- Nueve
—¿En qué diablos estabas pensando?— Alex estaba tan enfadado que durante un instante no dijo nada más.
La gente les miraba cuando entraron en el coche esperando que diera la vuelta y volviera a palacio. Pero intercambiaron sonrisas cuando el coche se dirigió hacia las colinas.
Solían ver con frecuencia aquel coche plateado cuando Alex estaba allí, y sabían que se dirigía al bosque a pasar allí horas. Hacía mucho que no sucedía, pero su príncipe había vuelto y quería compartir la tierra que amaba con su futura esposa.
—¿En qué estabas pensando?— repitió Alex.
—En que me ignoras, en que estoy encerrada y quería unas horas de…
—Eres mi prometida —bramó Alessandro—. Te he dicho esta mañana que no puedes salir como si tal cosa y… —se calló entonces, era más sencillo por el momento concentrarse en el camino y eso fue lo que hizo. Cuando la escuchó contener el aliento en un par de curvas cerradas se giró hacia ella—. No estoy conduciendo con rabia —le explicó—. Conozco muy bien el camino.
Muy bien.
Lo había tomado con frecuencia cuando vivía allí para dirigirse al único lugar de Santina que le tranquilizaba. Incluso de niño y más tarde, cuando era un adolescente enfadado, antes de poder conducir, cabalgaba para llegar a aquel lugar para poder respirar y poder pensar lejos de los confines de palacio.
Sabía cómo se sentía Allegra porque él se había sentido así también.
Pulsó un botón y la capota del coche se plegó automáticamente. Luego miró de reojo a Allegra y vio que estaba más relajada, con los ojos cerrados y disfrutando del sol y el aire fresco.
Para Allegra aquel silencio era oro. Sabía que Alex ya no estaba tan enfadado, sabía que aunque dormía a su lado todas las noches y cenaban juntos, no habían estado a solas ni habían sido ellos mismos desde Londres.
Allegra abrió los ojos cuando el coche disminuyó la marcha. Hacía más fresco y estaban a la sombra. Cuando el vehículo se detuvo salieron sin decir una palabra y dejó que Alex la llevara hacia aquel lugar.
—Sé lo que sientes.
No gritaba, ni siquiera parecía enfadado. Allegra estaba encantada con el paseo, con haberse alejado del palacio. Todavía podía verlo a lo lejos, pero se alegraba de que hubiera tantos kilómetros de por medio.
—Antes de aprender a conducir, solía venir aquí a caballo. Gritaba que no volvería, aunque por supuesto tenía que hacerlo. Pero prometí que algún día me iría, que durante unos años viviría en Londres, viviría mi vida por un tiempo antes de volver a pasar por el aro.
Se habían adentrado más en el bosque, y Alex le mostró el lugar donde ataba el caballo. Siguieron caminando hasta que estuvieron rodeados de verde y se sentaron sobre el musgo húmedo que tanto le recordaba a los ojos de Allegra.
—Tendríamos que haber traído el picnic— bromeó ella.
—No tenía planeado venir aquí— aseguró Alex.
Pero le gustaba estar allí de nuevo, tumbarse en el musgo y mirar el cielo a través de los árboles. Sin mirarla a ella mientras le decía lo que sabía que no debía contarle.
—Ya sabes que se ha montado un gran escándalo porque Sophia ha desaparecido…
—No ha desaparecido. Se ha casado con tu amigo Ash, el marajá— afirmó Allegra.
La joven princesa había huido cuando se enteró de que su padre quería casarla. El príncipe Rodrigo había llegado para buscar a su novia y el rey decidió que Carlotta podía sustituir a su hermana Sophia. A Allegra le costaba trabajo entender a aquella familia. Para ellos eran más importantes las apariencias que los sentimientos.
—Siempre ha habido rumores en torno a Sophia— Alex alzó la vista para mirarla—. No sé si lo sabes, pero se dice que no es…
Allegra asintió. Alex estaba tratando de abrirse con ella, así que no iba a fingir que no sabía de qué le estaba hablando.
—Mi padre siempre fue muy estricto conmigo, pero cuando era pequeño en ocasiones salíamos juntos —recordó el príncipe—. Entonces había más libertad o el palacio me parecía más grande. Luego mamá tuvo a las gemelas y aunque mi padre las mimaba mucho, sobre todo a Natalia, en realidad quería más hijos varones. Sé que estaba decepcionado, y mi madre… mi madre cambió —trató de explicarse—. Tal vez fuera una depresión, pero entonces yo no lo sabía. Cuando cumplí doce años supe que iba a nacer otro bebé. Eso tendría que haber sido una buena noticia, ya que mi padre quería otro hijo varón. Les escuché pelearse.
Allegra alzó la vista para mirarle.
—Mi padre le dijo que iba a acabar con la monarquía, que su comportamiento irresponsable les robaría el cariño del pueblo, que su indiscreción…— Alex miró hacia el cielo. Le parecía estar escuchando sus voces—. Le dijo que no le importaba que hubiera tenido una aventura. Lo que le preocupaba era el pueblo, el daño que un embarazo…
—No— le interrumpió Allegra—. Por supuesto que le importaba.
—Tú no lo entiendes, ellos…
—Claro que lo entiendo— insistió ella—. He oído cientos de veces peleas de ese tipo. Y aunque no te lo creas, mi padre no es muy distinto al tuyo. Le quiero mucho, pero tiene un doble rasero. Si fuera mi madre la que tuviera una aventura…
—Esto es distinto— la atajó Alex—. A partir de ese momento tuvimos que estar por encima de los rumores y los reproches.
—Pues no ha funcionado— señaló ella—. La prensa está encantada con todo lo que está saliendo. Tu familia está demasiado ocupada tratando de ocultar secretos que no paran de salir a la luz, tratando de demostrar que no son humanos cuando sí lo son. Tu padre no estaba molesto por el pueblo, lo utilizó como excusa para que ella se sintiera culpable y así tenerla encerrada. A mí no conseguirás encerrarme, Alex.
—No puedes entrar y salir a tu antojo.
—¡Te prometo que no volveré embarazada!
—Esto es serio, Allegra. Hay cosas que no pueden cambiar— Alex guardó entonces silencio y los dos se quedaron tumbados quietos durante un instante—. ¿Lo oyes?
Allegra escuchó el zumbido de un helicóptero. Tal vez no estuviera allí por ellos, tal vez sí. Pero no se rendiría.
—Están aquí porque esto no es normal para ellos— trató de explicarse—. Porque no están acostumbrados a que tu familia haga cosas normales. Se supone que estamos prometidos, que no podemos apartar las manos el uno del otro. Deberíamos estar haciendo el amor a los pies de la colina.
—Yo nunca te pondría en semejante compromiso— aseguró Alex.
—Ya lo sé —Allegra soltó una breve carcajada—. Y es una lástima… —se estremeció—. No quiero decir que…
—Lo entiendo— afirmo Alex, y era cierto. La espontaneidad no podía formar parte de su vida. Y era una lástima—. Si estuviera prometido a Anna no estaría aquí. Ella nunca habría salido huyendo de palacio, no habríamos estado a punto de pelearnos en la calle.
Allegra se encogió de hombros.
—Es solo una discusión. Las parejas discuten.
Alex escuchó claramente al helicóptero encima de sus cabezas. No le cabía la menor duda de que eran paparazzi.
—¿Deberíamos besarnos?— preguntó.
—Supongo que sí. Si nos hemos reconciliado— respondió ella.
—¿Y lo hemos hecho?
—Estamos hablando— dijo Allegra—. Sin duda eso es un comienzo. Ayúdame, Alex, por favor. No puedo estar encerrada en palacio.
—Lo intentaré— prometió él—. Tal vez encontremos un término medio.
—Entonces supongo que sí nos hemos reconciliado— Allegra quería que la besara aunque solo fuera para las cámaras. Quería sentir su contacto.
Y Alex nunca la pondría en un compromiso, eso lo sabía. Lo tenía tan claro que no se ofendió cuando reorganizó la escena, porque sabía que estaba pensando en su reputación.
—Bájate el vestido— le dijo, porque se le había subido un poco—. Me voy a acercar a ti.
Fue un beso obligado que no iba a ninguna parte. Alex le puso la mano en la cintura y la dejó ahí. Tenían los cuerpos algo separados, estaban unidos solo por la cara. Fue un beso suave, un beso de unión en el que solo intervinieron los labios.
Allegra escuchó el ruido del helicóptero mientras Alex retiraba lentamente los labios de los suyos. No quería ser un príncipe en aquel momento, un hombre normal lo tendría mucho más fácil. Lo único que quería era volver a saborearla, y eso hizo.
Sus labios rozaron los de ella otra vez con suavidad, pero no fue un beso para las cámaras, fue un beso íntimo y entre ellos. Los dos lo sabían, aunque no se atrevieran a admitirlo.
Allegra podía sentir su respiración y cómo la suya se aceleraba.
—Alex…— se apartó porque no podía soportar no ponerse encima de él.
Sintió cómo él le sujetaba con más fuerza la cintura.
—No quiero que salga nada poco apropiado en la prensa— murmuró ella.
—Ya te he dicho que nunca te pondría en un compromiso. Creí que querías que ofreciéramos una apariencia de normalidad.
Le encantaba besarla. Era una sensación completamente nueva, y él nunca había sido juguetón en su vida. Jamás.
—No quiero que me acuses de jugar contigo. Y no podemos hacer nada que parezca…
—Es solo un beso— afirmó Alex.
Tal vez le supiera tan bien porque era algo prohibido, pensó, ya que no podían hacer nada más. Tal vez simplemente llevara demasiado tiempo sin estar con una mujer. No quería pensar que se debiera únicamente a ella, que había vuelto a bajar la cabeza solo por ella.
Un beso sin contacto era una tortura.
Una deliciosa tortura cuando sus labios se encontraron otra vez.
Una tortura no poder deslizarse por el cuerpo de Alex, no aceptarle, porque Allegra sabía que estaba deseando apretarse contra ella. Una tortura no poder olvidarse de las cámaras, de Santina y del lío en el que estaban metidos. Y también una tortura olvidarse de todo aquello mientras sus bocas se fundían.
Allegra sintió cómo se le aceleraba la respiración y abrió la boca para recibirle. Pero Alex se retiró. Ella gimió decepcionada, quería que volviera a acercarse. Se suponía que no debía estar disfrutando de aquel momento, pero así era. Y él también.
Era un momento absolutamente erótico, un beso al parecer casto que sin embargo provocaba que sus cuerpos estuvieran en llamas.
El ruido del helicóptero se escuchó con más fuerza. Alex levantó la cabeza y le cubrió el rostro de pequeños besos antes de sonreír.
—Si no fueras el príncipe heredero…— Allegra le miró y se detuvo porque sabía que le estaba seduciendo. Aquella noche volverían a estar solos y ella no podría sucumbir, no podía entregar aquella parte de sí misma sin perder la cordura.
—Pero lo soy— afirmó Alex, porque no podía olvidarlo ni un instante.
Aunque si no lo fuera en ese momento le habría puesto la mano entre las piernas y ella estaría retorciéndose sobre el musgo.
Al menos podía besarla.
Los senos de Allegra anhelaban sus manos; el cuerpo clamaba por sentir su peso. Pero Alex tenía razón, había unos límites.
—Deberíamos volver— Allegra apartó los labios, no se atrevía a admitir el calor de su cuerpo ni a reconocer que si seguía besándola seguramente alcanzaría el orgasmo.
—Por supuesto— Alex volvía a ser el príncipe—. Creo que ya habrán conseguido la foto.
A Allegra no le dolieron sus frías palabras, de hecho fueron bienvenidas porque necesitaba una bofetada de realidad.
El camino de regreso al palacio fue completamente distinto. Alex le enseñó las zonas más bonitas, las florecitas azules que cubrían las colinas. Ella le mostró las flores que la niña le había regalado en el café. Se estaban empezando a marchitar.
—Necesitan agua.
—Las hay por todas partes— le explicó Alex—. Son exclusivas de Santina. Florecen todo el año. Son malas hierbas, tenemos problemas para controlarlas.
—A mí me parecen preciosas— afirmó ella.
Eran una pareja más relajada cuando regresaron al palacio. No les pareció raro cruzarlo tomados de los mano.
Allegra se sentía sucia y desarreglada, pero también renovada por el aire libre, la compañía, la charla y el beso. Le resultó imposible no sonreír.
Hasta que el rey les mandó llamar de inmediato. Estaba serio y visiblemente enfadado, pero la reina le sonrió.
—Allegra— Zoe se mostró amable—, estábamos muy preocupados. Podría haberte pasado cualquier cosa.
—No ha pasado nada.
—Podrían haberte reconocido.
—Me han reconocido— Allegra trató de no ser seca con la reina—. Entré en un café y el dueño lo cerró. Dejó que los clientes que ya estaban siguieran allí pero no dejó pasar a nadie más. La gente estaba encantada. Nadie me abordó, solo una niña pequeña.
Observó sus caras de asombro. ¿Cómo hacerles entender lo maravilloso que había sido que una niña pequeña se acercara y le diera un ramo de flores?
Les mostró las flores marchitas, pero el rey se limitó a aspirar el aire por la nariz con desprecio.
—Malas hierbas.
Allegra les contó que había recorrido las tiendas y miró a la reina.
—La gente estaba encantada. Compré cosas, y si se me acercaban, me limitaba a decirles hola.
Sin pedírselas antes, el rey le quitó las bolsas de la mano.
—Los periódicos de mañana hablarán de los regalos, de los caprichos de la familia real…
—Deja sus cosas— le espetó Alex.
Pero el rey ignoró a su hijo y abrió las bolsas.
—Enviaré a alguien para que vaya a pagar…
—Lo he pagado— afirmó Allegra—. Por supuesto que ha pagado.
Tal vez el rey esperara ver perlas y joyas cuando vació las bolsas en el escritorio, pero solo había unas cuantas postales, un par de recuerdos de Santina y una bola de cristal con nieve y un pequeño castillo dentro.
Que revisaran sus cosas fue demasiado para Allegra. Quería decir algo pero se contuvo. Si abría la boca en aquel momento le diría algo poco respetuoso al rey. Aunque tuvieran una mala opinión de su padre, Bobby la había educado muy bien. Así que se limitó a contener un sollozo de frustración y salió del despacho.
—Ve tras ella— le dijo la reina a su hijo. Luego se giró hacia su marido—. No tendrías que haber tocado sus cosas, Eduardo.
Pero Alex no fue tras Allegra. Se enfrentó a su padre.
—Dices que el pueblo la quiere y sin embargo, intentas cambiarla.
—¡Yo mando en Santina!— bramó el rey—. Si pierdes la cabeza por ella tomarás decisiones equivocadas. Convertirás esta familia en un circo. ¿Es eso lo que quieres para tu pueblo? Tiene que aprender a comportarse.
—Solo ha salido a dar un paseo, por el amor de Dios— intervino la reina.
—Así es como se empieza— el rey se giró hacia su mujer, hacia la mujer en la que una vez confió—. Y luego hará amigos, y después amigos más íntimos. Y antes de que de te des cuenta… Las reglas tienen una razón de ser. No vamos a cambiar nuestro modo de vida para acomodarnos a tu prometida, Alessandro. Es ella la que debe amoldarse. Cuando yo haya muerto podrás hacer lo que quieras. Mientras tanto…
Miró a su hijo, a su primogénito, el más fuerte e inteligente de sus hijos. No permitiría que cayera donde él había caído una vez. No dejaría que sufriera como había sufrido él. Cuando su hijo salió del despacho, el rey le dijo a la espalda la verdad y vio cómo se ponía tenso.
—Sigo siendo tu rey.
Aquella situación estaba a punto de estallar.