Capítulo 18

 

 

Por la mañana temprano, Julianna bajó a al comedor de mañana, con un traje de paseo para que Amelia o Eugene no sospecharan y con una extraña sensación de desasosiego. Algo en su interior le decía que algo iba mal, pero no quería parecer una cobarde a los ojos de su tía y desde luego no quería defraudarla, ni a ella ni a los demás, después de todo lo que habían planeado y organizado.

Su tía la esperaba a la cabecera de la mesa y la miró en cuanto entró en la habitación con aire preocupado y con claros signos de no haber dormido suficiente la noche anterior. A su tía rara vez se le notaba signo físico alguno de preocupación o de enfado, más cuando miraba fijamente al motivo de su posible enfado, pero esta mañana tenía unas sombras bajo los ojos y un evidente rictus de cansancio.

—Buenos días, tía.

Julianna sonrió acercándose y besándola en la mejilla.

—Buenos días, querida. —Su tía esperó a que se sentara y a que Furnish le sirviera una taza de café antes de decir—: Aún podemos echarnos atrás, cariño. Estoy sumamente preocupada.

Julianna la miró.

—Lo se tía, yo también, pero creo que hacemos lo correcto. Es mejor enfrentarnos a los problemas y no dejar que estos se conviertan en algo tan grande que ya no tenga solución.

Su tía sonrió de mala gana y bebió de su taza, quizás para tranquilizar un poco los nervios que ambas tenían a flor de piel.

—Es evidente que eso lo aprendiste de mi hermano. De pequeña siempre me lo decía.

—A mí también, y hay que reconocer la verdad de sus palabras. Te prometo que haré todo lo que hablamos y que no correré riesgos innecesarios.

—Bien, bien, aunque no me dejas del todo tranquila al menos sé que no cometerás ninguna insensatez. Esperaremos a que las niñas se hayan marchado a casa del conde, donde les esperará lady Adele, y, al menos, así sabremos que ellas no solo están a salvo, sino que permanecen al margen de todo.

Julianna frunció el ceño suspicaz por la noticia.

—Creía que vendría lady Adele a recogerlas aquí.

—Le he enviado una nota esta mañana temprano. Pensé que sería mejor que ellas saliesen lo más temprano posible de aquí, así tendremos el tiempo suficiente para prepararnos y para repasar las cosas. —Se escuchó ruido en la escalera de acceso a la sala del desayuno—. Deberemos esperar unos minutos y seguir hablando después.

Julianna asintió y dejaron discurrir el desayuno con cierta normalidad. Tras la marcha de las niñas, Julianna subió a su habitación acompañada de su tía. Aún tenía media hora para terminar de arreglarse y para llegar al punto de encuentro con su hermano.

—Voy a llevar el traje de montar de terciopelo turquesa, es el más abrigado, además, la chaqueta me permite llevar la pistola sin que se note mucho. —Julianna vio la alarma en los ojos de su tía, por lo que se apresuró a añadir—: Bueno, es solo para que me sienta más segura.

La miró intentando no mostrar sus nervios ni su aprehensión, y aunque se notaba la preocupación en los ojos de su tía, ya por lo menos no parecía querer lanzarse a por ella e impedir que saliese de la habitación

—También he pensado en usar la capa roja que me regaló papá, creo que me hará un poco más visible y es muy calentita.

Tía Blanche permaneció sentada en el taburete de su secreter mientras Julianna se vestía.

—Querida, te he traído esta bolsa con el dinero.

Antes de que continuase, Julianna se giró para mirarla fijamente y la interrumpió:

—Tía, tengo todo el dinero de mi asignación de estos meses en ese bolso que está en la mesa, y es lo que entregaré a Timón. No dejaré que se lleve dinero tuyo y menos aún que se aproveche de ti.

Tía Blanche iba a quejarse, pero vio la firmeza en los ojos de Julianna y se abstuvo de insistir. Conocía demasiado bien esa mirada como para no ignorar que cuando la ponía era porque detrás de ella había una fuerte determinación. La ponía su hermano e incluso ella misma, y no había fuerza capaz de sacar de sus trece a un McBeth cuando la tenía.

—De nuevo, Julianna, quiero que me asegures que no correrás riesgos innecesarios. —Julianna asintió—. Bien. —Suspiró—. Max y el comandante ya están en la esquina a dos manzanas de aquí, te seguirán a distancia sin que puedan verlos. Es posible que tú tampoco los veas, pero ten por seguro que estarán allí. —Julianna de nuevo asintió—. Te acompañará el mozo de cuadras que suele acompañarte. —Julianna la miró con el ceño fruncido, pero su tía levantó la mano y continuó—. Lo sé, vas a decir que te advirtió que fueras sola, pero no puedes llegar al parque sin compañía y, si Timón lo ve, se lo dices así, es más, le haces ver que de otro modo habrías levantado mis sospechas, ya que suelo insistir en que vayas siempre acompañada. De todos modos, cuando proteste, solo le ofrecerás la posibilidad de hacerle una señal al mozo para que se mantenga a distancia, pero le dirás que no puedes despedirle sin que eso le haga sospechar que ocurre algo malo.

Julianna la observó unos segundos, especialmente su gesto preocupado y la evidente tensión de sus hombros, así que finalmente señaló, vencida:

—Comprendo. Supongo que tienes razón. Procuraré hacerle entender, y lo peor que puede pasar es que me obligue a decir al mozo que se mantenga lo más alejado posible, ¿no es cierto?

Su tía asintió casi suspirando de alivio, o eso creyó ver Julianna. Miró el pequeño reloj con cadena que siempre llevaba.

—Se va haciendo tarde. Será mejor que salgamos.

Mientras se ponía la capa ella cogió el bolso con el dinero y se lo pasó a Julianna. Ya en el vestíbulo su tía la abrazó:

—Julianna, ten cuidado y, si ves que algo va mal, vete de allí.

La soltó y Julianna la besó en la mejilla.

—No te preocupes, tía, todo irá bien.

Se giró y bajó las escaleras, dirigiéndose a lugar donde el mozo sostenía las riendas de su yegua. Dejó que la ayudase a montar y esperó que él se montase en su caballo. Acto seguido se encaminó al parque donde se encontraría con Timón. El camino se le hizo muy corto y le era imposible recordar nada de él. Iba concentrada recordando los consejos que le dieron su tía, Cliff, Max y el almirante. Aunque sabía que en esos momentos Cliff y Max la estarían observando, se sintió extrañamente sola. Tuvo que respirar hondo en varias ocasiones intentando quitarse el nudo que le aprisionaba los pulmones. Varias veces palpó bajó la capa la pistola, como si saberse armada le proporcionase cierta tranquilidad, aun cuando no estaba segura de ser capaz de disparar a alguien y menos a su hermano, por muy despreciable que este fuere.

Al llegar al parque, lo primero que observó es que Timón no se encontraba exactamente en el lugar acordado, sino un poco más allá, a la sombra de unos árboles donde comenzaba el bosquecillo. Al verla le hizo un gesto con la mano para que se acercase. Julianna aminoró la marcha y, aunque dudó en ir hacia ese lugar, pensó que no le quedaría más remedio, de cualquier modo parecía aún un lugar lo suficientemente visible como para no preocuparse en exceso.

Al acercarse procuró mantenerse a una distancia prudente del caballo de su hermano, tal como le aconsejaron Max y Cliff. Este miró por encima del hombro de Julianna y, torciendo el gesto, dijo con un tono desagradable.

—Te dije que vinieras sola. ¿Para qué traes un mozo?

—Dado que me «ordenaste» que no levantase sospechas, el único modo de hacerlo era venir acompañada de Polly, que es quien suele acompañarme cada vez que monto.

Pensó que no tenía demasiado aspecto de mozo, sino más bien de luchador, pero esperaba que su hermano no se fijase demasiado.

—Deberías haber inventado una excusa —insistió con un tono frío.

—Si lo hubiese hecho, tía Blanche se habría puesto en alerta. Insiste en que en Londres no puedo cabalgar sola como hacía antes. Además, me recuerda constantemente la necesidad de comportarme con el decoro esperado en una dama, como hacía papá.

Timón se rio de una manera que a Julianna le puso los pelos de punta.

—Como una dama… —repitió en un tono despectivo—. Veo que habré de bajarte los humos. Despídelo ahora mismo.

Julianna abrió los ojos por la brusquedad con que le hablaba, no tanto por las palabras sino por el tosco tono de su voz.

—No puedo hacer eso. Si quieres puedo pedirle que se mantenga a cierta distancia, pero te aseguro que no se marchará.

Timón la miró unos segundos malhumorado y finalmente le ordenó:

—Está bien. Que se aleje todo lo que pueda y tú acércate aquí. No quiero que nos vean parados tan cerca de las zonas de acceso de los jinetes.

Julianna comprendió que debía ponerse en guardia, pero aun así obedeció. Polly se alejó un poco y, al acercarse, Timón, por sorpresa, tomó las riendas de su yegua y la guio un poco más adentro del bosquecillo. Aunque ella protestó, él parecía hacer caso omiso de ella.

La agarró de la muñeca mientras ella se percataba de que habían quedado fuera de la vista, de ahí que intentase no solo liberarse del agarre, sino llevar a la yegua un poco hacia atrás, pero él se lo impidió, colocando su caballo de modo que le era difícil maniobrar y cerrando con mayor fuerza su mano en torno a su muñeca.

—¿Has traído mi dinero?

A Julianna, por un momento, le costó responder, notando cierto dolor en la muñeca, pero especialmente el peligro evidente, porque se hallaba imposibilitada de movimiento alguno.

—Sí… pero si no me sueltas no podré alcanzarlo.

Al menos con eso consiguió que Timón liberase su muñeca. Julianna agarró el asa del bolso y antes de ofrecérselo ya lo había alcanzado él con un gesto rápido y brusco. Miró en su interior y espetó:

—¿Esto es todo? ¿Cuánto hay?

—Toda mi asignación de los últimos seis meses, exceptuando las cinco libras que mando todos los meses a Saint Joseph.

—¡Estúpida! Enviar dinero a esos malditos bastardos es lo mismo que tirarlo. ¿Qué crees que puedes hacer tú por esos miserables?

El desprecio de su voz y la ira en su mirada erizó los pelos de la nuca a Julianna, pero procuró mantenerse serena o al menos aparentarlo.

—Ya tienes lo que querías. Me marcho.

La carcajada brusca de su hermano fue escalofriante, pero cuando Julianna se disponía a girar la yegua y marcharse sin esperar más tiempo, salieron dos jinetes que habían estado ocultos tras uno de los árboles impidiéndole moverse. Antes de fijarse bien en ellos, su hermano volvió a asirle la muñeca con más fuerza que antes, lo que provocó un gemido de dolor involuntario en Julianna, y tirando de ella para acercársela, la colocó en una postura incómoda y casi en equilibrio.

—No tan rápido. No he acabado contigo.

—¿Qué… qué más quieres?

Julianna en ese momento giró la cabeza para ver la cara de las dos personas que se habían colocado al otro lado y se asustó de veras. Uno era una mujer montada en un caballo blanco, que a simple vista parecía el de Julianna, y el otro… «Dios mío», pensó, era el caballero que la agredió en la mansión de los De Worken y la miraba con verdadera lascivia en los ojos. Julianna iba a gritar, pero su hermano apretó el agarre y la empujó un poco para acercársela.

—Aún no hemos acabado contigo. —Sonrió con un gesto que provocó un escalofrío en Julianna—. No se te ocurra gritar o te mato. —Con la mano que tenía libre abrió un poco uno de los lados de su chaqueta de modo que pudiera ver que llevaba una pistola y también una navaja sujeta en un cinturón de cuero.

—Te he traído el dinero, ¿qué más quieres?

La voz le temblaba un poco por el miedo que sentía, y la sonrisa de su hermano se hizo más evidente.

—He descubierto que, después de todo, puede que no seas tan inútil. Este caballero me ha ofrecido una buena suma por ti.

Julianna miró alarmada a lord Bedford y después a su hermano.

—¿Estás loco? —Se revolvió de su agarre pero este lo apretó más—. ¡Suéltame!

La abofeteó con tanta fuerza que casi la tiró del caballo.

—No grites o prometo que cumpliré con lo que te he dicho.

Antes de que terminase la frase unas manos de mujer le sujetaron la otra muñeca mientras que lord Bedford le amordazó la boca para impedirle hablar.

—No te resistas o te golpearemos más fuerte. —Timón miró a la otra mujer—. Quítale la capa y ya sabes lo que has de hacer. Cúbrete la cabeza y sal por la puerta de acceso al otro lado. Mantén la distancia con el mozo y, en cuanto puedas, lo despistas.

La mujer le quitó la capa, se la colocó y, obedeciendo las instrucciones de su hermano, procedió como le indicó. Julianna pudo observar como salió en dirección contraria al mozo de modo que este no pudiera verle la cara y trotó a buen ritmo hasta que se alejó, con él siguiéndola, pero sin signos evidentes de haber notado el cambio.

—Y ahora, págame lo que me debes y es tuya. —Timón miraba a lord Bedford con ojos avariciosos y furiosos—. Yo he cumplido mi parte. Tu turno.

Julianna ya se encontraba maniatada sobre su montura, con las manos apoyadas en la silla de modo que, si su hermano soltaba las riendas, ella podría intentar agarrarlas aunque estuviera con las muñecas anudadas fuertemente, e intentar huir cabalgando, por lo que esperó, procurando no provocar que le golpeasen de nuevo para evitar llegar a perder el conocimiento, aunque la bofetada que le había dado le había dejado algo aturdida.

—Está bien, pero enseguida te marcharás. Yo me adentraré por el camino del bosque y saldré por la zona de las caballerizas reales. Si algo sale mal, no se te ocurra abrir la boca o te arrepentirás.

Lord Bedford sacó una bolsa de terciopelo llena de dinero y se la lanzó a Timón, que en cuanto la alcanzó le pasó las riendas de la yegua de Julianna a él.

—Adiós, hermana. Creo que no volveremos a vernos. —Se rio—. Por cierto, te estarás preguntando qué va a hacer contigo este caballero y, aunque me lo puedo imaginar, creo que dejaré que sea él el que te ilustre sobre ello. —Julianna pudo escuchar una risa ronca a su espalda tan maliciosa como la de su hermano—. En cuanto a la pequeña bastarda que tenéis acogida, también tengo planes para ella… No te preocupes, también tiene su valor y… Oh, se me olvidaba, ignoro quiénes sean sus padres o cuáles son sus orígenes. Te mentí y, como sigues siendo una pobre crédula, creíste mi embuste… Aunque, bueno, la abandonaron nada más nacer, no creo que sus raíces sean demasiado legítimas —dijo con tal desprecio que casi parecía escupir cada palabra.

Julianna quiso gritarle, quiso gritar que dejaran en paz a Amelia, que no se atreviesen a tocarla, pero estaba amordazada. Miró a su hermano con todo el desprecio que pudo, rezando para que Max y Cliff lo atrapasen nada más salir de allí y que les diese tiempo a localizarla. Tenía que hacer lo que fuere para mantenerse despierta y lograr encontrar algún modo de escapar.

Su hermano echó una última mirada sonriendo a lord Bedford y se marchó.

Lord Bedford tiró de la rienda de Julianna, conduciendo ambas monturas a una zona espesa donde parecía haber árboles más frondoso y altos. Se rio y miró a Julianna, que no quería perderse nada de lo que les rodeaba, buscando cualquier camino, cualquier modo de escapar.

—Ahora que estamos solos, preciosa, vas a ser buena o, de lo contrario, la amenaza de tu hermano no será nada en comparación con lo que yo te haré.

Julianna abrió muchos los ojos alarmada por la forma en que la miraba y por el tono de su voz que la hacía estremecerse.

—Oh, vamos, preciosa, nos divertiremos. No te hagas la tímida… Si eres la amante de Cliff, seguro que serás capaz de complacerme a mí, aunque, estoy seguro, yo podré enseñarte algunas cosas que él no podría…

Julianna quiso ponerse a llorar, pero tenía que mantener la calma, procurar no perder el control y, sobre todo, mantenerse alerta, aún tenía la pistola solo debía encontrar el momento oportuno para usarla, pensó.

—Ahora nos quedaremos en este sitio un rato. Daremos tiempo a tu hermano a salir… No queremos llamar la atención ¿verdad, preciosa? —En ese instante alzó la mano con intención de acariciar el rostro de Julianna, pero ella lo apartó bruscamente. Él la miró con furia—. No vas a poder rechazarme mucho más, de hecho, cuanto más te resistas, más disfrutaré demostrándote quién es el amo, porque soy tu amo, recuérdalo. He pagado por ti y ahora me perteneces. —Después de unos segundos continuó—. Voy a vengarme de ti y de los De Worken. La forma en que me echaron de su casa… ¡A mí! Y por si eso no fuera bastante humillante tuvieron la osadía de relatar lo sucedido a mi hermano mayor, el honorable marqués, el digno primogénito de la dinastía, el que lleva con orgullo ser el heredero. —Lo dijo con un desprecio y un claro tono de rencor que sin duda traslucía muchos años de envidias y resentimiento acumulados—. El muy altivo tuvo la desfachatez de hacerme llamar al orden y decirme que no era bienvenido en mi propia familia, que se desentendía de mí, alegando que esta vez me había pasado de la raya. —Soltó una carcajada escalofriante—. Malditos santurrones, ¡Malditos todos! Me han dado de lado como si fuera basura ¡Yo! Soy noble por cuna y tradición… me vengaré de todos ellos… —Miró con intensidad a Julianna—. Y voy a empezar por ti y por Cliff. Me voy a divertir mucho contigo y si te portas bien es posible que te deje vivir, aunque ¿quién sabe? Quizás cuando me aburra de ti prefieras estar muerta.

Se rio con tal furia que Julianna ya no pudo aguantarlo más. Pateó a ciegas en dirección al caballo de él consiguiendo alejarlo un poco, lo suficiente para que se le escurriesen las riendas por el movimiento y por la sorpresa. Quedaron sueltas unos segundos que estimó providenciales y también vitales. Julianna pensando que maniatada no le daría tiempo a alcanzarlas antes de que él la pudiera agarrar de nuevo, metió con esfuerzo las manos aún atadas en el interior de su chaqueta, alcanzó la pistola y le apuntó. Por unos segundos el pareció sorprendido, pero enseguida se recuperó y se rio manteniendo la vista en ella.

—¿No pensarás que te creo capaz de dispararme?

Julianna mantenía la pistola en alto pero le temblaban un poco las manos, además, le resultaba algo complicado asir bien la pistola con las muñecas atadas. Él hizo el ademán de agarrarla, pero ella, por reflejo, disparó. Durante unos segundos se quedó paralizada, hasta que comprendió que la bala solo le había dado en el muslo. Él miró su pierna y gritó de dolor.

—¡Zorra!

La miró de nuevo y sacó un cuchillo y se abalanzó a por ella. Julianna se agachó hacia delante alcanzando las riendas y, justo cuando consiguió sujetarlas bien, sintió una fuerte punzada en la parte posterior del hombro, giró un poco la cabeza y vio como Bedford alzaba de nuevo el brazo y lo dirigía hacia ella con el puñal ensangrentado en la mano. Azuzó a la yegua con las piernas y salió disparada, evitando que la alcanzase la segunda puñalada. Se puso a recorrer el sendero frente a ella de modo frenético. Entendía que el único modo de salvarse era alejarse de allí lo máximo posible, y galopó a ciegas. No sabía dónde estaba y solo veía un sendero con altos árboles a ambos lados. No se atrevió a girarse para mirar hacia atrás, pues con las manos atadas le resultaba complicado manejar las riendas y mantenerse en la silla y no estaba dispuesta a caerse, pues ello significaría que estaría perdida. Oía los cascos de un caballo detrás de ella y la voz de ese hombre sin llegar a comprender lo que decía. Tomó un recodo y vio una especie de saliente entre los matorrales. Si llegaba hasta él sin que ese hombre la viese tomarlo, quizás podría esconderse, no hacer ruido y dejar que su perseguidor pasase de largo antes de darse cuenta. Respiró hondo, azuzó la yegua y rezó para llegar a tiempo y que no la viese girar. Se metió en el recodo y paró en seco la yegua. Acarició el cuello de la yegua para evitar que hiciese ruido. Oía los cascos cada vez más cerca, más cerca. Su corazón parecía salírsele de pecho y su respiración era demasiado brusca, por el dolor y la mordaza. Esperó unos segundos en silencio. Vio el caballo de lord Bedford pasar frente a ella por el sendero, esperó y esperó rezando para que no se diese la vuelta. Los cascos del caballo se oían ya muy lejos así que decidió salir y tomar el sendero en dirección contraria, le empezaba a doler mucho el hombro y el brazo, miró y tenía toda la manga cubierta de sangre y, ahora que la notaba un poco más, fue consciente de que la herida debía ser profunda. Tenía que ponerse a salvo primero, tenía que alejarse de lord Bedford antes de preocuparse por su hombro. Maniatada y herida no podría defenderse de él en caso de encontrarla. Comenzó de nuevo a galopar, empezaba a notar que la oscuridad se cernía sobre ella, estaba segura de que iba a perder el conocimiento en cuestión de minutos. Tenía que encontrar algún sitio en el que esconderse. Miraba en todas las direcciones buscando algo que le resultase conocido. Después unos pocos minutos vio el comienzo del camino que hiciera en una ocasión con Cliff. «¡Sí!», pensó, «si sigo por allí llegaré hasta el lugar donde se escondía con su hermano… Pero hay una parte que tengo que hacerla a pie… ¿Qué hago? ¿Qué hago? Dejaré la yegua suelta, la azuzaré cuando me baje y que se aleje, quizás así no logre dar conmigo».

Y así lo hizo. Al descender del caballo le flaquearon las piernas, estaba un poco mareada y le costaba centrar la vista. Estaba empezando a perder mucha sangre, debía ponerse a salvo y vendarse la herida. Azuzó a la yegua, golpeando con fuerza su trasera y esta salió trotando de allí. Julianna enfiló el camino apoyándose en lo que podía. Cuando llegó, se sentía desfallecer. Se sentó sobre una de las rocas. Le dolía demasiado pero procuró no hacer ruido. Manaba mucha sangre. Miró a su alrededor se levantó y se dirigió a un lugar donde poder sentarse en el suelo apoyando la espalda, para presionar así la herida e impedir que sangrara. Se quedó mirando la entrada del lugar. Se acurrucó aferrando las rodillas contra su pecho, respiraba con dificultad y comenzaba a tener mucho frío. La pistola se le cayó cuando agarró las riendas, por lo que pensó que ahora no tendría con qué defenderse. Empezaron a correr algunas lágrimas por sus mejillas. Se cernían cada vez más la oscuridad y el silencio. «Cliff… Cliff… por favor, encuéntrame», los párpados le pesaban demasiado y la cabeza le daba vueltas.

Empezó a escuchar a lo lejos gritos de hombre, agudizó el oído al tiempo que contenía la respiración.

—¡Voy a encontrarte, maldita, y me desquitaré contigo! ¡Pagarás por lo que me has hecho!

Escuchaba la voz de lord Bedford a lo lejos pero parecía escucharse con algo de eco y aun así empezó a temblar.

—¡Sal de donde estés! ¡Demonios! Si no sales me iré directo a por tu bastardita, estoy seguro de que es muy modosa y que a ella no necesitaré domarla. Voy a divertirme mucho con ella…

Julianna abrió los ojos y por inercia se puso de pie.

«Amelia… No, Amelia, no».

Ni siquiera hubo dado un paso cuando todo empezó a darle vueltas, sentía que los oídos le pitaban y, segundos después, había perdido el conocimiento cayendo sobre el duro suelo.

 

 

Mientras todo esto ocurría, al otro lado del parque…

—¿Por qué va hacia los árboles? —preguntó Max, que observaba desde cierta distancia a Julianna—. Mira, hay un jinete allí. Debe ser McBeth.

Después de unos segundos vieron como Polly se alejaba un poco y como Julianna se perdía de su vista directa

—Esto no me gusta. Vamos hacia allí —dijo Cliff con tono de alarma.

—Espera. Creo que Polly sí puede verla bien, si ocurriese algo seguro que nos haría una señal —dijo Max mirando en dirección a donde se encontraba el mozo.

—¿Está ya aquí?

La voz grave que escucharon a su espalda hizo que tanto Max como Cliff se sobresaltaran girándose hacia la misma.

—¡Padre! ¡Ethan! ¿Qué hacéis aquí?

—No creerías que no vendríamos a ayudaros. Bueno, ¿ha llegado ya McBeth o todavía lo estáis esperando? —preguntó Ethan mirando a lo lejos a la zona del parque donde estaba Polly.

—Está detrás de aquellos árboles, Julianna está con él, pero no podemos verla. Creo que deberíamos acercarnos —dijo Cliff con evidente preocupación.

—Polly está cerca de ella, nos avisará si ocurriese algo —insistió Max.

—Démosle algo de tiempo. Si se demoran mucho nos acercamos —señaló el conde.

Esperaron unos minutos y, cuando Cliff parecía que ya estaba perdiendo la paciencia del todo e iba a salir a galope tendido hasta donde estaba Julianna, vieron que un caballo blanco y una mujer con la capa roja salían de entre los árboles y se dirigían hacia una de las salidas del parque. Enseguida Polly se encaminó hacia ella y la siguió.

—Mira —dijo Max—. Julianna ya se va. Parece que después de todo ha salido bien. Esperemos un poco a ver si sale McBeth y lo seguimos. Hay que averiguar donde se aloja y una vez allí lo abordamos.

Cliff, que parecía haber recuperado un poco la compostura, aunque mantenía la mirada fija en la dirección tomada aparentemente por Julianna, aceptó de mala gana.

—Está bien. Le seguiremos a ver dónde nos lleva.

Los cuatro salieron del parque siguiendo a Timón a una prudente distancia. Callejeó durante un buen rato adentrándose en una de las zonas menos elegantes de Londres, tampoco podría ser calificada como suburbio, pero desde luego se hallaba bastante lejos de la zona más elegante. Lo vieron entrar en una casa adosada con la puerta pintada de verde.

—Bueno, al menos ahora sabemos por qué no conseguían los detectives localizarlo, se encontraba en una casa particular. Entremos a por él y veamos qué resulta.

Max señaló la puerta de la casa dónde lo habían visto entrar y Cliff asintió.

—Muy bien, dejemos los caballos aquí.

Con determinación, Ethan, Cliff y Max, con el conde tras ellos, seguidos de dos de los oficiales de la tripulación de Cliff, tres marineros y uno de los lacayos del conde, llamaron a la puerta. Tras unos minutos apareció una mujer de pelo negro, maquillada en exceso y con la mirada algo vidriosa, lo que de inmediato todos atribuyeron a un exceso de alcohol.

—¿Qué desean? —preguntó con la mirada torva.

—Deseamos ver al señor Timón McBeth.

Cliff habló con voz firme y un tono que implicaba más una orden que una petición.

—¿Quiénes son ustedes y qué hacen en mi casa? —insistió ella con un tono despectivo.

—Ya se lo he dicho. Señora, venimos a ver al señor McBeth. Avísele y déjenos pasar.

—Aquí no vive ese señor y, ahora, ¡váyanse! —espetó ella intentando cerrar la puerta, pero la mano de Cliff le impidió cerrarla

—Señora, sabemos que está aquí, o nos deja entrar, o lo haremos a la fuerza mientras uno de nuestros hombres va a avisar a las autoridades.

La mirada de la señora se volvió oscura y tras unos instantes de duda al final pareció ceder y se echó hacia atrás, de modo que la puerta acabó abriéndose del todo. Entraron todos y siguieron a la señora que parecía algo cohibida en ese momento pero también furiosa.

—Les… les he dicho que aquí no está el hombre al que buscan.

Los miraba furibunda insistiendo cuando ya estaban dentro de una sala que parecía un salita de estar algo destartalada y mal ventilada.

—Señora, deje de mentir. Sabemos que está aquí. O le avisa que venga, o echaremos la casa abajo buscándolo.

Esta vez fue Max quien, con un tono que denotaba haber perdido también la paciencia, insistió.

Antes de que contestase Timón McBeth apareció con una botella en la mano, sin chaqueta y la camisa a medio desabrochar. Al ver a los caballeros de la sala se quedó petrificado unos segundos dirigiendo de inmediato una mirada a la señora que parecía algo consternada. Enseguida volvió a mirar con detenimiento a los caballeros y, con una sonrisa fría y calculada, señaló:

—¡Qué sorpresa! ¿A qué debemos la visita de su señoría? —Miró con desprecio, al conde que permaneció en silencio, lanzándole una mirada fría por la repugnancia que le producía el personaje que tenía frente a él. Timón cambió la dirección de su mirada a Cliff y le preguntó—: No vendrá a pedir la mano de mi hermana, ¿verdad, milord? Los caballeros no se casan con sus amantes.

Se rio escandalosamente, pero Cliff se lanzó a por él y antes de que pudiera reaccionar le propinó un fuerte puñetazo en la mandíbula que lo tiró al suelo.

—¡Maldito! Esto me lo va a pagar —dijo Timón mientras se apoyaba en uno de los codos.

—No lo creo —respondió hosco Cliff mirándole con frialdad—. Usted se viene con nosotros y va a embarcar en el primer barco para ser deportado junto con otros de su ralea y, como vuelva a pisar suelo inglés o irlandés, haremos que le encierren y tiren la llave, si es que antes alguno de nosotros no le pega un tiro. —Se acercó a él con tono amenazador y, entrecerrando los ojos, señaló—: Y como vuelva a acercarse a Julianna, a Amelia o a su tía no solo le mataré con mis propias manos, sino que lo voy a despellejar vivo.

Timón soltó una escalofriante carcajada. Cliff se giró, pero enseguida se quedó helado con la vista fija en un punto de la habitación. Ethan, que conocía la expresión de su hermano, se acercó a él.

—¿Qué sucede?

Cliff dio varias bruscas zancadas en dirección a una mecedora que había en el fondo de la sala y agarró una capa, se volvió con brusquedad hacia Timón, lo agarró del cuello y le gritó:

—¿Dónde está, bastardo? ¿Dónde está?

Timón sonrió pero no dijo nada así que se giró en dirección a la mujer y le dijo con rudeza:

—Me va a decir ahora mismo donde está la dueña de esta capa, o la acusaremos de extorsión, secuestro y agresión. Con suerte puede que solo la deporten a un territorio en el que quizás pueda al menos llegar con vida. ¿Dónde está? —El tono agresivo y amenazador de sus palabras fueron subiendo cada vez más.

La mujer, que parecía haber recobrado algo de la altanería del inicio, le espetó:

—Esa capa es mía. ¡Devuélvamela!

Cliff se acercó a ella con un gesto amenazante mientras Max golpeaba a Timón y lo agarraba después de los brazos para inmovilizarlo.

—Esta capa es de Julianna. O me dice ahora donde está, señora, o le juro que la estrangulo aquí mismo.

La mujer comprendió de inmediato, por la mirada de Cliff, que no hablaba en balde, de modo que con algo de temblor en su voz contestó:

—Solo hice lo que me ordenó. Yo solo me marché con ella puesta, tenía que despistar al mozo y regresar. Ella se quedó con Timón y el otro caballero.

La mirada de Cliff de terror era evidente, de nuevo se dirigió a Timón que mantenía la sonrisa en la boca, lo agarró del cuello y le gritó:

—¿Dónde está, bastardo? Juro que te mataré como no me contestes.

Enseguida Ethan lo agarró por detrás ya que estaba a punto de estrangularlo. Timón, por unos segundos, no dijo nada, aunque respiraba con dificultad, pero instantes después y tras unas toses bruscas, contestó:

—No sé dónde está. —Sonrió y añadió—. Y no me importa, por mí que se pudra.

Cliff iba a volver a golpearlo, pero Ethan le detuvo y dirigiéndose a Timón señaló:

—Será mejor que nos conteste o dejaremos que lo mate después de destriparlo vivo.

Fue entonces cuando Timón tomó realmente conciencia de lo cerca que estaba de morir a manos de Cliff, al que sujetaban con esfuerzo.

No sé dónde está. Se la entregué a ese lord que me pagó una buena suma.

—¿Qué lord? ¿Cómo se llama? —insistió Cliff con cada vez más pánico en la voz.

—No sé su nombre. Es un lord, hijo de un marqués o un conde, nunca presté atención, solo decía que quería vengarse de los De Worken, por haberle arruinado la vida, y de su amante, por provocarlo…

Los ojos de Cliff se abrieron de par en par. Miró a Ethan y, a la vez, dijeron:

—¡Liam Bedford!

Dirigiéndose a la puerta Cliff, con la capa de Julianna en la mano espetó:

—Esta vez lo mataré, si le ha rozado un solo cabello a Julianna, lo despedazaré.

Su hermano lo agarró por el brazo, obligándolo a mirar al resto de los caballeros.

—Espera, Cliff. Espera un momento, no actúes sin pensar.

Ethan miró a su padre buscando ayuda y sentido común y este señaló:

—Señores —dijo, dirigiéndose a los dos oficiales y al lacayo—. Amordacen ese hombre y enciérrenlo hasta que decidamos si se lo entregamos al magistrado de la Corte o lo llevamos a Dover para que sea deportado de inmediato, y a la señora… —En ese momento cayó en la cuenta de que desconocía quién era—. Llévensela también, y si se resiste o intenta escapar no duden en esposarla.

Mientras obedecían Max señaló:

—Debemos volver al parque y preguntar a los hombres si alguno los vio salir. Y después decidiremos, si ese canalla consiguió eludir a los guardias habrá que buscar dónde vive aunque dudo que la haya llevado a su casa…

Se acercó a Cliff, que miraba furioso y desesperado. Ethan lo instó a salir y señaló:

—La encontraremos, hermano, la encontraremos.

—¡Maldita sea! Le prometí protegerla, le dije que cuidaría de ella… Voy a matarlo, juro por Dios que lo mataré —dijo Cliff.

Todos se montaron en sus caballos y aprisa se dirigieron al parque y, justo antes de entrar, se les acercó corriendo Polly

—¡Señor! Me engañó, me engañó —decía mortificado—. Creí que era la señorita, pero cuando me acerqué a ella vi que era otra mujer y se me escapó. Lo siento, señor.

Cliff suspiró.

—Está bien, Polly. Nos engañó a todos. Ahora hay que encontrar a la señorita Julianna, está en peligro. —Notó un brusco golpe en el corazón por la idea de que Julianna estaba sola—. Un hombre la tiene secuestrada y corre grave peligro…

De nuevo sentía esa fuerte opresión en el pecho que le impedía respirar. Antes de terminar de hablar se le acercó uno de sus hombres seguido por lord Jonas y uno de los caballeros de la Academia

—Señor —dijo el marinero—. Hemos oído un disparo hace como casi una hora en esa zona de la arboleda —señaló una zona cercana a donde se reunieron Julianna y su hermano.

—¿Alguno ha visto salir a la señorita del parque o a una mujer que se le pareciere acompañada de algún caballero?

Esta vez fue Jonas el que respondió:

—Todos los hombres están apostados en las salidas y, tras abandonar ustedes el parque, no ha salido ni entrado nadie. Hemos impedido la entrada alegando que estamos haciendo maniobras y nadie ha podido salir, al menos no por las salidas normales.

—Entonces es probable que aún estén en el parque. Desperdigad a los hombres, hay que encontrarla. Pero mantened vigiladas las salidas por si acaso —ordenó Cliff a su hombre—. Jonas, dile a todos los compañeros que puedas localizar que nos ayuden y adviérteles que el hombre que acompaña a Julianna es peligroso, que probablemente vaya armado y que ha secuestrado a una señorita.

Jonas asintió y giró su caballo en dirección al parque acompañado del otro caballero. Max se adelantó un poco.

—Será mejor que nos separemos.

Ethan lanzó una mirada a su padre y este comprendió.

—Yo iré con Cliff. Padre debería ir a la mansión Brindfet y avisad de lo que ha ocurrido.

El conde asintió antes de girar su montura.

—Avisaré también a los investigadores de Bow Street para que de inmediato cursen orden de búsqueda de lord Bedford por secuestro, y que nos manden todos los hombres que puedan.

Instantes después comenzaron a peinar el parque. Cliff iba de un lado a otro desesperado. Pasaron varias horas y no conseguían dar con ellos y él solo rezaba porque no hubiese conseguido sacarla de allí, porque la sola idea de imaginársela en manos de ese hombre en algún lugar privado le hervía la sangre.

Cuando empezaba a descender el sol, Max se acercó a galope limpio donde estaban Cliff e Ethan y, al llegar hasta ellos, casi gritando, dijo:

—Han encontrado la yegua de Julianna. Cerca del páramo del norte.

Todos viraron los caballos y se dirigieron corriendo hasta allí. Al llegar vieron a dos de los hombres sujetando el caballo y a lord Jonas a su lado junto con otro de los caballeros, ambos con el uniforme de la Academia. La cara de Jonas era de evidente estupor, de modo que casi le costaba respirar al decir a Cliff:

—Estaba suelta, sin pista alguna de la señorita Julianna, pero…

—¿Pero qué? —preguntó ceñudo Cliff

Jonas hizo girar la yegua y dejó visible el cuello del caballo donde había un rastro bastante grande de sangre. Cliff palideció por un momento. Miró a Max y a Ethan y fue este el que señaló:

—No saquemos conclusiones precipitadas, quizás no sea de ella. Iba armada, a lo mejor consiguió herir a Bedford. La encontraremos.

—Está anocheciendo y si está herida…

Cliff sintió una punzada de dolor atravesándole el pecho y el suelo tambalearse.

—Esperad, pensemos un momento —dijo Max—. Supongamos que logró zafarse de él, lo más probable es que se escondiese… A ver… ¿Qué lugares conoce Julianna del parque?, quizás si…

Antes de terminar la frase Cliff lo interrumpió con brusquedad.

—Sé dónde está. Si se ha escondido, creo que sé dónde está.

Viró su caballo y se puso enseguida a galope sin esperar respuesta o reacción alguna de nadie. El resto se miró durante unos segundos y enseguida lo siguieron. Al cabo de unos minutos paró el caballo al final de un sendero, descendió de él y casi sin aliento se puso a correr hacia un estrecho camino.

Los demás lo imitaron y Max preguntó:

—¿Dónde estamos?

Ethan lo miró de soslayo mientras seguían a Cliff.

—Creo que sé dónde se dirige. Es un sitio que Cliff y yo encontramos hace unos años y al que veníamos para escaparnos de todo.

Llegaron a una especie de pequeña rotonda rodeada de arbustos, árboles, rocas y flores, ya había poca luz. Cliff empezó a mirar en derredor.

—¡Julianna! ¡Julianna! —gritó desesperado—. ¡Julianna, si estás aquí, responde! Estás a salvo, estamos aquí.

No escuchaba más que la respiración a su espalda de Max y de Ethan y al cabo de unos segundos Max señaló hacia una especie de esquina.

—¿Qué es eso?

Todos miraron en la dirección que señalaba, Cliff fijó la vista y se acercó y enseguida vio el cuerpo de Julianna en el suelo. Corrió hasta ella y la alzó un poco.

—¡Julianna! ¡Julianna! —Miró a Max—. Está helada. —Le desató las manos y le quitó la mordaza mientras Max se quitaba la chaqueta y, cuando Cliff, manteniéndola abrazada, la alzó un poco más, se dio cuenta de la sangre de su brazo y su espalda —¡Está herida! Santo cielo, ¡está herida! —De inmediato la cogió en brazos—. Hay que sacarla de aquí. —Comenzó a caminar con ella en brazos y apoyando su cabeza en su hombro—. Julianna, ya pasó, ya pasó, estás a salvo, te pondrás bien, cariño, te pondrás bien. —Le hablaba en un tono dulce, tranquilo.

—Cliff —susurró ella.

—¿Julianna? Cariño, estoy aquí, estoy aquí. Te llevo a casa.

Ella abrió un poco los ojos, pero temblaba y tenía el rostro pálido.

—Bedford… —susurró.

—Lo sé, cariño, lo sé. No se acercará a ti. Te juro que lo mataré. Estás a salvo. Julianna mírame, mírame, no te duermas, cariño, no te duermas, aguanta un poco más.

Casi habían llegado a los caballos.

—Jonas —dijo Max—. Adelántate y da aviso al médico de la Academia. Le llevaremos a Julianna de inmediato. Corre, dile que prepare lo necesario para atenderla, tiene una herida y sangra bastante.

Jonas asintió, montó y salió a galope.

—¿A la Academia? —preguntó Ethan mientras acercaba los caballos.

—Está más cerca y Julianna necesita atención inmediata. Además, si no recuerdo mal, el médico general de la Academia de Caballería es lord Wellis, uno de los mejores cirujanos de Londres —contestó Max.

—Cliff… —susurró Julianna.

—Cariño, aguanta solo un poco más, solo un poco, cuidaré de ti —insistió Cliff.

—Amelia… Amelia… va a ir por Amelia —susurró jadeante.

Los tres se pararon de inmediato petrificados. La cara de Max cambió por entero.

—Julianna… —dijo suave Cliff—. ¿Quién va a por Amelia?

—Bed-Bedford… Está loco… le… le disparé… Lo herí en la pierna para escapar, pero me clavó un puñal… Quiere a Amelia, porque escapé. No dejes que la coja, no puedo… —Se desmayó.

Cliff miró a Max.

—Tenéis que ir corriendo a la mansión Brindfet. Todos los lacayos, criados y mozos estaban aquí ayudando a buscar a Julianna. Yo la llevaré a la Academia.

Max se montó deprisa en su caballo y Ethan lo siguió hacia su propia montura.

—Lo mataré. No dejaré que escape, lo voy a matar —decía Max furioso.

—Tenemos que correr.

Ethan ya se aupaba a su caballo tras Max y ambos enseguida se marcharon a galope.

Cliff ordenó al joven de la escuela, que aún permanecía allí, que sujetase a Julianna mientras él montaba y, tras colocarla en el caballo con él, ambos se dirigieron a la escuela. Cliff no podía correr con Julianna por miedo a hacerle más daño, sin embargo, la idea de Max de que la atendieran en la escuela era acertada por la proximidad, y también porque enseguida fue atendida por el cirujano y varios ayudantes.

—Ha perdido mucha sangre —decía el cirujano al salir un buen rato después—. Hemos cortado la hemorragia y cosido la herida, si conseguimos que no tenga infecciones es probable que sane bien, es joven y fuerte, pero tiene demasiada fiebre y ha permanecido demasiado tiempo a la intemperie. Procuraremos mantenerla caliente, le daremos muchos líquidos, pero convendría trasladarla a casa si allí tiene asistencia permanentemente. Además, esta es una escuela de caballería y, por lo tanto, no es el sitio idóneo para una damita.

—Estará atendida todo el tiempo y la cuidaremos siguiendo las instrucciones que nos dé. No la dejaremos sola en ningún momento y la mantendremos caliente y quieta —contestó rápidamente, consciente de que en casa, en manos de su tía y rodeada de todas las personas que la querían, podría curarse antes.

—En ese caso —insistió el médico—, creo que lo mejor es que la atiendan en casa, que la mantengan siempre caliente y bebiendo mucho líquido, le daré unas hierbas para limpiar la herida y evitar infecciones y otras para bajar la fiebre. No se preocupe, la visitaré dos veces al día para asegurarme de que no corre peligro. Prepararé su traslado. —Se encaminó a la puerta y se paró—. Ha tenido mucha suerte, la herida es profunda, un poco más a la derecha y le habría llegado al corazón. —Cliff sintió un escalofrío de pavor recorriendo todo su cuerpo—. Dentro de unos momentos dejaré que pase a verla unos minutos. Pero no la despierte, necesita descansar. La herida le va doler pero si no se mueve mucho sanará rápidamente.

Cliff sintió que por fin llegaba aire a sus pulmones, pero aún estaba demasiado preocupado.

 

 

Al llegar a la mansión Max e Ethan se dirigieron casi al asalto a la puerta, Furnish les abrió antes de llegar a ella.

—¿Dónde están todos? —preguntó Max claramente sobresaltado.

—La señora, el almirante y su señoría se encuentran en el salón de invierno, las señoritas subieron hace un buen rato. La señorita Amelia estaba muy asustada, así que lady Eugene la acompañó a su dormitorio y ambas están arriba.

—Furnish, escúcheme bien. Cierre todas las puertas, asegúrese de que nadie puede entrar y salir. ¿Cuántos hombres hay en la casa ahora?

—Milord, casi todos están en el parque. Solo quedamos dos mozos, los dos lacayos del turno de noche y el palafrenero jefe.

—Ármelos de inmediato y dígales que un hombre puede intentar entrar y llevarse a una de las señoritas.

Los ojos de Furnish se abrieron alarmados.

—Lo haré de inmediato. Milord, ¿dónde está la señorita Julianna?¿Está bien?

Max comprendió que todos en aquella casa apreciaban a Julianna y que no era justo mantenerlos en la ignorancia

—La hemos encontrado, Furnish, está herida pero el comandante la ha llevado para que la atiendan, de momento no puedo decirle más, excepto que esperamos que no sea demasiado grave.

—Eso esperamos todo. Rezaremos porque así sea. Si me disculpan, voy a hacer lo que me han pedido. —Se inclinó y se internó en la casa.

—Vamos —dijo Max dirigiéndose al salón de invierno.

En cuanto entraron. Los dos caballeros se pusieron de pie y los ojos de tía Blanche parecían demandar que le informase porque no aguantaba más.

—La hemos encontrado. Bedford la ha herido con un puñal.

La tía Blanche ahogó un grito y lo miró alarmada.

—Cliff la ha llevado directamente a la Academia para que sea atendida rápido.

—Pero… pero ¿es grave? —preguntó asustada tía Blanche

—No lo sabemos aún, pero despertó unos minutos, eso es buena señal —respondió Max.

—Mi niña… —dijo en voz baja tía Blanche.

—Canalla, miserable… ¿Qué sabemos de ese cobarde? —preguntó el almirante.

—Ese es el motivo por el que corrimos hacia aquí —intervino Ethan—. Tras herirla, Julianna logró escapar y se escondió, a buen seguro eso le salvó la vida, pero el muy cobarde amenazó con venir a por Amelia. Julianna dice que está loco y no dudo que sea así si no, no se habría atrevido a semejante barbaridad.

—Creo que debemos inspeccionar la casa y asegurarnos que las niñas están bien. Hasta que regresen todos los lacayos será mejor que nosotros montemos guardia —continuó Max.

—¿Creéis que vendrá aquí? —preguntó alarmada de nuevo tía Blanche—. No se atrevería…

—Será mejor asegurarnos primero de que no puede hacerlo —insistió Max—. He pedido a Furnish que arme a los hombres que hay aquí y creo padre que el conde y tú deberíais también coger un arma por si acaso —dijo firmemente Max—. Julianna tuvo que dispararle para escapar, dice que le hirió de modo que…

En ese instante se escuchó un grito en la planta de arriba. Antes incluso de que se movieran se escuchó otro grito y un golpe seco en el suelo. Max y Ethan echaron a correr escaleras arriba. Al cruzarse en el vestíbulo con Furnish cuando este se dirigía al salón, Max preguntó sin detenerse:

—¿Cuál es la habitación de Amelia?

—La tercera puerta a la derecha —respondió rápido, y con el arma que llevaba en la mano siguió a los dos caballeros.

—No, no, ¡déjela!¡Suéltela!

La voz de Eugene se escuchaba claramente. Al llegar a la puerta tanto Ethan como Max entraron como tromba en la habitación. Eugene estaba en el suelo con la cara enrojecida, por lo que sin duda habría sido un bofetón, y junto al balcón estaba Liam Bedford sosteniendo un cuchillo sobre el cuello de Amelia, a quien apretaba contra sí. Aunque era evidente el pavor en los ojos de Amelia, esta no gritaba ni lloraba, parecía intentar mantener la calma. Los ojos de Bedford estaban enrojecidos y tenía mal aspecto.

—Entró por el balcón —dijo titubeante Eugene.

—No saldrás de aquí con ella —espetó amenazador Max, que lo miraba con una frialdad que a Amelia le heló la sangre por unos instantes—. Suéltala ahora mismo. —Puso especial entonación en esto último.

—¿O qué? —respondió Bedford—. ¿No me dejareis salir de aquí con vida si no os obedezco?

Se rio bruscamente, provocando que moviese la mano en la que sujetaba el cuchillo y haciéndole un corte a Amelia en el cuello. Ella gimió pero procuró no moverse.

Los ojos de Max se encendieron.

—No —dijo, mirándolo fijamente—. No vas a salir de aquí con vida… Pero si no la sueltas inmediatamente voy a provocarte tales sufrimientos que me rogarás que te mate…

Por un segundo vio la indecisión en los ojos de Bedford, que los tenía fijos en él. De repente, sonó un disparó y los ojos de Bedford se abrieron de par en par. Aflojó el agarre de Amelia y esta se escurrió, corriendo en dirección a Max y, aunque Bedford intentó agarrarla de nuevo, no la alcanzó. Además, al moverse, perdió el equilibrio y empezó a manar sangre de su brazo.

En cuanto Max tuvo a su alcance a Amelia, la cogió y la mantuvo entre sus brazos, aunque apuntó con la pistola a Bedford, que empezaba a tambalearse. Ethan miró a Max y preguntó desconcertado:

—¿Disparaste?

—No. ¿No has sido tú?

Ethan negó con la cabeza. De inmediato giraron la cabeza y vieron a Eugene con una pistola en la mano mientras con la otra parecía buscar el secreter que estaba a su espalda para sujetarse. Ethan se acercó a ella para sostenerla y le quitó el arma de las manos. Max, al ver adelantarse un poco a Furnish, al que le seguían dos lacayos, señaló tras tomar aire:

—Furnish, quítele el cuchillo y átelo bien. Llévelo abajo e informe a mi padre y al conde que enseguida bajamos nosotros —ordenó.

Amelia tenía el rostro escondido en el hombro de Max, mientras que este miraba a su hermana.

—Tenía que detenerle, tenía que detenerle —decía con la voz temblorosa.

—Y has hecho bien.

Max le sonrió intentando que se le pasase el aturdimiento y la impresión de haber herido a un hombre.

—Creo que deberíamos llevarlas abajo y darles un poco de brandy para que recuperen el color antes de que se desmayen —señalaba en tono paternalista Ethan guiando a Eugene hacia la puerta.

Max asintió y mientras Ethan acompañaba a Eugene él pasaba la mano por debajo de la barbilla de Amelia, instándola a subir el rostro y a mirarlo.

Amelia ¿estás bien? —preguntó con ternura.

—Sí… —respondió, aún temblándole el cuerpo—. Dijo que Julianna está muerta ¡No es verdad! ¡No es verdad!

Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas mientras cerraba con fuerza los ojos.

—Pequeña, mírame. Por favor, Amelia, mírame. —Amelia abrió los ojos—. No es verdad. Julianna no está muerta. Tiene una herida, pero estoy muy seguro de que se pondrá bien.

Amelia se quedó mirándolo sin decir nada, asustada, con el rostro cubierto de lágrimas.

—Déjame ver que te ha hecho en el cuello. —La instó a arquear el cuello para ver la herida.

—No… no es nada… —dijo temblorosa.

Max miró el corte y lo inspeccionaba mientras hablaba con voz suave y calma.

—No es grave, seguro que no te deja marca, pero hay que curártelo bien.

Mientras intentaba calmar a Amelia él sentía una furia salvaje corriéndole por las venas y unas ganas inimaginables de sacarle las entrañas a ese cobarde. Las imágenes de Julianna herida, de Eugene en el suelo y de Amelia con un cuchillo en su cuello eran demasiado. Si no tuviese a Amelia en sus brazos mataría en ese instante a ese canalla. Comprendía la furia de Cliff y el deseo de matar a Timón y a Bedford que le había nublado la mente en las horas anteriores.

Al igual que acababa de hacer Ethan con Eugene, Max acompañó a Amelia al salón donde se encontraban los demás. Al llegar la sentó junto a su tía y dejó que su padre le pasara una copa de brandy, ordenándole amorosamente que se la bebiera.

—Furnish, por favor, dígale a la señora Malcolm que prepare una cataplasma para el rostro de lady Eugene y unas vendas, unos trapos limpios, agua, algo para limpiar la herida de Amelia.

Enseguida obedeció, desapareciendo por la puerta. El conde, que permanecía de pie cerca del fuego, dijo mirando a Bedford:

—Creo que me llevaré a este cobarde a la casa de su hermano y que él se encargue de meterlo en el primer barco al exilio que haya y, si quiere, que le cure él las heridas, por mi parte no me siento muy inclinado a ayudar a sanar a este canalla, por mí como si se desangra por el camino…

Miraba con evidente desprecio en dirección al fondo de la habitación contigua, donde Bedford permanecía atado de pies y manos mientras era vigilado por dos lacayos armados y un palafrenero con aspecto de estar en extremo furioso con semejante individuo. Ethan se levantó, ya que permanecía sentado junto a Eugene.

—Le acompañaré, padre, el marqués de Bress es un viejo amigo y creo que se sentirá especialmente avergonzado por la conducta y el deshonor que su hermano ha causado a la familia.

El conde asintió, dejando encima de la mesa, junto a almirante, la pistola con la que se había armado apresuradamente.

—Llevaos los lacayos y el palafrenero para que no os dé problemas. Ha demostrado que no está en sus cabales y un hombre sin juicio siempre es un hombre peligroso —decía el almirante con gesto decidido

El conde asintió.

—Muy bien. En ese caso, será mejor que nos marchemos ya para ahorrarles a las damas la presencia de este individuo.

Tía Blanche se acercó a ellos y dijo:

—No sé cómo agradecerles su ayuda. Estaremos en deuda con ustedes.

—Ni mucho menos —dijo el conde—. Aunque les agradeceríamos que, en cuanto tenga noticias de Julianna, nos las comuniquen de inmediato. No estaremos tranquilos hasta saber que se encuentra en casa, sana y salva —dijo inclinando elegantemente la cabeza para despedirse, lo que también hizo Ethan.

—Permitid que sea yo quien os acompañe a la puerta —insistió el almirante.

Tras marcharse, y cuando Amelia y Eugene fueron atendidas amorosamente por la señora Malcolm y la tía Blanche, esta tomó de nuevo el control de la situación.

—Creo, niñas, que deberíais acostaros. Ha sido un día largo y agotador.

—Preferiría esperar hasta saber cómo está Julianna, tía —dijo suavemente Amelia, con el rostro aún enrojecido de llorar.

—Lo sé, cariño, pero es muy tarde y…

Sonó la campanilla de la puerta principal, interrumpiendo cualquier cosa que pudiera querer decir. Se quedaron todos en silencio y unos minutos después entró Furnish con una sonrisa de oreja a oreja y un alivio evidente en su rostro.

—Señora, excelencia. —Miró a la tía y al almirante fijamente—. El comandante de Worken ha mandado a uno de sus hombres para informar que la señorita Julianna está fuera de peligro. Ha sido atendida por lord Wellis, médico general de la Academia. Mañana por la mañana, cuando haya descansado un poco y le revisen la herida, la traerán a casa para que podamos cuidar de ella. El comandante también quiere que sepa que se quedará en la Academia para asegurarse de que la señorita está bien atendida y que su traslado sea lo menos molesto posible. Le he pedido al hombre del comandante que le informe que lord Bedford ha sido atrapado y que en la mansión todos se encuentran bien. Espero que no lo considere un atrevimiento, señora.

—No, claro que no, Furnish. Ha hecho usted bien —contestó tía Blanche que parecía recobrar un poco de color en el rostro

El suspiro general de la sala fue abrumador, como si de repente a todos les hubiesen arrancado la tensión y el miedo que los atenazaban. Unos segundos después tía Blanche añadió:

—Furnish, por favor, puede encargarse de que preparen una suite del ala este para milord, junto a la de su padre, y que manden recado a su valet para que acuda de inmediato. Y, por favor, diga en la cocina que preparen algo ligero de comer, estoy segura de que ninguno de los presentes ha probado bocado en todo el día.

Furnish se inclinó y de nuevo salió de la sala.

Dirigiendo su mirada al almirante y a Max añadió:

—Es muy tarde. Todos estamos agotados y estoy segura de que querrán estar aquí cuando llegue Julianna. —Ambos sonrieron e hicieron un gesto de asentimiento con la cabeza.—. Y ahora, señoritas —miró a las dos jóvenes—, ¿creéis que podríais descansar por fin?

Aunque no contestaron de inmediato y por su gesto de contrariedad sin duda querían protestar, finalmente la cara de su tía les obligó a asentir y a marcharse a sus dormitorios. Max miró a Amelia con detenimiento mientras salía de la sala, como si supiese que algo había pasado, pero enseguida desechó la idea, diciéndose a sí mismo que solo era la preocupación y la tensión acumulada en los últimos días. Ella no era más que una niña, una niña bonita y dulce, pero una niña.

 

 

Eran casi las tres de la mañana y Cliff permanecía en la sala contigua a la habitación donde habían llevado a Julianna tras las curas. La había visto apenas cinco minutos, estaba tan pálida, tan fría, tan indefensa que casi se puso de pie para sentarse al lado de su cama, para extender los brazos y abrazarla sin importar que permaneciera en la habitación la enfermera.

Llevaba desde entonces torturándose a sí mismo, como si se castigara por poner en peligro a Julianna. Había estado tan cerca de perderla de nuevo. Cuando el médico le había dicho que unos centímetros más, y el cuchillo le hubiese llegado al corazón, el suelo tembló bajo sus pies. Cuando la llevaba al médico con el rostro apoyado sobre su hombro, temblorosa, con la respiración forzada, sin apenas moverse, por primera vez en su vida rezó, rezó para que la salvasen, rezó para que no lo abandonase, rezó para poder oír de nuevo su voz, su risa, para poder abrazarla. No iba a dejar que ningún hombre volviese a creerse con derecho sobre ella, debía protegerla, iba a protegerla. Empezó a pensar entonces: «¿Y si no me acepta como marido? ¿Y si finalmente cree que todos mis pares son como Bedford? ¿Y si después de lo de hoy solo desea alejarse? Si se lo pide, su tía la alejará, se la llevará tan lejos como pueda…».

Sostenía una copa de coñac mientras miraba el crepitar de las llamas. ¿Cómo podría asegurarse de que se casase con él? A su mente venían ideas como cogerla, meterla en uno de sus barcos y navegar sin rumbo. O llevarla a su casita en el faro, alejados de toda civilización. Al final, empezó a comprender que no debía presionarla. En los últimos meses había perdido a su padre, sus hermanos la habían presionado, él la había presionado, después el incidente de la mansión, marcharse lejos del único hogar que había conocido, las amenazas de su hermano, el miedo por Amelia… Debía darle tiempo, actuar con más cautela, con más tacto. Ahora iba a necesitar descanso, tranquilidad y él se lo daría.

Uno de sus barcos tenía que hacer un corto viaje a Holanda, zarparía en dos días. Decidió que él llevaría la nave y a su regreso le pediría, con una proposición formal y adecuada, que se casara con él. Le llevaría el anillo, solicitaría su mano a su tía, la cubriría de flores y daría todos los pasos necesarios hasta que, finalmente, le aceptase, y hasta entonces se portaría como debía hacerlo un caballero, dejaría que se recuperase, dejaría que la mimaran en casa, a salvo.

Esa mañana la llevaría a su casa y, tras asegurarse de que estaba bien acomodada, fuera de todo peligro, se despediría de ella, asegurándose de que entendiera que solo lo hacía por su bien y, a su regreso, cuando ella estuviese del todo recuperada, se casaría con ella y se encargaría de hacerla feliz.

Apenas abrió los ojos Julianna vislumbró una especie de luz proveniente de la ventana situada a su derecha. Intentó centrar la vista, pero estaba aturdida, confusa. Intentó incorporarse, pero un dolor agudo en su lado izquierdo impidió que se moviera. Gimió y entrecerró los ojos. Enseguida escuchó unos pasos cerca de ella y apareció el rostro de una mujer vestida de gris con una especie de cofia en la cabeza.

—¿Don-dónde estoy? —Su voz sonaba entrecortada, seca, casi sin aliento.

—Señorita. Procure no moverse, está herida…

Notó que se movía a su lado y como le pasaba la mano tras la cabeza y le posaba una taza en los labios.

—Por favor, beba un poco, es té con menta y miel. El doctor ha ordenado que beba. Aún tiene fiebre, pero hoy la trasladaremos a su casa para que la puedan atender y se encuentre tranquila.

Julianna apenas pudo dar un par de sorbos. Le costaba tragar y la cabeza le daba vueltas.

—¿Dónde estoy? —insistió.

—En la Real Academia de Caballería. La trajeron anoche, había perdido mucha sangre pero, por suerte, la pudimos atender con premura. Es usted afortunada.

—Amelia. Amelia. —Empezaba a notar como su cuerpo temblaba

—¿Es su hermana? ¿Un familiar? ¿Quiere que mandemos a buscarla?

—Amelia… —Su voz era vez menos audible—. Necesito verla, está en peligro… —Cerró los ojos intentando que dejase de darle vueltas la habitación.

La mujer salió y enseguida escuchó pasos a su lado, esta vez eran más firmes, más fuertes. Sintió como le cogían la mano, ese calor, esa sensación.

—Cliff… —dijo sin abrir los ojos.

—Estoy aquí. Todo está bien. Te pondrás bien, pequeña, te pondrás bien. Solo has de permitir que te cuidemos. —Su voz sonaba dulce, tranquila pero notaba un deje de preocupación en ella.

—Amelia… —Era casi un hilo de voz

—No te preocupes. Está bien, a salvo en casa. Ya no os vais a tener que preocupar por nada. Todo está arreglado. Ahora solo debes preocuparte de ponerte bien… —Cliff miró tras de sí y, aunque la puerta estaba entornada, la enfermera los había dejado solos—. Julianna, cariño. —Le besó suavemente la palma de la mano—. Tienes que ponerte bien, ¿me oyes? Has de ponerte bien. Te voy a llevar a casa de tu tía, donde podrás recuperar fuerzas, y no tendrás que tener miedo de tu hermano, de Bedford ni de nadie, nunca más. —Volvió a besarle la mano con ternura—. Has de ponerte bien. No puedes dejarme, ¿me oyes?, no vas a dejarme…

Julianna gimió, sentía el calor de su mano sobre la suya, la ternura de sus labios, la calidez de su voz, pero enseguida todo se oscureció de nuevo. El médico entró, Cliff se apartó un poco para dejar que la viera.

—Por favor, comandante, salga unos minutos de la habitación, tengo que inspeccionar la herida.

Cliff obedeció. Al cabo de un rato el medico salió de la habitación, hizo una seña a uno de los subalternos de la escuela que, de inmediato, se marchó, y acortó la distancia que lo separaba de Cliff.

—Comandante. La herida de la señorita McBeth no muestra signos de infección, pero hemos de procurar que se mueva lo menos posible, ya que aún sangra un poco. Todavía tiene fiebre, pero no ha empeorado. .

Cliff escuchaba atentamente cuando entró de nuevo el subalterno e hizo un gesto con la cabeza al médico, que se giró y miró de nuevo a Cliff.

—La señorita está profundamente dormida. Le hemos dado una infusión con un poco de belladona para relajarla. Creo que podríamos trasladarla a su casa en una hora. ¿Podría avisar a su familia para que preparen la estancia donde se quedará? Yo los acompañaré y me aseguraré de que queda en buenas manos y les indicaré cómo han de cuidarla. Pero antes le daré una lista con algunas cosas que van a necesitar. Si fuera posible que se encargase de tener todo lo que indico en ella para cuando lleguemos, eso me permitiría enseñar a las personas que atiendan a la señorita a usarlas.

—Sí, por supuesto —respondió vehementemente Cliff—. Enviaré ahora mismo un mensaje, si me da la lista seguro que cuando lleguemos lo tienen todo preparado.

—Bien, bien, en unos minutos se la entrego. Este es el caballero Rolland, uno de los subalternos a mi cargo —dijo, girándose un poco y dejando ver a hombre en cuestión—. Se encargará del traslado. La enfermera acompañará a la señorita y nosotros los seguiremos en un coche detrás. Si le parece bien, redactaré la lista y se la entregaré en unos minutos, mientras puede ir avisando a su mozo y redactando la misiva.

Se pusieron manos a la obra y con extremo cuidado llevaron a Julianna hasta la mansión.

Llegaron pasadas las doce del mediodía. Todos los esperaban ansiosos por ver a Julianna, que fue inmediatamente llevada y acomodada en su habitación, ajena a todo el alboroto, pues permanecía dormida. Tras inspeccionar de nuevo la herida y enseñar a las doncellas y a Amelia, tía Blanche y Eugene cómo atender debidamente a Julianna, el doctor fue invitado a almorzar en la mansión después de que todas las mujeres de la casa, los caballeros e incluso el servicio, le agradeciesen efusivamente la ayuda prestada. Sin embargo, este les hizo comprender que aún no estaba del todo fuera de peligro, debían cuidarse de las infecciones y, sobre todo, de una posible pulmonía, ya que aún tenía mucha fiebre y su respiración era alarmantemente dificultosa. Les aseguró que la visitaría dos veces cada día para curar bien la herida del hombro, pero que debían procurar que no se moviera demasiado y que descansase, así como que bebiese mucho líquido, té especiado para aliviar la garganta y recuperar fuerzas, ya que había perdido mucha sangre y debía mantenerse caliente y abrigada en todo momento.

Amelia insistió en permanecer junto a Julianna, de modo que fue la única que no se hallaba presente en el comedor a la hora del almuerzo. Sí lo estaban Cliff, Max, lady Eugene, el almirante, el conde, Ethan y lady Adele, que a primera hora habían acudido a interesarse por Julianna y por Amelia, insistiendo la tía Blanche en que se quedaran a almorzar y enviando una rápida invitación a la condesa, que llegó un rato antes de la hora, así como lord Jonas mal que a primera hora de la mañana la tía Blanche mandó una nota de agradecimiento y una invitación para celebrar el regreso de Julianna a casa.

El ambiente fue distendido, de celebración, y solo cuando las damas se retiraron a un salón contiguo mientras los caballeros bebían un poco de oporto y coñac, pudieron comentar lo que, a última hora de la noche y primera de la mañana, tanto el almirante como el conde habían hecho en relación a los tres culpables de lo acontecido.

Como querían evitar cualquier escándalo o habladuría, todo se hizo muy rápidamente y con el mayor sigilo. Timón McBeth fue presentado ante el magistrado de la Corte Suprema a última hora de la noche, y al ser un íntimo amigo tanto del conde como del almirante todo se solucionó sin mayores contratiempos. Se le condenó a la deportación, con pena de muerte en caso de regresar a territorio inglés. La viuda que le ayudó fue igualmente condenada a la deportación inmediata, y ambos serían trasladados en el primer barco con destino a Australia, donde el trabajo forzado o el trabajo para las brigadas militares de Inglaterra serían lo que les esperaría si es que llegaban con vida tras la larga travesía. En cuanto a lord Bedford, fue llevado a su hermano, quien, avergonzado, intentó disculparse con el conde y su hijo y les aseguró que, esta vez, se encargaría de su hermano de manera definitiva y lo mandaría al exilio forzoso esa misma noche en cuanto atendiesen sus heridas. Sería acompañado al puerto de Dover, de donde saldría en el primer barco con destino a una de las colonias bajo dominio inglés, con una orden dirigida al gobernador del lugar, donde se le ordenaba mantener bajo estricto control a Bedford, prohibiéndole salir del territorio al que llegase y valerse de cualquier privilegio o derecho que su título pudiere haberle dado. Además, la carta iría acompañada de otra de la Magistratura General, sentenciándole a ser apresado y enviado a la torre en caso de regresar a Inglaterra o pisar las costas de Irlanda o Inglaterra en el futuro.

Cliff deseaba subir a ver a Julianna, pero comprendía que el decoro no le permitía traspasar esa línea, por lo que tuvo que conformarse con oír el parte que daban las damas de la casa y la enfermera, que informaba a tía Blanche cada hora.

Tras marcharse el conde y la condesa junto a lady Adele y Ethan, así como lord Jonas y el médico, Cliff solicitó a la tía Blanche poder hablar con ella a solas.

Esta consintió y se reunieron en la biblioteca antes de la hora del té. Nada más cerró la puerta a su espalda comenzó.

—Señora Brindfet, Blanche, me gustaría hablar del futuro de Julianna, de mi futuro y el de Julianna, con usted si no tiene inconveniente —dijo.

—Sentémonos junto al fuego. Es evidente que está usted realmente cansado después de lo ocurrido ayer, y estoy segura no ha descansado nada esta pasada noche.

Cliff sonrió por el gesto cariñoso de la tía Blanche y, tras esperar que su anfitriona tomase asiento, él la siguió, colocándose frente de ella.

—Creo que ha de saber que le pedí a Julianna que se casase conmigo hace dos días y, aun cuando no me ha contestado todavía y le he asegurado que no voy a presionarla, creo que ambos sabemos que ella está tan enamorada de mí como yo de ella y que solamente se siente un poco recelosa aún porque… Bueno… Por miedo a que le vuelvan a hacer daño.

Mostraba cierta seguridad. Las palabras parecían salirle de los labios sin pensar, aunque en ese momento todo lo que lo rodeaba parecía aterrador. La tía Blanche lo miraba sin decir nada.

—Por mi parte —continuó Cliff—, voy a ser fiel a mi palabra y no la presionaré. Soy consciente de que Julianna se ha visto demasiado abrumada últimamente por hechos y acontecimientos que parecían escapar a su control, y necesita recuperarse no solo de sus heridas, sino también de la presión y la angustia que ha padecido.

Cliff miró fijamente a tía Blanche unos segundos hasta que ella asintió.

—En eso estoy de acuerdo con usted. Hemos estado sometidas a una gran presión y Julianna más que ninguno de nosotros. —Suspiró y tomó aire—. Para ser franca con usted, mi sobrina no me había contado nada de su proposición, aun cuando yo sabía, bueno, lo sospechaba.

Miró inquisitiva a Cliff, como dándole a entender que sabía que había más que una simple proposición en ese relato, pero que comprendía e incluso, en ese momento, agradecía la discreción de Cliff. Con resolución continuó:

—Conozco los motivos, los temores, en realidad, que han mantenido a Julianna aún con ciertas reservas para con su propuesta, pero estoy convencida de que solo necesita descanso, paz y quizás mirar las cosas con cierta perspectiva para tomar la decisión correcta.

—Me ha leído la mente. —Sonrió Cliff un poco más relajado—. Ahora que sé que está en casa, que está bien atendida por las mejores manos y que no corre peligro alguno, estimo justo y también lo más sensato, permitir a Julianna poder tomar una decisión libre de toda presión, de toda interferencia por mi parte, aunque, correspondiendo a su franqueza, eso me va a resultar harto difícil e incluso diría doloroso. —Cliff la miró por unos instantes—. Uno de mis barcos sale mañana temprano hacia Holanda, y creo que tomaré el mando de la nave. Son dos semanas a lo sumo de navegación, de modo que regresaría a Londres en quince días como mucho. A mi regreso volveré a formularle mi proposición. Me gustaría permanecer a su lado mientras se recupera, pasear con ella, leerle e incluso sacarla en mi faetón por Hyde Park, entre otras cosas. —Respiró hondo y miró al fuego—. Pero, anoche, comprendí que eso sería en extremo egoísta por mi parte, injusto incluso. Como bien ha señalado, Julianna necesita descanso, paz y cierta perspectiva para decidir, y creo que, si me tiene cerca, es posible que mi sola presencia suponga para ella una presión inmerecida.

Tras unos instantes en los que la tía Blanche permaneció en silencio, observando alternativamente a ese hombre, el fuego e incluso escuchando sus propios pensamientos y miedos de las últimas horas, contestó:

—Puedo apreciar, sin riesgo a equivocarme, que para usted alejarse de Julianna es realmente difícil, y comprendo que, aunque solo sean unos días, es muy generoso y noble de su parte hacerlo, ya que al menos le da la oportunidad de poder decidir por sí misma su futuro. De hecho, creo que incluso agradezco su gesto. —Meneó la cabeza—. Pienso con sinceridad que necesita descansar y le vendrá bien un poco de paz, para variar. Por mi parte, dejaré que sea ella la que tome la iniciativa de sincerarse conmigo en cuanto a su proposición, así también se verá liberada de una posible presión mía. Ahora bien, ¿qué espera que le diga cuándo pregunte por usted? Y no dudo que lo hará.

Cliff sonrió con una sonrisa complaciente y satisfecha ante la seguridad de lo que decía. Tras unos segundos, en los que parecía meditar su respuesta, contestó:

—Bien, me gustaría que le dijese que, aun cuando desearía pasar cada día con ella, mimarla y asegurarme que obedece a los médicos y a quienes nos preocupamos por ella para que se restablezca lo antes posible, he comprendido que ella necesitaba la paz, la tranquilidad de la que hablábamos antes. —Se tomó un instante y sacó una pequeña llave de su bolsillo, ofreciéndosela—. Entréguele, por favor, esto, y dígale que tiene mi permiso… No, que le ruego que abra el cofre. —La tía tomó la llave y, antes de que preguntase, él sentenció—. Ella lo entenderá. Pero, por favor, dígale que regresaré lo antes posible y que esperaré ansioso el momento de volver a verla.

—Eso haré.

—En ese caso, será mejor que me retire. He de realizar numerosos preparativos para el viaje y, puesto que zarparemos a primera hora, no tendré oportunidad de verlas hasta mi regreso. Me gustaría, sin embargo, poder mandar a mi valet antes de mi partida, para saber cómo ha pasado Julianna la noche. No creo que pueda zarpar sabiendo que aún corre peligro.

Tía Blanche se puso de pie y después Cliff.

—Por supuesto. Avisaré a Furnish para que esté atento. —Extendió su mano—. Espero, comandante, que tenga buen viaje, y no se preocupe por Julianna, le consta que cuidaremos de ella.

Cliff sonrió y asintió, y se inclinó formalmente para despedirse de ella.

—Por favor, despídame de todos y transmítales mis mejores deseos.

Tras salir de la mansión Cliff se dirigió de inmediato a casa de su padre, donde ordenó a su ayuda de cámara que le preparase el equipaje para el viaje y mandó llamar a dos de sus oficiales, dándoles las órdenes necesarias para partir a primera hora. Al cabo de un par de horas, cuando su valet había empacado todo lo necesario y ordenado a dos lacayos que lo trasladasen al navío, Cliff lo volvió a llamar.

—Necesito que hagas algo antes de la cena.

—Sí, señor.

—Quiero que vayas a esta dirección. Es una tienda de uno de los mejores especialistas en té, infusiones y bebidas aromáticas, y quiero que le entregues esta nota. En ella le pido que realice una cuidadosa selección de ingredientes, supongo que tardará un poco. Cuando te las entregue, las llevas a la mansión Brindfet con esta misiva para la señora de la casa. Pero antes, acércate a la floristería a la que suele acudir la condesa, pregunta a su doncella, seguro que ella puede facilitarte la dirección exacta, y les entregas esta nota. Asegúrate de que entienden que quiero que envíen flores dos veces al día, hasta nuevo aviso, a la mansión, para la señorita Julianna. Deseo que sean flores silvestres, preferiblemente flores que se encuentren en los bosques o cerca de los campos, y que siempre sean colocadas en cestas de mimbre y que vayan acompañadas de cestas de bayas y frutas frescas. Asegúrate de que entienden bien mis instrucciones. Además, entrega todas estas tarjetas con mi nombre y mi membrete y que pongan una en cada uno de los envíos. Es importante que cumplan todas mis indicaciones.

—Sí, señor. Me aseguraré de ello —respondió con severidad.

—Llévate mi coche de caballo con el cochero. Vas a estar dando demasiadas vueltas por la ciudad. Cuando termines te tomas el resto de la noche libre. Zarparemos muy temprano y al menos una noche libre vas a necesitar, ya que estaremos dos semanas navegando. Mañana temprano te vas a la mansión para que te informen sobre el estado de la señorita Julianna, ya están avisados y te atenderán de inmediato. Después nos encontraremos en el barco y me informas de ello y de los preparativos de esta tarde. —Terminó de explicarle.

—Señor, preferiría regresar más tarde y ayudarle a vestirse para la cena.

—No, no, agradezco tu sentido del deber, pero creo que podré arreglármelas solo por una noche y, si necesito algo, llamaré al valet del conde o de mi hermano. Tómate la noche como te he indicado, al menos, obedéceme esta vez, sé que últimamente te he tenido en extremo ocupado y que apenas te lo he agradecido.

—Señor, para mí es un honor servirle, y me gusta cumplir con mi deber, ya lo sabe.

—Lo sé, lo sé, mi fiel amigo, y como tu deber es complacerme estoy seguro de que serás capaz de cumplir mi petición.

Sonrió ante la necesidad de lanzar un desafío a su fiel valet para que por una noche dejase de atender con sus obligaciones. Cliff lo conocía bien y era superior a sus fuerzas considerar que dejaba desatendido a su jefe aunque solo fuese unas horas, pero al ver que no le contestaba supo que lo obedecería una vez más.

Tal y como había dicho, a primera hora de la mañana el valet de Cliff acudió a la mansión Brindfet, donde Furnish le informó que la señorita Julianna había pasado mala noche, con unas fiebres muy altas, aunque ya al alba parecía que le empezaba a bajar después de tomar una de las infusiones que Cliff le había mandado el día anterior y que la señora Brindfet agradeció con cariño. También le informaron que la herida del hombro parecía ir curándose bien.

Aunque la información no consiguió tranquilizar demasiado a su señor, el valet transmitió las noticias tal y como las había recibido. Tras unos minutos de indecisión, Cliff ordenó levar anclas e iniciar el viaje.

Todos a bordo del navío, ahora llamado Valquiria, fueron conscientes del estado de ánimo preocupado y distante de su capitán, quien parecía que, por primera vez, no disfrutaba de la navegación, de las actividades usuales en el barco. Incluso en la mayor parte de las ocasiones cenaba solo en su camarote en vez de con los oficiales o con algunos de los más experimentados marineros que le habían acompañado desde sus primeros viajes como capitán.

Hicieron el viaje de ida a buen ritmo, aprovechando los vientos de esa época del año e incluso tuvieron que enfrentarse a uno de los pocos barcos piratas que aún quedaban por las costas del norte pero, en este caso, la emoción de la confrontación vino bien a todos los tripulantes y también al propio Cliff, que aun así mantuvo ese estado de ánimo melancólico y tristón. El regreso, en cambio, sí resultó mejor, al menos en cuanto al capitán, que parecía excitado por la llegada a casa, lo que hizo que buscasen buenos vientos y que navegasen en la mayoría de las ocasiones con todas la velas desplegadas, logrando que día tras día fuesen recorriendo millas y millas en un tiempo récord. Ello consiguió no solo mejorar el ánimo del capitán, sino de todos los marineros, que disfrutaban con esos desafíos y esa constante emoción. Habían pasado diez días desde que zarparon de Inglaterra y probablemente conseguirían llegar al puerto de Londres a última hora del día siguiente. Todos estaban de un excelente humor, deseando el regreso a casa, pero también relatar a sus compañeros de otros navíos la experiencia de esos pocos días en la mar.

 

 

En la mansión Brindfet, los primeros cuatro días transcurrieron con una lentitud alarmante, ya que Julianna parecía mejorar despacio, apenas si conseguía permanecer despierta pocos minutos y no podía moverse sin que el dolor en el hombro le impidiese el más mínimo gesto.

Tía Blanche estaba preocupada, pero no de un modo alarmante, ya que el doctor le aseguraba que era bastante normal dada la profundidad de la herida, pero al asegurarle que Julianna progresaba bien, y que al ser joven y fuerte se curaba sin que pareciese que fuese a tener secuelas, la dejaba algo más tranquila. Eso sí, debían ser pacientes y no forzarla, al menos los primeros días.

La mejoría se hizo evidente a partir del quinto día, que fue cuando empezó a permanecer despierta algunas horas. Consiguió comenzar a moverse un poco y a recibir algunas cortas visitas. Las infusiones parecían aliviarla, Eugene y Amelia le leían constantemente e incluso el almirante se quedaba con ella, contándole sus viajes, algunas de las batallas vividas en su juventud, o le enseñaba a manejar algunos de los instrumentos que Cliff le había regalado.

Tía Blanche fue consciente de que Julianna empezó de veras a mejorar a partir de ese quinto día, por una conversación que tuvieron ambas y que guardaría como un secreto entre ellas. Desde la primera vez que Julianna abrió los ojos, aún delirante, en esa primera noche en casa, preguntaba constantemente por Cliff, era como si necesitase escuchar su voz cerca de ella para traerla de vuelta a la Tierra, a la consciencia. Cuando abría los ojos, aún débil por la fiebre, por unos pocos segundos, tía Blanche le enseñaba las flores que constantemente llegaban a casa, le acercaba las frutas para que las oliese y parecía sonreír cuando le decía que las mandaba Cliff, aun cuando perdiese el conocimiento poco después. La mañana del quinto día, como había estado haciendo los días anteriores, el doctor llegó temprano a ver la herida y los progresos de la paciente, y se marchó satisfecho de la mejoría y con una Julianna despierta y con apetito. Las niñas aún no habían despertado, por lo que era tía Blanche la que acompañaba a Julianna a esa hora. Por las noches insistía en quedarse con ella, y desayunaba en la habitación de Julianna tras la visita del médico.

Esa primera mañana en la que por fin estaba despierta, pusieron cerca de la chimenea una mesa con el desayuno para que ambas damas compartieran ese rato juntas. Llevaron con sumo cuidado a Julianna hasta allí, después de darse un baño que, según decía, era la mejor de las medicinas.

Tras unos minutos en silencio frente a su tía, esta por fin habló.

—Bueno, querida, ahora que podemos dejar este desagradable episodio atrás, creo que solo nos queda procurar que mejores lo más deprisa posible y decidir cómo vamos a celebrarlo.

Julianna sonrió, pero había algo de tristeza en sus ojos. Tras unos segundos por fin habló.

—Tía… estos días… —Dudaba y su tía la instó a seguir, simplemente alzando las cejas con interés. Julianna levantó la vista y respiró—. Estos días he escuchado la voz de Amelia, de Eugene, del almirante, de Max, la suya, la de Furnish, bueno, en realidad la de todos los de la casa, también algunas visitas pero… —Bajó la vista y se quedó mirando la cesta de flores que habían llevado la tarde anterior.

—Pero no la del comandante de Worken —terminó por ella su tía.

Julianna la miró pero no dijo nada, solo se quedó callada y de nuevo miró las flores.

—Son preciosas, ¿verdad? —preguntó distraída tía Blanche—. Vienen dos veces al día, todas flores silvestres como esas malvas o el diente de león, oh, y esas blancas pequeñitas, creo que en algunos lugares las llaman «bolsas de pastor», son muy graciosas. Amelia se lleva por las noches la lavanda y te hace esas trenzas que deja junto a tu almohada para que te perfumen la cama, y Eugene se lleva por la noche las amapolas, las está secando para hacer una especie de collage. Mi preferida es la retama, ese amarillo intenso y ese aroma a campo me trae recuerdos de mi niñez. Junto con ellas traen frutas frescas… —Esperó unos segundos por si Julianna decía algo—. Las manda el comandante, como habrás adivinado.

Julianna la miró y, tras una pausa, preguntó con un hilo de voz:

—¿Don-dónde está? ¿Lo sabe, tía?

Su tía sonrió mientras decía complacida:

—¡Vaya! Solo has tardado una hora hoy en preguntar por él. Aunque estos días parecía…

Julianna alzó las cejas.

—Parecía… ¿Qué? ¿Tía?

De nuevo sonrió complacida.

—Que lo echas mucho de menos.

Julianna se ruborizó y miró de nuevo las flores. En ese momento llamaron a la puerta y Furnish la atravesó con otra cesta de flores y frutas frescas. Las dejó junto a Julianna y le sonrió.

—Buenos días, señorita, nos alegramos de verla despierta y con tan buen aspecto.

Julianna se sonrojó y le sonrió.

—Gracias, Furnish. Siento haberlos tenido preocupados. Ahora estoy mejor y sé que en unos días estaré recuperada del todo y prometo hacerle el bizcocho de canela…

El mayordomo sonrió realmente complacido y, en cierto modo, divertido por la referencia a su bizcocho preferido y que ella siempre recordase ese tipo de detalles.

—Eso esperamos todos, señorita. —Dirigió la mirada a las flores y dijo—: Las acaban de enviar para usted.

—Gracias, Furnish —contestó Julianna.

El mayordomo se inclinó y se marchó. Tras unos segundos mirando las flores, Julianna alargó con esfuerzo uno de los brazos y alcanzó la tarjeta en la que solo estaba impreso el emblema y el nombre de Cliff. Su desilusión era evidente, pero permaneció callada unos pocos segundos más. Su tía, ante la expresión de su rostro, inició la conversación que tanto parecía costarle a Julianna.

—Se ha marchado a Holanda, pero regresará dentro de pocos días.

Julianna alzó la vista de golpe.

—¿A Holanda?

Su tía asintió, bebió un poco de té y continuó:

—Me pidió que te dijera que pensaría en ti, que te echaría de menos y que regresaría muy, muy pronto. —Bebió otro poco de té, mirando por encima de la taza a Julianna—. También me pidió que te diera algo. Me dijo que tú lo entenderías. —Dejó la taza y sacó del bolsillo de su falda la llave. La extendió frente a Julianna que se la quedó mirando y, un poco temblorosa, finalmente la tomó.

—¿Por… Por qué se ha marchado? ¿Lo sabe, tía? —preguntó por fin.

—Bueno… dijo que quería ser fiel a la palabra que te había dado y que no te presionaría. —Esperó un instante por si decía algo, pero, al ver que seguía callada, siguió—. En mi opinión, creo que es porque te conoce demasiado bien y sabe que, si te falta el aire, que si crees que careces de libertad, saldrás huyendo, y eso le aterra.

Julianna la miró seria, asiendo con fuerza la llave como asimilando la información.

—Pienso que te está dejando tomar libremente una decisión importante.

Alzó las cejas, esperando que Julianna se sincerase con ella. Julianna bajó la vista y con las manos en el regazo miró la llave fijamente.

—Me… me ha pedido… que me case con él. —Suspiró.

—Lo sé.

Julianna alzó la vista y abrió mucho los ojos.

—¿Se lo ha dicho él?

Su tía asintió, añadiendo:

—No te enfades con él, lo cierto es que yo ya tenía mis sospechas, pero, al igual que el comandante, no quería presionarte a hacer o decir nada que no quisieras. Has de tomar una decisión y, cuando lo hagas, yo te apoyaré, sea cual sea.

—¿Y si le pido consejo?

—El único consejo que puedo darte, en este caso, es que has de ser tú, solo tú la que decidas. Eres muy afortunada de poder hacerlo, Julianna, las jóvenes como tú no suelen gozar de la oportunidad, de la libertad de poder decidir por sí mismas.

—Lo sé, pero… —Suspiró—. ¿Y si no estoy hecha para casarme? ¿Y si no soy capaz de hacerle feliz? Somos muy diferentes y a veces yo me siento tan fuera de lugar que temo que acabe por darse cuenta de que no soy lo que esperaba. Además… —Se ruborizó un poco—. Todos dicen que es un libertino, un mujeriego a cuyos pies se rinden todas las mujeres y… ¿Y si se cansa de mí?

—Julianna… —Se rio divertida—. ¿No sabes que los calaveras reformados son los mejores maridos? —Se volvió a reír—. Pero comprendo tus temores y también que tengas todas esas dudas. En esta vida no hay nada seguro, la mayor parte de las veces hemos de arriesgarnos, nunca sabremos qué nos depara el mañana, pero eso es lo emocionante de vivir, ¿no es cierto?

—Pero, entonces, ¿cómo saber que tomo la decisión correcta? ¿Cómo saber que lo que haga es lo mejor?

—No lo sabrás hasta que lo hagas, cariño. Mi difunto marido, que como sabes era un hombre muy sensato, decía que cuando interviene el corazón no hay razón alguna que valga. Sin embargo, un día me vio preocupada, porque yo aún no había aceptado su propuesta de matrimonio. A mí me asustaba no estar a la altura de un hombre que ya empezaba a ser uno de los hombres más ricos del país. Yo, que provenía de una familia humilde que tenía que luchar para ganar cada penique y que había podido ser educada, a diferencia del resto de las niñas de mi edad, carentes de recursos como yo, gracias a la generosidad del párroco local que me permitió asistir a las clases que daba al hijo de uno de los terratenientes de la zona. Me aterraba la idea de vivir en Londres, de defraudar a mi marido o de no ser capaz de vivir según lo que esperaría de mí. Él se me acercó y me dijo: «solo has de hacerte dos preguntas, o al menos eso es lo que he hecho yo… ¿puedo vivir con él? Y la más importante ¿puedo vivir sin él?».

La tía Blanche suspiró y sonrió como solía hacerlo cuando recordaba a su difunto marido.

—Vivir sin él —repitió Julianna en un susurro. Miró la llave y sonrió—. Supongo que debería leerlo…

Su tía levantó las cejas.

—¿Leerlo?

—Me… me ha dado una especie de diario de sus viajes, de sus aventuras… —Sonrió—. Dice que es para que lo conozca mejor.

Tía Blanche soltó una divertida carcajada, mirándola llena de comprensión.

—¡Qué gran idea! Si todos los hombres hicieran eso, sería todo más sencillo. —Frunció el ceño—. Bueno, suponiendo que lo que escribiesen fuese sincero. Pero… —Sonrió—. El comandante no parece el tipo de hombre capaz de engañar o escribir falsedades solo por halagar o enamorar a una mujer. Es demasiado franco para eso —repuso al final con firmeza.

Julianna la miró y sonrió.

—Yo también lo creo.

En ese instante la conversación quedó interrumpida por los ruidos de puertas, carreras y voces por el pasillo que daba a la habitación. Ambas se rieron.

—Creo que Furnish acaba de decirles que estás despierta y fuera de la cama —señaló la tía y, antes de que Julianna contestara, atravesaron corriendo la puerta Eugene y Amelia, sonrientes, en camisón, con el pelo revuelto y con evidentes signos de que acababan de despertarse.

—¡Julianna! ¡Julianna!

Ambas se acercaron corriendo.

Amelia se acercó un poco más, pero se paró en seco junto al sillón mirándola fijamente.

—No puedo abrazarte aún, ¿verdad?

—No, no aún no, pero me puedes dar un beso —respondió Julianna y enseguida Amelia le dio un beso en la mejilla, se puso algo ceñuda y con tono de enfado señaló:

—Tienes un poco de fiebre, deberías estar acostada.

Julianna y tía Blanche se rieron.

—Pequeña tirana… —Se escuchó la voz de Max en el umbral—. No voy a pasar, porque veo que todas estáis a medio vestir. —Echó una mirada desaprobatoria a las niñas—. Pero me alegro de ver que estás despierta y fuera de la cama, Juls.

—Gracias —contestó sonrojada Julianna.

—Después vendré a verte y charlaremos con calma. —Julianna asintió. Max miró a las niñas y dijo—. Y vosotras, idos a vestir adecuadamente, bajad a desayunar y no me hagáis esperar, que necesitáis ejercicio, pequeñas perezosas, y los caballos también.

—Pero no vamos a dejar sola a Julianna —se quejó Eugene, que también había besado a Julianna y estaba junto al sillón de tía Blanche.

—No me dejaréis sola. Además, sé que habéis estado cuidándome mucho y os lo agradezco, pero estoy mejor y os conviene pasear. Tenéis el resto del día para estar conmigo. Id, ya habéis oído a Max, no le hagáis esperar o se vengará.

Se escuchó al fondo la risa de Max y su voz por el pasillo alejándose.

—De eso podéis estar seguras, y disfrutaré mucho buscando el mejor método de torturaros.

Julianna se rio.

—Te creo capaz —dijo en alto para que la oyese y volvió a reírse—. Ya habéis oído. A vestiros y a desayunar, y después me contáis cómo os lo habéis pasado —dijo a las dos mientras les sonreía.

Las dos sonrieron y se dieron por vencidas.

—Pero no te muevas y bebe el té de menta con miel y…

—Sí, sí… —Julianna interrumpió los mandatos de Amelia—. Realmente eres una tirana.

Amelia se rio y contestó, alzando la barbilla:

—No soy tirana, es que sé lo que es mejor para los demás y, como sois muy cabezotas, me obligáis a imponerme.

Tía Blanche y Julianna se rieron.

—Recuérdame que, el día que te cases, le diga a tu marido que no discuta contigo —dijo tía Blanche mientras se reía y meneaba la cabeza—. Siempre saldrá perdiendo…

Todas se rieron y Amelia bufó fingiéndose ofendida.

Después de ese día Julianna fue mejorando a pasos agigantados, el sexto día ya salía a pasear por el jardín y, aunque le dolía el hombro al mover el brazo, no había perdido movilidad, y el doctor estaba francamente contento por los rápidos progresos.

El séptimo día invitaron a almorzar en la mansión a lady Adele y a lady Eleanor, que habían ido a visitarla casi todos los días, y era una oportunidad para Julianna de volver a cocinar, aunque necesitó ayuda todo el tiempo. También invitó a Ethan, Max, al almirante, a Jonas y por supuesto al doctor. Tía Blanche le confesó en secreto que creía que el joven doctor, que tendría unos treinta y cinco años y era muy apuesto, parecía prendado de lady Eleanor, con la que había coincidido el segundo día de convalecencia de Julianna, y ella también pareció quedar muy impresionada por él. A Julianna, cuando se lo comentó, le pareció gracioso, porque no parecía ser un modo muy usual de prendarse de alguien, pero esperaba que tuviera razón porque lady Eleanor era encantadora y una muchacha que merecía un buen marido, y consideraba al doctor un hombre honrado, serio en su profesión y brillante. Además, era capaz soportar con admirable estoicidad el asedio constante de todas las damas y del personal de la mansión cuando lo interrogaban sobre el estado de Julianna. Era muy gracioso verlo rodeado de Amelia, Eugene y tía Blanche y pacientemente contestar una a una cada pregunta, por impertinente que fueran algunas.

Amelia estaba encantada con él porque, según decía, se mostraba muy interesado en su huerto, en las plantas y hierbas de su jardín y en los trucos y consejos que sobre las propiedades de cada una le enseñaba Amelia con gran entusiasmo, sobre todo después de decirle que siempre añadía algunas al té de Julianna para que se recuperase antes. Incluso le había sugerido que recopilase por escrito todo lo que sabía, lo mucho que había leído sobre plantas y hierbas, que era muchísimo, ya que le apasionaba ese tema, porque estaba seguro de que a gente como él no solo le interesaría mucho, sino que le sería de gran utilidad. Desde ese momento Amelia lo declaró como un hombre muy inteligente y cabal y no había más que hablar.

Al octavo día Julianna estaba, decía su tía, algo más triste que los días anteriores. Se había esforzado por parecer alegre ante todos para no preocuparlos, pero sus ojos, decía su tía, a ella no la engañaban. Julianna sabía, y era evidente que para su tía también, que era porque notaba la ausencia de Cliff. Cada noche cuando la dejaban sola ella leía el diario, y cuanto más lo hacía, más consciente era de su ausencia, de su lejanía. Pero en el décimo día fue cuando por fin necesitó hablar con su tía de ello. Esperó hasta que todos se hubieron retirado. Estuvo atenta y, cuando ya no hubo ruidos en la casa, fue hasta el dormitorio de su tía, miró por debajo de la puerta para asegurarse de que aún había luz y entonces llamó.

Dio unos golpecitos en la puerta y tras unos segundos abrió.

—¿Puedo pasar, tía?

Su tía, que se encontraba recostada sobre las almohadas con un libro entre las manos, contestó dando un golpecito junto a ella en su cama.

—Claro, cariño, ven, siéntate a mi lado.

Julianna cruzó la habitación corriendo y mientras se subía a la cama su tía preguntó:

—¿Qué te preocupa?

Julianna le dio un beso en la mejilla y se apoyó en las almohadas.

—Es que… No sé… Estoy triste. No, no, no es eso… Triste no, pero… No sé cómo explicarlo…

—Pues yo creo que es sencillo. —Miró fijamente a Julianna—. Echas mucho de menos al comandante.

Julianna la miró casi avergonzada por resultar tan transparente.

—No pasa nada, cariño, es normal. Yo echaba de menos a mi marido cuando se iba a algún viaje y yo no podía acompañarlo…

Julianna suspiró.

—Sí… Supongo que es eso. Pero…

—¿Qué, cariño? —insistió.

—¿Qué pasará cuando regrese?

Tía Blanche sonrió, mirándola condescendiente.

—Pues supongo que pasará lo que tú quieras que pase.

Julianna volvió a mirarla frunciendo el ceño.

—¿Puedo leerte una cosa del diario? ¿Crees que haría mal leyéndotela?

Su tía la miró fijamente mientras le decía:

—Supongo que eso depende, ¿crees que molestaría al comandante que me leyeses esa parte?

Julianna la miró pensativa unos segundos y después al libro que tenía entre las manos.

—No lo sé, creo que no, pero —la miró con picardía— podría ser un secreto entre nosotras…

Su tía se rio asintiendo.

—Supongo que podría. ¿Por qué crees que tienes que leérmelo?

—Porque… —Suspiró—. Cuando me pidió que me casase con él, me dijo que cree que estamos hechos el uno para el otro y que, aunque lo sabía desde la primera vez que me vio cuando yo era una niña y él un muchacho, no lo comprendió hasta hace unos meses. En este pasaje habla del destino, de algo que nos impulsa hacia algo que, aunque no sabemos qué es, sin embargo, sí sabemos que es algo que necesitamos. Y cuando he leído lo que ha escrito… —Suspiró pesadamente—. Creo que me da miedo que tenga razón en lo que dice, porque en ese caso yo no decido nada, ni él tampoco, es otro el que decide, el destino, el azar a lo mejor… ¿Y cómo puedo ir contra eso? Pero al mismo tiempo, ¿cómo saber que no es un error simplemente dejarse llevar?

—Creo, cariño, que hasta que no me lo leas no podré comprenderlo del todo.

Julianna abrió el libro:

—Es casi el final de todo, como si hiciese una reflexión de todo lo anterior, como si ordenase mentalmente las cosas, sus sentimientos, sus pensamientos. Es solo una parte…

Respiró hondo y comenzó a leer:

 

La primera vez que entré en batalla estaba nervioso, excitado, también tenía miedo, ningún soldado niega el miedo, sería un necio al hacerlo, si bien nos enseñan a controlarlo o, por lo menos, a dejarlo de lado en esos momentos. Durante los minutos previos a esa primera batalla cerré los ojos y me puse a repasar cada una de las cosas que nos habían enseñado en la escuela o nuestros superiores durante las semanas anteriores navegando con los más experimentados y curtidos marineros. Sin embargo, en ese momento, solo hubo una cosa que consiguió tranquilizarme y devolverme el valor para luchar, y eran los ojos color miel con los que soñaba desde hacía muchos años. Los ojos color miel que me acompañaban cuando me sentía solo o perdido. Los ojos color miel de mi protectora, de mi ángel guardián. Nunca había sabido por qué me sentía más acompañado, más seguro, más firme y valiente cuando cerraba los ojos unos instantes y veía esos ojos color miel.

No lo supe hasta hace poco, Julianna. No lo comprendía o no alcanzaba a comprenderlo. El día que me salvaste en el bosque te convertiste en parte de mí, no lo sabía entonces ni mucho tiempo después, pero desde ese instante alguien estaba siempre a mi lado. Lo sentía así. Si me sentía solo, perdido o confuso, solo tenía que buscar esos ojos de color miel en mi memoria y esa confusión o esa soledad desaparecían. Cuando sin saber por qué venían a mi mente los ojos de mi protectora, inmediatamente me ponía en alerta, en guardia, ya que sabía que existía peligro. Me salvé en varias ocasiones gracias a eso. Me salvaste una y otra y otra vez.

Nunca he hablado a nadie de ello, porque ni siquiera yo mismo conseguía entenderlo. Sin embargo, lo que me daba miedo no era eso, al menos no era solo eso, sino lo que sentía al ver esos ojos en mi mente sabiendo que era mucho más que compañía, seguridad o valor. Me hacían sentir vivo, mi corazón latía más fuerte. Venían a mi cabeza y a mi corazón la voz dulce de una niña, su sonrisa, el calor de sus manos en mis mejillas, y solo cuando pensaba en ella me sentía en paz, en casa, e incluso era feliz.

Ahora sé que el destino te puso en mi camino y a mí en el tuyo. Puede que nos cruzásemos una primera vez cuando éramos demasiado jóvenes e inocentes para ser conscientes de ello y más aún para comprenderlo. Pero ahora sé, ahora comprendo, ahora siento, que eres mía y yo soy tuyo. Solo soy feliz cuando te tengo cerca, cuando escucho tu risa o cuando pienso en ti sabiéndote mía. Sólo me siento en casa contigo, solo me siento completo contigo y solo puedo vivir contigo porque eres la única que hace que mi corazón lata con fuerza. Julianna, sé que soy el único que te puede hacer feliz porque tu felicidad es la mía. Sé que soy el único que puede lograr que tu corazón lata con fuerza porque tu corazón es el mismo que el mío. Y sé que soy el único con el podrás formar una familia porque tú eres mi familia y yo la tuya. Eres mi hogar, mi esposa, mi Julianna…

 

Paró de leer, tomó aire y miró a su tía.

—Hay mucho más, pero esto es lo que me da más miedo, más que no saber encajar en su mundo, más que el que acabe cansándose de mí… —Hizo una pausa y respiró—. Porque… ¿Y si tiene razón? Cuando he leído el diario y contaba lo que sentía, sus reacciones ante algunas cosas, su forma de comportarse, a lo mejor creerás que estoy loca pero, incluso antes de leerlo con sus propias palabras, sabía lo que iba a sentir, sabía cuando contaba alguna aventura cómo iba a reaccionar. Es como él dice, como si no pudiéramos evitarlo, porque algo nos impulsa, nos lleva hacia el otro sin remedio. Cuando me dijiste que me preguntase si puedo vivir sin él, creo que me da miedo decir que no, que no puedo, no porque no sea cierto, sino porque parece ser algo que yo no elijo, que yo no puedo elegir. Es algo que está decidido, que alguien, no si sé el destino, lo ha decidido por los dos.

Su tía le tomó la mano y dijo:

—Y por eso crees que decir que quieres casarte con él es algo que no has decidido y que escapa a tu voluntad.

—Sí, sí, eso creo.

Su tía sonrió, añadiendo con seguridad:

—Cariño, ese es el amor, al menos el verdadero amor. El único amor que, si tienes suerte, llegas a encontrar, porque es el amor que se entrega y se recibe de una sola persona. De una única persona que te pertenece a ti y a la que tú perteneces, solo con ella te sientes viva de verdad y solo con ella puedes ser tú misma de verdad.

—Entonces, ¿no crees que sea una locura dejarme llevar por algo que escapa a mi control?

—Claro que no, cariño. Lo que creo es que es una locura no hacerlo, porque nunca podrás ser feliz si te alejas de él. Tú tienes una fortuna de la que muchas mujeres en nuestra época carecen. La posibilidad de elegir lo que quieren y a quién quieren sin verse empujadas por la sociedad, por su familia o por la necesidad en una determinada dirección. Es más, tú tienes esa y otra bendición. La de haber encontrado a aquel a quien perteneces y que a su vez te pertenece. Has sido doblemente bendecida y sería una locura no aprovechar esas dos bendiciones, ¿no crees?

Julianna sonrió, con los ojos brillantes. Ambas sabían que ya había tomado una decisión y que solo el miedo era lo que le impedía dar el último paso, pero esa barrera ya había caído y por fin lo sabía.

—Por cierto, Julianna, como todo buen marino, el comandante no se deja llevar por florituras ni palabras grandilocuentes, pero he de reconocer que es precioso lo que ha escrito. Creo que es mejor que cualquier poema de esos que mandan los caballeros a sus cortejadas.

Julianna se rio y besó a su tía en la mejilla.

—Ahora entiendo por qué siempre dices que tu marido conseguía decir mejor en dos palabras lo que los caballeros en dos frases.

La tía se rio soñadora.

—Sí, conseguía hacerme feliz con una simple nota y eso que era aún más parco en palabras que el comandante.

Ambas se rieron.

—Pero eso fue lo que te enamoró —afirmó.

—Eso fue lo que me enamoró —repitió vehementemente la tía. Tras unos segundos añadió—: Supongo que lo que ahora procede es preguntarte: ¿y qué vas a hacer, entonces?

Arqueó las cejas mientras miraba a Julianna. Se tomó unos minutos, concentrada.

—¿Sabe cuándo regresa?

Su tía negó con la cabeza.

—Pero tengo una idea. Podemos darle unas monedas a uno de esos jovencitos que están por el muelle para que nos avise en cuanto tenga noticias del barco del comandante.

Julianna sonrió.

—Bueno, creo que tardará unos días aún, ¿verdad?

—¿Quieres ir a recibirlo? —preguntó, y Julianna asintió—. En ese caso, podemos decirle a Furnish que, mañana temprano, mande a un lacayo para que localice a uno de esos pillastres y nos avise de inmediato. —Julianna volvió a asentir—. Y ahora, deberías acostarte. Recuerda que hoy ha sido tu primer día sin las vendas y me consta que no has parado quieta ni un segundo.

Julianna sonrió asintiendo.

—Está bien, tía. —La besó otra vez en la mejilla—. Buenas noches.

—Buenas noches, querida.

 

 

En los días posteriores a esa conversación, Julianna no podía aún salir a cabalgar, pero el médico ya la dejaba salir de casa. Llevaba varios días ansiosa, nerviosa, en el fondo sabía por qué era, pero se decía a sí misma y a los demás que era por querer recuperarse pronto y por estar tanto tiempo sin hacer nada. Esto al final le hizo pensar en una idea que llevaba tiempo cavilando. Había hablado con su tía de todo lo que ocurrió aquel día en el parque, de lo que ocurrió con Timón, la viuda que lo acompañaba y lord Bedford. Después de mucho pensarlo, le dijo que quería hacer una cosa con el dinero de su asignación, recuperado por Max, y con el dinero que lord Bedford entregó a su hermano delante de ella y que habían hallado en la casa de la viuda junto con el bolso de Julianna y su capa roja, aunque esta se la entregó Cliff a su tía antes de marcharse para que la mantuviera a buen recaudo, por saber lo importante que era para Julianna.

—Me gustaría entregárselo a las hermanas de Saint Joseph, al menos lo que quede después de comprar ropas nuevas, zapatos y abrigos para los niños del orfanato y también mantas y ropa de cama. Además, creo que podría adelantar un poco del dinero al carnicero y al dueño del almacén para que les lleven alimentos durante unas cuantas semanas, carbón para el invierno y velas.

—Es una magnífica idea, Julianna. Creo que les vendrá muy bien, y es la mejor manera de usar el dinero de ese canalla, al menos le daremos buen uso. Podemos ir a comprar las ropas y las cosas que necesitan y se las mandaremos de inmediato, y podemos también asegurarnos de que llegue el dinero a esos sitios para que les faciliten los alimentos y demás cosas.

El día anterior lo dedicaron casi por completo a esa tarea. Amelia fue de gran ayuda en cuanto a tallas, ropa de cama y las cosas para los niños, puesto que los conocía a casi todos. A última hora de la tarde, llegaron a la mansión todos los encargos y Julianna aprovechaba que Amelia y Eugene estaban paseando a caballo, para ultimar los detalles del envío. Su tía había organizado el transporte de todo a través de uno de sus barcos más pequeños, de modo que llegaría pocos días después a Saint Joseph junto con algunas cosas más que ella quiso comprar para contribuir. Lo cierto es que tía Blanche se había excedido, porque además de libros, pizarras y algunos juguetes para los niños, les había comprado caramelos, botes de frutas confitadas y mermeladas, y hasta algunos árboles frutales pequeños para que los plantasen en el patio de atrás del orfanato.

La mañana del día undécimo desde la partida de Cliff, Julianna estaba cerrando el último sobre y adjuntándolo al último de los paquetes cuando entró uno de los lacayos, para llevarlo a la carreta que esperaba en el patio trasero de la casa para trasladarlo al puerto y embarcarlo junto con los demás, cuando, casi sin respiración, entró su tía en la sala.

Se paró junto a Julianna, esperó a que el lacayo se marchara e intentó recuperar con esfuerzo el resuello. Julianna se levantó de su asiento.

—Tía, ¿qué ocurre?

—El barco del comandante llega esta tarde —dijo casi sin aliento.

Julianna se quedó un momento helada, con el corazón desbocado y con el pulso de repente muy excitado.

—¿Có-cómo lo sabe? ¿Ha venido el muchacho?

Su tía asintió.

—Tía, por favor, siéntese —dijo Julianna, tomándola del brazo y acompañándola hasta un diván.

—Ay, querida, me he sentido como una niña pequeña el día de Navidad y ahora veo que no lo soy.

Julianna se rio, pero enseguida se sentó a su lado y se puso seria.

—Tía, después de que habláramos sé lo que quiero hacer y me pregunto… —Se detuvo un segundo y su tía la miró con detenimiento—. ¿Sería posible que, si Cliff aún quiere casarse conmigo, lo hiciéramos en su barco? ¿Te enfadarías si me casara así?

Su tía sonrió tomándola de una mano.

—Querida, yo me casé en una pequeña capilla con un viejo vicario, un pastor más viejo aún como único testigo y dos pequeñas ovejas como los únicos seres que nos esperaban a mi marido y a mí en la puerta.

—¿Cómo? —preguntó asombrada Julianna.

Su tía movió la mano con gesto despreocupado.

—Es una larga historia. Tu tío creyó que me podría arrepentir en el último momento por los grandes fastos que había organizado para la boda en Londres y, cuando íbamos de camino a la ciudad desde el pequeño pueblo donde vivía entonces, se detuvo en una pequeña capilla y le pidió al vicario que nos casara allí mismo. Por supuesto, luego tuvimos que repetir la ceremonia en Londres con la licencia y demás papeles, pero, cuando pienso en mi boda, siempre pienso en la pequeña capilla y en el pobre pastor que, asombrado, hizo de improvisado testigo.

Julianna se rio. Le pareció muy romántico y también muy propio de alguien con el carácter fuerte y decidido de su tía.

—Me gustaría casarme hoy con Cliff, en su barco y solo con la familia como testigos. Creo que es la boda que me gustaría de verdad.

—¿Lo dices en serio, Julianna?

—¿Te escandaliza? ¿Te molestaría que fuera cierto?

—¡Por supuesto que no! —Le apretó la mano—. Es más, creo que si nos lo proponemos podríamos hacerlo posible.

Julianna abrió mucho los ojos.

—¿De veras?

—Ummm… A ver, pensemos. ¿Qué necesitaríamos?

Se miraron mutuamente.

—Un capitán de barco, supongo, y un barco —respondió Julianna.

—Bueno, esas dos cosas las tendríamos en cuanto la nave atraque —contestó tía Blanche.

—Pero Cliff no puede casarse a sí mismo —meditó Julianna.

—Cierto, cierto, necesitaríamos otro capitán… ¡Max! O ¡el almirante!

La tía se felicitó a sí misma ante esa idea.

—Bueno, también me gustaría que la familia esté allí.

—Eso sí que es sencillo de lograr, cariño. Los llevaremos a todos al barco. Tú puedes ir a Stormhall e informar al conde y su familia. Max, el almirante, Eugene y Amelia vendrán con nosotras, claro.

—¿No se necesita nada más para casarse en un barco? ¿Una licencia o algo así? —preguntó Julianna frunciendo el ceño.

—Pues, no estoy segura, creo que no. Se lo preguntaremos al almirante en cuanto venga. —Julianna asintió—. Y ¡un banquete! —sentenció tía Blanche.

—Pero eso sí que no creo que…

Su tía la interrumpió.

—Querida, deja eso de mi cargo. Si quiero que haya un banquete habrá un banquete.

Julianna se rio y, en ese momento, se abrió la puerta y Furnish cedió el paso al almirante.

—Buenos días, mis queridas damas —dijo mientras se inclinaba elegantemente.

Julianna se levantó corriendo, se acercó a él sonriente, se puso de puntilla y lo besó la mejilla.

—Con recibimientos como este no me extraña que me guste venir a visitarte, pequeña. —Y le dio unos suaves golpecitos en la mejilla.

Julianna sonrió y lo tomó del brazo para acompañarlo hasta su sillón favorito.

—¿Quiere un poco de café irlandés del que tanto le gusta y un poco de bizcocho de jengibre que he preparado hace menos de dos horas?

El almirante sonrió contestando:

—¿Cómo podría negarme? Sí a ambas sugerencias, me encantaría, gracias, pero… ¿Por qué sospecho que quieres pedirme algo, pilluela?

Julianna le lanzó una mirada inocente y se giró rápidamente hacia la puerta.

—Voy a traérselo.

—Ahora sí que estoy seguro de que algo quieres.

Julianna se rio y salió casi corriendo de la sala. Una vez solos el almirante miró a tía Blanche ,que parecía del todo contenta.

—¿Me lo va a contar o tengo que esperar a que regrese Julianna?

La tía Blanche sonrió.

—Nos acabamos de enterar de que el barco del comandante regresa esta tarde.

—Es una gran noticia. Supongo que por eso Julianna está tan contenta.

Ella asintió.

—De hecho, estamos maquinando una especie de sorpresa, pero es probable que necesitemos su consejo y su ayuda.

—Si esta en mi mano… —contestó sonriendo.

—Nos preguntábamos… ¿Qué se necesita para celebrar una boda en un barco?

El almirante abrió los ojos de par en par.

—¿Una boda? ¿La boda de quién? Oh… Entiendo… —Meneó la cabeza al tiempo que sonreía—. Ah… El apremio de la juventud… —dijo anhelante—. Pues, realmente solo se necesita un novio, una novia y un capitán de barco, claro que si se celebra en el navío de Cliff, como me imagino que queréis… —Alzó una ceja inquisitivo, pero no esperó respuesta o comentario alguno, pues continuó—. El capitán que celebre la ceremonia, primero ha de tomar posesión del barco. —Miró meditabundo a tía Blanche—. Presumo queremos que sea una sorpresa para Cliff.

—Así es.

—En tal caso, podríamos mandar un mensaje a su primer oficial en cuanto atraque el barco y que lo mantenga ocupado, bien en su camarote, bien en las bodegas, mientras preparamos todo, y Max, como capitán que es, puede tomar posesión de la nave y celebrar la ceremonia.

—¡Sería perfecto! —Palmeó tía Blanche—. Y la pregunta entonces es, ¿necesitaríamos una licencia?

Negó con la cabeza.

—Basta con que haya testigos que den fe de la celebración del matrimonio.

En ese momento Furnish abrió la puerta de la sala y seguidamente entró Julianna con una bandeja. El almirante se puso en pie. Julianna dejó la bandeja en la mesita de enfrente del sillón y, cuando iba a sentarse, el almirante le tomó la mano y se la besó dulcemente.

—Creo que se impone una felicitación.

Julianna enrojeció de golpe y sonrió tímidamente mientras que el almirante se rio de puro placer. Julianna se sentó un poco avergonzada y esperó a que el almirante se sentase para servirle el café. La tía Blanche habló entonces.

—Julianna, no habrá problemas en cuanto a la ceremonia. En cuanto regresen las niñas y Max podrías contarles lo que pretendemos hacer y, tras el almuerzo, ir a Stormhall e informar al conde de nuestros planes en persona. El almirante y yo podremos ultimar el resto de los detalles.

—¿De veras? Entonces… ¿Podemos hacerlo de verdad?

—Claro, pequeña, claro. Solo necesitas que el novio llegue sano y salvo y ya sabemos que dentro de unas horas estará aquí, ¿no es cierto? —señaló claramente divertido el almirante con la taza de café entre las manos.

Julianna de nuevo se ruborizó: saber que en pocas horas volvería a ver a Cliff y a besarlo, la llenó de una sensación tan gloriosa que tenía ganas de gritar, pero solo sonrió y se imaginó de nuevo en los brazos de Cliff.

Las restantes horas fueron un poco caóticas, entre los gritos de alegría de Amelia y de Eugene, Max y el almirante descorchando botellas de champagne para que todos los de la casa pudieran contagiarse de la felicidad de toda la familia, el almirante y tía Blanche haciendo algunos preparativos de los que no quisieron hablar a Julianna… La mansión parecía un manicomio.

Sin embargo, el único momento de aprehensión lo sintió de camino a la mansión del conde. Eugene insistió en acompañarla, lo cual Julianna tuvo que reconocer era de agradecer, porque tenía los nervios a flor de piel.

Para su sorpresa cuando, con cierta timidez, consiguió contar lo que pretendía hacer nada más arribase Cliff a puerto, todos recibieron la noticia con efusivas muestras de alegría y afecto, incluso la siempre correcta y elegante condesa la abrazó y la besó en la mejilla y le dijo que llevaba meses esperando recibir esa noticia. Sin duda fue una sorprendente revelación que dejó un poco petrificada a Julianna.

Antes de irse se atrevió a pedir a Ethan que fuera el padrino de la ceremonia y este le besó la mano y sonrió como solía hacerlo Cliff cuando parecía haberse salido con la suya. Le había pedido a Amelia que fuera su madrina y esta se abalanzó sobre Julianna gritando de entusiasmo.