• Cuatro

 

—El comportamiento de tu familia ha sido espantoso— murmuró Alex entre dientes cuando se dirigían hacia sus suites.

—Y eso es exactamente lo que tú querías— afirmó Allegra—. Por eso te aseguraste de que hubiera un fotógrafo para captar cada terrible momento. Espero que estés contento.

—Se me ocurren otros muchos adjetivos para expresar cómo me siento— Alex tenía en realidad un conflicto. Era cierto que buscaba un poco de escándalo para demostrarles a su familia y al pueblo de Santina lo distintos que eran. No podía creerse lo bien que se habían tomado sus padres la noticia. Su madre se había echado a llorar al verle, encantada de que su hijo hubiera vuelto a casa. Y aunque su padre no fue tan expresivo, se lo llevó a un aparte y le dijo que para él era un alivio que estuviera dispuesto a asumir sus deberes reales. Aunque no le comentó nada al respecto, Alex leyó entre líneas que la salud de su padre no estaba en su mejor momento. Desde su regreso a Santina, se había dado cuenta de que pronto llegaría el momento de ocupar el puesto para el que había nacido. Pero ya no sería con la pulcra presencia de Anna, una mujer que entendía su papel, que entendía el modo de ser de los habitantes de Santina.

Al día siguiente los periódicos no hablarían más que del comportamiento de los Jackson, que había sido escandaloso. Y por supuesto, eso le salpicaría a él. Su familia pensaría que se había vuelto loco. Matteo estaba abatido. Hassan, su mejor amigo, le había preguntado directamente si había perdido la cabeza.

—No ha sido tan grave— trató de disculparse Allegra.

Sí, su familia se había quedado asombrada, pero también se había alegrado por ella de corazón, no como los invitados de la realeza y los amigos de Alex, que respondieron con frialdad y desprecio a la exuberancia de los Jackson.

Todavía quedaban algunos invitados que salían del salón de baile y se dirigían no solo al jardín, sino también, ya que eran familia de Allegra, a las habitaciones del palacio. Aunque les defendiera, estaba mortificada por el comportamiento de los Jackson, desde su llegada a la isla hasta su actitud gritona y exagerada en la formal fiesta. En ese momento se dirigían a sus suites; la farsa había terminado y Allegra sintió ganas de llorar.

—Tu familia tampoco ha estado muy bien.

Alex se detuvo sobre sus pasos y se giró para mirarla.

—¿Qué demonios quieres decir con eso? Mi familia ha sido muy cortés.

—Se han dedicado a mirar a la mía por encima del hombro— Allegra hizo un esfuerzo por contener sus emociones. Un pasillo, por muy elegante que fuera, no era el mejor lugar para mantener aquella discusión. Y el fotógrafo de la revista de cotilleos todavía seguía por ahí. Pero en aquel momento no le importó que la escucharan—. Matteo ha apartado a Izzy del micrófono y la ha sacado de la fiesta de su propia hermana. Lo único que ella quería era cantar.

—Es una fiesta de anuncio de compromiso de la familia real, no un karaoke. Ya hablaremos de esto más tarde— afirmó Alex haciendo un esfuerzo para no gritar, pero lo cierto era que nunca se había visto algo así en palacio.

Observó el rostro angustiado de Allegra y pensó que estaba a punto de estallar. No lo entendía. Después de todo, era su familia la que había hecho el ridículo. Desde su hermana bebida tratando de cantar hasta el balbuceante discurso de su padre. Menos mal que no iba a formar parte de verdad de aquella familia.

—Subamos.

Allegra no quería subir, no quería verse otra vez encerrada en la torre, en la habitación que recorría arriba y abajo desde su llegada a Santina. Apenas había visto a Alex o, mejor dicho, a Alessandro, como le había dicho que debía llamarle a partir de entonces. Aquella era prácticamente la primera vez que se encontraban a solas, y estaba cansada de actuar para las cámaras. Al día siguiente su familia iba a ser ridiculizada en periódicos y revistas.

—Nunca había conocido a gente tan estirada y fría— Allegra no se achantó ante su mirada. No aceptaría sus palabras de desprecio, aunque fueran merecidas. Se le escaparon unas lágrimas de frustración—. Al menos mi padre nos ha deseado lo mejor.

—Estaba borracho— le recordó Alex—. Y disculpa si me equivoco, pero si no recuerdo mal ha dicho que estaba encantado de que hubieras encontrado tan buen partido.

—Al menos lo ha intentado— dijo ella.

Alex no podía creer lo que estaba oyendo.

—Ni siquiera ha podido volver al hotel. Está durmiendo la mona en una habitación de invitados. ¿Y dices que lo ha intentado?

—Así es mi padre— Allegra trató de explicarle a aquel hombre arrogante y frío que el comportamiento irreverente de Bobby Jackson era lo que le hacía encantador—. Al menos él no mira a los demás por encima del hombro ni…

No pudo terminar. Si lo hacía, haría el ridículo echándose a llorar. La noche había sido un fracaso. Su estancia en Santina estaba siendo un fracaso. En cuanto aterrizaron allí, Alex se convirtió en uno de ellos. ¿Qué había sido del hombre que conoció en Londres?

—Has cambiado— le acusó.

Pero eso solo sirvió para irritarle más.

—Por supuesto que sí. Aquí soy el príncipe heredero.

Era tan frío y distante como su padre. Aquella noche en la que le habían presentado al rey y ella estaba tan petrificada por los nervios, Alex solo le había hecho un comentario de pasada sobre su transformación. Se había puesto un elegantísimo vestido rojo y llevaba el pelo alisado y brillante, pero estaba claro que no había pasado la prueba. Había escuchado los bufidos de desprecio del rey, las miradas desaprobatorias de su familia. Podría haberlo soportado si Alex le hubiera dirigido algunas palabras de ánimo. Si hubiera sido real, si estuvieran enamorados.

—Bueno— Allegra se puso en marcha otra vez y él la siguió—. Ya tienes lo que querías. Tú lo planeaste todo.

Alex quería dejar el tema así. Tenía que contarle a Allegar algo un poco difícil, un inesperado giro en los acontecimientos que no se iba a tomar muy bien y que no quería explicarle allí. No quería que los vieran peleándose en un pasillo. Después de todo, se suponía que estaban enamorados. Así que la agarró de la muñeca, abrió una puerta, la primera que encontró, y cuando iba a entrar con ella se encontró con la visión de una pareja. Bueno, con las piernas y los brazos de una pareja. Habían llegado tan lejos que ni siquiera se dieron cuenta de que alguien había entrado.

—Cielo santo— Alex cerró la puerta y se quedó en el pasillo. El palacio se había convertido en una discoteca cutre. Se dio la vuelta esperando ver un gesto horrorizado en Allegra, pero para sorpresa suya, ella tenía los ojos en blanco y sonreía—. ¿Te parece divertido?

—Al menos ellos se están divirtiendo.

—¿No te resulta aborrecible?

—Creo que es maravilloso— no era cierto. Pero quería escandalizarle, provocar en él alguna reacción—. Al menos ellos sí saben cómo pasar un buen rato.

Alex no quiso entrar al trapo. Pero como el pasillo estaba vacío, le pidió explicaciones sobre la frase que había dicho antes y que le había puesto furioso.

—¿Qué has querido decir con lo de que yo lo planeé todo?

—Te aseguraste de que hubiera fotógrafos— le recordó Allegra.

—Para demostrar que estamos profundamente enamorados— aseguró él sacudiendo la cabeza.

—Tu plan era avergonzar a mi familia, asegurarte de que no cupiera duda de que yo no soy la mujer adecuada.

—Tu familia ya se ha encargado de eso ella solita— afirmó Alex. Pero se sintió culpable—. Vamos —la tomó de la mano.

Allegra no quería callarse. Cuando llegaran al final de pasillo, cada uno seguiría su camino y ella tenía muchas cosas que decir.

—Quiero hablar.

—Y hablaremos— aseguró Alex—. Ahora que estamos oficialmente prometidos vamos a dormir juntos.

—¡Ni hablar!

—No he dicho acostarnos juntos— se apresuró a explicar—. He hablado con mis padres sobre lo arcaico que resulta eso de los matrimonios concertados. Esta es la forma que tienen de demostrarme que han entrado en el siglo veintiuno. Ahora que estamos oficialmente prometidos podemos compartir cama.

—No— la reacción de Allegra fue instantánea.

Pero en aquel momento Alex escuchó un ruido a su espalda, se dio la vuelta y vio al fotógrafo de la revista de cotilleos que estaba a punto de entrar en el pasillo justo cuando Allegra explotó.

—Si has pensado por un momento que voy a…— comenzó a decir ella.

Alex no tuvo elección. Solo había una manera de callarla. Apretó la boca contra la suya, pero ella no estaba dispuesta y apartó la cabeza. Iba a seguir protestando, así que la colocó contra la pared, le tomó la cara entre las manos y la besó.

Apretar los labios no le estaba sirviendo de nada, así que Allegra abrió la boca para gritar. Pero entonces él la besó con más fuerza, movió las manos con rapidez y le sujetó las muñecas. Allegra estaba furiosa. No le importaba que hubiera un fotógrafo. No en balde era la hija de Bobby Jackson. Podía ser todo lo ruda que quisiera, así que alzó la rodilla dispuesta a darle en el blanco.

Se libró solo gracias a que dejó de besarla justo antes de que hiciera contacto. Se quedó paralizado.

—No lo hagas.

Allegra le miró y, por primera vez desde su llegada a aquella maldita isla, le vio desconcertado.

—No te atrevas— murmuró.

—Vaya, al fin una reacción —le desafió—. ¿Te preocupan las joyas de la corona? —se burló hablándole al oído—. Me sorprende que no estén protegidas.

Allegra era consciente de los flashes de la cámara y se apartó de él.

—O tal vez lo estén— se rio entre dientes y movió las manos como si quisiera comprobarlo.

Alex le sujetó con más fuerza las muñecas para detenerla. No solo porque tenían una cámara delante, no solo porque el príncipe heredero no podía ser visto en aquella situación, sino también porque estaba duro como una piedra. Escuchó su propia respiración agitada y también podía oír la de ella; sintió sus senos apretados contra el pecho. No podía pensar, estaba listo para el desafío. Le soltó la muñeca porque quería que le pusiera la mano donde antes pretendía. Pero ella no lo hizo.

—Creí que ibas a cachearme.

—Hay una cámara.

No dijo nada más, pero Allegra tampoco le hubiera escuchado. La cabeza le daba vueltas y sentía un bramido en los oídos. Tenía la cara ardiendo cuando un lacayo abrió la puerta de un ala privada. Pasaron por delante de varias habitaciones y luego se abrieron unas puertas dobles de madera y entraron en el dormitorio de Alex. Si hubiera tenido un momento para pensar, se habría dado cuenta de que era probablemente la habitación más bonita que había visto en su vida. Tenía los techos altos, intrincados paneles de madera y estaba encendida la chimenea para combatir el frío de las noches de primavera. Las cortinas y los muebles eran exquisitos, pero ella apenas los miró. Lo que más la asustaba era la enorme cama. Y de pronto fue consciente de que las doncellas de palacio estaban esperando. Tenía la esperanza de poder cerrar la puerta y discutir privada y acaloradamente con Alex. Eso no formaba parte del trato. Pero la guiaron hacia un vestidor. Hacia su vestidor, al parecer, porque Alex se dirigió a otro.

Se quedó allí de pie sintiéndose tremendamente incómoda mientras le bajaban la cremallera del vestido.

—Ya puedo seguir yo sola, gracias— no necesitaba que nadie la desvistiera.

Pero la doncella no se iba. Allegra se quitó el vestido de baile y la joven lo recogió y le dio un camisón minúsculo que no era el que ella había comprado.

—Ya puedo seguir sola, gracias— repitió.

—Por supuesto— respondió la doncella—. Necesito las joyas. Para guardarlas en sitio seguro.

Una vez sola, sin joyas ni vestido, Allegra escuchó a Alex desvestirse y decirle al ayuda de cámara lo que quería ponerse al día siguiente para el almuerzo. Quedaba claro que estaba acostumbrado a desnudarse y dejar la ropa tirada y que alguien se la recogiera.

Allegra se quitó la ropa interior y se puso el camisón. Estaba nerviosa y furiosa al mismo tiempo por tener que compartir cama con él. Quería su propio espacio para acurrucarse y pasar la noche a solas. Y sí, quería recordar sus besos, revivir el sabor de sus labios, el embriagador placer que había sentido aunque todo hubiera sido para la cámara. Quería recordarlo todo a solas, necesitaba un poco de espacio antes de poder volver a mirarle a la cara. Pero en cambio tenía que pasar la noche con él. Entonces le escuchó más de cerca, oyó cómo le daba las gracias al ayuda de cámara y le decía que no le necesitaría más aquella noche.

—El desayuno a las siete— le ordenó—. Y los periódicos, por supuesto.

Allegra escuchó cómo se cerraba la puerta y luego el silencio y se quedó allí quieta.

—¿Allegra? Ya estamos solos.

Por eso no quería moverse de allí. Pero Alex no tenía por qué saber que estaba nerviosa, así que le mostraría su rabia. Salió del vestidor sintiéndose completamente incómoda con aquel camisón de encaje tan corto. No se ponía camisón desde que tenía cuatro años, y por supuesto entonces no le llegaba a medio muslo ni tenía tirantes tan finos que sin duda se le bajarían en mitad de la noche. Estaba más acostumbrada a dormir en camiseta o en pijama.

También estaba acostumbrada a dormir sola con un libro. Alex estaba sentado en la cama leyendo los mensajes del móvil. Desnudo, al menos de cintura para arriba. Alzó la vista cuando la oyó entrar y luego volvió a clavarla en los mensajes.

—Y a mí que no me gustaban los vestuarios colectivos. Esa doncella esperaba que me desnudara delante de ella. ¿No sabéis cómo desvestiros solos? Se ha llevado el vestido y las joyas…

Alex no respondió. Desde que estaban en Santina no habían hablado de nada y Allegra ya estaba harta.

—Esto no es lo que…— comenzó a decir con voz temblorosa.

—Ya lo sé —la atajó él—. Pero no podemos hacer nada al respecto. No te preocupes —la tranquilizó—. Dormiré en el sofá.

Se levantaría en seguida. Pero en aquel momento, la visión de Allegra en aquel minúsculo camisón, su belleza, implicaban que por decencia se quedara unos instantes a cubierto y siguiera leyendo el mensaje de su hermano mientras ella continuaba hablando nerviosamente.

Allegra se sentó al borde de la cama, todavía indignada por la insinuación de la doncella.

—Como si fuera a huir en medio de la noche con las joyas reales de Santina.

—Yo no pondría la mano en el fuego por tu padre —Alex se rio entre dientes—. O por Chantelle. Antes tenía un puesto en el mercado, según me contaste. Tal vez… —su intención era hacer una broma para aligerar la tensión, pero al mirarla y ver su expresión se disculpó al instante—. Lo siento, Allegra. Solo era…

—Una broma —ella le miró fijamente—. Eso es mi familia para ti —cerró los ojos un instante—. El discurso de papa… Es una buena persona, y lo veríais si alguien de tu fría familia le diera una oportunidad.

—¡Fríos!— Alex alzó las cejas con cierta molestia—. Mi madre se echó a llorar al ver que había regresado. Eso no es frialdad.

Allegra no iba a discutir sobre su familia, y era una pérdida de tiempo y de energía quedarse allí sentada defendiendo a la suya.

—Tu habitación es impresionante— miró a su alrededor porque eso era mucho más seguro que mirarlo a él. Se fijó en la elegancia de la estancia, en la ornamental chimenea y en los techos.

—No es mía. Bueno, ahora sí. Esta es mi primera noche aquí. Al parecer la he heredado, esta es el ala real, donde duerme el soberano. Aunque me la han cedido antes de tiempo.

—¿Es el dormitorio de tus padres?

Alex se rio sin ganas.

—Hace veinticinco años. Cuando tuvieron sus hijos se trasladaron a alas separadas. Esta estaba cerrada desde entonces.

—¿Tus padres duermen separados?

—No tendría que haberlo mencionado.

—¿Tienes miedo de que se lo cuenta a la prensa?

—No he pensado ni por un instante que harías algo así, pero si puedes evitar contárselo a tu familia…

—Con qué facilidad les insultas— dijo Allegra.

—No era mi intención. Tienes razón, mi familia no es precisamente cálida. Tienen la responsabilidad del gobierno de Santina. No hay tiempo para…

—Vamos, Alessandro— estaba empezando a llamarle por su nombre de pila—, claro que se puede sacar tiempo. Cuando se cierran estas maravillosas puertas de madera… —no siguió. No tenía ningún sentido hacerlo. Si ella fuera la reina y Alessandro el rey, por muy duro que hubiera sido el día, por mucho que pesaran las responsabilidades…, pero no tenía sentido pensar en ello porque al día siguiente la prensa clamaría para que se marchara de allí.

—Tienen cosas más importantes de las que preocuparse que mantener viva la pasión— Alex puso los ojos en blanco al pensarlo y dirigió sus pensamientos hacia el día siguiente, cuando sabrían el veredicto del pueblo. Sin duda exigirían que renunciara a su derecho al trono si insistía en casarse con aquella novia tan poco adecuada para el papel de reina.

Y desde luego era poco adecuada, se recordó Alessandro.

Después de todo, le había pagado para que lo fuera. Incluso con aquel vestido rojo tan elegante estaba fuera de lugar. Él habría preferido verla con los pantalones sin forma que llevaba puestos cuando la conoció, no encorsetada con todas la curvas ocultas y contenidas. Pero ahora que estaba sentada en su cama con el flequillo a un lado y los rizos oscuros algo alborotados, sin joyas al cuello y sin el confinamiento del vestido, su cuerpo resultaba atractivo y femenino bajo el delicado camisón. Era esbelta y, al mismo tiempo, tenía curvas. Los senos eran más grandes de lo que había imaginado. Y sí, se los había imaginado varias veces aquellas últimas semanas. Cuando pensaba que ya era seguro salir de la cama, volvía a ser otra vez peligroso.

—Pensé que ibas a ir al sofá —estaba harta de aquello, cansada de todo. Y la cama era grande, como cinco suyas. Así que retiró las sábanas y se metió dentro—. Supongo que me lo puedo tomar como si fuera un campamento. No se puede escoger con quién duermes —le miró—. Supongo que tú nunca has ido a un campamento.

Alex no respondió. Había vuelto a centrase en los mensajes. Así que Allegra sacó el móvil y se puso unos auriculares.

—¿Qué estás haciendo?

—Bueno, la conversación no fluye precisamente, así que me voy a dormir. Me gusta escuchar música antes de dormir —dijo Allegra. Porque por muy cansada que estuviera, no sería capaz de dormirse con Alex en la habitación—. Bueno, no es exactamente música —estaba un poco nerviosa porque él seguía en la cama—. Son más bien sonidos de la naturaleza.

Alex la miró con estupefacción, así que se explicó.

—Escucho el sonido del mar. Me relaja— se rio entre dientes—. Al menos hasta que se acaba la grabación.

—Podrías abrir la ventana y ya— dijo Alex—. Ah, pero eres londinense.

Como las cosas se habían calmado, se levantó de la cama. Él se sentía un poco más conforme con la situación, en cambio Allegra no lo estaba.

Los pantalones negros de seda del pijama descansaban en las caderas y acentuaban la longitud de sus piernas. Y si aquella noche en Londres estaba muy guapo, pensó ella, en ese momento iba todavía más allá. Le brillaba la espalda y tenía los músculos tensos cuando cruzó la estancia y abrió las puertas del balcón. Allegra agradeció la ráfaga de aire fresco que se coló en la habitación, porque le quemaba la cara. También agradeció el sonido del mar: seguramente acallaría el latido de su corazón.

—Lo auténtico es siempre mejor— aseguró Alex.

Lo auténtico estaba frente a ella en ese instante, el sueño hecho realidad, el hombre, la vida que apenas había atisbado pero que quería que fuera real porque todavía podía saborear sus besos y siempre recordaría la gloria de estar entre sus brazos. Y allí estaba, completamente relajado, tal vez incluso un poco aburrido, mientras ella trataba de tranquilizarse en la enorme cama.

Aquella noche había servido para acentuar lo distintos que eran, la brecha que separaba su educación, lo imposible que resultaba aquella unión. Y quedaría demostrado al día siguiente, o tal vez ya había pasado. Alex había comentado que muchos invitados habían estado escribiendo en el móvil. Sin duda, los escandalosos Jackson serían trending topic en Twitter. Vivían en mundos distintos, pero esa noche al menos estaban en la misma habitación.

Alex agarró una manta y puso varias almohadas en el sofá. Cuando hubo hecho su cama provisional, le advirtió:

—He puesto la alarma a las siete menos veinte. Vendrán a las siete, así que no te lleves el susto de tu vida cuando me meta en la cama. No quiero decepcionar a las doncellas.

Alex trataba de hacer una broma, pero, ¿cómo demonios se suponía que iba a dormir ella con aquel glorioso espécimen de hombre en la habitación? Un hombre que la había besado, un hombre con el que su mente soñaba. ¿Cómo iba a dormir sabiendo que cuatro horas más tarde estaría metiéndose a la cama con ella?

—Buenas noches entonces— se inclinó para apagar la luz de la mesilla de noche cuando Alex se tumbó en el sofá.

—Buenas noches, Allegra.

Al inclinarse, los delicados tirantes del camisón le resbalaron por los hombros tal y como había predicho, dejando escapar uno de sus senos. Mortificada, no alzó la vista. Confiaba, solo confiaba en que no estuviera mirando. Consiguió apagar la luz, murmuró un «buenas noches» y se escondió bajo las sábanas escuchando las olas y tratando desesperadamente de no pensar en el hombre que estaba en el dormitorio.

Un hombre que tampoco podía dormir. La última imagen que vio antes de sumirse en la oscuridad fue la de un seno suave que colgaba sensualmente.

¿Cómo diablos iba a dormir después de eso?