XXXV
Mientras Xander regresaba a la celda, O´Clery trataba de poner su mente en orden. Ahora debía sostener una mentira ante el tribunal, mostrarse convincente, no titubear. ¿Sería capaz? «Quizá con unos cuantos vasos de whisky», se decía.
El centinela le saludó al salir del fuerte dando un sonoro taconazo, él apenas devolvió un gesto. Sí, definitivamente necesitaba una copa, pero se prometió que aquella sería la última hasta el día del juicio.
En el centro de la plaza, a la sombra de un kiosco, una banda tocaba música de baile. Las criadas con sus delantales blancos empujaban los carros de los niños y los matrimonios charlaban en los veladores del café. Nada hacía pensar que a pocas millas de allí continuaba la guerra.
El teniente se sentó sin apoyarse en el respaldo de la silla. Estaba nervioso, tenso. El camarero hubo de preguntarle dos veces.
—Xander, Xander —hablaba en voz baja—. ¿Cómo saldremos de esta, amigo?
—Señor —oyó una voz que le hablaba con timidez.
—Sí, gracias —respondió sin prestar atención, suponiendo que le servían su whisky.
—Señor. —Insistió.
O´Clery levantó la vista y se quedó petrificado.
—¡Usted! —Pudo articular, tartamudeando.
—Sí. Soy yo ¿Puedo hablarle?
Desconcertado, acercó una silla su mesa y la invitó a sentarse.
—¿Claudia?
Ella asintió con un leve gesto.
—Usted es el teniente amigo de Xander. ¿Verdad? ¿Me recuerda? Nos vimos en el hospital durante el asedio.
—Sí. En efecto.
—¿Ha venido a visitarlo? Por favor, dígame cómo está. —La mujer se retorcía las manos llena de ansiedad.
El irlandés trató de serenarse, la miró de nuevo y encontró a una mujer bella pero cargada de dolor.
—Albertson está bien. Dentro de lo que cabe en sus circunstancias, claro. Detenido, insultado, a punto de ser condenado. —Claudia aceptó el reproche—. ¿Qué hace usted aquí? —preguntó con aspereza.
—Vengo todos los días desde que supe que estaba en la ciudad. Al menos estoy cerca de él aunque no lo sepa. Observo las ventanas por si apareciera tras alguna de ellas. Hoy mismo me ha parecido haberlo visto y creí desfallecer, pero fue solo un instante.
El teniente recordó la frase de su amigo y no pudo callar.
—No se ha engañado, era él. Y si no me equivoco, Xander la vio a usted y también creyó equivocarse.
—¿Era él? —exclamó alzando la voz.
—¡Calle, por favor! Prefiero que no nos miren.
—Oh. Sí, perdón —respondió en un susurro.
O´Clery trataba de ver en ella a la mujer que había arruinado la vida de su amigo, pero sintió que su dolor era tan intenso como el de Xander, seguramente mayor por el tormento de la culpa.
—Xander está bien, como le dije… —dudó si añadir algo más a su frase— y me ha preguntado por usted.
—¿No se ha olvidado? —habló con el alma en los labios.
—¿Olvidarla? Parece que no le interesara ni su propia defensa. Solo piensa en su familia y sobre todo en usted. Todavía sigue enamorado.
Ella no pudo contestar.
—Me ha contado lo que ocurrió en la estación —continuó el teniente—. Prefirió perderlo todo con tal de demostrarle su sinceridad.
Claudia no pudo seguir reteniendo las lágrimas. Los sentimientos se agolpaban en su mente, un remordimiento atroz y al mismo tiempo una alegría infinita por saber que, a pesar de todo, Xander no la odiaba. Siempre había tenido un corazón generoso pero cualquiera hubiese entendido que le guardara rencor. Sin embargo, todavía la amaba.
—Claudia, serénese, guarde el llanto para cuando esté sola. Ahora no, por favor.
—Sí, sí, perdóneme de nuevo. —Se limpió con el dorso de la mano—. Ha sido usted muy generoso al venir a visitarlo. Kimberley queda tan lejos.
—No ha sido una visita de cortesía. Xander me ha designado su defensor. He venido para preparar el juicio.
—¡Usted! ¿Es letrado?
—No, solo amigo, y no sé si Xander ha tomado la mejor decisión al elegirme. Aún estoy a tiempo de renunciar pero sería una traición que nunca podría perdonarme. Y si no estoy a la altura y le condenan…
Claudia respiró profundamente.
—Entonces ya no me cabe duda. Si usted es el defensor, sé que debo hacerlo.
—¿Hacer qué? —preguntó con miedo a la respuesta.
La joven rebuscó las palabras. Intentó comenzar la frase varias veces pero las ideas no encontraban la forma adecuada. Finalmente habló.
—Teniente, yo soy la culpable de todo esto. Me alegro de que no intente fingir sorpresa ni contradecirme, no tendría sentido. Desde la hora en que lo dejé atrás en medio de la tormenta supe que había destruido su porvenir y no he dejado un instante de pensar en cómo devolvérselo. Es justo, una libertad por otra, una vida por otra.
—No la entiendo.
—Es sencillo. Voy a presentarme ante el tribunal y a declarar la verdad. Ayúdeme a cargar con la culpa, porque es solo mía.
—¿Está usted loca? —Entonces fue O´Clery quien levantó la voz—. ¿No le ha hecho ya bastante daño? Aléjese de él si en verdad le ama. Sea generosa dejándole marchar aunque sea a un calabozo, permitiéndole borrarla de su memoria. Apártese, por favor.
Claudia sintió aquellas palabras como si fueran puñales atravesando su carne.
—No. Por nada del mundo deseo herirlo más de lo que ya lo he hecho. Le amo y por eso estoy dispuesta a dar este paso. Será a mí a quien condenen. Yo confesaré que engañé a Xander, que fingí que el prisionero me tomaba como rehén.
—Querrá decir su padre.
—Sí. Veo que Xander se lo ha contado todo.
—Me alegro de que lo haya hecho, pero no tengo la más mínima intención de explicárselo yo a los jueces. Su testimonio no servirá de nada. La versión que sostendremos será muy sencilla: él salvó al guardia y cuando el prisionero la atrapó a usted, Xander impidió que le disparasen para no herirla, aún a costa de perder al prisionero y su caballo.
—No se lo creerán. Seguro que habrá testimonios en su contra. Él decía que en su regimiento algunos le tachaban de amigo de los boers.
—Sí, es cierto. Los informes han llegado.
—Entonces solo mi testimonio puede salvarlo.
—Él no lo consentirá y al final habrá dos condenados en vez de uno. Insisto: aléjese de él para siempre.
—No —contestó ella con serenidad—. Si yo confieso, los jueces tendrán una cabeza sobre la que descargar la culpa, y preferirán castigar a una maldita bóer en lugar de un teniente de los Ingenieros Reales. Una vez que yo reconozca haberlo engañado el juicio estará decidido.
—¿Y usted cree que Xander no dirá nada? Se pondrá en pie y gritará a todos lo que ocurrió. Que él la ama, que el prisionero era su padre y que aceptó dejarle huir por demostrarle su amor. Y en ese momento, todo estará perdido.
De un trago apuró su vaso.
—Por eso le necesito a usted, teniente.
—No me pida lo que no puedo hacer.
—Sí podrá, así salvará a su amigo. Consiga que cuando yo declare Xander no esté en la sala. Pida hacerlo a puerta cerrada, usted es su defensor, no se lo impedirán. Engañe a Xander. O si lo prefiere, le entregaré una confesión por escrito.
—De ningún modo. Más tarde o más temprano acabaría sabiéndolo.
—No, si usted no dice nada. Él creerá que su absolución se ha debido al esfuerzo de su amigo o a la benevolencia de los jueces. No tiene por qué enterarse de que otra persona cargó con la culpa. Déjeme hacerlo, se lo suplico. —Le miró con los ojos de nuevo llenos de lágrimas.
O´Clery no tuvo fuerzas para sostener aquella mirada. Ella tenía razón, nadie podía relatar lo que ocurrió en la estación salvo sus tres únicos actores. Si ahora aparecía la mujer y declaraba haber engañado al teniente, con seguridad sería absuelto, pero ¿a cambio de qué?
—Claudia. Usted sabe a lo que se enfrenta.
—Sí.
—Pues déjeme recordárselo: a la muerte. Será tratada como espía o como delincuente. Dicen que la guerra está a punto de acabar y que ya se están negociando las condiciones de la paz. Dentro de poco los deportados regresarán a sus casas y habrá que reconstruir un país destruido. Los combatientes saldrán en libertad si no tienen más delito que haber peleado en el campo de batalla, en cambio, usted será condenada por haber intentado asesinar a un soldado. La espera la horca o el pelotón. Esas serán sus dos únicas alternativas.
Claudia se estremeció, pero finalmente pudo responder con una entereza sobrecogedora.
—Lo sé. Y lo acepto. Xander decidió dar su vida por mí, ahora es mi turno. Solo siento no poder despedirme y morir sin que él lo sepa, pero es mejor así. Le deseo toda la felicidad del mundo, toda la que yo no he podido darle, la paz que le robé y ahora le devuelvo. Hubiéramos sido felices juntos pero yo lo destruí todo con mis celos y mi desconfianza. Sí, yo soy la responsable. Moriré feliz de darle mi vida ya que no ha sido posible compartirla con él.
—Eso que dice es terrible. Por favor, no sea insensata. —O´Clery apenas era capaz de articular las palabras.
—Pero usted sabe que es lo justo y el único medio de que Xander recupere su honor y su libertad. No me lo impida.
El teniente tardó unos segundos en responder. Miró a Claudia y entendió que Xander se hubiera enamorado de ella hasta el extremo de entregarle su porvenir. Sí, era una mujer excepcional, de esas personas que pocas veces se cruzan en el camino y cuando lo hacen dejan su huella marcada a fuego. Pero Xander era su amigo y ella la culpable de su tragedia. Se ofrecía a remediar el mal sacrificando su amor y su vida. ¿Era justo? Claudia había cometido un inmenso error pero su expiación significaba la muerte. Sin embargo, aquella era su voluntad y la había expresado con tanta firmeza que de uno u otro modo encontraría la forma de comparecer ante el tribunal y confesar su culpa.
—Si ese es su deseo… el juicio será dentro de dos días. —O´Clery apartó la vista de los ojos de Claudia, desolado por la vergüenza—. Preséntese en la puerta principal y diga que viene a declarar en el juicio del teniente Albertson como testigo de la defensa. Yo habré dejado el aviso a los centinelas. Intentaré que Xander no esté en la sala, de lo contrario, estaremos perdidos.