Diez
Miró a lady Northdon y Amelie para ver si se habían fijado en la pareja, pero las dos, e incluso Nancy, estaban inmersas en la conversación sobre telas.
Sintió que algo le atenazaba la garganta. ¿Por qué iba a estar Marc con la señorita Caldwell? Porque todavía se sentía apegado a ella, ¿por qué si no? Había oído mil veces lamentarse a su padre por haberse casado con su madre y no con la mujer que amaba de verdad, la madre de Edmund. Había mantenido a la madre de Edmund como amante y ella le había dado un hijo. Había pasado más tiempo con ella que con su propia esposa, más tiempo con su hijo que con las hijas que había acabado dándole su esposa, las que todo el mundo decía que eran de sus amantes. Todos acabaron siendo infelices. Eso era lo que pasaba cuando dos personas no se casaban por amor. Eso era lo que les pasaría a Marc y a ella.
El carruaje entró en la calle Grosvenor y los dejó en la puerta. Entraron y ella habló.
—Me siento muy cansada de repente. Creo que me retiraré un rato a mi cuarto.
—Mon Dieu, ma chérie! —exclamó lady Northdon—. Estás pálida. Sube a descansar. No queremos que enfermes.
Su amabilidad hizo que los ojos le escocieran por las lágrimas y abrazó brevemente a lady Northdon.
—Gracias, madame.
Quiso subir corriendo las escaleras para tumbarse en la cama como hacía cuando era pequeña y Lorene y Edmund se metían con ella. Sin embargo, hizo un esfuerzo para subir a un paso normal. Aun así, una vez en el cuarto, no podía disimular. Nancy entraría en cualquier momento y ¿cómo iba a explicarle las lágrimas? Efectivamente, Nancy entró con los paquetes.
—¡Señorita, tengo que decir que adoro Londres! No tenía ni idea de que pudiera haber tantas tiendas. ¡Creo que lady Northdon las conoce todas! —dejó los paquetes en la mesa—. ¡Cuántos corsés! ¿Había visto algo parecido? Ahora entiendo que el corsé adecuado puede mejorar un vestido. Es como descubrir un mundo nuevo, ¿verdad?
—Un mundo completamente nuevo —ella se dejó caer en una butaca—. De corsés.
—¿Qué puedo hacer por usted? —Nancy la miró en jarras—. Parece muy cansada.
—Ayúdame a ponerme algo ligero —ella se frotó los ojos—. Es posible que incluso eche una cabezada.
Nancy se puso en movimiento y sacó del armario uno de los nuevos vestidos vaporosos.
—¿Ir de compras no te ha cansado hoy, Nancy? —le preguntó ella mientras la ayudaba a cambiarse.
—¡No, señorita! Hay muchas cosas que ver.
Una vez vestida, le cepilló el pelo y le hizo una trenza suelta.
—Así estará más cómoda. Llámeme cuando haya terminado de descansar y la peinaré otra vez. También le ayudaré a vestirse para la cena —la muchacha le ató una cinta alrededor de la trenza—. Si no necesita nada más, iré a trabajar con su vestido de novia.
Su vestido de novia, un vestido que no debería ponerse.
—Será precioso —siguió Nancy—. Espero que le guste. Será el mejor vestido que haya hecho en mi vida.
—Estoy segura de que será precioso.
¿Cómo iba a permitir que Marc se casara con ella si quería a la señorita Caldwell?
—Entonces, me marcharé. Que descanse bien.
Ella se quedó en la butaca mirando por la ventana que daba al pequeño jardín que había en la parte de atrás. Tenía un banco frente a los arriates de flores y era agradable sentarse allí cuando hacía buen tiempo, como el banco de la plaza Berkeley. Se levantó de la butaca, se tumbó en la cama y se tapó la cara con la almohada.
Tenía que ser fuerte. Tenía que negarse a casarse con él. Tenía derecho a echarse atrás y su reputación no se resentiría demasiado si lo hacía, dadas las circunstancias. Buscaría un empleo. Dejaría su nombre en alguna agencia que encontraba puestos de institutrices y señoritas de compañía. Había oído decir que había muchas agencias de esas en Londres.
Se puso de espaldas con un brazo sobre los ojos. Sin embargo, ¿qué sería de Genna y Edmund? ¿Y de Lorene? Llamaron a la puerta y dio un respingo.
—¿Quién es?
Por favor, que no fuesen ni lady Northdon ni Amelie, no podía fingir que estaba contenta.
—Soy Marc. ¿Puedo hablar contigo?
¿Marc…? se parecía demasiado a la noche anterior, cuando la despertó. Sus sentidos se despertaron al recordarlo. Los sofocó con firmeza. Se levantó de la cama y fue hasta la puerta. Abrió una rendija, como la noche anterior.
—¿Qué pasa?
—¿Puedo entrar?
Olía a aire puro, debía de haber acudido directamente desde la plaza Berkeley. Abrió la puerta y entró, pero ella dejó la puerta entreabierta. Su expresión era muy distinta a la de la noche anterior. Entonces, parecía desenfrenado y sensual. En ese momento, parecía equilibrado y sereno.
—Perdóname por mi aspecto —se disculpó ella—. Estaba descansando.
—¿Te he despertado? —él frunció el ceño—. Lo siento.
—No estaba dormida —ella se sentó en una butaca—. ¿Qué quieres?
él se sentó en la butaca de al lado y le dio un paquete pequeño.
—Te he traído algo, una nadería.
Ella desató la cuerda y desenvolvió el paquete.
—Dulces… Qué amable.
Su voz le pareció inexpresiva incluso a ella misma.
—Pasé por Gunter’s y os compré algunos a mi madre, a Amelie y a ti —le explicó él con una sonrisa.
—Gunter’s —repitió ella en un tono seco.
—En la plaza Berkeley —añadió él.
Ella intentó no inmutarse y dejó los dulces a un lado.
—Los reservaré para más tarde.
Él se metió la mano en el bolsillo y sacó el documento.
—También tengo el permiso de matrimonio especial.
—Ah… —consiguió decir ella.
—Además, he encontrado a un clérigo que celebrará la ceremonia dentro de tres días, si te parece bien.
—¿Tres días? —ella se levantó y miró por la ventana—. ¿Estás seguro de que es lo que quieres?
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Tess? —él también se levantó y se puso detrás de ella—. Ya sé que no es el matrimonio que te habría gustado. Ya sé que te casas conmigo por tu hermana y tu hermano y por nada más. Ya sé que no es lo que habrías elegido.
—Tampoco es lo que habrías elegido tú —replicó ella.
Él le dio la vuelta para que lo mirara.
—Te equivocas. Podría haber elegido otra cosa y elegí pedirte que te casaras conmigo.
Ella, aun así, no lo miró.
—¿Qué pasa, Tess? —él la zarandeó con delicadeza—. ¿Es por lo que hice anoche? Ya te lo dije, no volverá a ocurrir.
—No es por lo de anoche. Sé que anoche no eras tú, que solo era la bebida. Por favor, sé sincero conmigo. ¿Todavía te gustaría que pudieras casarte con la señorita Caldwell?
Él puso una expresión de desesperación.
—¿Por qué me preguntas lo mismo otra vez? Ya te lo dije, eso es el pasado. Ahora ya no pienso en ello.
—Pero te viste con ella en el parque Berkeley —todavía le dolía—. Os vi.
Él apretó los dientes.
—La vi por casualidad y hablamos un rato muy corto. Nada más.
Las excusas que su madre le daba a su padre le retumbaron en los oídos. «Me lo encontré por casualidad». «No pasó nada». Como las del día que el amante de su madre la visitó en su salita privada. «Vino para verte a ti». «Yo le ofrecí una copa de jerez». Mentiras. ¿Estaba mintiéndole Marc? El señor Welton la había engañado completamente. Lord Tinmore le había mentido acerca de su dote. Incluso Lorene le había ocultado la verdad cuando iba a casarse con Tinmore. Su padre les mintió muchas veces, se convirtió en un chiste entre sus hermanas y ella. Su propia madre le había mentido. Dijo que iría al día siguiente a su dormitorio para despedirse de ellas. Dijo que al día siguiente la vería a ella. No volvió nunca. ¿Por qué iba a creer a Marc?
Tess, mal que bien, consiguió sobrevivir los tres días siguientes.
Marc estuvo especialmente atento y le enseñó algunos sitios de Londres. Caminaron entre las tumbas de la abadía de Westminster. Visitaron la Torre. Incluso, la llevó a la tetería Gunter’s y ella volvió a ver el banco donde él se había sentado con la señorita Caldwell.
La boda iba a celebrarse por la tarde porque el clérigo que había encontrado Marc no estaba libre hasta la tarde. Sin embargo, gracias al permiso de matrimonio especial, no tenían que casarse por la mañana y la hora era lo de menos.
Empezó a prepararse para la boda dos horas antes de la hora estipulada. Empezó a llover justo cuando Nancy y Amelie fueron a su dormitorio. Era una lluvia copiosa y constante que le recordó a la tormenta de dos semanas antes, la que hizo que se encontrara con Marc. Parecía muy apropiado que también lloviera ese día.
Amelie le había pedido que le dejara ayudarla a vestirse y tenía que parecer contenta por ella y por Nancy. La doncella pasó al menos una hora peinándola con rizos atados con lazos a juego con el vestido. Amelie le puso una capa de polvos ligeramente rosas en las mejillas, y ella lo agradeció porque, si no, temía que su cara no tuviera ni el más mínimo color. Se sentía como si la estuvieran peinando y vistiendo como a una muñeca o a otra persona. Una parte de ella volvía a estar perdida en la tormenta, yendo sin rumbo de un camino a otro.
Las manos de Nancy temblaron cuando la ayudaron a ponerse el vestido de novia y a meter los brazos por las mangas. Luego, le abotonó la larga hilera de botones que le había cosido en la espalda y Amelie dio la vuelta el espejo para que se mirara.
—¿Le gusta? —preguntó Nancy con nervios mientras ella volvía a la realidad.
El espejo de cuerpo entero reflejaba la imagen de una mujer con un precioso vestido de seda de color marfil y bordados y encajes que adornaban el cuerpo, las mangas y el dobladillo. Ella se quedó boquiabierta.
—Es el vestido más bonito que he llevado puesto —contestó ella con sinceridad—. Casi no me reconozco.
—A mi hermano le encantará, estoy segura, y maman se quedará muy impresionada —añadió Amelie.
—Si le gusta a su señoría, no puedo pedir un halago mayor —replicó Nancy sin disimular su entusiasmo.
—Le gustará, Nancy, no te preocupes —la tranquilizó Amelie.
Ella se puso los zapatos a juego con la seda de color marfil y tomó el libro de oraciones, el único elemento de su pasado que podía acompañarla a la boda.
—Creo que deberíamos irnos.
En la sala ya estaban el clérigo, lord y lady Northdon y Marc. Aparte, los únicos que iban a presenciar la boda eran los sirvientes. Ella se alegraba por Nancy, quien siempre había estado mucho más emocionada por la boda que ella. Nancy volvió a retocarle el vestido una vez más y sonrió.
—¡Preparada, señorita! —Nancy se rio—. Es la última vez que la llamaré señorita. De ahora en adelante, será señora.
Sería la señora de Marc Glenville y, algún día, lady Northdon. Era el final de Tess Summerfield, el final de la relación con su casa, como si se deshilacharan los lazos con su familia, que ni siquiera estaba para verla casarse. Su pasado barrido por la lluvia.
Amelie bajó por delante y Nancy se quedó detrás de ella para ocuparse de la cola. Amelie entró en la sala para avisarlos de que estaban preparadas. Nancy asomó la cabeza y le hizo un gesto cuando todos estaban en sus sitios. Luego, abrió la puerta y todo el mundo se dio la vuelta.
Habían apartado los muebles y el camino entre ella y el clérigo y Marc estaba flanqueado por jardineras con flores. Sin duda, una idea de lady Northdon y un gesto tan bonito que se le formó un nudo en la garganta. Los sirvientes estaban pegados a las paredes y lord y lady Northdon estaban con Amelie cerca de Marc. Él llevaba unas calzas de color tostado y una levita y un chaleco negros. Estaba tan apuesto que podría estar asistiendo al más elegante de los bailes, pero su expresión era indescifrable y ella vaciló antes de dirigirse hacia él. La miró fijamente y ella agarró con más fuerza el libro de oraciones mientras se colocaba al lado de él. Marc dirigió la mirada hacia el clérigo, un hombre sonriente y de aspecto amable que casi consiguió tranquilizarla.
—Estimados todos. Nos hemos reunido ante Dios y ante esta congregación para unir a este hombre y a esta mujer en sagrado matrimonio, un estado honorable…
¿Un estado honorable? Ella no estaba allí por el honor, sino por amor. No el amor romántico que había llegado a anhelar, sino el amor por sus hermanas y por su hermano. Quizá hubiese algo de honor en eso.
El clérigo siguió, pero no como si estuviese recitando algo de memoria, sino como si estuviese hablando con ellos, en tono serio algunas veces y desenfadado otras. Mientras tanto, ella oía la lluvia de fondo.
Entonces, el clérigo se dirigió a Marc como si lo conociera desde hacía mucho tiempo.
—¿Tomarás a esta mujer como esposa para vivir juntos conforme a lo que Dios entiende como sagrado matrimonio? ¿La amarás, respetarás y consolarás en la salud y la enfermedad y le serás fiel mientras vivas?
—Sí, lo haré —contestó Marc.
¿Él también estaría oyendo la lluvia?
El clérigo se dirigió a ella.
—¿Tomarás a este hombre para vivir juntos conforme a lo que Dios entiende como sagrado matrimonio? ¿Le obedecerás, servirás, amarás, respetarás y consolarás en la salud y en la enfermedad y le serás fiel mientras vivas?
—Sí, lo haré —contestó ella.
Un trueno retumbó a lo lejos.
La ceremonia siguió. Era asombrosamente íntima, solo estaban los padres, la hermana y los sirvientes de Marc envueltos por la lluvia. Al final, el clérigo sonrió.
—Yo os declaro marido y mujer.
Los bendijo como si fuese un amigo que había ido a charlar con ellos y todo terminó.
Después de la ceremonia, se sirvió ponche y tarta para los sirvientes. Él conocía a algunos desde que era pequeño y sus felicitaciones eran muy sinceras. Su madre parecía estar en su salsa, recibiendo alabanzas por cómo había transformado la habitación en algo especial para la ocasión. Por una vez, su marido y ella no discutían, pero tampoco se hablaban casi. Su padre hablaba sobre todo con el reverendo Cane y su madre con Amelie. Tess y él recibieron los parabienes del servicio, pero no se dijeron muchas cosas el uno al otro. Ella estaba increíblemente hermosa. Ninguna mujer podría haber estado tan hermosa el día de su boda. La luz de las velas resplandecía en el vestido de seda y el pelo era una cascada de rizos que parecía que caería solo con tirar un poco de la cinta que los entrelazaba. Tess sonreía y recibía las felicitaciones del servicio con naturalidad. Agradeció a su madre y al reverendo Cane que hubiesen convertido la ceremonia en algo especial.
Sin embargo, qué triste era que no fuese la boda que había soñado, la boda con un hombre al que podría amar. Él intentaría compensárselo. Juró que haría todo lo que pudiera para que su vida fuese agradable.
—¿Qué tal…? —le preguntó él durante un intervalo de las felicitaciones.
—Muy bien —contestó ella con poco convencimiento—. Estoy emocionada por todo lo que han hecho tu madre y el servicio para que esto sea… sea… especial.
—Has hecho muy feliz a mi madre y es un placer inmenso para ella hacer esto por ti.
Él estaba muy agradecido a Tess por haber aceptado a su madre y ser su amiga. Su madre sabía muy poco sobre la amistad.
—Tengo que añadir a Nancy —dijo ella—. Nancy hizo este maravilloso vestido.
—Es muy amable por tu parte decirlo —comentó él con una expresión rígida.
Cada halago de él parecía tener el efecto contrario del esperado. En vez de ayudarla a sentirse más cerca de él, la alejaba. Al menos, ese distanciamiento enfriaba su ardor, como la lluvia fría enfriaba la tierra recalentada. Sin embargo, lo agradecía, le ayudaba a dominar el corazón. Si usaba la cabeza, evitaría los pasos en falso. Estaba decidido a que ese matrimonio fuese apacible para los dos. Quería que los dos recuperaran la camaradería que habían sentido en la cabaña.
Al cabo de un rato, el ponche y el pastel se terminaron y el servicio volvió a sus quehaceres. Tess, Marc, sus padres, el reverendo y Amelie se sentaron en la sala hasta que anunciaron la cena.
El tradicional almuerzo nupcial se había convertido en una cena nupcial, no muy distinta a cualquier otra cena, salvo porque tenían al reverendo Cane de invitado y porque el padre de Marc sirvió su mejor vino. El reverendo tenía el don de conseguir que todo el mundo se sintiera a gusto y para Marc quizá fuera la mejor cena que había pasado jamás con su familia. Tess estuvo cortés pero reservada, aunque era posible que solo lo hubiese notado él.
Cuando terminó la cena, todo fue como cualquier otra noche. Los hombres se quedaron en el comedor para beber un brandy y las mujeres se retiraron a la sala para beber té. El reverendo no se quedó mucho tiempo más después de que volvieran con las mujeres y deseó buenas noches a todos y una vida muy feliz para Marc y Tess. Marc lo acompañó al vestíbulo, donde él se puso el abrigo y el sombrero y recogió su paraguas. El padre de Marc había preparado el carruaje para el clérigo. Cuando llegó a la puerta, deseó buenas noches otra vez y se marchó.
Marc volvió a la sala y su padre propuso que se retiraran todos. Subieron juntos las escaleras y Tess y Marc dejaron a sus padres y a Amelie en el primer piso. Siguió a Tess al segundo piso. Supuso que Staines estaría esperándolo y que Nancy estaría esperando a Tess. Los sirvientes los ayudarían a prepararse para ir a la cama, que creyeran que sería la típica noche de bodas. Sin embargo, ese matrimonio no tenía nada de típico.