17

Era sábado, 2 de mayo. En la Bonner Platz de Nordschwabing había otro elemento destacable aparte del restaurante Los Bosques de Viena: Charlotte Auerbach, en la casa número 4. Había que celebrar su mudanza. Y tal vez era la última ocasión de ver reunida a la familia de AELV en su antigua composición.

Cada vez que nos cruzábamos con uno de los comis por el atestado pasillo, Alioscha me empujaba y me cuchicheaba: «¡Pero si es…!» o «¿No es éste…?».

Bea bebió un sorbo de champán, inspeccionó a la gente e hizo una sugerencia: seleccionar a los sospechosos del entorno del muerto y repartírnoslos. Alioscha se ocuparía de Peichl, la propia Bea de Jan-Joachim y yo de Tina.

Precisamente de Tina.

—Ya estuvimos juntos en el cementerio, junto a la tumba de Zacharias; hablamos de él en el Jardín Inglés y en el despacho.

—Es una figura clave —dijo Bea—. Sé delicado, hazle preguntas astutas y confía en la ayuda del alcohol. No hay nada mejor para soltar las lenguas.

—Vamos allá —me animó Alioscha.

Me hice con dos copas de champán.

—¿Champán? —dijo Tina, moviendo la cabeza—. Hoy no. Gracias.

Lo vi con claridad: para sacar una gota más a un limón exprimido me hacía falta una herramienta sutil, preferentemente un impulso desde fuera. Pero en aquella habitación todos se guardarían de acercarse demasiado al aura de la jefa y de correr el riesgo de comportarse mal por estar alcoholizados.

Bea y Alioscha lo tenían más fácil desde un principio. Eran los únicos invitados que no formaban parte de la producción de AELV, sólo tenían que poner por las nubes un poco a sus objetos de estudio y obtendrían un montón de información. Alioscha, con Viktoria, sostuvo las copas para que ella tuviera las manos libres y pudiera describirle algo con las mejillas ardorosas, quizá los alrededores del Schnaitsee. Y Bea, por su parte, hizo reír a Jan-Joachim tan escandalosamente que Charlotte no fue la única que se fijó en ellos.

Yo, por el contrario, tuve que oír lo que estaban aprendiendo Tina y su labrador en la escuela de perros. Conté hasta diez y luego metí la palanqueta.

—El haber despedido a Viktoria ¿ha sido una venganza tardía tuya o algo así? —interrumpí.

Tina se quedó un poco boquiabierta.

—¿Te digo cómo veo yo todo el asunto? —proseguí—. La relación de Zacharias con Viktoria, eso de que era su maestro… yo no me creo semejante bobada. Tenían un pacto sobre dos cosas: para Viktoria se trataba de su carrera y para Zacharias de sexo.

—¡Qué interesante! —la risa de Tina sonó algo forzada.

—¡Sí, a mí también me lo parece!

—Tommy, los tiempos en que los machos como Zacharias escogían a las actrices por el palmito ya han pasado. Y ahora me gustaría cambiar de tema.

De manera ostensible, miró en otra dirección.

Quizá le reconcomía que su guionista jefe hubiera tenido de juguete a Viktoria. Que se aprovechara de la admiración de Viktoria para sus fines. Pero lo cierto es que a Tina le tenía que dar lo mismo, puesto que ella le había hecho el vacío. Yo estaba seguro de que en aquella constelación formada por Viktoria, Zacharias y Tina podía haber algo más que la clave del despido de Viktoria.

—Está bien —agregó Tina—. No sé qué trato tendrían Viktoria y Zacharias ni me interesa. No puedo tomarla en serio ni como mujer ni como actriz, con sus airecillos, su chófer granujiento y ese estúpido osito. Y en efecto, me alegro de haberme librado de Viktoria Peichl. Crispa los nervios a cualquiera, actúa mal, y si por lo menos tuviera una cualidad, una sola… ¡pero ni siquiera consigue ser puntual!

Tina se sirvió un vaso de agua.

Observábamos en silencio a Alioscha y a Viktoria, que estaban bailando. La joven actriz cesada de la Alta Baviera y el prometedor galerista cesado de Moscú ofrecían una actuación despreocupada.

—Dime, ¿cómo se llama el labrador del que me hablabas? —pregunté.

—Tommy… —dijo Tina.

—¿De verdad?

—Vamos a bailar.

En aquel momento cesó la música.

Charlotte estaba en medio de la habitación. Sus ojos y su maquillaje centelleaban.

Lo de costumbre: dio las gracias, dijo que los compañeros de AELV eran su segunda familia y recordó que todo había empezado aquel diez de febrero «en la peluquería de nuestro Tommy».

Entonces no comprendí por qué precisamente en aquel punto hubo tantas risas.

Aguardó a que cesaran y luego contó que, a instancias de su padre, había cruzado el charco y viajado de Los Ángeles a Munich a principios de febrero porque su madre se estaba muriendo. Fueron muchas horas de vuelo, un viaje de vuelta al pasado. Cuando pisó tierra alemana llegó al presente, pero por desgracia demasiado tarde. Su madre ya había muerto.

Hubo un momento de silencio durante el cual todos, con el vaso medio vacío en la mano, pensamos en la fallecida y de manera general en la vida y en la muerte tal como son. Reparé en que a Charlotte le temblaba un poco la voz, en que el relato no sólo me afligía a mí sino también a los circunstantes y en que Bea trataba discretamente de abrirse paso hacia mí.

Charlotte había llegado al pequeño happy end, la reconciliación con su padre después de tres décadas de silencio, desde que se marchó a América; Bea me cuchicheó al oído:

—Jan-Joachim tiene todos los capítulos de AELV en DVD.

Imagínate, cinco mil capítulos. Dice que si quiero me los enseñará.

Él estaba atrás, apoyado en la pared, y no le quitaba los ojos de encima a Bea. Yo no estaba seguro de hasta dónde llegaría Bea en sus indagaciones.

—Es Sagitario —susurró Bea—, un aventurero y un apasionado coleccionista. Pero es tan vulgar… Míralo. Toda esa gente de la televisión es tan…

—Ssssh —siseó alguien.

Charlotte estaba haciendo todo lo posible para situar en un plano más elevado su éxito como actriz en AELV. Reflexionó sobre si la reconciliación con su padre no sería, después de todo, el mayor regalo. La respuesta: mudos gestos de asentimiento a su alrededor y tal vez, aquí y allá, hasta una lagrimita en el rabillo del ojo. En aquel momento se alzó una vocecilla.

Viktoria se estaba armando un lío y casi no había manera de entender lo que quería decir en realidad. En el rostro de Charlotte, la expresión de sabiduría y calidez se congeló en una máscara que no tenía nada de bonito.

Sin que nadie le preguntara, con un estante de CD como único impedimento, Viktoria habló prolijamente, acompañándose de amplios ademanes, de su admiración por Charlotte, que era ilimitada: el talento interpretativo de Charlotte, su belleza, su naturaleza afectuosa, su casa… Los intentos de los presentes de detenerla con una sonrisa, un gesto o un carraspeo fueron quizá demasiado tímidos. Viktoria quería aclarar que formaba parte de aquello, que su despido y su exclusión de la familia de AELV eran un error y un gran fallo. Miró a Tina fijamente a los ojos y exclamó:

—Gracias, Charlotte, también por haber reconocido lo que aparte de ti sólo Zacharias reconoció: mi especial talento…

Atronó la música. Todos chillaron. Era aquel antiguo éxito de Charlotte, de cuando aún se llamaba «Charly»: Las bacterias hacen ferias. Charlotte, de buen humor, insistió en hacer playback. Mientras se contoneaba entre Tina, Jan-Joachim y todos los que bailaban, podía cerrar los ojos y estar segura de ser el centro, la estrella. Charlotte era feliz.

¿Y Viktoria? Estaba allí sola. Después del shock del despido había reaccionado por fin; sin embargo, con ello sellaba su caída definitiva en el mundo de AELV. En aquella situación mostró por primera vez algo similar al instinto: abandonó la habitación. Alioscha me hizo un gesto y salió tras ella.

Hubo alguien que no se enteró de nada. Lo descubrí cuando me dirigía a la parada de taxis y oí una música, no una de esas viejas canciones de moda sino un sordo retumbar de bajos. La tecnofiesta tenía lugar tras los cristales de un coche aparcado. En la cara con marcas de acné había un reflejo azulado. Matthias estaba absorto en un juego de ordenador. No tenía la menor idea de que en aquel instante Viktoria estaba dejándose consolar por Alioscha en alguna parte y a él lo habían dejado plantado defendiendo una causa perdida. Yo reflexioné sobre si no sería de justicia informar al plantado de los nuevos acontecimientos.

Levantó la vista como si mis pensamientos hubieran llegado hasta él como una voz. Luego apagó la luz del coche. Matthias se volvió invisible. Las noticias del mundo de AELV… tal vez no quisiera saber nada de ellas.