Uno

 

 

Febrero de 1815. Lincolnshire, Inglaterra

 

El viento invernal soplaba contra las contraventanas de Summerfield House mientras Tess Summerfield acudía a la llamada de su hermana mayor.

Ven inmediatamente a salita, decía la nota.

Temía que fuesen más malas noticias. Últimamente, cada vez que Lorene las llamaba a ella y a su hermana menor, Genna, a esa sala era para oír malas noticias. El aullido del viento parecía el presagio adecuado. La salita era muy luminosa los días soleados, pero ese día era gris y plomizo.

Lorene estaba con una expresión sombría junto a la chimenea y Genna, igual de sombría, estaba sentada en una butaca.

—¿Qué pasa, Lorene? —le preguntó ella.

Lorene había estado comportándose de una forma bastante rara, salía de la casa para hacer recados que no aclaraba y se quedaba fuera durante horas. La muerte repentina de su padre, hacía dos meses, había sido una circunstancia muy adversa, pero, poco después, también comprobaron que se había gastado sus dotes antes de morir. Además, el primo lejano que iba a heredar el título y las posesiones de su padre había dejado muy claro que no pensaba mantenerlas. Al fin y al cabo, todo el mundo creía que las escandalosas hermanas Summerfield no eran Summerfield en absoluto. Según los rumores, cada una era hija de un amante distinto. Antes de que su madre se escapara con uno de ellos, claro. El heredero del título de barón también había dejado claro que quería tomar posesión de la residencia que le correspondía lo antes posible y que las hermanas tenían que abandonar la que había sido su casa durante todas sus vidas. ¿Qué más podía pasarles?

—Siéntate, por favor —le pidió Lorene con el hermoso rostro crispado por la tensión.

Ella intercambió una mirada con Genna y se sentó. Lorene fue de un lado a otro por delante de ellas.

—Sé que todas hemos estado preocupadas por lo que iba a ser de nosotras…

Eso era decir muy poco. Ella se había imaginado que tendrían que separarse y aceptar puestos de institutrices o señoritas de compañía si tenían la suerte de que encontraran esos puestos dada la reputación de la familia.

—Yo… Yo he encontrado una solución —siguió Lorene mirándolas con preocupación.

Si era una solución, ¿por qué parecía tan preocupada?

—¿Cuál, Lorene?

—Yo… Yo he encontrado una manera de recuperar vuestras dotes —Lorene se frotó las manos—. Una manera de que seáis casaderas otra vez.

Se necesitaría una dote muy considerable para borrar el escándalo que las había perseguido todas sus vidas. Por si el abandono de su madre no había sido bastante, también estaba el escándalo de su padre. Su padre, antes incluso de que su madre se marchara, había llevado allí a su hijo bastardo. Naturalmente, sus hermanas y ella querían a Edmund, era su hermano al fin y al cabo, pero su presencia había generado más habladurías.

—Que bobada —farfulló Genna—. Nada nos convertirá en casaderas. Nuestra madre tuvo demasiados amantes. Por eso no nos parecemos nada.

Eso no era completamente cierto. Todas tenían frentes amplias y rostros delgados, aunque Lorene tenía el pelo y los ojos oscuros, Genna era rubia con los ojos azules y ella estaba a medio camino, tenía el pelo castaño y los ojos color avellana. Decían que ella se parecía a su madre, pero no se acordaba de cómo era exactamente.

—Lorene, no irás a decirnos que has encontrado a nuestra madre… ¿Va a reponer nuestras dotes?

Ella solo tenía nueve años cuando su madre se marchó. Lorene pareció sorprenderse.

—¿Nuestra madre? No, no se trata de eso.

—Entonces, ¿de qué se trata? —preguntó Genna.

Lorene se detuvo y las miró.

—Me he casado.

—¡Casada! —Tess se levantó de la butaca—. ¡Casada!

—No has podido casarte —añadió Genna—. No ha habido amonestaciones.

—Fue con un permiso de matrimonio especial.

¡Era imposible! Lorene nunca le habría ocultado algo así. Se contaban todos sus secretos… casi.

—¿Quién es? —preguntó ella intentando no sentirse dolida.

—Lord Tinmore —contestó Lorene con un susurro.

—¡Lord Tinmore! —exclamaron Tess y Genna a la vez.

—¿El enclaustrado? —preguntó Tess.

Lord Tinmore se había recluido en sus posesiones de Lincolnshire, cerca de Yardney, su pueblo, desde que su esposa y su hijo murieron hacía unos años. Ella no podía imaginarse cómo había conocido su hermana a ese hombre y mucho menos que él la hubiese cortejado; nadie veía a lord Tinmore.

—¡Tiene que tener ochenta años! —gritó Genna.

—Solo tiene setenta y seis —le corrigió Lorene levantando la barbilla.

—Setenta y seis. Eso está mucho mejor —replicó Genna con sarcasmo.

¿Su adorada hermana mayor casada con un anciano enclaustrado?

—¿Por qué, Lorene? ¿Por qué ibas a hacer algo así?

—Lo hice por vosotras, Tess —los ojos de Lorene dejaron escapar un destello—. Lord Tinmore me prometió proporcionaros una dote y alojaros durante una temporada en Londres. Incluso enviará a Edmund el dinero para que compre un ascenso en el ejército y correrá con los gastos. Es un buen hombre.

¿Se había casado con ese hombre para que ellas pusieran tener dotes y Edmund un ascenso?

—Yo nunca te he pedido una dote —intervino Genna—. Además, Edmund puede conseguir el ascenso por sus medios.

—Sabes que no puede ahora que la guerra ha terminado —le rebatió Lorene—. No tiene bastante, ya sabes que ser oficial cuesta dinero.

—¿Nuestras dotes no fueron suficientes para Edmund? —preguntó Genna sacudiendo la cabeza.

Su padre había empleado el último penique de sus dotes para comprar el grado de teniente para Edmund. Lorene saltó en defensa de su hermano.

—Edmund no sabe nada de eso, Genna, y tú no puedes decírselo. Se pondría enfermo si lo supiera. Además, nuestro padre pensaba recuperar el dinero de nuestras dotes, me aseguró que su última inversión nos proporcionaría todo lo que necesitáramos.

Naturalmente, lo más probable era que saliera como habían salido todas sus inversiones que eran tan buenas que no podían ser verdad. Además, si daba dividendos, algo improbable, irían al heredero. El testamento de su padre solo les otorgaba las inexistentes dotes. Sin embargo, Lorene no diría nada malo de su padre, ni de nadie. Ella pensaba lo mejor de todo el mundo, incluso de su madre. Lorene insistía en que su madre había hecho bien al abandonar a sus hijas porque se había fugado con el hombre que amaba de verdad. ¿Qué pasaba con el amor que una madre debería sentir por sus hijas? Se preguntaba ella.

En ese momento, Lorene estaba cometiendo el mismo error que sus padres, estaba casándose sin amar a su marido.

—Tú no puedes amar a lord Tinmore.

—No, no lo amo —reconoció Lorene—, pero eso es otro asunto.

—¿Otro asunto? —preguntó Tess—. ¿No has aprendido nada de nuestros padres? Serás desdichada y harás que él también lo sea.

—No lo haré —Lorene se puso muy recta—. Prometí que dedicaría mi vida a hacerlo feliz y pienso cumplir mi promesa.

—¿Y tú? —insistió Tess.

Lorene miró hacia otro lado.

—No se me ocurrió nada más. ¿Qué sería de Genna y de ti si no hacía nada?

La pregunta no exigía respuesta. Todas sabían el destino que las esperaba.

—Tampoco tenías que sacrificar tu vida por nosotras —comentó Genna.

—Lo medité mucho —siguió Lorene como si no hubiese oído a Genna—. Tiene sentido. Si no hubiese hecho nada, todos habríamos llevado unas vidas pesarosas. Al casarme con lord Tinmore, Edmund y vosotras tenéis esperanza. Con unas dotes buenas, podéis casaros como queráis. No estaréis desesperadas.

Lorene quería decir que Genna y ella, e incluso Edmund, podrían casarse por amor. Podrían eludir la infelicidad de sus padres y gozar de seguridad. Tendrían la oportunidad de ser felices y a Lorene solo le había costado su oportunidad de serlo, la oportunidad de conocer el amor.

Tess vio un diminuto rayo de esperanza. Si tenía dote, el señor Welton podría cortejarla. También miró hacia otro lado. ¡Era una atrocidad! ¿Cómo podía alegrarse por el sacrificio de Lorene? Se recompuso un poco.

—¿Cómo lo conseguiste, Lorene? ¿Cómo lo conociste siquiera?

—Acudí a él, le pedí que se casara conmigo y aceptó.

¿Sin decírselo a ella, la persona a la que estaba más unida?

—¿Sin un cortejo?

Lorene la miró con desesperación.

—¿Qué necesidad había de un cortejo? Aclaramos las cosas en un par de reuniones y lord Tinmore consiguió un permiso de matrimonio especial. Entonces, el párroco de su iglesia nos casó en el salón de su casa.

—Podrías habernos invitado… —se quejó Genna, quien, evidentemente, también estaba dolida.

—Habrías intentado impedirlo —replicó Lorene.

—Es verdad, lo habría intentado —reconoció Genna con firmeza.

El viento azotó las contraventanas con fuerza. ¿Habría intentado ella impedírselo? No lo sabía. Los nubarrones que se cernían sobre ellas se habían abierto y habían dejado paso a la luz. Lorene los había salvado al sacrificarse.

 

 

Solo dos semanas después, Tess Summerfield estaba tumbada en la cama de uno de los muchos dormitorios de Tinmore Hall. Era la habitación que le habían dado a Genna, quien estaba detrás de un caballete y mirando por la ventana. Lorene, algo nerviosa, iba de un lado a otro, lo cual, se había convertido en una costumbre.

—Es una reunión fantástica, ¿verdad? —preguntó Lorene mirándolas con ilusión.

—¡Fantástica! —contestó Tess.

Todo había cambiado muy deprisa. Dos días después de que Lorene les comunicara su matrimonio, se marcharon de la única casa que habían conocido y cada una solo se había llevado un baúl con sus pertenencias. En ese momento, lord Tinmore había invitado precipitadamente a unos amigos a que pasaran unos días en su casa para presentarles a su esposa. Al cabo de un mes o así viajarían a Londres para pasar por el torbellino de hacerse los vestidos y comprarse los sombreros que lucirían durante la Temporada. El matrimonio de Lorene seguía impresionándola, pero Tess no podía evitar sentirse emocionada por lo que se avecinaba. También estaba profundamente agradecida a Lorene, casi tanto como se sentía culpable.

Genna, sin embargo, no estaba agradecida. Seguía tan sombría como el día que Lorene les contó su secreto.

—Es fantástica, ¿verdad, Genna?

Tess también lamentaba haber perdido su casa, pero estaba dispuesta a mostrarle su apoyo a Lorene. Genna dejó el pincel en el frasco con agua y se dio la vuelta.

—No soporto esta reunión.

—¡Genna! —le riñó Tess.

Lorene hizo un gesto para aplacarla.

—No pasa nada. Déjala que diga lo que piensa.

—No soporto que te hayas casado con ese hombre, con ese anciano, por dinero —Genna se puso roja—. Sus invitados dicen que eres una cazafortunas y tienen razón.

—¡Basta, Genna! —exclamó Tess—. Sobre todo, porque Lorene lo hizo por nosotros.

—Yo no lo pedí —Genna se dirigió a Lorene—. Nunca te lo habría pedido, jamás.

—Nadie me lo ha pedido —Lorene se acercó a Genna y le puso una mano en el brazo—. Además, el conde es un buen hombre. Mira todo lo que ya ha hecho por nosotros.

Les había dado una casa nueva en Tinmore Hall, les había encargado vestidos nuevos en la costurera del pueblo, estaba preparando las dotes de Genna y de ella y una asignación para Edmund, cuyo regimiento estaba en algún lugar del continente.

—Fue un sacrificio muy valiente —Tess se sentó—. ¿No puedes entenderlo, Genna? Ahora tenemos una oportunidad. Lord Tinmore nos proporcionará una dote respetable e iremos a la Temporada de Londres, donde podremos conocer a muchos jóvenes casaderos.

El señor Welton estaría allí, había dicho que estaría allí durante la temporada, y ella estaba deseando contarle cómo habían cambiado sus circunstancias.

—Podrás elegir entre distintos jóvenes —Lorene apretó el brazo de Genna—. No tendrás que casarte solo para tener un techo y comida. Podrás esperar a encontrar el hombre que aprecias de verdad.

—Podrás casarte por amor.

Era lo que más deseaba Tess. Eso y estar unida siempre a sus hermanas.

—Quiero que podáis casaros por amor —añadió Lorene en un tono serio—, que conozcáis esa felicidad.

Tess tenía fama de ser la hermana con los pies en la tierra, sensata y resolutiva. ¿Se sorprenderían sus hermanas si se enteraban de que sentía una atracción secreta por un hombre? Sentía un hormigueo de emoción solo de pensar en él.

—Tú te casaste con un hombre feo y maloliente solo para que Tess, Edmund y yo podamos casarnos por amor —replicó Genna con el rostro crispado—. Bravo, Lorene, deberíamos estar contentos de saber que tienes que compartir su cama por nosotros.

Lorene se quedó pálida y se puso más seria todavía.

—No tienes por qué hablar de eso, jamás. Es un asunto privado que solo me atañe a mí. ¿Me has oído?

—¿Y tu vida? ¿Y tus elecciones? ¿Y tu matrimonio por amor? —preguntó Genna en tono estridente.

Lorene se llevó una mano a la frente.

—Yo también elegí. Elegí esto por vosotros. Además, lord Tinmore ha tenido la amabilidad de proporcionarte esta preciosa habitación con tus pinturas y papel. Nos ha encargado un guardarropa nuevo y pronto nos llevará a Londres para comprar más cosas y…

—¿Qué tienes que hacer a cambio, Lorene? —le interrumpió Genna.

Lorene la miró con el ceño fruncido, se puso muy recta y fue hacia la puerta.

—Tengo que irme. Tengo que cerciorarme de que todo está en orden para los invitados. Genna, espero que sepas comportarte delante de ellos.

—Sé comportarme —replicó Genna sin abandonar el tono recalcitrante—. ¿Acaso no nos enseñó papá a no comportarnos nunca como nuestra madre?

Lorene volvió a mirarla con unos ojos penetrantes y tristes, eso le pareció a Tess, y salió de la habitación. Tess se levantó de la cama.

—Genna, ¿cómo has podido? Lo que has dicho ha sido espantoso. Eso de… de compartir la cama con lord Tinmore.

Y lo de su madre… Genna se cruzó de brazos.

—¿No es lo que pensamos? Lo que tiene que hacer con él por nosotros.

Tess sintió una punzada de remordimiento, pero se acercó a su hermana y la zarandeó.

—¡No podemos hablar de eso! Le hace daño. Ya lo has visto.

Genna se zafó, pero parecía desasosegada y Tess siguió.

—Tenemos que sacar lo que podamos de esto, por ella. Nos ha ayudado muchísimo con un sacrificio enorme. Nos ha hecho un regalo inconmensurable, somos libres de elegir con quién queremos casarnos —ella pensó en el señor Welton—. No podemos hacer que se sienta mal por eso.

—Muy bien —Genna volvió a su acuarela—, ¿pero qué tenemos que hacer cuando oigamos a los invitados decir que se ha casado con lord Tinmore por dinero? ¿Tenemos que contestar que, efectivamente, se ha casado con él por su título y su dinero como hizo nuestra madre con nuestro padre?

Esa era otra verdad que era preferible no sacar a relucir.

—Fingiremos que no hemos oído nada —contestó Tess con firmeza—. Actuaremos como si se hubiesen casado por amor y que estamos encantadas por los dos.

—Ya… Una boda por amor entre un hombre viejo y maloliente y una joven hermosa —Genna golpeó con el dedo la pintura—. ¿Qué diremos cuando también nos acusen a nostras de aprovecharnos de lord Tinmore?

—¿Nosotras? —Tess parpadeó—. ¿Alguien ha dicho eso?

—No en mi cara —Genna se encogió de hombros—. Aun así, dime lo que tengo que decir cuando lo hagan.

Ella no se había planteado la posibilidad, pero no era disparatada. En cierto sentido, Edmund, Genna y ella iban a salir ganando más que Lorene. El dinero de lord Tinmore les abría muchas posibilidades, posibilidades que la entusiasmaban. Entonces, el remordimiento se adueñó de ella otra vez.

—Sencillamente, nos mostraremos agradecidos por todo lo que hace por nosotros, porque estamos agradecidas, ¿no?

—Mucho —contestó Genna con una sonrisa falsa y atravesándola con la mirada.

Era demasiado impetuosa y decía las cosas con demasiada claridad. Ella cambió de asunto.

—No creo que lord Tinmore tenga nada preparado para nosotras hasta la cena.

Los invitados, de una edad más parecida a la de él que a la de su esposa, tenían que descansar después de haber viajado hasta Lincolnshire el día anterior. Ella suponía que habían aceptado la primera invitación a Tinmore Hall en treinta años porque querían ver quién era la mujer que había conseguido que lord Tinmore abriera sus puertas por fin. Le aterraba el segundo encuentro con los invitados. La ropa de viaje de las mujeres era más elegante que su mejor vestido y los vestidos de noche la habían dejado sin respiración. Los vestidos nuevos que había encargado lord Tinmore no estarían terminados hasta dentro de una semana y no quería que sus hermanas y ella parecieran desharrapadas hasta entonces.

—¿Me acompañas al pueblo? —preguntó ella.

—¿Para qué vas al pueblo? —preguntó Genna con sorpresa.

—A comprar cintas y encaje. Creo que puedo arreglar los vestidos para que no parezca que llevamos los mismos todas las noches.

—Es una tontería que salgas —Genna señaló hacia la ventana—. Va a llover.

Tess miró el cielo encapotado.

—No creo que llueva antes de que vuelva.

—Yo no voy a arriesgarme —replicó Genna metiendo el pincel en la pintura.

—Muy bien. Puedo ir sola.

Ella siempre iba andando a Yardney, el pueblo que había sido su pueblo. Solo estaba a unos kilómetros de allí y, evidentemente, Lorene había andado esa distancia las suficientes veces como para casarse. ¿Por qué no ir a Yardney en vez de al pueblo más cercano? Solo tardaría un poco más. Si iba a Yardney, podría visitar a la tía del señor Welton, y si el señor Welton seguía viviendo allí, podría contarle que había recuperado su dote.

—Deberías ir con una doncella o algo así —comentó Genna—. ¿No es eso lo que hacen las pupilas adineradas?

Quizá fuese verdad si quisiera que alguien supiera a dónde se dirigía. Además, lord Tinmore no era su tutor. No les habían nombrado un tutor cuando su padre murió. No había que proteger ninguna fortuna o posesión. Sin embargo, sí estaban bajo la protección de lord Tinmore.

—A lord Tinmore no le importará que vaya andando al pueblo cuando he paseado por el campo toda mi vida.

Al menos, esperaba que no le importase. Genna y ella lo habían visto muy poco, solo durante algunas comidas.

—En cualquier caso, voy a ir —añadió abriendo la puerta.

Con un poco de suerte, podría arreglar los vestidos para antes de la cena y, además, ocuparse de su porvenir.

—Bueno, si llueve, te empapas y te resfrías, no esperes que yo te suene la nariz —replicó Genna sin dejar de mirar la acuarela.

Seguramente, Genna no se daba cuenta de que así había enfermado su padre.

—Nunca me resfrío.

Tess salió de la habitación y cerró la puerta.

 

 

No empezó a llover hasta que Tess salió de Yardney y ya estaba en el camino que llevaba a Tinmore Hall. Primero cayeron cuatro gotas que enseguida se convirtieron en un chaparrón. Sin embargo, poco después, fue como si el cielo hubiese decidido vaciar todos los cubos a la vez. La capa de Tess se empapó en cuestión de segundos y hasta las compras que había hecho estaban mojándose a pesar del papel que las envolvía.

—Genna, vas a disfrutar —se dijo en voz alta.

Sin embargo, había merecido la pena. Había comprobado que el señor Welton, efectivamente, se había marchado a Londres, pero se había enterado de la boda de Lorene y ella le había contado a su tía cómo habían cambiado las circunstancias. Se encontrarían cuando lord Tinmore las llevara a pasar la Temporada, dentro de unas semanas.

Los botines se metían en el barro del camino y le costaba levantar un pie detrás del otro. El agua le caía del ala del sombrero y las gotas le golpeaban el rostro como si fuesen agujas de hielo. Le quedaban casi tres kilómetros para llegar a la verja de la finca. El barro se aferraba a los botines como si fuese un ser perverso que quería detenerla. Era inútil intentar acelerar el paso, pero, al menos, pudo ver el puente a través de la manta de lluvia. Sin embargo, estaba anegado por el agua.

—¡No! —exclamó en medio del vendaval.

No conocía otro camino para llegar a Tinmore Hall. No tenía más remedio que ir al pueblo más cercano, como debería haber hecho desde el principio. En ese momento, la lluvia ya no era como agujas, era como cuchillos. Miró la zona boscosa que había junto al camino. Si fuese su casa, sabría atajar entre los campos y ya podría estar sentada delante de la chimenea, pero, allí, no se atrevía a abandonar el camino que sabía que llevaba a Tinmore Hall. No tenía que pensar, tenía que limitarse a poner un pie delante del otro.

Anduvo y anduvo hasta que le pareció ver la silueta borrosa de la torre de la iglesia. Aceleró un poco, hasta que llegó a un punto donde el agua también cubría el camino. No podía avanzar ni un paso más. Sin embargo, sí podía volver a Yardney. Quizá pudiera cobijarse en la casa de la tía del señor Welton o, incluso, llamar a la puerta de Summerfield House. Volvió al camino del puente, pero, un poco más delante, ese camino también estaba inundado. Caminó hasta que encontró otro sendero, pero no sabía a dónde llevaba. Si estuviese cerca de su casa, podría ir en cualquier dirección hasta que encontrara la casa de alguien pero ya no sabía dónde estaba. Estaba perdida, mojada y helada.