Capítulo 19

 

 

Apenas había cerrado la puerta del camarote y girado en dirección al enorme escritorio cuando unos brazos femeninos, cálidos y familiares lo abrazaron por la espalda, ciñéndose firmes pero con cierta indecisión a su alrededor. Notó el cálido, suave y sensual cuerpo apoyado a lo largo de toda su espalda y su cabeza reclinada a la altura de su corazón. Sin moverse, pero sobrecogido por una abrumadora sensación de paz, permaneció conteniendo el aliento durante unos segundos.

Una voz dulce, cálida, melodiosa comenzó a hablar a su espalda, sin soltarlo, sin dejar que su cabeza se separase de él, sin permitirse alejarse.

—Sí. Sí quiero casarme contigo, si aún me aceptas.

Los labios de Cliff fueron dibujando una sonrisa de pura felicidad. Tomando sus manos, él la obligó a aflojar su abrazo, lo suficiente para poder darse la vuelta y poder encararla, pero manteniéndola ahí, en el que era su lugar, con él, abrazados ahora mutuamente. Cliff le levantó la cabeza con un suave empuje de sus dedos bajo su barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos. Antes de que él pudiese decir nada, Julianna suspiró y después se alejó lentamente unos pasos de él.

Cliff la miraba sin poder dejar de sonreír, con un brillo en los ojos tan intenso, tan abrumador que la paralizaba, por lo tuvo que volver a tomar aire para obligarse a hablar, aunque estaba tan nerviosa que la voz le salía con cierto temblor y tuvo que desviar la mirada a sus labios, a esos sensuales y provocativos labios que la llamaban y reclamaban como suya, pero era mejor eso que sus ojos. Era incapaz de pensar con un mínimo de lógica si la miraba de esa manera.

—Pero tengo tres condiciones. —Sin darle tiempo a decir nada, sabiendo que perdería el valor de hacerlo, volvió a coger aire y siguió—. La primera, no… no quiero estar sola la mayor parte del año. Sé que las mujeres de los marinos han de llevar esa carga y que es algo que han de aceptar sin más. Pero no creo que pueda hacerlo, bueno, la realidad es que no quiero. Quiero… quiero viajar contigo, poder navegar, poder…

Antes de seguir, Cliff la abrazó fuerte, notando Julianna la sonrisa en los labios que apoyó en su frente.

—Ni el mismo Poseidón lograría retenerme en el mar más de una semana lejos de ti —dijo firme—. No pienso separarme de ti. Viajaremos juntos, navegaremos juntos, te enseñaré el mundo, compartiremos el mundo tú y yo… Ninguna fuerza de la naturaleza, ningún dios y ningún hombre podrán conseguir que te aparte de mí. Ahora que he encontrado a la única persona con la que querría compartir mi mundo, no la apartaría ni aunque mi vida dependiera de ello. Julianna, vas a estar en mi barco, en mi camarote y en mi cama lo que me reste de vida, y ay de aquel que intente alejarte de mí.

Julianna apoyó las manos en su pecho, obligándolo a aflojar el abrazo para mirarlo de nuevo.

—¿De…de veras? ¿Lo prometes?

La mirada llena de emoción, de esperanza, esa mirada casi velada por las lágrimas que amenazaban con salir llenó de ternura a Cliff y, sin remediarlo, la besó, solo un roce, solo una promesa de lo que vendría después, pero necesitaba besarla, sentir el calor de su aliento, el tacto suave de sus labios.

—Lo prometo. Mi esposa será mi capitana.

La sonrisa en los labios de Julianna iluminó, a los ojos de Cliff, el camarote. Permaneció unos segundos callada, mirándolo, como asimilando e imaginando la promesa de esa nueva vida, de una vida compartida con él. Cliff sonrió y con una voz seductora, ronca y dejando las palabras casi caer entre sus labios la instó a seguir:

—¿Y cuál es la segunda? —Enarcó una ceja sin dejar de sonreír, sujetándola aún con sus brazos rodeando su cintura.

—Pues… Verás… Ahora que tengo a Amelia y a tía Blanche… Bueno, y a Geny, al almirante, a Max… No quiero separarme de ellos para siempre. Me gustaría pasar tiempo con ellos, sobre todo con tía Blanche. No quiero que vuelva a estar sola, quiero poder vivir con ella…

Cliff la interrumpió y asintió afirmando de nuevo con igual rotundidad que antes.

—Viajar no significa dejar atrás tu vida. No estaremos siempre en el mar, pasaremos algunos meses viajando, pero también algunos meses en casa, con nuestra familia.

Julianna repitió:

—Nuestra familia… Suena bien.

Cliff sonrió, pero sin poder decir nada más, y Julianna continuó:

—Bueno, eso solo es parte de la segunda condición… El caso… —Su voz se hizo un poco dubitativa y bajó un poco la mirada.

—¿El caso…? —La instó Cliff a continuar.

Ella levantó de nuevo la vista y la fijó en su rostro. Volvió a tomar una bocanada de aire antes de añadir:

—El caso es que no me gusta mucho Londres, ni esas normas, ni esa forma de vivir en función de los demás… Ni todo eso… —Hizo un gesto en círculo en el aire con la mano—. No quiero dejar de ser yo, me gusta sentirme libre de vez en cuando, quiero… —De nuevo suspiró—. En fin, no sé… Poder ver las estrellas cuando quiera, perderme por el campo o por el bosque…

Casi hablaba en un susurro cuando escuchó la risa de Cliff, o más bien las carcajadas. Cliff soltó una carcajada todavía más fuerte cuando ella abrió los ojos de par en par. Julianna continuó con un rubor en las mejillas, como si se sintiese a la vez avergonzada y a la vez mortificada por la petición

—No quiero decir que no podamos vivir un poco en Londres, bueno, tía Blanche, Mely… En fin, ellas vivirán parte del año aquí, pero…

Cliff volvió a reírse con ganas con un brillo intenso en los ojos que no desviaba de ella.

—Cariño… Sé lo que quieres decir. Nos parecemos más de lo que crees. Al cabo de un tiempo, a mí Londres me ahoga, y esas normas… —Sonrió y le acarició la mejilla—. Te prometo que vamos a ser el matrimonio de inadaptados que mejor se adapte a lo que les rodea. No quiero que cambies, ni siquiera un poco. Quiero que sigas sorprendiéndome cada día y, aunque pienso protegerte de todo y de todos, no pienso prohibirte hacer nada, a menos que corras peligro. En ese caso, te lo prohibiré y obedecerás sin rechistar o, si es posible, sea lo que sea, lo haremos juntos… Podrás tumbarte en el campo a ver las estrellas, andar por el bosque, recoger bayas, cabalgar a lomos de tu yegua libremente, cocinar, aunque todo el personal de cocina se ponga histérico cuando la señora de la casa invada los fogones. Podrás hacer lo que quieras, con la única condición de que me dejes acompañarte, no siempre, pues sé que mi dama necesita su espacio, pero sí algunas veces… Muchas veces… Casi siempre. —Su voz sonaba ronca y sus ojos se oscurecieron cortando la respiración de Julianna.

Sabía lo que le ofrecía ese hombre y lo que le pedía, la quería a ella como era, le ofrecía seguir siendo ella y solo le pedía poder compartirla, compartirse mutuamente. La conocía y la aceptaba y solo le pedía dejarle formar parte de ella como ella formaba parte de él.

—Vendremos a Londres de vez en cuando, estaremos aquí cuando lo esté nuestra familia o cuando sea necesario, pero cuando estemos en tierra no fijaremos nuestra residencia aquí, lo haremos donde queramos, donde elijamos tener nuestro hogar…

Esta vez fue Julianna la que lo interrumpió, elevando los brazos alrededor de su cuello y besándolo con todo el corazón. Cliff tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para mantenerse en pie, ya que sintió derretírsele las rodillas. «¡Qué ironía!», pensó, tantos años logrando un efecto similar en toda fémina a la que besaba, abrazaba o simplemente rozaba y ahora era él quien se derretía con un mero beso. Claro que era un beso de Julianna y ahora era suya, suya, se repitió mentalmente.

Al cabo de unos muy placenteros minutos, se apartó lo bastante para volver a mirarlo a la cara, pero sin separarse de su abrazo, y con sus manos aún en su nuca, acariciando con los dedos su pelo y con los ojos algo nublados por la pasión y con los párpados algo caídos, repitió casi en un murmullo:

—Nuestro hogar. —Le sonaba tan bien que necesitaba repetirlo en alto, como si escuchar esas palabras le permitiese tocar con los dedos la imagen, ese futuro que le ofrecía. Carraspeó y continuó—: Eso me lleva la tercera condición. Esto no sé cómo explicarlo. Quiero tener hijos…

Lo dejó en el aire un momento, pues quería comprobar la reacción de Cliff, ver qué decía. Cliff, percatándose de que ella necesitaba oírle decir que también los deseaba, con voz suave y acercándola para rozarle los labios mientras respondía a la pregunta tácitamente formulada, señaló:

—También deseo hijos. Hijos tuyos, nuestros…

Ella sonrió tímidamente, rozando aún sus labios y suspirando como aliviada en parte por la serenidad y la seguridad de la respuesta de él. Se separó un poco de su rostro para de nuevo enfrentarlo.

—Umm… A lo mejor te parece una locura, pero no quiero…

Se separó de su abrazo y entrelazó sus manos a la altura de su cintura claramente nerviosa, buscando las palabras.

—Cliff, estoy segura de que quiero hijos. Lo sé con certeza absoluta desde la noche que me mandantes la nota hablándome del faro, porque esa noche soñé con niños, niños con los ojos verdes sonriéndome y llamándome «mamá»…

Cliff pudo sentir una punzada de puro deseo, la llamada del animal que había dentro de él que le exigía reclamarla como suya, como su esposa, como madre de sus hijos era un punzada marcada no solo por ese deseo, sino además por la ternura y la necesidad de hacer real como fuere la imagen de Julianna con su hijo en brazos, con sus hijos, los de él, creciendo dentro de ella.

Ella siguió hablando:

—Pero no quiero tener hijos para que los críen extraños o crezcan lejos de mí. No lo soportaría. Quiero criar a mis hijos yo, tenerlos conmigo, que crezcan recibiendo de mí, de nosotros, el mismo amor que yo de mi padre. Quiero que mis hijos crezcan sabiendo que son lo más importante para sus padres y que estaremos ahí cuando nos necesiten. Sé que lo frecuente en la aristocracia es dejar que los hijos vivan, en parte, apartados de sus padres, criados y educados por niñeras, institutrices… No me opongo a que reciban educación de profesores, maestros o institutrices, pero quiero ser madre y que mis hijos tengan una madre. Y un padre. No extraños a los que…

Cliff de nuevo se acercó y le puso un dedo en los labios para hacerla callar.

—Nuestros hijos serán nuestros. Tuyos y míos. Los dos los veremos crecer, les enseñaremos lo que está bien y lo que está mal, les enseñaremos el mundo, nuestro mundo, los castigaremos cuando hagan travesuras, los animaremos a ser ellos mismos y a volvernos locos con sus ocurrencias igual que mi hermano y yo hacíamos con mi padre, los abrazaremos, calmaremos y curaremos cuando se hagan daño o se caigan y les ayudaremos a levantarse, los acostaremos por las noches y nos aseguraremos de que tengan dulces sueños. —Se rio y, enarcando una ceja, dijo—. Y cuando nuestras hijas sean unas preciosas damitas como su adorable madre, apartaré a todo hombre que se acerque a mis niñas…

Julianna sonrió y lo abrazó.

—¿Niñas? Sí, sí… Y algún niño, quiero al menos un niño de ojos verdes. —Levantó la cabeza para poder mirarlo con el ceño fruncido—. A todo hombre no… Solo a los que no se las merezcan.

Él se rio.

—Cariño, ningún hombre será lo bastante bueno para mis pequeñas.

La abrazó fuerte y, tras unos minutos en los que ambos parecían imaginarse ese futuro común, Julianna se apartó casi de un salto y le dijo:

—Entonces, ¿sigues queriendo casarte conmigo?

Era una rendición, una entrega incondicional, pero también una oferta que Cliff no estaba dispuesto a rechazar.

—Sí. No hay nada en el mundo que quiera más. —Le tomó la mano acariciando como tantas veces su muñeca con el pulgar, provocando palpitaciones de puro deseo en Julianna—. Julianna, amor mío, ¿me harías el honor de concederme tu mano y, con ello, hacerme el hombre más feliz de la Tierra?

Julianna, con el corazón en la garganta y sin casi aire en los pulmones, solo asintió mientras comenzaban a correr por sus mejillas lágrimas de pura felicidad. Cliff la tomó entre sus brazos y la besó. Tomó y reclamó sus labios con verdadera pasión, los demandó, sabía que eran suyos, solo suyos. Ella respondía entregándose plenamente, porque era suya. Se entregaba sin reservas, sin miedos, sin restricciones. No había barreras entre ellos, nunca más las habría. Suya, suya al fin, ahora y siempre.

—Te amo, Cliff —le dijo con la voz ronca de deseo, de pasión, y casi sin aliento.

—Y yo a ti, pequeña. Te pertenezco y tú me perteneces.

Volvió a apoderarse de esos labios, saciando el deseo y el anhelo que hasta ese momento le habían aprisionado el pecho, porque ahora era suya para siempre, su esposa, su esposa para siempre.

—Cliff… —Julianna se separó de mala gana de él y tuvo que hacer fuerza para aflojar el abrazo de él—. Espera… Tienes que esperar.

Él volvió a tirar de ella para abrazarla fuerte y besarla de nuevo, pero ella le puso la mano en los labios y él frunció el cejo de desesperación e incomprensión.

—Julianna… —Rozó con sus labios la palma de su mano—. No puedo esperar…

Julianna sonrió deslumbrante, feliz.

—No tendrás que esperar mucho, lo prometo, es solo que…

Se zafó de su abrazo y se dirigió a la puerta. Cliff, alarmado, la llamó:

—¿Adónde vas? ¡Espera! —Iba a sujetarla de nuevo, pero ella se giró antes de abrir la puerta.

—Solo espera un momento. Vuelvo enseguida, lo prometo. Tú… Tú… —Con la mano abierta haciendo un gesto hacia abajo dijo—: No te muevas de aquí. —Iba a volverse, pero dio los tres pasos que los separaban, se puso de puntillas y lo besó, solo chocó sus labios con los suyos—. No te muevas, ahora vuelvo.

Se giró rápida, saliendo por la puerta como un suspiro, dejando a Cliff con una sensación de vacío y desconcierto que casi lo hizo gritar como un salvaje.

Instantes después escuchó jaleo en la cubierta, pasos y voces. Cruzó el camarote y, cuando tenía la mano casi en la puerta, esta se abrió y de nuevo apareció Julianna, con una mirada y una sonrisa satisfecha y feliz. Se tiró sin pensarlo a sus brazos, cosa que los lanzó a ambos un poco hacia atrás, y volvió a besarlo. De nuevo sonrió y, levantando las cejas, preguntó pícara:

—¿Me has echado de menos?

Cliff con sus labios apoyados en los de ella, respondió ronco y casi ardiendo de deseo:

—Siempre.

Julianna rio de placer por la respuesta.

—Bien, pero ya no tendrás que hacerlo más.

Se escuchó un golpe seco en la cubierta y Cliff dirigió sus ojos a la puerta cerrada.

—¿Qué está pasando ahí fuera? —La miró enarcando una ceja—. Julianna…

Ella sonrió antes de contestar.

—Bueno… Estamos en un barco.

Cliff la miró inquisitivo.

—Nos puede casar el capitán, ¿no?

Sin tiempo a reaccionar, Cliff la cogió de la mano y tiró de ella hacia la puerta. Se giró al llegar a ella de golpe, lo que provocó que Julianna chocara con su pecho.

—¿Estás segura? —El brillo en los ojos de Cliff era inconfundible, era suya y ella le acababa de dar permiso para hacerla su esposa, allí mismo, ahora, en ese momento—. ¿Julianna? —La voz de él reflejaba tanta ansiedad como sus ojos.

Julianna sonrió, le acarició la mejilla con la mano que tenía libre y dijo:

—No he estado tan segura de nada en mi vida.

Él se inclinó para besarla, y lo que pretendía ser un pequeño beso prendió la mecha entre ellos. En un segundo la devoraba, lo devoraba, se entregaban el uno al otro como una promesa de futuro. Al cabo de unos minutos, Cliff levantó la cabeza para separarse unos centímetros de su rostro y, con los ojos aún oscurecidos por el deseo, dijo:

—Tenemos que celebrar una boda. —Posó de nuevo los labios en los suyos y le sonrió—. No puedo esperar para empezar nuestra noche de bodas. —Y volvió a besarla.

Abrió la puerta con fuerza y, con Julianna a su lado, con su brazo rodeándole la cintura, salió a la cubierta con la única intención de pedirle, de ordenarle a su segundo oficial que tomase el mando de la nave para así poder casarlos como capitán de la misma. Pero su orden se quedó en la punta de su lengua. Se detuvo de golpe.

Frente a él estaban de pie el conde y la condesa con Ethan y lady Adele a su lado, el almirante, lady Eugene, tía Blanche y Amelia. Con los ojos abiertos y aún helado por la imagen, escuchó un carraspeo a su derecha. Giró la cabeza y allí estaba Max, con un libro en la mano, perfectamente uniformado.

—He tomado el mando de esta nave —dijo sonriendo e intentando parecer solemne—. Y, como capitán de la misma, he recibido la petición de esta encantadora joven —señaló con un leve gesto de cabeza a Julianna— de celebrar una boda, así que lo procedente en estos casos es preguntar al novio si está de acuerdo… —Enarcó la ceja con sorna evidente.

Cliff, que lo miraba con cara de asombro, tuvo que hacer verdadero esfuerzos para contestar sin parecer un embelesado enamorado privado de toda capacidad de habla y raciocinio:

—El novio está de acuerdo —contestó, intentando mostrar, inútilmente, la misma solemnidad.

Se escucharon risas al otro lado y algunos carraspeos de los varones presentes.

—En ese caso —continuó Max y se giró en dirección al resto—, señores, podemos proceder —gritó, e hizo un gesto con la mano.

Inmediatamente se encendieron los farolillos que rodeaban todo el barco ,y la tripulación y los oficiales, perfectamente uniformados, fueron apareciendo y colocándose a lo largo de toda la cubierta, sonriendo y lanzando miradas de aprobación contenida a su capitán mientras la familia se colocaba a unos pasos de ellos y Max, colocándose de modo que quedaba de cara a todos los de la cubierta, les hacía ponerse frente a él, de espaldas a los demás, llamando a Ethan y a Amelia para que se colocasen junto a Julianna y junto a Cliff.

Cliff seguía sonriendo y mirando a Julianna, quien, inclinando un poco la cabeza y apoyándola en su hombro, dijo:

—No eres el único que sabe dar sorpresas.

Cliff se rio y, colocando una mano bajo su barbilla, le instó a levantar un poco el rostro para besarla, pero justo cuando iba a hacerlo sonó la voz de Max:

—Todavía no, caballero. Primero la boda, después el banquete… —Sonrió y se escucharon carcajadas por detrás de ellos.

Julianna se sonrojó pero no pudo evitar reírse.

Cliff lo miró frunciendo el ceño pero sin dejar de sonreír.

—Pues ya puedes darte prisa, quiero besar a mi esposa.

—¡Vaya! Deseoso de cerrar los grilletes… Debe ser el primer hombre de la historia deseoso de hacerlo —respondió Max con sorna, y de nuevo se escucharon risotadas a sus espaldas.

Cliff gruñó.

—Está bien, está bien. Procedamos pues.

Abrió el libro, que en ese momento supo Cliff que era la Biblia de a bordo, y comenzó la breve, a petición de la novia, ceremonia.

—Muy bien, ahora los anillos… Amelia, por favor.

Amelia se acercó a Max y le entregó la cajita de terciopelo rojo que Cliff reconoció enseguida, ya que eran los anillos que él mismo recogió de la joyería a petición de su padre, y que contenía las alianzas encargadas de acuerdo con la tradición de la familia. En el interior iba grabado el blasón familiar y, en el caso de la alianza de la novia, llevaba engarzadas siete piedras preciosas de distintos colores y, entre ellas, pequeños diamantes formando un círculo perfecto. Miró a Ethan que se encogió de hombros y se le acercó al oído.

—Considéralo el regalo de bodas de Adele y mío. Nosotros aún tenemos tiempo de encargar nuestras alianzas.

Cliff lo miró conmovido, con un «gracias» en los ojos que no hizo falta expresar con palabras.

Se intercambiaron las alianzas y las promesas de amor eterno, prometiéndose Cliff a sí mismo que esa noche con Julianna en sus brazos desnuda repetiría con placer cada uno de los votos, cada una de las promesas: «con mi cuerpo os reverencio, con mi alma os adoro…». Cliff no pudo evitar sonreír ante la imagen de Julianna sonrojada por la lujuria, satisfecha, despeinada, con las pupilas dilatadas por el placer experimentado, desnuda entre sus brazos y estremeciéndose con los sensuales susurros de su marido.

—Yo os declaro marido y mujer, ahora sí puedes besar…

Quedó la frase a la mitad, porque Cliff ya se había apoderado de los labios de Julianna, de su esposa, con las carcajadas, risas y vítores resonando de fondo. Tras unos segundos se escuchó el carraspeo de Max, lo que le obligó a apartar los labios de Julianna a regañadientes y con un ronco gruñido, mientras que ella, sonrojada y con una risa ahogada, apoyaba el rostro en el hueco de su hombro, ese que ambos reconocían como suyo.

Enseguida fueron rodeados por la familia, por los abrazos, los besos y las palabras de felicidad. Max levantó de nuevo la mano y enseguida hicieron un hueco en el centro de la cubierta y a uno de los lados se colocaron algunos marineros con instrumentos y empezaron a tocar música mientras un pequeño ejército de lacayos iban subiendo desde el muelle barriles de cerveza, vino, bandejas con todos tipo de viandas y jarras enormes de aguamiel.

Ante el rápido despliegue, con Cliff mirando aún sorprendido, Julianna se apoyó sobre su pecho, levantó la cara y, rodeando con los brazos su cintura, le dijo sonriendo mientras hacía un gesto en dirección a su tía y al almirante:

—Han sido ellos. El almirante casi ha levantado a toda la autoridad portuaria para conseguir que le dejasen invadir el muelle y abordar tu embarcación, y tía Blanche se ha encargado de la comida y la bebida mientras yo iba a buscar a tu familia, bueno, nuestra familia. —Se sonrojó ante la idea.

Cliff la apretó con fuerza y la besó solo un instante dulcemente, con ternura, con calidez.

—Mi esposa.

La carga de intensidad que revelaba el tono de su voz, sus ojos, su forma de sonreírle iban más allá de una simple palabra. Era una verdadera declaración de amor, de entrega sin fin.

—Mi esposo —contestó ella, su rendición, su entrega final al hombre que amaba.

Acercó sus labios a la oreja de Julianna depositando un ligero beso y le susurró:

—¿Y ahora cómo nos deshacemos de todos para empezar nuestra noche de bodas? No puedo esperar para tenerte para mí solo, esposa.

Julianna se sonrojó de placer y se rio un poco avergonzada.

Casi tres horas más tarde, por fin entraba Cliff en el camarote con Julianna de la mano.

—Bienvenida a tu reino, milady.

Sosteniendo su mano, se giraba para ponerse de cara a ella, apoyándola suavemente sobre la puerta que acababa de cerrar, inclinándose sobre ella y besándola gradualmente en la base del cuello.

—¿Milady? —preguntó ella en un susurro con un deje de sensualidad y excitación ante las suaves caricias de los labios de Cliff en su piel—. ¿Por qué me llamas milady?

—Porque ahora eres la esposa de un vizconde. La corona me concedió uno de los títulos que quedaron vacantes por los servicios prestados a la nación. —Seguía suavemente besándole el cuello, rozando la curva de su hombro—. Eres mi vizcondesa.

—Umm… —Con la cabeza apoyada en la puerta y empezando a darle vueltas por las caricias, por los besos, por el suave ronroneo de la voz de Cliff, consiguió decir entre dientes—. Prefiero el título de capitana.

Notó los suaves y firmes labios de Cliff con un ligero temblor por la risa.

—Como prefiráis, mi capitana —respondió, comenzando a desabrochar los botones de la parte trasera del vestido sin dejar de abrazarla, sin dejar de besarla—. Vais demasiado vestida… Tendremos que remediar eso…

Julianna se rio.

—Creo que he tenido la temporada más corta de la historia de Londres… —Y se rio—. Un baile y ya estoy casada con un canalla.

Cliff se rio y volvió a besarla. Con suaves movimientos fue deslizando el vestido por sus hombros, acariciando cada parte de piel que quedaba al descubierto, rozando con los labios el lóbulo de su oreja, su mejilla, sus sedosos y apetitosos labios.

Levantando poco a poco las manos y poniéndolas entre ellos, Julianna, con cierto temblor, comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Cliff, extendiendo las manos sobre su duro torso, notando su contacto, su calor, el movimiento de su cuerpo con cada respiración. Cliff se alejó un poco queriendo verla medio desnuda, de pie, frente a él, en su camarote. Dejando caer uno de sus brazos, recorriendo toda la extensión de su brazo con un roce suave, haciendo que Julianna sintiese un río de calor, de sensualidad por su piel, acabó cogiéndola con dulzura por una de las muñecas, sin dejar de mirarla, deleitándose con la dilatación de sus pupilas, el color de la pasión en sus mejillas, y su respiración entrecortada, consiguió decirle, dirigiéndola hacia la amplia cama situada bajo los ojos de buey:

—Ven, cariño, ven conmigo.

El suave murmullo de su voz ronca era un canto de sirena para Julianna, quien, apenas sosteniéndose sobre sus temblorosas piernas, dejó que él la guiase hasta el borde mismo de la cama. Sin tiempo de pensar ni de decir palabra alguna, la tomó en sus brazos y la sentó en el borde sin soltarla, se inclinó sobre ella y comenzó a besarla con ternura, con delicadeza.

—Mi esposa, mía para siempre…

El ronco sonido de su voz y las suaves caricias de su aliento sobre los labios de Julianna bastaron para hacerle sentir un incendio dentro de ella, una excitación ante el preludio de tenerlo de nuevo dentro de ella, pero esta vez como su marido, su amante, su dueño.

Tomó su boca mientras la empujaba lentamente sobre la cama, beso a beso fueron dando y recibiendo del otro cada aliento, cada parte de ellos mismos, cada promesa sin necesidad de palabras. Las llamas los abrasaban, la necesitaba, la deseaba, la anhelaba más que a nada, más que a nadie en el mundo. Besos firmes, sensuales, apremiantes. Tomaban y recibían con la misma fuerza, la misma pasión, el mismo desenfreno. Al cabo de unos minutos, sin una sola frase, sin una sola palabra con sus labios se lo habían dicho todo, se pertenecían y se entregaban sin miedo, sin freno, sin censuras.

—¡Dios! ¡Cuánto te he echado de menos! No volverás a separarte de mí… ¿Lo prometes?

La voz ronca de Cliff sobre su piel y el roce de sus labios eran su particular arrullo hipnotizador.

—Lo prometo… lo prometo…

Se besaron intentando sellar sus promesas. Cliff separó los labios de ella e impulsándose con los antebrazos se incorporó, e instantes después se había despojado de todas sus ropas, que quedaron esparcidas por el suelo junto con el traje de Julianna. Se tomó unos segundos de pie, totalmente desnudo frente a ella, permitiéndole verlo en todo su esplendor y disfrutando de la imagen de su esposa, recostada con solo la camisola de fino lino, aguardándolo con las mejillas sonrosadas, con los ojos cubiertos de un velo de deseo y anhelo observando su propia desnudez y la prueba evidente de su excitación frente a ella.

—Cariño —dijo mientras se iba recostando sobre ella, acariciándole las piernas bajo la camisola desde los tobillos hasta los muslos y de ahí dibujando pequeñas circunferencias con las yemas de los dedos por el interior de los muslos hasta llegar a su centro húmedo, caliente, casi listo para recibirlo—. Ven aquí. —La ayudó a incorporarse un poco, lo justo para deslizar por sus brazos y su cabeza la única prenda que aún los separaba.

De nuevo la recostó y se quedó sobre ella, apoyado sobre los codos para no dejar todo su peso caer encima de ella, y la observó.

—Te había imaginado tantas veces así, conmigo, en mi camarote, en nuestro camarote, debajo de mí. Déjame que te ame, aquí, ahora, esta noche y toda la vida. Te amaré, te adoraré cada noche, cada mañana, cada día.

Los besos entrecortados, las caricias, los roces de sus muslos, sus caderas y su torso sobre ella fueron demasiado.

—Cliff…por favor…

—Cariño. —Con un gruñido la cubrió con todo su cuerpo, tomó, como si la vida le fuese en ello, su boca, su calor, cubriendo con sus manos cada una de sus curvas—. Julianna… Tenemos toda la noche, toda la vida, pero no puedo esperar, ahora te necesito rodeándome, necesito estar dentro de ti, pero no quiero ser demasiado brusco, demasiado rudo…

Julianna le acercó aún más el cuerpo mientras con la otra mano lo instaba a besarla empujando desde su nuca

—Te necesito, Cliff, ahora, no pares, no necesito que ahora seas delicado… Te necesito dentro de mí… Por favor.

Eso fue suficiente acicate para él, que había roto todas sus barreras, su control y perdido las riendas de su propia lujuria, de su propio deseo, mucho antes. Separándole las piernas con las rodillas tomó de nuevo su boca y la instó a abrirse aún más a él, con los dedos preparándola para recibirle. Julianna arqueó la espalda ofreciéndose aún más.

—Por favor… —insistió.

Y la complació. La penetró con una única, firme y decidida embestida que los dejó a ambos sin aliento durante unos segundos, mirándose a los ojos, esperando recobrar el mundo bajo ellos.

De nuevo la besó y ella acarició su espalda, bajando sus manos hasta sus nalgas, invitándolo a seguir, a llegar más allá. Poco a poco, movimiento a movimiento, él la penetraba y ella le seguía el ritmo con sus caderas, recibiéndolo, abrazando su erección y atrapándolo dentro de ella. La besaba, la acariciaba, le mordía los pechos, los pezones, lamía cada una de las partes que ella le ofrecía deseosa, caliente, tan activa como él. Levantó un poco las caderas y lo rodeó con sus piernas permitiéndole penetrarla aún más, llegar hasta el centro de su propio ser. Julianna se hizo añicos bajo su cuerpo, notaba como se hacía mil pedazos mientras gemía su nombre y cerraba los ojos al tiempo que echaba hacia atrás la cabeza y le clavaba las uñas en su espalda. Cliff esperó a que recobrase el aliento, a que lo mirase de nuevo a los ojos y la embistió de nuevo rompiendo cualquier barrera que pudiera quedar entre ellos, una y otra y otra vez, y volvió a ver el fuego renacer tan abrasador en el interior del cuerpo de Julianna como en el suyo, subiendo ambos, juntos, a la cúspide en busca del clímax, del éxtasis que los hiciese volar de nuevo, hasta que estallaron salvajes… Cliff se rompió, estalló perdiendo cualquier vestigio de cordura que le pudiera quedar, estalló en un apremiante, intenso, puro y primitivo orgasmo que le quitó y le devolvió la vida, notando los vestigios de su propio orgasmo fundirse con los de ella. Cayó sobre ella jadeante, escuchando sus respiraciones fuertes, rotas, plenas. Rozó con su nariz su cuello, acarició con las yemas de los dedos sus mejillas enrojecidas…

Se alzó un poco sobre sus codos, liberándola de su peso pero sin salir de ella, incapaz de salir de ese glorioso paraíso que era el cuerpo de Julianna, su hogar, su cuna, su lugar. La miró y sonreía, tenía una sonrisa sincera, relajada. La sonrisa de un gato que acabase de robar la nata de la despensa. Sonrió y rodó sobre su costado, quedando con la espalda sobre el colchón, llevándola con él y acomodándola sobre su costado con su cabeza apoyada en el hueco de su hombro.

Gruñó:

—No he tenido mucha paciencia, ¿verdad? Creo que has sacado a la fiera que hay en mí… ¿Te he hecho daño? ¿He sido muy brusco?

Le acariciaba la mejilla mientras le daba tiernos besos en la frente. Con una sonrisa en los labios ella alzó un poco la cabeza para mirarlo a los ojos.

—No, no, claro que no. Tampoco yo he sido muy paciente… Ha sido perfecto… Eres mío… —Lo besó en el pecho.

—Dame un momento —dijo con una risa entre dientes—. Y te compensaré. Te voy a amar toda la noche como te mereces…

Julianna lo interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios y se incorporó un poco tumbándose sobre él.

—Te tomo la palabra. Tenemos toda la noche y toda la vida.

Y así fue, se tomaron el uno al otro, unas veces con pasión y desenfreno, y otras con ternura y paciencia, pero siempre sin límites, sin barreras ni nada que los separase, que los cohibiese, que les impidiese saborearse y disfrutarse a placer. Cliff le repitió uno a uno cada voto, cada promesa, cada deseo de futuro, y con cada uno le entregaba su cuerpo y una nueva forma de placer compartido, de experiencia que iba más allá de lo meramente carnal. Era sexo pero acompañado y dirigido por los sentimientos mutuos, por el corazón y el alma de cada uno, que se habían entregado sin ambages. Era amor.

Pasaron dos semanas navegando, regresando justo a tiempo para preparar la fiesta de presentación de Eugene, para asistir a la boda de su ahora cuñado y para acompañar a su familia en el resto de la temporada, aunque ella y Cliff estuvieron navegando algunas semanas dispersas. Incluso, en uno de esos cortos viajes, Cliff la llevó a su faro, donde estaba seguro engendrarían a su primer hijo. Desde luego, pusieron todo su empeño en tal objetivo.