- Diez
—Allegra— a la mañana siguiente Alex se metió en la cama diez minutos antes de que aparecieran las doncellas.
Era lo único que podía soportar. Veinte minutos le mataban, y la noche anterior había escogido dormir en el sofá. Allegra todavía tenía los ojos hinchados de llorar, porque a pesar de las palabras de Alex en el bosque, la noche anterior lo había dejado claro. No habría grandes cambios, solo alguna excepción ocasional.
—¿Qué pasa?— le preguntó con sequedad.
—Cambia esa cara.
—Solo estoy pensando.
—¿En qué?
—En lo imposible de esta situación. En las ganas que tengo de volver a casa— se giró hacia él—. Vas a viajar pronto a Londres, ¿no puedo al menos ir contigo?
No podía. Sí, Alex tenía trabajo en Londres, pero también tenía planes y no quería que ella se los estropeara.
—Quiero ver a mi familia— estaban pasando muchas cosas y ella no se estaba enterando—. Apenas sé nada de ellos. Quiero verles, hablar con ellos…
Y eso era lo que Alex no podía permitir. Allegra confiaba en ellos, les defendía a capa y espada, pero cada vez estaban más relacionados con su propia familia. Su hermana Izzy y Matteo estaban encerrados juntos en alguna parte y Rafe McFarland, primo de los Santina, se había casado con su hermanastra.
No podía arriesgarse a que Allegra se confiara a ellos. Tal y como su padre había señalado, debía mantenerla alejada del escándalo.
—Tienes cosas que hacer aquí.
—Aquí me estoy muriendo— afirmó ella.
—Deja ya el drama. Dices que estás muy ocupada con tu libro— había una nota de reproche en su tono de voz, porque el libro era lo que la mantenía despierta hasta altas horas de la noche; por culpa de ese libro él se quedaba dormido en el sofá antes de que ella se metiera en la cama.
Pero no pudieron seguir discutiendo del asunto porque llamaron a la puerta y Alex le dijo a la doncella que entrara.
—¿Solo café?— Allegra frunció el ceño cuando fingieron despertarse al entrar la doncella con el carro—. ¿Dónde está el desayuno?
—Al parecer, no has tardado mucho en acostumbrarte a este estilo de vida— se burló Alex—. Mis padres quieren que nos reunamos con ellos para desayunar. Quieren hablar de los planes de boda. Todavía tienes que escoger al diseñador de tu vestido.
—Me parece una pérdida de tiempo teniendo en cuenta que los dos estamos deseando que no me lo ponga. Y además— admitió ella—, no tengo nada que escoger. Todos son iguales.
Se escuchó a sí misma quejarse y se detuvo. ¿De verdad había llegado hasta aquel extremo, a estar sentada en la cama con la vista más hermosa de la tierra, al lado del hombre más atractivo del mundo, quejándose de los diseñadores? Tenía que repetirse una y otra vez que no tenía nada de qué quejarse, solo le echaba de menos. Echaba mucho de menos al hombre que había conocido en Londres.
—¿Por qué quieren vernos en el desayuno?— preguntó. Todo era demasiado formal. ¿Por qué no podía aquella familia mantener una sencilla conversación sin más?
—Porque mi padre tiene compromisos todo el día y yo vuelo esta noche.
—Y yo me quedaré aquí encerrada…— ya estaban otra vez los lamentos. Ni siquiera ella podía soportarlo, así que dejó la taza, se levantó de la cama y se metió en la bañera que la doncella había preparado y trató de calmarse. Trató de no pensar en la razón de esos viajes a Londres. Era imposible que un hombre como Alex durmiera solo durante mucho tiempo.
El desayuno resultó humillante desde el momento en que se sentó y escogió su cruasán favorito. Cuando Allegra extendió la mermelada de fresa sobre él, Zoe dijo:
—He hablado con los chefs y van a prepararte una selección baja en calorías, Allegra.
—¿Cómo?
—Pensando en la boda.
—¿Crees que necesito perder peso?— esperó a que Zoe se retractara.
Pero la reina se limitó a sonreír.
—Has engordado un poco.
Allegra no podía creer lo que estaba oyendo. Era delgada, siempre lo había sido. Su padre siempre le estaba diciendo que tenía que engordar un poco.
—Déjalo— le dijo Alex a la reina.
—Solo intento ayudar. Conoces la presión a la que va a estar sometida. El pueblo espera perfección. No quiero que Allegra se sienta incómoda en ese sentido. Soy consciente de que es duro para ella, de pronto ha tenido acceso veinticuatro horas a los mejores chefs. Solo sugiero que corte la cuestión de raíz antes de que se convierta en un problema.
—Pues no lo hagas— la voz de Alex estaba cargada de advertencia, igual que la mirada que le lanzó a su madre. Sin embargo, sus ojos se mostraron sorprendentemente tiernos cuando se giró hacia Allegra—. No hagas caso. Estás guapísima.
Le sostuvo la mirada y ella deseó por enésima vez que lo dijera de verdad, que la fachada pública fuera auténtica.
—Tienes que escoger diseñador para tu vestido— Zoe no cambió completamente de tema, pero al menos apartó la atención de la cintura de Allegra.
—Lo sé. Es que…— odiaba todas las sugerencias porque no eran más que variaciones sobre lo mismo. También le habían dicho que se dejara crecer el flequillo para que le pudieran hacer un peinado más tradicional—. Tengo que ver un par más esta semana. ¿Y qué me dices de ti? —le preguntó a su prometido, que estaba claramente aburrido con la conversación.
—Yo llevaré uniforme militar— Alex observó su cara de asombro—. Serví en el ejército durante varios años, y… —ni siquiera terminó la frase. Se limitó a sacar el móvil, que estaba sonando, y mantuvo una breve conversación.
—Eso es de muy mala educación, Alessandro— el rey alzó la vista del periódico.
—Era una llamada urgente— aseguró él—. Llevo dos semanas tratando de comunicarme con alguien. Belinda acaba de decirme que esa persona ha aceptado mi invitación para cenar conmigo mañana por la noche.
—Podría haber esperado— insistió el rey.
—No creo que Su Alteza Real el jeque Razim Abdullah le guste que le hagan esperar— Alex era capaz de ser tan snob como cualquiera—. Teniendo en cuenta que está considerando comprar mi empresa, me pareció prudente decirle a Belinda que le comunicara que para nosotros será un placer reunirnos con él mañana.
Allegra le miró instantáneamente cuando escuchó la palabra «nosotros», pero tal vez Alex se dio cuenta de su error, porque no le devolvió la mirada, sino que la clavó en el azucarero y escogió otro azucarillo para su café.
—¿Qué tal están tus padres?— Zoe debió sentir la repentina caída de la temperatura porque en seguida retomó la conversación.
—Están muy bien, gracias —Allegra apenas podía respirar, pero hizo un esfuerzo por mostrarse educada—. Hablé con mi padre ayer —se giró y forzó una sonrisa para la reina—. Está deseando ver a Alex cuando esté allí.
—Voy a estar trabajando— afirmó él.
—También ha preguntado por ti, Zoe. Mencionaste que tal vez fueras de visita a Londres— Allegra trató de recordar la conversación que había tenido con la reina la noche anterior.
—Sería solo una visita fugaz— Zoe sonrió con tirantez—. Formal.
—Podríais quedar para tomar un té— al rey le pareció una idea divertidísima.
Allegra no podía seguir soportándolo más. Dejó la servilleta sobre la mesa.
—Disculpadme. Tengo que arreglarme para la visita del próximo diseñador —miró a Alessandro—. ¿Puedo hablar un momento contigo? —estaba a punto de llorar—. Necesito saber tu opinión sobre un asunto.
Allegra esperó a que estuvieran en el dormitorio para retomar la conversación donde la había dejado.
—¡Que Dios me perdone si tengo opinión propia!
—Allegra— Alex estaba harto—, no tengo tiempo para esto. ¿De qué querías hablar conmigo?
—¿Por qué son tan maleducados? ¿Qué tiene de divertido que mi padre les invite a visitarle?
Alex se limitó a encogerse de hombros y Allegra se centró en el otro asunto que la estaba matando, algo que tenía que saber.
—Vas a salir con Belinda mañana por la noche, y no me digas que es un asunto de trabajo.
Alex puso los ojos en blanco.
—Te lo he dicho a ti y se lo he dicho a mis padres, y estoy harto de repetirlo: no tengo un puesto en el mercado, no me gano la vida participando en programas de televisión. Tengo a más de doscientas personas empleadas y si no me encargo de mi empresa como es debido, esas doscientas personas perderán su trabajo. Y sí, Belinda vendrá conmigo a la cena porque es una cena de negocios y el jeque llevará también a su asistente.
—Así que nunca te has acostado con ella…— Allegra sabía que sí. Sabía por el modo en que Belinda le miraba, por las risitas que soltaba en las conversaciones por Skype, que era mucho más que una mera ayudante—. ¿De verdad esperas que me crea que…?
—Por supuesto que me he acostado con ella —Alex no parecía ver dónde estaba el problema—. Pero no lo he hecho desde nuestro compromiso. Tengo que mantener la farsa —no dijo nada para consolarla, para tranquilizarla—. Y ahora, si me lo permites, me voy a mi despacho. Tú sigue hablando de bodas…
—¡Que te den!
—No serás tú quien lo haga— se burló Alex—. Qué diablos, el único respiro que podríamos tener durante esta tortura, el único momento de placer que podríamos compartir y tú mantienes las piernas cerradas.
Alex vio cómo apretaba los labios y se le encendían las mejillas. Allegra sollozó y salió corriendo.
Alex llamó a la doncella y le pidió más agua y antiácidos, pero ya no le funcionaban. Tenía un ardor constante en la garganta y aunque nunca iba tras una mujer cuando ella se marchaba, esa vez lo hizo porque no estaba orgulloso de sus palabras y quería disculparse.
Allegra no estaba en la suite ni en la torre. Tampoco la encontró en la cocina, donde estaba tras su última pelea. Pero finalmente dio con ella en los establos, todavía echando humo mientras ensillaba una yegua igual de temperamental que ella.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Allegra no se molestó en responder.
—No es adecuada para montar…
—¡Tú la montas!— le espetó ella.
—Porque sé cómo hacerlo. Pero tú no puedes.
—Quiero hacerlo— insistió Allegra—. Además, al parecer necesito hacer ejercicio.
Se montó en la yegua y sintió su poder debajo de ella. Aunque ya no se sentía tan valiente, se negó a demostrarlo.
—Allegra, no seas ridícula. Puede ser peligroso.
—He tomado clases de equitación— le dijo mirando hacia atrás mientras trotaba por el patio—. Mi padre…
—Esta no es una yegua dócil del club de ponis al que te apuntó tu padre para poder coquetear con las madres…
Era odioso, tan odioso que Allegra golpeó al animal con los estribos y trató de concentrarse en mantener el equilibrio, porque era una bestia poderosa y Alex tenía razón, no era uno de los ponis en los que había trotado dando vueltas en círculo.
No podía ver por las lágrimas, no podía pensar por la ira, solo quería velocidad y espacio. Y quería que fuera tras ella, admitió con un sollozo. Quería que estuviera a su lado en eso, que fuera el hombre que había pensado que era.
De pronto perdió pie en el estribo, salió volando por los aires y cayó sobre el suelo cubierto de hierba. No le dolió mucho el aterrizaje porque ya estaba sufriendo, pero sintió el golpe en la cabeza y para ella fue un alivio llorar, y quedarse tumbada en la hierba mientras él se acercaba sin tener que ocultar las lágrimas.
—Quédate quieta— Alex estaba increíblemente calmado—. ¿Dónde te duele?
—No lo sé.
—¿Te has dado en la cabeza?— la examinó con los dedos.
Se le estaba formando un enorme chichón en la frente que resultaba preocupante. Alex le deslizó despacio los dedos por el cuerpo para comprobar su estado. Esperaba que gritara de dolor, pero ella se limitó a seguir llorando.
—No parece que haya nada roto.
Allegra alzó la vista para mirarle. Tal vez si estuviera asustado a fin de cuentas, porque estaba sudando.
—Pero tienes un chichón muy feo en la cabeza.
—Lo siento— Allegra trató de fijar la vista en él, pero había tres Alex girando delante de ella. No le había causado más que problemas y lo sabía. Alex estaba tan atrapado como ella.
—No tienes nada que sentir.
Allegra giró la cabeza y vomitó sobre la hierba. Nunca se había sentido tan avergonzada en su vida.
—Tendría que haberme roto el cuello, así serías un pobre viudo.
—Allegra…
—Y no tendrías que casarte conmigo. Podrías acostarte con quien quisieras y comportarte de forma horrible, y la gente diría «pobre Alessandro, ¿quién puede culparle?»
—Allegra, te has dado un golpe en la cabeza— afirmó él con tono calmado.
Ella supo que estaba desvariando.
—Gracias a ti —bizqueó al tratar de mirarle—. Tú me has dejado salir a montar —fue la mayor tontería que podía decir, pero ya no le importaba nada—. Podría haber estado a varios kilómetros de aquí.
—Si te hubiera seguido de cerca, la yegua habría ido más rápido, habría creído que estaba en una carrera— Allegra no tenía ni idea del miedo que había sentido al verla salir al galope, al tener que quedarse quieto y observar impotente cómo se alejaba en la yegua más temperamental del establo. Había ido a disculparse, pero no le había quedado más remedio que quedarse allí de pie y observar lo inevitable: verla caer—. Tu estómago…
No le había examinado el estómago, no era médico, pero la idea de que la yegua le hubiera dado una coz le hizo estremecerse de rabia. Fue vagamente consciente de la actividad que había a su espalda y dio algunas órdenes, llamó al médico para que se reuniera con ellos en el palacio y luego se giró hacia ella y le dijo con dulzura:
—Voy a llevarte a casa.
—Esa no es mi casa— le resultó algo humillante que la sentaran en un carrito de golf de regreso a palacio y luego la ayudaran a subir las escaleras.
—Te llevaré en brazos— se ofreció Alex.
Pero por alguna razón eso la entristeció todavía más.
—Ya puedes irte.
—Todavía no— afirmó él—. El médico quiere verte —despidió a la doncella y empezó a quitarle las botas.
—Puedo hacerlo yo sola— insistió Allegra desabrochándose los botones.
—No pienso irme— afirmó Alex—. Y créeme, no me produce ningún placer quitarte la blusa llena de vómito.
Agarró el camisón de encaje, pero le resultó demasiado complicado y optó por acercarse al cajón y sacar una de sus camisetas.
Aunque seguro que había sido lavada con los estrictos estándares de palacio, a Allegra le pareció que todavía olía a él cuando se la metió por la cabeza.
—A la cama— Alex retiró las sábanas y ella se metió entre ellas. Sentía como si el cerebro le saltara dentro del cráneo cuando entró el médico.
La examinó a fondo y luego la deslumbró con una linterna en ambos ojos antes de hablar en voz baja con Alex. Pronunció las palabras commozione cerebrale. Si no hubiera estado tumbada se habría desmayado, pero Alex la miró con una sonrisa.
—Es solo un traumatismo— aseguró antes de despedir al doctor dándole las gracias. Una vez a solas, se sentó en la cama—. Tienes que descansar un par de días. Una enfermera vendrá a verte cada hora día y noche.
—¿Es realmente necesario?
—Al parecer sí.
Allegra se despertó un poco más tarde. Las flores que la niña le había dado en el café el día anterior estaban en un jarrón al lado de la cama y habían revivido con el agua. Los pétalos azules brillaban como estrellitas. Allegra las miró despacio y recordó los acontecimientos del día anterior. Se dio cuenta entonces de que Alex también estaba en la habitación. Miró hacia el sillón en el que estaba, dormido y tan guapo como siempre. Aunque estuvieran preparando una boda, seguía siendo tan inalcanzable como siempre. Nunca tendría su corazón, Alex le dijo el día que se conocieron que él no se enamoraba, pero le resultaba difícil aceptarlo.
Entró la enfermera, le tomó la tensión, sonrió y se marchó dejándoles otra vez a solas.
—Al parecer estoy viva— dijo cuando Alex abrió sus ojos oscuros. Se sentía terriblemente avergonzada por las estupideces que recordaba haber dicho el día anterior. Trató de recordar si le había jurado amor eterno o algo igual de horrible—. Siento haber hecho el ridículo.
—Deja de disculparte.
—No recuerdo todo lo que dije.
—Algo sobre que yo sería un viudo alegre.
—Se supone que tendrías que estar en Londres.
—No importa.
—¿Y qué pasa con el jeque?
—Es un hombre de familia. Lo entendió perfectamente cuando supo que habías tenido un accidente. Te desea una rápida recuperación.
—Estoy bien.
—No, no lo estás —afirmó Alex—. No es solo la caída —encendió la luz de la mesilla de noche y la miró. Aunque el flequillo le ocultaba prácticamente los ojos, se veía en ellos la tristeza—. El día que te conocí…
—No— Allegra cerró los ojos. No quería oír que no había cumplido con sus expectativas, que nunca pensó que iba a meterse en tantos problemas—. Estaba aburrida hasta que te conocí —abrió los ojos y vio que Alex sonría.
—Lo dudo.
—Es verdad— Allegra parpadeó—. Yo soy la tranquila de la familia.
—Debe montarse mucho alboroto en Navidad.
—Así es— dijo ella recordando los maravillosos momentos que había pasado con su familia, las peleas y los villancicos, las fiestas y el drama que implicaba ser un Jackson—. No puedo soportar que tus padres les traten con desprecio, que consideren ridículo que mi padre les invite a…
—Aquí tengo que defenderles— Alex se acercó y se sentó al borde de la cama—. Sé que pueden llegar a ser muy maleducados respecto a tu familia, sobre todo mi padre, pero la referencia que ha hecho esta mañana a lo de tomar el té no iba contra ti ni contra tu familia. Estaba dirigida a mi madre.
Allegra frunció el ceño.
—Al parecer tomó el té con tu padre.
—Así es —Allegra asintió—. Mi padre se perdió la mañana posterior a la fiesta y… —abrió la boca—. ¡Está celoso!
—No son celos— Alex se quedó pensativo—. O tal vez sí.
—Fue algo inocente.
—Por supuesto— reconoció él pensando algo más—. Tal vez tengas razón sobre mis padres, tal vez a mi padre le dolió la indiscreción de su mujer más de lo que quiere reconocer.
—Entonces tal vez debería decírselo a ella.
Alex sacudió la cabeza.
—Eso nunca ocurrirá— miró el flequillo de Allegra y quiso verle los ojos, así que se lo apartó y se estremeció al verle la rozadura—. Tienes el pelo demasiado largo.
—Al parecer el problema es el flequillo— ella sonrió con tirantez—. Quieren un peinado más clásico para la boda. No puedo creer que tu padre esté molesto por lo de tu madre y mi padre. Ojalá le conocierais mejor. Ojalá pudiera verle.
—Siento que les eches de menos.
—Me entero de todo por terceros. Angela se ha casado con tu primo.
Alex sonrió.
—Ha sido una boda inesperada.
—Pero también están mi hermano Ben y Natalia, mi hermana Elsa y Hassan. Ella está embarazada y…— solo se enteraba de oídas de las cosas, pero quería vivirlas—. Sé que no lo entiendes, pero les quiero y les echo de menos.
—Lo sé— dijo Alex.
Pero no lo entendía. Era una compañía maravillosa si tenías que pasar dos días en la cama con un insoportable dolor de cabeza. Su comodidad con el silencio resultaba tranquilizadora y era muy parco en palabras. Al menos no le preguntaba cada diez minutos cómo se encontraba. Cuando ella se quejaba del dolor de cabeza le decía que sobreviviría o se limitaba a alzar la vista del ordenador cuando iba al baño.
Una tarde a última hora salió del baño que le había preparado la doncella vestida con el camisón de encaje y se metió entre las sábanas recién lavadas. Cerró los ojos, agotada por aquel simple esfuerzo, y volvió a abrirlos de golpe.
—¿Ha llamado Angela?
—He hablado con ella esta mañana, y también con tu padre— aseguró Alex—. Les he tenido al día de tus progresos.
—¿Y qué hay de Izzy?
—También he hablado con ella— Alex la miró—. Sigue aquí en Santina. Se aloja en el palazzo de mi hermano Matteo.
—Y no ha venido a verme— Allegra buscó el teléfono. Anhelaba la compañía de su hermana.
Alex se acercó a la cama.
—Le he dicho que estabas descansando.
—Bueno, ahora estoy despierta.
—Allegra— Alex le quitó el teléfono de la mano y lo dejó en la mesilla de noche—. Ahora mismo estás triste. ¿No te resultaría difícil no contarle la verdad a Izzy si la ves?
—Izzy no se lo contaría a nadie.
—¿No se lo contaría a tu hermano Leo? —Alex observó cómo Allegra fruncía el ceño—. Al parecer Leo está viéndose con Anna, mi ex prometida. Allegra, ¿eres consciente de que no puedes hablar con tu familia como hacías antes? —observó un brillo desafiante en sus ojos y decidió cambiar rápidamente de tema—. Como te decía, he estado hablando con Izzy. No sé si sabes que una vez al año Matteo organiza un concierto benéfico en el anfiteatro. Una de las canciones de Izzy ha sido seleccionada para…
—¿Izzy va a cantar?— Allegra entornó los ojos. Había presenciado la reacción de la familia de Alex cuando su hermana trató de cantar en la fiesta de anuncio de compromiso. No le extrañaría que la subieran a un escenario frente a un numeroso público solo para reírse de ella.
—No— Alex sacudió la cabeza—. Pero una artista interpretará su canción y ella lo verá entre bambalinas. Le he dicho que iríamos al concierto. Te vendrá bien salir. Sé que te sientes encerrada —le apretó con cariño la mano.
—Echo de menos a todos— admitió Allegra—. Siento como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra y nadie se hubiera dado cuenta, como si a nadie le importara.
—Ven —Alex se puso de pie—. Quiero enseñarte algo —agarró su chal de la silla y se lo puso por los hombros. Luego la tomó del codo y la ayudó a salir de la habitación. Avanzaron por un corredor y luego bajaron por unas escaleras que daban a las puertas de un balcón—. ¿Sigues pensando que no le importas a nadie?
Allegra miró hacia la entrada del palacio, donde había cientos y cientos de flores en las puertas. Algunos eran arreglos formales, pero también había ramilletes de estrellitas azules, y esos eran los más importantes.
—Son todos para ti —le dijo Alex—. El pueblo se ha enterado de que sufriste una caída y los han estado trayendo desde hace dos días. Llegan ramos cada hora, están en el estudio, en el comedor…Nunca habíamos visto algo así —admitió—. Los periódicos no han exagerado. El pueblo te quiere de verdad.
Y eso ayudaba, hacía que la locura de aquella situación fuera algo más soportable. Pero cuando volvió a la cama, Alex le sonrió sin ganas.
—Me voy a ir a Londres. Lo he estado postergando, pero ahora que te sientes mejor… Solo serán un par de semanas. Volveré para el concierto.
—¿Semanas?
—Hay mucho que hacer y no puedo volver a fallarle a Razim.
Así que al día siguiente por la noche estaría por allí con Belinda. Allegra no tenía más remedio que quedarse tumbada y disimular sus sentimientos. Alex se puso de pie, le apretó cariñosamente el hombro y se marchó. Allegra tuvo la sensación de que le escuchaba suspirar aliviado al otro lado de la puerta cuando la cerró.
Bueno, ¿qué esperaba? Por supuesto que él se subiría al primer avión que pudiera.
Tal vez el pueblo la quisiera, pero al parecer al príncipe le resultaba imposible.