- Dieciocho
—¿No tienes un cigarro? Es una broma— dijo Alex cuando vio que Matteo fruncía el ceño.
Pero estaba inquieto mientras esperaban la llegada del coche que les llevaría a la iglesia.
—¿Te da miedo que no aparezca?— bromeó su hermano.
—No— dijo Alex. No era eso lo que le preocupaba. Llevaba varios días incómodo, sintiendo un nudo en el estómago que no se le quitaba con nada—. ¿Qué haces? —le preguntó irritado a su hermano al ver que escribía un mensaje en el móvil.
—Solo quiero saber cómo está Izzy —respondió Matteo—. Está nerviosa por tener que cantar esta noche en la celebración —alzó la vista—. Lo siento. Se supone que debo cuidar del novio.
—Pregúntale a Izzy cómo está Allegra— le pidió Alex.
—Lo de que no iba a aparecer era una broma— Matteo sonrió mientras le escribía a Izzy—. Dice que ya se ha despedido de Allegra. Dice que… —guardó silencio mientras sonreía todavía más por lo que Izzy le había escrito.
—¿Te hace feliz?— le preguntó Alex.
—Ya sabes que sí.
—No, no lo sé— dijo Alex. Y durante un instante sintió que Matteo era el hermano mayor, el más sabio, el que conocía algo que él nunca había visto—. ¿La amas?
—Sí— dijo Matteo. No le sorprendía la pregunta de su hermano, porque en su familia no reinaba precisamente el amor.
—¿Cómo lo sabes?
—En primer lugar, porque es la primera mujer que ha nadado en mi fuente —sonrió Matteo—. Nunca he conocido a nadie como Izzy. Me vuelve loco. Y sí, tardé un tiempo en darme cuenta de que eso era amor —miró a su hermano mayor—. Estuve a punto de perderla, Alex. No cometas el mismo error que yo.
—Voy a casarme con ella hoy— señaló Alex.
—Creí que estábamos hablando de amor— dijo Matteo—. En esta familia son dos cosas distintas. Vamos, el novio no puede llegar tarde.
Alex se subió al coche y miró por la ventanilla mientras se dirigían a la iglesia. Trató de no pensar en la sonrisa de Allegra, en el calor de su cuerpo contra el suyo y en sus lágrimas de la noche anterior. Trató de no pensar en la vida en la que la había atrapado, una vida que ella no deseaba, un matrimonio sin amor al servicio del país.
Las calles estaban llenas de gente a ambos lados que saludaba y coreaba, pero no esperaban que él les devolviera el saludo, ni siquiera que sonriera. Porque Alessandro no solía hacerlo. Pero observó sus rostros esperanzados, vio las fotos que sostenían con la imagen de Allegra. Era su pueblo y, aunque le pareciera demasiado pronto, en seguida tendría que asumir su papel, y lo haría tratando de alcanzar la perfección, como todo lo que hacía en la vida.
Su esposa y él llevarían aire fresco a Santina.
La espera resultaba interminable y, a pesar de lo que le había dicho a su hermano, sí se preguntó si Allegra habría cambiado de opinión, si no le dejaría allí plantado en el último momento. Pero entonces escuchó el cambio en la música, el murmullo de emoción que fue creciendo a su espalda en la iglesia, y se oyeron unos pasos mientras la gente se ponía en pie.
Alex no se dio la vuelta. Se quedó mirando hacia delante. Había llegado el momento que había temido durante toda su vida. Pero al escuchar el murmullo de los invitados, el nudo que sentía en el estómago se fue deshaciendo en lugar de apretarse.
Recordó el día que la conoció, la soledad que él sentía allí sentado en el club antes de tener la primera conversación sincera que había mantenido en su vida. Una tarde con ella había bastado para que el mundo le pareciera un buen lugar. Alex cerró los ojos un instante porque no terminaba de entenderlo. Y cuando los abrió, seguía pensando lo mismo.
A las dos y ocho minutos, mientras Allegra avanzaba por el pasillo para encontrarse con él, Alex se enamoró de su prometida.
La había amado desde el principio, descubrió al girarse para mirarla. Había pasado los días tratando de no pensar en ella, de no admitir lo que le resultaba imposible.
Esperaba ver dolor en su rostro, verla temblar por los nervios. Pero Allegra sonreía. Estaba un poco pálida mientras avanzaba del brazo de Bobby hacia el altar, pero lo hacía con los ojos muy abiertos y la cabeza alta.
Su mente le estaba jugando una mala pasada.
Consciente de que las cámaras le seguían, de que en una boda así no podía haber sorpresas, de que hasta que las formalidades terminaran a última hora de la noche, aquello era una obligación y nada más, estaba completamente sosegado cuando se giró hacia ella.
Y todas las cámaras que esperaban una reacción le vieron sonreír, le vieron apartar la vista para luego volver a mirarla. Siguió mirándola fijamente, sintiendo que le ardían las orejas, porque si entornaba un poco los ojos, si la desenfocaba un poco, podría haber sido la noche que se prometieron. Era como si avanzara hacia él en camisón, porque tenía el cuerpo cubierto de encaje y las piernas y los brazos flotando en seda. Era encaje de Santina, y Allegra sonrió mientras se acercaba él. Allegra había vuelto y a Alex se le inundó el corazón de amor y de orgullo cuando se unió a él y le miró bajo el flequillo.
—Allegra— sentía las cámaras encima de él. Quería decírselo allí, pero el sacerdote ya estaba hablando. Empezó a sonar el primer cántico y la ceremonia dio comienzo. Le estaba matando que se casara con él sin saber que la amaba.
A ella no le mataba estar allí.
Allegra miró fijamente a su prometido y pronunció sus votos con claridad. Le amaría hasta la muerte, dijo, porque era cierto.
Entonces bajó la vista, no por timidez, sino porque no podía mirarle a los ojos mientras él mentía. ¿Por qué tenía que hacer sus promesas con tanta claridad, de un modo tan convincente? Sintió la mano de Alex firme cuando alzó la vista, vio aquellos ojos castaños y su intensidad. Era un gran actor, porque ella era la única de toda la iglesia que sabía la verdad.
No hubo un instante para hablar, todo estaba medido meticulosamente. Se hicieron fotos en los escalones de la iglesia y luego ella, rompiendo el protocolo, lanzó a la gente el ramo de novia.
Luego les llevaron al palacio y se hicieron las fotos oficiales. Los Jackson lucían enormes sonrisas y los Santina se mostraban un poco más reservados, tal vez por los nervios ante la celebración de esa noche.
—Descansen un par de horas— aconsejó un ayudante—. Volveremos para arreglarle el pelo y el maquillaje a las cinco, y harán aparición a las seis y media.
Finalmente les dejaron solos.
—Estás preciosa— aseguró Alex.
—Lo cierto es que es muy incómodo— admitió Allegra sonriéndole a la doncella que había llegado para ayudarla a desvestirse. Luego iba a ponerse un vestido de noche, pero por el momento era un alivio quitarse el de novia.
—Ya nos las arreglaremos, gracias— fue Alex quien despidió a la doncella.
Allegra se sintió de pronto nerviosa a pesar de lo segura que estaba de su decisión.
—Deja que te ayude— insistió Alex.
Ella se quedó allí de pie con timidez. Se sentía más fuerte en su papel de princesa que en el de esposa. Alex se colocó detrás de ella y le desabrochó los delicados botones.
—Sinceramente, no hay nada de romántico en los vestidos de novia.
Allegra sonrió con tirantez mirando su uniforme militar.
—Tal vez deberíamos llamar otra vez a la doncella…— estaba balbuceando.
—Nos apañaremos— afirmó Alex quitándose la guerrera bordada y dejándola en una silla. Luego se sentó para quitarse la botas de caña alta.
Allegra tenía el corazón en la boca cuando salió del vestido.
—Tengo que colgarlo— Dios, la única vez que necesitaba a la doncella y… estaba vestida con un estúpido corsé y le temblaban las manos porque sentía los ojos de Alex recorriéndole el cuerpo. Escuchó el ruido de cierres y cremalleras y supuso que ya estaría casi desnudo. Y sin embargo, ella tenía que colgar como fuera el vestido más comentado del país.
—Ven a la cama, Allegra.
—No puedo acostarme contigo ahora— estaba decidida a ser sincera consigo misma, y lo dijo sin mirarle. Estiró la seda del vestido—. Quiero decir, ya sé que es lo que se supone que debo hacer y sé que lo haremos, pero…
—Allegra…
—Ya estoy bastante nerviosa por lo de esta noche, por los discursos, por mi familia, sin necesidad de… —entró en el baño de la suite, se quitó la ropa interior de novia y se puso un albornoz mientras seguía hablando nerviosa—. Estoy tan cansada y tan enfadada, y… —trató de ser sincera—. No quiero que me presiones.
Volvió al dormitorio, contenta de que hubiera apagado la luz, de las gruesas cortinas que dejaban fuera el sol de última hora de la tarde, de tener un par de horas para recomponerse.
—Sin duda lo haremos más adelante, pero es difícil de explicar. Quiero decir, que para ti debe ser pan comido. Algo sin importancia.
Para Alex era algo muy importante, pero no podía decírselo para que no se sintiera presionada.
—Cuando estés preparada.
La escuchó exhalar un suspiro de alivio.
—¿Puedo dormirme ya?— ella se estremeció de placer solo con pensarlo—. Anoche no dormí mucho.
—Ya lo sé— Alex se quedó mirando la oscuridad y esperó a sentir la quemazón en la garganta, pero aspiró el aire que olía a ella y solo encontró paz—. Esta mañana le he pedido a Matteo que preguntara por ti cuando le envió un mensaje a Izzy.
Allegra cerró los ojos. Era un detalle sin importancia dentro del esquema general de la cosas, pero resultaba extraño que fuera Alex quien rellenara el silencio hablando de naderías.
—Estaba preocupado.
—¿Te daba miedo que no apareciera?
—No —afirmó Alex—. Aunque pensé que tal vez no lo hicieras —se giró para mirarla. Allegra estaba ya adormilada—. Parecías… Creí que estarías más… —no sabía cómo describirlo.
—Más triste, ¿no?— ella abrió un ojo.
—¿Qué pasó?— preguntó Alex. Porque era una mujer diferente a la del día anterior.
—Me di cuenta de que me estaba casando con el hombre al que amo.
Alex sintió el calor de su cuerpo. No fue pasión, sino sonrojo, porque era muy valiente admitir aquello cuando pensaba que no era correspondida. Se quedó allí tumbado y frunció el ceño porque Allegra tenía los ojos cerrados y estaba medio dormida.
—¿Y qué se siente?— preguntó.
—Es doloroso— reconoció ella—. Pero se aprende a vivir con ello.
—¿Me amas?
—¿Por qué otra razón estaría si no en tu cama? Créeme, no estoy aquí por el millón de libras. Ni tampoco por Izzy, por mucho que la quiera. Mi libertad vale mucho más para mí.
—¿Desde cuando me amas?— quiso saber él.
—No estoy segura— murmuró Allegra en la oscuridad—. Seguramente cuando fui al servicio en el bar.
—¿El día que nos conocimos?— le preguntó. Pero no esperaba respuesta por parte de Allegra. Hablaba consigo mismo, porque aquel fue el primer día que él habló de corazón con otra persona. Ni su hermano ni su anterior prometida habían escuchado nunca sus más oscuros pensamientos, pero los había compartido fácilmente con Allegra—. Háblame de ese dolor.
—No puedo— estaba cansada, muy cansada. Le dolían los pies, le vibraba la cabeza con el sonido de las campanas y los gritos de júbilo y estaba tumbada al lado del hombre más bello de la tierra. Si no quería dormirse en el banquete entonces necesitaba hacerlo en ese momento.
—¿Es como desear chocolate pero luego comerlo y darte cuenta de que no es lo que querías?
—Tal vez.
—¿Como pensar que lo que buscas es sexo pero sabes que no es lo que necesitas?
—No sé.
—¿Cuando no puedes mirar a otra mujer porque, aunque antes eso funcionara, ahora te das cuenta de que lo único que quieres es a ella?— continuó Alex —¿Es cuando le dices a tu hermano que mande un mensaje porque quieres saber que ella está bien?
Allegra abrió los ojos y le miró.
—Nunca, ni por un instante, consideré la posibilidad de amar a mi esposa— Alex se giró hacia ella—. A pesar de todo lo que mis padres han dicho de tu familia, a pesar de todo lo que he dicho yo, entre vosotros hay mucho amor. Y yo te amo —afirmó.
—¿Desde cuándo?— le tocaba preguntar a ella.
—Desde aproximadamente las dos y ocho minutos— admitió Alex—. Cuando pronuncié mis votos, lo hice con sinceridad.
Entonces la besó porque no podía no hacerlo. Fue un beso distinto a todos los que Alex le había dado, porque para ellos siempre habían sido algo preliminar y ahora no lo eran. La besó, la saboreó y la amó con la boca. Y como la amaba con el corazón, como tenían toda la vida por delante y quería hacer las cosas bien, la apartó de sí.
—Duerme. Estás cansada.
—¿Cómo voy a dormir ahora?
—Allegra —Alex se alejó un poco porque le resultaba demasiado difícil teniéndola tan cerca. La deseaba con toda su alma—. Ahora descansa, y esta noche… —apenas podía esperar, pero por ella lo haría—. Quiero hacerlo como Dios manda más tarde —sonrió—. Iba a darte esto esta noche —estiró la mano hacia la mesilla de noche. Abrió el cajón y sacó una cajita de terciopelo.
—No necesito regalos— aseguró Allegra. Le amaba y estaba maravillada y feliz de que él la amara también. Ya había recibido muchas joyas aquel día. Y la que más le gustaba era la esmeralda que le había comprado el día que se conocieron. Pero sabía que no tenía motivos para quejarse de nada, así que sonrió cuando tomó la caja y la abrió. Y al instante frunció el ceño—. ¿Unas llaves?
—Es lo que más echo de menos cuando estoy aquí. Ni siquiera puedo conducir el coche. Pero en cuanto llego a Londres…
Allegra sonrió mientras miraba el sencillo anillo de plata que sujetaba las llaves. Sí, Alex tenía razón. Ella tampoco había utilizado llaves desde que estaba en Santina.
—Sé lo mucho que necesitas a tu familia, así que quería que tuvieras un lugar que fuera tuyo cuando vayas de visita.
Allegra miró al hombre que seguramente la había amado cuando ni siquiera lo sabía porque aquel era el regalo más considerado del mundo.
—Una casa en Londres. Tal vez pueda celebrar allí la Navidad todos los años. También hay un coche.
Ella se rio a través de las lágrimas. Alex sabía lo importante que era su familia para ella y podía sentir el amor y la esperanza que envolvían su futuro.
—Oh, Alex— no sabía que decir—. Yo…
—No— la interrumpió él—. No espero ningún regalo. Y no quiero que te sientas avergonzada.
—No estoy avergonzada— aseguró Allegra con sinceridad—. Y sí tengo un regalo para ti —se inclinó hacia él, le dio un beso y luego le susurró algo al oído. Luego se retiró para que Alex asumiera la noticia.
Así que su novia la moderna era bastante tradicional después de todo.
—Esta noche…— murmuró abrumado por la enormidad de la noticia, palideciendo ante la idea de cómo sería su primera vez— esta noche nos tomaremos nuestro tiempo.
Pero Allegra no podía esperar a la noche. El amor de Alex la hacía ser valiente y ya había esperado demasiado. Retrasarlo unas horas más le resultaba una tarea imposible.
Alex se quedó allí tumbado fingiendo que dormía, pero Allegra se le acercó y le deslizó una mano por el pecho. Ella sintió su firmeza, la tirantez de las tetillas que nunca antes había tocado y jugueteó con ellos unos instantes.
Porque Alex era suyo y porque la curiosidad había vencido a la timidez.
Olía a limpio, como siempre, a aquel aroma a cítrico tan propio de él. Aspiró su esencia y luego le besó en el pecho.
Alex ya no pudo seguir fingiendo que dormía. Contuvo el aliento cuando ella le deslizó la mano hacia la erección. Su gemido confirmó lo que Allegra ya sabía: no podía esperar. Alex se colocó encima de ella, le tomó la boca con la suya y la besó como nunca había hecho. Le acarició todo el cuerpo con las manos, el cuerpo con el que había soñado y que le llevó al dulce lugar reservado para él. La encontró suave y húmeda y la acarició tiernamente, pero Allegra no quería eso.
—Tú— le dijo—. Te quiero a ti.
Y él la deseaba también tan desesperadamente que le abrió los muslos en respuesta.
—No te haré daño— le aseguró—. Iré despacio.
—No— le pidió Allegra—. No te contengas.
Alex la estaba abrazando, Tenía la cara en su pelo y las manos en su espalda. Allegra no quería que fuera lento ni delicado. Quería la pasión y el dolor que acompañaban al amor.
—Solo viviremos este momento una vez.
Aquel momento era suyo y lo compartieron. Alex se apretó contra ella y Allegra lo aceptó. La penetró, la convirtió en su amante y se apoderó de su corazón. Le dolió y también fue delicioso, un dolor único que la unió a él. Y cuando se fue acostumbrando a tener su cuerpo dentro, cuando se estremeció con cada embate mesurado sintió cómo trataba de no acelerarse, pero su cuerpo ya le había aceptado y se movió a su ritmo, urgiéndole al abandono.
—¿Te estoy haciendo daño?
—No— lo quería todo de él, quería que fuera brusco y apremiante porque ella sentía el apremio de las nuevas sensaciones.
Y Alex también. Aquella tarde fue a un lugar en el que nunca antes había estado. Compartió con ella su corazón y le dijo que la amaba. Allegra quería quedarse en la cama con él para siempre, no quería vestirse. Sonó el teléfono que estaba al lado de la cama. El deber les llamaba.
—Déjalo sonar— le pidió Alex.
—Llegaremos tarde a nuestro banquete nupcial.
Y así fue. Cuando se hubieron duchado y a Allegra le hubiera retocado el peinado y el maquillaje, se volvió a poner el vestido de novia y Alex el uniforme. Iban treinta minutos tarde sobre el horario previsto.
—A tu padre le va a dar un ataque.
—No— Alex frunció el ceño al leer el mensaje que le había enviado Matteo—. Al parecer mis padres también van a llegar tarde.
Y entonces se lo dijo.
—He leído tu libro— le confesó sonriendo—. Y se lo he dado a mi padre para que él también lo lea.
—¡Alex!— Allegra se sonrojó.
—Admiro a tu padre.
—Gracias— para ella significaba mucho oír aquello. Y entonces se rio—. Bueno, es maravilloso que me digas eso, pero espero que haya cosas que no admires de él. Quiero un marido distinto…
—Y lo tienes— aseguró Alex con sinceridad—. Pero he aprendido cosas de él y espero que mi padre también lo haga. Tras leer tus palabras seré mejor padre, mejor marido y mejor príncipe —la tomó del brazo y le preguntó si estaba lista.
—¿Y tú?— preguntó Allegra a su vez—. En la última fiesta… —todavía se sonrojaba el recordarlo. Su familia podía llegar a ser demasiado escandalosa.
—Estoy deseando ir a esta fiesta— admitió él besando a su esposa—. Estoy deseando empezar mi vida contigo.