Capítulo 13

 

 

Cliff se sentó frente a la chimenea de la mansión Stormhall en cuanto regresó de su paseo a caballo, «de su delicioso paseo a caballo», pensaba mientras reía extrañamente complacido y, al tiempo, insatisfecho, con la tensión sexual de un volcán en plena erupción, pero aun así, prefería esa tensión a la satisfacción con cualquier mujer. Estaba seguro de que cuando Julianna estuviese con él, en su cama, debajo de su cuerpo, totalmente desnuda y plenamente entregada, nada podría compararse a ese momento, y esa sola idea era lo que, hasta ese instante, había evitado que el devorador, el depredador que había dentro de él, saliese y tomase lo que sabía suyo sin freno. Hasta ese momento, había conseguido tener bien firmes las riendas de su deseo, pero cada vez le costaba un mayor esfuerzo, «¡Qué demonios! Un esfuerzo sobrehumano». Dejar de besar a Julianna en el parque casi le había costado la vida.

Meditaba sobre lo que debía hacer. Estaba seguro de su victoria y lo estaba porque sabía que Julianna lo quería. Lo había confirmado con ese beso, con esa mirada. Tendría que ir poco a poco, era una guerra que debía librar batalla a batalla, minando cada una de sus defensas, cada barrera. Paso a paso, iría eliminándolas todas y, en el proceso, iría enseñándole, además, la clase de vida que tendría a su lado, el hombre que estaría junto a ella todos los días de su vida, el placer que le daría cada mañana, cada noche, cada día del resto de sus días. Era suya y tendría que rendirse al final ante esa evidencia, ante esa verdad.

Absorto en sus pensamientos como estaba, no se dio cuenta de que su hermano acababa de entrar en la estancia con varias cartas en las manos.

—Buenos días, Cliff. ¿Interrumpo tus cavilaciones, hermano? —inquirió, apoyándose en el marco de la enorme chimenea y mirando fijamente a Cliff.

—Ah… hola. No, no, solo estaba elaborando un plan de ataque.

—Jajaja… Desde luego, eres el único hombre capaz de imaginarse el cortejo como una batalla campal en vez de como un sutil placer entre dos.

La sonrisa franca de Ethan dejaba ver que, en su caso, el cortejo, que inicialmente se le presentaba como algo meramente convencional entre dos nobles, como un compromiso de conveniencia, acabó siendo una experiencia de aprendizaje, de conocimiento de dos personas, de dos voluntades, de dos corazones que al final se dieron cuenta de que eran no solo compatibles, sino que estaban hechos el uno para el otro.

Cliff sonrió a su hermano y, por un momento, envidió la situación actual en la que se hallaba, seguro de su compromiso y de cuál iba a ser su futuro al lado de la mujer a la que amaba y que lo había aceptado sin reservas.

—Bueno, recuerda que fuiste tú el que me tildó de «estratega de la familia». —Sonrió con sorna.

—Cierto, cierto. ¿Y bien? ¿Cómo va tu particular cruzada?

Sonreía, conteniendo sin embargo una carcajada. Estaba, claramente, disfrutando al ver a su hermano teniendo que luchar por primera vez en su vida por conseguir a una mujer, una que, además, no se lo iba a poner nada fácil.

—Umm… digamos que, de momento, tengo mis cañones en la dirección correcta y dentro de muy poco será posible que haga el abordaje sin necesidad de disparar ni una sola bala.

—Te veo demasiado confiado en la victoria, hermano. Recuerda que subestimar al contrincante es el primer paso para la derrota.

—¡Dios me libre de subestimar alguna vez a Julianna! Sin embargo, ahora sí sé cómo afrontar esta… esta campaña, y hasta creo que voy a disfrutar más de lo que habría creído.

Volvía a sonreír como cuando eran niños y tramaban alguna trastada.

—En ese caso, quizás sea bueno que traiga a colación un asunto que puede ser de importancia. —Se enderezó ligeramente en su asiento sin dejar de mirar a Cliff—. Deberíamos hablar de algo que no sé si realmente es importante, pero me ha dejado intranquilo… —Ethan cogió una de las cartas que llevaba y se la acercó a Cliff, que alargó el brazo y la cogió sosteniéndole un segundo la mirada—. Es de la agencia de investigación. Por lo visto, uno de los hermanos de la señorita McBeth, Timón, el mayor, el que es militar, se acercó a la agencia interesándose por la persona que los había contratado y por los resultados de la investigación. Por supuesto, no le dijeron que éramos nosotros los instigadores de la investigación, ni tampoco revelaron dato alguno de la misma, amparándose en la confidencialidad. —Enarcó la ceja al igual que Cliff, que de repente se sintió alarmado por lo que escuchaba—. Es comprensible que, si se enteraron de que una agencia de Londres buscaba datos de su familia o algún hecho revelador de Julianna, sus hermanos tengan interés por saber qué ocurre.

Cliff asintió pero mirando a su hermano preguntó:

—Pero hay algo más, ¿verdad? Si no, no estarías preocupado…

Ethan se envaró poniéndose de nuevo en pie y, después, miró firmemente a Cliff.

—Cierto. Lo que me preocupa es la forma en que se han «interesado» por la investigación. Es decir. Llama la atención, primero, que se presentase en las oficinas de Londres y, después, que mostrase, como así me indican, demasiado interés, más que por el paradero de su hermana, por la persona con la que pudiera encontrarse. —Se giró mirando a la chimenea—. Lo sé, lo sé, por sí solo no es tan extraño, pero el agente que lo atendió parecía inclinado a creer que no era un interés propio de alguien preocupado por un familiar tan directo, sino que más bien parecía querer información de la que valerse para, para… no sé… como para conseguir algo concreto. —Se giró para mirar de nuevo a Cliff.

—Después de la conversación con la señora Brindfet, no me cabe duda de que los tres hermanos McBeth son elementos de cuidado, y si uno de ellos anda tras la pista de Julianna, desde luego no es por amor fraternal ni por preocupación filial. Creo que debería estar atento. Sí, debería estar pendiente de ello. No creo que sea un asunto que debamos ignorar. Me pregunto… —Alzó la vista y miró fijamente a Ethan—. ¿Crees que deberíamos trasladar esta preocupación a la señora Brindfet? ¿Incluso a la propia Julianna?

Ethan guardó unos segundos de silencio y añadió:

—¿Crees que es buena idea decirle a Julianna que la has estado investigando? Porque si le informas que su hermano la anda buscando y que está en Londres, es probable que acabes teniendo que confesarle cómo has conseguido saberlo y… Bueno… ¿Crees que se lo tomará bien?

—No, ciertamente no creo que se lo tome bien… Pero, por otro lado, tampoco estimo prudente ni seguro para ella no decirle que la andan buscando. Supongo que podría informar a su tía y que sea ella la que se lo diga, insinuándole, quizás, que esa información la ha conseguido ella, no nosotros.

Tras charlar con su hermano y despedirse de él, ya que andaba un poco distraído con los preparativos de su boda, Cliff se sentó en la biblioteca y elaboró su plan de acción para las próximas semanas. Como si de una particular contienda se tratase, elaboró varias listas, una de las cuales entregó a su ayuda de cámara para que cogiese de su barco distintos objetos, comprase algunas cosas y realizase distintos recados relacionados con los pasos que daría a partir de ese momento. Tenía muy claro que Julianna lo quería y que, en el fondo, sabía al igual que él que estaban extrañamente hechos el uno para el otro, solo tenía que lograr que lo admitiese y, una vez lo reconociese, no podría negar que casarse con él era el único medio de conseguir que ambos fuesen felices.

El resto del día lo dedicó a planear minuciosamente cada detalle, entró y salió de la mansión en varias ocasiones cargado de objetos, de papeles, y acompañado de distintos personajes que parecían sacados de una novela de aventuras. Tanto su madre como lady Adele lo estuvieron observando y con curiosidad iban tomando notas mentales de los detalles que observaban. De hecho, en varias ocasiones intentaron sonsacarle alguna cosa sobre lo que tramaba, porque realmente empezaban a tener algo más que curiosidad, y si bien sabían iban a disfrutar y divertirse mucho con cada una de las cosas que seguro estaba planeando, tenían sus niveles inquisitivos tan exacerbados como insatisfechos ante las negativas de Cliff de concederles ni una mísera pista.

La condesa conocía muy bien las travesuras de las que eran capaces sus hijos y de lo ingeniosos que siempre habían sido elaborando algunas de ellas. Por su parte, lady Adele había escuchado algunas de las anécdotas de la infancia de su futuro marido y de su hermano de boca del propio Ethan, comprendiendo que, ambos hermanos eran obstinados y tenaces como nadie en el mundo, y cuando se les metía entre ceja y ceja algo, eran capaces de las más increíbles locuras. Por ello, las dos mujeres no paraban de comentar cada cosa que veían, desde los recados del ayuda de cámara de Cliff hasta la cantidad de personajes de todo tipo, a los que ellas llamaron «pintorescos» las más de las veces, y que, a lo largo de la tarde, acudieron a la mansión a visitar a Cliff después de que este los hiciera llamar.

Justo mientras se vestía para la cena y comentaba con su ayuda de cámara los detalles de lo planeado, no pudo evitar sonreír pensando que había pasado por un sinfín de estados anímicos en los últimos meses. Reconocer, por fin, que estaba enamorado de Julianna puso en orden el caos de sensaciones, sentimientos y pensamientos que tuvo desde que hubo desembarcado en Londres tras conocer la noticia del fallecimiento de señor McBeth. Después vinieron, los que sin duda alguna, habían sido los peores meses de su vida, sin saber nada de Julianna, sin saber si estaba bien, si estaba viva o muerta. Esta última idea seguía provocándole un extraño estremecimiento y un golpe seco en el pecho que se había prometido no volver a sentir jamás. La vida de Julianna no correría peligro mientras él estuviese vivo. Y ahora, ahora que sabía que Julianna, la testaruda y cabezota Julianna, lo quería, parecía que todo había vuelto a su lugar.

Ella estaría durante unas cuantas semanas luchando contra sí misma, contra sus sentimientos y sus deseos, pero, finalmente, encontraría como él la paz y la tranquilidad. Una paz y una tranquilidad que solo podían tenerla el uno en el otro, juntos, compartiendo la vida, compartiéndose, entregándose sin reservas, sin miedos, sin remedio. Sabía que, en ese mismo momento, Julianna estaría volviéndose loca, que pensaría en él y en lo que le provocaba y una sonrisa maliciosa y de satisfacción cruzó su cara. No quería verla sufrir y menos aún por su culpa, pero comprendía que Julianna se estaba debatiendo consigo misma como le había ocurrido a él meses atrás, hasta tomar una decisión, hasta aceptar lo inevitable: que era suya, solo suya y que el destino los había marcado para pertenecerse el uno al otro. Se necesitaban no solo para alcanzar la paz y la felicidad, sino incluso para vivir. Estaban incompletos sin el otro.

De nuevo sonreía frente al espejo, el destino le había dado a Julianna, de modo que debía estarle infinitamente agradecido por haber sido tan generoso con él, por el regalo que le había reservado, nada más y nada menos que Julianna. La preciosa, sensual, y dulce Julianna.

Durante la cena, las damas de su familia no pudieron evitar preguntar e intentar sonsacar alguna información que al menos saciase un poco de su curiosidad, pero Cliff solo les decía que se trataba de distintas batallas planeadas al detalle con el único fin de ganar una guerra. Sin duda, la incertidumbre era lo que estaba matando a ambas damas, pero tanto el conde como Ethan se frotaban las manos, previendo muchas diversiones a lo largo de esas semanas. Sobre todo sabiendo, como sabían, que algunas de ellas implicaban que Cliff, por primera vez en su vida, debía comportarse con cierta humildad, con cierta «sumisión» si lo que quería era demostrarle a Julianna, no solo que estaba arrepentido de su comportamiento anterior, sino que ya no era el tipo indolente, altanero y calavera que ella creía que era. Esa idea de ver a un Cliff modoso, contenido, casi delicado era lo que más hilaridad provocaba en los varones de la familia, que se reconocían deseosos de ver como era finalmente una mujer la que ponía en su sitio a Cliff. Ni un pirata, ni un bucanero, ni el peor de los militares o el enemigo más feroz de los últimos años, ni siquiera su propio padre, no: quien iba a darle la lección de su vida a su arrogante, prepotente, impulsivo y siempre belicoso hijo y hermano iba a ser nada más y nada menos que una mujer. Y no cualquiera, sino la única que había conseguido desarmarlo desde el principio y que no se había doblegado a sus deseos sin más.

Al menos a todos ellos los alegraba ver al Cliff de siempre, divertido, irreverente, seductor. Estaba inquieto, nervioso, intranquilo, pero no era la intranquilidad ni el desconcierto de los meses anteriores. Parecía otro, había, por fin, dejado atrás la melancolía y la desesperanza que lo habían invadido, y esas nuevas sensaciones, esa nueva alegría que transmitía, se transportaba por el aire a los que lo rodeaban. Todos estaban ansiosos, nerviosos pero, por encima de todo, estaban realmente optimistas y reinaba una especie de seguridad y de certidumbre de que, al final, conseguirían un nuevo miembro en la familia.

Era realmente curiosa la visión de cada uno de ellos de la perspectiva de futuro de Cliff; para el conde, Julianna era aquella niña valiente, generosa e inteligente que irradiaba ternura y fuerza al mismo tiempo, y que tenía los sólidos principios de su padre tan arraigados que formaban parte indisoluble de su personalidad. Una nuera así, desde luego, no le disgustaría a ningún padre y menos a él, que sabía que Cliff necesitaría una mujer dulce y cariñosa a su lado, pero que fuese capaz de plantarle cara y de no dejarse arrastrar por los deseos de su hijo sin más.

La condesa parecía haber abandonado los recelos que le provocaba el hecho de que Julianna no fuese de noble cuna. Era una mujer educada entre la aristocracia, proveniente de la más rancia nobleza inglesa y que no se imaginaba rodeada de alguien ajeno a la misma. Sin embargo, Julianna parecía haber despertado en ella el deseo de tener como nuera a una mujer alejada de las convenciones a las que estaba acostumbrada. Lady Adele era la perfecta esposa para el futuro conde y no podía ser de otra manera. Pero Cliff, su hijo menor, era harina de otro costal, y por fin lo comprendía. Jamás podría una mujer, una aristócrata convencional, hacer feliz a su hijo, ni acostumbrarse a su tipo de vida, a su temperamento, y, menos aún, comprenderlo. Pero la pequeña Julianna parecía encajar perfectamente con él, su carácter y su comportamiento eran intachables, pero, sobre todo, era perfecta para Cliff. Desprendía la ternura y amabilidad necesaria para derretir el corazón de Cliff, pero también la belleza, la fuerza y el temperamento necesario para derretir al hombre, al impenitente seductor que tenía dentro. Y, lo más importante, sería capaz de mantenerlo a raya, y eso que la joven aún no era consciente del poder que ejercía sobre él. Cuando lo comprendiese conseguiría convertir en un tierno gatito al fiero león de su hijo. De hecho, ya se frotaba las manos imaginando lo fácil que se derretiría el corazón de su hijo con un vástago de Julianna. Por increíble que le resultase a la condesa, el hijo díscolo, reacio al matrimonio y a la estabilidad de un hogar, el hijo al que creía nunca conseguiría doblegar a las maravillas del matrimonio, finalmente había no solo aceptado ese estado como algo soportable, sino que lo deseaba por encima de todo lo demás, y eso la tranquilizaba más que ninguna otra cosa.

Para Ethan, Julianna era la Adele de Cliff. La persona por la que merecía dejar la vida que hasta entonces ambos consideraban ideal y encontrar por fin el equilibrio que hasta ese momento no sabían que necesitaban. Ambos buscaban cosas distintas en sus futuras esposas y, sin embargo, buscaban lo mismo, una compañera. Al fin y al cabo, Ethan necesitaba una condesa, una mujer que ocupase el lugar de su madre y las responsabilidades de la misma. Y Cliff buscaba a alguien que fuese capaz de compartir su forma de ver la vida, su forma de ir más allá siempre, de no conformarse, de llegar más lejos. Pero ambos buscaban lo mismo en ellas: una compañera, una amante, una confidente, la madre de sus hijos, nada más y nada menos que la razón de sus vidas. Como todos los De Worken, no buscaron el amor, e incluso se resistieron a él, pero este los golpeó en la cara y no había vuelta atrás. De niños se reían y burlaban del blasón y del emblema familiar, en el que aparecía a la izquierda un aro rodeando un corazón, y una espada y un hacha en la derecha, junto con otras figuras que completaban el escudo y, debajo, el lema familiar: «Protege con la derecha lo que haya en la izquierda». A fin de cuentas, venía a corroborar la tradición familiar. Todos los De Worken eran unos lobos, unos cazadores en todos los aspectos, hasta el momento en que se casaban, y solo lo hacían con mujeres a las que amaban más allá de la razón y, una vez que lo hacían, su fiereza se destinaba únicamente a proteger y defender con la espada y la vida a la familia, cuya figura central era la mujer representada con el corazón y la alianza. Ellos en el pasado se consideraban la excepción a esa tradición. Ethan, porque como futuro conde creía que su destino era su obligación con el condado, es decir, debía buscar a una mujer que fuese capaz de cumplir dignamente con los deberes y obligaciones de una condesa y entre los que no se encontraba, desde su punto de vista, el ser capaz de enamorar al conde. Cliff, por su parte, porque, simplemente, rechazaba las ataduras del matrimonio, por considerar que implicaban una pesada carga que dificultaría la vida de aventuras y de libertad que deseaba. Pero la vida ponía a todos en el camino y lugar correctos, y ellos no iban a ser diferentes en eso, demostrándoles el destino lo equivocados que habían estado, dándoles con el blasón y el lema familiar en las narices por arrogantes y prepotentes.

Por la mañana temprano Cliff esperó a que las jóvenes de la familia y lady Adele se marchasen a caballo a la escuela de caballería donde, de seguro, las esperaría Max. Cliff solicitó ver a la señora Brindfet, que parecía disponerse a salir en ese momento.

—Comandante, la señora lo recibirá en la salita de mañana. Por favor, si es tan amable de seguirme. —Furnish acompañó a Cliff a la sala donde lo esperaba la señora de la casa que, como el mayordomo le había indicado previamente, era evidente que se disponía a salir justo cuando le anunciaron su llegada.

—Buenos días, señora Brindfet… Blanche.

La saludó con la correspondiente cortesía, inmediatamente después de cerrar el mayordomo las puertas de la sala.

—Buenos días, comandante —contestó tía Blanche, realmente sorprendida por la visita, tanto por la hora como por la tensión que parecía traslucir su rostro.

—Lamento la interrupción y agradezco que haya consentido en atenderme a unas horas tan poco apropiadas, pero necesitaba hablar con usted y hacerlo en privado.

—¿En privado? Es decir, sin que pudiera interrumpirnos mi sobrina. —Enarcó las cejas y sonrió.

—Efectivamente. —Le sonrió Cliff también—. No crea que vengo con malas intenciones… Bueno, no peores que las de hace dos días…

Esbozó su mejor sonrisa de seductor y enseguida vio que tía Blanche estaba aún de su parte.

—Jaja, ay, muchacho, lo vuelvo a recalcar, no es a mí a quien has de seducir —dijo la tía Blanche entre risas—. A ver, ven, acércate y cuéntame que estás tramando. —Le señaló un asiento cercano al que en ella se estaba sentando y le invitó a acompañarle.

—Realmente soy demasiado transparente para usted… Ya me lo advirtió Max —dijo mientras tomaba asiento y sacudía la cabeza a modo de rendición.

Satisfecha ante esa respuesta, que no dudaba también sería parte de la estrategia de este truhan, tía Blanche contestó:

—Transparente no, algo predecible, quizás… pero ¿a qué debo el honor de su «secreta» visita?

—Bueno, lo cierto es que he venido a rogar cierta colaboración por su parte, bueno, más exactamente, la autorización para ciertas actividades que quiero llevar a cabo para sorprender a su sobrina. Pero para ello necesitaría que su servicio deje que mi ayuda de cámara pueda acceder a ciertas habitaciones de la casa en contadas ocasiones.

—Estoy intrigada, cuénteme y, si veo que no hay nada malo en ello, contará con mi autorización e incluso puede que hasta con mi ayuda…

Tras unos minutos relatando algunas de las cosas que tenía previsto para las próximas semanas, tía Blanche, que de nuevo tuteaba a Cliff con naturalidad, parecía divertida y gratamente satisfecha al comprobar que su juicio anterior sobre el comandante había sido acertado. Le dio su consentimiento e incluso ayudó a mejorar algunas de las sorpresas que tenía previstas, lo que sorprendió a Cliff, que no pudo sino sentir aún más cariño por esa encantadora mujer.

—Mi visita, además, tiene otro motivo, y he de decir que no sé si es desagradable o no, pero, desde luego, a mí me tiene algo intranquilo.

El tono serio y, sobre todo, el cambio de semblante hicieron que tía Blanche comprendiese que realmente era algo preocupante.

—Está bien, ¿qué ocurre, comandante?

—No sé si llegamos a contarle que, ante la falta de noticias de su sobrina, y mi cada vez más alarmante estado de ansiedad, mi hermano propuso contratar los servicios de una agencia de investigación con el objeto de dar con familiares con los que Julianna pudiera alojarse. —Por la cara de tía Blanche, Cliff comprendió que esa forma de proceder no contaba con su aprobación, por lo que rápidamente añadió—. Le pido disculpas por la intromisión y por mi forma de actuar si ello les puede ofender…

—No, no es eso, creo que piensa que desapruebo esa forma de actuar… Y no, no es así, de hecho, yo me he valido en alguna ocasión de profesionales de este tipo para investigar a posibles inversores o posibles socios cuando albergaba alguna duda al respecto. No es por eso. Es más bien… Bueno, mejor continúe… —Le hizo un gesto para que continuase

—Pues, si sirve para su tranquilidad, la información que obtuvieron tampoco fue en exceso reveladora. Ahora bien, tuvieron que investigar en el condado e, imagino, preguntarían a algunos de los habitantes y vecinos de la zona. Esto debe haber llegado a oídos de sus sobrinos, porque desde la agencia nos han informado que Timón McBeth se presentó en las oficinas de Londres, queriendo averiguar quien había solicitado la investigación y, sobre todo, los resultados de la misma, insistiendo especialmente en intentar averiguar la persona o personas con las que pudiera estar su sobrina. —Esperó un momento por si Blanche quería comentar algo antes de continuar, y al ver que no era así, prosiguió—. En principio, no parece indicar nada preocupante, sin embargo…

—Sin embargo, si cree que haya algo que debería alertarnos… —lo interrumpió tía Blanche, que lo miraba del mismo modo que él a ella: ambos sabían que debían ponerse alerta.

—Creía necesario avisarle para que, por su parte, también se lo comunique a Julianna y que, por lo menos, esté… bueno… pendiente.

—Sí, sí, estoy de acuerdo que hay que estar pendiente. Desde luego, es extraño que haya venido hasta Londres… —Enarcó la ceja mientras miraba de repente hacia el frente como si estuviese dándole vueltas a la información—. Realmente es para preocuparse. Creo recordar que le había reseñado algunos detalles de mi relación con mis sobrinos, incluyendo el hecho de que nunca les dije donde residía realmente cuando estaba en Londres. Las pocas veces que los vi aquí, cuando venían a visitarme intentando engatusarme, los recibía en otra casa que tengo en la ciudad que, aunque está en buena zona y es bastante grande, tampoco es una mansión propiamente dicha, ya sabe, por mis reparos hacia ellos. Ahora bien, si lo que quieren es localizarme, tampoco creo que les cueste demasiado trabajo, ya que tampoco es que me esconda… Pero si lo que buscan es…—De repente se quedó callada, pensativa.

—¿Es?

Cliff parecía realmente ansioso por saber a qué conclusión parecía haber llegado ella.

—Estaba pensado… —Blanche parecía meditar realmente qué decir—. Quizás lo que buscan es un medio de llegar hasta mí, mejor dicho, hasta mi dinero, a través de Julianna. Si sospechan, y me imagino que a estas alturas ya lo sospecharán, que Julianna está conmigo, quizás crean que pueden presionar a través de ella para que les dé dinero o los nombre mis herederos… Sin embargo, me preocuparía que descubriesen que la he nombrado mi heredera, no creo que se lo tomen muy bien. —Hizo una pausa y señaló—. A partir de ahora mantendré a alguien siempre vigilando a Julianna. No la quiero sola bajo ningún concepto, y daré orden a todo el servicio para que estén pendientes de ella y de cualquier hecho extraño.

Cliff la miró con cierta alarma, ya que no sabía realmente si los hermanos eran capaces de hacer daño a Julianna y, aunque la idea de que siempre estuviese vigilada complicaba mucho los planes de Cliff de pasar tiempo a solas y con cierta intimidad con Julianna, comprendía que era preferible eso que dejarla desprotegida. De todos modos, siempre podría encontrar medios de eludir esa vigilancia mientras estuviese con él.

—Me parece una excelente idea.

Tanto Cliff como la tía Blanche parecían conformes, al menos de momento, así que regresaron a los planes de conquista de Cliff y, tras el intercambio de algunas ideas, Cliff se marchó camino de la Academia de Caballería con intención de proseguir su acercamiento en el mismo punto en el que lo habían dejado el día anterior. Aunque antes mandaría un mensaje a su ayuda de cámara para que ese mismo día llevase a cabo el «primer asalto contra las defensas de Julianna», dado que tía Blanche lo había autorizado para ello. Si bien era cierto que ella sabía que Julianna estaba irremediablemente enamorada de Cliff, no creía, sin embargo, que le fuese a resultar tan sencilla la conquista de su sobrina, al fin y al cabo, era una McBeth y, por lo tanto, tan terca y tozuda como la que más.

Al llegar a la zona arbolada donde Julianna se encontraba montando junto a lady Eugene y el joven Jonas, Cliff enfiló su montura hacia ellos mientras admiraba la elegante figura de Julianna con otro de los elegantes trajes de montar confeccionados, sin duda, por esa famosa Madame Coquette. Era de un color almendra, en terciopelo, con los detalles de manga, falda y vuelo en seda marrón, pero lo que más le gustaba eran las plumas que adornaban el sombrero y que enmarcaban el rostro de la joven de una manera cautivadora, haciendo que la atención se centrase en esos maravillosos ojos color miel. Tomó nota mental de agradecer a tía Blanche que llevara a Julianna a las expertas manos de esa costurera porque, desde luego, sabía cómo destacar cada uno de los atributos de Julianna.

Al ver como se acercaba, Julianna sintió ese golpeteo en el corazón que ya reconocía y ese río de lava recorrerle la piel haciendo que, involuntariamente, se ruborizase. Era magnífico verlo perfectamente adaptado a ese elegante semental negro. Fuerza y virilidad hecha carne. Esperaba que no la dejasen sola con él, porque bastante trabajo le costó mantenerse en pie el día anterior como para tener que hacerlo de nuevo. Conseguía alterar tanto sus sentidos con su sola presencia que, si encima llegaba a tocarle, como anteriormente, sería imposible recuperar la cordura, y para colmo, era algo que estaba deseando.

—Buenos días, lady Eugene, señorita McBeth, lord Jonas.

Cliff sonreía de oreja a oreja mientras se colocaba a la altura del resto de las monturas, notando como Julianna procuraba no mirarlo directamente. Estaba claramente ruborizada, lo que le provocó una oleada de orgullo que, de haber sido otro, se le habría notado nada más verlo.

—Buenos días, comandante —contestó Eugene alegremente al tiempo que todos hacían un gesto de cabeza en respuesta a su saludo—. Veo que nos ha encontrado con facilidad.

—Bueno, Max insinuó que, casi con absoluta certeza, cabalgarían por la zona de los bosques y he pensado que, a lo mejor, les apetecería recorrer uno de los mejores senderos para cabalgar, que poca gente conoce. Bueno, quizás el joven lord Jonas lo conozca, ya que su hermano lo ha recorrido en muchas ocasiones con Max y conmigo.

Julianna estaba haciendo un esfuerzo ímprobo para no gritar a Eugene, pero, sobre todo, a ese arrogante, prepotente y abusivo hombre que le lanzaba unas miradas que dejaban poco a la imaginación.

—¡Estupendo! Nos encantaría conocerlo, ¿verdad, Juls? —Eugene volvió a contestar exultante.

Julianna abrió los ojos de par en par, pero no fue capaz de decir nada, ya que solo quería ponerse a soltar maldiciones y algunas de las peores imprecaciones que le había enseñado el almirante, y no era capaz de encontrar una respuesta adecuada que no implicase algún insulto o una ordinariez. Tuvo que morderse la lengua y limitarse a lanzar una mirada furiosa a Cliff y otra de desaprobación a Eugene, cosa que ambos simplemente se limitaron a ignorar, no sin dar evidentes señales de que se estaban divirtiendo mucho con la escenita.

—¿Qué le parece, comandante, si usted nos guía y nosotros les seguimos?

Mientras hacía este comentario, Eugene fue haciendo maniobras para quedar en paralelo con Jonas detrás de Cliff y ella, de modo que apenas los separaba medio metro de distancia. Julianna, asombrada por la agilidad y destreza, sin mencionar el descaro, de su amiga, se maldecía por dentro por ser la más inexperta jinete de los cuatro, ya que sus posibilidades de conseguir una jugada similar eran poco más que nulas, así que se resignó a seguirles el juego. No obstante, empezaba a estar realmente furiosa al sentirse como una tonta marioneta en manos de terceros.

Con un rápido movimiento y azuzando un poco a su semental, Cliff comenzó la cabalgada siendo seguido por los demás. Julianna no tardó, para su indignación interior, en sentirse animada por el entusiasmo contagioso de sus acompañantes, y pronto empezó a relajarse, por lo cual también se reprendió mentalmente. Sin embargo era capaz de reconocer que esos momentos de aparente liberad empezaban a ser los que más le gustaban del día. Ensimismada como iba en sus pensamientos y concentrada en seguir el ritmo del caballo de Cliff, no se percató de que, poco a poco, Jonas y Eugene se fueron separando y quedando bastante lejos de ellos, así como también el mozo de cuadras que los había acompañado.

Cuando Cliff paró en medio de un páramo, seguido de Julianna, con la seguridad de que Eugene y Jonas habían tomado el recodo anterior en una dirección diferente a la suya, creyó que ya era el momento de retomar su acercamiento a Julianna con tranquilidad. La observó recobrar el aliento mientras observaba el color rojo de sus mejillas, el brillo de la emoción de sus ojos y, sobre todo, esa expresión despreocupada que ponía cuando dejaba que sus pensamientos fluyesen libres. Era la expresión que lo cautivaba, la misma que ponía mientras paseaba por el bosque y canturreaba. Estaba adorable con ella. Pero no tardó en mirar en derredor y comprender que, de nuevo, estaban solos, y le lanzó esa mirada de furia que, lejos de amedrentar a Cliff, aún le inspiraba más deseos. Los ojos le brillaban con tal intensidad que adquirían ese brillo amarillo que le calentaba la sangre de manera escandalosa. Julianna marcó en su rostro una expresión ceñuda, temiendo lo que pudiese estar planeando.

—No, no. Ni lo pienses…

Cliff no pudo contener una carcajada, divertido por la facilidad con que era capaz de ponerla nerviosa y lo fácil que era conseguir alterar sus sentidos, ya que incluso desde el metro de distancia entre ellos, podía notar el rubor de su piel, la aceleración del pulso y, sobre todo, la respiración entrecortada cuando lo miraba.

—Pero si no pensaba en nada. —«En nada que pueda decirse en alto…»—. Creo que me tiene en peor consideración de la que merezco.

Julianna abrió los ojos como platos, no sabía si debía sentirse molesta por esa forma familiar y jocosa de dirigirse a ella, provocativa y sensual a la vez, o por esa mirada y esa sonrisa extremadamente clara que le atravesaron el cuerpo como una flecha. Desde luego era un depredador mirando con fiereza a su presa.

—Me… me parece que debiéramos buscar a Geny… a lady Eugene y a lord Jonas.

Su voz acababa de bajar dos octavas, como poco, y el tartamudeo y la indecisión consiguieron el efecto contrario al que pudiera desear. Cliff apenas tardó tres segundos en poner su caballo pegado a su yegua y acariciar la mejilla de Julianna, que sintió un escalofrío tan brusco que se removió de la silla. No pudo mirarlo a los ojos y bajó la mirada a las riendas, pero notaba la de él clavada en su cara y, poco a poco, como se acercaba de modo que sentía intensamente la respiración y el calor de su aliento sobre su piel

—No te preocupes, pequeña, dudo que se hayan perdido, seguro que están divirtiéndose mucho… Ven, sígueme y te enseñaré una de las más bonitas estampas de este parque.

Con voz dulce y tomando una de las riendas de Julianna la hizo seguirlo trotando a una zona llena de pequeños arbustos y árboles bajos pero, sobre todo, de pequeños parterres cuadrados, llenos de flores de distintos colores que formaban en el campo frente a ellos un bonito tapiz multicolor.

—¿Dónde estamos? —preguntó mirando con los ojos muy abiertos a su alrededor.

Aquello era como un pequeño valle rodeado de árboles, frondosos pero de escasa altura, y con un solo sendero de entrada. El olor a hierba fresca, a flores naturales y llenas de vida, era embriagador. Por unos minutos ni siquiera se molestó en pensar en nada y quizás por eso ni se percató de que Cliff había desmontado y le agarraba por la cintura para ayudarla a bajar, lo que ella hizo sin protestar, apoyándose en sus hombros para ello. Tenerla así, sin resistencia, abrumada por lo que los rodeaba, e incluso confiada en sus brazos, fue lo único que refrenó a Cliff para no lanzarse sobre ella sin piedad. Lo haría en unos minutos, pensó, pero no ahora. Se apartó un poco de ella, lo suficiente para mantenerla cerca de él, notando la cercanía de su cuerpo, de su calor, absorbiendo su aroma pero, también, con la distancia suficiente para que ella pudiese andar un poco a su alrededor observando el paisaje, tranquila, serena, extasiada como estaba. Cliff sabía que Julianna se sentía relajada, se mostraba como era, sin reservas ni cautelas, cuando estaba en espacios abiertos, lejos de las miradas de los demás. En eso eran tan parecidos que era una cualidad que no le costó mucho apreciar.

—Se llama el Valle de los Vientos —contestó él, aprovechando la cercanía sin necesidad de tocarla.

—¿Valle de los Vientos? Pero si apenas corre una brisa… —murmuró sin dejar de mirar el paisaje.

Aprovechando lo relajada que estaba, era fácil para Cliff tratarla con suavidad y que ella respondiese sin necesidad de pensar. Le puso una mano en la cintura y con ligereza la fue haciendo girarse para observar a su alrededor y, finalmente, la mantuvo de espaldas a él, pero acercándola tanto que la espalda de Julianna finalmente tocaba el torso de él.

—¿Ves toda esa hilera de árboles que rodean el valle? —preguntó, y Julianna no habló, solo asintió—. Pues, cuando se levanta el aire bruscamente, retumba como si hubiese eco dentro del valle, haciendo que el sonido sea realmente abrumador, parece que estás en una tempestad, aunque apenas notes ráfagas suaves de viento en el rostro. Es una curiosidad de la naturaleza, supongo, este valle parece tener las condiciones adecuadas para ello.

—¿Y las flores? Están como…

Cliff la interrumpió.

—Como formando un enorme tablero de ajedrez con infinidad de colores. Sí, sí, es una imagen realmente impactante, me imagino que eso habrá sido obra de algunos de los paisajistas de la Academia, o de alguno de los monarcas anteriores. Recuerda que todo este terreno es considerado parte de las tierras y jardines reales, y que se ceden a la Academia solo por tradición.

A estas alturas Cliff ya había conseguido tenerla apoyada sobre su pecho y con sus brazos rodeando suavemente su cintura. Julianna no quería moverse. La sensación de estar ante esa espectacular imagen de flores y la calidez del abrazo de Cliff eran embriagadoras, era una sensación indescriptible… Permanecieron así unos minutos, como si ninguno de los dos quisiera romper el hechizo que los obligaría a separarse.

Cliff la hizo girar suavemente, poniéndola de cara a él, y, levantando una de sus manos, le hizo inclinar hacia atrás la cabeza, de modo que sus labios fuesen accesibles y, desde luego, no tardó en llegar a ellos. Comenzó simplemente apoyando sus labios en los de Julianna, que lo observaba todavía, pero, poco a poco, el beso se fue haciendo vívido, sensual, pasional, casi incontrolado. Julianna no opuso resistencia, ofreciéndole sus labios, participando en el beso, entregándose sin reparos. La calidez de su boca, la dulzura de sus labios, la rápida reacción de ella, que no solo aceptaba el beso sino que lo alentaba, era embriagadora.

Era una sensación nueva para ella, lo que parecía una invasión de su boca al final se convirtió en un intercambio, por cada centímetro que él tomaba, ella tomaba otro, por cada movimiento cálido y posesivo de él, ella respondía con otro ardiente y deseoso. Cliff no sabría decir cuánto estuvo besándola y cuánto tiempo estuvo casi perdiendo el sentido. En apenas escasos segundos, había perdido la noción del tiempo, de lo que lo rodeaba y del mundo. Era una sensación nueva, indescriptible, como si el beso en sí ya fuera el culmen de una vida. Los movimientos de ambos, sus lenguas, sus alientos, era como si estuviesen destinados al otro, hechos a medida para el otro, cortados y moldeados para el otro y, hasta ese momento, no había conocido lo que era, de verdad, besar a una mujer. Ninguna boca, ningunos labios que hubiese besado antes eran comparables a esos. Ningún beso podía comparase a los de Julianna. Ninguno lo satisfacía y lo llenaba tanto y, al mismo tiempo, lo dejaba tan ansioso, tan insatisfecho, tan deseoso de más, de mucho más… Julianna apenas conseguía sentir el suelo bajo sus pies, y si él no la hubiese estado abrazando ya habría acabado sentada en el terreno de esponjosa hierba, cediendo al temblor de sus rodillas, incapaz de sostenerse a sí misma e incapaz de contener sus emociones ni sus extrañas reacciones a su cuerpo, a su calor, a su fuerza…

Cliff no supo qué fuerza de la naturaleza fue la que finalmente consiguió separarlo de sus labios, pero algo dentro de él consiguió retener su cada vez más incontenible deseo. Le costó unos segundos recobrar cierta sensación de realidad, centrar su mirada y, también, afianzar sus pies en el suelo, pues era él quien los sostenía a ambos. Pero si difícil fue separar sus labios de los de Julianna, más difícil fue no apoderarse de ellos de nuevo e ir más allá, al ver el fuego de sus ojos cuando ella consiguió abrirlos. Acarició con sus manos cada rasgo, cada curva, cada recodo de su rostro, de esa suave, tersa y preciosa cara, manteniéndola a escasos centímetros de la suya, sintiendo como recobraba poco a poco el aliento, y como su respiración se iba haciendo con un ritmo algo más natural. Se miraban como si necesitasen recordar el momento, como si, por unos instantes, fuesen tan conscientes el uno del otro como inconscientes de lo que les rodeaba y del resto del mundo.

—Creo… —Tuvo que tragar saliva para no echarse atrás—. Creo que deberíamos regresar porque, de lo contrario, no sé qué seré capaz de hacer.

Aun cuando intentaba con ello conseguir cierta distancia de ella para controlar lo que, de seguir así, sería incontrolable, su cuerpo parecía no querer responder, pues no se separó de ella ni un centímetro, la mantenía en esa especie de hueco al que se amoldaba a la perfección, en una especie de círculo dentro de sus brazos, de su cuerpo, de su espacio vital.

De repente, los ojos de Julianna parecieron oscurecerse, como si hubiese recordado dónde estaba, con quién estaba, lo que estaban haciendo. Pasaron de un color miel, casi amarillo, a un color ámbar en una sola fracción de segundo. Pero no se movía, su cuerpo, al igual que el de Cliff, se negaba a poner distancia entre ellos. Era como una necesidad vital sentir su calor, el fuerte latido de su corazón, el tenso y fuerte cuerpo de él frente a la suavidad del suyo.

—Sí, deberíamos regresar, por favor…

Su voz sonó tan suave, tan desprovista de coraje, casi un susurro y una súplica, que Cliff enseguida comprendió que, al igual que a él, a Julianna se le acababa de pasar por la cabeza que, de ir más allá, ella tampoco tendría voluntad, fuerza y deseo de parar, y para entonces no habría vuelta atrás.

Así que, con ciertos reparos y no poco esfuerzo, consiguió separarse de ella lo suficiente para que su cabeza y el poco raciocinio que le quedaba a estas alturas recobrasen el control de su cuerpo y de la situación. Julianna observó en silencio como se alejaba de ella, con lentitud pero con firmeza, y recogía sus monturas trayéndolas a su altura. Enseguida se encontró aupada por Cliff en su yegua y con él a su lado retomando el camino de vuelta. Ninguno logró decir palabra durante unos minutos, como si los cuerpos y los cerebros de ambos necesitasen esos minutos de silencio para volver al mundo real, para ser conscientes de en qué punto se encontraban.

—¡Hola!

La voz de Eugene en algún lugar los sacó a ambos de ese ensimismamiento. Ambos miraron al flanco derecho, donde vieron la figura de Eugene moviendo la mano, seguida en su cabalgada por Jonas y el mozo. Pero ella era todavía incapaz de hablar, y fue Cliff el que les contestó algo que Julianna ni siquiera entendió. Poco después se encontraban a su vera. No hacía más que pensar que seguramente sabía lo ocurrido. Empezó a ponerse colorada sin quererlo, mortificada, bajando ligeramente la cabeza a modo de protección, fijando, además, su vista al frente.

—¿Qué tal vuestro paseo?, perdonad que nos separásemos, pero nos pusimos a hablar del baile de la condesa de Tulipán y del de máscaras, y nos encontramos, sin querer, en el sendero que se llama De los Abedules. Es precioso, llenos de árboles y esculturas. ¿Y vosotros?

Eugene hablaba sin parar, deprisa, con un tono demasiado alegre. Por un momento Julianna pensó que no solo era ella la que quería desviar la conversación a temas triviales y la miró de soslayo. Sonreía y parecía encantada, pero no sabría decir si era por lo mismo que ella. «Dios. ¿Tendré que preguntárselo luego?, entonces se dará cuenta de que yo también… No, no…», miró a Jonas y este, al darse cuenta, se puso rojo como un tomate, «está bien, ya tengo mi respuesta». Estaba claro, en esta ocasión, Eugene también tenía sus propios planes al salir de casa por la mañana. «Ay, Dios», suspiró para su interior.

Enseguida Cliff había retomado la compostura, hablándoles con un tono tan natural y despreocupado que era asombroso. Julianna lo miraba de hito en hito y seguía acelerándosele el corazón al cruzar su mirada con la suya, aunque fuesen unos segundos. Que si habían ido al Valle de los Vientos, que si las flores estaban casi en su apogeo, que si el camino de ida y vuelta no tenía problemas. ¿Pero qué le pasaba?, ¿tan vasta era su experiencia con mujeres que era capaz de actuar con esa soltura sin más? Julianna se empezó a molestar, y más cuando empezó a pensar que ese runrún de su cabeza por la respuesta y reacción de Cliff podía deberse a los celos, a la idea de imaginárselo en la mima situación con otras mujeres. «Dios, seguro que no soy la primera a la que lleva allí», empezó a sentirse algo más que molesta, estaba furiosa, furiosa de celos… Al llegar a las pistas de entrenamientos ya lo miraba con el ceño fruncido. «¿Qué esperabas, boba, más que boba? Es un libertino, un donjuán de lo peor… No eres la primera y no serás la última». Este último pensamiento le provocó cierta oleada de melancolía y una tristeza inaudita. No prestó atención a la conversación mientras esperaban al borde de las pistas a que Max y Amelia terminasen. Cliff se dio cuenta, casi de inmediato, del cambio que se había producido en su rostro, dejando atrás la vergüenza inicial, que la había hecho enrojecer de un modo encantador, con esa inocencia e innata sinceridad que transmitía y que hizo que tuviera que contenerse para no reírse y agarrar su mano para besarle la palma. Pero después… ¿se había enfadado?, sí, sí, lo notaba, ¿por qué se había enfadado?, ¿con él?, ¿con ella misma por haberle permitido llegar tan lejos?

En el momento en el que Max salía de la pista con Amelia a su lado y en el que Eugene se separó un poco de ellos junto con Jonas mientras se dirigían a la entrada de la pista, Julianna se inclinó solo un poco en dirección a Cliff y, sin mirarlo, y con un hilo de voz que denotaba enfado, preocupación, un poco de vergüenza por la pregunta y quizás celos, señaló:

—No soy la primera a la que llevas allí, ¿verdad?

Cliff la miró y, conteniendo una carcajada que sabía que la ofendería, comprendió al fin ese tono, ese ceño fruncido y esa especie de vergüenza inocente que desprendían sus palabras, y le dieron ganas de abrazarla fuerte, tan fuerte que con solo tenerla en sus brazos comprendiese lo que su cuerpo, su mente y su corazón querían gritarle. Al mismo tiempo su orgullo de seductor se sintió henchido al saberse objeto de sus celos.

—Julianna. —Le sonrió encantador, seductor y con cierto halo de pillastre en plena travesura—. Nunca he paseado por ninguna parte de estos bosques con mujer alguna y no pienso hacerlo jamás… Salvo contigo, claro…

De sorpresa le cogió la mano y la hizo girar para ponerla de modo que pudiese besar la cara interna de su muñeca, justo en la parte que dejaban descubierta el guante y la manga. Fue un gesto tan tierno, tan íntimo, tan sensual, que Julianna sintió ese beso como la caricia más perturbadora de su vida, sobre todo, después del tono ronco y sensual, suave y casi erótico con el que le había dirigido esas palabras, inclinándose para poner sus labios a la altura de su oído. Lo creyó de inmediato. No necesitó ni mirarlo a la cara, y menos mal que no lo hizo, porque si le hubiese visto la mirada que le estaba echando se hubiese caído del caballo. Enseguida, Cliff levantó la cabeza y, dirigiéndose a los jinetes más alejados de ellos, señaló:

—Ha progresado mucho, señorita Amelia. Max, deberías acortar sus riendas, quizás consiga más fuerza para dominar los cambios de dirección o, si no, dile al mozo de cuadras que le ponga unas riendas más anchas en la zona del bocado. La montura responderá antes a sus órdenes.

Max se puso a mirar el bocado de la montura de Amelia y acto seguido todos empezaron a intercambiar comentarios sobre caballos, consejos sobre formas de montar y sobre tonterías parecidas o, al menos, eso era lo que pensaba Julianna, que de nuevo estaba literalmente aturdida por lo ocurrido y despistada a todo lo que la rodeaba.

Al menos Cliff tuvo la decencia de separarse de ellos al llegar a la salida de la escuela, pensó Julianna, de no haber sido así, el camino de vuelta a casa habría sido una tortura, porque bastante le costaba mantener el control de su yegua como para encima hacerlo bajo la influencia de él y de su aturdido cuerpo.

Max había comprendido rápidamente, con solo mirar a su amigo y la expresión de Julianna, lo ocurrido o, por lo menos, se imaginaba una parte. En cierto modo, le dejaba una tranquilidad moral»el haber hablado con Cliff previamente y haberle exigido, como condición para dejarle esos momentos a solas con Julianna, ciertos límites que debía respetar, y esperaba que su amigo fuese capaz de controlarse. De cualquier modo, los vigilaría, ya que, al fin y al cabo, en esos ratos Julianna estaba bajo su responsabilidad. La habían dejado a su cargo y, aunque no fuese así, por mucho que apoyase la causa de Cliff, esta no estaba por encima del cariño que sentía por Julianna. También comprendía que debía dejar a Julianna su espacio para pensar, no forzarla a hablar de ello si no era su deseo o si no estaba preparada. De todos modos, tenía la certeza de que ella acudiría a él tarde o temprano. Sabía que, al final, querría conocer su opinión y escuchar algún consejo, no solo por ser amigo de Cliff, y suyo también, sino porque era del mismo tipo que Cliff, estaban cortados por el mismo patrón y se regían por los mismos principios y valores.

El resto del día transcurrió para Julianna casi idéntico al anterior, con ese halo de confusión, de alegría inmediata y de furia contenida al mismo tiempo. Era como estar en una constante subida y bajada de emociones exacerbadas y deseosas de salir a gritos de su cuerpo. Sentía cada parte de su cuerpo y sus nervios extremadamente sensible, a flor de piel. Se mantuvo ocupada con las clases de baile, en la cocina, en el jardín, en la biblioteca. Después agradeció sobremanera las dos horas de la visita, a la hora del té, del almirante, que estuvo discutiendo por todo con su tía para el divertimento de las tres jóvenes, y con el que luego tuvo un momento de lo más tierno, ya que le pidió que le reservase el primer vals del primer baile al que acudirían. Al ser Eugene su hija, no estaba bien que él la acaparase y aunque, como él dijo mirando a Julianna, «no seré uno de esos jovenzuelos que te asediarán enseguida, reclamo un vals como tu más anciano admirador». Esto provocó las carcajadas de Eugene, quien, además, reconoció que su padre era un excelente bailarín. De hecho, lo retó a que acudiese una de esas mañanas a las clases de las chicas para dar unas cuantas lecciones magistrales a todas, lo que, para sorpresa de todas ellas, aceptó encantado. Incluso Furnish, que en ese momento se encontraba en el umbral de la puerta de la sala, pareció esbozar una sonrisa socarrona por la idea y más aún por el entusiasmo con el que el duque la aceptó.

En cambio, en la mansión de los De Worken no había un momento de tranquilidad: entre los primeros actos sociales de la temporada, que hicieron que tanto la condesa como lady Eugene asistieran a varias visitas por la mañana y a primera hora de la tarde, las constantes visitas a la mansión de familiares, conocidos y amigos por el cada vez más inminente enlace, y el sinfín de personajes y marineros de Cliff que no paraban de entrar en la mansión, aquello parecía Hyde Park en hora punta.

Durante la cena, en la que por suerte la condesa se abstuvo de invitar a alguno de los visitantes de esa tarde, los miembros de la familia intercambiaron todo tipo de informaciones y anécdotas de día. Sin embargo, tanto el conde como Ethan no podían dejar de preguntar a qué sorpresa estaba destinada la intervención de tantos marineros, ya que durante toda la tarde pasaron por la mansión desde los segundos de a bordo de todas las naves de Cliff, hasta algunos de los encargados del mantenimiento de los mismos.

—¿Y bien? —intervino el conde—. ¿No piensas hacernos partícipes de tus planes o, por lo menos, decirnos a cuento de qué viene que la mitad de las tripulaciones de tus navíos hayan tenido la deferencia de visitarnos hoy?

Cliff no pudo evitar una carcajada.

—Padre, ¿no cree que exagera? Solo han venido unos cuantos hombres. ¿Sabe cuántos marineros y tripulantes hay en mis barcos? Si los hiciese desfilar a todos por la mansión, madre me mataría.

Se reía plenamente divertido ante la cara de su padre y de todos los demás. La condesa, que estaba en ese momento departiendo de otro tema con lady Adele no pudo evitar exclamar:

—¡Ni se te ocurra! ¿Me oyes? A ver cómo le explico a las visitas que esta casa se convierta en el muelle de Londres. ¡Válgame el Cielo! —Soltó en un falso tono de indignación.

—No se preocupe, madre, procuraré que solo se quede en una versión reducida del mismo. ¿Qué le parecería el muelle de Cork? Es más pequeño y no demasiado visitado por, digamos, barcos de poca categoría.

Se volvió a reír ante la cara de indignación de su madre.

—Cliff, te lo advierto… Lo próximo es que me pidas que traiga barriles de ron.

Todos se rieron ante la ocurrencia.

—Por Dios, madre, somos marinos, no piratas, ha leído demasiadas novelas… aunque un par de barriles de cerveza negra… —Enarcó la ceja mientras su padre se reía desde la cabecera de la mesa.

—Al menos dinos a qué vienen si no es a darte informes de los viajes… —insistió el conde.

—En realidad, vienen para que les dé instrucciones sobre algunas cosas que deberán tener listas los próximos días. De momento, solo puedo adelantar que he decidido cambiar el nombre a todos mis navíos, para lo que necesito que los segundos de a bordo agilicen los trámites de los registros y, después… en fin… Ya lo veréis en su momento.

Era evidente que empezaba a gustarle eso del juego del cortejo, además de la seducción.

—¿No pensarás ponerles a todos Julianna? Por favor, dime que no estás pensando hacer toda una flota bajo ese nombre. —Lo pinchó Ethan.

—Jajaja… Dame un poco de crédito, hermano, tengo algo más de imaginación, hombre. Pero no te negaré que, por lo menos, has dado en el clavo en la inspiración —señaló, claramente divertido, antes de beber un poco de vino.

—Está claro que no piensas revelar detalles, Cliff, pero a mí lo que más me intriga es lo que escribes por las noches. Esta mañana me asombró encontrarte en el mismo sitio en el que te dejamos ayer cuando nos retiramos, escribiendo sin parar —preguntó lady Adele

—Bueno, a eso sí puedo responder. Hermano, a ver si aprendes de tu encantadora prometida y no das palos de ciego… —Se rio mirando a Ethan, que se limitó a poner los ojos en blanco—. Lo cierto es que fue Ethan el que me hizo comprender que, para hacer que Julianna me perdone y me acepte sin reservas y sin miedos, ha de conocerme, y como no pretendo pasarme años, meses, ni siquiera semanas volviéndome loco, digamos que voy a acelerar un poco las cosas. Estoy escribiendo una especie de diario de a bordo, pero no de uno de mis viajes, sino de todos ellos. Estoy resumiendo algunas de las experiencias de los últimos años y de mis diarios personales de navegación en uno solo. En fin, de algo me tenía que servir la costumbre de todo buen capitán de dejar constancia detallada de cada incidente, experiencia e incidencia del barco y la tripulación, incluyendo a uno mismo…

—¡Vaya! —respondió sorprendida lady Adele—. Desde luego requiere mucho valor abrirse así a otra persona, exponerse así ante ella, tus pensamientos, tus vivencias, en fin toda tu vida y tu persona, es… ¡Vaya!

Estaba asombrada al igual que los demás, especialmente el conde, que consideraba a Cliff el más reservado y circunspecto de toda la familia.

—Bueno, sí… —respondió Cliff en un tono dubitativo, se sorprendió algo avergonzado por la exposición de su futura cuñada—. Supongo que la idea es que me conozca sin ambages pero, también… En fin, supongo que es una forma de devolver el golpe que le di en el pasado.

En esta ocasión bajó la mirada al cubierto con el que había empezado a juguetear.

—¿A qué te refieres? —preguntó el conde inquisitivo ya que no comprendía eso de «golpe en el pasado» y realmente quería conocer qué era lo que rondaba en la cabeza de su hijo y sobre todo qué era lo que tanto le preocupaba.

—Realmente, en estos años, especialmente en estos últimos meses, considero que he invadido la intimidad de Julianna más allá de lo razonable y, desde luego, de lo tolerable, al menos de lo que ella consideraría tolerable o admisible, teniendo en cuenta lo reservada y tímida que siempre ha sido. Así que, al menos, le debo un poco de lo mismo por mi parte, más aún cuando mi conciencia me lo pide a gritos, ya que ni siquiera ella es del todo consciente de… bueno, que no sabe hasta qué grado he llegado a —hubo un momento en el que parecía avergonzado de lo que iba a decir: «espiar, indagar, merodear»— observarla en la distancia.

Notó como se ruborizaba y, aunque los demás no se dieron cuenta, sí lo hizo Ethan que era el único de los allí presentes que conocía la afición de Cliff de observar a Julianna desde lejos, incluso cuando era una niña y, simplemente, sentía el deseo de cuidar de esa pequeña que lo había salvado y por la que sentía un cariño y ternura rayano en la adoración, aunque aún no era consciente de ello.

—¿Te refieres a investigarla para averiguar dónde estaba? —preguntó la condesa desconcertada.

—Sí, eso, entre otras cosas. Desde luego, a lo largo de estos años no he tenido interés… digamos romántico por Julianna… Pero sí me he preocupado por ella, como algunos de los presentes. —Miró directamente a su padre—. Cada vez que regresaba a casa de la escuela o de los viajes, además de preguntar a padre sobre ella, solía pasar, alguna vez, por su casa para verla, desde lejos, por supuesto. Prácticamente la he visto crecer ante mis ojos. Reconozco que estos años he creído que era comprensible mi interés y preocupación por ella y que este fuera mayor que el de los demás, pero creo que, además, por alguna razón, siempre me he sentido extrañamente conectado a ella. Al principio, el lazo que parecía unirme a ella era una especie de gratitud y, luego, preocupación y deseos de cuidarla. Pero, después, a ello se fueron uniendo la curiosidad y debo admitir que, incluso cuando aún no era más que una mocosa, la admiración. Siempre la he visto como una pequeña fuerza de la naturaleza, valiente, osada, generosa, encerrada en el pequeño cuerpecito de una niña tímida en exceso, reservada y solitaria que no hacía más que despertarme ternura y cariño… Bueno, que si he llegado a conocerla tan bien sin su permiso, he de entender que lo más justo es que, al menos, le pague con la misma moneda, ¿no creéis?

No levantó la vista de la mesa mientras hablaba. De haberlo hecho habría visto la cara de asombro de su padre, pero, sobre todo, la cara casi llorosa de su madre que parecía conmovida y totalmente abrumada por aquella especie de revelación.

—¿Por qué demonios no le dices eso a ella directamente? —exclamó Ethan, asombrado por lo evidente que era, después de esa declaración, considerar imposible que Julianna no le entregase su corazón, si es que no lo había hecho ya—. ¡Por Dios bendito, hermano! Serás un seductor nato, pero como pretendiente eres demasiado torpe. ¡Parece que buscas el camino difícil sin remedio!

Lady Adele no pudo evitar empezar a reírse a carcajadas, lo que provocó que Cliff la mirase con cierto asombro.

—Lo siento, Cliff, pero estoy de acuerdo con tu hermano, desde luego, si yo fuese ella y me dijeses algo como eso, te aseguro que no tardaría mucho en echarme en tus brazos.

—Ejem… —dijo Ethan con cara de falsa indignación.

—No te molestes ni te enceles, querido, sabes que mi corazón te pertenece sin remedio, pero he de reconocer que si un hombre tan guapo como tu hermano me dice algo así, con esa mirada de hombre enamorado, no podría resistirme por mucho que lo intentase —dijo con algo de rubor en las mejillas.

Ethan se rio mirando a su hermano, era evidente disfrutaba más de lo necesario con la situación en la que, sin querer, se había metido su hermano solito y, mientras, Cliff se ruborizaba como no lo había hecho en su vida. Se sentía como si hubiese aparecido, de repente, desnudo ante todos los presentes.

—Bien, bueno… —musitó incómodo, alzó la vista y sonrió, añadiendo en tono burlón, antes de que se notase más su azoramiento—: Necesito una copa.

Tanto Ethan como el conde soltaron sonoras carcajadas por la cara de Cliff y, especialmente, por lo avergonzado que se le veía ante los halagos de lady Adele.

—Si no quieres hablarnos de las sorpresas, por lo menos, dinos, ¿qué tal tus paseos por el parque? —preguntó su madre en plan inocentón.

—Muy bien. Reconozco que se parece mucho a la Julianna del condado cuando se encuentra en medio de los jardines de la escuela, lejos del bullicio de la ciudad. Por cierto, habría que darle un premio a esa Madame Coquette por esos magníficos vestidos de amazona.

Hizo un gesto con los ojos a su hermano sin que lo vieran las señoras. Las dos damas de su familia, como él pretendía, centraron su atención en otro tema, pues ambas abrieron los ojos de claro interés y la condesa, inclinándose un poco hacia adelante, picó el anzuelo lanzado.

—¿No me dirás que Juliana ha conseguido que Madame Coquette también le diseñe los trajes de montar a la última moda? ¡Por eso sí que la van a odiar todas las debutantes y las matronas de esta temporada! Los diseños de los trajes venidos del continente son preciosos y realzan muy bien las curvas femeninas, ¿verdad, Adele? —La condesa lanzó una mirada de entusiasmo a su futura nuera—. Pero son bastante incómodos si no los hace una mano experta. Pero si, además de los trajes de noche y de los de diario, ha conseguido que Madame Coquette le diseñe, con el nuevo estilo, los de montar, te aseguro que va a ganarse más de una enemiga entre las damas… Creo que todas están acudiendo como locas a buscar quien se los haga… Oh, mon dieu! ¡Qué ganas tengo de verla con uno de ellos! ¿Querido? ¿Por qué no la invitas a pasear por Hyde Park con ellos?

—Lo haría, madre, pero aún no se siente del todo segura con su yegua nueva, y creo que preferirá hacerse con la montura antes de arriesgarse a tener a tantos jinetes y gente paseando alrededor. Además, no tire piedras a mi propio tejado. Deje alejados los ojos de los mirones hasta que consiga ponerle la alianza. —Se rio—. Pero si tanto le gustan esos trajes, Amelia, la pupila de la señora Brindfet y lady Eugene, también llevaban uno. Creo que se los han hecho juntas. Max me contó que la señora Brindfet se ha asegurado de que Eugene también estuviese bien preparada para esta temporada, ya que sabía que al almirante le preocupaba que, sin una mano femenina cerca, pudiese sentirse insegura. De hecho, ya habéis comprobado lo cambiada que está lady Eugene. Os aseguro que no es una debutante atolondrada ni simplona. Más de una de esas damas y sus hijas, que tanto la atormentaron de pequeña, se van a llevar la sorpresa de sus vidas.

—¡Bien por ella! —exclamó Adele—. Espero que las ponga a todas en su lugar. Además, caballeros, deberán reconocer que mi pequeña prima es una joven realmente preciosa. —Alzó la barbilla con cierta pedantería exagerada, sonriendo orgullosa.

—Innegable, querida —dijo el conde.

—Es una belleza, desde luego —confirmó Ethan.

—Y si no que se lo pregunten a lord Jonas, el hijo pequeño del marqués de Furlington —añadió Cliff divertido.

—¿Lord Jonas? ¿Ya tiene pretendiente y no ha comenzado la temporada? Me reitero: ¡bien por ella! —Y se volvió a reír—. De cualquier modo, iré a visitarla para ver su vestuario para la temporada, me muero por ver esos vestidos de Madame Coquette, tienen que ser una maravilla, ¡qué envidia! —Se rio.

—Querida, permite que te acompañe. Como mujer, no puedes privarme de esa oportunidad —añadió la condesa y, mirando a su hijo, añadió—. Por cierto, querido ¿No crees que sería bueno que nos presentases a la señora Brindfet? No solo ardo en deseos de conocer a la tía de Julianna, sino que, además, si consigue ese poder en el atelier de Madame Coquette, definitivamente ha de ser una mujer que merece la pena conocer y tener de aliada.

—Está bien, madre, le prometo que en el baile de la condesa de Tulipán haré las oportunas presentaciones, ya que sé que todas ellas asistirán, así como el almirante y Max.

—¡Que emocionante! —contestó su madre—. Hace años que no asisto a ese baile precisamente. Suelo esperar al de la condesa de Rostow por ser el que realmente marca el inicio de la temporada, pero aún estamos a tiempo de mandar una tarjeta aceptando la invitación, ¿verdad, querida? —preguntó, mirando a lady Adele.

—No se preocupe, madre, ya acepté hace unos días en nombre de todos. —Se adelantó Cliff con una copa de oporto en la mano que acababa de servir el mayordomo.

Con asombro, su madre lo miró enarcando las cejas

—¿Has aceptado la invitación?

Cliff asintió respondiendo distraídamente.

—A ese y algunos bailes y fiestas a los que asistirá la señora Brindfet, con su encantadora sobrina y lady Adele. Digamos que, dado que era cierto lo que nos dijo la tía de Julianna, de que no quiere asistir a tantos actos como suelen hacerlo el resto de las debutantes, me he valido de Max para, por lo menos, asegurarme que estaré en aquellos a los que sí acudan. —Y bebió un poco de su copa.

—Y de nuevo sale el estratega de la familia, ¡sí señor! —exclamó Ethan en tono jocoso, alzando la copa en dirección a su hermano, lo que provocó que Cliff sonriese satisfecho.

Dado que, desde hacía unos meses en la mansión recibían constantes visitas por razón del enlace del heredero del condado, los condes habían adoptado la costumbre de cenar a una hora más tardía de lo habitual y, por ello, a veces cuando se quedaban departiendo, se les hacía algo tarde, como ese día.

—Por cierto, son casi las diez. La hora de una de mis sorpresas —dijo Cliff, y todos lo miraron de golpe—. Si me acompañáis, querida familia, a la terraza de la parte alta de la casa, creo que podréis disfrutar de una parte de ella. —Le ofreció rápidamente el brazo a su madre antes de que contestase o intentare sonsacarle detalles. Lo aceptó de inmediato y él guio a toda la familia a la terraza superior de la mansión desde donde podía verse a lo lejos una parte del puerto de Londres. Al llegar, se sorprendieron al ver que había instalado un pequeño telescopio que apuntaba directamente al puerto…

Tras la cena en casa de tía Blanche, todas se dirigieron a la sala de estar preferida de la tía, donde solían hablar mientras bordaban y leían. La única particularidad de esa noche era que tía Blanche les había pedido que no se retiraran temprano, porque quería comentar con todas ellas algunas cosas de las fiestas a las que asistirían y quería saber su opinión al respecto. Al menos, fue la excusa que les dio, claro. Eugene había estado preparando su vestidor junto a su doncella. En las últimas semanas había pasado muchas noches en casa de tía Blanche y, al final, el almirante y la tía creyeron conveniente que, durante la temporada, Eugene residiese con ellas, no solo por el hecho de que Hortford, la mansión del almirante, estaba a las afueras de la ciudad, y tendría que pasar mucho tiempo en el carruaje para asistir y regresar a las fiestas, sino también porque Eugene parecía encontrarse cómoda contando con dos jóvenes más con las que intercambiar opiniones cada día sobre vestuario y demás preparativos para cada fiesta o reunión. Además, Max, había mostrado su deseo de quedarse en la casa que solía ocupar en el centro de Londres cuando estaba de permiso de sus viajes, y podía acudir sin problemas a recogerla para acompañarla a cada evento o fiesta en apenas unos minutos.

Por ello se encontraban las tres jóvenes en la sala con tía Blanche. Eran las diez menos cuarto cuando tía Blanche pidió a Julianna que le bajase el vestido que llevaría al baile de la condesa de Tulipán, con la excusa de ver el contraste de colores. Por lo visto, la condesa era llamada así porque siempre decoraba los salones de sus bailes con tulipanes de muchos colores, sobre todo amarillos, lo que era tenido en cuenta por todas las invitadas a la hora de elegir los colores de los vestidos.

Al llegar a su dormitorio, Julianna se encontró con un camino de arena desde la puerta hasta la cama y desde la cama hasta el balcón que, en ese momento, estaba abierto. Por un instante pensó que era alguna broma de su tía, así que siguió el camino hasta la cama y vio que encima de ella había una bonita caja de madera con un lazo rojo cruzándola de lado a lado, y con una especie de pergamino enrollado con un sello lacrado cerrándolo.

Cogió el pergamino y observó el sello, con unas bonitas letras en las que ponía JC, y habían dibujado lo que parecía una goleta y sobre ella una pequeña estrella. No necesitó saber de quién era. Lo sabía. Estaba segura. El corazón le latía a mil por hora. Tuvo la necesidad de mirar a todos lados, ¿cómo había llegado eso allí?, y ¿la arena?, pero si no estaba cuando subió a cambiarse para la cena…

Abrió el pergamino y leyó:

 

Querida Julianna,

No espero que comprendas aún lo que a mí me ha costado tanto comprender, pero, al menos, sí que espero que esto te ayude a conseguir que el camino sea más fácil, que te ayude a no perderte y dirija tus pasos y tu corazón a tu destino.

La arena de este camino pertenece a la playa de una pequeña cala de Irlanda donde, hace unos años, llegué tras una tormenta, siguiendo la luz del faro situado justo en la cima del acantilado. Unos años más tarde, regresé y compré la casa del antiguo farero y el faro. Es un lugar especial, quizás mágico, un lugar al que espero llevar algún día a mi familia y con ella observar las estrellas desde lo alto del faro.

Tuyo,

Cliff de W.

P.D. Por favor, sal al balcón.

 

Julianna estaba asombrada y empezaban a temblarle las manos. Abrió la caja con suavidad, casi con miedo. ¡Una brújula! La cogió con cuidado. Parecía muy antigua, tenía incrustaciones en los laterales, eran, eran… ¡constelaciones! Era ¡una brújula marinera! Era preciosa, estaba labrada con detalle, con minuciosidad, era una verdadera obra de orfebrería.

Se quedó sin aliento, pero, entonces, de repente notó la brisa de la noche que entraba desde el balcón… En la nota… ¿Qué decía? Estaba tan abrumada que no era capaz de pensar… «Sí, sí, he de ir al balcón». Salió casi corriendo.

—Esto… Esto es un telescopio… —dijo casi en un susurro. En medio del balcón, había un telescopio con una nota prendida. La cogió y leyó:

 

Por favor, no toques nada. Solo mira a través de él.

Para los escandinavos, las valquirias eran las mujeres guerreras que transportaban las almas de los hombres caídos en la batalla hacia el cielo. Por ser mi valquiria. Por llevar, hace unos años, el alma de un joven caído al cielo. Tú eres mi valquiria.

 

Julianna miró a través del telescopio y vio un barco grande atracado en medio del puerto. Tenía faroles prendidos por todo el casco, los palos e incluso por los bordes de las velas que estaban extendidas. Quedaba perfectamente dibujado el contorno, la silueta de ese magnífico barco gracias a las luces blancas de cada farol. Era una imagen preciosa. Empezó a fijarse en los detalles y había dos faroles grandes prendidos en uno de laterales del casco, que ¡iluminaban el nombre del barco! VALQUIRIA… «¿Qué decía la nota? ¿Qué decía?» intentaba concentrarse inútilmente por culpa de los nervios y la leyó de nuevo…

—¡Por todos los santos!, es uno de sus barcos, ¿lo ha bautizado así por mí?

Se quedó petrificada mirando en dirección al puerto. Sin el telescopio, a esa distancia, solo se veía un punto blanco de luz en medio del puerto. Tuvo que parpadear varias veces para mirar de nuevo por el telescopio. Quería memorizar esa imagen, pero le estaba costando centrar la vista. Se había puesto a llorar y las lágrimas apenas le dejaban ver los detalles.

Tardó unos minutos en darse cuenta de que en el umbral del balcón estaba su tía junto a Eugene ,y ya casi con el cuerpo en el balcón, Amelia. Giró la cabeza y, con la visión aún un poco empañada por las lágrimas y la voz cargada de emoción, preguntó a su tía:

—¿Lo sabías?

—No exactamente, querida. Solo he dado permiso para que lo preparasen, pero si he de ser sincera, me muero de ganas por conocer la sorpresa al detalle.

Julianna necesitó unos segundos para reaccionar, estaba realmente emocionada. La miraban con las caras llenas de curiosidad y expectación, tanto Amelia como Eugene, así que extendió las dos notas para que las leyesen, y se apartó un poco para que pudiesen mirar a través del telescopio.

En la mansión Stormhall todos los integrantes de la familia miraron a través del telescopio, viendo la misma imagen que Julianna, aunque desde un ángulo diferente. Las dos mujeres dijeron lo mismo, que era una imagen preciosa, un detalle original y que seguro Julianna estaría tan asombrada como ellas. Tanto su padre como Ethan alabaron la originalidad de Cliff y empezaron a comprender lo de los marineros por doquier esa tarde. Aunque Cliff no les iba a revelar que solo en parte estaban allí por esa noche. El conde y Ethan, que conocían bien a Cliff, sabían que esa sorpresa iba más allá de lo que ellos veían, así que esperaron a que las damas se retirasen del balcón, y se quedaron con él mirando a ratos por el telescopio.

—¿Y bien? —espetó el conde.

—¿Y bien qué, padre? Debería empezar a ser más concreto en sus preguntas…

Cliff le lanzó una mirada de desafío y diversión.

—¿Qué más hay? —insistió.

—¿Más? —De nuevo bromeó.

—¡Cliff! —intervino Ethan.

Se rio por la curiosidad de ambos.

—Por favor, caballeros, no querrán que revele todos mis secretos… —Sonrió cuando su padre enarcó la ceja—. Está bien, está bien, no toda la sorpresa, ya que hay una parte que no se puede ver desde aquí, pero… fijaos en el nombre del barco… Desde esta posición es difícil verlo, pero es posible. En la parte derecha de la popa de casco donde están los faroles más cercanos a la salida del ancla…

El conde miró. Tardó un poco en poder leer el nombre.

—¿Valquiria?

Miró a su hijo mientras Ethan repetía la operación de su padre. Cliff encogió los hombros y puso las manos en los bolsillos.

—Me gustan las leyendas escandinavas, muchas tienen que ver con la navegación. Es lógico, ¿no? Provienen de los vikingos y fueron los primeros grandes marinos de la historia, detalle que me recordó, hace poco la propia Julianna… Para ellos, las valquirias eran las mujeres que transportaban al cielo las almas de los hombres, de sus guerreros, cuando caían en una batalla… Digamos que yo tengo mi propia valquiria.

Miró en la dirección en la que estaría a lo lejos la casa de Julianna. El conde y Ethan se rieron con la ocurrencia.

—¡Vaya seductor estás tú hecho! —Se reía Ethan dándole una palmada en el hombro—. Hermano, eres todo un romántico. ¿Quién nos los iba a decir? Oficialmente has abandonado el club de los calaveras, libertinos y depredadores para formar parte de mi nuevo club, el de los reformados, que no reformadores. Nosotros no hemos reformado nada, han sido nuestras mujeres. Nos han reformado a nosotros.

Se rio junto con el conde mientras Cliff ponía los ojos en blanco y bufaba en señal de falsa ofensa. Luego respondió:

—Prefiero considerarme un hombre que se ha reformado a sí mismo… aunque con cierta influencia, no lo niego.

Ethan se rio con una sonora carcajada.

—Como fuere, hermano, el resultado es el mismo… ¡Bienvenido al club! —De nuevo le dio una palmada en el hombro—. Creo que esto merece una copa de brandy, ¿bajamos?

Tanto Cliff como el conde asintieron, aunque Cliff añadió:

—Dadme un minuto, por favor, enseguida estoy con vosotros. Voy a guardar el telescopio, no vaya ser que el viento lo tire y se rompa.

En realidad, lo que Cliff quería era poner el telescopio en dirección a la casa de Julianna. Había descubierto, gracias a la ayuda de su valet, que era posible divisar desde un lateral de esa terraza la parte abierta de uno de los balcones del dormitorio de Julianna y, si todavía estaba mirando, como esperaba, podría observarla unos minutos. Aunque tardó un poco, por fin la vio. Estaba mirando con el telescopio, estaba vestida de… «¡Dios! lleva el camisón y la bata», se puso tenso enseguida. Apenas se la veía bien, estaba demasiado lejos y en una posición demasiado complicada para fijar la lente, pero la sola idea de verla allí, observando con detalle por el telescopio significaba que le había gustado la sorpresa, y encima saberla en ropa de cama, imaginar cada detalle de ese cuerpo solo cubierto con esas prendas tan livianas… Cliff resopló de ansiedad. «Bien», pensó, esa imagen no iba a dejarlo dormir, así que podría terminar o, al menos, avanzar mucho su particular escrito… Echó un último vistazo, hizo un ruido a medio camino entre un gruñido y un suspiro y bajó a acompañar a su padre y su hermano… «Diantres, acabo de darle carnaza a Ethan para burlarse durante días…», volvió a suspirar consciente de lo ocurrido esa noche.

Julianna llevaba un buen rato observando con detalle el magnífico barco de Cliff. El resto de las mujeres de la casa habían observado encantadas la sorpresa, mostrando su entusiasmo juvenil Amelia, su visión del romanticismo más exacerbado Eugene, y un entusiasmo comedido, envuelto en cautela, tía Blanche. Así que, ahora, le tocaba a ella valorar, con serenidad y con la tranquilidad del silencio, el significado de aquella sorpresa y, sobre todo, lo que sentía después de ella.

Estaba conmovida, halagada, sobrecogida por la sola idea de que alguien pudiese tomarse tantas molestias por ella, pero, para su sorpresa, lo que más la embargaba era una sensación de miedo, de pánico, como si aquello fuese incontrolable. No sabía cómo controlar su cuerpo antes de esto, pero, ahora, tampoco sabía cómo controlar sus sentimientos y su corazón. La empezaba a invadir una sensación parecida a la de hallarse a los pies de un acantilado, de puro vértigo. Le daba tanto miedo poner en manos de Cliff su corazón… Aún sentía que entre ellos había más cosas que los separaban de las que los unían. Dejando a un lado su forma de comportarse con ella en el pasado y las terribles consecuencias de aquello —la vergüenza, la humillación, el miedo, todo lo que sintió en aquellos días—, lo peor era la certeza de que ambos eran completamente diferentes. Mundos diferentes, formas de ser diferentes incluso querían para el futuro cosas diferentes, o al menos así lo creía ella.

No sabía qué podría ofrecerle alguien como ella a un hombre como Cliff. Era un seductor, había tenido a cuanta mujer había querido o deseado a lo largo de su vida con solo proponérselo y Julianna se sentía como una más entre miles. No entendía qué podía atraerle tanto de ella. Además, él era un hombre de mundo proveniente de una familia noble y ella no era más que la hija de un hombre de campo que jamás había salido de su pueblo, salvo para ir a Londres, y por muy elegantes que fuesen las ropas que llevase ahora, ella seguía siendo la misma chica que no sabía cómo comportarse ante los demás sin sentir demasiados nervios. La chica a la que le gustaba pasar tiempo a solas, leyendo, cocinando, paseando por el bosque y viendo las estrellas en silencio por las noches. Ella no esperaba de la vida más que un poco de paz, poder disfrutar de las cosas sencillas sin tener que renunciar a su propio espacio, a cierta libertad, aterrándola sobremanera la idea de tener que vivir en un ambiente en el que, por norma, debía comportarse siempre bajo unos estrictos cánones de los que no debía salirse, y menos cuando era continuamente observada y juzgada por propios y extraños, como en esos salones de Londres, en esas fiestas rodeadas de desconocidos que marcaban las pautas de lo que la rodeaba, más aún cuando no pertenecía a su clase social, como era el caso de Julianna.

En ese momento, le vino a la mente la promesa que se hizo a sí misma de conseguir que su tía estuviese orgullosa de ella, de hacer que no se arrepintiese de tenerla con ella y de lograr un buen futuro para Amelia. Así que volvió a recordarse que debía hacer todo lo necesario para que lo que su tía había previsto para las siguientes semanas saliese perfecto, y si para ello debía esconder u ocultar algunos aspectos de su carácter, algunas de sus inclinaciones o deseos, pues debía hacerlo. Volvió a mirar por el telescopio…

—¿Qué se debe sentir viajando por el mundo en ese barco?, mirar las estrellas cada noche en la cubierta, despertar cada mañana con un cosquilleo en el estómago por lo que puede deparar el nuevo día, conocer sitios, personas y culturas tan diferentes a la nuestra… —Suspiró.

No debía dejar volar su imaginación, Cliff no solo estaba muy lejos de su alcance sino que, aunque por un extraño golpe del destino lo tuviese cerca, era el tipo de hombre al que le gusta demasiado su libertad como para llevar a una mujer en sus viajes.

—No, no. —Sacudió su cabeza—. Seguro que es de los de una mujer en cada puerto, sin ataduras, sin preocupaciones… —Volvió a sacudir la cabeza—. No pienses en él de esa manera. Intenta obtener tu perdón, nada más… Pero ¿por qué me besa? ¿Por qué intenta seducirme? Yo no quiero ser una más de las conquistas de un seductor, pero me cuesta tanto resistirme cuando lo tengo cerca… Esa sonrisa, esos ojos que me persiguen incluso en sueños.

Volvió a suspirar.