XXX

—¿Qué está ocurriendo? —exclamó mientras desenfundaba la pistola.

—¡Xander! —exclamó.

Los boers retrocedieron al ver el arma pero el padre seguía apretando el cuello del soldado caído que aún se aferraba a su arma.

—Suéltalo o te vuelo la cabeza. No te lo volveré a repetir —insistió viendo cómo el soldado gorgoteaba, ya sin aire en los pulmones.

La pistola apuntaba directamente al rostro del prisionero y la actitud del teniente no parecía de falsa amenaza. Pronto el soldado se vio libre y, tosiendo, se puso en pie apoyándose en el fusil.

Xander no comprendía nada, pero ella estaba allí.

—Ve a buscar refuerzos. Corre —ordenó al soldado—. Yo vigilo al prisionero.

Los tres se quedaron solos.

—¿Claudia?

—Xander, yo…

Paulus miró a su hija y le habló en inglés:

—¿Es él?

—Sí —contestó la joven con un hilo de voz.

—¿Así que tú eres el bastardo que ha engañado a mi hija?

—¿Tu hija? —repitió mirando a Claudia.

—Sí. Es mi padre.

Tras unos segundos de desconcierto, Xander asintió.

—Y ella es una mujer fiel a su sangre —dijo el bóer—. No como tú, miserable.

Sin bajar el arma, se acercó un paso a Claudia.

—¿Por qué estás aquí?

—Ya lo sabes —respondió con la voz entrecortada—. Te vas a casar. Me has mentido.

—¡No! ¡Nunca! Eso es lo que te ha contado una niña y has creído sus palabras antes que las mías. ¿Tanto desconfías de mí? No voy a casarme con nadie si no es contigo. Te lo juro por mi honor. ¡Te amo! ¿Hace falta que lo grite?

—¿Es eso cierto? —preguntó, con la esperanza renaciendo en los ojos.

—¿Qué prueba necesitas?

Ella permaneció inmóvil, con el cabello revuelto por el viento.

—Hija, no le creas. Trata de engañarte de nuevo. ¿No lo ves?

—Padre, yo…

—Te miente. Todavía podemos huir, vamos —y mirando a Xander le habló con rabia—. Si realmente la quieres demuestra que eres digno de ella, entrégame esa pistola.

—¡No, papá!

—¿Por qué? Ahora debe elegir entre su uniforme y la mujer que dice amar. Claudia, no volverás a encontrar una ocasión como esta para que demuestre lo que de verdad siente.

—Pero eso le convertiría en un traidor.

—A cambio, jamás dudarías de él. El precio es alto, sí, pero tú vales mucho más, hija.

Xander palideció.

—No —repuso Claudia—. ¿Intentas manipularme? Si él te da su pistola lo matarás.

El padre no pudo ocultar un destello de odio en la mirada.

—No dejes de apuntarle, Xander. No lo hagas.

—¿Tú te llamas hija mía? ¡Maldita seas! ¿No ves que nosotros vamos a la muerte y él te abandonará en cuanto salga el tren? No seas débil. Es un inglés, no tiene palabra ni honor.

Xander respiró hondo y guardó la pistola en su funda.

—Marchaos.

—¿Qué dices? —gimió Claudia.

—Marchaos ya. Claudia, no puedo darte más pruebas de mi sinceridad, estoy ayudando a huir a un enemigo ¿qué más necesitas? —Y mirando al otro hombre añadió—: Toma mi caballo y llévate a tu hija.

De un salto, el padre la rodeó por la cintura y montó sobre el animal.

—¿Pero qué hace, mi teniente? ¡Deténgalos! —La voz del sargento, acompañado de cuatro soldados, se oía muy cerca. Corrían cargando las armas.

—¡Quietos! ¡No disparéis! Podríais matar a la enfermera, se la lleva como rehén.

Xander se interpuso entre los militares y los fugitivos, dándoles tiempo a que su imagen se diluyera en la polvareda.

Tras un instante de confusión, sonó un disparo y luego otro, pero el galope siguió escuchándose hasta apagarse en la lejanía.

—Teniente —le habló el sargento mortalmente serio—, entrégueme su arma. Queda detenido.