.

Un brazo fuerte la rodeó para tranquilizarla. Era Marc.

—Tu madre siempre fue amable conmigo —contestó Edmund con firmeza.

—¡Casi no nos vio a nosotras!

—Es posible, pero a mí siempre me trató bien. Cuando era pequeño, me trató como si fuese valioso y yo lo necesitaba mucho.

Su madre había sido encantadora, eso era verdad, pero no podía haberlos considerado valiosos. Al fin y el acabo, los había abandonado.

—Le gustaría verte, Tess —añadió Edmund en tono serio.

—¿Sabe que estoy aquí? —preguntó Tess, que no quería que su madre supiera nada de ella.

—Estaba conmigo cuando Upton me dijo que estabas aquí —contestó él—. ¿Le harás una visita, Tess? A ella le gustaría.

—¡Visitarla!

Jamás.

—Incluso, te invita a que te quedes con ella —Edmund se dirigió a Marc—. A usted también, señor.

—Tess está con mis padres y mi hermana —le explicó Marc.

—Estoy seguro de que también los recibiría. Es una casa muy grande.

—¡No! —gritó Tess.

—Creo que deberíamos desearle buenas noches, teniente —añadió Marc—. Tess está cansada del viaje.

—Claro. ¿Puedo visitarte otra vez, Tess?

Era su hermano, aunque ya no pudiera confiar en él.

—Claro que puedes visitarme —Tess le dio un abrazo precipitado—, pero no quiero saber nada más de mi madre.

—Volveré mañana —Edmund se volvió hacia Marc—. Adiós, señor, espero volver a verlo.

Marc volvió a tenderle la mano.

—Yo también espero volver a verlo.

Tess dio otro abrazo a Edmund antes de que Marc se la llevara del vestíbulo para subir las escaleras. Entonces, se detuvo para mirarlo.

—¡Cómo se atreve! ¿Lo has oído? ¡Se ha comportado como si no debiera importarme que nos abandonara! —ella siguió por el pasillo hablando a las paredes—. ¿Por qué todos los que me abandonan creen que es lo más normal del mundo? Esperan que los salude como si solo se hubiesen marchado una hora. ¿Es que yo no debería sentir nada?

Aquel día, cuando ella tenía nueve años, su madre entró en el cuarto de juegos, les dio un beso a Lorene, a Genna y a ella y les dijo que las vería más tarde. Desde entonces, no le había mandado ni una carta ni un mensaje. Lo único que habían sabido de ella eran los gritos de su padre cuando decía que le había arruinado la vida.

—Dice que quiere verme como si diese igual —siguió Tess intentando contener las lágrimas de rabia.

Cuando llegaron a la puerta, ella sacó la llave del bolso de mano. Él la abrazó con fuerza. Su calidez, la solidez de su cuerpo, su olor eran un consuelo, como si él le transmitiera algo de su fuerza. La abrazó, se entregó sin pedirle nada y ella quiso quedarse para siempre entre sus brazos. Sin embargo, era Marc y también la había abandonado. Se soltó y lo apartó.

—No me toques.

Él se limitó a inclinar la cabeza y a darse la vuelta. Ella entró en la habitación, pero se detuvo y abrió un poco la puerta para mirarlo mientras se alejaba y se dirigía a eso que era tan importante para él.

 

 

Él bajó las escaleras con su propio batiburrillo de emociones. La había abandonado, como había hecho su madre. ¿Podría compensárselo alguna vez o su matrimonio había estado condenado desde el principio? Cuando llegó al vestíbulo, el hermano de ella seguía allí y lo miró con cierto asombro.

—Voy a hacer un recado —le explicó Marc dirigiéndose hacia la puerta.

—¿Tess está bien? —le preguntó Edmund acompañándolo.

—Ha tenido un día muy complicado —contestó él mirándolo fugazmente a los ojos.

Él se lo había complicado.

—Por favor, transmítale mis disculpas —le pidió Edmund con arrepentimiento—. No debería haberle contado tan bruscamente lo de su madre.

—Ya está hecho —fue lo único que pudo decir él.

El portero les abrió la puerta.

—No creo que Tess vaya a visitar a su madre —siguió Marc mientras salían.

—Debería hacerlo —Edmund sacudió la cabeza—. Sabía que esta noticia la sorprendería. Sin embargo, pensé que podría alegrarla. De niños, algunas veces hablamos del abandono de su madre. Sus hermanas y ella siempre decían que lady Summerfield había hecho lo que tenía que hacer.

—Algunas veces, puedes hacer daño a alguien aunque hagas lo que tienes que hacer.

Marc lo sabía muy bien. Le gustaba el hermano de Tess. Era leal y cariñoso con ella aunque le hubiese llevado esa noticia. Incluso le gustaba la lealtad de Edmund con lady Summerfield. Al parecer, le había perdonado que hubiese abandonado a su familia. ¿Le perdonaría Tess alguna vez a él?

Se separaron poco después y él caminó los ochocientos metros que había hasta Le Double Aigle. Era una posada de poca categoría donde podía pasar desapercibido. Estaba ocupada por soldados. Subió las escaleras hasta su habitación y se vistió de ciudadano belga normal y corriente. Volvió a salir de la posada con mucho cuidado de que nadie se fijara en él y fue a una parte de la ciudad que ningún inglés visitaba. Entró en un bar que había frecuentado últimamente, se sentó y pidió la cerveza que ese país hacía tan bien. Como otras noches, se dedicó a escuchar las conversaciones de quienes lo rodeaban. Se quedaría hasta tarde, hasta que las lenguas empezaban a soltarse por la bebida. Sin embargo, sospechaba que pensaría en Tess más todavía que durante sus viajes anteriores. Si tenía suerte, no se perdería la valiosa información que podrían proporcionarle los muchos belgas que recibirían a Napoleón con los brazos abiertos.

 

 

A la mañana siguiente, se despertó temprano y le dolía la cabeza, pero era más por la falta de sueño que por la cerveza que había bebido. Había prometido a su padre que desayunaría con la familia y no quería defraudarlo. Hizo un esfuerzo para levantarse y se vistió enseguida. Salió al fresco de la mañana, que terminó de espabilarlo, y fue a buen paso hasta el hotel Flandre. ¿Se despertaría Tess tan temprano? ¿Desayunaría con la familia? ¿Podría estar un rato a solas con ella? Apostaría cualquier cosa a que no le había contado a nadie, ni a su doncella Nancy, que su madre estaba en Bruselas. Esperaba que se hubiese repuesto. No había querido dejarla la noche anterior, pero tenía que cumplir con su deber… y ella no quería saber nada de él.

Al menos, la noche había sido provechosa. Había trabado amistad con unos bonapartistas y querían que conociera a alguien esa tarde. Al parecer, había un grupo de hombres que estaba planeando ayudar a Napoleón para que recuperara Bélgica. Él gritaría vive l’Empereur si eso le servía para que lo aceptaran y le contaran lo que sabían.

Entró en el hotel y le pidió al recepcionista que lo anunciara a su padre. El recepcionista no volvió con el permiso para que subiera a la habitación, sino que su padre apareció en persona.

—Tu madre no se ha despertado todavía —le explicó su padre a modo de saludo—. Vamos a dar una vuelta por el parque.

Fueron hasta el parque que, incluso a esa hora, estaba lleno de soldados uniformados. Algunos iban del brazo con mujeres que, sin duda, habían calentado sus camas la noche anterior. Su padre no dijo nada durante un buen rato.

—Sería una negligencia por mi parte si no dijera nada por lo que has hecho, hijo.

Un sermón. Marc supuso que se lo merecía, al menos, según el punto de vista de su padre.

—Sabes que tu matrimonio no me gusta lo más mínimo. Ha dado mucho que hablar en Londres. Los cotillas sacaron mucho partido a que os sorprendieran in fraganti —su padre dejó escapar un sonido de fastidio—. In fraganti.

Él agitó una mano.

—No nos sorprendieron in fraganti, papá, no sigas por ahí. Ya te conté lo que pasó.

Su padre se detuvo y lo miró a los ojos.

—Entonces, ¿por qué la abandonaste para viajar a Suiza? Es verdad que has desaparecido de repente muchas veces, pero no era el momento.

—No podía negarme —contestó él sinceramente.

—Claro que podías negarte. Has hecho mucho daño al marcharte, mucho daño. A ella y a la familia. ¿Qué vas a hacer al respecto?

—Todo lo que pueda.

—El matrimonio tienes que cuidarlo —comentó su padre en tono filosófico—. Una esposa necesita que seas considerado con ella. Tienes que tener en cuenta sus deseos. Además, si tienes que hacer algo que no vaya a gustarle, tienes que decírselo con la mayor delicadeza posible…

Marc se detuvo, no podía seguir oyendo eso.

—¡Papá! ¿Lo dices por experiencia? No he visto nada de eso en tu matrimonio.

—No estoy hablando de mi matrimonio —replicó su padre poniéndose rígido.

—Evidentemente —Marc siguió andando—. ¿Cuándo has tenido en cuenta los deseos de mamá por encima de los tuyos? ¿Cuándo has sido delicado con ella?

—¡Tu madre y yo no deberíamos habernos casado! —él se lo había oído decir muchas veces—. No dejamos llevar por… por esos sentimientos viscerales que llevan al… al… al deseo carnal. Ha sido infeliz conmigo desde que fue a Inglaterra, donde nunca podrá… encajar. Me lo reprocha.

—¿De verdad? —le preguntó Marc con cierta ironía—. Yo diría que mi matrimonio con Tess empezó de una forma más problemática todavía. Antes de decirme lo que tengo que hacer, deberías intentarlo tú mismo.

—Tu madre no lo acepta.

—¿Eso crees? —él no iba a dejar escapar esa ocasión—. Anoche os llevasteis muy bien. Los dos dejasteis de picaros el uno al otro y fue muy agradable.

Su padre agitó una mano.

—No fue nada. Estamos deseosos de que el capitán Fowler nos considere una buena familia y siempre somos corteses delante de los Caldwell. Queremos con toda nuestras fuerzas que Amelie se case bien. A Amelie le gusta mucho ese hombre y Fowler sería un marido excelente para ella.

¿Que le gustaba ese hombre? Amelie bebía los vientos por el capitán Fowler y sus padres habían viajado a Bruselas por ello.

—¿Lo pasas bien cuando mamá y tú os sois amables el uno con el otro? —le preguntó él en cambio.

Su padre no contestó inmediatamente y fingió que miraba los bustos de emperadores romanos de la terraza que rodeaba el estanque.

—Fue agradable —contestó su padre por fin.

—Entonces, sigue tu propio consejo antes de dármelo a mí. Demuéstrame que puedes hacer feliz a mi madre y yo intentaré hacer lo mismo con mi esposa.

—No puedo hacer feliz a tu madre —replicó su padre mirando hacia otro lado.

Probablemente, él tampoco podría hacer feliz a Tess, pero sí podía intentarlo. Sin embargo, cambió de asunto.

—Padre, tengo que avisarte. Es peligroso que estéis en Bruselas, la guerra va a empezar pronto.

—¡Ridículo! Bruselas es tan seguro como Londres. Mira a toda esta gente.

—Deberíais volver a Londres lo antes posible.

—Acabamos de llegar —replicó su padre en tono gruñón—. Sé de buena tinta que todavía faltan un par de semanas, como mínimo, hasta que entremos en Francia —extendió un brazo para abarcar el parque—. Mira esos hombres uniformados. No parece que estén en vísperas de la batalla. Parece como si estuviesen de vacaciones. Además, a tu madre le gusta estar aquí. Nos quedaremos hasta que tu hermana y ella quieran.

—Lo entiendo, pero tenéis que volver a Londres en cuanto los soldados se pongan en marcha.

—¡Bah! ¿Qué sabes tú de eso?

Él esperaba saber algo más muy pronto. Se avecinaba algo y los bonapartistas que había conocido en los bares eran su mejor oportunidad de saber qué era.

—Probablemente, quieres librarte de nosotros para que puedas seguir tu… asunto con Doria Caldwell —añadió su padre.

—¡No tengo un asunto con Doria Caldwell! —exclamó él intentando contener la furia—. Nos perjudicas al decir algo así y habrías sido muy despiadado si le has dado a entender algo así a Tess.

—No he dicho nada —contestó su padre con una expresión de preocupación—. Entonces, ¿por qué, hijo? ¿Por qué te machaste? ¿Adónde fuiste y por qué?

—Fui a los Alpes.

—No te creo, ocultas algo.

Él lo miró a los ojos.

—Muy bien, no me creas, pero la próxima vez que te diga que os marchéis de Bruselas, tómatelo en serio.

Su padre también lo miró, con los ojos muy abiertos, y asintió con la cabeza.

 

 

Tess había dormido agitada. Había soñado con Marc, con Edmund y con su madre. Había soñado que estaba sola en Bruselas, que la casa de su madre era una ruina, pero que podía oír su risa, que veía que Marc se acercaba a ella entre la lluvia, pero que desaparecía. Había soñado que oía cañonazos, que los soldados galopaban por la ciudad y que nadie se daba cuenta de que estaba sola.

Cuando por fin cayó en un sueño profundo, Nancy entró en la habitación para despertarla. Ella se sentó en la cama.

—¿Qué hora es?

—Las ocho, la hora a la que debería despertarla —contestó Nancy en tono jovial.

Ella dominó el impulso de despedir a Nancy y taparse otra vez con las sábanas. Se sentó en el borde de la cama y se puso las zapatillas.

—Espero que hayas dormido bien.

Nancy compartía una habitación con las doncellas de Amelie y de lady Northdon.

—La doncella de lady Northdon ronca, pero, aparte, he dormido muy bien.

Nancy abrió las cortinas y la luz del sol entró en la habitación, un contraste muy grande con los sueños sombríos que había tenido.

—¿Qué quiere ponerse? —le preguntó la chica mientras iba hacia el armario.

—El azul, creo.

El vestido azul siempre le recordaba los ojos de Marc y se lo ponía mucho para intentar relacionarlo con otras cosas, el mar, el cielo, lo que fuera. Fue a la palangana y la llenó de agua. Se lavó antes de ponerse una camisola limpia. Nancy le llevó un corsé y se lo anudó. Luego, las dos fueron al tocador para que Nancy le cepillara el pelo y se lo recogiera con horquillas.

—¿Verá hoy al señor Glenville o a su hermano? —le preguntó Nancy mientras le cepillaba un nudo del pelo.

Ella solo le había contado por encima lo que había pasado el día anterior.

—No lo sé.

¿Cómo iba a saber si vería a Marc? Ni siquiera sabía el nombre de su hotel. Si quería, él podía desaparecer otra vez.

—Espero ver a mi hermano —añadió ella.

Vio en el espejo que Nancy, que siempre tenía una expresión jovial, fruncía el ceño.

—No me corresponde decirlo, pero el señor Glenville hizo mal al abandonarla y no decirle que estaba en Bruselas. No debería haberla sorprendido de esa manera.

—Me temo que la sorpresa se la llevó él al vernos.

¿Se habría marchado si hubiese sabido que iban a ir a Bruselas? Nancy le hizo un moño muy sencillo y la ayudó a vestirse.

—¿Se acuerda de que lord Northdon quería que desayunara con ellos en su salita?

Ella asintió con la cabeza.

—¿Va a necesitarme hoy? —le preguntó Nancy.

—Vaya, no lo había pensado.

—Es que me gustaría ver tiendas si puedo. Las doncellas que trabajan en el hotel me han dicho que Bruselas es famoso por el encaje y me gustaría verlo.

Ella sacó unas monedas de su bolso de mano.

—Si ves algo que merezca la pena, cómpralo, para ti o para mí. Aparte, cómprate algo.

—¡Gracias! —exclamó Nancy con un brillo de emoción en los ojos.

—Que te acompañe alguna de las doncellas o Staines. No salgas sola. Hay soldados por todos lados.

La alegría de Nancy atraería a los hombres.

—No se preocupe por mí, señora, tengo hermanos y sé defenderme, pero la doncella de la señorita Glenville también quiere ver tiendas.

Llamaron a la puerta, pero se abrió antes de que ella pudiera decir algo y Amelie asomó la cabeza.

—¡Tess! ¿Puedo entrar?

—Claro, Amelie.

La chica entró casi bailando.

—Hace una mañana preciosa, ¿verdad?

—Solo hay una cosa que pueda poner tan contenta a una mujer —comentó Nancy con una sonrisa.

Amelie la abrazó un instante.

—Te refieres a un hombre, a un hombre especial, el hombre más apuesto y caballeroso del mundo.

—Es maravilloso verte tan contenta, Amelie.

Ella también pensaba en un hombre especial, apuesto y caballeroso, pero eso la descorazonaba. Amelie fue como flotando hasta ella y también la abrazó.

—¡Estoy feliz! El capitán Fowler va a venir a ver a mi padre esta mañana y le pedirá mi mano.

—¡Señorita! —exclamó Nancy—. ¡Qué emocionante! Buscaré algún encaje maravilloso para su vestido de novia.

Amelie se dejó caer en una butaca.

—Un vestido de novia hecho con encaje de Bruselas, ¿no es maravilloso?

—Es maravilloso —confirmó Tess, que se sentía muy contenta por Amelie.

Sin embargo, ¿era prudente prometerse con un soldado cuando estaban al borde de la guerra?

—Además, tú también estarás contenta —Amelie sonrió con candor—. Marc está otra vez con nosotros.

—¿Está en el hotel? —preguntó Tess en un tono algo tenso.

—No sé si está en el hotel, pero va a desayunar con nosotros. ¿No te acuerdas? —Amelie suspiró—. Me pregunto a qué hora llegará el capitán Fowler.

Tess se preguntaba a qué hora llegaría Marc, si llegaba. Podía alegar que le dolía la cabeza y quedarse todo el día en la habitación, pero ¿de qué serviría? Tenía que verlo inevitablemente.

—Estoy segura de que llegará en el momento perfecto —cualquier momento sería perfecto para Amelie. Tess se levantó—. ¿Vamos a desayunar?

Amelie y ella recorrieron el pasillo hasta las habitaciones de lord y lady Northdon. Eran dos habitaciones y una sala, donde se serviría el desayuno. Entraron en la habitación y tres caballeros se levantaron. Marc, su padre y Edmund.

—¡Edmund!

Ella fue corriendo hasta él y le agarró las manos. Edmund, sin embargo, se fijó en Amelie y ella se dio cuenta de que tuvo que hacer un esfuerzo para mirarla.

—Tu marido y lord Northdon me encontraron en el parque y me han invitado a desayunar. Si no, no habría venido tan temprano —le explicó su hermano.

—Tu hermano es encantador —intervino lady Northdon—. Estamos conociéndonos.

—Habéis sido muy amable al invitarlo.

Ella miró a Marc, pero desvió la mirada enseguida. Parecía cansado, como si no hubiese dormido. ¿Se había acostado tarde por ese otro entretenimiento que tenía?

—Bueno días, Tess —le saludó él en voz baja.

Amelie se acercó a Edmund.

—No nos habéis presentado.

—Amelie, te presento al teniente Summerfield, el hermano de Tess —Marc se dirigió a Edmund—. Mi hermana, la señorita Glenville.

Edmund se sonrojó e inclinó la cabeza.

—Es un placer, señorita Glenville.

—¿No sentamos y desayunamos? —propuso lady Northdon.

El desayuno fue agradable porque Edmund estaba allí y ella no tenía que hablar con Marc o con los demás, aunque la atención de Edmund se desviaba muchas veces hacia Amelie. El capitán Fowler llegó cuando casi habían terminado de desayunar y aunque eso alegró a Amelie y a lord y lady Northdon, Edmund se quedó más retraído. Pobre Edmund. ¿Qué posibilidades podría haber tenido con Amelie aunque no hubiese existido el capitán Fowler? Era el hijo ilegítimo de un barón deshonrado y Amelie era la hija de un vizconde.

—Edmund, ¿podrás dedicarme algún tiempo hoy? —le preguntó ella a su hermano.

—Es posible que esta tarde —contestó él aunque miraba a donde estaban sentados Amelie y el capitán Fowler con las cabezas muy juntas.

—Quiero que me acompañes esta mañana, Tess —intervino Marc.

—Tengo cosas que hacer —replicó ella casi sin mirarlo.

—No, no las tienes. Acompáñame.

Lord y lady Northdon y su hermano estaban mirándola fijamente y esperando su respuesta.

—Si tengo que cambiar mis planes por ti, los cambiaré.

Aunque no tenía ningún plan…