- Once
No podía salir mientras Alex estuviera en Londres, no debido a las estrictas órdenes de palacio, sino por el chichón que tenía en la frente. Así que deambuló por el palacio y trató de no imaginárselo con Belinda. Llamó a Izzy pero le salió el contestador, y Angela tampoco respondía a sus correos. Allegra alzó la vista cuando la doncella llamó a la puerta.
—Raymondo está aquí.
—¡Raymond!— la corrigió una voz algo afeminada.
Estaba harta de ver trajes de novia, sobre todo porque no tenía intención de llegar a ponérselo. Tuvo que hacer un esfuerzo por mostrar entusiasmo cuando Raymond entró. Allegra esperó a que pasara una comitiva detrás llevando retales y muestras de tela blanca, pero solo entró él.
—Siempre hacen lo mismo— afirmó el diseñador a modo de presentación—. Creen que así sueno más exótico.
Raymond era londinense también y ella estuvo a punto de echarle los brazos al cuello al escuchar el familiar acento.
—Bueno, vamos a empezar. ¿Qué idea tienes?
Allegra aspiró con fuerza el aire, dispuesta a dar la respuesta adecuada, pero Raymond la atajó.
—Lo cierto es que ya me han dado instrucciones. Encaje blanco de Santina, y bla-bla-bla.
Ella no pudo evitar reírse.
—Estrecho en la cintura, falda larga, cola…— Raymond puso los ojos en blanco.
A Allegra se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Es el día de tu boda, querida— el diseñador le pasó un pañuelo de papel—. Te prometo que estarás preciosa.
—Ya lo sé— Allegra aspiró el aire por la nariz—. Lo siento, no sé qué me pasa —se señaló la frente para tratar de culpar al chichón.
—Tal vez sea solo que te vas a casar con el príncipe heredero de Santina— aseguró Raymond con sabiduría—. Debe ser mucha presión para una chica normal y corriente. Hay dos vestidos, ¿sabes? Uno como respaldo por si se filtra mi innovador diseño de encaje blanco.
Allegra sonrió.
—No creo que quieran que lleve algo que pueda resultar remotamente sorprendente.
—De todas formas tengo que hacer un diseño alternativo— insistió él—. Así será más divertido. ¿Y si pudieras tener el vestido que de verdad quieres?
Nunca había pensado en ello.
—No sé…— tenía una ligera idea, pero la apartó de su cabeza. Y desde luego no iba a revelársela a él.
—Un buen diseñador guarda la misma discreción que un médico. Y yo no tomo notas— afirmó Raymond—. Tú me cuentas tus sueños y yo los creo.
¿Resultaba triste que Raymond fuera la alegría de sus días, sobre todo ahora que Alex no estaba? Le encantaban sus visitas, le encantaba hablar con él y, a medida que le fue bajando el chichón, también bajó la guardia.
Se quedaba de pie en el dormitorio mientras le tomaban medidas y luego, cuando la ayudante de Raymond salía con la tela y las notas que había tomado, ella le contaba sus sueños, cerrando los ojos e imaginando que avanzaba por el pasillo con el vestido de sus sueños para reunirse con un marido que la amaba.
—Va a ser impresionante— aseguró Raymond—. Voy a empezar con él esta noche. No puedo esperar. ¿Vas a ir esta noche al concierto?
—Sí.
El corazón le latía con fuerza por la emoción, alentada por la visita de Raymond y porque Alex acababa de llamar para decir que iba de camino a casa; y porque esa noche vería a Izzy.
—¿Qué te vas a poner?— le preguntó Raymond.
Allegra suspiró y sacó un vestido de lino claro con chaqueta ajustada a juego. No se sintió en absoluto ofendida cuando el diseñador arrugó la nariz.
—Llevaré zapatos planos, pero una vez allí me pondré tacones.
—Es un concierto de rock— le recordó él.
—Ya lo sé.
—Vale. Vamos. Tenemos que ir de compras.
—No puedo…— pensó en la última vez que había salido de palacio sin avisar.
Pero Raymond no parecía en absoluto preocupado.
—Llamaré antes a las boutiques. Vas a ir de compras con tu diseñador, ¿qué otra cosa se supone que tiene que hacer una futura princesa?
—¿Podemos parar a tomar un café?— preguntó Allegra.
—Claro— Raymond sonrió—. Y tarta.
Así lo hicieron, y fue un día maravilloso. Fueron de compras y se rieron, y luego, cargados de bolsas, pasaron por el que ya era el café favorito de Allegra, aunque esa vez el coche les esperaba fuera.
Una vez más el dueño cerró el establecimiento.
—Espero que esto no afecte al negocio— dijo Allegra cuando pidieron.
—¡Tonterías!— exclamó Raymond—. Lo hará crecer. Todo el mundo querrá comer y beber aquí al saber que es el sitio al que acude la futura princesa.
Raymond le habló más de sí mismo, del novio que le había roto el corazón y con el que quería volver. Era un placer estar allí sentada escuchando los problemas de otra persona en lugar de estar centrada en los suyos.
—Tal vez se haya dado cuenta de que te ama— sugirió Allegra.
—¡Estoy a punto de convertirme en famoso! —aseguró Raymond—. Fernando siempre me ha acusado de ser un poco aburrido y de que mis diseños no triunfan —miró a Allegra—. Ahora ha decidido que me echa de menos. Quiero creer que me ama a mí, no solo a mi nueva y glamurosa versión.
Allegra le entendía perfectamente.
—Quiero que ame a mi verdadero yo— concluyó Raymond.
Ella repitió en la cabeza aquella frase una y otra vez cuando llegó al palacio.
Se cambió y se puso ropa mucho más cara de la que podría haberse permitido en su antigua vida, aunque era de su estilo.
Estaba preparada e increíblemente nerviosa cuando bajó las escaleras para esperar la llegada de Alex a casa, antes de que se dirigieran al concierto.
—¡Allegra!— la reina le dirigió una sonrisa encantadora—. ¿No deberías estar arreglándote? El chofer de Alessandro me acaba de informar de que estará aquí en seguida, y subiréis directamente al helicóptero.
—Ya estoy vestida— Allegra tragó saliva.
—¡Vas en vaqueros!
—Y botas— dijo ella—. ¿Verdad que son divinas? —lo eran, el cuero suave como el terciopelo. Eran maravillosas.
—Su padre— una doncella le pasó el teléfono.
Allegra se agarró a él como si fuera un salvavidas. Hacía semanas que apenas llamaba, y cuando lo hacía ella, normalmente Bobby había salido. Fue un alivio escuchar su voz.
—¿Cómo estás?
—Muy bien— afirmó Allegra—. Hacía mucho que no sabía nada de ti. ¿Por qué me llamas al fijo? —sabía que Alex había llegado pero hacía mucho que no hablaba con su padre, así que se trasladó a otra habitación para continuar con la conversación.
—Creí que era donde tenía que llamar. Es más barato que hacerlo a un móvil— trató de bromear Bobby.
Pero Allegra no sonrió.
—Además, tienes muchas cosas de las que ocuparte y no quiero entretenerte. ¿Has visto a Izzy?
—Voy a verla esta noche— estaba deseándolo, aunque solo podría pasar un rato con ella después del concierto.
—Solo quería consultarte una cosa, Allegra. Me han ofrecido un trabajo, una aparición regular en un programa deportivo de televisión. Está bien pagado y es un modo de seguir en el candelero.
—Suena fenomenal, papá— Allegra sonrió. Era el trabajo perfecto para su padre. Le encantaba el protagonismo—. ¿Y qué querías consultarme?
—Bueno, quería saber si a ti te pondría las cosas difíciles.
Ella frunció el ceño.
—No te entiendo.
—Yo solo… No quiero hacer nada que pueda avergonzarte como cuando pronuncié el discurso.
—¡Papá!
—Y no hablaré de ti en televisión ni en la prensa.
—Eso ya lo sé.
—Bueno, solo quería asegurarme de hacer lo correcto— su padre se despidió.
Alex llegó al vestíbulo justo a tiempo de escuchar a su padre regañar a la doncella por haberle pasado el teléfono a Allegra.
—Era su padre quien llamaba— señaló Alex.
—Y ella tiene que ir a un evento oficial. Se le avisó que no llamara para charlar— le espetó el rey—. Voy a tener que decirle a Antonio que vuelva a hablar con él. Y tú tienes que hacer lo mismo con Allegra. No puede dejarlo todo a un lado cuando llame alguien de su maldita familia. Tiene que alejarse de su influencia. No me extraña que vaya vestida como una delincuente adolescente.
Allegra entró entonces y Alex se dio cuenta de que no parecía nada de eso, sino que le recordó a la mujer que había conocido en Londres. La ciudad no había sido lo que esperaba esa vez. Se había visto a sí mismo en demasiadas ocasiones sentado en el bar donde se conocieron o paseando cerca de su pequeño apartamento preguntándose cómo podía compensarla por haberle cambiado la vida de forma tan radical. Porque aunque tratara de negarlo, aunque no terminara de entenderlo, sabía que Allegra era feliz entonces.
—Allegra— Alex le dio un beso cuando ella entró, pero fue un beso cansado. La abrazó durante un instante porque no quería decirle lo que le tenía que decir. Que debía alejarse más de su familia.
Tenía que pensar, necesitaba tiempo para encontrar una solución mejor. Pero el tiempo se estaba agotando. La fecha de la boda se anunciaría a la mañana siguiente y en seguida llegaría el día.
Allegra parpadeó sorprendida al verle. Iba vestido con traje, como de costumbre, pero al parecer se le había olvidado afeitarse aquella mañana y tenía el oscuro cabello revuelto y un aspecto cansado. Casi sintió lástima por él, porque parecía que lo último que necesitaba era un concierto de rock.
—Allegra lleva vaqueros— dijo Zoe esperando algún tipo de reacción—. Alessandro, ¿tú vas a cambiarte?
Él la ignoró por completo.
—Vamos— le dijo a Allegra—. El helicóptero está esperando. El evento está programado hasta el último segundo. Matteo me ha pedido que no lleguemos tarde.
—Bueno, al menos ponte la corbata— le pidió Zoe.
—Es un concierto de rock— murmuró Alex tomando a Allegra de la mano.
—Y tú eres el príncipe.
—Lo que significa que seré el único idiota con traje.
Mientras avanzaban hacia el helipuerto, le preguntó a Allegra:
—¿Qué tal estás? El chichón ha desaparecido.
—Estoy mucho mejor, gracias— le sonrió ella—. Me siento un poco más yo misma.
—Lo pareces.
Allegra no sabía si se refería a los vaqueros, pero en sus palabras no había dardos. Era como si se hubiera quedado sin fuerzas.
—¿Estás bien?— le preguntó.
—Lo estaré— afirmó Alex—. Han sido dos semanas muy duras.
No hubo posibilidad de seguir hablando, el ruido del helicóptero acalló sus palabras. Guardaron silencio durante el corto trayecto al anfiteatro. Alex miraba por la ventanilla, Allegra no podía imaginar en qué estaría pensando. Tal vez echara de menos a Belinda o su vida en Londres. Toda la emoción que sentía se desvaneció.
El helicóptero tocó tierra. El resto de la gente llevaba allí todo el día. El príncipe heredero y su prometida llegaban para disfrutar únicamente de la parte nocturna. Pero en lugar de situarse entre la gente les trasladaron a la parte de delante, a un palco rodeado de guardaespaldas.
Las cámaras dispararon sus flashes durante más de diez minutos. Allegra se sentía completamente expuesta, cada segundo había alguien del público haciéndole una foto. Alex también era consciente de ello, porque de vez en cuando le sonreía y giraba la cabeza para hablar con ella, aunque no la tocó ni una sola vez.
Estaban interpretando una canción muy romántica, estaba sentada en el anfiteatro con su príncipe, la gente que les rodeaba se mostraba encantada con su presencia y el lugar entero parecía lleno de amor. Y sin embargo, Allegra no se había sentido nunca tan sola. Había echado mucho de menos a Alex, estaba deseando que llegara aquella noche. Pero ahora que había llegado el momento, solo servía para recordarle la falta de amor.
—¿Qué ha sido eso?— Alex se inclinó hacia delante y habló con uno de sus ayudantes—. Ha habido un cambio en el programa.
A Allegra no podía importarle menos. Solo quería que la noche acabara. Estaba cansada de estar allí sentada sonriendo y fingiendo que se lo estaba pasando bien. Cansada de estar con un hombre que no sentía nada por ella.
—Tu hermana está cantando.
Allegra no fue capaz de sonreír. Sentía ganas de vomitar. ¿Cómo podían caer los Santina tan bajo?
—Para que esta vez haga el ridículo en público, ¿verdad?— quería acercarse al escenario, advertir a Izzy, decirle que la estaban utilizando para demostrar que los Jackson no estaban a la altura.
—Yo no he tenido nada que ver con esto— aseguró Alex.
Allegra se dio cuenta de que ya era demasiado tarde para hacer algo. Había sido demasiado tarde desde el día que conoció a Alex en aquel bar. Y ella había sido una ingenua al pensar que podría manejar la situación.
Allí estaba Izzy. Salió con timidez y nerviosismo al escenario, vestida con unos pantalones muy cortos y sus típicos zapatos de plataforma. A Allegra le pareció que estaba preciosa, era preciosa. Pero ya imaginaba cuál sería la reacción de palacio.
Vio cómo su hermana se sentaba al piano y rezó en silencio. Sabía que Izzy podía cantar, pero en aquel espantoso programa de televisión había técnicos de sonido. En cambio allí, en directo… Allegra sintió una punzada de temor, pero cuando Izzy empezó a cantar, desaparecieron todos sus nervios. Se dio cuenta de que estaba escuchando su auténtica voz, lejos de los estudios de grabación y de la gente que intentaba cambiarla. Aquella noche escuchó a la auténtica Izzy por primera vez. Y sí, había nacido una estrella.
Su voz era pura gloria, llenó el anfiteatro y silenció al público. Incluso las cámaras que estaban centradas en Allegra y Alessandro se giraron. Izzy estaba en el centro del escenario y aquel era su momento. Allegra sintió escalofríos viendo a su hermana, su hermana pequeña, crecer en un instante. La vio brillar, vio cómo buscaba aprobación con la mirada. Pero no miró hacia el palco real, no buscaba a su hermana mayor, sino a alguien entre bambalinas. Estaba cantando para alguien y ese alguien tenía que ser Matteo. Allegra sintió de pronto deseos de llorar, pero se contuvo. Quería darse la vuelta, decirle a Alessandro que le había salido el tiro por la culata, pero estaba demasiado conmovida, demasiado perdida en la canción.
Mírame, no soy lo que ves,
Dentro de mí hay alguien más que quiere liberarse…
Allegra se dio cuenta de que Izzy acababa de hacerlo. Se había liberado.
Alex podía sentir a Allegra a su lado mientras veía cómo la mujer de la que todos se habían burlado le demostraba al mundo que se habían equivocado. Quería tomar a Allegra de la mano, relajarse y disfrutar del momento, pero estaba sentado al lado de una mujer que odiaba el palacio, que no quería ser reina, que quería que aquello terminara.
Miró sus ojos brillantes, la escuchó acallar un sollozo. Cuánto deseaba consolarla. Pero no renunciaría a su derecho al trono. No podía hacerlo. Si lo hacía, la responsabilidad caería sobre Matteo. Su hermano era perfectamente capaz, pero…
Alex miró a Izzy, escuchó su talento. Un talento que sería silenciado. ¿No se daba cuenta Allegra de lo que pasaría?
—¡Ha estado increíble!— Allegra se giró hacia él, pero Alex tenía el rostro rígido. No entendía a aquel hombre. ¿No había nada que le conmoviera?—. Me gustaría verla. ¿Podemos ir entre bambalinas?
—Supongo que tu hermana estará ocupada— respondió Alex—. Tal vez deberíamos dejarla tranquila.
Allegra había soportado mucho aquella noche, pero ya no podía seguir guardando las apariencias. Los flashes de las cámaras iluminaron el coche de cristales tintados cuando regresaban al palacio y Allegra sintió los ojos de Alex clavados en ella.
—¿Puedes al menos aguantarte las lágrimas hasta que estemos de regreso en palacio?
—Oh, deja que las vean, así escribirán que han empezado a aparecer grietas— afirmó ella—. Además, la prensa puede centrarse ahora en Izzy y Matteo.
Le dolía sentir celos de su propia hermana. No porque tuviera toda la atención, no por su talento, sino porque le había quedado claro que le estaba cantando a alguien. Había amor en sus ojos y en su voz. Y eso le quemaba. Por supuesto, quería que su hermana fuera feliz. Por la mañana ya se le habría pasado, pero en aquel momento no podía sentirse más sola. No podía creer la situación en la que se encontraba. Nunca habría accedido a aquello de haber sabido cómo era Alex en realidad.
—¿Qué ha sido de ti?— no le importaba que el chofer estuviera oyendo. Ya no le importaban las apariencias—. ¿Qué ha sido del hombre que conocí en Londres, el hombre que se acercó a hablar conmigo?
Alex vio el palacio alzándose en la oscuridad de la noche y le pareció una prisión. Escuchó la voz contenida de Allegra y supo que estaba llorando. La había hecho prisionera, como lo era él.
—Has cambiado— le acusó otra vez.
Alex se giró para mirarla.
—No— afirmó—. He vuelto a ser quien soy. Aquí soy el príncipe heredero Alessandro y siempre estoy de servicio. Aquí no tengo tiempo para mí mismo porque…
—Porque así lo has decidido —le interrumpió ella—. Porque tu familia y tú os ocultáis en el palacio o tras cristales tintados. Estás tan acostumbrado a tu papel que te has olvidado que tú también eres una persona. Y tu pueblo lo sabe —añadió con crueldad—. Yo les caigo bien porque soy de verdad, soy normal y corriente. Porque no pretendo ser perfecta ni actúo como si fuera mejor que ellos. No me extraña que tus admiradores…
—¿Admiradores?— murmuró él con desprecio—. Son nuestro pueblo, no son admiradores.
Cuando llegaron al palacio, Allegra se bajó del coche antes incluso de que se detuviera del todo. Subió los escalones y entró a toda prisa en el vestíbulo, pero Alex le siguió los pasos.
—He dicho la palabra equivocada— afirmó ella—. Una palabra mal dicha y te lanzas a la yugular e intentas ridiculizarme —no tenía por qué explicarse, no necesitaba seguir pasando por eso ni un minuto más.
—¿Qué está pasando?— la madre de Alex se levantó del sofá con un brandy en la mano. Últimamente bebía con demasiada frecuencia, era su único consuelo por las noches.
Alex se quedó muy quieto.
—No pasa nada. Allegra está un poco disgustada— no estaba dispuesto a hablar de su vida amorosa con su madre—. Por la mañana se encontrará mejor.
—Quieres decir que recordará cuál es su sitio.
Alex parpadeó al escuchar el tono burlón de su madre.
—¿Por qué no hablas con ella?— sugirió la reina.
—Ha salido corriendo.
—Ve tras ella entonces.
Pero su hijo no se movió.
—¿Qué le pasa a esta familia? Creí que eras feliz, Alessandro. Cuando la trajiste a casa pensé que quería luchar por tu matrimonio— la reina se rindió. Ella tampoco quería hablar de su vida amorosa con su hijo—. Estoy segura de que mañana se encontrará bien —afirmó con ironía volviendo al sofá.
Alex miró hacia las escaleras y supo lo que tenía que hacer.
—Déjame en paz— gritó Allegra cuando él llamó a la puerta del baño.
Había agarrado el estúpido camisón que le habían dejado encima de la cama y había entrado en el baño. Aquella noche estaba furiosa incluso con el camisón, seguramente habría cientos de ellos, pensó mientras se desvestía. Seguramente abajo habría una lavandería parecida a la de un hospital, con cientos de camisones hechos con encaje de Santina. Odiaba el molde en que pretendían meterla. Si hubiera tenido unas tijeras, se habría hecho un nuevo flequillo. Estaba furiosa. Cuando se quitó las braguitas estuvo a punto de tropezarse.
¿Por qué tenía que ser Alex así? ¿Qué había sido del hombre que la abrazaba, que había estado a punto de hacerle el amor?
Allegra se miró en el espejo y dejó escapar un gemido al recordar aquella noche y las manos de Alex en su cuerpo: ardía de deseo. Podría soportarlo todo, absolutamente todo si tuviera a Alex por las noches, si tuviera al hombre que amaba y que deseaba.
—Allegra.
Ella se dio la vuelta. Estaba asombrada y enfadada porque Alex había entrado sin permiso.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí?— le espetó.
—Tenemos que hablar.
—Yo ya he dicho todo lo que tenía que decir— quería que se marchara de allí, odiaba desearle como nunca había deseado a nadie. Aunque estuviera furiosa e incluso le odiara, se sentía excitaba, y eso le provocó lágrimas de frustración.
—Me voy mañana.
—No puedes.
—Ya lo veremos —le espetó—. Estoy harta de Santina, harta de vivir con una familia que ni siquiera tiene fuerzas para pelearse como Dios manda, que es capaz de quedarse sentada en el concierto más increíble completamente fría —le miró—. Ni siquiera eres capaz de fingir que me amas. Ni siquiera me has tomado de la mano.
—Tú no lo entiendes.
—¡No quiero entenderlo!
—¡Pues tienes que hacerlo!— gritó Alex—. Porque mañana se anunciará la fecha de nuestra boda.
—Pues que no la anuncien— susurró ella.
—Es demasiado tarde para eso y lo sabes. Te casarás conmigo…
—No— Allegra pasó por delante de él rozándole—. Voy a llamar a mi padre.
—De eso quería hablarte también —Alex bloqueó la puerta y se preguntó si ella le daría una patada. Pero tenía que ser fuerte—. Allegra, tienes que alejarte más de tu familia —aquello le estaba costando muchísimo trabajo—. Te vas a casar con un miembro de la realeza. No es adecuado que… —trató de encontrar las palabras, trató de decir lo que la prometida de un príncipe ya debería saber. Si hubiera nacido para aquel papel, si la hubieran educado para aquello, entonces no haría falta que dijera nada.
—Déjame pasar— Allegra estaba furiosa, no podía más. Le dio patadas y le empujó.
Pero Alex se mantuvo firme, le agarró las muñecas y le contó cómo iban a ser las cosas.
—Si Izzy y Matteo siguen juntos la verás mucho.
Allegra sabía lo que le estaba diciendo, en el fondo lo había sabido siempre. Se había engañado a sí misma diciéndose que la falta de contacto con su familia se debía a que estaba muy ocupada con la boda y con todo lo que estaba sucediendo en su vida. En realidad sabía que le estaban apartando lentamente de los suyos y que eso debía estar matando a su padre.
—Déjame pasar— repitió.
Estaba despeinada y furiosa, y más bella que nunca. Para Alex habría sido mucho más fácil estar tumbado con ella que estar de pie. Podía ver cómo le subían y le bajaban los senos mientras respiraba, podía ver los pezones erectos bajo el encaje, los muslos ligeramente separados en aquella postura de rabia y la braguitas en el suelo. Quería besarla hasta no poder más, sacarla del baño, tumbarla en la cama y perderse en ella, poner fin a aquella pelea antes incluso de que empezara. Pero se quedó allí de pie porque tenía que explicarse. La dejó pasar, pero cuando Allegra agarró el teléfono le dijo:
—Piénsatelo antes de hablar con tu padre, Allegra. Porque si esto es un infierno para ti, imagínate para Izzy.
—¿Izzy?— ella se giró con el teléfono en la mano.
—Por el modo en que tu hermana miraba a mi hermano esta noche, creo que ya no se trata solo de ti.
Allegra quería sinceridad, quería saber qué ocurría tras el telón de acero que rodeaba a Alex desde que aterrizaron en Santina, pero tenía miedo.
—¿Qué tiene que ver Izzy con nosotros?— le preguntó sintiendo un nudo en la garganta.
—Si yo renuncio o si este matrimonio no sigue adelante, Matteo asumirá el trono. Estoy convencido de que el pueblo de Santina no está preparado para una reina del karaoke, aunque por supuesto ya no podría cantar. No habría más actuaciones.
—Izzy nunca dejaría de…
—No tendría opción. Si la boda no se anuncia mañana, me veré obligado a renunciar. Depende de ti.
Allegra trató de imaginarse a Izzy en aquel papel. Si para ella era duro, para su hermana sería un infierno. Había algo único en Izzy, algo salvaje y, al mismo tiempo, frágil que quedaría aplastado por el peso que Allegra estaba soportando en aquel momento. Sintió cómo la abandonaban las fuerzas.
—Puede que Izzy y Matteo no duren mucho…
—Tal vez no —Alessandro se encogió de hombros—. Pero al menos la relación debería seguir su curso —miró a su prometida y se odió a sí mismo por lo que estaba haciendo—. Mañana anunciaremos la fecha de la boda. Por supuesto, puedes llamar a tus padres antes.
—No evitarás que los vea— estaba derrotada pero todavía seguía desafiante, al menos en aquel aspecto.
—Por supuesto que los verás— aseguró Alessandro—. Pero después de la boda será distinto. Pueden venir a verte —estaba muy incómodo, porque aunque a él no le importaría no ver a sus padres en un futuro cercano, sabía que para Allegra la familia era muy importante.
—Ya es distinto— ella le miró—. ¿Alguien ha hablado con ellos al menos?
—Creo que los asistentes de palacio se han reunido con ellos para hablarles de su papel en los preparativos de la boda— afirmó Alex con sinceridad—. Hablaron con tu padre después del anuncio de compromiso.
Allegra recordó aquella mañana en el balcón, la última conversación de verdad que había tenido con su padre, cuando discutió con él por su coqueteo con la reina y sintió una oleada de nostalgia tan grande que pensó que iba a vomitar.
—¿Qué crees que le habrán dicho?
—Que se mantenga alejado, que se asegure de que el resto de la familia haga lo mismo. Que no te molesten con historias cotidianas.
Como romances, embarazos y los consiguientes cotilleos. No era de extrañar que se sintiera apartada: le habían dicho a su familia que se mantuviera alejada por su bien.
—Tendrías que haberte casado con Anna— aseguró Allegra con sinceridad—. Ojalá lo hubieras hecho.
Alex vio el dolor en sus ojos y fue consciente de que era culpa suya, del lío que había creado. Así que su respuesta fue sincera y pensando en Allegra.
—Ojalá.