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No era sólo el nacimiento del pelo, que con el lifting se había trasladado al menos dos centímetros hacia arriba y hacía que, a los lados, el cabello estuviera a una distancia inusual. Es que allí faltaba todo: pelo suficiente para una caída suave, capas de abajo para la construcción del peso, todo el material sin el cual hasta yo paso las de Caín y me topo con los límites de mi brujería. Pero ¿a quién le interesaba eso? Con sus senos recién operados y su conjunto de leopardo, aquella clienta —su nombre no viene al caso— me pedía una melena de león, como si mis tijeras fuesen un escalpelo y la celebridad una cualidad con la que se pudieran compensar todas las deficiencias.
Toqué perplejo los ralos cabellos.
—Entiendo —le dije— lo que quieres decir —cruzamos una mirada, sonrío—. Tú déjame hacer.
Corté las puntas y, desfilando al máximo, saqué todo el volumen posible. Al mismo tiempo hice delante una línea lisa y compacta, un bonito «decorado», por llamarlo así, con el que fingía una elegante abundancia que detrás no existía en absoluto.
Retoqué con controlpaste y con el Organic Flex Seed. Alioscha fumaba un cigarrillo al sol, delante de la puerta.
El día anterior se había demorado en su misión con Viktoria. El que precisamente él mostrara tanta comprensión por Viktoria no podía resultar extraño. Podía ponerse perfectamente en su lugar porque él mismo estaba en una situación muy similar.
Yo tenía la sensación de que Viktoria se aferraba a la pequeña esperanza de volver a la serie más tarde o más temprano. Si Trixi no moría, existía la posibilidad de que un día regresara de Calcuta y Viktoria se reintegrara a la telenovela. E igualmente parecía que Alioscha se limitaba a esperar a que las cosas se arreglaran solas. En algún momento acabaría la crisis económica y su antigua jefa le pediría que ocupara de nuevo su empleo en la galería.
Alioscha había dicho que era una tontería y yo no quería discutir por eso. Lo que sí le reprochaba era que, después de la fiesta, hubiera desaprovechado la oportunidad de averiguar algo sobre la relación de Viktoria y Zacharias Rosendráger. En vez de eso, había dejado que, mientras estaban en no sé qué puesto de salchichas con curry, Viktoria le hiciera mil preguntas acerca de Rusia; incluso se mostraba orgulloso de haber deshecho tal o cual prejuicio de Viktoria sobre su país. Alioscha no vio que tal vez lo que quería Viktoria era desviar la atención de su propia persona.
Después, poco antes de cerrar, la llamada de Tina:
—Tommy, tienes que ayudarme. Otra vez Viktoria. Una crisis…
Resumen: Viktoria se había encerrado en el camerino con la versión actual del guión. Estaba fuera de sí. Tina admitió que una determinada escena era un poco delicada y habían descuidado preparar a Viktoria para ella. Tina suspiró.
—Es su última gran historia, antes de que Trixi desaparezca para siempre de la serie.
—¿Podría saber, por favor, de qué tipo de escena se trata y, sobre todo, qué tengo yo que ver con este asunto? —le dije.
A los cinco minutos llegó a mi fax la página del guión.
La leí.
TRIXI SE CONTEMPLA EN EL ESPEJO CON SEMBLANTE RÍGIDO. RECUERDA. (FLASHBACK/FUNDIDO)
TRIXI (esforzándose por conservar la serenidad):
¿Es cierto?
MAX (muy contento):
¿Que tu hermana me acompaña a las carreras de caballos?
TRIXI ESTÁ COMO PARALIZADA.
MAX (con voluptuosidad):
¿O que me ha prestado diez de los grandes?
MAX SE PONE UNA FLOR EN EL OJAL.
Gloria es una mujer fabulosa. Tiene elegancia. Clase. Estilo. Y sentido del humor.
MIRA A TRIXI, QUE SE HALLA DELANTE DE ÉL COMO LA VIVA IMAGEN DE LA DESDICHA.
MAX (rebosante de desprecio):
Tiene todo lo que tú no tienes… Dios mío, si pudieras verte. Eres… no eres nada.
MAX SALE.
(FLASHBACK/FUNDIDO)
TRIXI SE MIRA EN EL ESPEJO LLENA DE ODIO HACIA SÍ MISMA. COMO TELEDIRIGIDA, AGARRA UNAS TIJERAS Y EMPIEZA A CORTARSE EL PELO MUY DESPACIO.
Me figuraba el papel que me había asignado Tina: vender a Viktoria la pérdida de su pelo como una ganancia, a ser posible como el gordo de la lotería.
Así se lo imaginaba Tina. La entrevista —sólo Viktoria y yo— tiene lugar en la peluquería y produce el siguiente resultado: Viktoria se declara de acuerdo con sacrificar su larga cabellera por su papel como Trixi. Pero, tras un determinado número de días de rodaje con el pelo cortado, a Trixi le regalan un bombón: un peinado del peluquero estrella Tomas Prinz.
—¿Lograrás convencerla? —interrogó Tina.
—Ya veremos. Pero ¿qué pasa si Viktoria se pone terca y no quiere ese cambio de look?
—Entonces me cabrearé porque perderemos una historia potente —respondió Tina—. Y eso nadie lo quiere.
El jueves 7 de mayo, a las nueve de la mañana, Viktoria Peichl llegó puntual en coche. Puso los pies en la acera y se volvió hacia uno y otro lado con las gafas de sol en la cabeza, como si se presentara en la alfombra roja ante la tormenta de flashes de los fotógrafos; pero allí no había nadie más que el viejo Hoffmann, el vecino del tercer piso, que iba a la compra con su carrito.
A pesar de todo, Viktoria no podía quejarse de suscitar poca atención. Alioscha la saludó a la muniquesa, con besitos a derecha e izquierda. Los empleados sonrieron con esa discreta cordialidad con que se hace ver sosegadamente, incluso a los famosos de medio pelo, que uno está al cabo de la calle, y Bea se acercó taconeando, con pasos rápidos y cortos, para que sin muchas palabras quedara claro que aquella cita y aquella mujer eran importantes.
Senté a Viktoria delante del espejo, Alioscha le sirvió un café y Bea le dijo:
—Tu signo es Cáncer, ¿acierto?
Viktoria parpadeó.
—Sí. ¿Por qué?
Examinamos a Viktoria, cada uno a su manera. Yo inspeccioné su cabello. Le llegaba más abajo de los hombros y era medianamente fuerte, estaba bastante seco y tenía las puntas un poco abiertas. Raya en medio bien, escalonamientos indecisos.
—¿Ascendente? —le preguntó Bea.
—Virgo.
También el rostro de Viktoria poseía una encantadora imperfección: la nariz un poco demasiado corta y una pizca demasiado ancha. La boca muy pequeña, pero de bonita forma. Cuando estaba entreabierta, como en ese instante, desaparecía su habitual expresión un poco ultrajada. No; había gracia en su manera de escuchar a Bea y tenderle la mano, pequeña y probablemente húmeda de sudor. Cuanto más se pueden doblar las yemas de los dedos, mayor flexibilidad se tiene, dice la quirología. Bea tiene un olfato especial para saber qué clientes van a acoger con entusiasmo sus patrañas.
Yo mismo quizá hubiera debido utilizar muchas menos palabras. Normalmente basta con tres frases: una para el largo, otra para el volumen y otra para el flequillo. Pero aquella situación no era normal. ¿Cómo se explica a una actriz que tiene que cambiar de look para un papel cuando en ese momento tiene el despido en el bolsillo?
—La forma de tu cabeza es estupenda —dije.
—¿Tú crees? —Viktoria giró sorprendida la cabeza.
—Pero mira cómo te cae el pelo a la cara. Así no sólo escondes la fabulosa energía de tus cejas, sino que además eso hace que la mirada se centre automáticamente en la nariz, lo que en tu caso no es en absoluto necesario.
Viktoria cogió uno de sus mechones.
—¿Quieres decir —preguntó— que todo esto de aquí delante tiene que ir fuera?
Bea movió la cabeza sonriendo.
—Yo lo retiraría un poco de la frente —dije— y haría un corte asimétrico. Y si empezamos a escalonar a la altura de la oreja, podemos al mismo tiempo equilibrar algunas proporciones. ¿No has llevado nunca el pelo de otra manera? Diría que no.
—La raya en medio… —intervino Bea.
—Tu cara es muy bonita, pero ¿por qué acentuar lo anguloso? Te propongo traer la raya un poco para acá si en conjunto ponemos el acento en otro sitio.
—¿Desfilar? —inquirió Bea.
Hice un gesto negativo.
—Geocnt. Y más brillo. Necesitamos más brillo como sea.
Naturalmente, yo daba por hecho que Viktoria no sólo estaría conforme con mis propuestas sino que además se mostraría encantada.
—No —dijo.
—¿Cómo?
—Mi pelo se quedará como está.
Yo estaba irritado porque ella, evidentemente, se había formado desde un principio el plan de torearnos a todos. Poníamos a su disposición nuestro tiempo y nuestra pericia, y ahora ella saboreaba el poquito de poder que de repente tenía a su alcance, cuando siempre se había visto relegada, nadie la tomaba en serio e incluso se burlaban de ella.
—Respeto tu decisión —le dije cuando estábamos fuera, esperando el taxi—. Tienes todo el derecho del mundo; sólo que te pierdes una interesante experiencia y una magnífica posibilidad.
Viktoria se retiró el pelo detrás de la oreja, un gesto que sin duda expresaba, con cierto aire de chulería: ¿experiencias?, ¿posibilidades? Ya tengo bastantes.
—Con el pelo corto podrías descubrir en ti nuevas facetas y presentarte de una manera completamente distinta. Podrías lograr una mayor conciencia de ti misma, como mujer y como actriz.
Viktoria adoptó una expresión sonriente, una superficie lisa en la que rebotaba cada una de mis palabras.
—Quiero que los espectadores recuerden a Trixi tal como era y tal como habíamos desarrollado el personaje con Zacharias —dijo.
—Para mí no se trata ni de Trixi ni de Zacharias. Trixi es un papel y Zacharias está muerto. Para mí se trata de ti y de tu pelo.
—Zacharias era el único al que de verdad le agradaba Trixi. Ya podéis —Tina, tú y todos los demás— decir todo lo que queráis. No podéis destruirme.
—Es increíble cómo idealizas la época con Zacharias. Sin embargo, estaba cualquier cosa menos entusiasmado contigo. Yo mismo me di cuenta el primer día de rodaje de Charlotte, en la cafetería, cuando hacía chistes a tu costa.
Viktoria miró su reloj.
—Lo que pasa es que Zacharias se equivocó contigo. No respondiste ni como mujer ni como actriz a lo que esperaba de ti. Al fin y al cabo quería una contrapartida por estar siempre perdiendo el tiempo contigo… Pero, ¿sabes?, lo que me interesa es una cosa completamente distinta.
Justo entonces llegó el taxi.
—Me interesa qué tiene que ver Matthias con todo este asunto.
Viktoria abrió la puerta con precipitación e intentó entrar y marcharse, pero se lo impedí.
—Aquel domingo por la noche, Matthias estaba con toda certeza en el edificio, esperándote como siempre. Puede que estuviera inquieto porque vuestros ensayos se prolongaban demasiado. Puede que estuviera celoso y quisiera averiguar lo que estaba ocurriendo allí dentro.
Viktoria evitó mirarme.
—Tengo que irme.
—¿No será que Zacharias te dijo aquel domingo en el ensayo que no eras capaz y que estaba decepcionado contigo? ¿O acaso se propasó?
—¿De qué estás hablando?
—Saliste corriendo al aparcamiento, presa del pánico y deshecha en lágrimas. Matthias nunca te había visto así.
Viktoria soltó una ruidosa carcajada.
—Él subió al estudio buscando a Zacharias. ¿Te contó después lo que sucedió allí? ¿O te enteraste al día siguiente por la policía?
Viktoria se soltó. No me había dado cuenta de que la estaba sujetando.
—No había nada entre Zacharias y yo. Ésa es la verdad, pero nadie quiere oírla —dijo.
El taxi dobló la esquina de la calle Müller con ella y desapareció.
Alioscha estaba ante la puerta de la peluquería, encendió un cigarrillo y expulsó el humo.
—Estoy totalmente de acuerdo con Viktoria. El pelo largo le sienta mejor.