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Veinticuatro horas antes del primer día de grabación de Charlotte recibí una llamada. Me había sentado en recepción y estaba examinando la correspondencia.

—Tomas Prinz —dije al auricular, pero con la mente en otra parte. En los últimos cuarenta años, mi viejo amigo Stephan nunca me había enviado una postal, y mucho menos con una puesta de sol. «Mi más cordial felicitación por tu cumpleaños, de tu viejo amigo Stephan. P. D.: Que te diviertas». De Sabine ni una palabra.

La postal me pareció extraña. ¡Tan… despreocupada! Tan ostentoso su silencio acerca de su relación con Sabine, en la que se avecinaba una violenta crisis. Como si quisiera dejarme especialmente a oscuras.

O acaso fuera mi mala conciencia la que hablaba. Desde que a Stephan ya no le iba tan bien en lo privado, yo me había apartado un poco de él. Incluso le negué la ayuda que hubiera necesitado, en vez de estar a su lado. Puede que su postal fuera también…

—Un grito de socorro, si quiere usted llamarlo así —dijo la voz al otro lado de la línea—. Es urgente.

Saqué el cuadro de citas. Siempre es urgente.

—¿Cuál era su nombre?

—Lukas Schmidt-Denninger. Pero eso a usted no le dirá nada.

—Eso quiere decir que no ha venido nunca.

—No. Se trata de lo siguiente…

—Del peinado hablaremos mejor in situ, delante del espejo…

Puedo ofrecerle mañana a las once. O por la tarde, a las tres. ¿Qué le va mejor?

—Usted conoce a Tina Schmale.

—¿Cómo?

—Y al parecer tiene incluso buena relación con ella.

—No comprendo.

—Ya sé que es un poco de locos acometerle así por teléfono. Pero es que lo vi el viernes. Primero en recepción y luego con Tina Schmale en la cafetería. Y pensé: parece simpático este hombre. Quizá pueda ayudarme.

—No sé en qué podría ayudarle. A menos que quiera cortarse el pelo.

—Quiero el empleo de extra.

—Escuche, se ha equivocado conmigo por completo. No soy más que el peluquero de Charlotte Auerbach.

—En el casting todo fue bien al principio, pero luego se enteraron de quién soy yo y el asunto se fue a la porra.

—¿Por qué? ¿Quién es usted?

—Soy el sobrino de Johannes Beyerle, el actor.

—Ya… ¿Y eso qué tiene de malo?

—Muy sencillo. No quieren que nada les recuerde lo que han hecho con él. Pero eso se lo tengo que explicar a usted con calma.

Yo estaba desconcertado.

—Sobrestima usted mi influencia.

—¿Puede usted hablar a Tina Schmale en mi favor? Okay, no me conoce. Pero sería muy importante para mí.

—Yo no tengo nada que ver en absoluto con la producción. Lo lamento de veras —dije.

—Está claro. Lo he intentado. De todos modo, gracias.

—Dígame… otra pregunta: el trabajo de un extra consiste en estar por ahí sin hacer nada, ¿no?

Había colgado.

Dejé en su sitio el cuadro de citas. El sobrino de Johannes Beyerle. La de locos que andan sueltos.

Metí la puesta de sol detrás del lector de tarjetas de crédito y me pregunté si el empleo de extra no serviría también para Alioscha; entonces volvió a sonar el teléfono.

Esta vez sí era un cliente. Cortar y teñir. Anoté la cita.

Hasta avanzada la tarde no me puse a reflexionar sobre aquello. Estuve cortando, como siempre, en mi sitio favorito, en la parte de delante y junto a la recepción, con vistas a la calle; así estaba lo más cerca posible del lugar de Kitty. Eso significaba que, mientras mis empleados hacían cómodamente su trabajo, yo también era Kitty y saludaba a todos los clientes de una manera entre cordial y exuberante, según su categoría. Colgar los abrigos, cambiar las primeras palabras: ¿café, té? Cortar, ordenar, barrer y —muy importante— aconsejar productos, vender, cobrar. ¿Firma pequeña, bolsa pequeña? Unas cuantas muestras, aquí va algo excelente, es fantástico para el pelo. No se deje el paraguas, no olvide la siguiente cita. De verdad estupendo, el color. Y el teléfono que no paraba.

La fractura de muñeca que había sufrido Kitty era complicada y hacía imprescindible la rehabilitación. Seis semanas más.

—¡Florentine! Ven, por favor —le expliqué brevemente la esfera de actividades de Kitty—. ¿Crees que podrás hacerlo?

Florentine miró el reloj —era la hora de cerrar—, respiró hondo y expulsó el aire con desánimo.

Ser flexible, mostrar disposición y compromiso: es la eterna retórica del discurso cuando se contrata a alguien. Yo estaba de mal humor. Un segundo más y…

De un modo u otro, sin duda la nueva se dio cuenta. Con los ojos cerrados, me sonrió.

—Bah, no hay ningún problema —dijo.

—Gracias… —dije yo, y por primera vez—: Fio.

—Y la bolsa —anunció Florentine—, ahora la tiro.

—¿La bolsa? —inquirí—. ¿Qué bolsa?

Me puso el contenido debajo de la nariz. Unos reflejos de color castaño. Una cabellera que antes llegaba hasta el trasero: Tina, cuando aún no tenía la responsabilidad de una serie de televisión con pérdida de audiencia y colaboradores desalentados.

Busqué en las tarjetas de visita y cogí el auricular. Aquella singular llamada del sobrino del actor: yo quería, sencillamente, aclarar el asunto.

La comisaria de policía Annette Glaser contestó enseguida.

No puedo asegurar que se sorprendiera. ¿Cuánto tiempo había pasado desde nuestro último encuentro? Eso no hacía al caso. Le expliqué sin rodeos de qué se trataba: de un actor al que, después de veinte años de servicio en una telenovela, habían mandado al paro. Lo habían sacado muerto del Isar cuando en su contestador había un mensaje que decía: vuelve.

—¿Y bien? —me interrogó Annette Glaser.

—¿No es raro? —pregunté yo.

—Señor Prinz, ¿qué es lo que desea?

Le hablé de la llamada de aquel Lukas Schmidt, que se había inscrito como extra en la productora de televisión y quería fisgonear en el antiguo entorno de su tío.

—Vaya al grano, por favor.

—Me interesa saber si había alguna incongruencia, quiero decir, cuando sacaron del Isar a Johannes Beyerle.

—¿Qué quiere decir con «incongruencia»?

—No tengo ni idea. Cualquier cosa.

—¿Marcas de estrangulamiento? —la comisaria se echó a reír.

—¿Las tenía?

—¿Tiene algo para escribir? Número uno-uno-cuatro hasta uno-siete. El servicio de prensa de la policía. Mis compañeros le ayudarán.

Aún la oí decir algo poco claro, al parecer a alguien que se hallaba en su oficina. Después colgó.