- Siete
Había disfrutado de Londres por muchas razones, pero sobre todo porque allí no tenía que dormir solo. En Santina era el prometido de Anna, lo que significaba que sus visitas a casa eran escasas y cortas. Y ahora era peor. No dormía solo, sino que compartía cama con una mujer que le resultaba increíblemente atractiva y que le daba la espalda todas las noches. Sin embargo, la mayoría de las mañanas aparecían abrazados. El cuerpo de Allegra solo le buscaba cuando estaba dormida.
Así había sucedido aquella mañana.
Cuando el sol se alzó también lo hizo el cuerpo de Alex. Tenía a Allegra abrazada, su respiración en el pecho. Había necesitado de toda su fuerza de voluntad para apartarla de sí, para no pasar por el trago de ver cómo ella se alejaba horrorizada, como solía hacer.
Aquello era insostenible, pensó más tarde cuando se dirigió a la piscina a tomar el café y a hablar con la reina, como se le había pedido. Allí estaba Allegra haciendo sus largos. Era insostenible que tuviera que pasar semanas sin recompensa.
Después de todo era un hombre.
Más todavía: era un príncipe.
Allegra nadó como hacía todas las mañanas. Los reyes no solían aparecer hasta más tarde, y los hermanos de Alex estaban o bien fuera o bien dedicados a sus asuntos. Aquel era el mejor momento del día, cuando se deslizaba por el agua, y a veces nadaba con fuerza cuando volvía a sentir ira.
Se había acordado de ponerse la crema de protección solar. Le habían dicho que debía ponérsela incluso a las ocho de la mañana. Tenía que tener la piel pálida para la boda. Cada parte de su ser había sido analizada y criticada: se reía demasiado alto, tenía el flequillo demasiado largo, caminaba con poca gracia. Allegra nadó con más fuerza, tocó el bordillo y se giró con rabia al recordar la humillación de su primera clase de dicción.
Pensó que iban a enseñarle el idioma de Santina, aquel maravilloso dialecto que sonaba a italiano con unos toques de francés. Ella no hablaba italiano, pero había aprendido francés en el colegio y le sorprendió comprobar que entendía más de lo que esperaba, así que estaba deseando que empezaran las clases. Ignoraba que se trataba de mejorar su propio idioma.
Todavía le ardía la cara por la vergüenza.
Allí estaba ahora Alex, tan frío como siempre, vestido con un traje oscuro. El ardor del cloro fue un alivio porque cuando salió del agua tuvo una razón para secarse los ojos con la toalla.
Alex la observó.
Había visto cómo su prometida rompía el silencio de la mañana con sus brazadas. No era una nadadora elegante, pensó alzando la vista del periódico. No se deslizaba por el agua con gracia, sino más bien de forma ruidosa.
—Buongiorno— Alex saludó a su madre. El mayordomo sirvió el café mientras la reina se acercaba y Allegra salía de la piscina—. ¿Por qué querías verme?
—Allegra tiene que escoger el vestido de novia— dijo su madre.
—¿Y tienes que decírmelo en la piscina?
—Aquí es donde está Allegra todas las mañanas —la reina se encogió de hombros—. Pensé que así os tendría a los dos. Tú tienes mucho trabajo y Allegra está ocupada con su libro. Allegra —sonrió al ver a la joven—, ven a tomar un zumo con nosotros.
—No, gracias— dijo Allegra mirando a su alrededor para buscar el albornoz. Estaba segura de que lo había bajado. Pero se secó con una toalla mientras Alex hacía un esfuerzo por no mirar. No se parecía a ninguna mujer de las que conocía. Cualquiera de ellas estaría en biquini y se tumbaría en una hamaca. en cambio Allegra llevaba un bañador que parecía sacado de sus años escolares, azul marino, que tendría que haber resultado poco atractivo, pero se le había subido un poco por detrás. Eso no tendría que atraer su atención, en las playas de Santina las mujeres se paseaban en tanga. Pero en el caso de Allegra fue casi como una visión prohibida. Tenía un pudor que le excitaba, y envidió sus dedos cuando bajaron la lycra porque a él le hubiera gustado que fueran los suyos los que lo hicieran.
—Únete a nosotros, Allegra— insistió la reina—. El chef ha preparado un zumo delicioso. Es de sandía con menta y un toque de jengibre.
Allegra no tuvo más opción que acercarse, ya que el mayordomo le estaba sirviendo un vaso. La reina esperó a escuchar su opinión cuando le dio un sorbo.
—¿Te gusta?
—Mmm— murmuró Allegra dando un sorbo más largo porque sabía a gloria, sobre todo después de haber nadado tanto—. Dios, qué bueno.
Pero entonces vio que Alex hundía la cabeza en el periódico. Sin duda no había escogido la expresión adecuada, o tal vez debería ser menos expresiva.
Nunca lo haría bien, pensó.
—Me voy a trabajar— Alex se puso de pie.
Iba vestido de traje aunque iba a trabajar en el despacho del palacio. Pero se pasaba la mayor parte del día en videoconferencia con aquella maldita Belinda, su equipo ejecutivo y los clientes. Allegra admitió a regañadientes que seguramente debía llevar traje, aunque a ella le resultara irritante en ocasiones.
—¿Tan pronto?— la reina frunció el ceño—. Quería hablar contigo de los diseñadores del vestido…
—Me conoces lo suficiente como para saber que los detalles de la boda no me interesan en absoluto. Háblalo con Allegra.
Lo cierto era que Alex no estaba irritado. Pero tenía otras cosas en mente. Podía ver los pezones de Allegra ajustándose contra la tela del bañador, las gotas de agua en el brazo. Por supuesto que su madre no podía entender que la visión de su prometida tan ligera de ropa le provocara aquella reacción. Después de todo, dormían juntos todas las noches. Aquella mañana se sentía como un adolescente incapaz de mirarla a los ojos.
Necesitaba volver a Londres.
—Que tengas un buen día— Allegra se incorporó. Le habían dicho que tenía ser más cariñosa pero a veces le costaba trabajo. Le acompañó hasta las puertas del balcón para despedirse de él y luego volver al lado de la reina. Le sonrió, pero Alex no le devolvió la sonrisa. Entonces recordó que la reina estaba mirando y se puso de puntillas para besarle en los labios. Él tampoco le devolvió el beso, sino que le agarró la muñeca.
—Ya es suficiente.
Estaba mojada y el pelo le había escurrido sobre el traje, así que Alex se secó con la mano libre.
—Siento haberte mojado el traje— susurró Allegra—. Pensé que se suponía que debía ser más cariñosa.
—Allegra, no me importa nada el traje. Pero hay momentos más apropiados para ser afectiva, apenas llevas ropa, estás mojada y sabes a sandía…— Alex le soltó la mano—. Hay ciertos límites.
Entonces se alejó y Allegra no pudo evitar sonreír. La reina también sonrió y se acercó a ella.
—Creo que iré a descansar un poco. Hace un calor espantoso.
—Pensé que querías hablar de los diseñadores del vestido— comenzó a decir Allegra, pero luego recordó cuál era su lugar—. Pero claro, por supuesto. Espero que descanses bien.
Allegra se dirigió a su suite y para sorpresa suya, Alex estaba allí. Pero la ignoró cuando entró. Siguió hablando por teléfono mientras ella se duchaba y se ponía un albornoz. Ya pensaría luego lo que iba a ponerse. Estaba harta de la ropa que habían escogido para ella, tan formal y combinada. Fue al dormitorio, donde Alex estaba terminando la llamada. El mayordomo había servido el té para ella y un vaso de agua con algo efervescente para Alex. Aquel fue el único sonido que se escuchó cuando el mayordomo salió.
—¿Qué es eso?
Él no respondió, se limitó a apurar el vaso y luego dijo:
—Dentro de unos días me iré a Londres.
—¡Londres!— a Allegra se le iluminaron los ojos—. Yo también…
—Voy a ir por trabajo.
—No te molestaré. Puedo ver a mi familia, pasar tiempo en…
—Tú no vas a venir —afirmó Alex—. Voy en viaje de negocios y quiero ser discreto. Estoy intentando reunirme con un jeque que está considerando la posibilidad de comprar mi empresa. Si vamos los dos, se convertirá en un circo mediático —Alex sacudió la cabeza—. Tú sigue con los preparativos de la boda, escribe tu libro…
Allegra estaba enfadada. Londres era su hogar y sin embargo, era Alex quien iba a ir. En lugar de tomarse el té con los trozos de fruta delicadamente dispuestos se dirigió al vestidor.
—Tómate el té.
—No quiero té— Allegra miró la ropa perfectamente colocada—. Quiero café y tarta. Y quiero escogerla yo.
—¿De qué estás hablando?
—Voy a salir.
—La prometida del heredero al trono no puede salir sin más— afirmó Alex con desprecio—. No estás en tu apartamento, no puedes cruzar la calle para ir a comprar la leche y pararte en una cafetería barata de regreso. Así son las cosas. Si necesitas un poco de aire fresco, puedes dar un paseo por el jardín o nadar un rato en la piscina.
Alex recordó la última vez que la había visto así de enfadada, cuando la presionó contra la pared tras la fiesta de anuncio de compromiso para que se callara. Pero eso ya no era una opción, así que se dirigió hacia la puerta.
—Voy a mi despacho.