• Quince

 

—¡Ni siquiera has podido esperar a que pasara la boda!— Allegra abrió la puerta del hotel y le recibió con rabia.

—¿De qué estás hablando?

—Te he visto besarla, abrazarla…

—No seas ridícula.

—No quiero oír tus excusas. ¡Te estás acostando con tu ex!— Allegra subió el tono de voz—. ¿Y qué pasa con Leo, qué pasa con mi hermano? ¿Cómo has podido?

—Está embarazada, por el amor de Dios.

—Ya lo sé— sollozó Allegra. Estaba histérica. Le salía a borbotones la rabia, semanas de rabia, y no había un caballo en el que salir huyendo—. ¿Cómo sé que no es tuyo? Te estás acostando con tu ex y…

Alex ya había oído suficiente. La agarró con la idea de poner fin a su discurso.

Ella se le quedó mirando con asombro, abatida, y esperó a que se disculpara. Pero no lo hizo.

—Si alguien hablara así de ti, no podría controlarme.

Lo decía de verdad y Allegra lo sabía. No fue el dolor que le estaba causando en el brazo al agarrarla tan fuerte lo que le llenó los ojos de lágrimas, sino el extraño honor que encerraban sus palabras.

—Anna y yo nunca nos hemos acostado juntos. Se estaba reservando para mí. Era lo que se suponía que debía hacer como futura reina. Por supuesto, las cosas han cambiado— se apresuró a añadir—. He hablado con mi padre y le he dicho encarecidamente que a ti no se te cuestionará, que tu pasado es cosa tuya…

Allegra cerró los ojos avergonzada, porque aunque pareciera que las cosas avanzaban muy despacio, Alex había logrado cambios.

—Fui a ver a Anna porque quería hablar con ella y me parecía necesario hacerlo antes de la boda. Me he sentido culpable durante mucho tiempo. Nunca quise hacerle daño con nuestro compromiso, no quería que se enterara por la prensa. Se suponía que lo nuestro iba a ser una breve aventura, y ahora va a tener que venir a nuestra boda. Necesitaba arreglar las cosas con ella. Es más feliz que nunca. Cree que es lo mejor que podría haber pasado. Anna y yo no podríamos habernos divorciado nunca.

—No como nosotros.

—Yo no quiero divorciarme, Allegra —afirmó Alex—. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que este matrimonio funcione. No me sentía atraído hacia Anna. Le tenía cariño —reconoció—. Pero habría sido como repetir el matrimonio de mis padres. Sexo superficial para obtener un heredero.

—No puedes hacer que ella pase por eso, pero yo sí.

—Contigo no será sexo superficial.

—¿Un matrimonio sin amor pero con buen sexo?

—Se me ocurren cosas peores.

—¿Y qué pasa con Belinda?— los ojos de Allegra volvieron a echar chispas—. Ha dicho que…

—Nunca escuches a una mujer despechada. Belinda está amargada. No me he vuelto a acostar con ella desde que te conocí. En cuanto a mañana, ya no trabaja para mí. He garantizado su puesto en mi antigua empresa, pero…

—Lo que quiere es a ti.

Alex asintió.

—Pero no puede tenerme. Yo voy a cumplir mis votos. Puedes casarte conmigo o no, Allegra. No voy a rogarte. Tú decides, pero cuando lo hagas tienes que tener una cosa clara. No pienso ser célibe ni tampoco tengo intención de acostarme con más mujeres, lo que significa que nos acostaremos juntos— afirmó—. Si mañana te casas conmigo compartiremos cama.

—¿Y si no quiero?

—Entonces no aparezcas. Quiero a mi hermano, pero no voy a vivir como un monje por él.

—Estás muy seguro de ti mismo.

Alex le recorrió ahora con delicadez el brazo, pero ella se estremeció. Luego le puso la mano en la mejilla y Allegra apartó la cara. Pero sintió sus labios frescos en la piel y cerró los ojos.

—Odio que me hagas esto.

—Mañana no lo odiarás— afirmó Alex—. Si apareces en la iglesia, que sepas que serás mi mujer en todos los sentidos. Depende de ti. Quiero que sepas que seré un buen marido y que ni a ti ni a tu familia os faltará de nada.

—Yo quiero que tú sepas una cosa también. El pueblo de Santina ha sido desgraciado durante mucho tiempo.

—No necesito tu opinión sobre mi pueblo.

—Puedes ignorar lo que diga si quieres, pero ten al menos la cortesía de escucharme. La gente me quiere porque soy normal y corriente, porque lloro y me rio en público. Me quieren por los errores de mi familia, no a pesar de ellos. Puedes casarte conmigo o encontrar otra mujer que se ponga los camisones que le dejan sobre la cama, y será tan desgraciada como lo es tu madre.

—No…

—¿No qué? —le interrumpió Allegra—. ¿No quieres que hable estas cosas? ¿Por qué no? —inquirió—. ¿Por qué no puedes tener una conversación sincera con la mujer que mañana será tu esposa? Y quiero que sepas otra cosa más: mi familia vendrá a visitarme al palacio y yo iré a Londres a verles. Estaré cerca de mis hermanos. Si quieres que me case contigo, quiero que sepas con quién te comprometes.

—Lo sé— afirmó Alessandro.

Y para sorpresa de Allegra sonrió. Era la misma sonrisa que le había dedicado el primer día.

La sonrisa que la derretía.