Capítulo 17
En cuanto entró en el comedor del desayuno, volvió a la realidad, ya que solo estaba su tía y, por la expresión de su rostro, fue consciente de la tensión que la atenazaba por la preocupación de su hermano y de sus amenazas. Eso la distrajo de golpe de lo que hasta ese instante había estado saturando su mente desde que abrió los ojos después de irse Cliff. Su lado egoísta agradeció que su tía pareciera también concentrada en esa preocupación, porque, de lo contrario, habría visto enseguida el evidente cambio producido en ella. Suspiró recobrando esa preocupación, pero enseguida entraron Amelia y Eugene con una sonrisa de oreja a oreja.
El desayuno transcurrió con los intercambios de comentarios, anécdotas y bromas sobre el baile entre Amelia y Eugene, mientras que su tía y ella intercambiaban algunas miradas de soslayo que claramente reflejaban los pensamientos de ambas.
—Queridas —interrumpió su tía a las niñas en un momento—. Deberíais subir y decirles a vuestras doncellas que preparen los trajes de tarde de hoy. Os recuerdo que vosotras dos y yo iremos juntas a buscaros sombreros y sobrefaldas adecuados para el jardín. Vuestras doncellas ya me han informado de que tenéis los bajos de algunos vestidos muy dañados de poneros a escarbar y sembrar en el huerto y los jardines, según comentan, como dos topos en plena búsqueda de tesoros escondidos entre hierbajos… —Eugene y Amelia se rieron—. Y creo que no os vendrán mal un par de sombreros de ala ancha que os protejan del sol. Julianna. —Centró la vista en ella—. Deberías acabar de planificar tu reunión con los abogados. He pedido a Max y al almirante que se queden tras el té de la tarde y te ayuden en los detalles de los que hablamos.
Julianna la miró con aparente aire distraído y asintió y, después, para evitar posibles preguntas de las niñas, simplemente se llevó la taza de café a los labios mientras intentaba controlar la infinidad de sensaciones y de punzadas que le provocaba la mera idea de planificar la mañana del día siguiente.
Después de ser avisadas que Cliff y Max ya las esperaban en la puerta para ir a montar, Amelia y Eugene casi salieron a la carrera por la escalera de acceso a la calle, mientras que Julianna se paró un momento en el vestíbulo, preocupada por la tensión en los hombros y en el gesto de su tía. Se acercó a ella y con cariño la besó de nuevo en la mejilla.
—No te preocupes, tía, tendremos cuidado, estaré pendiente y dejaré que Max se comporte como un dictador mandón y sobreprotector.
Le sonrió con picardía. Su tía resopló, pero al menos relajó un poco la expresión de su rostro.
—Cómo si las McBeth nos dejásemos mandar por nadie y menos por un dictador… —Se rio suavemente—. Y no os separéis de vuestros mozos. El almirante vendrá a recogerme para visitar a los investigadores. He recibido una nota de ellos esta mañana, parece que tienen algunas novedades sobre Timón.
Julianna, de nuevo, se detuvo bruscamente y la miró. Comprendió, de inmediato, porque su tía estaba tan seria y concentrada en el desayuno, probablemente debía haber estado dándole vueltas a todo tras recibir la nota
—¿Una nota?
Su tía le puso una mano en el brazo y con un leve apretón trató de tranquilizarla.
—No indican nada sobre lo que han averiguado. Si fuera realmente preocupante seguro habrían venido en persona o habrían dado alguna pista por escrito. En cuanto regreséis y las niñas se vayan a trabajar al jardín con el profesor, podremos hablar tranquilamente. Recuerda invitar al comandante de Worken a almorzar, y dile a Max que ni se le ocurra dejar a Amelia cabalgar como una loca por el bosquecillo de la Academia, anoche Amelia casi consigue convencerlo. —Sonrió suavemente—. Creo que Max es demasiado permisivo con ella.
El brillo que, de repente, tenía el fondo de la mirada su tía, le resultaba demasiado familiar y revelador. Ella no era la única que, al parecer, empezaba a darse cuenta de que Amelia albergaba sentimientos profundos hacia Max y de que él, aun cuando la veía todavía como una niña, empezaba a desarrollar una especie de cercanía y complicidad imposible de pasar por alto. Julianna le devolvió la mirada, con un gesto silencioso parecían comprenderse muy bien, y simplemente asintió con la cabeza antes de marchar.
Allí estaba, de pie. Guapo cual Adonis recién cincelado por el más experto escultor. Con su ropa de montar, sus lustrosas botas altas y un aura de peligro y seducción envolviéndolo como si fuese parte de él, incluso cuando realizaba una tarea sencilla e inocente. Por unos segundos, mientras se acercaba al grupo que la esperaba ya en sus monturas, menos él, que simplemente permanecía de pie junto a su yegua, notaba los latidos del corazón porque él estaba cerca. Recordaba cada caricia, cada contacto, el olor de su piel, el sonido de su cálida y sensual voz. Sin evitarlo se sonrojó justo al llegar junto a él que, sin dejar de mirarla, la tomó por la cintura y la aupó a la montura mientras con un leve gesto le rozaba la mejilla con los labios, estando segura de que sabía que estaba pensando en la noche anterior, ya que notó la curva de sus labios y ese brillo intenso de sus ojos, algo oscurecidos como la noche anterior.
—Buenos días —la saludó con aparente inocencia mientras colocaba su estribo correctamente.
Julianna bajó la vista hacia él y de nuevo se sonrojó, provocando que le sonriese de un modo que estaba segura era de puro deleite y satisfacción por la evidente reacción de ella ante su mero contacto y el evidente pensamiento que cruzaba su mente.
—Buenos días —consiguió decir.
La voz de Max instando al grupo a ponerse en marcha la obligó a apartar la vista de ese rostro y esos ojos que le aceleraban brutalmente el ritmo cardíaco. Cliff se montó en su precioso castrado y se colocó a su lado, quedando los dos tras Amelia, Eugene y Max, que se pusieron en seguida a comentar la noche anterior.
—Tía Blanche me ha pedido que te pregunte si serías tan amable de acompañarnos a almorzar y a tomar el té. Ha pensado que mientras ella y las niñas hacen algunos recados esta tarde podría terminar de solventar los asuntos de —miró un momento adelante en dirección a Amelia para asegurarse de que estaban a bastante distancia— la reunión que tengo mañana. —Miró de soslayo a Cliff, notando como había cambiado la expresión de su rostro, casi igual que ella.
—Será un honor acompañarles en el almuerzo —respondió con ese tono elegante y formal que empleaba en público, pero paró de hablar en cuanto se percató de que tenían bastante distancia con los demás. La miró fijamente y con gesto serio preguntó—: Hay algo más… Julianna, ha pasado algo, ¿verdad?
Ella lo miró un poco nerviosa. «Dios, qué difícil es concentrarse en algo con él tan cerca, con esos ojos…». Julianna se obligó a concentrarse
—No, no, no ha pasado nada. —Intentó parecer tranquila—. Aunque… La tía Blanche recibió una nota de los investigadores a primera hora e iba a verlos con el almirante mientras estamos en el parque. Tienen algunas novedades, pero no indicaban cuáles. Ella observó, creo que acertadamente, que si fuesen alarmantes esas noticias algo habrían dejado entrever en la misiva, o incluso se habrían apersonado de inmediato. Después nos informarán.
Cliff asintió severamente como si con ello reforzase la apreciación de tía Blanche y de nuevo le sonrió.
—En ese caso, no deberemos preocuparnos en exceso y podremos disfrutar de un paseo agradable y, después, nos reuniremos todos.
Después de unos segundos, le lanzó una de esas sonrisas provocativas e irreverentes y, casi con un tono que parecía propio de dos amantes que se encontrasen a solas en medio de una habitación, le dijo en un tono bajo
—¿Y bien, querida? ¿Cómo has pasado la noche?
Julianna se sonrojó hasta las pestañas notando como se aceleraba de nuevo su pulso.
—Te veo… —continuó él con ese tono provocador y sensual y con los ojos algo entrecerrados—. ¿Cómo decirlo? Especialmente radiante. Debe ser el sueño reparador del que hablan las damas.
Julianna pudo notar como se le paró en seco el corazón por unos segundos. Le lanzó una mirada desaprobadora y casi furiosa y él se rio con una risa franca y musical, que de inmediato hizo que le perdonase los atrevidos comentarios claramente destinados a conseguir que se azorase un poco.
Aproximó su montura de modo que casi rozaba su muslo con ella, bajó de nuevo la voz, esta vez remarcando aún más ese tono sensual, pero añadiendo cierta ternura:
—Estás preciosa. Creo que voy a tener que evitar mirarte fijamente si no quieres que te baje de la silla y te abrace, te bese y acaricie cada centímetro de ese delicioso cuerpo sin importarme dónde estemos, con quién o quién pueda vernos.
Con suavidad tomó su mano, la hizo girar y le besó la parte interna de la muñeca donde quedaba libre un poco de piel.
Julianna se volvió a sonrojar y notaba los espasmos de puro placer en cada músculo de su cuerpo, y se oyó suspirar. A esas alturas iban tan despacio que casi podrían haberse directamente detenido. Por unos segundos se miraron en silencio, pero enseguida él le hizo un gesto con la cabeza para continuar, a lo que respondió azuzando a su yegua. No quería alejarse demasiado de Amelia ni desconcentrarse, pero allí estaba, totalmente ensimismada y excitada.
Siguieron el resto del camino en silencio, pero mirándose el uno al otro cada dos por tres, era como si las descargas que se lanzasen entre ellos hiciesen crepitar el aire que los separaba. Era excitante y enervante al mismo tiempo, pensó Julianna.
—¡Vaya! —observó Max—. Parece que lord Jonas ha decidido esperarnos hoy en la puerta del parque.
Miró con recelo a su hermana y con una mirada entre furibunda y de resignación a Cliff, que le sonrió en claro tono de burla y disfrute por los celos fraternales de Max.
Cuando se pusieron a su altura, Jonas los instó a pararse con la mano y señaló:
—Creo que sería una buena idea que hoy entrásemos por la puerta lateral del patio de armas de la Academia y, si les parece bien, montar un poco por la zona de los jardines de amapolas.
Cliff y Max enarcaron una ceja cada uno y fue el primero el que preguntó:
—¿Y eso?
—Bueno, he considerado oportuno avisarles que la Academia está hoy, digamos… especialmente concurrida. Esta mañana numerosos caballeros parecen encontrar más interesante montar en los terrenos adyacentes a estos terrenos que en los habituales recorridos de Hyde Park.
Lanzó una clara mirada a las tres jóvenes que se encontraban justo paradas tras Cliff y Max. Cliff emitió un áspero gruñido, mientras que Max meneaba la cabeza y alzaba los ojos al cielo.
—Sí que son rápidos esos caballeros… —refunfuñó Cliff con evidente mal humor.
Max, que no paraba de revisar los alrededores, contestó:
—Desde luego es una excelente idea entrar por la entrada lateral de la Academia, con suerte tendremos —miró de soslayo a las tres damas y con el ceño fruncido a los dos caballeros— un paseo tranquilo.
Los tres abrieron camino hacia esa nueva entrada mientras, bajando el tono para no ser escuchados por las damas, intercambiaron algunas frases.
—Dígame, ¿hay muchos caballeros conocidos? —preguntó directamente Cliff.
—Pues, ciertamente, hay un buen número. Parece más una reunión de viejos compañeros de Eton y Oxford que un lugar de instrucción militar. —Resopló—. ¡Si hasta me he encontrado con mi hermano! —Lanzó una mirada al cielo.
Max se rio haciendo que sus dos acompañantes le mirasen con el ceño fruncido.
—Esperaba encontrar algunos moscones en los próximos días, pero esto es un poco exagerado. Antes de irme anoche de la fiesta, me habían acosado más caballeros preguntando por mis acompañantes que matronas para presentarme a jóvenes casaderas. No sé qué fue más exasperante. Pero teniendo en cuenta la poca o nula información que les facilité, he de reconocerles el mérito por la eficacia demostrada.
—Max, no tiene gracia. Como nos encuentren el paseo va a ser un infierno. —De repente vino a su cabeza la imagen de Timón McBeth y su pulso se aceleró de golpe—. Y no deberíamos olvidarnos de tener adecuadamente vigiladas a las damas McBeth. Si las rodean caballeros ansiosos por acaparar su atención, puede resultar harto complicado.
El tono serio de Cliff, junto con esa mirada que Max reconocería en cualquier parte, pues la había visto numerosas veces, lo puso de inmediato en alerta, y le devolvió la mirada con un gesto que Cliff también reconoció, preguntando qué le estaba ocultando. Casi en un susurro simplemente le indicó:
—Recibieron, a primera hora, una nota de los investigadores. El almirante y la tía Blanche se reúnen con ellos esta mañana. Después nos informarán.
Max simplemente asintió y se removió en su silla para poder girar un poco el cuerpo y mirar a las damas que los seguían. Pudo observar el gesto preocupado y tenso en el rostro de Julianna, que miraba de soslayo a ambos lados como si controlase lo que los rodeaba y también a Amelia. Max hizo un gesto con la cabeza mirando especialmente a Cliff y preguntó:
—¿Qué tal si nos mezclamos con las damas? Será más fácil si cada uno puede prestar especial atención a una de ellas. —Y con evidente esfuerzo sugirió—: Lord Jonas, y sin que sirva de precedente, ¿qué le parecería acompañar a mi hermana mientras yo controlo a Amelia? Es posible que, si nos cruzamos con algunos caballeros, Amelia se sienta insegura sobre la montura, y prefiero poder asegurarme de que la mantengo suficientemente cerca para que no le ocurra nada.
Cliff sonrió por la situación. Era evidente que el hecho de dar permiso a Jonas para montar junto a Eugene atacaba los nervios de su amigo, pero comprendía la importancia de asegurarse de que Amelia estuviera a salvo con uno de ellos dos. Asegurar que no le pasaba nada ni nadie la importunaba y, en caso de que así fuera, poder protegerla rápidamente. Eso era más importante en ese momento. Él, por su parte, no se alejaría ni un ápice de Julianna y, si se cruzaban con algún ansioso caballero, se ocuparía sin el menor rubor del inconsciente que osase coquetear con ella o insinuarle cualquier cosa.
En unos segundos se colocaron en tres filas de a dos, cada uno con su dama, seguidos de cerca por los rudos «mozos», que vigilaban también cada uno a una dama, como les habían indicado días atrás Max y Cliff al contratarlos.
—¿Quieres que nos apartemos un poco y paseemos tranquilos los dos? Te recuerdo que me prometiste no cabalgar hoy.
Julianna negó con la cabeza.
—Y cumpliré mi promesa. pero me gustaría no alejarme de Amelia. Se lo he prometido a mi tía y… —Frunció el ceño y se removió incómoda en la silla.
Cliff la miró con fijeza.
—¿Y?
Julianna lo miró un poco insegura, negó con la cabeza y miró hacia delante donde estaba Amelia
—No sé. Creerás que soy una tonta pero, tengo un mal presentimiento, no por hoy, es solo que… Desde que hemos salido de casa estoy… inquieta. No sé explicarlo.
Cliff la miró y la escuchó suspirar y tomar aire llenándose los pulmones
—¿Intuición, quizás?
Ella lo miró encogiéndose de hombros.
—Quizás, aunque creo que es más una sensación de que algo no está bien, como si de repente me diese cuenta de que Amelia y yo somos, somos… un cebo y también un instrumento para algo. —Lo miró de nuevo—. Vas a pensar que estoy dándole demasiadas vueltas a esto, pero pienso que mi hermano persigue algo más que dinero, y Amelia y yo somos el medio para lograrlo. —Respiró de nuevo—. Y sé que lo que nos pase después le dará igual, aunque, conociéndolo, si sabe que nos causa daño en el proceso de lograr lo que sea que quiere, aún disfrutará más. —Se calló unos segundos—. Verás, mi hermano es capaz de proyectar una imagen de sí mismo a los demás que en nada se parece a la realidad. No me malinterpretes, no creo que sea un monstruo o prefiero no creerlo, pero sí llega a ser muy cruel y, a veces, carece de todo escrúpulo. Quizás eso es lo que le diferencia de mis otros dos hermanos, especialmente de Ewan, pues son egoístas y, desde que puedo recordar, han mostrado indiferencia hacía mí, incluso desdén, pero no tenían esa vena cruel ni esa falta de conciencia que a veces asomaba en las acciones de Timón. Por eso, he de reconocer, que me da un poco… un poco de miedo que se acerque a mí, pero me da pavor pensar en que se acerque a Amelia.
Se había detenido y ella no se había dado cuenta. Cliff había ido reduciendo la marcha de ambos. De repente, cuando alzó la vista para mirar de nuevo a Cliff, lo vio haciéndole una señal a Max, que asintió y continuó la marcha con los demás.
—¿Cliff?
Él se bajó de su montura y un segundo después la asía de la cintura y la bajaba de la suya, indicándole con un gesto al mozo que tomase las riendas de ambos caballos. La puso a su lado y, tomándole la mano la llevó hasta su antebrazo.
—Ven. Vamos a caminar un poco y no te preocupes por Amelia, Max no le quitará ojo. Está segura con él.
Ella simplemente se dejó llevar por un sendero de grava rodeado de árboles y pequeñas parcelas de tierra plagadas de flores que conseguían que flotase un rico aroma en el aire de la mañana
—Dime una cosa, Julianna. Con lo protector que era tu padre contigo, ¿por qué no te mandó lejos de tus hermanos sabiendo, como estoy seguro que sabía, cómo eran ellos?
No era una pregunta, sino más bien una reflexión. Mientras caminaba y miraba lo que los rodeaba y recordando algunos de los momentos de su niñez Julianna suspiró y contestó:
—Mi padre me protegió de mis hermanos tanto como pudo. Tienes que reconocer que era una situación complicada. Eran sus hijos también y, a pesar de reconocer y sufrir en carne propia sus «defectos» y las consecuencias de estos, los quería, de hecho, yo, a mi manera, también, aunque mi primer sentimiento natural con ellos siempre era el recelo tras años de convivir a su lado. Además, he de confesar que ocultaba muchas de las cosas que me hacían, porque mi padre sufría doblemente, ya que me hacían daño a mí y a él con sus actos. Aprendí muy pronto a evitar en lo posible a los tres, especialmente a Timón, y más cuando se veía aún más crecido gracias al apoyo incondicional del padre de mi madre.
Negó con la cabeza como intentando eliminar imágenes del pasado de su cabeza.
—¿Tu abuelo? —preguntó suavemente Cliff—. El pastor, ¿verdad?
Julianna asintió y continuó.
—Despreciaba a mi padre porque consideraba que había sido poco para su única hija y veía en sus tres nietos varones un gran parecido físico con su adorada hija. En cambio, yo me parecía a mi padre y me despreciaban aún más por ello, toda vez que, además, me culpaban de la muerte de mi madre.
Cerró los ojos unos segundos como si le doliese esa afirmación.
—¿Tu madre no murió de una enfermedad respiratoria?
—Sí. Murió unos meses después de darme a luz, pero todos, excepto mi padre, decían que el embarazo y el parto la dejaron tan débil que no pudo superar la enfermedad, así que, para ellos, fue como si hubiese muerto dándome a luz, y me veían como la única causa de su fallecimiento. Y, para colmo, era tan parecida a mi padre físicamente que era como un constante recordatorio de que, si no se hubiese casado con él, habría tenido una vida mejor y seguiría con vida, al menos así lo creían ellos. Esa especie de maldad o de frialdad que siempre he visto en los ojos de Timón es la que veía en el padre de mi madre.
Cliff la dejó unos segundos tomar aire, mirar alrededor las flores, los árboles, para que recobrase cierta paz.
—Nunca lo llamas abuelo, ¿te has dado cuenta?
Julianna giró la cabeza y encogió los hombros.
—Supongo que porque no lo es. Quiero decir, nunca lo he visto como tal ni me ha tratado como un abuelo, ni siquiera como parte de su familia. Mi padre me permitió dejar de asistir a los oficios los domingos desde los seis años, cuando se lo pedí. Para mí asistir a la iglesia, tener que comer con él y su esposa así como con mis hermanos, era una verdadera pesadilla. Aprovechaban esos momentos para reprocharme mi nacimiento, para humillarme y despreciarme. Siendo muy pequeña, te crees todo lo que escuchas, más si proviene de quienes se supone son tu familia y han de quererte. Mi padre dejó de asistir a la Iglesia cuando murió mamá y no supo lo que ocurría hasta que le pedí dejar de asistir a los oficios. Enseguida lo comprendió. Sé que nunca se llevaron bien, pero recuerdo que, desde el día que le pedí acompañarle los domingos a recorrer los campos como solía hacer a solas desde la muerte de mamá, el pastor evitaba a mi padre y casi lo hacía con miedo. Creo que lo amenazó si volvía a acercarse a mí, porque incluso si nos cruzábamos en el pueblo, él y su esposa cambiaban de acera y evitaban mirarme.
Julianna sonrió al recordarlo y, casi avergonzada por ello, se sonrojó al notar que Cliff la miraba. Como si le hubiese leído la mente dijo:
—No deberías avergonzarte de sentir que era como una victoria de tu padre el lograr mantenerlos alejados. Tu padre te quería e hizo bien amenazando al pastor. Te estaba protegiendo y —la tomó de los hombros para ponerla frente a ella y que lo mirase— te prometo que ni él ni su esposa volverán a mirarte cuando volvamos al condado. —«Me encargaré de que lo trasladen a la vicaría más mísera y lejana de Irlanda», pensó mientras ella lo miraba con un brillo especial en sus bonitos ojos, que se habían vuelto casi amarillos con la luz del sol y con ese brillo como de emoción que tenían.
—Cliff… —Se apoyó en su pecho y él apoyó el mentón en su cabeza—. Aún no he aceptado casarme contigo… —dijo en voz baja y apoyando la cabeza en el hueco de su hombro, ese hueco que era suyo, solo suyo, pensaba Julianna mientras cerraba los ojos y aspiraba su calor, su olor—. Si he de ser sincera, no sé si alguna vez querré volver al condado. Desde que me marché no he pensado seriamente volver. Ahora lo veo tan lejano, como si aquello formase parte de otra vida, de otra Julianna, no una Julianna distinta pero sí una que es capaz de ver que ese era un pequeño mundo en el que nunca parecía encajar. Era como si me faltase algo o como si algo de aquello no estuviera bien. Como un puzle al que le falta una pieza.
Cliff sonrió. «Esa pieza era, soy yo. La próxima vez que vuelvas al condado lo harás como mi mujer y verás, veremos, las cosas de otra manera aunque todo siga igual», pensaba mientras instintivamente la estrechaba aún más entre sus brazos inspirando su fragancia a lavanda, naranja, algo de lilas. Pura esencia de Julianna.
Julianna se apartó casi de golpe unos segundos después y miró a ambos lados
—¡Uy! —Se ruborizó—. Lo lamento. Estamos en medio de un camino. Perdona. —Alzó esos maravillosos ojos color miel para mirarlo a la cara—. Por un momento he olvidado dónde estaba y… —Se volvió a ruborizar mientras bajaba la mirada—. Solo quería abrazarte. —Ahora se mordía el labio inferior.
Estaba tan adorable, azorada por haberse acercado tanto a él en un lugar público.
—Julianna. —Cliff miró a ambos lados del camino como había hecho ella, le tomó la barbilla y alzó un poco su cara mientras la acercaba hacia él—. No vuelvas a disculparte por abrazarme y yo no pienso disculparme por besarte.
Sin tiempo a que ella reaccionase posó sus labios en los de ella y la besó con pasión. Desde luego, no fue un beso apto para miradas ajenas. Cuando separó los labios de ella le acarició la mejilla y sonrió arrogante.
—Me gusta cuando te ruborizas y más si soy yo el que lo provoca. Ese rubor fruto de la pasión es arrebatador…
Ella de nuevo notó como se le encendían las mejillas mientras él le sonreía aún más y la miraba con una intensidad que le robaba el aliento. Cliff dio un paso atrás, le ofreció el brazo con un gesto elegante y gentil y, asiendo la mano que ella había apoyado, comenzó de nuevo a caminar.
—No has contestado a mi pregunta.
Julianna enarcó las cejas y lo miró mientras seguían caminando rozándose suavemente los cuerpos, caminando más cerca de lo que las normas de decoro estimaban adecuado pero ninguno de los dos hacía el más mínimo intento por aumentar la distancia entre ellos.
—¿Pregunta?
—Sí. ¿Por qué tu padre no te mandó a vivir con tu tía hace muchos años?
Julianna encogió de nuevo los hombros aunque con rotundidad afirmó:
—Mi tía me dijo una vez estuve en su casa, que se lo plantearon en muchas ocasiones pero, si me lo hubiesen preguntado, estoy segura de que me habría negado. No hubiese podido vivir lejos de mi padre y creo que él tampoco lejos de mí. Al menos alguien debía quererlo. Era un hombre bueno, decente y honrado hasta la médula y siempre se mostraba dispuesto a ayudar a cualquiera que lo necesitase. No se merecía estar solo. Nunca lo hubiese abandonado. Además, no creo que mi corazón lo hubiese soportado. Era el único que conseguía que me sintiese feliz y cuando me abrazaba era como si lo demás no importase, porque sabía que él me quería tanto como yo a él. Es como cuando me… —Se calló abruptamente.
Cliff sonrió. Lo supo enseguida, en cuanto se calló, bajó la vista y se ruborizó temblándole los labios, lo supo. Lo sabía con absoluta rotundidad. Iba a decir «es como cuando me abrazas tú». No necesitó escucharla. Dios, cuánto deseaba abrazarla allí mismo, besarla, acariciarla. No dijo nada, siguió caminando. No quiso mortificarla aunque, eso sí, no pudo dejar de sonreír en una mezcla entre placer, satisfacción y orgullo. Para aliviar la conversación, Cliff en tono burlón preguntó:
—Bueno, ¿y con qué postre piensas deleitarme en el almuerzo, si puedo preguntar?
Julianna alzó la vista sin pararse y rio inocentemente.
—¿Qué te gustaría? Lo prepararé al llegar a casa. Sé lo que haré para el té, pero aún no había pensado nada para el almuerzo. Como hoy me he levantado tarde… —De nuevo se ruborizó.
Cliff se rio con una sonora carcajada que llenó de placer a Julianna, ese sonido ronco, abierto, sincero hacía verdaderos estragos en su fuero interno.
—¿No estarás insinuando que soy el culpable de que el almirante se quede sin postre? Sería capaz de mandarme a los confines de la Tierra por tamaña desfachatez. —Y volvió a reírse.
—Si es que sobrevives a las balas que estoy convencida te meterían entre las cejas, él y mi tía, si averiguasen dónde pasaste la noche.
De nuevo se rio y ella, en esta ocasión, también, con cierto placer pícaro.
—Sí, no creo que dejasen ninguno de mis órganos exentos de balas.
—Y no, no serías el culpable. A veces cocino al alba o muy tarde si no puedo dormir. La señora Malcolm y Furnish ya se han acostumbrado. Al principio, consideraban que no era bueno que anduviese a esas horas sola en la cocina, y obligaban a algunos de los ayudantes de la cocinera o del chef a acompañarme pero después conseguí que comprendieran que para mí es una manera de relajarme, de pensar con tranquilidad y, con alguien revoloteando alrededor, no podía hacerlo. Es distinto cuando cocinamos juntas la señora Malcolm, las ayudantes y, también, a veces Amelia y Eugene, porque nos divertimos, nos paramos de hablar, de contar historias… Pero cuando cocino sola, me relajo y soy yo misma, como cuando lo hacía en casa de pequeña o cuando le preparaba el desayuno a mi padre. Para mí era una rutina agradable, tranquila… —Sonrió.
—Me cuesta trabajo imaginarme a lady Eugene entre fogones, la verdad. En el jardín, sí, pero en la cocina… —dijo él de repente—. Es como imaginarme a lady Adele y… ¡Válgame el cielo! a mi propia madre en la cocina. —Negó enérgicamente con la cabeza—. ¡Imposible!
Julianna rio.
—He de reconocer que no es muy mañosa, pero sí paciente y, además, muy atenta. Es sorprendente lo rápido que lo capta todo, ve cosas que a los demás se nos escapan. Pero la primera vez que entró en la cocina y la enseñamos a preparar un simple té, fue todo un espectáculo y más lo fue intentar bebernos aquel brebaje.
Pasearon juntos casi todo el tiempo hablando de todo y de nada. Ambos se sorprendían el uno al otro cuando enseguida eran capaces de entender lo que decía el otro incluso sin necesidad de acabar las frases. Al llegar al final del sendero el mozo los esperaba con los caballos. Se montaron en ellos y se acercaron hasta la entrada donde esperarían a los demás.
Tras despedirse todos de Jonas, regresaron a la mansión Brindfet. Cliff y Max tuvieron oportunidad de comentar que habían eludido hábilmente a varios de los caballeros en cuanto los otearon merodeando por los alrededores y, como había dicho Jonas, realmente había muchos, algunos de los cuales eran viejos conocidos y amigos de ambos. Max, desde luego, tuvo que hacer grandes esfuerzos dirigiendo el paseo por distintas zonas pendiente todo el rato de los posibles «acechadores». Por su parte, Cliff dijo que había sido más fácil hacerlo a pie, ya que por muchos de los senderos podían perderse y evitar ser vistos por los que iban a caballo, aunque no evitó la mirada de desaprobación y, sobre todo, la furia contenida de Max, que creía que debía tener cuidado, ya que Julianna era una inocente de cuya reputación debían cuidarse más aún cuando él se creía responsable de ella. Cuando la llamó «inocente» Cliff sintió una punzada de culpabilidad, pensando en que ella ya no era tan inocente y que era él el que había robado su inocencia, pero no iba a ser él el que se lo dijese. Era su amigo, su mejor amigo y por nada querría tener ese tipo de enfrentamiento con él, aunque ambos supiesen que se casaría con Julianna y que Cliff estaba perdidamente enamorado de ella y ella de él.
Una vez dentro de la mansión, Furnish les informó que la señora y el almirante se hallaban en la sala de la mañana y que los esperaban allí. Cuando todas se hubieron cambiado Julianna se unió a ellos, mientras que Amelia y Eugene se marcharon al jardín con el profesor para sus clases de la mañana.
—Ah, querida, ya estás aquí. Ven y siéntate a mi lado.
La tía Blanche dio un par de golpecitos a su lado en la chaise longue que ocupaba, y Julianna pudo observar con agrado como su tía le lanzaba una mirada de aprobación por la elección del vestido de mañana. Julianna empezaba a acostumbrarse a los constantes cambios de vestuario y a elegir cada uno de los trajes de acuerdo a los consejos que tanto su tía como Madame Coquette le habían dado durante semanas.
Cliff la observaba entrar en la sala con ese bonito vestido amarillo claro con pequeñas ramas verdes y flores azules en el bajo del talle, tan fresca, tan sencilla y elegante, con ese esbelto y suave cuello al aire gracias al delicado recogido del cabello que, con unas sencillas cintas, dejaba sueltos algunos mechones que caían ligeros y sedosos por la parte de atrás de su cabeza y por detrás de las orejas. Y esa sonrisa… Por unos segundos se tensó y se removió en el sillón, tras sentarse después de hacerlo ella, notando la excitación de todo su cuerpo. Tuvo que hacer esfuerzos para desviar la vista de ella y centrarse en lo que comenzaba a relatar el almirante, aunque tuvo que escuchar a Max carraspear varias veces para que dejase de mirarla tan fijamente.
—Bien. Por lo que nos han informado, el paradero exacto de Timón McBeth en Londres es del todo desconocido, pero sí pueden confirmar que, durante los últimos dos meses, ha estado frecuentando algunos de los establecimientos de juego y otros de mala reputación de la ciudad y que, en algunos, debe una elevada cantidad de dinero. También han podido averiguar que ha recurrido a uno de los peores prestamistas de Londres y que este empieza a reclamarle las deudas, que no son nimias precisamente.
Julianna permanecía en silencio, pero con una tensión clara evidenciada tanto por sus hombros como por las constantes miradas que se intercambiaba con su tía, lo cual supo Cliff era indicio de que Julianna parecía confirmar algunos de sus peores temores y eso, empezaba a sospechar, iba a asustarla más de lo que ya estaba, aunque, de seguro, ella no daría muestras de esto para no preocupar a los demás. La conocía demasiado bien y estaba convencido de que ella intentaría por todos los medios ocultar sus preocupaciones y temores incluso a su tía, al menos una parte de ellos.
—Supongo que todos aquí sospechábamos el motivo de su urgente necesidad de fondos, sin embargo, lo destacado de la investigación es que han descubierto que a Timón suele acompañarle una mujer que, están seguros, es la viuda de algún aristócrata de menor rango pero carente de recursos y que, al igual que él, está bastante desesperada por encontrar dinero para hacer frente a sus deudas. Según nos informaron, esta viuda ha presentado a su amante a varios nobles y aristócratas con los que se relaciona, y uno de ellos ha adelantado algunos fondos a la pareja, por lo que los investigadores sospechan, deben haber llegado a algún tipo de acuerdo con él. No nos han facilitado aún la identidad de este tercer individuo, pero parece ser un noble de buena cuna y, aunque no debe poseer una gran fortuna, sí debe de tener al menos dinero suficiente no solo para vivir de acuerdo a su posición sino, además, para permitirse algunas extravagancias y noches de juego y vicio.
Se hizo un momento el silencio en la sala hasta que lo interrumpió Cliff.
—Por esa descripción sería muy difícil, por no decir imposible, localizar al caballero en cuestión, supongo que sería más fácil lograr identificar y localizar a la viuda.
—Yo también lo creo —dijo Max—. De cualquier modo, ¿qué tipo de acuerdo puede haber concertado esa pareja con un caballero para que les adelante fondos sin más?
—Ahí es donde está lo verdaderamente interesante… —dijo el almirante que por un momento dudó en seguir lanzando una mirada a Julianna y después a tía Blanche.
—Será mejor que lo sepa todo… —dijo tía Blanche, mirando al almirante como dándole aprobación para continuar delante de Julianna.
—Por lo que han podido averiguar, la relación entre ellos surgió en uno de esos establecimientos clandestinos en los que se practican… —Se removió incomodo en el sillón y dirigió su mirada a Cliff y a Max—. Bueno… fiestas sexuales, orgías y ese tipo de cosas… —Se detuvo un momento, claramente incómodo al tener que contar este tipo de cosas delante de damas, sobre todo delante de Julianna, que permanecía en silencio y disgustada por la conversación y por la información.—. Es decir, que se trata de un individuo con unas inclinaciones muy determinadas —concluyó el almirante tenso, mirando fijamente a Max y Cliff, que comprendían perfectamente el alcance de esa información.
Max y Cliff se miraron y en solo una mirada hilvanaron la misma idea, «perversiones, Timón McBeth, dinero, un noble al que le gustaban las bacanales y las orgías y Amelia y Julianna como dos jóvenes bonitas e inocentes de las que Timón quería sacar provecho». Era evidente lo que se imaginaban: quería secuestrarlas después de sacarles todo el dinero posible y vendérselas al caballero en cuestión. Cliff pensó que la intuición de la que Julianna había hablado apenas unas horas antes era del todo acertada, aunque ella no pudiera imaginarse entonces nada semejante a lo que estaba oyendo, e incluso ahora, no sabía si Julianna conseguiría imaginarse los planes de su hermano respecto a ella y respecto a Amelia.
—Lo primero —intervino Max con tono muy serio y seguro— es evitar que tanto Amelia como Julianna salgan sin la debida protección.
Julianna dirigió su mirada directamente a él y con cierto temor en su voz, pero necesitando que le confirmasen, lo que ella empezaba a sospechar preguntó:
—Sos-sospecháis que mi hermano nos va a poner en manos de ese hombre, ¿verdad?
Tenía las manos entrelazadas pero algo temblorosas, observaba Cliff, claramente tenso ante no solo las ideas que bailarían en la mente de Julianna, sino ante la mera idea de saberla asustada por culpa de ese canalla.
Se quedaron un momento en silencio, pero fue el almirante el que, con la voz propia de un militar experimentado y mirándola fijamente, le dijo:
—Pequeña, ni tú ni Amelia iréis a ninguna parte. De eso nos encargamos nosotros. —Y miró a Max y Cliff—. Apresaremos a tu hermano y lo pondremos en manos de la justicia. No se acercará a ninguna de las dos.
La tía Blanche, que hasta el momento había permanecido en silencio, apretó las manos de su sobrina, pero miró al grupo.
—El problema es que para apresarlo tendremos que hacerle salir de donde sea que se esconda y, teniendo en cuenta que espera encontrarse con Julianna mañana, ese va a ser el único momento seguro del que dispondremos. —Se detuvo un momento dando oportunidad a que alguno dijese algo—. No sé a ustedes, pero la mera idea de poner a Julianna al alcance de Timón, que claramente está desesperado y dispuesto a todo, no me agrada en absoluto, es más, no lo apruebo de ninguna de las maneras.
Julianna dijo, mirando a su tía y con la voz algo más tranquila y extrañamente resuelta:
—Pero espera encontrarse conmigo mañana y, si no acudo, no solo se volverá más impredecible por ver trastocados sus planes, sino que sospechará que es probable que te he informado o que he buscado ayuda y creerá, entonces, que ha de esconderse mejor y nos resultará más complicado localizarlo.
De nuevo se hizo el silencio.
—Julianna —continuó su tía tajante—. Un encuentro con él, aun cuando sea en el parque, un lugar público y abierto, es peligroso. Tu hermano está desesperado y no es tonto, de hecho, aunque no me guste reconocerle mérito alguno, es bastante inteligente y, te recuerdo, tiene formación militar. Ponerte al alcance de su mano, presumo, es en extremo peligroso y aventuraría que incluso una irresponsable imprudencia.
—Lo sé, tía, lo sé. Pero lo que no podemos hacer es quedarnos encerradas esperando que haga algo. Cuanto más desesperado esté, más furioso se pondrá y Timón furioso carece de todo escrúpulo y conciencia. tía, si tiene pensado algo para Amelia… —Le tembló un poco la voz—. Hará lo que sea por salirse con la suya, lo sabes tan bien como yo. Hay una cosa… ahora creo que lo que contó de Amelia no es cierto aunque —de nuevo le tembló la voz— debería asegurarme.
Cliff se tensó. Quería abrazarla, decirle que no dejaría que le pasase nada, que él se encargaría de todo. Se puso furioso consigo mismo al comprender que ella, en parte, tenía razón. No podía obviar que la cita de la mañana siguiente sería su mejor oportunidad para cazarlo.
—Aunque no me guste reconocerlo, si Julianna no se presenta mañana es posible que empiece a sospechar que ha buscado ayuda o incluso aun cuando crea que no es así, está desesperado, se volverá aún más impredecible y si de verdad es violento y desde luego tiene planeado llegar hasta las damas, no nos conviene mantenerlo al acecho. Debemos hacerlo salir —afirmó tajante Cliff mirando al almirante—. La mejor opción, aunque me duela reconocerlo, y soy el primero en decir que no me gusta en absoluto esta opción, es tenderle una trampa mañana. Pero no creo que debamos hacerlo sin estar seguros de poder primero proteger a Julianna de la mejor manera de lo posible. Es un lugar público y abierto. Podríamos valernos de la tripulación de los dos barcos que tengo en el puerto y rodear toda la zona. Max y yo nos colocaremos lo más cerca posible de Julianna para mayor seguridad.
Max asintió.
—Creo que, además, deberíamos avisar a las autoridades para que estén preparados en caso de que necesitemos su ayuda o, por lo menos, para que estén informados de que pondremos hombre armados en la zona.
—De eso me encargo yo. Informaré a la comandancia general para que nos preste ayuda y que nos permitan llevar a cabo el plan —respondió tajante el almirante.
—Por otro lado —continuó Max—, dado que te hemos enseñado a disparar, deberías llevar una pistola bajo la capa, por si acaso. —Miró a tía Blanche—. No es probable que la necesite, pero ella se sentirá más segura si sabe que puede, cuando menos, persuadir a su hermano de acercársele, aunque solo sea apuntándole con un arma.
Tía Blanche lo miró fijamente unos segundos, pero al final asintió y, después, se dirigió a Julianna con un tono suave
—No tienes que hacerlo. No me gusta ni siquiera la idea de que te acerques a él, menos aún, pensar en ponerte en esta situación.
Julianna la miró y apretando una de sus manos con la suya dijo:
—Lo sé, tía, lo sé. Pero, para ser sincera, prefiero enfrentarme a él que quedarme esperando a ver qué hace, sobre todo porque no soy solo yo, podría llegar hasta Amelia. Es evidente que es capaz de todo… —Respiró fuerte y mirando a los hombres dijo—: Entonces, ¿qué he de hacer?
Se miraron entre ellos y Cliff dijo:
—Creo que deberías llevar el dinero que ha pedido, por lo menos, puede que eso lo disuada de momento de acelerar las cosas, más cuando espera llegar a tener acceso a más a través de ti, y una vez que se aleje de ti ya será cosa nuestra y de nuestros hombres apresarle. Bajo ningún concepto, esto es imperativo que lo tengas presente y espero que obedezcas, bajo ningún concepto has de bajar del caballo. Siempre puedes contar con la baza de salir huyendo cabalgando y, como Max y yo estaremos muy cerca, llegarías rápidamente a nosotros.
—Estoy de acuerdo, Julianna. No se te ocurra descender del caballo ni aunque él te lo ordene —dijo Max tajante
—Y, desde luego, no intentes apresar a tu hermano tú sola. Si no nos prometes obedecer estas dos reglas no seguiremos adelante —dijo Cliff, asintiendo Max y el almirante mientras la miraban fijamente.
Julianna miró primero a su tía y después a los tres y dijo:
—Lo prometo.
—Bien —continuó el almirante—, en ese caso, podríamos encargarnos de todos los detalles ahora en la mañana. Iré a Comandancia a ver a lord Fellow. Estoy seguro de que no me negará la ayuda, además, pediré algunos investigadores de Bow Street. Max deberías acercarte a la policía de parques para informarles a ellos también y que nos presten algunos hombres y un mapa detallado del parque, sus entradas y los accesos, pero antes ve a la escuela de Caballería e informa al joven Jonas, seguro que estará encantado de ayudar y reclutará a algunos compañeros. Y Cliff, tú podrías encargarte de lo de tu tripulación y asegurarte cuantos hombres puedas. El conde te cederá encantado los lacayos y palafreneros de que disponga, cuenta con los míos y con los de Blanche. —La miró y ella asintió—. Nos reuniremos a la hora del almuerzo aquí.
Cliff y Max se rieron entre dientes.
—Ay, almirante… Echa de menos mandar ¿verdad? —dijo Cliff con sorna y el almirante le lanzó una mirada sardónica que enseguida consiguió que los dos dejasen de reírse.
Tía Blanche señaló:
—Sí, pero recordad, no podéis decir nada hasta que me haya marchado con Amelia y con Eugene esta tarde.
—Tía, llevaros a los tres mozos que nos acompañan por la mañana por si acaso —dijo Julianna.
—Sí, cariño, no te preocupes estaremos bien y regresaremos enseguida —contestó ella en tono cariñoso dándole un par de palmaditas en la mano.
—En tal caso… —dijo el almirante mientras se ponía de pie—. Caballeros hemos de irnos. Señoras, nos vemos en el almuerzo. —Se inclinó frente a Julianna—. Y no se te ocurra hacerme trampas con los postres… —Le sonrió mientras le daba unas palmaditas en la mano.
Julianna sonrió y poniéndose en pie le respondió:
—Eso sí que no puedo prometerlo.
El almirante se reía camino de la salida.
—Pequeña tunante…
—Los acompaño —dijo tía Blanche saliendo con ellos de la sala.
Cliff se quedó deliberadamente algo retrasado y cuando todos salieron de la sala sujetó con suavidad a Julianna de la cintura, la acercó a él y la besó tiernamente en los labios solo un segundo, rozándole la mejilla después.
—No te preocupes, amor, no dejaremos que os ocurra nada. Antes de que tu hermano te toque un solo cabello, lo mataré.
Julianna, como había hecho en el parque, apoyó la cabeza en el hombro de Cliff y dejó que la abrazase. Enseguida se separaron, pero Cliff le besó la mano antes de marcharse.
—Volveré enseguida. Yo sí puedo prometer eso.
Sonreía divertido y pícaro. Julianna asintió mirándolo mientras se marchaba, quedándose al final con la vista fija en el umbral de la puerta hasta que minutos después entró su tía.
—Creo que voy a la cocina, así me mantendré ocupada —le dijo a tía Blanche.
—Espera, cariño. Ahora que se han ido quiero que me prometas algo a mí.
—¿Qué, tía?
—Si ves que algo va mal o crees que estás en peligro, aunque solo sea una intuición y, sobre todo, si crees que tu hermano no se va a dar por satisfecho en ese momento con el dinero, quiero que me prometas que te irás de allí enseguida y que iras a buscar a Max y al comandante sin preocuparte de lo que pase después con tu hermano, incluso aunque creas que puede escapar. Ya nos ocuparíamos de él más tarde. Quiero que me prometas que no cometerás ninguna locura, ninguna imprudencia y que no te pondrás en peligro.
Julianna la miró, se acercó a ella y la tomó de las manos.
—Lo prometo, tía, lo prometo. Reconozco que Timón me asusta tanto como cuando era niña pero, ahora, no me quedaré paralizada ni dejaré que me avasalle. Huiré tan deprisa como pueda, lo prometo.
Su tía asintió y suspiró.
—Bueno, en ese caso, sí, ve y si quieres prepara algún postre rico. Tenemos que actuar con normalidad, especialmente para que las niñas no noten nada. —Cuando Julianna se disponía a marcharse añadió—. Y, cariño, cuando esto haya pasado, tú y yo deberíamos hablar muy seriamente sobre cierto caballero alto, guapo y con ciertos planes de futuro.
Julianna se giró algo ruborizada para mirarla y enseguida comprendió que a su tía no se le había pasado por alto a la hora del desayuno el cambio en ella. Julianna asintió y salió.
Tía Blanche la observó marcharse y sonriendo dijo:
—Juventud, divino tesoro… —Y se rio suavemente.
Apenas un par de horas después Julianna se encontraba en la cocina terminando de hornear varias cosas, pero especialmente pensaba en el pastel de calabaza y frambuesas con el que quería sorprender no al almirante, sino a Cliff, cuando tras ella una voz masculina sonó:
—Huele maravillosamente bien.
Julianna se giró antes de abrir el horno y encontró a Cliff apoyado en el umbral de la cocina con los brazos cruzados sonriendo como un niño travieso.
—¿Cómo es que estás sola? Me acaba de decir tu tía que almorzaremos dentro de media hora y esto debería estar lleno de gente.
Julianna sonrió y señaló con la cabeza a la derecha de Cliff.
—Están en la otra cocina. En esta casa, y no me preguntes por qué, hay tres cocinas, bueno, más bien, una cocina dividida en tres estancias, lo cual es bastante cómodo, porque así no se estorban el chef y la cocinera. Esta es la más pequeña, pero la que tiene los hornos mejores, o al menos eso creo yo.
Mientras hablaba, Cliff se fue acercando hacia ella y, cuando estaba a casi medio metro, giró sobre sí mismo en dirección al acceso a las otras salas y, al comprobar que estaban solos, la acercó hacia él y la abrazó suavemente mientras la besaba con cierta dureza, como un sediento en busca del agua que aliviase su sed. Después de unos segundos alzó la cabeza y dijo:
—Hueles a lavanda, naranjas, lilas y, ahora, también a canela y a algo que no sé qué es, pero me encanta, me abre el apetito, quiero comerte entera.
Julianna rio nerviosa y dejó que de nuevo la besase, aunque esta vez fue solo un beso tierno y suave. Se separó de él un poco dándole un empujoncito hacia atrás.
—Siéntate un momento, he de sacar unas cosas del horno antes de subir a cambiarme para el almuerzo. No te preguntaré nada de cómo te han ido las cosas porque prefiero esperar hasta después de almorzar.
Cliff se sentó y la observó mientras sacaba varios pasteles y una bandeja de panecillos que olían a ambrosía. Los miró mientras ella se quitaba los guantes de cocina. Julianna rio ante la mirada de niño travieso en sus ojos mirando los dulces.
—Coge uno, pero antes de que venga la señora Malcolm porque, si te ve, empezará a reñirte sin importar quien seas… Ten cuidado, no te quemes…
Cliff la miró divertido, extendió una mano para coger uno de los panecillos y, antes de llevárselo a la boca, señaló mirando en derredor el número de bandejas y pasteles que había en las dos mesas:
—Has estado dándole vueltas a todo, ¿verdad? Te has venido a cocinar aquí para poder pensar a solas y también para intentar relajarte… —Entonces empezó a comerse el panecillo mientras la miraba.
Julianna suspiró y asintió.
—Estaba un poco nerviosa, no, en realidad ansiosa, pero ya estoy mejor, de veras, creo que solo necesito mantenerme ocupada.
Cliff sonrió maliciosamente con ese brillo en los ojos que a Julianna le derretía los huesos y, tomándola de la mano, la empujó suavemente, haciendo que quedase sentada en sus rodillas. Julianna se sonrojó y, mirando a la puerta, dijo un poco avergonzada:
—Nos pueden ver… Cliff, compórtate, por favor.
Cliff se rio suavemente y colocando sus labios en su cuello mientras cerraba los brazos en torno a su cintura, contestó:
—Lo primero, yo siempre me comporto. —Y con una sonrisa que Julianna notaba en su piel continuó—. Aunque no siempre bien. —La besó suavemente en el hueco debajo de su oreja—. Lo segundo, este panecillo está delicioso. —Y sin mirar siquiera y volviendo a besarla extendió su brazo y cogió otro de la bandeja. Separó entonces los labios de su cuello y la miró fijamente—. Y lo tercero, en lo de mantenerte ocupada… Cariño, eso déjamelo a mí… —Sonrió malicioso justo antes de dar un buen bocado al segundo panecillo.
Julianna se ruborizó porque supo enseguida, por su tono ronco y su mirada, a lo que se refería. La miró unos segundos y suspiró:
—Supongo que deberíamos subir, además, has de cambiarte… —dijo antes de depositar un tierno beso en su mejilla.
Extendió de nuevo el brazo para coger otro panecillo, pero Julianna, con una risa contenida, exclamó:
—¡Cliff! Para. —Meneó la cabeza mientras se ponía en pie—. Eres peor que el almirante.
Intentó desatarse el mandil que se había colocado sobre la falda, pero lo había anudado muy fuerte, Cliff sonrió y, haciéndola girar, se lo desanudó y depositó un beso en la base de su cuello por detrás.
—Está bien, esperaré, pero… —De nuevo la besó en el mismo sitio—. Guarda unos pocos para esta noche, por favor.
Julianna se giró rápidamente y alzó la vista para mirarlo, de nuevo tenía esa mirada oscurecida y esa provocativa sonrisa.
—¿Vas a venir esta noche? —Le tembló un poco la voz. Él bajó la cabeza para acercar sus labios a los suyos.
—Nada me lo impedirá, amor. —Se rio y añadió—. Bueno, quizás la enredadera… esta mañana le partí algunas ramas más.
Se rio de nuevo antes de rozarle los labios y separarse, haciéndola girar al mismo tiempo para dirigirse a la puerta de las escaleras de servicio para ascender a la casa. Julianna se rio y contestó:
—No sé qué explicación pretendes que le dé a Porter, el pobre ya tiene bastante con Amelia plantando aquí y allá plantas y flores nuevas para que, ahora, se tenga que preocupar por las enredaderas.
Tras el almuerzo, en el que el almirante no acertó ni un solo postre para diversión, sobre todo, de tía Blanche, lo que la ayudó a relajarse, resultó también muy divertido el rato del té, lo que alivió un poco la tensión de Julianna y de tía Blanche.
Cuando ya se retiraron a la biblioteca, Julianna, Cliff, Max y el almirante extendieron varios planos del parque logrados por Max, y justo a tiempo llegó Jonas para participar también en los planes. Se sugirieron varias alternativas, se analizaron casi todas las posibilidades, Julianna se dio cuenta de que estaba rodeada de militares, con mentes que funcionaban como si preparasen una batalla y, en cierto modo, se sintió aliviada escuchando la minuciosidad y los detalles que valoraban. Se limitó a escucharlos, a asentir o simplemente a observarlos.
Después de una hora planeando con minuciosidad, todos se marcharon antes de que llegasen las demás y sospechasen algo. Max y Cliff se marcharon a su club, mientras que el almirante se ofreció voluntario para informar a los hombres de Cliff de los detalles, alegando que le gustaría retomar sus recuerdos de batallas y aventuras con uno de los oficiales más veteranos.
Al llegar al club, Max se vio casi de inmediato rodeado por caballeros deseosos de averiguar cualquier información sobre la que ya habían denominado la Belleza de la Temporada, y eso que, oficialmente, la misma no se iniciaba hasta tres noches más tarde en el primer baile de máscaras. Para colmo, la mayoría de los caballeros interesados eran compañeros y amigos tanto de Cliff como de Max, solteros empedernidos como ellos, con amplia experiencia en mujeres y, en su mayor parte, herederos de algún título que empezaban a plantearse el matrimonio y la necesidad de continuar con su estirpe, es decir, una dura competencia. Tras casi una hora allí, Cliff se despidió cuando empezaba a sentir que su malhumor afectaba a su buen juicio y se retiró a casa del conde para la cena.
Al llegar a la mansión, comprobó, con sorpresa, que no se encontraba invadida por hordas de damas interesadas por el comienzo de la temporada o por la boda de su hermano, sino que parecía reinar la tranquilidad, Subió a su habitación se dio un baño y se vistió para la cena, no sin antes recordar a su ayuda de cámara que llevase el paquete que tenía sobre el gran sillón de su dormitorio a la mansión Brindfet, para que, como en ocasiones anteriores, lo depositasen en la alcoba de Julianna mientras esta cenaba en el salón con las demás damas de la casa.
Al bajar al salón donde ya se encontraban su padre y Ethan esperando a las damas antes de la cena, empezaron a conversar.
—¿Y bien? —inquirió el conde.
—Por Dios, padre. De pequeño me volvía loco que empezase las conversaciones así porque tenía que revisar mentalmente cuantas trastadas habíamos cometido antes de deliberar cuál era la menos grave —contestó Cliff.
Su padre se rio.
—¿Por qué crees que lo hacía?
Cliff y Ethan sonrieron.
—Bueno, padre, sea más expeditivo esta vez, por favor —insistió Cliff.
—Quería saber si ya has informado a los lacayos de los planes para mañana.
—Mi ayuda de cámara se encargará de eso más tarde. Aunque sé que hemos estudiado todas las alternativas, lo cierto es que estoy intranquilo. Tengo un mal presentimiento.
—Aún estás a tiempo de cambiar de idea —señaló Ethan.
—Lo sé, pero también sé que es nuestra mejor oportunidad de acabar con esto cuanto antes. Además, aunque lo niegue, creo que Julianna está muerta de miedo, y para ser sincero, tiene motivos para estarlo. El almirante indagó un poco esta mañana mientras estaba en comandancia y Timón McBeth está siendo investigado por sus superiores por algunos actos que exceden del mero deshonor o de la licencia forzosa. De hecho, le investigan por cargos criminales.
—Razón de más, Cliff. ¿De verdad crees que estará totalmente a salvo? Sí, es un lugar público, y sí, lleváis bastantes hombres, pero pueden ocurrir infinidad de cosas y si le pasase algo no te lo perdonarías —volvió a insistir su hermano.
—Bueno, bueno, no nos demos por derrotados antes de presentar batalla. De cualquier modo, hay que hacerlo salir y, si Julianna está intranquila, lo mejor es asegurarle la tranquilidad que le falta cuanto antes —señaló el conde.
En ese momento el mayordomo avisó al conde de que su secretario acababa de llegar y que lo esperaba en la biblioteca.
—Perdonadme unos minutos, he de firmar unos documentos que le pedí que me preparara, enseguida regreso, si vuestra madre y lady Adele llegan antes, procurad entretenerlas.
Ambos asintieron y se dirigieron a los amplios sillones de la chimenea.
—Cliff. Sabes que puedes confiar en mí y aunque sé cuánto te molesta que haga de tu conciencia, pero me gustaría preguntarte una cosa.
Ethan habló mientras le entregaba una copa de jerez antes de sentarse frente a él. Cliff asintió y miró a su hermano con fijeza.
—Regresaste esta mañana muy temprano —continuó tranquilamente—. Te vi cruzar el vestíbulo y llevabas una sonrisa de oreja a oreja. No te preguntaré dónde pasaste la noche porque de sobra lo sé. Te conozco demasiado bien. Creo que deberías tener cuidado, no solo por Julianna, sino también por ti. Recuerda que todavía no te ha dado el sí. —Alzó una ceja—. ¿O lo ha hecho?
—No, al menos no con esas palabras. Pero no has de preocuparte. Sé lo que hago. Además, te recuerdo que tú no eres precisamente célibe, hermano.
—Esa es una impertinencia —dijo—. De todos modos, yo estoy comprometido con Adele, así que no es lo mismo.
—Lo es, Ethan, lo es. La única diferencia es que aún no lleva el anillo de compromiso en el dedo, pero a todos los efectos, para mí estamos comprometidos, si no casados.
—Está bien. Está bien, no insistiré. Pero recuerda que debes ir con mucho tacto y cuidado.
—Lo tendré —respondió sin más.
Más tarde, en el jardín de la mansión McBeth, Cliff esperaba a que se iluminara la habitación de Julianna para subir. En esta ocasión no le iba a dar tiempo para que la doncella la asistiese, quería estar con ella todo el tiempo posible, así que, en cuanto se iluminó el cuarto sabiendo que eso implicaba que la doncella empezaba a preparar el dormitorio y la cama de Julianna justo antes de subir ella, comenzó a trepar por la, a estas alturas, maltrecha enredadera y aguardó en el balcón sin hacer ruido. Tras unos minutos apareció Julianna en el dormitorio y, colocándose de modo que pudiese verlo ella y no la doncella, le hizo una pequeña señal para que la despidiese, lo que ella hizo amablemente intentando no parecer nerviosa.
Julianna cerró la puerta con llave y antes de llegar a cruzar el dormitorio ya estaba Cliff dentro, con una enorme sonrisa en los labios.
—Bue-buenas noches —dijo Julianna algo nerviosa.
—Buenas noches, cariño —dijo acercándose como un leopardo cercando a su presa—. Espero no molestarte viniendo tan temprano, pero estaba deseando verte y, sobre todo —la abrazó y le alzó la cara—, besarte. —Y la besó con casi fervor.
Tras unos minutos en los que se saborearon y se deleitaron el uno con el otro, se separaron un poco y se miraron con la respiración aún entrecortada.
—Esta noche te tengo un pequeño obsequio, pero has de prometerme que no lo leerás hasta que hayamos solucionado lo de tu hermano.
Julianna lo miró intrigada y después a la banqueta situada a los pies de su cama, donde se encontraba un pequeño cofre, con una llave con un lazo sujetando la empuñadura de la misma.
—¿Qué es? —dijo acercándose al cofre—. ¡Uy! ¡Qué bonito! —Se fijó en el anagrama grabado en la cubierta y le pasó los dedos—. ¿Qué significa?
Se volvió para mirarlo mientras él se acercaba y se colocaba junto a ella.
—Son los signos de los cuatro elementos de la naturaleza; el agua, el aire, el fuego y la tierra. La primera vez que llegué a un país oriental iba como oficial de un barco de la Marina Real. Bueno, en realidad, Max y yo íbamos juntos ya que por entonces formábamos parte de la misma tripulación. Recuerdo que cuando llegamos a la costa de China todo nos pareció tan diferente. El mar, la luz, los aromas… y cuando por fin atracamos, nos dimos cuenta de que realmente era otro mundo, uno totalmente distinto al nuestro. Nos dedicamos a explorarlo y fue francamente emocionante. Pero había una parte de su cultura que a mí me despertó una inusitada curiosidad, y era la de los que vivían en los lugares más remotos, en aldeas de difícil acceso donde el contacto con la naturaleza y las creencias ancestrales relacionadas con ella constituyen la parte esencial de su vida, de su forma de ver el mundo y relacionarse con él. Allí la importancia que se le da a la naturaleza, al equilibrio entre la vida de uno y el entorno en el que vive, me pareció casi reverencial, y en muchos lugares elaboran piezas de artesanía muy delicadas, cuyos motivos decorativos se centran precisamente en los detalles de la naturaleza, en la búsqueda de ese equilibrio como eje central de su filosofía y de todo lo espiritual. Fue entonces cuando adquirí este cofre de un acaudalado señor feudal de una zona de cultivo de arroz y de bambú.
Julianna lo escuchaba embelesada y sin querer interrumpirle. Pero enseguida cayó en la cuenta de que le había pedido que prometiese no leerlo. «¿Leer qué? Estará dentro…». Cliff de repente centró su vista en ella como si hubiese despertado de su recuerdo.
—Ábrelo.
Julianna obedeció. Estaba forrado con unas delicadas sedas profusamente bordadas con exóticas plantas y extraños animales que ella no reconocía.
—Ese es un perezoso —dijo señalando a una de las figuras—. Un animal que se mueve muy lentamente y que se pasa casi todo el tiempo encaramado a los árboles y ¿ese otro? —Señaló otra—. Es un oso panda. Se alimentan de bambú y lo más característico de ellos, además de tener un carácter agradable y tranquilo, es su pelaje, blanco y negro. Son realmente bonitos. Solo vimos uno, pero son animales muy bellos y nada fieros. —Cliff sonrió y acarició los dedos con los que Julianna iba acariciando los detalles—. Si levantas la bandeja interior verás que hay una segunda debajo. En realidad, siempre he creído que se trata de un joyero.
Julianna obedeció y encontró un pequeño libro con la cubierta de cuero rojo con filigrana de oro en los bordes. Miró a Cliff por encima del hombro y preguntó:
—¿Es lo que quieres prometa no leer aún?
Cliff asintió y tomó de sus manos el volumen.
—Es… es una especie de diario. Una recopilación de algunos de mis recuerdos de estos años. —La miró y parecía un poco avergonzado—. Me gustaría que pudieses conocerme mejor a través de lo que he vivido o al menos de cómo he visto yo algunas de esas vivencias. —Depositó de nuevo el libro entre sus manos y añadió—: Pero… aún no, lo has prometido. —Enarcó una ceja y la miró con cierta ansiedad.
Ella miró de nuevo el libro y después a él por un segundo. Lo depositó de nuevo en el interior del cofre y lo cerró con la llave.
—Haremos una cosa —dijo, mirando de nuevo a Cliff—. Yo te doy mi promesa y tú guardas la llave. Cuando creas que ha llegado el momento de leer su interior, me la devuelves.
Cliff sonrió reconociendo en esa respuesta la esencia pura de la inteligencia y de la personalidad de Julianna. Una solución inteligente y práctica y que, además, implicaba depositar en las manos de Cliff su propia confianza.
—De acuerdo —respondió tomando la llave de su mano y guardándola—. Y ahora… —Se acercó un poco más a ella y la abrazó—. Creo que debería ayudarte a acostarte, has despedido a tu doncella, así que me corresponde a mí encargarme de sus funciones… —La besó en las mejillas suavemente mientras deslizaba sus manos por su espalda—. Debería quitarte este vestido. —Empezó a soltarle las cintas del cierre de la espalda mientras continuaba besándola lenta y suavemente—. Y después, te ayudaré a meterte en la cama para que no pases frío.
Julianna notaba la sonrisa sobre su piel, su aliento cálido y su melosa y sensual voz provocándole una oleada de pasión y de calor invadiendo cada centímetro de su cuerpo. Enseguida él levantó la cabeza y la hizo girar para tener mejor acceso a su espalda. Con suavidad acarició con los labios la base del cuello y sus hombros y dejó caer su vestido, dejándola con la camisola. Volvió a girarla para poder mirarla a la cara
—No te muevas ni un poquito.
Se agachó frente a ella y, alzando un poco la camisola, le acarició suavemente una de las pantorrillas y fue subiendo hasta justo donde terminaba la media y comenzó a deslizarla y, después de quitársela, repitió la operación con la otra pierna. Manteniéndose aún de rodilla pasó sus brazos alrededor de su cintura y apoyó la cabeza sobre su vientre unos segundos, después con ella aún abrazada fue poniéndose en pie hasta quedar totalmente erguido, pero con la cabeza inclinada sobre ella. La besó de nuevo en los labios, primero con suavidad, pero después con verdadera ansia, y la fue llevando hasta la cama sin dejar de besarla, de acariciarla, de envolverla con su cuerpo.
La instó a tumbarse tras sacarle la camisola por los hombros y dejarla quitarle la chaqueta, desabrocharle la corbata y desprenderle la camisa. Se inclinó sobre ella, comenzando a cubrir su cuerpo desnudo de besos, de suaves caricias y pequeños mordiscos que conseguían arrancarle algunos suspiros, gemidos y lo que a Cliff le parecieron unos sonidos similares al ronroneo de un gatito cuando lo acarician.
Cuando ya sabía que sería imposible controlarse, se incorporó, se desprendió de los pantalones y del resto de la ropa que aún llevaba y se tumbó sobre ella al tiempo que con una mano la instaba abrir las piernas, de modo que quedó colocado entre sus tersos muslos. Notaba como Julianna se dejaba llevar pero, al mismo tiempo, como iba tomando cada vez más confianza en sus caricias, en sus contactos. Julianna le posó las manos en la espalda y, bajándolas lentamente, pero con decisión, se las posó en las nalgas, instándole a pegarse más a ella y, arqueando un poco la espalda, acercándose aún más a él, dijo con la voz ronca:
—Cliff, por favor… por favor…
Cliff la besó en el cuello que quedaba perfectamente a su alcance, ya que ella tenía la cabeza un poco echada hacia atrás. Le mordió con suavidad uno de sus hombros al tiempo que la penetraba firme, seguro…
Durante unos segundos ambos quedaron quietos saboreando el momento, el fuego interior que ardía en ellos y la sensación de pertenecerse el uno al otro, de formar un solo ser. Enseguida comenzaron a moverse uno al ritmo del otro, sin saber muy bien quién seguía a quién, quién marcaba la pauta. Era como si sus cuerpos bailasen juntos sin necesidad de ser guiados por ninguno de ellos. Se acariciaban, se besaban a placer, se lamían y saboreaban como si necesitasen sentirse de todas las maneras posibles.
Cliff perdió todo contacto con la realidad y Julianna parecía sumida en un éxtasis ajeno al mundo. Podían haber pasado unos pocos minutos o toda una eternidad, pero para cuando ambos llegaron a la cima rompiéndose en mil pedazos, sintiéndose saciados, satisfechos, exhaustos y plenos, ambos jadeaban y respiraban con dificultad mirándose el uno al otro, como si les fuese imposible creer lo que acababa de suceder, lo que acababan de experimentar y sentir. No hicieron falta versos románticos ni frases de amor o palabras grandilocuentes para expresar o demostrarse el uno al otro lo que sentían y pensaban en ese momento. Les bastaba mirarse a los ojos, sentir el aroma y el calor de sus pieles, escuchar el ritmo de sus corazones y de su pulso.
Por fin, Cliff se separó de ella, provocando que Julianna emitiese un incontenible gemido por el extraño vacío que le provocaba no sentirlo dentro de ella. Rodó sobre sí mismo para quedar de espaldas llevándola consigo y manteniéndola entre sus brazos. Ella lo dejó hacer y, tras apoyar la cabeza en su pecho, lo abrazó mientras se ceñía a su cuerpo. Cliff empezó a soltar las horquillas que aún sujetaban su cabello, consiguiendo liberar esos mechones que tanto le gustaba acariciar. Julianna cerró los ojos mientras él le acariciaba casi con reverencia, lo que le fue provocando una somnolencia que casi consigue hacerla dormir, pero, de repente, se acordó de algo que en la cena pensó que debía comentarle.
—¿Cliff? —Lo llamó con voz somnolienta y manteniendo aún los ojos cerrados.
—Dime, cielo.
—He pensado que, mañana, debería llevar la capa roja que me regaló papa. Sé que, a lo mejor, no es demasiado elegante para Londres, pero me podríais ver mejor con ella si me alejo un poco. —Suspiró y con la voz algo ahogada añadió—: Además, cuando me la pongo, siento cerca de mí a papá y creo que necesito tenerlo muy cerca.
Cliff apretó un poco su abrazo y la besó en la sien.
—Me parece una excelente idea, cariño.
Pensó que al menos la distinguiría con claridad si por algún motivo llegaba a distanciarse y, por alguna extraña razón, se sintió algo más aliviado ante esa idea.
—El único problema es que no tiene bolsillo interior, así que tendré que llevar el arma debajo de la chaqueta del traje de montar.
—Eso me recuerda…
Cliff se incorporó y salió de la cama, con una leve protesta de Julianna en forma de gemido. Se fue directo a una pequeña bolsa de terciopelo que había dejado en el suelo al lado del balcón. Con ella en las manos volvió a meterse en la cama y de nuevo abrazó a Julianna que, esta vez, quedó tumbada casi por completo sobre él. Miró la pequeña bolsa que él mantenía asida con una mano a su lado y elevó las cejas. No le hizo falta preguntar, porque enseguida Cliff sacó lo que contenía y se lo mostró.
—Es una pistola, un poco más pequeña que las que se usan normalmente, pesa menos y, además, pueden realizarse dos disparos con ella antes de recargarla. Quiero que la lleves mañana. Te será más cómoda de llevar y de ocultar.
La dejó en la mesita de noche y abrazó por completo a Julianna, que permanecía sobre él con la vista fija en la pistola. Rodó de manera que ambos quedaron de costado pero cara a cara, y la besó durante unos minutos, provocando que de nuevo se excitase y se le acelerase el pulso descontroladamente. Tuvo que apartar los labios de ella y tomar aliento antes de decir:
—Me encantaría volver a hacerte el amor. —Julianna sonrió y lo besó, pero tras unos minutos él volvió a separar los labios de los suyos—. Cariño… por Dios, vas a matarme, solo soy un hombre que carece de todo control contigo en sus brazos… —Suspiró de nuevo y entrecerró los ojos—. Aun cuando esto me va a matar, voy a dejarte dormir, necesitas descansar para mañana.
Ella negó con la cabeza.
—Cliff… —dijo con voz melosa mientras alzaba los brazos para rodearle el cuello. Suspiró sobre los labios de él—. Aún estoy nerviosa…
Cliff sonrió.
No podía negarse que le gustaba esa forma apasionada y a la vez tierna de mirarlo, de acomodarlo en esa especie de ardor sensual que le llevaba a desearla más allá de la cordura. La besó con pasión mientras la rodeaba con los brazos, acariciando lentamente esas suaves, cálidas y tiernas curvas tan apetitosas, tan deliciosamente suyas… Con suavidad la fue tumbando besándola, acariciándola. Poco a poco fue cubriendo todo su cuerpo de suaves y lentas caricias, besos, ardientes mordiscos… La colocó de costado y la acunó dentro de su cuerpo sin dejar de tocarla y de atolondrarla hasta el punto de no retorno. Con una mano comenzó a acariciar su interior llevándola a ese éxtasis que la dejaba, momentáneamente, laxa y entregada por completo, y pronto situó su turgente, palpitante verga, tras haberla colocado boca abajo con las nalgas hacia arriba, abiertas para él, y todo su cuerpo en una lujuriosa y excitante posición para poder penetrarla a placer deleitándose, al tiempo, de cada una de las curvas y recodos de su cuerpo. Apenas si se resistió a una invasión de todo su interior desde atrás. La embistió con una profunda estocada que los dejó a ambos, unos breves segundos, desorientados y extasiados. Él la ceñía más y más con su cuerpo, su calor y toda esa pasión desde esa posición que a Cliff creyó llevarle a extremos de verdadera locura. Julianna comprendió enseguida tanto la postura como el modo de sacarle un ventaja abrumadora, pues se sintió catapultada, de inmediato, a un mundo de sensaciones absolutamente absorbentes, intensas y tan inhibidas que se sentía gloriosamente licenciosa y casi lujuriosa. Mientras él se movía por detrás y la embestía de un modo tan fiero y tierno a la vez, abrazándola fuerte, cubriéndola por completo dentro de su abrazo, dentro de su cuerpo, de esas caricias, de sus besos, de esos movimientos y de la fricción de sus cuerpos, Julianna, sin saber cómo, respondía anhelante, deseosa, ansiosa de él y de lo que le provocaba. Le ofrecía las nalgas, se abría a él, empujaba hacia él de acuerdo a su ritmo. Notaba como su cuerpo sabía cómo acoplarse al de él para recibirlo, para que la llenase más y más, hasta la empuñadura, hasta lo más profundo de su ser. Cliff la besaba, le decía, entre jadeos y gemidos, palabras tiernas y dulces a veces, pero otras… otras… Se sintió arder cuando le empezó a decir con voz ronca unas cosas que la hacían sentirse poderosa, desenfrenada y casi viciosa, pero, también, tan llena de él y no solo de su cuerpo sino de él, de todo él que perdía el sentido. Cuando el cielo se hizo añicos a su alrededor y su cuerpo y su mente la catapultaron a un mundo de éxtasis y pura pasión, escuchó una especie de gruñido gutural en su oído que le encantó, justo cuando sentía los últimos empujes y los temblores del orgasmo de Cliff, que gruñó salvaje su nombre junto con una especie de plegaria a los cielos. Cliff aún emitía ese ronco sonido en su oreja y temblaba dentro y fuera de ella cuando notó ese líquido caliente verterse en su interior como prueba irrefutable de la plena satisfacción de ese deseo animal, primitivo y ardiente de ambos, pero también de esa especie de saciedad carnal y no carnal que sentía cuando estaba cerca de él.
Cliff apretó su abrazo sin salir de ella, aún jadeantes, aún un poco temblorosos
—Cariño… me vuelves loco de deseo y amor… —murmuró con esfuerzo al cabo de unos minutos, sin separarse de ella ni un ápice, sin dejar de acariciarla bajo la manta con que los había cubierto—. Duerme, yo velaré tus sueños.
Julianna no protestó. Debía reconocer que sentía la saciada pesadez de su cuerpo agotado. El sueño, sin duda, iba venciéndola poco a poco.
—No te marcharás sin despertarme, ¿verdad?
Su voz ya era un susurro apenas audible y Cliff sentía la distensión de sus músculos y el lento ritmo de su respiración.
—No, cariño, no. Te despertaré. Duerme tranquila, estoy a tu lado y no pienso marcharme.
Inhaló su aroma y apoyó su rostro en el suave cuello de Julianna. Al cabo de unos minutos, sabiéndola dormida, le acarició la piel cálida y dulce bajo la oreja y murmuró un «te quiero, Juls»
Julianna no tardó mucho en dormirse y él la siguió poco después. Aquello le parecía a Cliff como encontrarse en brazos de una diosa que con su sola presencia, con su solo contacto, calmaba todo su ser y excitaba al tiempo al fiero depredador que habitaba dentro de él. No podía dejar de pensar, justo antes de que Morfeo se lo llevara a su particular paraíso, que esa sensación de calidez, de paz y plenitud al tener a Julianna en brazos, saciada, adormilada, satisfecha, era el máximo deleite que podría experimentar.
A las cinco de la mañana, cuando aún estaba oscuro pero empezaban a verse algunos reflejos del amanecer, Cliff despertó, como la noche anterior, con ese calor, ese glorioso aroma y la suavidad de Julianna entre sus brazos y, como entonces, tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para moverse aunque no sin antes observarla dormir relajada, tranquila, segura. Se alzó un poco después de hacerla rodar dormida para quedar sobre su cuerpo, pero manteniéndose sobre sus codos para que ella no resintiese el peso de su cuerpo, y depositó besos ligeros sobre sus párpados cerrados, sobre sus mejillas, sobre la punta de su nariz y sobre sus labios.
—Cariño… Julianna… Despierta, amor. —Esperó a que ella abriese un poco los ojos y le acarició con la nariz las mejillas—. Cielo, despierta, he de marchar… —De nuevo la besó en los labios.
—Umm…—Con los ojos entornados protestó y giró la cabeza en dirección al balcón—. Aún es de noche —susurró.
—Son las cinco. He de irme si no quiero que me vean. Además, quiero ir a casa antes de encontrarme con mis hombres.
Julianna abrió los ojos de inmediato. Alzó los brazos para atrapar a Cliff con ellos y con un gesto de preocupación dijo:
—Todo saldrá bien ¿verdad?
Cliff comprendió que necesitaba que él le diese cierta seguridad, y aun cuando lo mortificaba tener que ponerla en semejante situación, intentó parecer tranquilo y con aplomo contestó:
—Cielo, Max y yo te seguiremos de cerca. Solo recuerda lo que planeamos y todo saldrá bien. Cariño, pase lo que pase, no dejaré que te ocurra nada. No pienso perderte. No lo olvides, te seguiré hasta los confines de la Tierra, pero nadie conseguirá alejarme de ti. Nadie te apartará de mi lado. Te seguiré allá donde tú vayas.
La firmeza en su tono de voz, su penetrante mirada y el hecho de estar entre sus brazos parecieron conseguir calmar a Julianna, que por unos segundos se había vuelto a sentir algo alarmada e inquieta.
Asintió y suspiró. Cliff la volvió a besar, la abrazó y la acunó por unos instantes.
—Cariño, con todo el dolor de mi corazón, he de marcharme. —Julianna volvió a emitir ese leve gemido que a Cliff le parecía encantador y excitante a la vez. Sonrió—. Duérmete otra vez y, cuando bajes a desayunar, recuerda dejar que sea tu tía la que les diga a Amelia y a Eugene que hoy las recogerá lady Adele para llevarlas a un té en casa de lady Eleanor. Por suerte, ella os invitó durante el baile, así que no sospecharán y, cuando pregunten por qué no vas tú, diles que vas a ver a los abogados.
Julianna asintió aunque sabía lo que iba a costarle parecer tranquila.
—¿Lady Adele sabe algo? —preguntó preocupada mientras Cliff se levantaba de la cama.
—No, cielo, no. Le dijimos que tu tía y tú queríais reuniros con los abogados para los papeles de adopción de Amelia, pero que no deseabais que ella lo supiera para poder darle una sorpresa, llegado el momento.
Se había puesto los pantalones y la camisa y Julianna se mordió el labio inferior ante la imagen tan asombrosamente varonil que desprendía con sus movimientos.
—Cliff, ¿sería un problema para ti y tu familia si al final es cierto lo de Amelia? Quiero decir… bueno, bastante malo sería que acabases con una mujer que carece de todo linaje, pero, encima… Pase lo que pase, Amelia es ahora parte de mi familia, tía Blanche y yo lo hemos hablado y no nos importa quiénes sean sus padres, la abandonaron siendo un bebé y ella es lo que es sin que ellos formen parte de su vida.
Cliff se sentó en el borde de la cama, ya completamente vestido aunque sosteniendo la chaqueta con una mano, y mirándola fijamente contestó:
—Julianna, no tienes que convencerme. Amelia es parte de tu familia y será parte de la mía. —puso esa sonrisa socarrona y pilla que derretía a las mujeres—. Imaginémonos por un segundo que fuese cierto lo que afirma tu hermano. Nos aseguraríamos que ni ella ni nadie lo supiese jamás, no te preocupes. Por lo que a mí respecta, Amelia es tu hermana y será mi cuñada en cuanto te cases conmigo. —De nuevo le sonrió se acercó y la besó en la frente—. Duerme, cariño. Quiero que estés despejada por la mañana. Recuerda llevarte la pistola.
Giró la cabeza y miró por encima de su hombro hacía la mesa donde la había dejado. Antes de llegar al balcón Julianna lo llamó:
—Cliff. —Él se paró y la miró, y ella, señalando con el dedo hacia el escritorio, dijo—. Llévate eso, seguro que los devoras antes de llegar a casa.
Cliff miró una especie de hatillo y enseguida comprendió lo que era. Le sonrió como un niño al que acaban de darle una golosina y exclamó:
—¡Te acordaste! —Se acercó al escritorio, cogió el paquete y después fue rápidamente a la cama donde Julianna lo miraba sonriendo. Se inclinó sobre ella y la besó con ternura. Después elevó un poco la cabeza y la besó en la frente
—Eres un amor. Los devoraré en el carruaje, pues resulta que estoy hambriento. Gracias. Espero que cuando estemos casados te guste hacerme dulces.
De nuevo le sonrió con arrogancia satisfecha y se dirigió al balcón. Se giró una última vez para mirarla antes de irse y, por fin, salió.
Una vez en el jardín alzó la vista al balcón y pensó que esa mañana Julianna estaría en peligro y sintió una punzada de dolor en el pecho y mucha ira. Gruñó y se obligó a marcharse.