Capítulo 15
Al llegar al club de oficiales tanto Cliff como Max comprobaron como la mayor parte de los presentes se volvían a Cliff para mirarlo y, tras tomar asiento y pedir unas copas al camarero, se relajaron. Cliff miró en derredor y preguntó bajando la voz:
—¿Ocurre algo que yo no sepa?
—¿Umm?
Max levantó la ceja y lo miró fijamente como si estuviese distraído y no hubiese prestado atención a la pregunta.
—Bueno… ¿A qué venían las miradas de la entrada? ¿He matado a alguien y no me he enterado? —preguntó Cliff mientras hacía un recorrido disimulado con la vista a su alrededor
Max sonrió.
—Me imagino que se preguntan a qué se debe que tu barco estuviese iluminado como una barraca de feria la noche pasada. Desde luego, es una táctica original para pasar desapercibido entre los buques enemigos, si es lo que estabas ensayando…
Prorrumpió en carcajadas mientras veía la cara de espanto que ponía Cliff.
—¡Por todos los santos! ¿Desde cuándo la Marina Real se ha convertido en una reunión de comadronas adictas a los cotilleos? ¿Tan faltos de incentivos y entretenimientos están los caballeros en Londres que algo tan trivial pasa a ser centro de comentarios y conjeturas en los salones de los clubes? ¿Es que ahora los caballeros adoptarán las costumbres de las matronas y jovencitas ávidas de chismes, de inmiscuirse en la vida de todos los demás por un mero acontecimiento baladí y carente de interés para nadie?
—Siendo fieles a la verdad, lo que despierta interés es la identidad de la destinataria de semejante despliegue romántico —contestó Max. Cliff levantó las cejas instándolo a aclarar el comentario—. Reconocerás, Cliff, que ese… no sé cómo llamarlo… Bueno, esa iluminación en medio del puerto, es obvio que no se debe a prácticas marineras, así que todos asumen que es un gesto romántico. —Hizo hincapié en estas palabras—. Lo que, viniendo de ti, ha generado una gran expectación. De hecho, si fuese tú, me prepararía para el aluvión de interrogatorios y veladas insinuaciones de cuantas damas te cruces de ahora en adelante.
Volvió a sonreír, pero esta vez con un gesto burlón de lo más exasperante, pensó Cliff.
—¿Expectación? Lo reitero. Londres está falto de incentivos. —Gruñó molesto
Max se rio y continuó:
—Vamos, Cliff, despierta interés el hecho de que hagas un esfuerzo para conquistar a una dama, y más si ese gesto es tan, tan —movió la mano al aire con gesto excesivamente teatral —evidentemente romántico. Lo tuyo, bueno, lo nuestro es más la seducción, no el romanticismo. Además, de todos es sabido que ninguno de los dos ha de hacer demasiados esfuerzos en este campo. Dejando al margen la modestia…
—Sí, por favor, deja al margen la modestia… —lo interrumpió Cliff, intentando falsamente reprenderle, y Max sonrió de nuevo.
—Dejando al margen la modestia… No es que seamos de los que necesitamos grandes alardes ni gestos grandiosos para conseguir los favores y atenciones de las damas. De ahí la expectación ante semejante despliegue de farolillos —dijo con un tono guasón que denotaba lo mucho que disfrutaba—. Además, este gesto ha sido demasiado evidente incluso para algunas de las mentes más obtusas de Londres.
—Grrr, ¡maldita sea! Cómo si no fuese suficiente con soportar los interrogatorios y las miradas de mi madre y lady Adele en casa, ahora me asediarán las demás mujeres de esta ciudad para saciar su curiosidad y, para colmo, no era más que la primera sorpresa…
Max se rio a carcajadas.
—¿Y todas son tan, tan… luminosas?
Volvió a reírse a carcajadas conteniendo con esfuerzo las ganas de mofarse de un modo algo más directo. Cliff bufó.
—Ten en cuenta que no solo las damas están expectantes, también sus maridos y los demás caballeros… —Hizo un gesto con la mano abarcando todo el salón—. Sobre todo, porque, de seguro, están intentando averiguar qué dama ha sido capaz de arrancar esos alardes de romanticismo del mayor calavera de Londres, después de mí, claro.
—Claro. —Volvió a interrumpirlo con un tono condescendiente, poniendo los ojos en blanco.
—Además, amigo, estarán imaginando que debe ser extraordinaria la dama en cuestión para haber logrado semejante milagro, y todos querrán conocerla. De hecho, más de un caballero de los presentes querrá intentar algo con ella en cuanto la conozcan.
Cliff abrió los ojos de par en par, no había pensado que sus «sorpresas» pudieran convertir a Julianna en un centro de atención tan excesivo y, sobre todo, en centro de interés de todo caballero, varón o crápula de la ciudad. ¡Y solo había empezado! Tendría que revaluar algunas de sus sorpresas para que quedasen en un ámbito más… privado. Pero algunas… Volvió a gruñir. Cliff miró a Max con el ceño fruncido.
—Te estás divirtiendo, ¿verdad?
Max soltó una carcajada.
—Lo cierto es que sí. El único inconveniente es que, si a ti te echan el lazo de manera definitiva, todas las matronas, madres y mujeres solteras creerán que es posible traer de vuelta al redil a todos y eso les dará un mayor incentivo esta temporada. —Hizo un brusco gesto con los hombros como si le hubiese dado un escalofrío—. ¿Te imaginas? Les has dado alas. Solo por eso me invitas a otra copa —dijo, levantando la copa de coñac que acababa de apurar.
—¿De modo que además de convertirme en una diana andante de chanzas y burlas he de asumir mi castigo como si me lo mereciera? Vaya amigo estás tú hecho. —Levantó la mano a uno de los camareros instándole a traer dos copas más.
—¿Y bien? ¿En qué consiste tu sorpresa de hoy? —preguntó Max levantando ambas cejas—. Me contó Ethan esta mañana, cuando me lo crucé en la Academia de Caballería, que no sueltas prenda y que los tienes a todos en ascuas.
Cliff lo miró alzando las cejas, pues claramente el comentario había captado su atención.
—¿Te encontraste a Ethan esta mañana?
Max asintió diciendo:
—Había ido a ver la yegua que va a regalarle a lady Adele por su enlace. La ha llevado a la Academia para que el capitán Harrington la entrene un poco. Es una purasangre española magnífica. Le hablé de las que Blanche le compró a las jóvenes de la familia y, como le pareció un buen regalo para su prometida, le presenté al dueño de la yeguada, pero no me enteré hasta esta mañana que, finalmente, adquirió a una de las más jóvenes.
—¡Vaya con Ethan! Y luego se burla de mí.
Cliff sonrió pensando en las bromas que podría hacerle ahora a su hermano para devolverle lo de las últimas semanas.
—¿Y bien? —aguijoneó Max.
—¿Y bien? —devolvió Cliff.
—La sorpresa… —Max hizo un gesto con la mano en círculos en el aire para instarle a hablar.
—¿Desde cuándo eres tan curioso? —preguntó con tono de inocencia Cliff—. Pues si tanto interés tienes… —Se inclinó hacia delante como si fuese a hacer una confidencia lo que Max imitó—. Tendrás que esperar a verla. —Sonrió complacido.
—¡Vaya, hombre! Yo ayudándote de una manera tan generosa y altruista que incluso empiezo a notar el peso de mi aro de luz en la cabeza, y tú me lo devuelves así. Muy bonito —dijo con gesto ofendido, aunque riéndose, mientras se incorporaba de nuevo para agarrar la copa que les acababa de traer el camarero.
Tras unos minutos en silencio degustando el coñac Cliff dijo con voz queda:
—Aunque no lo había planeado, creo que esta noche haré una visita a Julianna. Quiero asegurarme de que está bien. Después de lo de hoy, creo que deberíamos intentar que se sienta segura… ¡Maldito canalla! —Pensaba en Timón con furia recorriéndole la sangre.
Max se quedó callado unos segundos y, mirándolo fijamente, con mucha seriedad, preguntó:
—¿Una visita?
Cliff simplemente levantó los hombros y puso los ojos en blanco. Max se enderezó en su asiento.
—¡Cliff! Te recuerdo que me prometiste actuar correctamente. En lo que se refiere a Julianna, más te vale que empieces a pensar en mí como un hermano sobreprotector y muy, muy vengativo.
Cliff sonrió ante la reacción de Max, pero con un tono tranquilo le dijo:
—No te preocupes, solo quiero asegurarme de que está bien, solo eso. Tengo una extraña sensación desde esta mañana, como un nudo en el estómago.
«Y en el corazón», pensó.
Max se relajó un poco, pero, todavía serio, dijo:
—Cliff, te comprendo, de veras, pero… recuerda que es Julianna. Más te vale ir con cuidado por ella. Por ti y sobre todo por tu integridad física… Aún mantengo la costumbre de tener mis armas a punto. —Habló serio pero con cierta camaradería entre ellos.
—No te preocupes, Max. De cualquier modo, sabes que quiero casarme con ella.
—Sí, sí… pero ¿querrá ella? —preguntó él con cierto tono de advertencia en la voz.
La cena esa noche fue algo extraña. Tía Blanche actuaba con una serenidad y una naturalidad que no hizo sino lograr que Julianna sintiese una enorme admiración por el aplomo de su tía. Ella intentó que no se le notase ni el nerviosismo ni la preocupación que aún sentía, pero esperaba que tanto Amelia como Eugene lo achacasen a los efectos de la sorpresa de la noche anterior. Y, desde luego, esto último no era difícil, ya que, en cuanto pensaba en Cliff, lo que era cada dos minutos, se ponía colorada y sentía la piel arderle. Le venían a la cabeza las imágenes, las sensaciones de esa mañana. Estaba deseando acabar la cena para encerrarse en el dormitorio y pensar en todo lo acontecido. Sentía como si hubiesen pasado semanas desde que se hubo arreglado a primera hora en el tocador, habían pasado tantas cosas en tan pocas horas que estaba abrumada, aturdida, preocupada, pero, extrañamente, también feliz. «¿Me estaré volviendo loca al fin?», pensó mientras tomaban el té tras la cena.
Entró en su habitación, iba algo distraída y no fue hasta que se sentó en el tocador cuando vio en el espejo el reflejo de una enorme caja de madera colocada encima de su cama con otro sobre lacrado sobre ella. Se giró al mismo tiempo en que entraba su doncella para ayudarla a desvestirse ,pero enseguida comprendió que debía dejarla sola, así que, sin decir nada, volvió sobre sus propios pasos. Julianna se acercó a la cama y cogió el sobre para de inmediato leer:
Mi querida Julianna:
Como marino, he pasado gran parte de mi vida mirando las estrellas, siguiéndolas y permitiéndoles que guiaran mi destino. Con este presente espero que todas las estrellas del firmamento te guíen al destino que te mereces y, para que puedas interpretarlas, te entrego algunos de los instrumentos que me han acompañado en mis viajes: un nocturlabio[1], una ballestina[2] y, mi instrumento preferido, la esfera armilar[3], todos ellos presentes de mi padre cuando me nombraron capitán de mi primer navío.
Por favor, acéptalos como muestra de mi más sincero cariño hacia ti.
Tuyo por siempre,
Cliff de W.
Por favor, mira por el telescopio.
No sabía qué era lo que más deseaba, si abrir la caja o ir corriendo al balcón, pero ya que estaba allí abrió con cuidado la enorme caja de madera, contenía los tres instrumentos de navegación detallados en la nota, pero al igual que la brújula eran especialmente bonitos, eran obras de orfebrería, no solo instrumentos náuticos. Eran tan bonitos como útiles y se prometió aprender a utilizarlos lo antes posible. Los acarició uno a uno y los observó con verdadero interés conteniendo la respiración. Tras dedicar unos minutos a cada objeto, salió al balcón. Prendida del telescopio había otra nota:
Ártemis es la diosa griega de la Luna. Siempre he tenido una diosa que guiaba mi vuelta al hogar en mis largas travesías, que me hacía soñar con su luz y su brillo en las solitarias noches a bordo de alguno de mis barcos… Para mi Ártemis, mi diosa de la noche, la diosa que hacía que soñase con ella mientras miraba la luna desde la cubierta, preguntándome si, en ese momento, en ese preciso instante, otra persona, al otro lado del océano estaba mirando la misma luna, el mismo cielo…
Al igual que la noche anterior, Julianna se inclinó y miró a través del telescopio. Otro barco, aún más imponente que el anterior, y este, en vez de estar iluminado con faroles, tenía prendidos por todo el barco farolillos de color rojo. Se detuvo a observar uno con detalle, era como los que habían visto en uno de los puestos de la zona industrial de Londres, farolillos de papel traídos de algún país de Oriente. La imagen era preciosa, de nuevo era como una constelación en medio del puerto, con cada palo, cada vela perfectamente dibujada gracias a esos farolillos. De nuevo había algunos colocados en la parte lateral del casco, Ártemis, leyó. «Ártemis, diosa de la luna», se repitió mentalmente.
Se quedó largo rato en el balcón deleitándose con la vista, contemplando cada detalle, cada farolillo, cada luz prendida de alguna cuerda, de algún gancho o de alguna madera. Era sorprendentemente bonito. Durante todo ese rato Julianna canturreaba y sonreía.
—Esa es una de las cosas que más me gusta de ti.
La voz de Cliff sonó a su espalda. Se sobresaltó y se giró. Allí estaba apoyado en la barandilla del balcón, sonriendo con los brazos cruzados y la vista fija en ella.
—¿Qué? ¿Cómo? —Julianna miró a su alrededor—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?, no creo que mi tía te haya permitido…
No dejaba de sonreírle mientras ella tartamudeaba de asombro desconcertada.
—He trepado por ahí.
Cliff señaló el lateral del balcón y Julianna corrió a su lado, se inclinó un poco por la baranda y después lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Has trepado por la enredadera? —dijo, y él simplemente se encogió de hombros—. ¿Estás loco? —Cliff se rio—. ¿Qué haces aquí?
Cliff extendió uno de los brazos y con el pulgar acarició la mejilla de Julianna, que no sabía cómo reaccionar, y con voz muy suave se limitó a contestar:
—Quería asegurarme de que estabas bien. Además, te echaba terriblemente de menos.
—No… no deberías estar aquí.
Aun cuando sabía lo incorrecto de la situación no se movió un ápice, como si su cuerpo se negase a alejarse de Cliff, que continuaba simplemente con el cuerpo apoyado, relajado y sonriente en ¡su balcón!
—No me ha visto nadie. —Se rio quedamente—. Me gusta cuando tarareas. Sonríes y se te ilumina el rostro.
De nuevo le acarició la mejilla, consiguiendo que Julianna se encendiese como aquellos farolillos.
—No estaba tarareando. —Bajó un poco la vista como avergonzada—. ¿O sí?
Cliff se rio de nuevo con un sonido que a Julianna le provocaba ríos de emociones corriendo por todo el cuerpo. Era un sonido que despertaba cada parte de su ser y que llamaba a la Julianna mujer.
—Lo hacías, cariño, igual que cuando te encontré en el bosque aquel día, tarareabas algo mientras caminabas distraída. Me gusta el sonido de tu voz y la forma en que pareces perderte en tus pensamientos cuando canturreas inconscientemente, pones una expresión muy dulce.
—Yo… yo… —Estaba sonrojada hasta el infinito, lo notaba, se notaba las mejillas coloradas y los ojos encendidos. Cuando le hablaba de esa manera, con esa voz cálida, tierna olvidaba lo demás—. Supongo que es de las cosas que he heredado de mi padre. Él también lo hacía, sobre todo cuando paseaba por los campos. A mí me gustaba caminar a su lado en silencio escuchando su voz ronca, era cálida, familiar, era… no sé, supongo que era él.
Se encogió de hombros y bajó la mirada con gesto de inconsciente timidez.
—Pues espero que no pienses en cambiar esa costumbre porque a mí me encanta escucharte.
Con dos dedos debajo de la barbilla le levantó el rostro, obligándola a mirarlo directamente. Sonreía, con esa sonrisa que conseguiría derretir cualquier corazón y le brillaban tanto los ojos con esa especie de picardía, parecería un niño travieso si no fuera porque el resto de él desprendía ese aire de lobo peligroso, hambriento y dominante.
Ella se quedó en silencio observando esos ojos verdes, embelesada por ellos, notando el calor que desprendía su cuerpo, notando su aliento caliente, sensual rozándole el rostro. Sonrió y miró de soslayo al telescopio y de nuevo a ella.
—Dime, ¿te ha gustado tu sorpresa?
Julianna asintió pero se obligó a intentar decir algo medianamente coherente.
—¿Ártemis?
—La diosa de la luna. —Acercó su rostro al de Julianna y con sus labios rozando los de ella continuó—. Mi diosa de la luna…
Y, entonces, la besó. No fue más que un mero roce, suave, ligero, casi una promesa, y después comenzó a recorrer su rostro con la nariz acariciando suavemente sus mejillas, la línea de su mandíbula, obligándola a arquear un poco la espalda y a echar la cabeza hacia atrás hasta que comenzó a besarla en el cuello, en la base de la oreja, en el lóbulo dándole un pequeño mordisco.
—Me guiabas todas las noches. Me llevabas a casa. Me decías con la luz de la luna, con ese brillo, que regresase, que volviese a ti. Lo sabes, tienes que saberlo. Llevas mucho tiempo guiando mi destino, mi vida, mi corazón.
Seguía besándola y con cada beso Julianna iba perdiendo un poco de cordura, de control, de conciencia…
—No lo entiendo… No me conocías… —dijo ella con la voz entrecortada.
—Julianna. Creo que te conocía, te deseaba, te anhelaba incluso cuando no habíamos nacido ninguno de los dos… —Su voz sonaba ronca. En el fondo no quería mentirle, así que se obligó a reconocer algo más que eso. Levantó su cara y la miró fijamente—. Julianna, ¿me creerías si te dijese que te entregué mi corazón el día que te vi con tu capa roja en el bosque, pero que mi alma y mi destino te pertenecen desde hace muchos años, aunque yo no lo sabía? ¿Cómo podría saberlo?
Cliff esperó durante unos segundos una respuesta mientras ella parecía asimilar con calma lo que acababa de escuchar, como si meditase sobre lo que esa especie de declaración implicaba.
Se separó suavemente de él, solo un poco y sin dejar de mirarlo. Fueron unos segundos que a Cliff le parecieron eternos, temía haberla asustado, haber forzado la situación, haberse precipitado.
—¿Me estás diciendo que me quieres? ¿De verdad? —Ella bajó la vista de nuevo y sacudió la cabeza suavemente a ambos lados y, antes de dar la oportunidad a Cliff de hablar, continuó—. Eso… eso no tiene sentido. Tú… tú… Yo… No… Es decir… Nosotros no… —Su voz se iba apagando como si pensase en voz alta, como si intentase entender lo que escuchaba.
No podía dejarla pensar, no podía correr el riesgo de que se asustase. Cliff la tomó en un abrazo y con una mano de nuevo la obligó a levantar el rostro y la besó, firmemente, con deseo y pasión, pero también con dulzura y anhelo. Julianna no se resistió, pero al principio simplemente se dejó llevar hasta que después empezó a responder, a devolver cada caricia de los labios, a tomar como suyos los labios de Cliff, su boca, su calor… Levantó los brazos y asió con sus manos la nuca y los cabellos de Cliff. Y él lentamente fue deslizando sus manos por su espalda, por sus caderas, más cerca, más cerca, sus cuerpos no estaban ya cerca el uno del otro sino que se tocaban hasta el punto de poder notar mutuamente los latidos acelerados de sus corazones. Cliff se obligó a levantar la cabeza, a interrumpir unos instantes el beso, quería verle el rostro, el sonrojo de la pasión, los ojos encendidos y con el velo de la pasión y de la llama que él había encendido. Necesitaba verle el rostro, necesitaba asegurarse de que no se resistía a él, de que su mente no retrocedería.
Julianna suspiró antes de abrir los ojos. Conseguía hacerle olvidar hasta quién era, dónde estaba y todo lo que los rodeaba. Ese hombre la desarmaba con un mero contacto. Era peligroso para ella y lo sabía. Pero… ¿acababa de decirle que la quería?, no podía ser, no tenía sentido. Y si fuese cierto, ¿qué se suponía que significaba? ¿Qué esperaba de ella? Mientras se le amontonaban todos esos rápidos pensamientos en la cabeza, su corazón se resistía a dejar de latir con fuerza y su cuerpo iba a su propio ritmo. Un ritmo marcado por el de él. Un ritmo que marcaba cada una de sus caricias, de sus besos, de su contacto. Al abrir los ojos y encontrar los suyos mirándola con esa fuerza, con esa intensidad, le parecía imposible resistirse. Respiró hondo intentando recobrarse de las emociones y de las sensaciones que le provocaba, que la aturdían y que la dejaban sin sentido. Estaba entre sus brazos, incapaz de moverse, incapaz de resistirse. Tenía que separarse de él, un poco, solo un poco. Bajó los brazos para poner las manos entre ellos y cerrando fuertemente los ojos lo empujó suavemente para deshacerse de su abrazo. Él no se lo impidió.
—Cliff…
Bajó la cabeza aún con los ojos fuertemente cerrados. No sabía qué decir ni cómo explicarse. Llevaba varias semanas rendida ante la idea de que estaba enamorada de él, pero comprendiendo las diferencias entre ellos, los mundos casi opuestos a los que pertenecían. Además, no podía dejarlo de nuevo acercarse hasta el extremo de volver a verse desprotegida ante él, aún no se sentía capaz de confiar en él hasta el extremo de poner en sus manos sus sentimientos, su corazón. No quería volver a sentirse tan impotente, tan ajena al control de su vida y de su destino como antes de partir del condado, viéndose abocada a tomar unas decisiones precipitadas por los acontecimientos ocurridos ajenos a su control, a su voluntad. Empezaba a comprender que lo que Cliff le provocaba era una marea de sentimientos, de sensaciones que era incapaz de controlar e incluso de comprender y eso, eso… la asustaba. Dio dos pasos atrás con los ojos cerrados, incapaz de hacer frente a esos ojos verdes. Aturdida, asustada.
—No. No me quieres… No sé lo que deseas de mí o lo que esperas, pero no me quieres, no puedes quererme… No puedo…
Su voz salía casi en un susurro, débil, dubitativa, asustadiza. Cliff se volvió a acercar a ella, pero al notar su cercanía Julianna levantó la cara y abrió los ojos.
—Por favor, por favor, no me toques… No puedo pensar si me tocas, no consigo…
De nuevo salía su voz casi en un susurro. Pero Cliff no se detuvo y de nuevo la abrazó suavemente, apoyando su mentón en la cabeza de Julianna.
—Julianna, por favor, no te asustes, no te alejes de mí… ¿Qué es lo que temes? Es cierto que te quiero, cariño. Fui un necio al no comprenderlo cuando debía, pero ahora lo sé y me alegro de comprender lo que ello significa. Te quiero, pequeña. Te amo, te adoro con cada fibra de mi alma y de mi ser. No debes temer que te quiera, porque no dejaré que nada te pase y que nadie te haga daño, ni siquiera yo. Si no me quieres, conseguiré que me quieras. Si no puedes confiar en mí, conseguiré que confíes en mí aunque me cueste la vida. No te alejes de mí otra vez y no me pidas que me aleje, no puedo, me es imposible vivir separado de ti.
Cliff notaba como iba abriendo su corazón de manera inevitable. Tenía que hacerla comprender cuánto significaba para él, lo mucho que la necesitaba, lo mucho que la quería. Le volvió a levantar la cara con una mano.
—Mírame, pequeña, mírame, por favor. Abre los ojos…
Ella los cerraba con fuerza, no se atrevía a enfrentarse a esos ojos que la dejaban sin aliento, sin voluntad.
—Por favor, cielo, abre los ojos —insistió con voz queda—. Tienes que saberlo, pequeña, tienes que sentirlo. Eres lo que quiero, lo único que quiero. Te deseo, te necesito, te amo, Julianna. Por favor, mírame.
Con los ojos cerrados Julianna empezó a temblar en sus brazos mientras algunas lágrimas comenzaban a recorrer sus mejillas. Cliff se quedó unos segundos mirándola.
Julianna sentía cada latido del corazón de Cliff mientras lo rodeaba con sus brazos, sentía su aliento en su rostro y las vibraciones de su voz mientras le hablaba. Confundida por los sentimientos que aparecían al escuchar que la quería, a ella. Ese hombre perfecto, hermoso, fuerte, inteligente, le decía que la quería. Su voz se le metía debajo de la piel, sus palabras le llegaban directamente al corazón. Incapaz de abrir los ojos sentía la fijeza de su mirada en ella. Al final, incapaz de resistirse, las traicioneras lágrimas que unos minutos antes amenazaban con salir finalmente estallaron y una brutal sensación de indefensión y de pánico le recorrió el cuerpo provocando que temblase.
Por fin abrió los ojos y se encontró con los de él. Estaban llenos de dulzura, de ternura, de… ¿amor? Por unos segundos sintió una punzada en el corazón que la atravesó dejándola sin respiración.
—¿Por qué? —consiguió preguntar.
Los ojos de Cliff se entrecerraron como si no comprendieran.
—¿Por qué te quiero? —preguntó con suavidad.
Julianna asintió pero enseguida negó con la cabeza.
—Sí. No… ¿Por qué me quieres? Y ¿por qué debería creerte? ¿Confiar en que me dices la verdad, no lo que crees puedo querer escuchar?
Ahí estaba de nuevo, la jovencita sensata, tímida, que durante años se guiaba y conducía con sumo cuidado por el mundo que la rodeaba y que se protegía a sí misma de los demás tras un fuerte muro de cautela y circunspección. Cliff comprendió al instante que lo que ella le preguntaba iba más allá de las simples palabras, necesitaba confiar en él antes de abrirle su corazón, antes de entregárselo sin reservas, necesitaba tiempo y él se lo daría.
—Julianna, te quiero por muchas razones, por muchos motivos, pero ninguno de ellos tiene importancia, ya que la única verdad es que lo que no puedo hacer es no amarte. No quererte me resulta del todo imposible. La verdad, la única verdad, es que te amo como nunca creí que pudiese amar a nadie, como nunca creí que fuese posible amar en realidad. —Le besó con ternura el cabello y esperó unos segundos—. Julianna, pequeña, no tienes que confiar en mí todavía, date tiempo, esperaré lo que necesites, esperaré una vida si me lo pides, pero sé que al final tu corazón te dirá lo mismo que a mí el mío. Tú y yo nos pertenecemos. Sé lo que sientes, porque de otro modo jamás me habrías dejado acercarme a tu corazón.
Permaneció abrazándola, disfrutando de su calor, de su dulce aroma, de esa sensación de plenitud que le provocaba su cercanía. Solo ella era capaz de hacerlo sentir tranquilo, sereno aunque por dentro la pasión y el deseo le quemasen la piel.
Julianna se quedó quieta entre sus brazos con una lucha de sentimientos, de pensamientos, de deseos y sensaciones en su interior y, a pesar de ellos, se sentía extrañamente en paz, segura entre sus brazos. Su cuerpo se amoldaba tan bien al suyo. Con la cabeza aún apoyada en su pecho y con el leve movimiento de su pecho meciéndola suavemente, Julianna fue asimilando cada palabra, cada promesa encerrada en ellas. Alzó la cabeza para poder mirarlo.
—¿Cliff?
—Dime, pequeña —le contestó mientras inclinaba la cabeza.
—¿Me prometes darme tiempo? —preguntó con un hilo de voz.
—Todo el que necesites. Todo el que quieras. —Ella asintió. Pero le tomó la barbilla con la mano y la besó con dulzura en la mejilla—. Prométeme que no te alejarás de mí. Solo prométeme eso.
Julianna volvió a fijar su mirada en sus ojos y comprendió que no podía negarse a esa promesa, porque, aunque le pesase, ella también lo necesitaba cerca. Asintió dejando que el aliento de Cliff la llenase por completo, le embriagase sus sentidos. Él le sostuvo la mirada unos segundos y volvió a besarla con ternura, simplemente rozando sus labios, las sonrosadas mejillas, la curva de su cuello.
En pocos minutos la piel de Julianna ardía y su pulso se aceleraba con cada roce, con cada caricia de sus labios. Cliff comenzaba a notar la excitación de su cuerpo, la rigidez de sus músculos, la dureza de su miembro. Se obligó a detenerse ,porque si no se controlaba, al punto acabaría tomándola allí mismo, en el balcón. Separó su cara de su cálida y suave piel y suspiró.
—Julianna, si no me detengo ahora no respondo de mí mismo. Será mejor que me marche pero —tomó su barbilla entre dos dedos y volvió a mirarla firmemente— nos vemos mañana. Vendré a recogeros para acompañaros a montar.
Ella abrió los ojos de par en par.
—¿Recogernos?, pero…
—Shhh, no discutas. Tu tía ha consentido en que, desde ahora, Max y yo os acompañemos en los paseos. Además, así podré disfrutar más de tu compañía.
Ella arrugó la frente y respondió, ladeando juguetona la cabeza
—¿Por qué tengo la sensación de que tienes encandilada a mi tía? ¿Has utilizado tus artes de seducción, como lo llama Geny, con ella?
Él se rio, por fin relajado, disfrutando de esa capacidad de Julianna de calmarlo, de apaciguarlo, incluso en los peores momentos.
—Creo que a tu tía Blanche es imposible seducirla. Es demasiado sagaz para ello. Aunque creo que debería tener unas palabras con lady Eugene… es una jovencita muy lista.
Se rio con esa risa alegre y abierta que tanto le gustaba a Julianna.
—Bueno, conoce demasiado bien las tretas de Max y, por lo que ella y mi tía dicen, sois demasiado parecidos. Demasiado encantadores, incluso para vuestro bien.
De nuevo él se rio sin soltarla de su abrazo, lo que provocaba en Julianna un deseo irrefrenable de seguir bromeando con él para notar su risa en cada uno de sus movimientos, no solo en el ronco sonido que salía de sus labios.
—Quizás tengan razón.
Él sonrió sin dejar de mirarla, disfrutando de la ternura que le provocaban sus gestos, su inocente perspicacia y esa inteligencia juguetona que empleaba para burlarse de él.
—¿Cliff? —Habló con cierta timidez, apoyando de nuevo su rostro en el hueco de su hombro.
—Dime, pequeña.
—Me encantan mis regalos, gracias.
—Me alegro, pequeña.
—¿Me enseñarás a utilizarlos?
Él se separó y, cogiendo su rostro con ambas manos, contestó acercándola de nuevo:
—Lo prometo. —La besó de nuevo en los labios con deseo, con posesión—. Y tú has de prometerme que vendrás conmigo a navegar.
Llevaba semanas soñando con tener a Julianna en la cubierta del barco, con abrazarla sintiendo la brisa del mar envolviéndolos a ambos, con observar las estrellas en mar abierto, en plena libertad. Enseñarle esa parte de él, de su mundo, necesitaba compartirlo con ella, porque solo ella, solo Julianna sería capaz de apreciar esa salvaje libertad que le llamaba sin cesar. Por fin tenía una oportunidad para proponerle ver esa parte de él y la iba a aprovechar.
—¿Me llevarías a navegar? ¿Contigo? ¿De veras? —preguntó con un risueño toque de ilusión y esperanza en su voz.
Los ojos le brillaban tanto que Cliff se vio a sí mismo en ellos, la emoción de aventurarse a lo desconocido, de adentrarse en el mar. Se dijo a sí mismo que Julianna sería la perfecta compañera en sus viajes, lo sabía, siempre lo supo. Verla con la emoción reflejada en el rostro lo excitó, lo llenó de lujuria y satisfacción.
—Te llevaría al fin del mundo, pequeña. Si me dejas, te enseñaría el mundo entero.
Sonrió ante la imagen de Julianna compartiendo con él meses en alta mar, en su camarote, con él, solo con él.
—¡Sería un sueño! —contestó en una explosión de emociones, de sueños infantiles hechos realidad. Cliff la llevaría con él, ¡le acababa de decir que la llevaría con él! Sintió una emoción y alegría inusitada recorriendo a raudales su cuerpo desde la cabeza a los pies—. Papá decía que la vida de los marineros era muy dura, pero solo porque él fue pescador en su juventud y decía que era un trabajo demasiado duro y peligroso. Pero después hablaba de lo mucho que echaba de menos el mar, el olor a sal en el aire, el brillo del agua cuando el sol comenzaba a elevarse al amanecer. Creo que le hubiese gustado mucho volver a navegar… —Suspiró mientras parecía que dirigía sus ojos a los recuerdos—. Yo me tumbaba en el campo viendo las estrellas, preguntándome como sería verlas en cielo abierto, en el mar, mecida por el barco, con el aire salado del que hablaba mi padre. —De nuevo fijó sus ojos en los de Cliff—. Son distintas, ¿verdad?, la luna, el cielo, las estrellas…
Cliff sonrió.
—Se ven distintas, sí, es difícil de explicar. —Le acariciaba la mejilla mientras hablaba, le brillaban los ojos expectantes, ilusionados, tanto que todo el rostro de Julianna parecía brillar. Cliff estaba extasiado, interiormente se decía que debía ser el ser más afortunado de la Tierra por poder disfrutar de ella, y cuando la tuviese entre sus brazos, desnuda, debajo de él en su camarote, sería una auténtica delicia—. Todo parece brillar de otra manera, más salvaje, más libre, más natural… sí, todo es distinto.
La abrazó y ella se dejó llevar apoyando de nuevo su rostro en ese huevo de su hombro que ya era suyo, que parecía hecho para ella. Tuvo que recordarse dónde estaban de nuevo, así que se separó suavemente de ella.
—Debería marcharme ya. Es tarde y no deben encontrarme aquí.
Se apoyó en la barandilla y alzó la pierna para disponerse a sacar el cuerpo y trepar de nuevo.
—¿Vas a bajar por la enredadera? —preguntó con los ojos muy abiertos.
—Sí, salvo que tengas una escalera. —La desafiaba enarcando una ceja.
—Pero… —Miró al suelo de nuevo apoyándose en la baranda—. Está bien. Tú sabrás —dijo meneando la cabeza.
Cliff alargó el brazo para acariciarle la mejilla por última vez y sacó del todo el cuerpo del balcón agarrándose a las trenzas de la maleza.
—No te preocupes, pequeña, llevo demasiados años subiendo por mástiles, vergas y trinquetes. Esto no es mucho más difícil.
Ella enarcó a su vez una ceja como signo de incredulidad y él se rio mientras descendía lentamente. Julianna se apoyó en la barandilla.
—¡Cliff!
Él levantó la cabeza para mirarla desde abajo, ya que llevaba un cuerpo de descenso.
—¿Qué? —respondió y, antes de que ella dijese nada más, se escuchó un golpe seco—. Arrggg —gruñó desde el suelo.
—¡Lo siento! ¿Te has hecho daño? —preguntó alarmada desde arriba sin poder verlo, solo advertía una sombra en la casi oscuridad del jardín.
—No, tranquila, solo mi orgullo se ha visto gravemente perjudicado —gruñó.
Ella se rio desde el balcón.
—Creo que, después de todo, hay cosas que no se aprenden en el mar. —Se rio más aún.
—Umm, y yo creo que te reclamaré una prenda por el riesgo y otra por tus chanzas —dijo él desde abajo.
Ella volvió a reírse.
—Buenas noches. Espero que, al menos, tu orgullo herido y tú sepáis llegar a casa, sanos y salvos.
—Buenas noches, doncella cruel.
Julianna se quedó largo rato en el balcón tras escuchar los pasos de Cliff alejarse en la oscuridad. Con una extraña sensación de felicidad y miedo en su cuerpo. «Este hombre es capaz de hipnotizarme».
Nada más entrar en la sala del desayuno la mirada de tía Blanche dejaba claro a Julianna que quería hablar con ella y hacerlo en privado, pero también transmitía tranquilidad, por lo que, antes de que las demás advirtieran su presencia, ella le hizo un gesto de comprensión y su tía le devolvió una disimulada sonrisa tras la taza de té que sostenía.
—Buenos días a todas —dijo Julianna mientras las cabezas de las mujeres se volvían hacia ella.
—Oh, Julianna, te ves muy linda con ese color.
Amelia se refería al traje de montar que llevaba Julianna, por supuesto, confección de Madame Coquette.
—Es cierto, querida. En verdad el rojo es un color algo atrevido para un traje de amazona, pero realmente te favorece. Hay que reconocer que Madame tiene un extraordinario ojo para esos detalles —continuó Eugene.
—Gracias a las dos. Reconozco que me daba cierto reparo ponerme este traje, aun cuando me gusta mucho, creo que es en exceso llamativo. ¿No cree lo mismo, tía Blanche?
—Al contrario, querida, es realmente encantador, creo que te favorece mucho el rojo. Es cierto que es un color algo atrevido para una joven de tu edad, pero como es para montar creo que es alegre y vivaz. Por supuesto, no lo aprobaría para un traje de noche, pero me parece un riesgo acertado en este caso. Estás muy favorecida.
—Gracias, tía. —Se sonrojó ante la mirada realmente elocuente de aprobación de su tía.
Para ser sincera, se lo había puesto porque durante la noche había recordado los paseos con su padre, algunas tardes frente a la chimenea con él y algunos recuerdos de la infancia compartida en su compañía, y con ellos el deseo de ponerse la capa roja que él le regaló. Al ser una prenda algo informal para pasear por la ciudad y no poder ponérsela por mucho que eso le gustase, recordó otro de los diseños aún sin estrenar de Madame Coquette. El traje rojo de amazona, con un original diseño a la última moda y que solo había confeccionado para ella la modista, para su sorpresa, ya que solo lo vio cuando se lo entregaron en casa junto con otros encargos mandados por su tía, la cual fue una de las grandes instigadoras de algunas de las prendas más atrevidas de su nuevo guardarropa.
Ciertamente las tres jóvenes lucían unos trajes que destacaban los encantos de cada una, y en las tres, Madame Coquette empleó materiales, colores y detalles exquisitos, originales y en ocasiones atrevidos. Su tía Blanche decía que las tres jóvenes causaron un gran impacto en la modista y que alabó, cuando estuvieron a solas, el encanto, la dulzura y la simpatía de las tres, pero, especialmente, lo que determinó la conquista personal de la modista fue el trato, la relación cordial, cariñosa y vivaz entre las tres jóvenes la primera vez que acudieron a su atelier, cuando, con timidez, pero también con simpatía, no pararon de bromear entre ellas y con la propia modista. De ahí que esta hubiese puesto especial atención, reservándoles algunos de los mejores diseños y telas solo para ellas.
Tía Blanche adoraba a esa mujer y, por lo que Julianna observó la primera vez que las vio conversando, el sentimiento era mutuo. Ambas provenían de familias humildes, eran mujeres fuertes, vitales y, lo que era más importante, decididas. Se conocían desde antes de que Madame Coquette se hiciera con el título honorífico de la mejor modista de Londres y, según comentaron en una ocasión, la tía Blanche fue su primera clienta y la que primero apostó por su taller, solicitando a su marido, cuando aún vivía, que la financiara en sus difíciles inicios. Por su parte, tía Blanche se aseguraba de que en los mercantes de su marido, cuando traían telas de algunos de los países con los que comerciaba, le reservasen a Madame Coquette las mejores partidas de sedas, encajes y telas brocadas. Y eso era algo que Madame Coquette nunca olvidó. Julianna sabía, al igual que Eugene, que el vestuario que las tres iban a lucir esa temporada iba a causar mucho revuelo. Incluso Julianna, que no entendía demasiado de moda, era consciente de ello y, aunque la ponía algo nerviosa ser el centro de las miradas de los desconocidos, aunque solo fuese por las prendas que luciese en cada momento, no podía sino reconocer que le gustaban todos y cada uno de los diseños que llevaba. Se sentía femenina e incluso deseable y, por primera vez en su vida, no deseaba esconderse por las esquinas. Si bien tampoco deseaba ser el centro de atención, pues ello seguía aterrándola sobremanera, pero le importaba que alguna mirada se posase en ella, siempre y cuando fuesen miradas aisladas y fugaces. Por mucho que su carácter se hubiese fortalecido, seguía siendo una chica tímida y de sonrojo fácil.
—Pues, para seros sinceras, creo que ese traje verde de Eugene es, sin duda, más bonito que este. Luces exquisita y los detalles de las mangas y del corpiño son realmente elegantes —dijo Julianna, admirando el traje de Eugene, quien con una deslumbrante sonrisa contestó:
—Es precioso, ¿verdad? Lo estaba reservando para hoy.
Ante esta respuesta tanto tía Blanche como Julianna enarcaron las cejas y dejaron las tazas de té en sus platillos.
—¿Para hoy? —preguntaron casi al unísono.
—Sí. —Asintió con la cabeza y una inconfundible sonrisa de diversión—. Hoy vendrán a montar con nosotros mi prima lady Adele y su prometido lord Ethan. Me lo dijo Max ayer. Lord Ethan le compró una yegua a mi prima como regalo de compromiso y se la entregará esta mañana, creo que montarán por el parque hoy y la condesa irá en su faetón, a lo mejor la vemos también.
Todas se la quedaron mirando.
—Y si lo sabes desde ayer, ¿cómo es que estabas reservando el traje para esta ocasión? —preguntó perspicaz Julianna.
Eugene se sonrojó.
—Es que sé, de buena tinta… —Miró a su alrededor—. Por Max, por supuesto.
—Por supuesto —murmuró tía Blanche con los ojos entornados y todas se rieron.
—Bueno, pues Max me había dicho que la condesa y lady Adele estaban deseando ver nuestros trajes nuevos de amazona. Por lo que comentaban, Madame se ha negado a diseñar trajes como los nuestros a ninguna de sus clientas, y todas las damas de la alta sociedad comentan en los salones esta exclusividad, preguntándose a qué clientas ha reservado ese honor. —Se rio traviesa—. Y como nosotras no paseamos por Hyde Park como la mayoría, somos, sin quererlo, la comidilla de las damas y encima un enigma que tratan de resolver.
Ante este comentario tanto ella como tía Blanche se rieron, mientras que Amelia y Julianna se miraban asombradas y desconcertadas por ser, sin quererlo, la comidilla y el centro de curiosidad de la sociedad de Londres por un detalle tan tonto, a su parecer, como unas prendas de vestir para montar.
—¿Cómo saben la condesa y lady Adele que somos nosotras las que lucimos esos diseños si no nos los han visto? —preguntó Julianna de nuevo.
Tanto tía Blanche como Eugene se rieron y dijeron fuerte:
—¡Max!
Tía Blanche, divertida, continuó:
—Queridas niñas, dejadme que os diga que, a pesar de que es cierto que muchas damas convierten el cotilleo, las habladurías y los chismes en un modo de vida e incluso en un arte, habéis de tener presente que los caballeros no se quedan atrás al respecto. En sus clubes, comentan cada detalle, cada desliz, cada insinuación, con la misma voracidad y avidez que las más ilustres cotillas de nuestra sociedad.
En ese momento empezaron todas a reírse y hacer tontos comentarios sobre los hombres y su costumbre de ir a los clubes a hablar de sus «tonterías». Sin duda alguna Julianna era consciente que la frivolidad de la conversación era alentada por su tía y que ello se debía a que quería que tanto ella como Julianna rebajasen la tensión a la que estaban sometidas, además, así podían disimular mejor su preocupación frente a las dos muchachas.
Con un carraspeo desde la entrada de la sala, Furnish llamó la atención de todas:
—Señora, lord Rochester y lord De Worken esperan a las señoritas a la entrada con sus monturas preparadas.
—Oh, bien. Vaya, queridas, creo que nos hemos retrasado. Por favor, Furnish, dígales que enseguida saldrán. —Y mientras se marchaba para seguir las indicaciones ella miró a las tres—. Bueno, señoritas, subid corriendo a por vuestros sombreros y guantes y no hagáis esperar a vuestros acompañantes.
Julianna se quedó sentada junto a su tía.
—Mely, por favor, ¿podrías bajar mis guantes? Están sobre la cama. Me gustaría tomar rápidamente otra taza de té, aún estoy algo somnolienta.
—¡Claro!, enseguida bajamos —contestó ella desde la puerta.
Cuando hubieron salido se giró de nuevo hacia su tía.
—Julianna, creo que lo mejor será seguir actuando con ellas como hasta ahora. —Julianna asintió—. Hasta dentro de dos días no podemos hacer mucho más, ya hemos puesto a varias personas a investigar, por lo que poco o nada más podemos hacer nosotras, aunque, sí me gustaría que prestases mucha atención a tu alrededor, que tengas especial cuidado, cariño. Lo mejor es ser precavidas.
—Lo haré, tía, lo prometo.
—Esta noche es el baile de la condesa de Tulipán. Eso nos permitirá estar un poco más distraídas y quizás podamos evitar que, con todo el ajetreo, Amelia y Eugene noten algo. De cualquier modo, tened cuidado y, por favor, asegúrate de no quedaros solas nunca.
La voz de tía Blanche desde luego desprendía preocupación, incluso desasosiego y eso puso en alerta a Julianna, aunque procuró parecer serena y tranquila a sus ojos.
—Está bien, tía, no se preocupe. Procuraré extremar la precaución e iré con cuidado.
Se levantó, le dio un beso en la mejilla y esperó en el vestíbulo a que bajasen Eugene y Amelia. Tras terminar de colocarse los últimos complementos de su atuendo, las tres jóvenes salieron donde les esperaban de pie junto a las monturas Max, Cliff y varios mozos que les iban a acompañar. Al ver tanta concurrencia Amelia preguntó:
—¿Ha pasado algo? ¿Por qué nos acompañan tres mozos?
—No pasa nada. Ayer tía Blanche leyó en el periódico que ha habido una oleada de robos en las cercanías de la escuela y no quiere que vayamos solas.
Julianna se sorprendió de la rapidez con que pudo mentir y miró a Cliff y a Max que, al hallarse a una distancia suficiente para escuchar su respuesta, hicieron un gesto de asentimiento casi imperceptible para que supiese que aceptaban la espontánea explicación. Max en un seductor y desenfadado tono señaló, haciendo un teatral gesto con la mano para abarcarlas a las tres:
—Sin duda alguna, forman el más delicioso grupo de amazonas de toda Inglaterra.
Las tres se rieron ante semejante halago.
—¡Max! —dijo Eugene—. Debería darte vergüenza, practicar con nosotras tus ardides de truhan.
—Querida hermana, no necesito practicar, si acaso, perfeccionar.
La miró con ese aire de diablillo que conseguía que Eugene se riese mientras se giraba hacia Amelia para ayudarla a montar.
—Buenos días, Amelia. Hoy estás encantadora, si me permites decirlo.
Con ello Max consiguió sonrojar a Amelia que le sonreía con ternura.
—Gracias —contestó casi en un susurro.
Julianna empezaba a sospechar que el embeleso de Amelia con Max era más que un mero enamoramiento y, aunque era todavía muy joven, y Max, de momento, la trataba como una hermana pequeña, podría requerir en un futuro de cierta atención. Pero, por ahora, dejaba que las fraternales atenciones de Max ayudasen a Amelia a conseguir confianza en el trato con caballeros.
Cliff se colocó junto a Julianna y la acompañó hasta su montura y, sin que nadie lo apreciase, mientras le colocaba las manos en la cintura para poder auparla, le susurró al oído tras un leve beso tras la oreja:
—Estás preciosa. Me recuerda a la primera vez que te vi paseando por el bosque con tu bonita capa roja.
Sin más, la elevó antes de que ella dijese nada, aunque mientras le ayudaba a colocar el pie en el estribo le lanzó una mirada y una seductora sonrisa que hicieron que se sonrojase aún más.
Intentando que no se le notasen los nervios y el acaloramiento que el contacto con Cliff le acababa de provocar, inició rápidamente la conversación mientras los dos caballeros se montaban en sus caballos.
—Geny nos ha comentado esta mañana que hoy contaremos con la compañía de su hermano y de su prometida, comandante.
—¿Ah sí? —contestó—. Pues he de decir que es la primera noticia que tengo. —Miró a Eugene con aire desenfadado.
—Max se encontró con su hermano ayer por la mañana, milord, y le comentó que pensaba unirse a nosotros en nuestro paseo. ¿No es así, Max?
Max, que en ese momento se encontraba distraído vigilando a Amelia y a su montura, que parecía algo nerviosa al ir rodeada de un grupo tan grande de jinetes, tardó un poco en contestar.
—Oh, sí, perdonad —dijo mientras acercaba un poco su caballo al de Amelia con la clara intención de asegurarse de que fuese más segura—. Creo haber comentado contigo que me encontré con él, ¿no, Cliff?
—Sí —contestó rápido—. Pero no recuerdo que me informases de esos planes.
—Oh, en ese caso, discúlpame, estaría distraído. Ethan quiere que lady Adele se familiarice cuanto antes con la yegua, y le sugerí que lo mejor era utilizar las instalaciones de la Academia. Desde luego, son mejores que Hyde Park, que siempre está demasiado concurrido. Aunque me consta que lady Adele es una excelente amazona, adaptarse a una nueva montura puede llevar algunos días. Es más prudente hacerlo lejos del bullicio.
—Sí. Además, estaba deseando ver nuestros trajes —contestó alegre Eugene.
—Los cuales, he de decir, son dignos de todo elogio y exaltación. —Recogió rápido el guante de halago buscado Cliff.
Eugene se rio satisfecha de ello y le guiñó el ojo a su hermano.
—Has estado un poco lento, Maxi. —Miró pícara a su hermano.
Max puso los ojos en blanco e hizo una mueca de broma a su hermana.
—¿Cómo es que solo me llamas Maxi cuando soy blanco de tus bromas? Debería bajarte de tu montura y darte un par de azotes, mocosa insolente.
Eugene se rio aún más, lanzándole miradas cómplices.
—No te atreverías, me adoras demasiado para eso.
—No me tientes, enana. Aún puedo darte algunas lecciones de comportamiento y respeto y enderezar ese carácter tuyo. —Max frunció el ceño en un falso gesto de enfado.
A lo largo de los escasos quince minutos que separaban el camino de la Academia, ambos hermanos fueron lanzándose bromas y algunos comentarios que consiguieron hacer reír a Amelia.
Cliff miraba a Julianna de reojo todo el tiempo, notando que iba abstraída y muy callada, y de vez en cuando miraba a su alrededor como asegurándose de dónde estaban y con quién, además no le quitaba ojo a Amelia. Sin duda estaba preocupada. Esa mañana, con la visita de su hermano y su prometida, no podría apartarla del grupo, pero no pensaba alejarse de ella ni un instante. Le preocupaba que Timón la vigilase y, más aún, que intentase acercarse a ella si la viese sola en algún momento.
Al llegar a la entrada, Max guio al grupo a la zona de las praderas del norte con intención de ir a cabalgar por aquella zona.
—Juls…
Amelia la llamó con un tono tembloroso y la miró un poco asustada, pensando que a lo mejor no iba a poder cabalgar con los demás. Julianna se puso a la par con ella y le dijo suavemente para que solo la escuchase ella:
—No te preocupes, cielo, como yo tampoco soy una amazona experta, podemos ir las dos juntas un poco más despacio.
Amelia la miró y asintió, sonriendo tímidamente, pero antes de darse cuenta tenían a cada lado a Max y a Cliff, mientras que Eugene se adelantaba un poco en dirección a lord Jonas que, en ese momento, se dirigía hacia ellos.
Max gruñó al verlo y Cliff se rio.
—Creo, «Maxi», que vas a tener que empezar a sacar brillo a tus pistolas… —Empezó a reírse más fuerte mientras Max le lanzaba una mirada furiosa.
—Lo que me faltaba. Ahora encima le das pábulo a la mocosa… —gruñó de nuevo y miró en dirección a Jonas al escuchar la voz de su hermana saludándolo—. ¿Es que en esta escuela no tienen ocupados a sus caballeretes? —dijo frunciendo el ceño, lo que provocó el efecto contrario al deseado, ya que sus tres acompañantes empezaron a reírse sin parar.
—Buenos días, milord, milord, señorita McBeth, señorita Amelia —los saludó cortés lord Jonas al llegar a su altura con un leve gesto de cabeza, y con el mismo gesto respondieron todos—. Acabo de cruzarme con su hermano, milord. —Miraba a Cliff—. Me ha pedido que les transmita su intención de reunirse con nuestro grupo en la pradera norte en el camino de acceso, iba al establo con lady Adele para recoger sus monturas.
—Perfecto —respondió Cliff—. En ese caso, señoritas, ¿nos ponemos en camino?
Todas asintieron y, cuando azuzaron sus caballos para adelantarse, lord Jonas hizo un gesto con la mano, señalando a los mozos y preguntó en voz baja en dirección a Max.
—¿Ha ocurrido algo?
Cliff sonrió ante la rápida apreciación del muchacho, desde luego no era ningún jovenzuelo atolondrado.
—Milord —respondió Max en el mismo tono bajo—. Es posible que, durante unos días, sea necesario estar un poco más pendientes de las señoritas McBeth, pues tenemos fundados motivos para creer que podrían verse, digamos que, acosadas por cierto individuo con no muy buenas intenciones. —Azuzó suavemente su caballo e incitó a los dos a hacer lo mismo, pues las jóvenes ya les llevaban un poco de ventaja—. Sin embargo —lo miró serio como queriendo advertirle—, ni la señorita Amelia ni lady Eugene conocen esta circunstancia y es de vital importancia que sigan así.
—Lo entiendo. Si puedo hacer algo espero me lo digan, de cualquier modo procuraré estar pendiente. Pero, si me permite un consejo, milord. —Max asintió mientras enarcaba una ceja—. Estamos en una escuela de caballería. ¿Cree que es buena idea que lacayos, que claramente no son tales, vayan armados de un modo tan evidente?
Cliff y Max miraron de soslayo a los tres lacayos que iban cerca de las muchachas y tuvieron que admitir que se notaban claramente las armas en los costados de los tres y, además, que por su aspecto era innegable que eran más que simples lacayos. Cliff se rio y, con sorna, le dijo a Jonas:
—Joven, es usted digno hermano. Muy perspicaz. Son hombres de una de mis tripulaciones, en los que confío plenamente. Y sí, tiene razón, no tienen mucho aspecto de lacayos. —Volvió a reírse, negando con la cabeza ante el absurdo de aquella situación, pues era demasiado claro incluso para una persona carente de experiencia en esas lides, pero Max y él iban tan absortos en otras cuestiones que no prestaron atención a los detalles.
—Será mejor que avancemos, ya que las damas empiezan a ganarnos mucho terreno, pero tiene razón, milord, les diremos a los tres que lleven las armas en algún lugar menos evidente —agregó Max.
Tras unos minutos se aproximaban a la zona de encuentro convenido y, desde la distancia, vieron que junto a lady Adele y lord Ethan se encontraban tres caballeros y una joven dama.
—¿No es lady Eleanor la dama que se encuentra junto a lady Adele? —preguntó Eugene con la vista fija en el grupo que se acercaba.
Max y Cliff fijaron la vista en ella y fue Max el que contestó, y echó una mirada a Cliff que también lo miró reprobatorio.
—Sí, creo que sí, y a su lado están su hermano lord Rayne Bruster y lord Marcus Trenford, y Ronald, marqués de Furlington, hermano de lord Jonas. —Miró con el ceño fruncido a Jonas, que no se dio por aludido—. Sí que es casualidad… —De nuevo miró a Cliff de soslayo.
—¿Estudiaron contigo, Max? —preguntó Eugene
—Lord Rayne y lord Ronald sí eran compañeros de Cliff y mío, y lord Marcus lo era de Ethan, ya que ambos son un año mayor que nosotros. Así que sí, todos fuimos compañeros en Eton.
Max respondía mientras Cliff rechinaba los dientes disimuladamente. Los tres caballeros no solo eran viejos compañeros de estudios y amigos sino, además, compañeros de club y, actualmente, tres de los solteros más codiciados de Londres, sin mencionar que también eran conocidos, al igual que Cliff y Max por su éxito entre las mujeres y su predisposición a ellas. Y aunque el hermano de Jonas fuera, según les había informado, a anunciar su compromiso en breve, los otros dos eran unos lobos de cuidado.
Eugene miró a Amelia y Julianna y les explicó mientras seguían avanzando lentamente hacia el otro grupo, que lady Eleanor era una vieja amiga de la infancia de lady Adele, y que, al igual que ellas, asistiría a muchas de las fiestas y bailes, pues esta sería su segunda temporada. Era conocida por su inmensa dote y por descender de uno de los linajes más antiguos de Inglaterra, pero, sobre todo, porque su anterior prometido, un conde irlandés, rompió su compromiso unas semanas antes de la boda para casarse con otra de las debutantes del año anterior que, según contaban las malas lenguas, lo estuvo persiguiendo sin tregua incluso después de anunciarse el compromiso. Además, la boda entre ellos fue tan precipitada que muchos dudaban que no fuese para tapar un posible escándalo. Eugene también les dijo a ambas que, aunque no conocía a lady Eleanor demasiado, pues solo había coincidido con ella en un par de eventos, su prima le tenía especial cariño y siempre que hablaba de ella lo hacía en términos muy elogiosos y aprobadores. Max intervino señalando que, después del escándalo provocado por el abandono de su compromiso, ella se comportó con una admirable dignidad y con mucho aplomo, lo cual era digno de elogio dadas las circunstancias y, sobre todo, las habladurías y comentarios crueles a los que tuvo que enfrentarse durante meses después de aquello. Cliff corroboró que era una mujer de gran aplomo y de un agradable carácter que no se mereció semejante humillación, por lo que esperaba que le fuese mejor esa temporada.
Julianna procuró no fijar la vista en ella para no hacerla sentir incómoda o que se percatase de que había sido el centro de la conversación, pero sintió una enorme simpatía por la dama incluso antes de ser presentada. La costumbre en los pueblos eran los cotilleos o habladurías de la gente humilde.
En cuanto se colocaron frente a sus nuevos acompañantes, Cliff y Max cambiaron su rictus, parecía que se preparaban para la batalla, lo cual se hizo más evidente en cuanto el vizconde, el marqués y el duque fijaron sus ojos en las tres jovencitas, especialmente en Julianna, a la que miraban casi embobados, pensaba Cliff.
—Buenos días, caballeros, lady Adele, lady Eleanor.
Cliff inclinó la cabeza con cortesía y miró con dureza a su hermano.
—Buenos días, Cliff —contestó sonriente Ethan—. Max, lord Jonas, lady Eugene, señorita McBeth, es un placer volver a verla.
Julianna se limitó a hacer un gesto de asentimiento con la cabeza mientras Ethan se giró suavemente hacia Amelia y, levantando la ceja, miró a su hermano, indicándole que le presentase a la joven, porque, aunque había oído hablar de ella, aún no le había sido presentada formalmente.
—Perdona, hermano. Ethan, permíteme presentarte a la señorita Amelia, la joven pupila de la señora Brindfet.
—Señorita Amelia, es un honor conocerla por fin, me han hablado muy bien de usted. Por favor, permítame presentarle a mi encantadora prometida, lady Adele.
Amelia se sonrojó y con timidez contestó:
—El honor es mío, milord, milady. —Hizo un elegante gesto con la cabeza, lo que provocó una sonrisa de orgullo en Julianna.
En ese momento, lady Adele carraspeó suavemente y procedió a hacer lo que parecía que ninguno de los hermanos ni Max querían hacer.
—Permítanme presentarles a nuestros acompañantes. Lady Eleanor, una muy querida amiga, y su hermano lord Rayne Bruster, el vizconde de Morray, y los caballeros a su derecha son lord Marcus Trenford, duque de Dommer, y Ronald Wellington, marqués de Furlington. Ellas son, como acaban de escuchar, la señorita McBeth, la señorita Amelia, y a mi prima lady Eugene creo que ya la conocen.
Los caballeros hicieron un gentil y perfecto saludo con la cabeza, pero centraron su mirada en Julianna, lo que hizo que esta no solo se sonrojase sino que, además, se removiese un poco en su silla, incómoda por la forma en que la miraban.
Tanto Max como Cliff endurecieron el rostro, molestos claramente, pero fue Max el que tomó la iniciativa de nuevo.
—Señoritas, caballeros, creo que lo mejor es que nos pongamos en marcha, ya que nuestras monturas parecen deseosas de hacer ejercicio.
Sin contestación todos aceptaron la sugerencia, girando sus monturas y comenzaron a trotar suavemente en dirección a la pradera. Tanto Cliff como Max adoptaron protectoras posiciones junto a Amelia y Julianna, ya que, dejando a ambas cabalgar juntas en el centro, ellos se colocaron a ambos flancos de las damas, mientras que eran seguidos de inmediato por lady Adele, lady Eleanor, lady Eugene y Ethan. Detrás de ellos les seguían los cuatro caballeros.
—Adele, ¡es magnífica! —señaló Eugene refiriéndose a la yegua.
Lady Adele sonrió realmente satisfecha.
—Gracias, desde luego ha sido una enorme sorpresa y el mejor de los regalos de compromiso. —Miró complacida a su prometido, dedicándole una enorme y calurosa sonrisa.
—Querida, es lo menos que te mereces, pero me alegra en extremo saber que te complace el regalo —contestó adulador Ethan, devolviéndole otra cariñosa sonrisa—. He de reconocer que la idea fue de Max, quien, además, me facilitó su compra.
Max, que escuchaba atento, giró un poco la cabeza para dirigirse al grupo de atrás.
—Me concedes excesivo mérito, de cualquier modo, ha sido un placer ayudar.
—Lo has hecho, querido —contestó con una sonrisa lady Adele—. He de decir que estoy maravillada por vuestros trajes, son incluso más espectaculares de lo que había oído. Creo que empiezo a desarrollar un tremendo sentimiento de envidia.
Eugene se rio.
—Gracias, prima. Realmente estamos muy contentas con ellos y son francamente cómodos.
En ese instante Eugene hizo un ligero movimiento para hacer que Max se moviese de modo que las tres damas se colocaron enseguida a la altura de Amelia y de Julianna que quedaron justo al lado de Eugene.
—Pues, razón de más para insistir, os tengo una tremenda envidia. —Se rio lady Adele—. Pero confesad, por favor, como habéis conseguido que Madame Coquette os haga esas maravillas.
Las tres jóvenes se rieron, se miraron y al unísono dijeron:
—¡Tía Blanche! —Y empezaron a reírse con sincera alegría.
—Señorita McBeth, el traje que lleva es especialmente bonito. Es muy elegante, por favor, dele mi más sincera enhorabuena a Madame Coquette la próxima vez que la vea. Se ha superado a sí misma —insistió lady Adele.
—Muchas gracias, milady. Lo haré con sumo gusto —contestó Julianna sonrojándose.
—Estoy de acuerdo, querida señorita McBeth, es usted el perfecto ejemplo de belleza y elegancia —agregó Ethan con un tono de pícaro seductor.
De inmediato Julianna adquirió un color similar al de su traje y, casi en un susurro, contestó:
—Es muy amable y en exceso generoso, milord.
Cliff miró frunciendo el ceño a su hermano, que le sonrió realmente divertido por la reacción.
—Pues creo que deberíamos regresar a casa cruzando por Hyde Park para que todas las damas vean vuestros trajes. Creedme, queridas, vais a ser la envidia de todas —dijo lady Adele en un divertido tono.
Pero en ese mismo instante, Max y Cliff se tensaron y negaron tajantemente la sugerencia, lo que provocó que se dibujase una burlona sonrisa en los rostros de Eugene y de lady Adele, así como en el de Ethan, sobre todo cuando observaba el rechinar de dientes y la cara de evidente malestar de su hermano. Le estaba resultando demasiado fácil pincharlo.
Tras unos minutos trotando, en los que las damas parecía que se iban relajando y hablando entre ellas y en los que lady Adele y lady Eleanor dieron algunos consejos sobre a quién evitar o cómo salir airosas de algunas situaciones en los salones y bailes, basados en su experiencia la temporada anterior, Max aprovechó para mantener a raya a los tres caballeros, que no hacían más que admirar en exceso, en su opinión, a Julianna y preguntar con insistencia sobre ella. Al menos, pensó Max, se hallaban a una prudente distancia y ella no notó ese interés ni pudo escuchar las preguntas y comentarios que sobre ella formulaban.
Por su parte, Cliff se colocó inmediatamente detrás de las damas, junto a Ethan, asegurándose de que el resto de los caballeros se hallaban a suficiente distancia de ellas, especialmente de Julianna. Con un tono bajo para que solo lo escuchase él, al fin dijo Cliff, mirando con claro disgusto:
—¿Te has vuelto loco? ¿Cómo se te ocurre poner frente a tres de los mayores libertinos a tres inocentes?
Ethan se rio suavemente, más que divertido por la reacción de su hermano.
—Cliff, nos hemos encontrado con Ronald y con Marcus en la entrada y se han ofrecido a acompañarnos, ya que lady Eleanor y Rayne también nos acompañaban, así que consideraban que no estorbaban a una pareja de prometidos. Además, los tres son completos caballeros, no lo olvides.
—Por si no te has percatado, esos «caballeros» estaban… —Miró disimuladamente sobre su hombro—. Corrijo… Están devorando con los ojos a —iba a decir «a Julianna», pero enseguida corrigió— a tres inexpertas jóvenes. —Sus ojos lanzaron una furiosa mirada a su hermano, que consiguió que este se divirtiera aún más.
—Creo, hermano, que deberías agradecérmelo —contestó con una socarrona sonrisa.
—¿Agradecértelo? —contestó Cliff con evidente desdén.
—En realidad, debes considerarlo una pequeña muestra, y una prueba, de lo que te vas a encontrar de ahora en adelante. Sin ir más lejos, esta noche en el baile de la condesa. Piensa que, si esa ha sido la reacción de tres nobles caballeros en un simple paseo, la que tendrán cuando las tres damitas aparezcan deslumbrantes con trajes de noches será como mínimo diez veces mayor.
Se mordió la lengua, queriendo decir Julianna solamente, pero se contuvo por cierta piedad hacia su ya enojadísimo hermano. Cliff marcó aún más su ceño fruncido y emitió un gruñido que provocó que Ethan empezase a reírse estrepitosamente.
—Has de reconocer —continuó— que la señorita McBeth es de una belleza extraordinaria, y lo más sorprendente es que ella, realmente, no parece ser consciente de ello, lo que, sin duda, la hace aún más deseable. Además, los meses que han pasado en Londres, creo que la han transformado en toda una mujer. Aun cuando conserva una evidente inocencia juvenil y refrescante y su innata timidez, ha dejado atrás el aire aniñado del campo y eso, querido, la convierte en alguien en exceso deseable, incluso para mí que estoy felizmente comprometido.
—Ethan… —El tono reprobatorio y de disgusto le salió como un gruñido.
Ethan sonrió e hizo un gesto despreocupado con la mano, intentando restar importancia al comentario.
—¡Oh, vamos, Cliff! Yo soy del todo inofensivo respecto a ella y lo sabes. Pero lo que trato de demostrarte es que, si hasta yo me he quedado por unos instantes fascinado al verla, piensa el efecto general en los demás, y no solo los hombres. En cuanto las damas la vean, rechinarán sus dientes y la convertirán en un claro objetivo de chismes e interés. Deberías estar preparado, vas a tener que esforzarte no solo por protegerla, sino que deberías asegurarte de que todos sepan que no han de asediarla, porque ya tiene, digámoslo de un modo algo soez, «dueño», y para eso más te vale asegurarte primero de que la dama te acepta cuanto antes.
Cliff fijó su mirada en Julianna. Comprendía perfectamente lo que le decía su hermano, y más aún reconociendo que, si esa era su reacción ante tres caballeros, estando él y Max en su presencia para contenerlos, le iba a ser en sumo grado complicado resistir los celos y la opresión en el pecho cuando Julianna estuviera en medio de una sala de baile o de un salón, donde podría acompañarla solo en algunos instantes si no quería comprometer su reputación ni su buen nombre. Empezaba a dolerle demasiado la cabeza…
—¡Max!
Eugene llamó a su hermano en voz alta, lo que hizo que este adelantase su montura y se colocase a la altura de Cliff y de Ethan.
—Dime, querida —contestó amable—. Como siempre tu voz suena al suave arrullo de una tórtola.
Le sonrió con sorna y clara burla fraternal. Eugene se rio.
—Me doy por reprendida, burro. ¿Te quedarás a comer con nosotras hoy? Papá va a llegar temprano porque ha de instalarse, ya que se quedará los próximos días en casa de tía Blanche.
—Sí, padre me informó de sus planes. Ya debe haber llegado. Y sí, hoy tengo el placer de almorzar con tan encantadora compañía.
—Se me está ocurriendo… —dijo con voz suave y juguetona. Se quedó un momento callada y le hizo un gesto a Max para que se acercase.
—¿Por qué será que temo me vas a pedir algo que me va a ocasionar problemas? —preguntó desconfiado, y Eugene se rio con falsa inocencia.
Al cabo de unos segundos. en los que ambos intercambiaron algunos comentarios en susurros, Max asintió con la cabeza y frenó su montura para ponerse de nuevo a la altura de los hermanos. Con un tono bajo, para que lo escuchasen solo ellos, les informó:
—La pequeña lianta ha tenido una buena idea, pero creo que vamos a tener que despedir a nuestros acompañantes.
Hizo un ligero movimiento de cabeza en dirección al resto de los caballeros. La idea sin duda agradó sobremanera a Cliff, por lo que de inmediato exclamó con euforia:
—¡Lo que sea!
Eso provocó la rápida risa de Ethan que meneó la cabeza en gesto de negación por la evidente alegría de Cliff.
—Bueno, se le ha ocurrido que sería una buena ocasión para que Julianna se relajase un poco con algunos miembros de la familia de Worken, e invitaros a almorzar con nosotros, ya que también estaremos el almirante y yo. Además, Cliff —bajó el tono a casi un susurro—, sin quererlo, nos proporcionaría un buena manera de tenerlas ocupadas, y a Julianna y a tía Blanche distraídas del asunto de Timón McBeth.
—¿Timón McBeth? —preguntó Ethan curioso.
—Es un larga historia, Ethan, si quieres, te la contaremos, al menos algunos detalles, un poco más tarde —dijo bajando aún más el tono Cliff, y volvió a mirar a Max—. Me parece una gran idea, claro que, a lo mejor, la tía de Julianna considera una invasión la imposición de nuestra presencia en su casa.
Max hizo un gesto despreocupado con la mano.
—No te preocupes por eso. Mandaremos un lacayo para avisarle y le diremos que ha sido ocurrencia de Eugene, verás que es tan permisiva con Eugene como con sus sobrinas. Las protege demasiado, pero permite sus ocurrencias y trastadas con sumo agrado ya que la divierten en extremo. No creo que sea problema, seguro que incluso agradece la distracción. Además, lady Adele y lady Eleanor, a la que deberíamos extender la invitación, por supuesto, pueden dar muchos consejos a las jóvenes, y ella lo agradecerá sinceramente.
—Está bien, estoy del todo de acuerdo, si lady Adele y tú —Cliff miró a su hermano—también lo estáis.
—Por supuesto, será un placer y estoy convencido de que Adele estará entusiasmada. Yo por mi parte me aferro a cualquier excusa que me aleje de las visitas y los planes del casamiento.
Max asintió tajante con la cabeza mientras decía:
—Bien, en ese caso, creo que vamos a aprovechar, por una vez, la presencia del joven lord Jonas para que nos libre del resto de la comitiva.
Ethan y Cliff lo miraron intentando adivinar a que se refería, pero enseguida retrasó su caballo y le dijo unas palabras al joven que, pocos minutos después, consiguió que los caballeros se despidieran, con claro disgusto de las damas y de ellos.
—Exactamente, Max, ¿qué le has dicho al joven Jonas para que lograse tan rápidamente tus propósitos? —preguntó Cliff divertido
Max, con una mueca de dolor contestó:
—En fin, un mal menor para lograr un bien mayor. Le he prometido consentir que baile dos piezas con Eugene esta noche, eso sí, advirtiéndole de que lo vigilaré muy de cerca. —Los hermanos soltaron fuertes carcajadas ante la ocurrencia—. Lo que no sé —confesó Max encogiendo los hombros— es lo que les habrá dicho para lograrlo tan eficazmente.
De nuevo se rieron y, entre dientes, Cliff miró a Max y le dijo:
—Has de reconocer que el muchacho es muy listo.
—Si sigues así, amigo, te aseguro que almorzarás lo más lejos que pueda de Julianna. —Lo miró con la ceja levantada por la sorna de su amigo.
—Está bien, está bien, no digo nada más… estás un poco susceptible. —De nuevo se rio.
Ethan carraspeó y añadió:
—No es el único, ¿verdad? —Sonrió burlón a Cliff que de inmediato dejó de reírse.
Estuvieron paseando, a ratos trotando, a ratos cabalgando, haciendo pequeñas carreras durante, al menos, una hora, transcurrida la cual, y tras haber aceptado la invitación a almorzar de Eugene, todos se dirigieron a la mansión Brindfet, donde los esperaban el almirante y tía Blanche en uno de los salones de mañana. Tras los saludos y las presentaciones de rigor, y con una bandeja de refrigerios para aliviar a los invitados, se pusieron a charlar animadamente. Los caballeros se retiraron a uno de los salones que daban al jardín con algunas bebidas y bocadillos para charlar de política, de los planes para sus respectivas haciendas, de los planes para las próximas travesías de Cliff y de Max y de temas que les tendrían ocupados toda la mañana, al menos eso advirtió a las damas antes de marcharse el almirante. Además, tendrían así la ocasión de informar a Ethan de lo ocurrido con Timón McBeth y de las medidas hasta ahora adoptadas al respecto.
—Señora Brindfet —dijo lady Adele.
—Por favor, estamos en mi casa, llámenme Blanche, al menos ahora que estamos en privado, me sentiría más cómoda —interrumpió, dirigiéndose a sus invitadas.
—Muy amable, Blanche, pero, en ese caso, insisto en que también me tutee —convino lady Adele, y tía Blanche asintió con un mero gesto de cabeza—. Le agradezco la precipitada invitación, comprendo que podamos haberla puesto en un compromiso.
—Nada de eso, querida, todo lo contrario, es un placer contar con la compañía de dos damas tan encantadoras.
—Si me permite el atrevimiento, tanto lady… Eleanor —miró a su amiga, que aprobó la familiaridad con gusto— como yo no podemos dejar de admirar y alabar los exquisitos trajes de amazonas de sus jóvenes pupilas. Son realmente magníficos.
—Muchas gracias, Adele. Lo cierto es que estamos muy satisfechas con el resultado de las manos y el talento de Madame Coquette. Pero ese halago encantador no supone en modo alguno ningún atrevimiento, así que por favor, diga lo que quiera, le aseguro que no lo consideraré ninguna descortesía, me gusta la gente directa y franca.
Adele se rio ante la franqueza y la familiaridad que desprendía esa mujer.
—En ese caso, muchas gracias. Lo cierto es que nos preguntábamos cómo ha conseguido la proeza de esa increíble atención de Madame Coquette. Por todo Londres es conocida por su discreción, por su exclusividad y por su buen hacer, pero parece que todo ello se ha visto incrementado en relación a sus sobrinas, y presumo que también gracias a usted, en relación a Eugene.
—Bueno, no puedo negar que Madame se ha esforzado, si cabe, un poco más con ellas y, desde luego, ha demostrado cierta predilección por las tres. Supongo que se debe no solo a que las muchachas realmente le han caído en gracia, sino a que soy una vieja clienta suya e incluso me atrevería a asegurar que la considero una vieja amiga. He admirado su trabajo, la honestidad y el duro esfuerzo de Madame desde que la conozco y para mí es un placer y un honor contar con su buen trato y la amabilidad que siempre ha demostrado conmigo, sin mencionar mi eterna gratitud ahora que parece haberse encariñado tanto con mis niñas.
—Tía Blanche —intervino Julianna—, tanto lady Adele como lady Eleanor han mostrado un vivo interés por las prendas confeccionadas por Madame, ¿tendrías algún inconveniente en que les enseñemos nuestros vestidores? Creo, sinceramente, que podrían aconsejarnos sobre algunos de ellos. Me sentiría realmente halagada contando con los consejos de dos damas tan elegantes.
Julianna había advertido el verdadero interés de ambas por su guardarropa y no como mero cotilleo, sino como el de damas que aprecian de veras la moda y las delicadas prendas y artísticas confecciones de Madame Coquette.
—¡Nos encantaría! —señaló lady Adele realmente entusiasmada—. Es realmente generoso de tu parte. —Miró a Julianna.
—En ese caso, no se hable más. Podéis, cuando terminemos el té, subir las cinco. Avisaré a vuestras doncellas para que os ayuden —dijo tía Blanche haciendo un gesto a Furnish para que se encargase de ello.
Tras unos minutos subieron a las habitaciones de las jóvenes. Las habitaciones de Julianna y de Amelia estaban comunicadas por los saloncitos, lo que facilitó considerablemente el trabajo de sacar los distintos trajes, los complementos y el resto de los elementos del ajuar de las jóvenes que apenas unos instantes después de subir se tuteaban y bromeaban con familiaridad. Tanto lady Adele como lady Eleanor estaban impresionadas por las delicadas telas, los detalles, los elegantes trajes. Alabaron cada uno de ellos, asombradas incluso por los complementos, los sombreros, los bolsos, los zapatos y botas de las tres jóvenes. Todas ellas se probaron algunos de los elegantes diseños e incluso seleccionaron algunos para los próximos eventos. Adele estaba realmente extasiada con los trajes de noche de Julianna, sus telas y los increíbles detalles de cada uno de ellos, incluso tuvo que reconocer que puestos en ella parecían verdaderas obras de arte.
Cuando, casi una hora más tarde y con las habitaciones de las muchachas llenas de trajes, de sombreros, cintas y demás esparcidos por doquier, tía Blanche se unió a ellas, divertida al comprobar lo bien que parecían estar pasándoselo, incluso las doncellas, Julianna se acercó con disimulo a su tía y se quedó a su lado unos instantes observando con ella la escena.
—Tía… —dijo en voz baja
—Umm, dime, querida —contestó sin apenas mirarla.
—¿Te molestaría si les regalo un traje a Adele y a Eleanor? Están siendo muy amables con nosotras, incluso parecen muy interesadas en ayudar a Amelia. Creo que les agradaría tener uno de los vestidos. Adele parece realmente encandilada con los trajes de montar y, dado que hay tres que aún no he tenido ocasión de estrenar, podría regalarle uno, además, parece que tenemos más o menos la misma talla y no creo que tenga ni que adaptarlo. Y Eleanor parece tan nerviosa como yo por los bailes. Creo que quiere impresionar a todos después de lo ocurrido el año pasado y si llevar algunos de esos vestidos la hace sentirse más segura, a mí me gustaría dejarle elegir el que más le guste.
—Mi niña, es muy generoso de tu parte. Por supuesto, me parece bien, es una excelente idea. Estoy muy orgullosa de ti, siempre me asombra lo mucho que te pareces a tu padre.
Lady Eleanor se emocionó, sinceramente, por el regalo, y entre todas le obligaron a probarse casi todos los trajes de noche para que pudiese elegir el que más le gustase, además, casi llora cuando junto al vestido le incluyeron, en la caja donde se llevaría el obsequio, los escarpines, el bolso, guantes largos con detalles bordados, el chal de seda brocado e incluso los detalles para el pelo.
Por su parte, lady Adele parecía al principio un poco abrumada por la posibilidad de hacerse con uno de los trajes de montar, e incluso algo reticente a aceptar tan generosa oferta, pero al igual que a lady Eleanor, la obligaron a probarse los tres trajes y enseguida reconoció que era imposible negarse a aceptar, se veía tan favorecida y cómoda con ellos que se echó a los brazos de Julianna para agradecerle con un beso el regalo. También incluyeron los complementos, camisa, botas a juego, sombrero, guantes e incluso el pañuelo brocado con hilos de plata para el cuello de la dama.
Las dos jóvenes no pararon de alabar la elegancia, el gusto y los favorecedores diseños, la minuciosidad y buen gusto con que fueron elegidos hasta los más mínimos complementos. Eran unos guardarropas excepcionales y así se lo hicieron saber a tía Blanche, que no dudó en reconocer, cuando no estaban escuchando sus tres pupilas, que para ella era un sueño poder contar con las tres bajo su protección y que su compañía era lo más preciado para ella, por esa razón haría lo que fuese para que se sintiesen a gusto y no escatimaría jamás en nada para hacerlas felices, aunque también reconoció que era muy consciente de que Julianna se parecía mucho a ella en ese aspecto y que prefería un buen libro antes que un bonito vestido. Comentario este que provocó las risas sinceras y comprensivas de lady Adele y de lady Eleanor.
A la hora del almuerzo se reunieron todos de nuevo en el comedor y, para gran placer de Cliff, pudo sentarse junto a Julianna, aunque, eso sí, firmemente vigilado por el almirante y la tía Blanche.
—Está bien, pequeña, no me tengas más en ascuas. ¿Con qué me sorprenderás hoy? ¿Cuáles son mis pistas? —preguntó el almirante a Julianna.
Ésta se rio y, antes de contestar, Eugene intervino.
—Mi padre y Julianna —miró a los cuatro invitados— tienen un particular juego. Julianna prepara postres, dulces, bollos y pasteles y, después, el impenitente goloso de mi padre ha de averiguar los ingredientes de los mismos solo con unas meras pistas.
—¿Impenitente goloso? —preguntó enarcando la ceja—. Menuda impertinente tunanta hemos criado —dijo mirando a Max.
El grupo se rio.
—De eso nada. La ha criado un duque goloso. Yo solo me he limitado a mirar en la distancia —contestó Max sonriendo.
—Ah, no… yo la he criado y tú la has malcriado —insistió el almirante divertido.
—Disculpad, caballeros, pero estoy delante —dijo Eugene, levemente ofendida, lo que provocó las risas de Julianna y de tía Blanche.
Cliff miraba todo lo que podía a Julianna al tiempo que pensaba que podría morir feliz teniendo en su vida ese sonido dulce, alegre y sincero, y más aún si fuese él el causante del mismo.
—Bueno, veamos —dijo Julianna, llevándose un dedo a la barbilla—. Uno de ellos tiene una base ácida, tiene una leche que no es de animal y un fruto seco.
—¿Leche que no es de animal? ¿Eso existe? —preguntó alarmado y miró con los ojos muy abiertos a tía Blanche.
—A mí no me mire, almirante. Yo los como con gusto pero no tengo idea de cómo se hacen. —Se encogió de hombros.
—¿No me estarás engañando? —Miró a Julianna.
—¡Almirante!, me ofende. —Se puso la mano en el pecho y puso cara de falsa inocencia—. Si acaso, le oculto detalles… que no es lo mismo. —Sonrió.
—Ah, pequeña tramposilla… —dijo él en tono ronco—. Muy bien, continúa. —Hizo un gesto teatral con la mano para ello.
—No, no, un momento, no continúes, Juls. No habéis determinado el castigo para cuando falle —se adelantó a decir Eugene.
—¡Pero bueno! ¡Desvergonzada! ¡Qué poca confianza en mis dotes culinarias! —Se quejó conteniendo una risa el almirante.
—Bueno, padre, ha de reconocer que últimamente no acierta demasiado —convino Max, mofándose aún más del pobre.
—¿Qué es esto? ¿Un motín? ¿Traicionado por mi propia sangre? —volvió a quejarse costándole aún más contener la risa, ya que a estas alturas estaban todos riéndose ya sin disimulo.
—Vamos, vamos, no se enfade, prometo no ser demasiado cruel —intervino con tono mediador Julianna—. Aunque es verdad, no hemos convenido los castigos.
—¿Qué pedirás? —convino él.
—Bien, si gano me ha de prestar el libro de su primer viaje.
—¿Mi libro de a bordo? —preguntó, y ella asintió—. Umm, acepto. Pero si gano yo… Habrás de darle la receta del pastel de moras a mi chef.
—Es justo, acepto —contestó ella.
—En ese caso, querida, continúa. ¿El segundo?
—El segundo no es un pastel, es una crema. El ingrediente básico es de color verde y no es la menta. La he acompañado con una fruta que se puede tostar y está endulzada sin azúcar. También la acompaña unas galletas rellenas con una de sus bayas preferidas.
—Esa es fácil. Las moras —contestó orgulloso.
—Ja, ja, ja, ja. Almirante, no es por ser mala, pero creo que voy a estar muy ocupada leyendo con ávido interés su primera incursión en los mares —dijo ella juguetona.
—¿No son las moras?
Ella negó con la cabeza.
—Entonces… grosellas, tienen que ser las grosellas.
Ella asintió riendo.
Empezaron a servir el primer plato mientras seguían debatiéndose con los dulces y entonces, un poco desesperado por no acertar y ante las bromas de todos, el almirante continuó:
—Bueno, falta uno, eran tres, ayer dijiste que me prepararías tres. Seguro que el último lo acierto.
—No se desanime, almirante, hasta que no los pruebe no termina el combate. Pero sí, falta uno. Veamos… es el comienzo de la temporada de esta fruta, pero ha sido «ahogada», por decirlo de algún modo, en otra fruta. Está acompañada por la crema preferida de Eugene y por otro fruto seco tostado y bañado en lo que más le gusta a tía Blanche y a Amelia.
—¡Por todos los cielos, muchacha! ¡No me das respiro!
Julianna se rio.
—La crema preferida de Eugene es la nata, al menos eso concédemelo —dijo mirando a Julianna.
—¡Concedido! —respondió alegre Eugene desde el otro lado de la mesa.
—Concedido —insistió Julianna mientras todos se reían.
—Y lo que más le gusta a Amelia, sin duda, es el chocolate.
—¡Concedido! —intervino Amelia, provocando las risas de todos de nuevo.
Y otra vez Julianna insistió:
—Concedido pues. Está más cerca en este caso, almirante, habrá que esperar a la degustación final para ver quién gana.
Durante toda la comida se intercambiaron comentarios, anécdotas y algunas bromas entre todos, incluidos los invitados y en uno de los momentos en que se conversaba Ethan se acercó a Max de modo que solo lo oyesen él, lady Adele y lady Eleanor, que se encontraban sentadas a cada lado de ambos.
—¿Siempre es así? —preguntó Ethan.
Max enarcó una ceja:
—¿Así como?
—Pues, con esta cercanía, estas risas, estas bromas entre vosotros.
—Supongo que sí, no lo había pensado. Lo cierto es que sí. ¿Por qué? ¿Os sentís incómodos? —preguntó ante el comentario.
—De hecho, es todo lo contrario. Es sumamente agradable, esta cordialidad, la hilaridad y el cariño que desprenden —repuso él—. Comprendo que el almirante prefiera su compañía a la de cualquier otro.
—Es cierto, Max —continuó lady Adele—. Parecéis una familia y, desde luego, por fortuna, no os comportáis como la mayor parte de nuestros pares. Es una cordialidad refrescante, he de reconocerlo.
—En mi caso —intervino lady Eleanor—, no recuerdo haber compartido ningún almuerzo con mis padres, ni siquiera cuando mi hermano y yo regresábamos en vacaciones de los internados. Desde luego, mi abuela observaba la etiqueta con rigor y era en exceso estricta con nosotros. No creo haber intercambiado con ella ni tres palabras.
—Yo con mis padres tampoco —agregó lady Adele—. Conocéis a mis padres y, desde luego, el término «cariñoso» no creo que se aplique a ninguno de ellos. No dudo que nos hayan querido a mis hermanos y a mí, pero siempre se han abstenido de hacer exhibición alguna de ello, tanto en público como en privado.
—Yo, por el contrario, he tenido siempre un trato cercano con mis padres, incluso con la condesa, a pesar de que también es bastante estricta en cuanto a las normas sociales y de comportamiento. Supongo que he sido afortunado, pero esta forma tan familiar, alegre y despreocupada incluso con los invitados es fantástica. Te hace sentir relajado —convino Ethan.
—Yo siempre he contado con la protección y el cariño del almirante y más tarde, cuando nació Eugene, con el de ella, pero estábamos, por decirlo de algún modo, solos los tres, ya que apenas teníamos contacto con el resto de la familia, dada nuestra historia particular. Pero aun así, si teníamos un trato cercano entre nosotros, pero reconozco que también somos una excepción entre los de nuestra clase. En eso coincido contigo, Adele, no es frecuente entre nuestros pares —reconoció finalmente Max, mirando a las damas de su mesa, a las que ya veía como parte de su particular familia.
De nuevo señaló lady Eleanor:
—Pues lo reitero, es sumamente agradable.
A la hora de los postres, el almirante dirigió su atención al mayordomo.
—Furnish, ya conoce la rutina, no me vaya a hacer trampas —dijo, y el mayordomo calló con estoica resignación—. Ha de traérmelos los tres juntos en mi bandeja.
Furnish se inclinó y, antes de salir del comedor, sonrió a Julianna, que le devolvió la sonrisa. Lady Adele en dirección centró su atención, nuevamente, en el almirante.
—¿Su bandeja?
—Bien, esta es la parte «formal» del desafío —dijo Max—. Al resto de comensales nos servirán los postres uno a uno, pero a mi padre se los traerán una bandeja que colocarán delante suyo. Debidamente colocados quedarán frente a él los tres postres en ella, un vaso de vino dulce y otro de agua. —Puso los ojos en blanco—. Según él, para no mezclar sabores. —Suspiró con una sonrisa en los labios—. Y tiene hasta que todos hayamos terminado con nuestros respectivos dulces para intentar acertar al menos un postre completo.
—Entiendo —dijo ella.
—Pero, ¿y si acierta la mayoría de los ingredientes de todos pero no uno completo? —preguntó lady Eleanor.
—En ese caso, habré perdido —contestó el almirante—. Las damas consideran que lo más justo es acertar uno completo, y dado que ellas impusieron las reglas me tuve que avenir a ellas.
Todas carraspearon.
—¿Que se tuvo que avenir? —dijo tía Blanche —¡Menudo caradura! Esa fue la única regla que nosotras impusimos, el resto son suyas.
—Cierto, almirante —dijo Amelia—. La idea de la bandeja y de las pistas obligatorias fue suya.
—Por no hablar del vino, del agua —intervino Eugene—. Eso sin mencionar que suele colarse en las cocinas antes del almuerzo para ver si descubre algo.
—Razón por la que Furnish y la señora Malcolm tienen que esconder los postres en cuanto llega —dijo Julianna y se rio justo al mismo tiempo en que empezaban a servir el postre y Furnish entraba con la bandeja—. Bien, almirante ¿preparado? —Le lanzó el reto.
El almirante se concentró y fue probando uno a uno los postres, mientras el resto seguía comiendo y hablando.
—¿De veras haces tú los postres, Julianna? —le preguntó lady Adele.
—Bueno, no siempre, pero desde luego siempre que viene el almirante. Es muy entretenido verlo debatirse con ellos. —Lo miró, pero él hizo caso omiso al comentario ya que parecía realmente concentrado—. Y para ser sincera, me gusta mucho la repostería, no es extraño verme en la cocina. A Amelia le gustan mucho las plantas, las flores y, por supuesto, su huerto. Suele pasar muchas horas fuera. Eugene toca maravillosamente el piano y suele practicar también varias horas. Supongo que todos tenemos nuestros hobbies o alguna habilidad.
—Pues es admirable tener ese talento —dijo lady Eleanor, señalando su plato de tarta—. Está deliciosa.
—Bueno, compensa otros defectos. —Sonrió Julianna ligeramente ruborizada—. Por ejemplo, tengo un pésimo oído.
Se escuchó la voz de Eugene riéndose.
—Lo corroboro —dijo sonriente—. Lo siento, querida, eres tú la que lo ha dicho. —Puso cara de inocencia traviesa—. Pero no te castigues por ello. Tocar el piano es una habilidad bastante frecuente, en cambio, ¿cuántas personas pueden presumir de hacer magníficos pasteles?
—Muchas, Eugene. De hecho, me atrevería a decir que todas las mujeres que viven en el campo y las que no pertenecen a familias adineradas. Apostaría que hay más mujeres que saben cocinar que mujeres que toquen tan bien el piano —respondió ella con practicidad.
—Umm, supongo que tienes razón. —La miraba frunciendo el ceño—. No lo había visto desde ese punto de vista —consintió Eugene—. De todos modos, no saber tocar un instrumento no significa que no tengas oído para la música, bueno, salvo en algunos casos… —Puso cara traviesa.
—En mi caso, creo que sí. Y puedo demostrarlo. Mejor dicho, los pies de nuestro maestro de baile pueden atestiguar a mi favor, aunque sería más correcto decir «en mi contra».
Ante esa respuesta Amelia, Eugene, tía Blanche y Julianna se rieron.
—Al menos, has de reconocer que nos divertimos mucho en las clases —dijo Amelia.
Las cuatro mujeres de la familia comenzaron a intercambiar algunas anécdotas de las clases de baile entre risas y bromas.
—¿Quién es vuestro acompañante preferido en las clases? —preguntó Cliff al aire, pensando que le responderían el almirante o, para sus celos interiores, Max.
Las tres muchachas se rieron y dijeron al unísono:
—¡Furnish!
El mayordomo, que se encontraba en su puesto detrás de la cabecera de la mesa, se sonrojó profundamente y carraspeó avergonzado.
—Pero es porque no se queja cuando lo pisamos y es paciente en extremo —aclaró Amelia.
—Y lo bastante fuerte para sujetarnos cuando casi caemos —añadió Julianna.
—Y porque nos perdona cada vez que lo empujamos, pisamos o tropezamos —añadió Eugene, y de nuevo todas se rieron.
En ese momento sonó un grito del almirante.
—¡Lo tengo! —exclamó, y todos lo miraron—. Al menos, uno de ellos. —Bajó el tono un poco avergonzado, al ser el centro de atención.
—¿Ah, sí? —preguntó Julianna—. Adelante. Impresióneme.
—¡Ja! Pequeña tramposilla, creo que te he ganado esta vez —dijo, señalando con la cucharilla a la crema—. Plátanos con miel.
Julianna asintió.
—Efectivamente, plátanos tostados endulzados con miel especiada… ¿Qué más? Este postre es el fácil, almirante, pero no puede ser tan impreciso.
—Está bien, está bien. Las galletas son de melaza y grosellas.
—De nuevo, bien. Le falta solo la crema.
Julianna sonrió señalando el platillo del postre devorado por el almirante. Este se quedó pensativo unos minutos, frunciendo exageradamente el ceño.
—La crema es de… de… Ah, me quedan dos postres.
Julianna rio.
—Si le digo de qué es la crema, lo descartamos. ¿Está de acuerdo?
—Sí, sí, menuda eres… ¿De qué es la dichosa crema?
Julianna rio satisfecha.
—De arándanos verdes y, para que no sean amargos, han estado macerándose dos días en anís y brandy. Un punto de tres para mí. —Levantó la babilla satisfecha con una enorme sonrisa.
El almirante frunció el ceño y continuó debatiéndose con el resto de los postres.
—He de darle la enhorabuena, es deliciosa y muy original, he de reconocerlo —dijo Ethan—. ¿De dónde ha sacado los arándanos?
—Ese es mérito de Amelia. Tiene algunos arbustos con bayas alrededor de su huerto y consigue unos resultados asombrosos.
Julianna miró orgullosa a Amelia y esta sonrió.
—¡Vaya! Señorita Amelia, ese también es un talento asombroso —dijo galantemente Ethan—. No me importaría que aconsejase a alguno de nuestros jardineros de Workenhall en el condado para que logren estas delicias.
—No tiene tanto mérito, milord. Además, en el bosque de su propiedad crecen algunas de las mejores bayas de la comarca, gracias a los riachuelos que lo cruzan. Bastaría con enviar, con cierta asiduidad, a alguien a recogerlos. Solo hay que saber dónde se encuentran —contestó ella con practicidad.
Cliff y Julianna se miraron de soslayo, ambos, evidentemente, recordando su encuentro en el bosque. Y aunque Cliff sonrió, la mirada de Julianna se ensombreció de repente por un halo de tristeza, que provocó en Cliff un irrefrenable deseo de acariciar sus pómulos. Gracias a Dios sus pensamientos se vieron de interrumpidos de nuevo por el almirante.
—Bueno, este sí. —Señaló al pastel—. Pastel de naranja con avellana y trozos de coco.
Miró a Julianna orgulloso.
—Umm… ¿almirante, ha encontrado usted algún trozo de coco? —preguntó ella, fingiendo seriedad.
—Bueno… no… pero sabe a coco —contestó sincero como un niño respondón.
—Daré por bueno el ingrediente —dijo Julianna, poniendo los ojos en blanco—. Pero le falta uno de los ingredientes principales y, además, el fruto seco no es avellana.
—¡Diablos! Estoy perdiendo mi talento —contestó él desconcertado—. Bueno, entonces, almendras.
Julianna asintió de nuevo mientras añadía:
—Pero le falta el más importante. Le doy una pista; la crema del relleno tiene naranja como usted ha dicho, pero, también, otro cítrico. —Sonrió con complacencia.
—En ese caso, el limón. Crema de naranja y limón —respondió con seguridad.
—¿Esa es su respuesta final?
Él asintió con firmeza.
—En ese caso, otro punto para mí. Es lima —dijo Julianna riendo.
—¡Protesto! —dijo él, alzando una mano—. Furnish, quiero la lista como prueba. Me engaña la muy descarada.
Julianna se rio, negando con la cabeza y mirándolo con clara diversión y picardía.
—¿La lista? —preguntó lady Adele
—Antes de hacer un postre, le entrego una lista a la señora Malcolm con los ingredientes que empleo, para defenderme contra posibles reclamaciones, y como el almirante es un adversario difícil, me aseguro de utilizar, de vez en cuando, algunos ingredientes engañosos. En este caso, la lima, en vez de limón. Así es más divertido. —Lo miró, encogiéndose de hombros y después guiñándole el ojo.
—Pequeña pícara… —dijo el almirante resignado—. Me queda un último intento. Este. —Señaló al último plato—. Este contiene… Son fresas. Es el producto de temporada del que hablabas, ¿cierto?
—Cierto —dijo asintiendo—. Pero ha de decir más, no son simples fresas, almirante. Está siendo muy parco hoy en las descripciones. Su percepción no está siendo muy precisa…
El almirante resopló.
—Umm… Bien, bien. Son fresas al vino y después… Tostadas con azúcar.
—Lo daré por bueno, pero son fresas al vino dulce caramelizadas con caña. Pero sí, lo aceptaré, porque es bastante certero. ¿Qué más?
—Con nata. —Miró a Eugene—. Y… ahora sí son avellanas, pero esta vez bañadas en chocolate.
Julianna hizo una mueca de resignación:
—Visitaré al chef Maurice y le enseñaré a hacer la tarta de moras… ¡Ha ganado, almirante!
—Por supuesto, querida, soy de la Marina Real, —Y levantó el mentón, riéndose a carcajadas después.
Tras el almuerzo y el té, los invitados se marcharon después de agradecer tan grata mañana y con la idea de encontrarse esa noche en el baile de la condesa de Tulipán. Tía Blanche les insistió en que regresasen en unos de los coches, asegurándoles que sus monturas serían entregadas esa misma tarde por los mozos de su cuadra.
Una vez en el coche, y después de haber dejado a lady Eleanor en su casa, se produjo una singular conversación entre Cliff y su cuñada, que afianzó su determinación de conseguir la mano de Julianna antes de que acabase la semana.
—¿Cliff?
Lady Adele rompió el silencio del coche mientras los hermanos miraban por la ventanilla.
—¿Sí? —contestó distraído.
—Creo que me gustaría tener a Julianna como hermana.
En ese momento Ethan, que estaba sentado a su lado, tomó su mano y se la besó dulcemente a lo que ella le respondió con una cómplice sonrisa:
—Y además, me gusta mucho para ti. Es tranquila, generosa, muy cariñosa, muy protectora. Creo que es una buena pareja para ti, sobre todo porque, según dice Eugene, tiene un exacerbado interés por ver mundo. El almirante opina que es de las pocas mujeres que podrían vivir en un barco y disfrutar con ello. Además, es muy despierta e inteligente. Me he llevado una sorpresa cuando he observado que en su dormitorio había una enorme estantería llena de libros de historia, literatura clásica. ¿Sabías que lee perfectamente en latín, griego e incluso alemán? Además le gusta mucho la ciencia, ¿es curioso, no?
—Lo sé, querida, es decir, me lo ha comentado su tía. —Lo sabía, entre otras cosas, porque la noche anterior pudo ver perfectamente el interior del dormitorio de Julianna, pero por supuesto esa era una información que no iba a dar a conocer a nadie y menos a la prometida de su hermano—. Si te sirve de consuelo, pongo todo mi empeño en conseguirlo.
—Entiendo, pero creo que deberías saber que, durante unos minutos me quedé hablando a solas con Eugene y con su tía, y he llegado a la conclusión de que, si quieres de veras que Julianna te acepte, has de procurar que no se asuste de quien eres.
—¿Perdón?¿Qué no se asuste de quien soy? —preguntó con seriedad.
Ella asintió.
—Umm, ¿cómo explicarlo? La tía de Julianna comentaba que su sobrina se parece mucho a ella y está convencida de que los ambientes de la aristocracia, las intrigas, los chismes, el tener que aparentar y las rígidas normas a las que nos sometemos en pro de mantener ciertas tradiciones y todo lo que ello conlleva no van a ser del agrado de Julianna, y que no tardará demasiado en alejarse de estos ambientes. En eso, querido, se parece a ti, ¿verdad? —Enarcó una ceja solemnemente—. Pero, además, ella está en extremo preocupada, no solo por no encajar en estos ambientes, sino, además, por ser demasiado ajena a ellos y ser incapaz de querer adaptarse a ellos. A lo que me refiero es que ella es muy consciente de la diferencia de clases que, hasta ahora, existía entre vosotros y, si acaba recelando en demasía de nuestro ambiente, no llegará a considerar como conveniente un matrimonio entre vosotros por estimar que sois demasiado diferentes.
Cliff la miró con fijeza, ya que ese extremo también lo había considerado él meses atrás, e incluso, cuando conversaba con Max sobre lo poco que creía le gustaría a Julianna la vida de Londres, ya que si, en aquel momento, a él le pareció un alivio que ella no desease la vida de la que tantas veces él había huido, ahora comprendía que podía ser un motivo para que ella no los considerase compatibles.
—Para ser del todo sincero, conocía los recelos de Julianna respecto a la forma de vida de la alta sociedad. Desprecia los engaños, las intrigas y las vanidades tanto como yo. Además, verse expuesta y encorsetada dentro de unas rígidas normas es algo a lo que no creo que llegue a acostumbrarse. Está acostumbrada a cierta independencia», a alejarse del mundo cuando este parece ahogarla. Me identifico plenamente con esa sensación, como tú, tan acertadamente, has señalado, es otra de las razones por las que sé que Julianna es un tesoro para mí. No puedo imaginar a ninguna de las damas de nuestro círculo pasar ni dos días navegando a mi lado. Pero, supongo, alternar con nuestros pares en los salones las próximas semanas va a asentar aún más esa opinión. Y, de nuevo, tienes razón en una cosa, he de asegurarme de que Julianna comprenda que, a pesar de nuestras diferentes cunas y educación, somos plenamente compatibles. —La miró unos instantes y, luego, de nuevo, por la ventanilla. Tras unos minutos cogió la mano de su cuñada y mirándola con el encanto de un libertino le dijo—: Resérvame un baile, querida, que aún no estás casada. —Le sonrió sugerentemente.
—Cliff, vete —dijo con voz seca, aunque con una sonrisa en los labios, su hermano.
Cuando hubo salido, lady Adele dijo a su prometido con los ojos entrecerrados:
—Ethan, creo que hoy me gustaría llegar especialmente temprano al baile.
—¿Ah, sí, querida? ¿Por alguna razón en especial? —preguntó intrigado
—Bueno… Sí… Pero creo que dejaré que la adivines cuando estemos allí —contestó enigmática.
[1] Un nocturlabio es un instrumento utilizado para determinar el tiempo en función de la posición de una determinada estrella en el cielo nocturno.
[2] La ballestilla es un instrumento de navegación antiguo utilizado para medir la altura del sol y otros astros sobre el horizonte con el fin de utilizar la información así obtenida en la navegación náutica.
[3] Una esfera armilar, conocida también con el nombre de astrolabio esférico es un modelo de la esfera celeste utilizada para mostrar el movimiento aparente de las estrellas alrededor de la Tierra o el Sol.