Capítulo 14
Ya por la mañana, frente al tocador, estaban terminando de peinarla cuando una doncella le entregó una nota a Julianna. No tenía sello ni marca alguna de quien la enviaba, así que no esperó y la abrió:
Querida hermana:
Ha sido una agradable sorpresa saber finalmente dónde te hallabas.
Cuando des tu paseo a caballo hoy, consigue quedarte a solas, nos encontraremos en la entrada sur de la Academia a primera hora.
Haz lo que pido. Espero que seas sensata y que no cuentes nuestros planes a nadie.
Julianna sintió un estremecimiento de pánico recorrerle todo el cuerpo. Sus hermanos la habían encontrado, pero ¿cuál de ellos le enviaba la nota? No estaba firmada. ¿Encontrarse a solas? ¿Por qué? ¿Qué querría? Y ¿por qué no decirle a nadie que iba a ver a uno de sus hermanos? La sola idea de reunirse con uno de ellos ya le gustaba poco, pero el tono amenazador y el secretismo impuesto en la misma eran augurio de lo peor. Cada vez que sus hermanos la habían obligado a guardar el secreto de algo era porque se habían metido en algún lío horrible, o bien le habían hecho algo a ella por mera diversión, como la vez en que a los seis años la metieron en uno de los pozos de agua y la dejaron durante horas allí, hasta que uno de los braceros de la siembra la encontró empapada, asustada y temblando de frío, cuando su padre se había marchado a visitar a uno de los compradores en el pueblo de al lado. Recordar ese episodio hizo que Julianna empezase a temer lo peor. Pero conocía a sus hermanos, a los tres, y si no obedecía a uno de ellos lo haría enfadar y sería aún peor.
Inspiró antes de entrar en la sala del desayuno, su tía y Amelia no habían bajado todavía, estaba solo Eugene, ¡gracias a Dios!, pensó. Se acercó a ella y le preguntó si le importaría ayudarla. No le contaría nada, pero al menos necesitaba que la ayudase a que ni Max ni Amelia se diesen cuenta de nada. En un tono suave e intentando que no se alarmase, como si lo que le fuese a pedir no implicase nada fuera de lo normal, atrajo su atención:
—Geny, ¿podrías ayudarme hoy?
Eugene la miró solo unos segundos mientras cogía la taza de té.
—Claro, Juls, ¿qué puedo hacer por ti?
—Pero me tienes que prometer primero que no se lo dirás a nadie.
Intentaba seguir con el mismo tono calmado y pausado, aunque por dentro sentía un miedo que iba in crescendo desde que recibiera la nota.
—Si me lo pides, claro, no diré nada. ¿Qué ocurre, Juls?
Esta vez el tono de Eugene, aunque no denotaba alarma, sí mostraba cierta preocupación. Además, había empezado a levantar la ceja, lo que implicaba que algo empezaba a intuir.
—No es importante, de veras, pero… —En ese momento se acordó de la sorpresa y pensó aprovecharla—. Bueno, me gustaría cabalgar un rato a solas esta mañana. Necesito pensar un poco en todo lo que ha pasado, y sabes que cuando monto a caballo a solas, me relajo lo suficiente para ordenar mis ideas. —De nuevo utilizó ese tono suave e inocente para parecer despreocupada—. Anoche estaba tan nerviosa que apenas pude dormir y menos pensar con claridad.
Eugene pareció relajarse y con una sonrisilla le contestó:
—Claro, claro… Pensar con claridad. Ummm… Supongo que sí podríamos conseguir que cabalgues un rato sola… Pero ya sabes que ni a Max ni a tía Blanche les gusta que vayamos sin compañía.
—Lo sé, lo sé. Por eso había pensado que podríamos decirle que nos vamos un rato juntas a cabalgar como siempre, mientras Max y Mely se quedan en la clase, pero que después me dejes un ratito a solas por uno de los prados y tú te llevas a Bender contigo, porque si se me acompaña a mí no me dejará cabalgar mucho rato, ya sabes cómo se puso después de que tía Blanche le ordenase vigilarnos como un halcón y no dejarnos «cabalgar como salvajes» —imitó la voz del mozo de cuadra que solía acompañarlas.
Eugene se rio y le contestó:
—Está bien, está bien. Lo haré, pero me debes un favor.
En ese momento entró la tía Blanche por la puerta de las sala
—¿Qué harás? Y ¿por qué le deberás un favor? Y no me digas que habéis planeado alguna otra trastada para la clase de baile, porque a estas alturas la mitad de los miembros del servicio usan un número más en sus calzados gracias a vuestros pisotones.
Julianna y Eugene se rieron, pero fue Julianna la que la que se apresuró a hablar sin dejar de sonreír.
—No, tía, de veras, es solo que estábamos hablando del paseo de hoy, quiero ir por un camino que a Geny no le gusta demasiado.
Ya se sentía muy mal por tener que mentir, así que, al menos, pensó que la mentira fuese lo menor posible.
—Ah, bueno, pero mientras no os alejéis demasiado de las pistas no pasa nada. Eso sí, no os separéis, que no es correcto que las señoritas estén solas montando a caballo… —dijo su tía mientras le servían una taza de té.
Julianna y Eugene se miraron y a ambas les cruzó el rostro la misma expresión de remordimiento y culpabilidad, pero no dijeron nada.
Una vez hubieron dejado a Amelia y a Max enfrascados en su clase de equitación, y nada más separarse de Eugene, Julianna se dirigió al punto de encuentro señalado por su hermano. Había dejado los nervios atrás y estos habían dado paso a un enfado y a un estado de alerta considerable. Empezaba a ser consciente de lo mucho que había cambiado desde que era una niña a la que sus tres hermanos humillaban y maltrataban a la menor ocasión. La primera vez que se enfrentó a ellos fue tras la muerte de su padre, y no solo consiguió evitar que se saliesen con la suya, sino que consiguió algo mucho más importante: sentirse bien, fuerte y dueña de su vida. Por esa razón decidió no dejarse invadir por el pánico e intentar que la ira que solía sentir por sus hermanos no le impidiese alcanzar el estado de control mostrado en aquella ocasión. Si había que plantar cara, lo haría, no se dejaría avasallar, ya no era una niña indefensa y no la iban a maltratar más.
Absorta como iba en armarse de valor, no se dio cuenta de que alguien se puso a su derecha durante unos segundos hasta que escuchó una voz de hombre.
—Vaya, querida hermana, cómo hemos progresado, ¿verdad?
Julianna giró rápidamente la cabeza. Timón, su hermano mayor, la miraba con el mismo odio con el que espetó la palabra «hermana». Siempre le llamó la atención el tono despectivo que conseguía cada vez que la decía en presencia de Julianna, como si fuese el peor de los insultos y el mayor de los agravios contra su persona. No llevaba su uniforme y tenía mala cara, como si llevara días sin dormir. Seguro habría estado varias noches en alguno de esos antros de los que su padre lo había sacado en alguna ocasión, borracho y con bastantes deudas por culpa del juego y de su mala cabeza. Julianna inspiró todo el aire que le daban sus pulmones, procurando parecer calmada, cosa que dejó de estar en cuanto posó sus ojos en los de su hermano que, como de costumbre, destilaban odio y rabia a raudales.
—Timón… Tal y como me pediste tan cortésmente, he venido… Y ahora dime. ¿Qué quieres?
—Julianna, ¿dónde has dejado tus modales? ¿Es esa forma de saludar al hermano al que llevas tanto tiempo sin ver?
La miraba de arriba abajo con tanto desprecio y desdén que Julianna no pudo evitar el escalofrío que recorrió toda su espalda como un aviso natural para que se mantuviese en alerta.
—Timón, ¿qué quieres? Tengo poco tiempo y he de regresar antes de que se den cuenta de que falto.
—Ah, sí… tus amigos… Ahora te codeas con lo mejor, ¿o debería decir que ahora que te has camelado a nuestra tía te puedes codear con lo mejor?
Enarcó una ceja y sonrió con amargura a Julianna.
—Yo no me he camelado a nadie…
Antes de terminar su hermano le gritó:
—¡Sí lo has hecho! Y lo que me gustaría saber es cómo. —Se rio de una forma que empezó a poner nerviosa a Julianna—. Sí, vamos, di. ¿Cómo? A ver… Explícamelo… Tantos años detrás de esa dichosa mujer y ninguno de nosotros había conseguido más que palabras de desdén y tú, de buenas a primeras, te presentas en su casa y no solo te instalas en ella, sino que consigues que se haga cargo de ti… Mírate. Ropas caras, una montura propia de una reina… ¿Cómo? ¡Maldita sea! ¿Cómo?
Su cara empezaba a destilar rabia y parecía querer lanzarse contra Julianna. Su tono de voz, el temblor de sus manos y ese aspecto asustaron a Julianna, que quería salir de allí cuanto antes.
—No he hecho nada y no he de darte explicaciones de nada, ya no tengo que hacerlo…
De nuevo la interrumpió:
—Jajaja, ah, sí… Ahora eres libre. ¿No es así como lo dijiste la última vez que nos vimos? Querías ser libre para decidir. —De nuevo se rio, pero, en esta ocasión, con un claro tono de desprecio y resentimiento—. Verás, hermana, tengo algunos problemas y tú vas a ayudarme.
Julianna no paraba de mirarlo para asegurarse de que no se le abalanzase, pero no se atrevió a decir nada, parecía como si su estado de furia fuese a más conforme hablaba, así que consideró conveniente no alterarlo más.
—Sí, sí. Me vas a ayudar. —Aquello sonaba no ya como una orden sino como una amenaza—. Dado que ahora vives como una reina, sin coste para ti, no tendrás inconveniente en darme todas las asignaciones que, hasta ahora, hayas recibido, ¿verdad? —No parecía querer que Julianna le contestase, por lo que guardó de nuevo silencio—. E irás al abogado, dirás que quieres liquidar la dote que nuestro padre te dio, puesto que ya no la necesitas.
—No pienso hacer eso. Ni lo pienses —dijo ella con firmeza, aunque empezaban a temblarle las manos.
—Sí lo harás, o te atendrás a las consecuencias.
Sonreía como si hubiese esperado esa respuesta de Julianna y le sostenía la mirada de modo amenazador y claramente desafiante, como si pretendiese lograr que Julianna se enfadara para así ser más rudo y obtener mayor posibilidad para exacerbar su mal genio y sacarlo frente a ella.
—No, no lo haré. Ya no soy una niña a la que puedas vapulear, ni una cría a la que puedas intimidar con tus amenazas. Ya no tienes nada con lo que amenazarme, no estoy al cuidado de ninguno de vosotros y, por lo tanto, no he de obedecerte.
Se rio escandalosamente, con una carcajada horrible, y a Julianna de nuevo le recorrió un escalofrío la espalda. Se maldijo a sí misma, porque sabía que le estaba dando la respuesta y las reacciones que él buscaba y quería.
—Lo harás, porque sabes que yo no amenazo en balde. Harás lo que te pido y ya hablaremos de cómo me ayudarás en el futuro para que esa dichosa vieja me considere el heredero perfecto.
Esta vez fue ella la que lo interrumpió:
—No, ¡jamás! Timón, quítate esa idea de la cabeza. No te ayudaré, ni ahora ni en el futuro y quiero que te alejes de mí.
—¡Estúpida! —le gritó—. ¿Crees que no puedo conseguir lo que quiero? Vas a ayudarme y lo harás sin volver a quejarte y sin darme problemas. —Se rio mientras sacaba de su gabán un sobre y lo movió en el aire para que ella lo viese—. Si crees que no puedo conseguir tu cooperación voluntaria estás errada, hermana. Verás, he descubierto que esa niñita que te acompaña, y que parece disfrutar también de la vida que debería estar viviendo yo, tiene un pasado algo turbio.
Julianna no lo podía creer, la amenazaba con Amelia.
—¿De… de qué estás hablando? —Su voz no sonó demasiado confiada, lo que provocó que su hermano se creciese.
—Umm… veo que ahora sí pareces más dispuesta a cooperar… Resulta que tu amiguita es la hija de un noble de la zona del condado y de una de las prostitutas de la taberna de Candle.
—¿Qué dices? Te lo estás inventando. En el orfanato, los únicos datos de ella hacían referencia a un bebé hallado sin documentación y sin nada que permitiese su identificación. No trates de engañarme.
—De nuevo demuestras que no eres más que digna hija de tu padre. Siempre te conformas con lo primero que ves, escuchas y te dicen, nunca vas más allá.
El insulto claro, dirigido solo a dañar a Julianna a través de su padre, no le pasó desapercibido, pero intentó no perder el control.
—A diferencia de ti, yo he investigado y tengo aquí la declaración de la madre de la chica, reconociendo que es suya, e incluso el nombre del padre… Aunque, bueno, esto último está por ver, ya que la madre no es más que una ramera, claro.
De nuevo destilaba tanto odio y desprecio al hablar que ponía los pelos de punta.
—¿Y qué es lo que sugieres? ¿Qué te dé el dinero a cambio de esos documentos?
—Jajaja… ¡Ni hablar! El dinero es por mi silencio, por no ir a contárselo a ella y no gritar a los cuatro vientos la «mala sangre>> que corre por las venas de esa intrusa. Los documentos son mi garantía de que harás lo que te ordeno, ahora y en el futuro.
Estaba exultante por su triunfo, o eso creía, parecía satisfecho más allá de lo razonable.
—Esa es solo la declaración de una mujer. ¿Por qué debería darle más valor que el de alguien a quien hayas pagado para hacerla? —respondió sin saber cómo.
—En primer lugar, no tuve más que pagarle por sus honorarios ordinarios, así que lo de irse de la lengua fue cosa de ella y de las copas de más que tomó, claro. —Se rio satisfecho—. Y, en segundo lugar, como sabrás, basta soltar un rumor sobre alguien para que la duda lo persiga el resto de su vida, además, ¿cómo crees que se lo tomaría esa intrusa?
La imagen de Amelia llorando desconsolada le partía el alma. Sabía que con ella su hermano tenía el as ganador pero ¡maldita sea, no podía!
—¡No la llames así! —Esta vez fue ella la que gritó y lo miró con rabia en los ojos.
—¡Es lo que es! Una intrusa que se ha colado en la vida que me corresponde, al igual que tú… —contestó él con más rabia todavía—. No sabes cuánto te he odiado todos estos años. Me robaste a mi madre.
—Ella murió por una enfermedad meses después de nacer yo, no puedes culparme por eso.
—Desde luego que puedo. La dejaste tan débil después del parto que no pudo recuperarse más… ¡Tú la mataste! Pero si solo fuese eso… Y después de robarme la mísera herencia que me debía haber dejado nuestro padre, ahora me robas el dinero de la vieja.
—Papa te dejó dinero ¿Qué has hecho con él? Además, te pagó el ingreso en el ejército, ¿es que no lo recuerdas? Porque yo sí. Tuvo que destinar todo lo que ganó en el campo durante cinco años para darte aquella fortuna… ¿Y las deudas de juego? ¿O crees que los demás no sabíamos que te sacó varias veces de los líos en los que te metías?
—¡Calla!
Levantó la mano como si fuese a golpearla, pero no lo hizo, quizás porque se dio cuenta de que estaban en medio de un parque público y, aunque en ese momento no había nadie cerca, se arriesgaría demasiado a llamar la atención.
—Es lo menos que podía hacer. Me lo debía, ¿o es que esperaba que me dedicase a trabajar como él? No, no. —Negó, con desdén, moviendo la cabeza—. A mí me corresponde otra cosa… Pero déjalo ya. Vas a obedecerme y lo harás desde mañana mismo. Te vas a encontrar conmigo aquí dentro de tres días y me vas a dar todo el dinero que tengas, y el que te den como tu nueva asignación mañana, que es cuando recibes tu ingreso, y después irás a ver al abogado. No quiero problemas. No se lo contarás a nadie, por la cuenta que te trae, y ya puedes empezar a ponerme buena cara o verás lo que le espera a tu amiguita. —Se giró sobre el caballo con intención de marcharse, pero antes de hacerlo agarró una de las riendas de Julianna y le dijo con un tono aún más amenazador—. Obedece. Nos veremos dentro de tres días aquí.
Tras eso se marchó, sin embargo, Julianna tardó unos segundos en reaccionar. Sentía tanta rabia que tenía ganas de gritar, pero solo podía ver la imagen de Amelia, destrozada y llorando. Azuzó a la yegua y comenzó a cabalgar sin dirección por el parque a la zona del bosque. Necesitaba sentir el aire en la cara, necesitaba salir de allí como fuese, necesitaba… Empezó sin darse cuenta a llorar. La impotencia, el dolor que le causaría a Amelia si no obedecía… ¿cómo podía pasar?, a lo mejor era una treta de su hermano, era un mentiroso consumado, pero ¿y si no lo era?, no podía arriesgarse así con Amelia. La destrozaría y, aunque pudiese sobreponerse, esa noticia en boca de otros destrozaría su futuro.
Cabalgaba como si le fuese la vida en ello y no escuchaba los gritos de quien la seguía.
—¡Julianna!, ¡Julianna! —Cliff comenzó a cabalgar tras ella después de verla cruzar el páramo de acceso al parque cabalgando sola y a toda prisa—. ¡Julianna! ¡para! ¡Detente!
No lo oía, no podía, en su cabeza solo rebotaban las imágenes de Amelia, las amenazas de su hermano y sobre todo su rabia, su impotencia… Tenía que salir de allí, ir a algún sitio a pensar. Notó como la yegua disminuía su ritmo, no era consciente de lo que pasaba a su alrededor, a los pocos segundos estaba parada con la respiración acelerada y sin ser sentir nada más que el ritmo de su corazón y las lágrimas cayendo sin remedio por su rostro.
Cliff detuvo la yegua de Julianna haciendo un esfuerzo tremendo, agarrando la rienda y frenándola poco a poco. Estaba tan asustado y alarmado que no lo miró a la cara, solo quería detenerla.
—¡Julianna! ¡Santo Dios! ¿Adónde ibas?
Había elevado tanto la voz que incluso su propio cuerpo dio un respingo. Pero fue en ese momento cuando miró su cara. Estaba blanca, con el rostro cubierto de lágrimas que corrían de forma incontrolada, su respiración era entrecortada y acelerada y parecía no oírle. El corazón de Cliff empezó a martillearle alarmado, como si una punzada de dolor le atravesase viéndola en ese estado. Parecía tan confusa e indefensa que todo el cuerpo de Cliff se tensó. Sin pensárselo dos veces, se bajó del caballo y, cogiendo a Julianna de la cintura, la desmontó. No se opuso, de hecho parecía como si no se diese cuenta de lo que pasaba, era como una muñeca en sus manos, sin voluntad, sin conciencia. No lo podía soportar. ¿Qué había pasado?, ¿qué le había ocurrido para llevarla a ese estado?
La abrazó poniendo su cara de modo que se apoyara en su hombro. La abrazó fuerte, notando su cuerpo temblar, su respiración ahogada y las lágrimas corriendo por sus mejillas sin control, sin freno. La abrazó para que sintiese su calor, sus brazos rodeándola intentando que sintiese entre ellos algo de paz, de seguridad. Necesitaba desesperadamente saber qué le había pasado para saber qué hacer, cómo ayudarla, pero conocía a Julianna, necesitaba volver a ser ella, necesitaba encontrarse ella primero dentro de ese aturdimiento y no preguntar, ni insistir para saber. Con ello solo la presionaría y le infundiría más angustia, así que decidió esperar, darle tiempo, por mucho que eso le diese ganas a él de gritar como un loco. Verla así le estaba matando pero tenía que esperar, tenía que esperar.
Esa mañana camino del parque estaba nervioso, ansioso más bien, por ver la cara de Julianna, por conocer su reacción ante la sorpresa de la noche anterior. Deseaba escuchar su voz, escuchar de sus propios labios qué había sentido, pensado o deseado después de la sorpresa. Quería ver sus ojos, esos expresivos ojos que delataban todo de ella. Deseaba ver su cara, la expresión de su rostro y sus manos, esas manos que se movían suavemente en su regazo cuando estaba nerviosa o preocupada. Todo eso desapareció cuando la vio allí, montada en la yegua, después de conseguir detenerla sin que fuese capaz de oírlo. Estaba allí llorando, temblando, pero estaba lejos, muy lejos. Su cabeza, sus pensamientos, ella estaba lejos de allí o quizás no, quizás estaba allí enterrada bajo una espesa capa de dolor y tristeza.
Julianna no sabía dónde estaba. No estaba encima del caballo, ya no cabalgaba y temblaba, sabía que temblaba, pero empezaba a sentirse mejor, más tranquila. Era extraño, se sentía en un lugar familiar, seguro. Tras un buen rato empezó a respirar suavemente. Seguía llorando, pero no de una manera tan violenta. Empezó a volver en sí, a escuchar los sonidos a su alrededor, había desaparecido ese extraño zumbido, empezaba a sentir de nuevo su propio cuerpo, su respiración, sus latidos. Abrió los ojos suavemente, azul oscuro era el color que veía. Ese agradable calor, ese olor almizcleño mezclado con jabón y con esencias exóticas, esa agradable sensación de comodidad… «Cliff», pensó. Sí, estaba en los brazos de Cliff, su chaqueta de montar, su olor, su calor, su cuerpo amoldado en el suyo. No recordaba cómo había llegado allí, pero ahora mismo no le importaba, no quería, no podía separarse de él. Por extraño que le resultase, se sentía a salvo en ese momento y si se movía…
Cliff fue sintiendo poco a poco como empezaba a respirar con normalidad, los temblores remitían, su cuerpo ya no estaba tan tenso y parecía que empezaba a moverse por sí misma. Ella acomodó su cabeza mejor en su hombro, lo que hizo que Cliff sintiese un exquisito calor en su corazón, sabía que ella era consciente de que estaba en sus brazos y aun así se acomodó más a su cuerpo. Confiaba en él, lo supo en ese instante y le dio una sensación de paz y de ternura y, al mismo tiempo, lo hizo sentir importante, poderoso, único para ella.
Con voz suave, bajó sus labios, apoyándolos con ternura en la parte de su cabello que quedaba libre a un lado del sombrero y dijo casi en un susurro:
—¿Julianna? Cariño… ¿Estás bien? Ahora estas a salvo, pequeña. Estás conmigo, tranquila, tómate el tiempo que necesites. Nada ni nadie te va a molestar… Shhhhh.
En su mente solo le preocupaba ella, aunque por un breve segundo rezó para que no apareciese nadie por aquella zona del parque. Era raro porque era la zona por donde los alumnos de la escuela ensayaban las marchas militares, pero aun así era del todo peligroso que los viesen en esa posición tan, tan… ¿íntima?
Escuchar su voz, suave, lenta, cadenciosa y que parecía desprender el calor que atemperaba su cuerpo hizo que Julianna poco a poco dejase de llorar. Oía el latido de ese fuerte corazón a través de su chaqueta, del chaleco, de la camisa. Ese rítmico sonido y su voz la devolvieron a la Tierra. Qué extraño era. Solo con su padre le había ocurrido, y esto era igual pero a la vez diferente.
—Cliff…
Su voz sonaba extraña, como un pequeño hilo en el viento, y no se movía de donde estaba, y por Dios que Cliff no iba a dejar que se separase de él, ni aunque le fuese la vida en ello.
—Tranquila, tranquila… Estoy aquí… shhh.
Sonaba suave, tranquilizador, protector.
—Estoy mejor… es solo, es solo que… no recuerdo cómo…
—Julianna… —Su voz era pausada, suave, la abrazaba con fuerza pero con ternura y ella lo sabía, la estaba cuidando—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha ocurrido? ¿Dónde está tu mozo?
—Ummmm… —Negaba suave con la cabeza todavía acurrucada en su hombro—. No, no… Por favor… —Su voz era suplicante, temblorosa.
—Cariño… —«¡Dios!, cuánto me gusta llamarla así». Dudó unos segundos—. Julianna… Por favor. Confía en mí, sea lo que sea… Por un momento se paró, dudó si era bueno presionarla—. Julianna, sea lo que sea lo que te haya pasado puedes contármelo, y si no quieres… Bueno, solo recuerda que no estás sola. Tienes a tu tía, al almirante, a Max —aunque quería darse una patada mental por mencionarlo, en el fondo sabía que debía hacerlo—, a Eugene, a Amelia… Me tienes a mí.
—Amelia… —Su voz sonó rota, casi ahogada…
—¿Quieres que la busquemos? ¿Prefieres hablar con ella?
—¡No!, ¡no!, ¡por favor no! —lo interrumpió bruscamente y separó su cuerpo de él. No lo miraba a la cara. Fijó su vista en su pecho, en su chaqueta. De nuevo con la voz rota—. Amelia no… Ella no puede saber, no puede… No, no, ella no, no… Por favor.
«Está asustada, Dios, estoy asustado. ¡Maldita sea! ¿Qué ha pasado? y ¿por qué no quiere que se entere Amelia?», pensaba Cliff, tenso y cada vez más ansioso.
—Julianna, por favor, dime qué ha pasado, si no lo quieres hacer por ti, a lo mejor debas hacerlo por Amelia. ¿Necesitas que la protejamos de algo? ¿De alguien? —En cuanto ella levantó la cabeza para mirarlo a los ojos supo que su truco había dado en el clavo. Estaba preocupada por Amelia.
—Está bien, está bien, Julianna, tranquila. Voy a llevarte a un sitio donde podrás pensar con calma y, si quieres, hablamos. No puede verte nadie así.
Sin pensárselo dos veces y sin darle tiempo a ella para pensar o reaccionar, la subió a su caballo, tomó las riendas de la yegua para atarla y llevarla junto a su caballo y se montó justo detrás de ella, colocando su cuerpo entre sus brazos y obligándola con un leve gesto a apoyar su espalda en su pecho. No la iba a dejar montar en su estado y no podía permanecer más tiempo allí a la vista de cualquiera que pasase.
—¿Don-dónde me llevas? —preguntó sin mucho convencimiento.
—A un lugar donde estés tranquila y puedas relajarte, confía en mí.
Llevaba días en los que cada vez que conseguía decir «confía en mí», Cliff parecía querer que se le grabase eso a fuego en el subconsciente a Julianna, como si a fuerza de repetírselo, finalmente, consiguiese que ella lo aceptase sin más, pero en esta ocasión, además, llevaba una clara connotación de que quería que de verdad fuese consciente de que podía, de que debía, confiar en él en ese momento, allí y ahora.
Faltaban unos minutos para llegar a un lugar que a Cliff le encantaba desde hacía muchos años y que, estaba seguro, no conocía más que su hermano. Lo había descubierto, por casualidad, con él, un día de lluvia en la época en la que estudiaban en Eton, tras la cascada de la pequeña laguna que había dentro del bosque. Bueno, aquello no era más que una charca, bonita, pero una charca más bien. Era imposible que allí los molestase nadie.
Mientras pensaba en eso se sorprendió cuando Julianna le habló:
—Gracias por la brújula. Es, es… es preciosa. —Aunque no le veía la cara sabía que estaba ruborizada, y no pudo evitar que en su rostro se le dibujase una sonrisa de pura satisfacción. Antes de contestar, ella continuó, como si no hacerlo le fuese a hacer perder el valor—. El barco estaba tan bonito… Parecía una constelación, pero en vez de estar suspendida en el cielo flotaba en medio del puerto con todos esos farolillos… ¿Eran farolillos? Sí, sí, seguro, lo parecían.
De repente empezó a decir sin orden ni concierto las ideas que parecían habérsele ocurrido la noche anterior mientras disfrutaba de su sorpresa y Cliff sintió una extraña sensación de felicidad y orgullo por haber sido el causante de ello, incluso notó como se le aceleró el pulso, pero también era nerviosismo porque ella estaba en un estado evidente pánico:
—La arena… ¿De verdad tienes un faro? No es algo corriente. Bueno, quizás para un marino… No, no, aun así… La he guardado con cuidado en un tarro, no sé si tienes más, a lo mejor querrías conservar un poco. ¿Es tu amuleto? Geny me dijo que Max tiene una vieja brújula como amuleto, porque los marinos sois muy supersticiosos. Y el telescopio es tan bonito. No me he atrevido a tocarlo, pero voy a aprender a manejarlo. ¡Oh, no! A lo mejor quieres que te lo devuelva, ¿quieres? No sé… Bueno, supongo que… ¿Valquirias?, ¿te gustan las historias escandinavas? Claro, claro que sí, es lógico, eres capitán de barco.
Cliff no pudo evitar empezar a reírse, y qué bien le sentó para rebajar la tensión que había estado sintiendo, estaba encantadoramente nerviosa, tan dulcemente nerviosa que era enternecedor…
—Julianna. Para, detente, cariño… shhhh…
Sabía que estaba experimentando una especie de shock y que lo único que le venía a la mente era la lluvia de pensamientos e ideas de la noche anterior, porque estaría buscando alguna forma de relajarse. Él lo hacía constantemente cuando, justo antes de entrar en batalla, recordaba algunos momentos alegres o de tranquilidad vividos, para alejar el miedo y la ansiedad de la lucha. Pero tenía que reconocer que ese torrente parlanchín, esa lluvia de ideas, esos nervios, le producían una ternura tremenda, pero debía ponerse alerta porque en pocos minutos volvería a experimentar lo que fuese que la hubiese alterado de esa manera
Detuvo los caballos a la altura de las rocas norte de la laguna, o charca como la llamaba Ethan, bajó del caballo, ató las riendas de ambos a un árbol y la hizo bajar. Cogiéndola de una mano, sin encontrar resistencia de su parte, la guio por una especie de sendero que los llevó finalmente a una zona que se encontraba rodeada de rocas y arbustos. Durante el trayecto, Cliff deseaba que no volviese a su estado normal de conciencia, porque mientras estuviese así, un poco aturdida, dejaría que la llevara hasta allí sin que se asustase ni alarmase, y con el silencio de aquel lugar podría hablar con ella de lo que le había pasado.
La detuvo en medio de esa especie de gruta, justo por donde entraba más luz, y la dejó allí mirando a su alrededor. Él se separó un poco para dejarle espacio, y la observó. Estaba preciosa, aturdida, nerviosa, pero parecía que sus enrojecidos ojos iban enfocando con más precisión cada vez. Empezaba a centrarse con el ruido lejano del agua, el olor a hierba mojada, el sonido del aire entre las hojas. Era un sitio tranquilo y él lo sabía, fue allí a decidir si finalmente enrolarse en la Marina y estuvo durante horas sentado sin escuchar más que esos sonidos y su propia respiración. Era un buen sitio para ella. Además, a Julianna, más que a ninguna otra persona que conociese, le gustaban esos sonidos de la naturaleza, de bosque y de soledad.
—Julianna… ¿Quieres hablar? —preguntó con tranquilidad, con voz pausada que retumbaba un poco entre aquellas rocas.
—No, no, no… —Miraba al suelo y negaba con la cabeza como si intentase decidir qué hacer o cómo obrar—. No, no… Solo quiero, solo quiero…
De nuevo empezaba a ponerse nerviosa, se agarraba la falda con las manos. Cliff se le acercó poco a poco, lentamente. No dijo nada, no llegó a tocarla, solo se quedó frente a ella a escaso medio metro, mirándola, solo quería que sintiese su presencia, que supiese que estaba allí. Ella tenía la vista fija en el suelo, estaba recordando cada frase, cada gesto de su hermano, sus miradas.
—No puedo… No puedo… Tengo que…
Su voz sonaba casi en un susurro, como si se hablase a sí misma. De nuevo algunas lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Cliff estiró el brazo, levantó su cara con una mano hasta hacer que le mirase y secó sus lágrimas con las yemas de su pulgar, suave, lentamente. Julianna notaba el calor que desprendía su mano, el tacto de su dedo recorriendo su piel. Lo miró a los ojos, esos ojos que le hacían olvidar el mundo que la rodeaba y que la desarmaban sin más esfuerzo que posarse en ella.
—Cliff…
Su voz rota le desgarraba el alma.
—Hazme olvidar. Por favor. Haz que desaparezca todo… Solo por un rato, unos minutos. Haz que no me duela…
Esa voz ahogada, suplicante, temerosa, bastó para que saltase como un resorte y la agarrase. Cliff la abrazó
—Julianna…
En ese instante sabía cómo hacerle olvidar todo, lo sabía. Le cogió la nuca con una mano y sin soltarla de su abrazo comenzó a besarla suavemente, con cuidado, dejaría que fuese ella la que de un modo u otro le dijese que sí, lo notaría enseguida. Sí, sí, lo hizo. Ella respondía, se iba dejando llevar, se relajaba. De repente, Cliff detuvo, sin separar sus labios, sin moverse, notando su respiración acelerada, su aliento mezclado con el suyo… se estaba entregando a él. «¡Buen Dios!, es mía, es mía, solo mía». Lo comprendió y lo decidió. Tenía que ir despacio, no iba a tomarla allí, y por todos los demonios que iba a tener que hacer acopio de todo el autocontrol del mundo para no hacerla suya allí mismo. Ella se merecía más y se lo daría. Sería él quien se lo daría, pero no allí, no en ese momento, aunque sí que conseguiría relajarla, llevarla lejos como le había pedido, le daría placer y disfrutaría en el proceso. «Dios, cuánto va a gustarme esto», pensó en un segundo. De nuevo comenzó a besarla, cada vez con más firmeza. La inocente pasión y sensualidad de Julianna era increíble, desbordante.
Besarla se convertía en una necesidad para Cliff, tocarla aunque solo fuese un roce, un leve contacto, se había convertido en una verdadera cuestión de supervivencia para él desde hacía meses, pero ahora, ese beso, esa sensación de vértigo y de poder que le producían sus labios, su aliento, su lengua… Separó sus labios de los suyos y comenzó a besarle las mejillas, la curva de su rostro, la línea suave de su mandíbula. La besaba, la acariciaba con su lengua mientras con sus manos acariciaba lentamente su espalda, su cintura, sus caderas. Sin dejar de recorrer con sus labios su cuello, la zona del hueco de su oreja, fue desabrochándole la chaqueta, le desanudó con una maestría digna de elogio el cordón de la camisa, dejando al descubierto la parte superior del corsé y la curva de sus pechos. Desabrochó los primeros corchetes del corsé, acariciando con sus dedos la línea sonrosada del camino que iba marcando, acelerando la respiración y el pulso de Julianna cada vez más. Fue bajando lentamente la cabeza acariciando unas veces con sus labios o con su lengua y otras veces besando y lamiendo, consiguiendo que la piel se le fuese poniendo sonrosada. Julianna le acarició la mejilla mientras seguía besándola, y puso la otra mano en su hombro, porque dudaba que sus rodillas aguantasen mucho más. Lo notó, Cliff notaba como ella se derretía mientras que a él se le tensaba cada músculo, cada fibra de su ser. Le ardía la piel solo con acariciarla, pero su olor, ese inconfundible olor, ese tacto lo excitaba tanto que le dolía, pero iba a ir con mucho cuidado. De algo debía servirle tanta experiencia. Había estado con demasiadas mujeres como para no saber cómo conseguir lo que quería, sin embargo, con ella, cada caricia, cada beso, cada gesto era distinto, sensual, sexual y a la vez tierno, inocente, puro.
De nuevo alzó su cara para apoderarse de sus labios mientras su mano se deslizaba por sus pechos, abarcándolos y torturándolos, tocando sus pezones con los dedos. Volvió a inclinarse para besar sus pechos, sus extraordinarios y turgentes pechos. Mordisqueó sus pezones uno a uno y escuchó un gemido de placer de Julianna que lo excitó sobremanera. Se detuvo en seco, levantó la cara, cogió su rostro con las dos manos y, poniendo sus labios sobre los de ella, pero sin besarlos, dijo:
—Mírame, cariño, mírame.
Julianna, que tenía los ojos entrecerrados, los abrió y se encontró directamente con los de él. Los ojos de Julianna, cubiertos de una leve pátina de pasión, velados por un claro manto de deseo, con ese brillo de lujuria encendida nadando en un mar de color miel, excitaron a Cliff como nunca antes lo había logrado nadie. Se le dibujó al instante una sonrisa en los labios que Julianna notó sobre los suyos, mirando al tiempo ese inmenso océano verde que la atravesaba como si fuese papel. No le importaba dónde estaba, no le importaba nada, solo quería perderse en ese verde y sentir el calor del cuerpo de Cliff, sus labios, sus manos…
—Cariño, déjame darte placer, solo déjame darte placer…
Volvió a besarla como si la vida de ambos dependiese de ese beso, como si fuese el último para ellos. La piel de Julianna ardía, su corazón le iba a saltar del pecho en cualquier momento, y aún con ello, no importaba nada, solo ellos.
Cliff fue poco a poco haciendo que se tumbase sobre la hierba sin separarse de ella, sin dejar de besarla, sin dejar de acariciarla. Ella se agarraba a sus hombros y lo dejó hacer, no se opuso a que la tumbase, no se opuso a sus caricias, a sus movimientos, porque quería más, necesitaba más, lo necesitaba a él. Lo comprendió de golpe. No solo necesitaba su cuerpo, su calor, su contacto… lo necesitaba a él, a Cliff, su Cliff. Puso sus manos en su pecho y lo instó a separarse unos segundos. Él se detuvo, se separó unos centímetros de ella y levantó la cara poniéndola frente a la suya, a escasos centímetros, mirándose a los ojos, sintiendo sus alientos entrecortados cruzándose y rozándose la piel. La dejó mirarlo. Esos segundos eran importantes, Cliff sabía que tenía que ser ella la que le diese permiso para seguir. Al poner sus manos en su pecho y empujando su cuerpo hacía atrás, un poco, solo un poco, le estaba pidiendo que parase solo unos segundos.
Ella no se movía ni le pedía que se alejase. Solo estaba decidiendo si podía, si debía seguir más allá, porque su cuerpo, sus ojos y todo en ella le decían que quería, que ella quería tanto como él, pero todavía esa vocecita interna debía estar martilleando ese bonito cerebro, pidiéndole un poco de cautela, un poco de sensatez. La cautela que Cliff había perdido hacía ya mucho rato, la sensatez que había dejado aparcada desde el mismo instante en que la besó… Qué largos se le estaban haciendo esos segundos.
Julianna fue subiendo suavemente una de sus manos por el pecho de Cliff, sin dejar de mirarlo a los ojos, y su otra mano le tocó la mejilla. Solo un roce, tembloroso, inocente.
—Me… me… —Era un susurro en sus labios, chocándose con los de Cliff.
—Dime, cariño. Dime ¿qué quieres?
Esa voz ronca, cálida, saliendo de sus labios rozando los suyos fue lo que extrañamente infundió algo de valor a Julianna, que con un susurro cubierto de pasión y también de cierta vergüenza logró decir, al tiempo que se le enrojecían las mejillas como si la lava nadase por debajo de su piel:
—Me gustaría… ¿Puedo abrir tu camisa?
Cliff sonrió y separó un poco sus labios de los de ella, quería verla bien, quería notar su azoramiento, su pudor y, sin embargo, su pasión y su recién descubierta lujuria en sus ojos. Y grabaría en su memoria ese rostro, ese momento, esa sensación.
Sin decir ni una palabra, agarró la temblorosa mano de Julianna y la acompañó mientras la ayudaba a desabrocharle uno a uno los botones. No dejó de mirarla ni un segundo, quería grabar ese rostro, esa inocencia reflejada en su sonrojo, pero también ese deseo reflejado en sus ojos. Cuando le hubo desabrochado todos los botones, dejó que fuese ella la que tomase la iniciativa, pensando en que, si el mero roce de su mano en su mejilla lo excitaba, su mano acariciándole el torso iba a llevarlo al éxtasis o al mayor de los sufrimientos. Separó un poco su cuerpo del de Julianna, apoyándose sobre uno de sus codos de modo que quedó sobre ella, apoyado sobre la hierba. Ella quería verlo y dejaría que lo viese y lo tocase. Posó su mano directamente sobre su pecho y sus pupilas se dilataron mientras fue tímidamente bajando la mirada hasta donde la había posado. Cliff estaba a punto de estallar.
Su piel era suave, firme, tenía una leve capa de vello castaño sobre su torso, duro, musculado. Desprendía calor y, al contacto de sus dedos, la piel se le erizaba levemente, lo que produjo una extraña sensación en ella. Era perfecto, tan bien formado, algo bronceado, duro, tan viril y desprendía ese olor que reconocería en cualquier parte, ese olor que encendía sus sentidos como nada más lo hacía, esas esencias exóticas… Los ojos de Cliff se entrecerraron, las caricias de Julianna eran una tortura, una tortura deliciosa, pero una tortura. Cuando ella alzó la vista de nuevo para mirarlo a la cara, Cliff no pudo más y la besó con tanta pasión y ansia que olvidó lo demás. Las manos de Julianna permanecían en su pecho y las de Cliff fueron bajando hasta sus rodillas levantando sus faldas poco a poco. Introdujo su mano entre sus muslos, acariciando la parte interna de estos, instándola a abrir las piernas despacio mientras las acariciaba, la rozaba con las yemas de sus dedos entre ellas.
Julianna separó un poco los labios de los suyos buscando aire. Un suave jadeo escapó de sus labios al notar las manos de Cliff buscando su sexo, un gemido de excitación. Se mordió el labio inferior al notar los labios de Cliff en su pecho, al notar como iba bajando lentamente su cabeza rozando la piel del estómago, del ombligo, de sus caderas, de todas las partes que iba dejando libres al desabrochar con una mano cada corchete, al separar la seda del corsé de su cuerpo, al dejar al descubierto su cuerpo.
—Eres preciosa. Tan perfecta. Tan dulce y sabes tan bien… —susurró sobre su cuerpo, y ella notó como caricias las vibraciones de su voz.
Otro gemido, pero este de sorpresa, al notar como él introducía uno de sus dedos y acariciaba partes de ella que desconocía. Puso su mano sobre la de Cliff. No sabía para qué, la verdad, para pararlo, para instarlo a seguir, para qué, no lo sabía… Había dejado de pensar hacía mucho, pero él se la apartó con delicadeza y solo pudo hundir sus dedos entre su pelo. Su cuerpo se tensó mientras él la torturaba con sus caricias, con sus movimientos, echó la cabeza hacia atrás, curvó su espalda al notar como introducía otro dedo moviéndolos de un modo que le estaba haciendo perder el sentido del todo.
De repente se detuvo y ella gimió, quejándose como respuesta, y Cliff sonrió. Ella lo notó. Notó su sonrisa apoyada en su estómago, la instó con las manos a abrir más las piernas, ella tenía los ojos cerrados y se mordía el labio con una mezcla de pasión e inocencia que excitó aún más a Cliff, que alzó la cabeza, apoyó sus labios en la oreja de Julianna y, tras besarla, dijo con una voz ronca y profunda:
—No te muevas, cariño. Voy a llevarte muy, muy lejos, déjame que lo haga… ¿lo harás? —Se quedó unos segundos quieto y, cuando ella asintió con la cabeza, con un leve movimiento, sonrojada y sin abrir los ojos, él la besó en los labios y volvió a decir—. No te muevas. ¿Prometido?
Esta vez no esperó respuesta, bajó la cabeza y se la puso entre las piernas, y antes de que ella tuviese tiempo de preguntar, de reaccionar, de pensar siquiera, comenzó a besarle su sexo, a acariciar con su lengua, con sus labios. Un mordisco y un gemido de Julianna en respuesta. Un susurro suspendido en el aire con su nombre, un leve movimiento de sus caderas. Estaba húmeda, excitada y era suya. Cliff empezó juguetear con la lengua, a lamer, a acariciar. Le introdujo la lengua, la acarició y torturó con destreza y habilidad con los dedos, haciéndola volar, volar muy lejos de allí. Notó cuando llegó al clímax, cuando su cuerpo se quedó roto, relajado, satisfecho, saciado. La fue acariciando de nuevo con suavidad, las caderas, su estómago, ese precioso ombligo, sus pechos. Ella se dejó hacer. Estaba exhausta. Su cuerpo no le habría respondido aunque se lo hubiese pedido a gritos. No sabía cuánto tiempo había pasado, Cliff le había bajado la falda pero la seguía acariciando y besando de cintura para arriba. ¡Qué sensación! Era como si no importase nada ni nadie salvo él, salvo ella, salvo esas suaves, provocativas y a la vez tiernas caricias, salvo ese maravilloso roce.
Cliff se tumbó a su lado y la empujó suavemente para apoyarla sobre él. Apoyó su rostro sobre su torso descubierto y la mantuvo relajada con suaves caricias, sin ser más consciente de ello que del mundo que los rodeaba. Él la besó en la sien y, con el índice apoyado en su barbilla, la instó a levantar ligeramente la cabeza para besarle los labios una vez, dulcemente. Fue casi como un suave roce. Permanecieron en silencio unos minutos, abrazados, tumbados en la hierba, ella recuperando ese sentido perdido y él, simplemente, abrazándola, convirtiéndose en su ancla, en la piedra que la sostenía en el mundo terrenal que ella había abandonado por unos minutos. Con un susurro rompió el silencio.
—Eso… eso ha sido…
Sin ni siquiera mirarla Cliff sabía que estaba ruborizada como una amapola. Empezaba a volver al mundo de los conscientes, a darse cuenta de lo ocurrido y la timidez perdida un rato antes, volvía a ella.
—Shhh… Eso solo ha sido el principio, cariño. —Sonrió.
—Ummm… sigo sin fiarme de ti —dijo ella ,no con un tono de desaprobación, no con un tono de enfado u ofensa, sino más bien como el gesto de una niña cogida en falta, en plena travesura.
Cliff no pudo evitar empezar a reírse. Era tan tozuda…
—Lo sé, cariño, lo sé… pero seguro que cambiarás de opinión. —Y volvió a reírse mientras le acariciaba el brazo que tenía apoyado sobre su pecho de forma distraída.
Cliff dejó pasar unos minutos más, por nada del mundo quería que aquello acabase, se sentía en la gloria, y eso que aún permanecía excitado, dolorosamente excitado. No obstante, no podrían permanecer allí mucho más tiempo, debían regresar. Eugene le había dicho que le contó a Max, antes de separase de Julianna, que darían un largo paseo de al menos dos horas. Se incorporó un poco para quedar sentados y ayudó a Julianna a colocarse la ropa, pero, después, estando de pie, la abrazó otra vez.
—Julianna, ¿por qué no me cuentas lo que ha pasado?
—No, por favor, no puedo…
Era una voz dulce pero, sin embargo, la conocía bien. Encerraba algo que le había hecho daño, mucho daño, y aunque ella había ocultado su rostro en su hombro, estaba seguro de que tenía los ojos fuertemente cerrados. La separó un poco, poniéndole un dedo bajo su barbilla para obligarla a mirarlo.
—Julianna, no estás sola. Hay personas que te quieren, que te ayudarán, pase lo que pase —dijo con voz firme, segura, pero con un tono muy suave.
—Es, es…
Se rindió, necesitaba ayuda, lo sabía. Si se tratase solo de ella, no importaba, pero era Amelia… Amelia. No podía dejar que Timón le hiciese daño y, aunque le pagase lo que pedía, tarde o temprano le haría daño, aunque solo fuese para, a través de ella, conseguir que Julianna sufriese.
—Está bien pero, pero…
Fue a sentarse en el borde de una de las rocas. Suspiró y sacó una hoja del bolsillo de su chaqueta y se la ofreció a Cliff, que la tomó enseguida.
—Recibí esa nota esta mañana. No sabía cuál de mis hermanos la había mandado pero, aun así, no dudé que tenía que hacer lo que pedía. Mis hermanos son, son… —bajó la vista y cerró los ojos—. Da igual. —Hizo un gesto con la mano—. Le pedí a Geny que me ayudase a quedarme sola para cabalgar. No le dije nada, no quería preocuparla. Solo le dije que necesitaba un rato para pensar en lo de anoche… —Lo miró, permanecía callado con la nota en la mano. Ya la había leído—. Estaba tan contenta esta mañana, tan contenta…
Cliff sintió una oleada de amor por ella en ese momento, imaginándosela feliz por su sorpresa, feliz por algo que él había hecho, pero no dijo nada, debía dejarla hablar.
—Pero me entregaron la nota…
Volvió a bajar la mirada y se quedó callada. Tenía que instarla a seguir y lo sabía, pero no podía presionar más allá de lo necesario, así que preguntó en un tono neutro:
—¿Cuál de ellos era?
Volvió a mirarlo a la cara, por alguna razón se dio cuenta de que él sabía cómo eran sus hermanos, aunque dudaba que supiese hasta dónde eran capaces de llegar, por lo menos Timón. Pero comprendía que sus hermanos eran egoístas, crueles…
—Timón, era Timón. Quiere que le entregue todo el dinero de la asignación que me dejó mi padre y que, después, vaya el abogado de tía Blanche para deshacer la dote y que se la entregue.
Con un tono calmado y pausado, lo que desde luego era del todo meritorio ya que una furia incontrolada empezaba a recorrerle las venas, Cliff logró decir:
—No puedes hacer eso, Julianna. Es la herencia de tu padre.
—Sí, sí puedo. Conseguí independizarme de mis hermanos y puedo disponer de ese dinero —contestó ella malhumorada, pero no con Cliff, sino con la situación—. Es solo dinero, solo eso y si con ello consigo…
Se volvió a quedar callada y mirando sus manos.
—Consigues, ¿qué? —Lo sabía, lo supo inmediatamente—. ¿Con qué te ha amenazado, Julianna?
Mientras decía esto no podía dejar de pensar que quería matarlo. Julianna lo miró con los ojos abiertos de par en par, como si comprendiese, como si hubiese leído su mente con solo verle los ojos.
—No, no, Cliff, por favor, no puedes… No soy yo. No es a mí, ni siquiera sé si es cierto, pero no voy a arriesgarme, no con… no con…
Lo supo enseguida, desde que ella mencionase antes a Amelia, lo comprendió. Ese cobarde le había amenazado con Amelia
—¿Amelia? —dijo al fin.
Ella lo miró con miedo en los ojos. Sería capaz de cualquier cosa por proteger a quien quería y sus hermanos sabían cómo era, de ahí que la atacase de esa manera, el muy…
—Julianna, sea lo que sea, podemos ayudarla, piensa con calma. A Amelia la podremos proteger mejor si nos cuentas lo que pasa, entre todos encontraremos una solución.
Tenía razón, pero, por otro lado, y si lo que decía Timón era cierto, lo mejor sería que no lo supiese nadie más, sin embargo, tenía que hacer algo.
—Si te lo cuento no se lo puedes decir a nadie, a nadie… Promételo, ¡promételo!
Cliff la miró un segundo, sabía que si se negaba ella se encerraría de nuevo en sí misma y procuraría encargarse de su hermano ella sola, y no podía permitirlo
—Lo prometo —dijo firmemente—. No revelaré a nadie nada sobre Amelia que pueda perjudicarla, ahora o en el futuro, pero no te prometo no decir algo a alguien para ayudarla.
—¡Cliff! —protestó, aunque sabía a lo que se refería, así que continuó—. Cliff, tienes que prometerme, al menos, que no le contarás ni a ella ni a otros cuál es su origen, si es que este resulta ser cierto, claro.
—Julianna, a ciegas no puedo responder, tienes que contármelo todo, pero, como te he dicho antes, prometo no hacer ni decir nada, ni ahora ni nunca, que pueda perjudicar a Amelia, y eso incluye no decirle nada a ella que no quieras que le cuente.
Se acercó a ella, se sentó a su lado y le tomó la mano. Ella suspiró, lo miró un segundo y luego fijó la vista al frente.
—Supongo que es justo. —Tomó aire para infundirse valor—. Cuando me traje a Amelia conmigo, le pedí a mi tía que dejase que ella se quedase con nosotras. A esas alturas yo ya le tenía demasiado cariño y mi tía, bueno, ya has visto como es. Generosa y buena hasta lo indecible. Ella aceptó tenerla con nosotras, como una más. Amelia es demasiado buena para ser criada o acompañante de nadie. Deberías conocerla, es lista, cariñosa, generosa, es muy inteligente y tiene un sentido del humor pícaro y despierto. Es muy dulce y tan guapa cuando sonríe… Cuando pasen un par de años, creo que tendremos que encerrarla en un convento para quitarle los hombres de encima. —Se rio—. Bueno, eso dice la tía Blanche. —Sacudió la cabeza—. En fin, que a la tía Blanche le pasó lo mismo que a mí y no tardó en decidir que sería una sobrina más para ella, así que pidió a sus abogados que arreglasen los papeles para convertirse en su tutora, ¡incluso la ha dotado! ¿Puedes imaginar la cara de Amelia cuando se enteró de que tenía una tutora y que cuando se case tendrá una casa propia, suya y de nadie más? Lloró como una magdalena durante horas. —Volvió a sonreír recordándolo—. Los abogados fueron a Saint Joseph para informarse de la procedencia de Amelia, por si sus padres vivían y demás. Pero no lograron nada. En el orfanato solo consta que la encontraron siendo un bebé abandonado, sin información alguna de quiénes eran sus padres ni dónde nació.
—Entiendo —dijo Cliff—. Y, por lo tanto, pasó a manos de tu tía sin problemas al no haber nadie que la reclame.
Ella asintió.
—Timón dice… —Empezó a apretar los puños en su falda y al notarlo Cliff le volvió a tomar la mano para darle ánimos, ella miró la mano de Cliff en la suya y volvió a tomar aire—. Él dice que tiene pruebas de que Amelia es hija de un aristócrata del condado y de una, una… prostituta. —Bajó la vista y con ella su tono de voz—. Cliff, no sé si es cierto, ni si es cierto que tiene esas pruebas, pero no quiero que Amelia se entere, sufriría, se sentiría menos de lo que es, avergonzada y… aunque consiguiese recomponerse de ese golpe, la idea de que puedan enterarse otros… Eso la hundiría. Sabes que lo haría. Tendría su futuro destrozado. —Lo miró de nuevo—. Cliff, no me importa el dinero, se lo doy, se lo doy todo, lo que quiera, pero no quiero que le haga daño a Amelia, aunque solo sea soltando un rumor, incluso aunque no tenga las pruebas. Pero lo que me preocupa es qué pasará después. ¿Qué hago cuando le dé todo el dinero? Sé que no me entregará esas pruebas, suponiendo que existan, porque con ellas nos tiene a ambas en sus manos… —Empezó a correrle una lagrima por el ojo—. No puedo dejar a Amelia en manos de Timón, Cliff, es, es… Timón es peligroso.
A estas alturas el dolor en el pecho de Cliff viendo a Julianna sufrir no era nada en comparación con la furia y la rabia que sentía recorrerle el cuerpo entero. «Lo voy a destrozar, lo voy a destrozar». Se puso de pie e hizo que ella hiciera lo mismo.
—Julianna. Escúchame. Vamos a solucionar esto, juntos. Es más, vamos a hacerlo todos juntos, tu tía debe saberlo y me aventuro a decir que querrá que lo sepa el almirante.
Julianna protestó.
—Pero…
Él le puso un dedo en los labios para hacerla callar
—Escucha, las personas que quieren a Amelia la protegerán mejor si conocen el peligro. Además, entre todos encontraremos la mejor solución. Y de tu hermano, cariño, no me importa que lleve tu sangre, pero de él me encargo yo.
La expresión de pura furia en sus ojos y su voz firme, segura y tajante, a Julianna, de una manera extraña, la hicieron sentir segura, protegida por ese hombre.
—No irás a matarlo ¿verdad? Es un ser despreciable, pero no quiero que muera.
Cliff la abrazó y, apoyando su mentón en su cabeza, le dijo:
—No lo mataré porque tú no quieres que muera, pero no podemos dejarlo salir indemne de esto, eso lo sabes ¿no es cierto?
Ella asintió, apoyando la cabeza en su hombro.
—Cliff, por favor, piensa en Amelia. No me importa con lo que me amenace a mí, y me molestará darle el dinero por el que tanto luchó mi padre, pero eso no es nada siempre que ella esté bien. Tienes que prometerme que pensarás primero en Amelia.
La separó de nuevo para mirarla a la cara y dijo tajante:
—Te prometo pensar en Amelia, cuidar de ella y asegurarme de que esté bien. Pero te prometo lo mismo para ti. No pienso dejar que nada ni nadie te haga daño, ni que te amenace, ni que te quite lo que es tuyo por deseo expreso de tu padre.
Había tal convicción y seguridad en sus palabras que Julianna no supo qué contestar, así que solo lo miró. Cliff esperó unos pocos minutos con ella entre sus brazos. Quería que se sintiese a salvo, que comprendiese lo que acababa de prometerle, pero, sobre todo, quería que lo sintiese a él, allí, abrazándola, a su lado…
—Debemos regresar. Te dejaré en manos de Max para que os acompañe, como siempre, a casa. Y me adelantaré y le diré a tu tía que vayáis las dos a casa del almirante esta tarde para que Amelia no se entere de nada. Ella puede quedarse con Eugene, y ambas estar al margen de todo.
Ella volvió a asentir, pero esta vez se acercó a él y lo besó antes de decir, casi en un susurro avergonzado:
—Gracias… y me encanta mi brújula.
Cliff se rio. Sabía que esta era la forma de Julianna de volver a ser ella misma y de decirle con ello mucho más que un simple gracias. La vida a su lado iba a ser estupenda, pensó. Era inteligente, sagaz, generosa, pero tenía una picardía y una capacidad de valorar hasta los más pequeños detalles que le daban la certeza de que sería feliz a su lado.
Tras montar en los caballos, y cuando Cliff guardó debidamente la nota de Timón en su bolsillo, se dirigieron al punto de encuentro con Eugene y después a la zona de clases. Max se quedó unos minutos hablando con Cliff y después, tras despedirse este de todos, se marcharon a casa, donde Julianna hizo exactamente lo que le pidió Cliff.
No habló más que unos segundos con su tía tras regresar del paseo a caballo. Acababa de ser informada, solo someramente, de lo ocurrido por Cliff. Su tía simplemente le informó que acababa de mandar una nota a Hortford para avisar al almirante que se reunirían allí. En el almuerzo, les dirían a Eugene y a Amelia que ellas tenían que salir a una cita con el abogado para así evitar las posibles preguntas de estas.
Julianna estaba tan nerviosa que no dijo palabra en el trayecto, y su tía parecía tan furiosa que no quiso preguntarle o hablarle hasta llegar a Hortford. Sin embargo, no se sentía tan tensa como durante el almuerzo, no tenía la ansiedad de antes. Quizás fuese porque su tía se sentó a su lado en el coche y la cogió de la mano todo el trayecto, quizás fuese porque, por primera vez en su vida, contaba con otras personas para hacer frente a uno de sus hermanos, ya que jamás le contó a su padre las cosas que le hacían para no preocuparlo, o quizás fuese porque, por fin, había aceptado que Cliff. A pesar de las diferencias que los separaban, a pesar de que aún no confiaba plenamente en él, a pesar de esa vocecita interior que le pedía a gritos calma, a pesar de todo eso, era el hombre al que irremediablemente quería y lo iba a querer incluso si al final esa vocecita interior tenía razón y debía alejarse de él para siempre.
Ambas damas fueron conducidas inmediatamente a la biblioteca, donde ya las esperaban Cliff, Max y el almirante. Parecían lo que eran, guerreros a la espera de la batalla, y aunque eso hizo que por un segundo Julianna tensase su espalda, al mismo tiempo le inspiró una sensación de seguridad, de protección, que la embargó por completo.
Ambas se sentaron en uno de los cómodos sillones frente a la chimenea, mientras que Cliff y Max permanecieron de pie, apoyados a ambos lados de la misma, dejando el gran sillón de cuero para el almirante.
El almirante tomó la palabra con decisión.
—Lo primero, Julianna, has de saber que todos, todos los que estamos aquí, os consideramos a ti y a Amelia parte de nuestra familia y, por lo tanto, haremos lo que sea para protegeros, de modo que no habrá nada que no puedas contarnos o decirnos, porque jamás permitiremos que os ocurra nada.
Julianna solo consiguió decir con un leve susurro «gracias», tenía el corazón en la garganta y tuvo que contenerse para no ponerse a llorar como una niña pequeña.
—Bien. —Esta vez era tía Blanche la que hablaba con seriedad, firmeza, pero sobre todo demostrando que estaba furiosa—. Ahora supongo que lo importante es cómo obrar, es decir, ¿qué hacemos para que ese, ese…? —Hizo un gesto con la mano en el aire evitando así decir una barbaridad—. ¿Qué haremos para que no se salga con la suya? Y, sobre todo, ¿cómo le hacemos pagar esta canallada?
Max y Cliff se miraron sonriendo, entendiendo ambos que habían tenido la misma idea. «Si llegase al Ministerio de Guerra la tía Blanche, Inglaterra no tendría jamás la oposición de ninguna nación».
—Creemos —continuó el almirante— que lo más conveniente sería dejar que su sobrino crea que se ha salido con la suya, al menos al principio, para que podamos conseguir esas supuestas pruebas, si es que existen. Pero, además, pruebas para condenarlo.
—¿Qué quiere decir? ¿Le doy el dinero y después actuamos? —preguntó Julianna mirándolo directamente.
—Bueno, no todo el dinero, por supuesto, pero sí una primera cantidad. La idea es que una vez reciba esa cantidad, Max y Cliff le sigan para ver dónde se aloja y después obligarlo a que entregue esas supuestas pruebas, o cerciorarse de que no existen, y más tarde… En fin, nos tendremos que ocupar de él para asegurarnos de que no lo vuelva a intentar.
—¿Encargarse? —insistió Julianna.
En esta ocasión fue la tía Blanche la que se adelantó, aunque le dio un apretón antes en la mano a Julianna para inspirarle tranquilidad:
—No creo que podamos dejar que quede impune en esta ocasión, no si queremos que no vuelva en el futuro a intentar algo semejante o incluso peor. Lo cierto es que Timón es bastante imprevisible, sobre todo si se ve presionado de alguna manera, y me imagino que, en este caso, ha de estarlo para actuar tan abiertamente. —Miró a Julianna—. Querida, no sería la primera vez que se encuentra con deudas de juego y sin tu padre para sacarle del embrollo como en otras ocasiones… Bueno, es posible que se encuentre desesperado.
—Yo también creo que está metido en algún problema. Tenía mal aspecto, como de llevar varios días sin dormir y, al margen de lo enfadado que parecía y de su mal genio, creo que estaba más nervioso de lo que es habitual en él, por eso sé que es capaz de todo… Si llega hasta Amelia… —dijo Julianna con un leve temblor mirando a tía Blanche.
—En ese caso, comprendes que no podemos hacernos con esas supuestas pruebas y dejarlo ir sin más, porque ¿quién nos dice que no lo intentará pasado un tiempo o que se le ocurra cualquier locura que sea peor?
A Julianna le recorrió un escalofrío la espalda imaginando lo que podría hacer si se acercase lo suficiente a Amelia. Julianna asintió.
—Pero cuando habéis dicho que ibais a encargaros de él, ¿a qué os referís? ¿A llevarlo después ante las autoridades?, ¿con qué cargos? Porque si lo acusáis de chantaje habría que desvelar la causa de chantaje y sería aún peor… —La voz de Julianna se fue apagando al final.
—Llevarlo ante las autoridades es algo descartado por los tres, al menos en esas circunstancias. Esto es algo en lo que los tres estamos de acuerdo, ya que sería necesario, como tú acabas de señalar, revelar los datos sobre Amelia o, por lo menos, algunos detalles y, desde luego, vamos a evitarlo a toda costa —señaló Max al tiempo que con su mirada recorría a los presentes.
Continuó Cliff, mirando alternativamente a Julianna y a tía Blanche:
—Lo primero es hacernos con esas pruebas o asegurarnos de que no existen. Una vez en nuestro poder, deberemos cerciorarnos de que recibe un justo castigo que, además, le persuada de repetir algo semejante en el futuro y, puesto que las autoridades quedan descartadas, y también descartamos acudir a los superiores en el ejército de Timón, pues, de nuevo, deberíamos revelar al menos algunos datos de lo que intenta. La opción que hemos barajado, bueno, una de ellas, es la de la persona a quien le deba el dinero Timón.
Julianna y tía Blanche lo miraron fijamente.
—¿Un prestamista? —intervino tía Blanche.
—Bueno, hay dos opciones. O se ha endeudado con alguien peligroso que, aunque no sea prestamista, sí le inspira el suficiente miedo para, como indicabas, actuar tan abiertamente. O ha acudido a algún prestamista y este ha de haber comenzado a presionarlo para que pague con urgencia. —Meditó en alto el almirante.
—Pero ¿acudir a ellos? No entiendo. ¿Qué van hacer ellos por ayudarnos? —preguntó Julianna.
—Nada y todo —dijo Cliff—. Si, como creemos, le debe a algún prestamista. podemos hacernos con sus deudas. de modo que quedaría en nuestras manos y, en ese caso, mandarlo a prisión por impago de las deudas y, de este modo, no haría falta revelarles a las autoridades nada del chantaje. pero iría a prisión igualmente como castigo.
—Entiendo —dijo Julianna con la voz ahogada ante la idea de ver a su hermano en prisión. Aunque le dolía y notaba cierta aprehensión, en el fondo sabía que tarde o temprano sería lo único que lo detendría.
—¿Y si la deuda la tiene con alguien que no es prestamista? —preguntó tía Blanche.
—Eso complicaría un poco las cosas pero, igualmente, sería factible una solución, digamos, silenciosa —dijo Max—. Tendríamos que saber de quién se trata y asegurarnos de que, tras recibir el dinero adeudado, deja que seamos nosotros los que nos ocupemos de él .
—¿Cómo? —insistió ella.
—¿Cómo nos ocuparíamos de él? —preguntó Max, y tía Blanche asintió—. Bueno, una opción sería la de la prisión por moroso, como ya señalábamos. Otra opción, asegurarnos, a través de los contactos de nuestras familias en el ejército, de que Timón es destinado a algún lugar lejano donde no pueda hacer daño alguno.
Por el modo en que hablaba y las miradas que se cruzaban los tres hombres, Julianna sabía que ese castigo iría precedido por algo que ellos le harían personalmente, pero prefirió abstenerse de preguntar nada, no solo porque sabía que todo lo estaban haciendo para protegerlas a ella y a Amelia, y les estaba inmensamente agradecida por ello, sino porque, además, empezaba a ser consciente de que Timón era más peligroso de lo que ella recordaba, y la idea de que estuviera suelto y al acecho le ponía los pelos de punta.
—Luego, proponéis que Julianna se reúna con él dentro de tres días como quería y después le seguiréis —confirmó, hilando ideas, la tía Blanche. El almirante asintió y, antes de que ninguno pudiese decir nada más, tía Blanche inquirió—. Supongo que lo habéis meditado y no veis otro modo de proceder más factible. Sin embargo, a mí me preocupa que se reúna de nuevo con él, y más ella sola.
—Créeme, a nosotros nos gusta aún menos esa idea, pero no vemos otra salida, dado que él insistió en que ella no le contase nada a nadie, de modo que cualquier pago debe hacerlo Julianna si no queremos alarmarlo o ponerlo en guardia. De cualquier modo, la reunión con él será en el mismo sitio, que es un lugar demasiado público y abierto, lo que evita, en principio, que pueda causarle ningún daño directamente. De todas maneras, Cliff ha insistido en que vaya acompañada por uno de los hombres de su tripulación y, si Timón pregunta, simplemente, le señalará que es su mozo, y que tú le tienes prohibido moverse sin él y que lo conseguiste evitar con grandes dificultades la vez anterior, pero que ya no te es posible sin que tía Blanche se preocupe —dijo, mirando a Julianna.
—Mientras tanto —continuó Cliff—, sería conveniente que tanto Amelia como Julianna se encuentren protegidas debidamente, de modo que no deben quedarse a solas mientras estén fuera de casa. El almirante ha propuesto la idea de valernos de los servicios de algunos de nuestros marineros de la Marina Real que están a la espera de embarcar. Suelen ser hombres rudos pero excepcionalmente confiables y leales, y, con que se lo pidamos alguno de nosotros, no dejarán que les pase nada a ninguna de las dos.
—No tengo ninguna objeción al respecto —señaló tajante la tía Blanche—. Sin embargo, creo que, mientras tanto, podríamos también investigar durante estos tres días, quizás podamos averiguar todo lo que necesitamos sin necesidad de que Julianna tenga finalmente que reunirse con él, además, la idea de quedarme sentada esperando a que él de el primer paso, no es algo que me agrade especialmente —añadió finalmente en tono solemne, como si de una declaración se tratase.
—Estoy de acuerdo —confirmó el almirante.
—Y yo —añadió Max.
—Podríamos emplear investigadores privados. Teniendo en cuenta que Timón forma parte del ejército, no debería ser muy difícil dar con él, salvo que se esté escondiendo, en cuyo caso, quizás les cueste algo más de esfuerzo, pero sabiendo que está en Londres quizás puedan no solo localizarle, sino averiguar en qué anda metido —señaló Cliff.
Tras varios minutos intercambiando algunas opiniones las dos damas se marcharon y Cliff y Max se fueron al club de oficiales a tomar una copa y relajarse.