Tres
Los ojos del señor Glenville brillaron con tanta intensidad que ella no pudo mirar a otro lado, como tampoco pudo retirar la mano. Notó la calidez en las mejillas.
—¿Tiene hambre, señorita Summerfield? —le preguntó él soltándola.
—Un poco.
Estaba muerta de hambre. Él se acercó al paquete envuelto con una tela encerada.
—Tengo un poco de pan y queso.
Él deshizo el nudo de la cuerda y desplegó la tela. Había un trozo de pan y otro de queso. Partió el pan por la mitad y le entregó una a ella. Estaba húmedo, pero no le importó y dio un mordisco con avidez. Él también dividió el queso y le dio su parte. Ella fue a devorarlo.
—No coma demasiado deprisa —le advirtió él tomando un poco de queso.
La actitud de él había cambiado de una forma que ella no podía entender, pero su mirada le daba más calor que el fuego. Solo había sido considerado con ella y, además, le había salvado la vida. Sería espantoso que alguien los encontrara allí. Algunas mujeres podrían aprovechar esa situación para atraparlo. Sería atroz basar el matrimonio en un contratiempo como ese. Hasta el matrimonio de Lorene tendría más sentido.
Dio sorbos de té entre bocado y bocado y retuvo en la boca el sabor de la harina y del queso todo lo que pudo. Si le hubiesen servido pan y queso húmedos en la mesa de alguien o en una posada, se habría indignado.
—¿Cómo puedo agradecérselo, señor Glenville? Murmuró ella—. Es un manjar.
La miró y sus ojos volvieron a abrasarla, pero él miró hacia otro lado enseguida.
—Dígame por qué estaba paseando en medio de una tormenta.
Él lo dijo en un tono despreocupado y ella sacudió una mano para quitarle importancia.
—Tenía que hacer un recado en el pueblo.
—Tenía que ser muy importante…
No lo había sido. Había sido una tontería. Había esperado ver al señor Welton y comprar cintas. ¡Las cintas!
—Tenía un paquete… ¿Llevaba un paquete cuando me encontró?
Él levantó un dedo y se inclinó para sacar algo de las alforjas.
—Un paquete —repitió él entregándoselo. Ella lo tomó—. ¿Es el motivo para que fuera al pueblo?
—Lazos y encaje —contestó ella sonrojándose.
Él no pudo disimular su sorpresa y ella se encogió de hombros.
—Es posible que a usted no le parezca importante, pero lo era para mí —más importante todavía que saber algo del señor Welton—. Además, creí que no empezaría a llover hasta más tarde.
Él dio otro bocado de queso y ella hizo una bola con un trozo de pan.
—¿Y por qué estaba usted en medio de la lluvia? —siguió ella.
Él tragó saliva.
—Estoy viajando a Londres.
—¿Partió a pesar de la amenaza de lluvia?
Él levantó su jarra como si fuese a brindar y sonrió.
—Empatados.
Si sus ojos tenían un poder, mucho más lo tenía esa sonrisa y ella bajó la voz.
—Me alegro de que partiera a pesar de la amenaza de lluvia. ¿Qué habría sido de mí si hubiese sido más prudente?
—Alguien la habría encontrado —contestó él.
—No. Caminé durante horas y no vi a nadie.
Él la miró a los ojos y ella tuvo que apartar la mirada.
—¿Por qué iba usted a Londres?
—Terminé los asuntos que tenía en Escocia —él levantó la jarra—. Por eso vuelvo a Londres.
—¿Tiene algún asunto en Londres?
—Algo así —contestó él después de dar un sorbo de té.
Algo de lo que, evidentemente, no quería hablar.
—Yo iré pronto a Londres —comentó ella para aliviar esa repentina tirantez—. Para pasar la Temporada. ¿Asistirá usted a los actos de la Temporada?
—No estoy seguro —contestó él con una expresión seria.
Tess se sintió como si él se hubiese alejado completamente de ella, pero no sabía el motivo. Quizá estuviese cansado de su conversación. De repente, se sintió tan sola como cuando estaba perdida en la tormenta. Echó de menos a sus hermanas. Ellas creerían que estaba en Tinmore. Esperó que supusieran que estaba a salvo y deseó volver pronto con ellas. Terminó su pan y su queso y él, en un silencio sepulcral, envolvió la comida que quedaba.
—¡La lluvia! —exclamó ella—. ¡Creo que ha dejado de llover!
Se levantaron de un salto y fueron hasta la puerta. Se quedaron un momento mirándola, hasta que él la abrió. Había dejado de llover, pero estaba oscuro.
—Ya no podemos marcharnos, ¿verdad? —le preguntó ella mirándolo.
—No —contestó él—. Está demasiado mojado y oscuro. Me temo que vamos a pasar toda la noche aquí.
Toda la noche…
Marc deseó poder borrar la decepción que se reflejaba en el rostro de ella. En su honor, tuvo que reconocerse que ella no dijo ni una palabra de queja, aunque su situación era mucho peor que la de antes. En cambio, puso más agua caliente en la tetera. No se quejó, pero tampoco dijo nada.
Un viento gélido azotó las ventanas y la cabaña se quedó todavía más fría. Él rebuscó otra vez por el cuarto y encontró dos mantas más guardadas en una cómoda que había en un rincón. Le dio una a ella y tomaron unas sillas de la mesa para estar más cerca de la chimenea. Se envolvieron en las mantas, bebieron té flojo, aunque caliente, y miraron el fuego. Él se sentía como si hubiese perdido la compañía de ella y quería recuperarla.
—Entonces, ¿va a Londres para buscar marido?
Ella dio un respingo. La había asustado.
—Yo no lo diría así precisamente —replicó ella con una voz titubeante—. Mi hermana menor y yo vamos a presentarnos en sociedad. Incluso, podrían presentarnos a la reina si lord Tinmore lo solicita.
—Me sorprende.
—¿Por qué? —preguntó ella en tono tajante—. ¿Por qué no iban a presentarnos?
Él levantó una mano.
—Me sorprende que cualquier mujer quiera tanto jaleo.
La señorita Summerfield se puso rígida.
—Sería un honor.
¿Lo deseaba su hermana? Si lo deseaba, no lo conseguiría.
—Un honor, claro. Supongo…
—También lo sería que nos consiguieran cupones para Almack’s —siguió ella—. ¿Tendrá un cupón para Almack’s?
—No creo —contestó él con una risa irónica.
La Temporada de Londres no era una época muy buena para su familia.
—¿Por qué no? —preguntó ella mirando el fuego—. Creía que era de buena familia.
—¿Por qué lo cree?
—Dijo que su padre fue al colegio con el hijo de lord Tinmore.
Efectivamente, lo había dicho.
—Soy de buena familia.
Sin embargo, había eludido intencionadamente decir quién era. Ya que iban a pasar la noche juntos, podría saberlo.
—¿Ha oído hablar del vizconde de Northdon? —le preguntó él.
—No —contestó ella.
Debía de ser la única persona de Inglaterra que no había oído hablar del vizconde de Northdon.
—Verá, señorita Summerfield, vengo de una familia con mala reputación. El vizconde de Northdon es mi padre, pero como se casó con mi madre, los círculos más elevados de la sociedad no aceptan a mi familia.
Él esperó ver curiosidad en su expresión, pero solo captó compasión y eso lo conmovió más de lo que estaba dispuesto a reconocer.
—Mi madre es francesa y de una familia de comerciantes —siguió él—. Sin embargo, eso no es lo peor. El padre de ella participó activamente en el terror de la Revolución Francesa —él se aclaró la garganta—. Por eso no somos bien recibidos en Almack’s.
Ella bajó la mirada y habló en voz baja.
—También es probable que no den cupones de Almack’s para nuestra familia aunque lord Tinmore lo desee —ella volvió a mirarlo—. Yo también tengo una madre escandalosa.
—He oído hablar de su madre —reconoció él.
También había oído decir que había abandonado a su esposo y a sus hijos para fugarse con uno de sus amantes.
—Supongo que todo el mundo ha oído hablar de nuestra madre —ella, con el dolor reflejado en los ojos, levantó los pies para ponerlos en el asiento de la silla—. Nos mirarán allá donde vayamos y susurrarán…
Él sabía, por experiencia propia, que tenía razón.
—La reputación de lord Tinmore les facilitará las cosas.
—Sí —reconoció ella con una expresión más decidida—. Lord Tinmore hará mucho por nosotras.
Él podía tranquilizarla más todavía.
—Se considerará que su hermana ha hecho un matrimonio muy bueno y no hay ningún motivo para que usted no haga lo mismo.
Sobre todo, con su rostro y su figura.
—Yo no quiero un matrimonio muy bueno —replicó ella rotundamente—. Mis padres lo hicieron y mire lo que les ha pasado.
Lo que les había pasado a los de él por un matrimonio tan insensato. Ella apoyó la barbilla en las rodillas.
—Los títulos y la posición me dan igual. Quiero casarme con alguien que me ame por mí misma y a quien no le importe lo que hayan hecho mis familiares.
—¿Amor? —sus padres se habían casado por amor, o, al menos, por ese deseo físico que algunas veces parecía amor—. Es preferible un matrimonio ventajoso para los dos.
—Mis padres se casaron por eso y le aseguro que no sale bien —replicó ella.
Un matrimonio así tenía más posibilidades que uno por amor. El amor llevaba a la precipitación y al arrepentimiento posterior, y a una discordia constante.
—Entonces, ¿qué me dice del matrimonio de su hermana?
Ella no se había casado por pasión, eso estaba claro. Tess se irguió y se inclinó hacia él.
—¿Qué sabe usted del matrimonio de mi hermana?
—Puedo adivinar que a ella le pareció ventajoso casarse con lord Tinmore.
Los motivos de lord Tinmore para casarse con ella no eran aptos para que los oyera una joven.
—¿Quiere decir que se casó por su dinero? —preguntó ella elevando la voz.
—Claro que se casó por su dinero, y por un título. Además, lord Tinmore encontró una esposa joven y un motivo para salir de su enclaustramiento. Eso no tiene nada de vergonzoso.
Ella se dejó caer contra el respaldo y cruzó los brazos.
—Lorene no buscaba el dinero y los títulos más que yo.
Él lo dudaba mucho.
—Entonces, ¿por qué lo hizo?
Los ojos de la señorita Summerfield volvieron a reflejar tristeza.
—Lo hizo por nosotros. Por Genna y por mí, incluso por Edmund. Para que nosotros… Para que nosotros pudiéramos llevar unas vidas felices y decentes. Para que Genna y yo pudiéramos tener dotes, para que pudiéramos casarnos como quisiéramos y… y no tuviésemos que aceptar cualquier propuesta, para que no tuviésemos que convertirnos en institutrices o señoritas de compañía —ella tomó aliento—. Le aseguro que Lorene se casó con lord Tinmore por el motivo más noble.
—¿Ta apurada era su situación?
Ella asintió con la cabeza.
—Entonces, alabo más todavía a su hermana y le deseo lo mejor.
Él se sacrificaría por su hermana si pudiera.
—Me temo que será desdichada —replicó ella con el ceño fruncido—. Por eso estoy decidida a casarme por amor y a ser feliz, por mi hermana.
—¿Permitiría que su corazón decidiera su elección? —le preguntó él mirándola fijamente.
—Lo exigiría.
—Es mejor usar la cabeza, señorita Summerfield —replicó él llevándose un dedo a una sien.
—¿Cómo puede saberlo? —ella levantó la barbilla—. No está casado, ¿verdad?
—No.
Lo decía por experiencia. Cuando su padre viajó por Europa siendo joven, conoció a su madre y se fugó con ella. Siguieron el viaje durante un año apasionado, pero la felicidad conyugal terminó casi inmediatamente en cuanto pusieron un pie en Inglaterra.
—Créame, señorita Summerfield, un matrimonio en un contrato que se hace mejor con la cabeza, no con el corazón.
Ni con las entrañas.
—Entonces, compadezco a la mujer que se convierta en su esposa.
—Al contrario —él se encogió de hombros—. Ella piensa lo mismo.
—¿Está prometido? —preguntó ella parpadeando.
—No —él se levantó y metió en la chimenea los últimos trozos de carbón—. Sin embargo, nos entendemos. Ella es el motivo principal para que vaya a Londres.
No debería importarle que pensara casarse con una mujer. No debería importarle que pudiera ver a una mujer de su brazo en Londres o bailando con él en un baile de gala. Ella soñaba bailar con el señor Welton, ¿no? Sin embargo, no sabía por qué, pero le habría gustado encontrárselo en Londres sin una mujer al lado y sin tener fingir que no tenían un secreto inmenso entre los dos.
—¿Está seguro de que esa mujer se casará con usted solo porque le ofrece… qué? ¿Que es el hijo de un vizconde? —le preguntó ella.
Él se movió en la silla.
—Soy el heredero del título, aunque nunca he querido serlo.
—¿Por qué no iba a querer serlo?
Su padre y Edmund habrían estado encantados de que su hermano hubiese sido hijo legítimo y heredero. En realidad, su padre debería haberse casado con la madre de Edmund porque había sido la mujer que amaba. El señor Glenville la miró con los ojos azules apesadumbrados.
—Mi hermano tuvo que morir para ello. Le aseguro que preferiría recuperar a mi hermano que tener mil títulos.
Ella le tocó un brazo.
—Lo siento mucho. Tener un título es tremendo, siempre tiene que morir alguien.
—No siempre —él esbozó una sonrisa triste—. Se puede conseguir un título ganando una guerra, como el duque de Wellington.
La sonrisa de él hizo que se estremeciera por dentro y miró al fuego otra vez.
—¿No le importa que esa mujer con la que quiere casarse se case con usted solo porque será vizconde algún día?
—¿Importarme? —él siguió sonriendo—. Es lo que puedo ofrecer. Un título y fortuna, ¿por qué no iba a querer ella eso?
Un título no impedía que un hombre se convirtiera en una persona amargada y la fortuna podía ser voluble, como bien sabía ella.
—Entonces, ¿por qué la quiere usted? ¿Qué le ofrece ella?
Él se puso serio.
—Es la hermana de un buen amigo. Nos conocemos desde la infancia. Su familia es muy respetable y eso ayudará a borrar el daño que ha hecho la reputación de mis padres.
—¿Se casará con ella por la reputación de su familia?
¿Acaso no era eso como casarse por las relaciones sociales? Su padre se había casado con su madre por las relaciones sociales de ella, pero todas desaparecieron cuando se fugó con otro hombre. Él la miró con comprensión.
—Es posible que sus hermanas y usted no hayan sufrido el estigma de los escándalos de su madre.
Ella volvió a mirar hacia otro lado.
—Nuestro padre no nos llevó nunca a Londres.
No obstante, había algunas damas en Yardney que susurraban cuando las veían y algunos caballeros que habían hablado con… brusquedad.
—En Londres se beneficiarán de la reputación de lord Tinmore, no lo dude —repitió él.
—Lo entiendo —ella lo miró otra vez—. Sin la fortuna y reputación de lord Tinmore, no nos invitarían a ningún lado, pero eso no significa que vaya a aceptar la oferta de matrimonio de un hombre hacia el que no sienta mucho aprecio.
—Yo siento aprecio por mi posible novia, pero no dejaré que mis sentimientos dicten mi decisión.
—Entonces, la aprecia…
—Sí la aprecio lo bastante.
Lo bastante. Empezaba a sentir mucha lástima por su posible novia.
—Sin embargo, no la ama.
Él la miró y el fuego de la chimenea hizo que sus ojos fuesen más intensos todavía.
—¿Está preguntándome si siento pasión por ella? ¿Si la mente se me queda en blanco y la lengua se me atora cuando estoy con ella? La respuesta es no —él volvió a mirar el fuego—. Pero la aprecio lo bastante.
Quizá, si su padre hubiese amado a su madre, ella no habría buscado amantes. Quizá, si su madre hubiese amado a su padre, él la habría mimado, halagado y cuidado como quería ella. Sus hermanas y ella lo habían hablado muchas veces.
—Espero que aprenda a amarla —le aconsejó ella—. Espero que ella lo ame.
La expresión de él siguió siendo inflexible. Ella se cubrió mejor con las mantas y miró el fuego. La silla era dura y el frío entraba en la cabaña. El fuego estaba perdiendo la batalla de mantener caliente la habitación. Se quedaron un rato en silencio, hasta que él habló.
—¿Cuántos años tiene, señorita Summerfield?
—Veintidós.
—¿Y su hermana, lady Tinmore?
—Tiene veinticinco.
—¿Tiene veintidós años y no tiene pretendientes? —él la miró—. Es difícil de creer.
Ella se puso muy recta.
—No he dicho que no tuviésemos pretendientes. Nuestra situación no permitía que los pretendientes pudiesen hacer una oferta. No teníamos dote.
—¿Su padre no les dejó a sus hermanas y a usted una dote?
Si él había oído hablar de su madre, podría imaginárselo. Su padre creía que no eran hijas suyas. Sin embargo, no iba a decirlo en voz alta.
—A nuestro padre la gustaba hacer inversiones arriesgadas. Quería ser inmensamente rico para que nuestra madre lamentara haberlo abandonado, pero sus inversiones eran espantosas. Empleó el dinero que le quedaba, nuestras dotes, para comprar un ascenso para Edmund.
—¿Edmund es el hijo ilegítimo de su padre?
Entonces, él también conocía esa parte de su historia familiar.
—Sí —contestó ella—. Nuestro hermano por parte de padre.
Lo más probable era que sus hermanas y ella no tuvieran nada de sangre en común con Edmund. Ellas tenían la misma madre, pero él era de su padre.
—Estoy de acuerdo con usted en que hay que tener algo de fortuna y reputación para casarse bien —siguió ella—. Lorene nos lo ha proporcionado, pero la fortuna y la reputación no bastan. La solución es el amor. El amor puede conseguir que alguien supere los obstáculos inevitables de la vida.
—Ahora parece filosófica. Hay algunos obstáculos que no pueden superarse solo con amor —él la miró—. ¿Tiene algún pretendiente?
Ella se sonrojó y él entrecerró los ojos.
—Tiene un pretendiente,sí, un hombre que no la cortejaba porque no tenía dote.
Ella se sonrojó más, pero por la rabia.
—Es posible que tenga un pretendiente así y es posible que por eso diga lo que digo.
Él se quitó la manta y se levantó.
—Voy a ver qué tal está Apolo —se dio la vuelta antes de llegar a la puerta—. Espero que todo le salga bien, señorita Summerfield, pero piense con la cabeza y olvide el corazón antes de que haga los votos definitivos con su pretendiente.
Ella quiso replicarle, pero el tono de él la había alterado y lo que había dicho era verdad. El señor Welton no la había cortejado cuando no tenía dote, pero eso no significaba que su corazón no estuviese entregado. ¿Lo estaba? Él abrió la puerta y entró el viento. La temperatura bajó más todavía y ella se olvidó de las dotes, el amor, los matrimonios por amor y la reputación. Hacía un frío gélido y ya habían echado todo el carbón en la chimenea. ¿Cómo se calentarían por la noche?
—Buscaré más leña —comentó el señor Glenville como si le hubiese leído el pensamiento—. La que tenemos no durará toda la noche.