XXXVI

A través de la ventana, Claudia observaba los barcos en silencio. En uno de aquellos veleros llegó Xander y desde que lo conoció no había dejado de soñar que algún día embarcaría junto a él para empezar una vida nueva lejos de allí. Pero ya no era posible. Ella lo había destruido todo. Se dejó llevar por los celos, creyó las palabras de una niña en vez de las promesas del hombre al que amaba. Su padre plantó la semilla envenenada, pero él no conocía a Xander, para él no era más que un británico como tantos otros contra los que había peleado durante años. Ella quiso conseguir el amor de Xander y al mismo tiempo recuperar el de su padre, sin darse cuenta de que uno y otro eran incompatibles. Hizo su elección y ahora debía aceptar las consecuencias. Al menos encontraba el consuelo de descargar a Xander de una culpa que le pertenecía sólo a ella.

¿Cómo se despediría de su madre? La atormentaba abandonarla de nuevo sabiendo que nunca más volvería a verla. En ella había encontrado refugio y cariño al regresar a El Cabo cuando su padre decidió tomar de nuevo las armas. Ella nunca habló del reencuentro con él, ni tampoco de su dolor. Aunque su madre sintiera que el alma de Claudia estaba herida, nunca llegaría a imaginar la tortura por la que estaba pasando, solo la veía encaminarse todas las mañanas hacia la plaza del fuerte y permanecer allí hora tras hora, día tras día. Claudia persistía en su silencio y la madre prefirió respetar su sufrimiento y dejar que la herida, sea cual fuese, cicatrizara con el tiempo.

—Mamá —se acercó a ella y la abrazó.

—¿Qué te ocurre hija? —se estremeció.

—Me voy.

—¿A dónde? —gimió la mujer.

—Me voy con él. No me retengas ni lo hagas más difícil de lo que es. Hoy volveré al fuerte por última vez.

—¿No podré ni siquiera conocerlo?

Claudia se sentía desfallecer.

—Quiero que sepas que allá donde esté, siempre te tendré en el corazón. Voy a ser feliz, no tengas ninguna duda. Llevaba mucho tiempo esperando este momento, por fin se cumple el plazo.

—Pero no puedes irte así, dejarme de nuevo sin decirme dónde ni por qué —le temblaba la voz.

—Xander me espera. Nos vamos lejos.

—Que venga a casa, un solo día, una hora al menos. ¿Es tanto lo que te pido?

—No es posible —respondió con aplomo.

—No te dejaré.

—Entonces me iré por la fuerza. Por favor, confía en mí.

—Escríbeme al menos.

Claudia tragó mil espinas.

—Prometido.

Se abrazaron con fuerza, una madre desolada y una hija sin esperanza.

Aquella misma noche escribió una carta, que mojó varias veces con sus lágrimas. Se la daría a O´Clery para que la echase al correo dentro de varios meses, cuando ella seguramente estuviera ya muerta.

«Querida madre. Tal como prometí, aquí tienes la carta más dulce que haya escrito nunca porque todo salió como deseábamos. Xander y yo estamos por fin juntos y somos felices. Él dejó su uniforme y abandonó su carrera, por eso no puedo decirte dónde estamos, incluso esta carta te llegará por medio de un amigo. Aunque el Imperio es inmenso, el mundo lo es aún más. A pesar de la distancia tú sigues en mi corazón como el día en que nos despedimos en El Cabo.

Por más que había imaginado cómo sería la felicidad, nunca me hubiera atrevido a soñarla tal y como la estoy viviendo. Un solo día al lado de Xander compensa todos los esfuerzos y todas las penalidades. Tú me viste llorar días enteros frente a la ventana, por eso siento que hoy no me veas sonreír de nuevo.

Sé que nuestra separación te hizo un daño inmenso, tan de repente, sin explicaciones, pero no pudo ser de otro modo. Te dejé mientras caminaba en busca del hombre que hoy está a mi lado. Sí, fue injusto, pero al menos espero que mi dicha sirva para consolar tu soledad.

Siempre estaré a tu lado.

Claudia».

Temblando, cerró el sobre. Tampoco ella conocería nunca su sacrificio y moriría creyendo que en algún lugar del mundo su hija era feliz.