Dieciséis
Esa tarde, Tess fue a la salita de lord y lady Northdon con las invitaciones. Amelie también estaba allí.
—¿El baile de la duquesa de Richmond? —exclamó lady Northdon.
—¿Marc las ha conseguido? —preguntó lord Northdon con escepticismo—. ¿Cómo es posible?
—Las ha conseguido mediante el secretario del duque —le explicó ella—. Creo que es amigo suyo.
—¿El duque y la duquesa lo saben? —preguntó lady Northdon.
—El secretario del duque dijo que sí.
—Es la invitación más maravillosa que he recibido jamás —comentó Amelie mirando fijamente las invitaciones—. Todo el mundo habla de ese baile y nosotros vamos a asistir —ella se llevó la invitación al pecho—. ¡Hasta el capitán Fowler!
Lord Northdon cruzó la habitación para ir a donde estaba sentada su esposa. Se sentó en la butaca que había al lado de la de ella y se inclinó.
—¿Tú quieres ir, Inés? —le preguntó él en un tono asombrosamente delicado.
—¿Quieres ir tú? —le preguntó lady Northdon sin disimular la sorpresa.
—Solo si te apetece a ti —contestó él tocándole la mano.
—Maman! —exclamó Amelie, mirándola fijamente—. ¡Di que sí, por favor!
Lady Northdon miró a su marido y a su hija y sonrió mostrando toda su belleza.
—De acuerdo.
Amelie fue corriendo a abrazar y besar a su madre y a su padre. Luego, se llevó las manos a la cara.
—¿Qué voy a ponerme? Maman, ven a ver mis vestidos y dime cuál es el indicado para el baile de la duquesa.
Lord Northdon se levantó y tendió las manos para ayudar a lady Northdon a que se levantara. Ella lo miró con arrobo.
—Merci, John.
Tess se quedó boquiabierta. Estaban siendo amables el uno con el otro aunque no había nadie a quien impresionar. ¿El mundo se había vuelto loco?
—Si no os importa —intervino Tess—, debería hablar con Nancy para elegir un vestido.
—Oui, chérie —concedió lady Northdon—. Me parece muy bien.
Cuando llegó el momento de vestirse para la cena, Tess arrastró los pies aunque sabía que era una tontería porque Marc no se presentaría.
—Está muy callada, señora —comentó Nancy mientras la peinaba.
—¿De verdad?
No le había contado a nadie, ni a Nancy, que Marc quería cenar con ella. ¿Para qué? Nancy tomó un mechón de pelo y lo sujetó con una horquilla.
—¿Qué le parecería si le cosiera un sobrevestido de encaje de Bruselas para el vestido del baile?
—¿En un día? —le preguntó ella al reflejo de Nancy en el espejo.
—Podría hacerlo —insistió Nancy—. Solo son unas cuantas costuras y coso muy deprisa.
—Si quieres intentarlo…
Nancy le puso la última horquilla en el pelo.
—¿Qué vestido quiere ponerse para la cena?
—Da igual —contestó ella.
Nancy fue al armario y sacó el vestido azul, el que le recordaba los ojos de Marc. ¿Por qué precisamente ese? Sin embargo, no dijo nada. ¿Qué importaba el vestido que llevara? Nancy la ayudó a vestirse y ella se puso los zapatos. Ya solo quedaba ir a la sala de lord y lady Northdon para cenar con ellos. Entonces, llamaron a la puerta. Seguramente, se habría retrasado y habían mandado a alguien para que fuera a recogerla. Nancy fue a abrir la puerta.
—¡Oh…! ¡Señor Glenville!
¿Marc…?
—He venido a recoger a la señora Glenville. ¿Está preparada?
Nancy se apartó para dejarle pasar y ella se levantó.
—Ah… Has venido…
El corazón se le aceleró al verlo, aunque ella no hubiese querido. Él se quedó al lado de la puerta.
—Dije que intentaría venir a cenar.
Ella tomó el mantón.
—Entonces, vamos. Tus padres estarán esperándonos —ella se dirigió a Nancy—. Buenas noches, Nancy.
Nancy esbozó una reverencia precipitada.
—Buenas noches, señora.
Ella pasó junto a Marc, salió al pasillo y se fue hacia la habitación de sus padres.
—No vamos a cenar con mis padres —comentó él cuando la alcanzó.
Ella se detuvo y lo miró.
—¿No vamos a cenar con ellos?
—Sé que no vas a creerme —él se puso demasiado cerca de ella—, pero me dijeron que iban a cenar solos.
—¿Solos? —efectivamente, no se lo creía—. ¿Y Amelie?
—Al parecer, le han dado permiso al capitán Fowler para que la lleve a uno de los restaurantes que están cerca de aquí.
—No sé por qué, pero creo que estás engañándome.
Él la agarró de un brazo y la llevó a un sofá que había al final del pasillo. Se sentaron y clavó los ojos azules en ella.
—Tess, reconozco que no siempre he podido decirte la verdad, pero estoy diciéndotela ahora. Quiero que confíes en mí, quiero empezar otra vez contigo.
Ella sintió que se debilitaba por la intensidad de su mirada y la delicadeza de sus palabras.
—Iré a cenar contigo —replicó ella—, pero no confío en ti.
—Por el momento, bastará con la cena. ¿Te parece bien el Postillon?
—No sé a dónde se puede ir a cenar en Bruselas.
Él se levantó y le tendió una mano. Ella la tomó, pero él no se la soltó ni cuando estuvo de pie.
—Gracias, Tess.
Ella retiró la mano y se cubrió con el mantón. Bajaron las escaleras y salieron a la calle Royale.
Marc se sintió más esperanzado. No había estado nada seguro de que ella fuese a aceptar cenar con él. Estaba decidido a tranquilizarla, pero ella no le dirigió la palabra hasta que estuvieron a mitad de camino, cerca de la catedral.
—A tu madre y Amelie les encantó recibir la invitación para el baile.
—Me alegro.
Sobre todo, le alegraba que ella hubiese decidido hablar con él.
—Sin embargo, todo fue raro —siguió ella—. Tu padre estuvo muy complaciente con tu madre y no había nadie a quien impresionar. Solo estábamos Amelie y yo. Tu madre se abrió como una flor al sol por su amabilidad. Fue muy llamativo.
—¿Estuvo amable con ella? Me habría gustado verlo —¿su padre le había hecho caso? Eso sí que sería llamativo—. Además, decidieron cenar juntos. Dios mío.
Llegaron al restaurante, que estaba lleno de ingleses y de soldados con sus mujeres. Había pocos belgas, probablemente, porque era tarde para ellos. Pidieron mejillones, patatas fritas, salchichas y cerveza. Empezaron a hablar de la comida y a él le pareció que Tess iba relajándose.
—¿Tus hermanas fueron a pasar la Temporada en Londres? —le preguntó cuando ya habían agotado el tema de la comida y la ciudad.
—Sí, fueron —contestó ella poniéndose rígida.
—¿Qué pasa, Tess? ¿Les pasó algo a tus hermanas?
Ella dejó el tenedor y lo miró a los ojos.
—Mi matrimonio nos ha distanciado. Lorene cree que desperdicié su sacrificio y creo que Genna está enfadada porque dejé que la sociedad dictara que debía casarme. No les conté lo que estaba dispuesto a hacer Tinmore si no me casaba contigo.
—Y tampoco podrías explicar por qué me marché tan repentinamente —añadió él.
—¿Quién podría explicar que te marcharas después de la noche de bodas? —preguntó ella con amargura—. ¿Cómo iba a entenderlo alguien?
El dolor le atenazó las entrañas y se inclinó hacia ella.
—No me marché para alejarme de tu cama.
Ella miró alrededor para ver si lo había oído alguien.
—No hables de eso.
Él miró su plato y cortó un trozo de salchicha porque sabía que no estaba diciéndole toda la verdad. Sí se había marchado de su cama, ¿no? Sencillamente, no había querido tener que ir corriendo hasta Francia. Volvió a mirarla.
—Siento haberte hecho daño, Tess.
Ella se sonrojó, se llevó la cerveza a los labios y dio un sorbo. Las palabras de él flotaron mucho tiempo en el aire. Hasta que la palabra «baile» les llegó de una mesa cercana y él aprovechó la ocasión para hablar de algo más seguro.
—Observo que el baile de la duquesa es un tema de conversación.
Ella aceptó el cambio de conversación, como había esperado él.
—Amelie está muy emocionada.
Hablaron del baile y de los adornos que habían visto para transformar esa habitación enorme en un salón de baile. Terminaron de cenar enseguida y salieron del restaurante.
—¿Volvemos dando un paseo por el parque? —le preguntó Marc.
Muchos hombres y mujeres paseaban por el parque y él pensó que eran enamorados. Los uniformados irían pronto a la batalla. Esperaba que al día siguiente pudiera enterarse de cuándo iba a empezar la batalla. Esperaba enterarse con la suficiente antelación para que Tess y su familia se marcharan de Bruselas. Llegaron al hotel y la acompañó a su habitación.
—Gracias por la cena —ella se detuvo en el descansillo y se volvió hacia él—. Dime una cosa, Marc. ¿Los hombres pueden hacer el amor a las mujeres sin amarlas?
Él se sintió como si fuese a entrar en un terreno muy espinoso.
—Sí.
Ella asintió con la cabeza, como si hubiese encontrado la pieza que le faltaba del rompecabezas y siguió subiendo las escaleras hasta que llegó al pasillo.
—Hacer el amor sin amor esa es la parte fácil —siguió él—. Hay muy poco en juego, al menos, para el hombre. El amor hace que todo sea mucho más peligroso.
—¿Porque puede llevar a la muerte como a tu hermano y a tu amigo?
—Sí —contestó él mientras llegaban a la puerta.
—¿Y las mujeres pueden hacer el amor sin amor? —preguntó ella sacando la llave del bolso de mano.
Esa conversación sobre hacer el amor… ¿Acaso no se daba cuenta ella de que era en lo único en lo que podía pensar mientras la acompañaba a su habitación?
—Sí, pueden —contestó él—. Aunque creo que hacer el amor es peligroso para las mujeres sientan amor o no.
—¿Por qué dices eso?
—Se arriesgan a tener un hijo.
—Un hijo… —ella no terminó la frase.
—¿Quieres tener un hijo, Tess?
Él, de repente, pudo ver a una niña con el pelo castaño y los ojos de color avellana, una niña que no tendría que sufrir la pérdida de todos sus seres queridos.
—Claro que quiero —contestó ella sonrojándose.
Ella fue a entrar en la habitación, pero él le cortó el paso con el brazo.
—Entonces, podríamos hacer el amor si quieres.
¿Se había vuelto loco? Podría tener que alejarse de ella otra vez. Ella palideció.
—No. Yo… Yo no puedo después de…
Él le puso un dedo en los labios con delicadeza.
—No importa, puedo esperar.
El deseo se había adueñado de él. La deseaba tanto que estaba a punto de tomarla en brazos y llevarla a la cama, pero se contuvo. Ella metió la llave en la cerradura y abrió la puerta.
—Buenas noches, Tess —murmuró él retrocediendo un paso.
Ella desapareció en la habitación y cerró la puerta. Tenía que tener paciencia. Al menos, ya le hablaba. Al menos, había aceptado salir con él. El tiempo quizá no fuese a curar las heridas que le había hecho, pero sí podría ayudarlos a alcanzar una especie de tregua.
Empezó a volver por el pasillo y oyó una puerta que se abría.
—Marc…
Él se dio la vuelta y la vio en la puerta.
—Pasa por la recepción y pídeles que le transmitan un mensaje a Nancy.
—Muy bien. ¿Cuál es el mensaje?
—Que no voy a necesitarla esta noche.
Él asintió con la cabeza y se alegró de que ella le hubiese pedido que hiciese algo por ella. Se dio la vuelta y siguió por el pasillo.
—Marc —volvió a llamarlo ella.
Él se dio la vuelta.
—Después, vuelve conmigo.
Él bajó apresuradamente a la recepción y pidió que le entregaran el mensaje a Nancy. Después, tuvo que hacer un esfuerzo para no subir las escaleras de dos en dos e ir corriendo por el pasillo, pero sí anduvo todo lo deprisa que pudo.
Cuando ella abrió la puerta, la abrazó y la besó aunque temía que fuese a rechazar el beso. Su esposa introdujo los dedos entre su pelo, separó los labios y notó que su lengua tocaba la de él. La felicidad lo dominó, pero ella se separó.
—Yo… Yo quiero comprobarlo, ya que sé que no puedes amarme. Quiero comprobar qué se siente al hacer al amor sabiendo eso.
¿Qué quería decir con eso de que sabía que no podía amarla? ¡Él la amaba! Por eso había salido de su cama aquella primera noche, pero lo haría como ella quisiera. Se había ganado ese derecho después de todo lo que había pasado por él.
—Lo que quieras, Tess.
La abrazó, volvió a besarla y le pareció que el cuerpo de ella cobraba vida.
—Déjame que te desvista —le pidió él con la voz ronca cuando dejaron de besarse.
—¿Como en la cabaña? —murmuró ella.
La estrechó contra él y se deleitó con el contacto de su cuerpo.
—No como en la cabaña.
La soltó y le desató los lazos del vestido hasta que cayó al suelo. Luego, le quitó el corsé, pero se lo desató, no le cortó los lazos. Retrocedió un paso, se quitó la levita y el chaleco y se arrancó el lazo. Ella le sacó la camisa de los pantalones y se la quitó por encima de la cabeza.
Entonces, les entró prisa por quitarse el resto de la ropa. Ella se quitó las horquillas mientras se descalzaba. Se quitó la camisola mientras el pelo le caía como una cascada sobre los hombros. Él volvió a abrazarla para sentir sus pechos sobre su piel desnuda. La tomó en brazos y la llevó a la cama. Quería acariciarle hasta el último rincón de su cuerpo, quería cerciorarse de que ella era de verdad y de que estaba cálida y ávida bajo sus manos. Le quitó las medias, la última barrera entre ellos, y ella alargó los brazos hacia él.
—Soy como mi madre —susurró ella con la voz áspera como un papel de lija—. Quiero esto.
Él se quedó espantado, pero no era el momento de discutir. Quizá fuese como su madre en ese aspecto. Quizá fuese una mujer bendecida con la capacidad de disfrutar de la sensualidad y él iba a saborearlo.
Tenía que ser delicado e ir despacio. Tenía que tratarla con veneración, pero ella lo apremió y le clavó los dedos en el trasero.
La besó y entró. Necesitaba moverse dentro de ella, ascender a una cima con ella como si fuese una carrera que tenían que ganar. Ella siguió su ritmo con la respiración entrecortada y arqueando las caderas con cada acometida.
—Deprisa —gruñó ella—. Deprisa.
Él se movió cada vez más deprisa hasta que ella gritó y se retorció debajo de él. Notó el clímax dentro de ella y también explotó de placer. La intensidad de esa reacción física lo asombró. Quiso decirle que eso era amor, que eso era él amándola a ella.
Entonces, de repente, entendió qué había hecho que sus padres se casaran y qué había hecho que su hermano se fugara a Gretna Green.
Entendió la desolación de Charles cuando la mujer que amaba lo dejó. Perder a Tess sería devastador, pero no la perdería porque no pensaba soltarla jamás. Sin embargo, ella se soltó de su abrazo, pero para ponerse encima de él.
—Hazme el amor otra vez.
Marc perdió la cuenta de cuántas veces hicieron el amor. Era como si los dos necesitaran recuperar el tiempo perdido. No se hacía ilusiones de que ella lo perdonara, le faltaba mucho para recuperar la confianza de su esposa, pero era una forma maravillosa de empezar. Gozar de ese placer juntos era una base muy buena. Salvo que esa guerra nueva la erosionara otra vez. Podrían apartarla de ella muchas veces antes de que reconstruyeran lo que había habido entre ellos.
Sin embargo, por el momento, disfrutó con ella entre los brazos mientras el amanecer entraba por las ventanas. Estaba dormida, hermosa y apacible.
Entonces, oyó que llamaban a la puerta con delicadeza. ¿No era demasiado temprano para que fuese Nancy? Intentó no hacer caso, pero llamaron con más fuerza.
—¿Puede saberse quién es? —susurró para sí mismo mientras se soltaba de ella.
Se puso la camisa y fue hasta la puerta.
—¿Quién es? —preguntó lo más bajo que pudo.
—Scott —contestaron desde el otro lado de la puerta.
Entreabrió la puerta con un dedo en los labios.
—Tienes que venir ahora mismo —susurró Scott.
¡No! Otra vez, no.
—Espera. Déjame que se lo diga.
—No hay tiempo. Ahora mismo.
—Tengo que vestirme.
Él cerró la puerta, se puso los pantalones y los calcetines y recogió el resto de la ropa. Se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo y volvió a la cama.
—Tess, Tess…
La zarandeó con suavidad y ella parpadeó.
—Tengo que marcharme. No tengo tiempo para explicártelo. Volveré para el baile.
Al menos, esperó poder volver para el baile. La besó apresuradamente.
—¡No! —gritó ella.
Él, sin embargo, se dio la vuelta, fue hasta la puerta y se marchó antes de que ella pudiera decir algo más.