14

Aquella noche, poco antes de las nueve, oí en el contestador automático un mensaje de Así es la vida con la voz del ayudante de Tina. El recado era un mandato cortés: «Venga mañana temprano, a las ocho, a la confi grande. Y sea puntual, por favor».

—¿La confi? —inquirió Alioscha.

—Quiere decir la sala de conferencias.

El único que llegó con puntualidad fui yo.

Desde la ventana del primer piso observé cómo se instalaban los fans delante de la entrada. Una de las chicas se sentó en el regazo de una amiga. Los fans se fueron pasando una bolsa de patatas fritas sin reparar en la maquilladora jefe, que salía de su coche más abajo, al mismo tiempo que Jan-Joachim pero dos plazas de aparcamiento más al sur. Intenté calcular dónde se encontrarían los dos. Entonces se adelantó otro automóvil.

Se apeó un joven; dio la vuelta al coche, abrió la puerta del copiloto y alargó la mano. Primero salió un brazo, luego una pierna y, por último, Viktoria Peichl. Los fans la rodearon. Sonriendo, garabateó en los cuadernos de colegio que le tendían y repartió tarjetas con su autógrafo. Viktoria era una estrella, por lo menos una estrella de AELV, con su túnica supercorta y sus botas por encima de la rodilla. El último estudio de mercado de los que se realizaban constantemente había mostrado que Trixi seguía siendo la favorita de los espectadores, inmediatamente después del nuevo personaje, Gloria.

El hombre que estaba detrás de ella sosteniendo su bolsito metálico era quizá su novio. En sus ojos había un callado orgullo por su preciosa carga; el acné había dejado pequeñas cicatrices en sus mejillas.

El ayudante de Tina se situó a mi lado, paseó igualmente la mirada por el aparcamiento y dijo a media voz:

—Ayer por la tarde estuvo la policía en la casa. Interrogaron a Lukas Schmidt-Denninger.

—¿De veras?

—Y luego llamaron a capítulo a Tina, y después a Charlotte. La comisaria y su compañero tuvieron bloqueada la sala de conferencias pequeña dos horas. ¡Hubo que interrumpir el rodaje durante más de una hora!

Para el asistente, ése parecía ser el mayor escándalo.

Todo aquello lo había desencadenado mi visita a la policía de investigación criminal y la entrega de la hoja del guión estrujada.

En la mesa de reuniones, la gente de reparto, preparación de actores y guión ocupaba los últimos asientos que quedaban. Grandes platos con sándwiches pasaban de un lado a otro.

Detrás de Tina Schmale, Charlotte Auerbach cerró la puerta y se apretujó junto a Jan-Joachim en la última silla libre. No pude descubrir a Lukas por ninguna parte. ¿Lo habían metido en la cárcel al final? ¿Era ésa la noticia que Tina quería comunicarnos allí, de una manera tan oficial y trascendente? De su semblante, cuando se sentó a la cabecera de la mesa, no se podía deducir nada.

Cuando ya se había hecho el silencio, se abrió de nuevo la puerta y entró Viktoria Peichl; miró hacia la izquierda, sonrió a la derecha y buscó dónde acomodarse. El sitio a mi lado junto al alféizar de la ventana era impensable para ella. Prefirió apoyarse en la pared, cerca de la puerta.

Tina juntó las manos sobre la mesa.

—Queridos compañeros —miró con actitud seria a los circunstantes—. Ya lo sabéis todos: ayer estuvo la policía en la casa.

Todos se irguieron en sus asientos. Jan-Joachim cerró los ojos.

—Uno de nosotros está en el punto de mira de las investigaciones. Se trata del extra Lukas Schmidt-Denninger. Para que no surjan falsos rumores: Lukas es inocente. Todas las pesquisas de la policía han conducido a ese resultado. Por eso os ruego, queridos compañeros: no podemos sospechar unos de otros.

—Pero ¿quién sospechaba de Lukas? —preguntó alguien.

—Eso no viene al caso —contestó Tina—. Para mí, lo único que importa es que en el futuro…

—¡Dilo, Tina! —empezó otro—. ¿Quién lo ha denunciado? ¿Y por qué lo ha hecho?

Las miradas con que se examinaban unos a otros eran mudas, pero no inexpresivas. En ellas se leían la curiosidad y la indignación, y el conocimiento de la propia inocencia, por lo menos a ese respecto.

Di un paso adelante.

—He sido yo. Hablé con la policía. Pero jamás he dicho que Lukas fuera un asesino.

Tina inclinó la cabeza cuando empezaron a hablar todos a un tiempo. Con tantos comentarios, interrupciones y risas aisladas no se entendía nada. Viktoria me lanzó una mirada como si en aquel momento se le hubiera revelado que, por supuesto, sólo el denunciante podía ser el ladrón del jersey del osito. Jan-Joachim se frotaba nerviosamente la cara, mientras Charlotte se quitaba un hilo del pantalón.

Volví a apoyarme en el alféizar de la ventana y me crucé de brazos.

—Por favor, compañeros —aun alzando la voz, Tina no lograba hacerse oír—. ¡Silencio! —exclamó—. ¡Es verdad lo que dice Tommy! Él nunca ha dicho semejante cosa. ¡Eh, escuchad todos! Tenemos que mantenernos unidos. Desde que ocurrió este suceso, esta desgracia…

—Fue un asesinato —la interrumpí—. Dilo claramente. Zacharias ha sido asesinado. Y el asesino anda suelto.

Tras un breve momento de silencio, los presentes empezaron a hablar con mayor excitación aún. El único que no participaba era Jan-Joachim. Mientras él y Charlotte se encaminaban hacia la puerta, Tina aún intentó dar un poco de orden al final de la reunión.

—Por favor, queridos compañeros —clamaba—, volvamos a nuestro trabajo. ¡Muchas gracias!

Al pasar junto a mí —todavía tenía húmedo el nacimiento del pelo— me dijo:

—Por favor, ¿quieres venir a mi despacho?

Una página del texto: la escena de la fiesta. Había sido escrita en vida de Zacharias Rosendráger; después fue arrancada del guión, desapareció y, tras su muerte, no se filmó.

GLORIA Y MAX TIENEN EN LA MANO SENDOS VASOS CON BEBIDAS ALCOHÓLICAS. EN EL FONDO SE VEN INVITADOS A LA FIESTA GLORIA (en tono confidencial):

¿Puede usted creer que Trixi hizo pedazos una foto de nuestro padre y la tiró a la papelera sin más?

Me salté los siguientes pasajes y leí más abajo, al final de la escena, donde interviene el empleado que interpretaba Lukas.

MAX MIRA A GLORIA FIJAMENTE A LOS OJOS. GLORIA LE SOSTIENE LA MIRADA. PARECE COMO HECHIZADA. SUS ROSTROS SE APROXIMAN…

UN EMPLEADO:

Se ha terminado el champán. ¿Queda más en alguna parte?

MAX (disgustado):

Ahí atrás.

GLORIA APROVECHA LA OCASIÓN Y ESCAPA TURBADA. MAX LA SIGUE CON UNA MIRADA PENETRANTE.

Aquí terminaba la escena tal como se había grabado dos días antes con Lukas. Hasta ahí era todo idéntico. Pero en la versión de Zacharias Rosendráger la escena continuaba. Sólo unas cuantas líneas.

MAX SE ACERCA AL CRIADO.

MAX (muy afable):

No es usted muy oportuno.

EL CRIADO LO MIRA INTERROGANTE.

MAX (frío):

Está usted despedido.

MAX BRINDA SONRIENTE EN DIRECCIÓN A UNA PERSONA QUE PASA.

CHARLOTTE SE ENCUENTRA A CIERTA DISTANCIA, CHARLANDO, Y NO SE DA CUENTA DE QUE MAX LA MIRA FIJAMENTE CON FRIALDAD.

—Esta escena es mucho mejor —dije—. ¡Despide al empleado! Resulta divertido y dice mucho del carácter carente de escrúpulos de Max.

El ayudante de Tina sirvió café con una galleta y comprimidos.

—La escena que se grabó el lunes, sin el final con Lukas despedido, es realmente aburrida.

Tina bebió un sorbo de agua y echó la cabeza hacia atrás.

—Si hubiéramos grabado el final con Lukas despedido —dijo—, se le habría largado. Se acabó lo que se daba. Adiós muy buenas.

—¿Habría perdido su empleo como extra?

—¿Qué te creías? —Tina movió la cabeza—. Si se le echa en una escena, no puedo dejar que ande metiéndose por medio en otras. Su cara ya no se necesita.

—Pero, entonces, ¿por qué se escribió así la escena en un principio?

—Tommy, tesoro, me ocupo de muchas cosas, pero no de chorradas. Así se lo dije también a Lukas, que vino corriendo inmediatamente. Pero ¡cómo consiguió que hasta Charlotte le sirviera de abogado defensor! Tendrías que haberla visto con ese papel en la mano…

—La hoja arrancada, supongo.

—¿Conoces la historia? Dime, ¿Lukas es siempre tan terco? La verdad es que en aquellos momentos no tenía yo la cabeza para eso.

—Zacharias escribe esa escena —o la manda escribir—, Lukas se pone frenético, Zacharias muere, y entonces se cambia la escena. ¡Esto clama al cielo!

—No clama a ninguna parte. Después de la muerte de Zacharias dije a los guionistas: en nombre de Dios, suprimid el final y listo; Lukas sigue de extra. Un problema menos.

—Pero si alguien tenía un móvil para matar a Zacharias era Lukas. Zacharias habría destrozado su carrera aun antes de empezar.

Tina se rió.

—¿Carrera? ¿Como extra?

—Reflexiona: Zacharias, que no lo quería en AELV de ninguna manera, le da dos breves frases —lo que Lukas desea ardientemente— y justo con esas frases lo catapulta para siempre de la serie. ¡Qué mezquino! Claro que Lukas se pasa. Yo en su lugar también hubiera ido al guionista jefe a ponerlo de vuelta y media. Y entonces fue cuando sucedió.

Tina me miró como si no entendiera.

—Es inocente, acéptalo. La policía lo ha dejado en libertad.

—Probablemente tiene una coartada. Me gustaría saber cuál.

—No sé lo que pasa entre Lukas y tú, pero ahora hay paz. Basta de jugar a los detectives, basta de sospechas, basta de indagaciones. ¿Me has comprendido?

Aún se me ocurrió otra cosa antes de salir por la puerta:

—¿Has hablado a la comisaria de Viktoria? ¿De sus ensayos de fin de semana con Zacharias?

—Y, por favor, cuando salgas, cierra la puerta.

Para la gente a la que le gustan los mercados de cosas viejas, la oferta de aquella sala sería cuando menos digna de verse. Una estantería de alumnio de la altura de un hombre y muchos metros de largo, abarrotada de cacharros, jarrones, juguetes y discos: accesorios de veinte años de AELV. La nueva aprendiza de escenografía me había sugerido que quizá encontrara allí a Lukas, después de buscarlo en los camerinos, en los pasillos, en recepción y en la cafetería.

Las claraboyas daban una luz difusa. En el extremo del último pasillo, entre flores artificiales y cajones de arena de plástico, estaba el extra haciendo pesas.

—Quería disculparme —le dije—. Siento haberte echado encima a la policía.

Lukas estaba concentrado en sus brazos: bíceps derecho, bíceps izquierdo.

—Pero de verdad que me pareciste el perfecto asesino. No sólo por tu cara.

Lukas dejó las pesas en el suelo.

Di un paso hacia atrás.

—Y ¿sabes una cosa? Hasta hubiera comprendido que se te quemaran los fusibles. Darte la patada de esa manera tan pérfida y mezquina valiéndose del guión… es para pensárselo. ¿Por qué quería echarte de la serie? ¿Es que le habías hecho algo?

Lukas se tumbó de espaldas, dobló las piernas en el aire, se puso las manos en las sienes y levantó la parte superior del cuerpo, arriba-abajo, arriba-abajo.

—Como te he dicho, si hubiera creído a alguien capaz de empujar a Zacharias desde la galería, habrías sido tú.

Él permaneció tumbado de espaldas, mirando al techo. Su tórax subía y bajaba.

—¿Fue siempre tu sueño ser peluquero?

—¿Peluquero? Sí. ¿Por qué?

Lukas se volvió boca abajo y se puso a hacer flexiones.

Yo me senté en una cesta, una especie de cesta para guardar juguetes. Me sacaba de quicio que no parara un momento.

—¿Por qué no pruebas a ir a la escuela de arte dramático, si quieres ser actor a todo trance?

—Ni loco.

—Pero de extra… eso no tiene perspectivas.

—Supongamos que tuvieras unos años menos —dijo Lukas, sin cambiar de postura, volviendo la cabeza a un lado—. Que no tuvieras nada, ni propiedades, ni obligaciones, sólo tu sueño de ser peluquero. Pero no consigues ni a tiros un lugar donde aprender. Sólo uno, digamos en el ultimísimo villorrio, con la ultimísima peluquera. ¿Qué harías?

—Seguir buscando. En el extranjero, por ejemplo.

—Allí es lo mismo. Has estudiado todas las posibilidades. Sólo queda el villorrio.

—Entonces me imagino que iría allí. Siempre podría seguir buscando, y quizá la peluquera del villorrio no sea tan mala.

—Yo lo veo igual —Lukas echó mano de la toalla colgada de una lámpara de pie.

—Pero tienes que contar el resto de la historia —le dije—. Pues bien: me lanzo. No me creo demasiado bueno para ese sitio, aunque considero que merezco algo mejor. Y a pesar de todo viene alguien de ese lugarejo y me pone de patitas en la calle, así, por las buenas. A mí me pondría de muy mal humor. Y me ofendería, me ofendería enormemente.

—Sólo una cosa me gustaría saber sobre Zacharias: ¿por qué? Pero era un gallina y todo se lo cargaba a sus guionistas. Decía que ellos fijaban esos pequeños detalles en sus episodios y que él no tenía más que decir. ¿Me permites?

Abrió la cesta en la que yo me había sentado y guardó las pesas. Metió también un tensor de gimnasia.

—¿Por qué tiraste la hoja de papel a la tumba?

Lukas extendió los brazos y declamó:

—Zacharias, mírate: ¿dónde estás ahora? Y mírame a mí: ¿dónde estoy yo? —dejó caer los brazos—. Reconozco que fue pura complacencia en el mal ajeno. Un triunfo tardío, pero triunfo al fin y al cabo.

—¿Y por qué le tiraste tu escena, la versión por la que habías luchado? ¿Por qué no la otra, en la que te echan de tu puesto de trabajo?

—Eso sería mirar hacia atrás —explicó Lukas—. Pero yo no miro hacia atrás. Me he propuesto mirar siempre hacia delante. También ayer. Visto así, lo que pasó con la policía ha sido genial.

—¿Genial? ¿Por qué?

—La mayoría de los extras no tienen cara e interpretan a cualquier transeúnte o cliente de un restaurante. A mí, por el contrario, se me puede ver cada semana en televisión; como empleado tengo mi plaza fija e incluso un nombre. Soy «el empleado Gabriel». Soy lo que se denomina un figurante noble. Y soy el único de todos los figurantes nobles que es sospechoso de asesinato. Ahora me conocen todos en el ramo. Tengo un aura.

—¿Y qué clase de coartada es la tuya?

Su sonrisa irónica produjo de nuevo el singular efecto de que su rostro asimétrico se tornaba casi simétrico.

Al llegar al final del pasillo se volvió hacia mí y exclamó:

—Lo de la cara de criminal me ha gustado. ¡Gracias!

En la cesta de juguetes había, debajo del tensor, una lata de crecepelo —del barato—, unos tapones para los oídos y un manoseado libro: El profeta. Filosofía oriental.

Bajé la tapa.