• Epílogo

 

—¡Una más!— insistió el fotógrafo.

Allegra se quedó quieta para otra toma y luego se dirigió hacia la fiesta. Estaba desando ver las fotos por la mañana porque seguro que tenía un aspecto distinto, seguro que a ojos del mundo sería obvio lo que acababa de ocurrir: que la feliz pareja se había enamorado. Que su cuerpo todavía ardía. Pero el fotógrafo quería una última foto oficial, porque aquella noche no estaban permitidas las cámaras. Cuando los recién casados entraron y las puertas se cerraron tras ellos, Allegra experimentó una sensación de alivio. El día había transcurrido de forma maravillosa, a ver qué sucedía con la noche.

—Estás preciosa —Bobby sonrió cuando su hija entró y le ofreció una copa de champán—. Ah, no he tenido oportunidad de decírtelo antes, Zoe —se giró hacia la reina—. Estás muy guapa. Me encanta el pelo.

Alex no dijo nada hasta que estuvieron a salvo en la pista de baile. En público seguía estando de servicio, aunque fuera su noche de bodas. Pero mientras bailaban podían hablar en susurros sin que nadie les escuchara. El amor entre ellos era palpable. Porque cuando Izzy empezó a cantar, cuando las parejas mayores empezaron a bailar, todo el mundo pudo ver cómo se reía por algo que Alex le dijo:

—Está coqueteando.

—Claro que no— Allegra se rio—. Es que papá es así.

—Mi pobre padre— gimió Alex al ver cómo Eduardo sostenía a su mujer con más fuerza.

—Nunca ha sido tan feliz— Allegra sonrió y le apoyó la cabeza en el hombro de Alex. Escuchó cómo la gloriosa voz de Izzy inundaba el salón. Aunque había querido quedarse en la cama, ahora sentía que podría quedarse felizmente en aquel momento para siempre, bailando con su marido y rodeada de su familia.

—En seguida empezarán los discursos— Alex la agarró con más fuerza—. Podrías darle a tu padre el libro en ese momento.

—¿Por qué no se los das tu como parte de tu discurso?— le pidió ella—. Eso me gustaría.

—Después de todo, tú has lanzado tu ramo— Alex sonrió—. ¿Te gustaron las flores que añadí?

—¿Fuiste tú?— preguntó Allegra maravillada.

—Sí. Ahora cada vez que recorro Santina y veo esas flores por todas partes, siempre pienso en ti.

—Las malas hierbas— bromeó Allegra.

—No, voy a cambiarles el nombre. Será la flor nacional, la estrella de Santina. Me he dado cuenta de que para nosotros son algo normal, pero para el resto del mundo resultan extraordinarias— la besó en la mejilla—. Igual que tú para mí.

¡Felicidades, Alex y Allegra, príncipes herederos de Santina!

Hemos echado un vistazo dentro de los muros de palacio para ofrecerles la última hora del resto de la familia real de Santina: