- Seis
—Pedí el desayuno a las siete— Alex se incorporó en la cama y alzó una rodilla para ocultar lo obvio.
Allegra se quedó tumbada donde estaba con los ojos cerrados, deseando estar dormida, lamentando con la misma claridad que Alex que el desayuno hubiera llegado y su unión no hubiera tenido lugar. Escuchó la dureza de su tono y supo que no tenía nada que ver con que hubieran llevado tarde el desayuno.
—Lo lamento, príncipe Alessandro. La reina dijo…
—La reina dejó de decidir la hora de mis comidas hace muchos años— le interrumpió Alex.
—Por supuesto, Alteza— el ayuda de cámara se inclinó—. ¿Desea algo más?
—Nada. No quiero que me molesten.
Alex no esperó siquiera a que la puerta estuviera cerrada. Estaba demasiado acostumbrado a los criados y tenía demasiadas ganas de hablar del tema.
—Qué mal trago, Allegra.
—Supongo que no te refieres a la interrupción. Mira, yo…
—¿Acaso no sabes que a veces es un poco tarde para cambiar de opinión?— casi le gritó él—. Algunos hombres…
—¡Lo sé!— Allegra sintió que tenía las mejillas ardiendo. No podía contarle la verdad, no podía decirle que había estado a punto de averiguar que era virgen, que no había habido ningún otro hombre, que aunque lo deseaba terriblemente le había dado miedo que le hiciera daño.
Se cubrió un instante la cara con las manos. Entendía que Alex estuviera enfadado, porque ella también lo estaba consigo misma. Era la persona menos indicada para guiar a un hombre, pero con Alex le había resultado fácil guiarle y seguirle, besarle a su vez, escuchar a su cuerpo y no a su mente. No, no podía cargarle con aquel peso, no podía decirle que era el único hombre por el que había ardido, el hombre que viviría para siempre en sus sueños. Así que le dio una explicación más razonable.
—No estábamos utilizando protección.
Alex cerró los ojos durante un breve instante y aspiró con fuerza el aire.
—¿No tomas la píldora?
—No, no la tomo. No salgo con nadie y no voy a tomarla solo por si acaso— le miró—. ¿Te sabes la historia del príncipe que entró en un bar y…?
—Ja, ja— no le gustaba el humor inglés.
—En cualquier caso, no es solo por un posible embarazo— Allegra se sentía más segura.
—No necesito una charla sobre sexo seguro— susurró él.
—Yo diría que sí— qué bien se sentía hablando desde lo alto. Antes se sentía avergonzada, pero ahora le miraba desde una mayor altura moral.
Entonces fue como si Alex la tirara al suelo desde la cima y la volviera a colocar en la cama con el brillo de sus ojos. Vio la preocupación en ellos, sintió una punzada de culpabilidad por que la excusa que se le había ocurrido provocara semejante respuesta.
—Lo siento— Alex musitó una palabrota en italiano y se pasó la mano por el pelo. Se sentó al borde de la cama y dejó caer la cabeza entre las manos—. Siempre, siempre tengo cuidado. No tienes nada que temer en ese sentido.
—No pasa nada— quería extender la mano y tocarle el hombro. Vio arañazos donde ella le había clavado las uñas. No podía creer que hubiera sido tan osada, y le tocó el hombro con delicadeza—. Alex…
Él giró la cabeza y Allegra se dio cuenta de que era hermoso. Era un hombre que podría poseer no solo su cuerpo sino también su corazón en un instante, y no podría culparle solo a él.
Sintió su piel bajo los dedos y se dio cuenta de que el deseo todavía flotaba por la habitación como una neblina.
—No sé cuánto puedo entregar de mí para que luego me sea devuelto— admitió.
Alex asintió brevemente para indicar que la entendía.
—Tenemos que ser cariñosos delante de la gente— a Allegra le falló la voz—. Tenemos que fingir que estamos enamorados, tenemos que compartir la cama… y en cualquier momento, cuando tu familia decida que soy demasiado problemática o tu pueblo lo dictamine, me echarás de aquí. No puedo darte mucho mientras tanto.
Allegra se estiró por encima de él y escogió un periódico del carrito. Se reclinó sobre las almohadas y él hizo lo mismo. Allegra se preparó para el escándalo habitual que solía surgir cuando los Jackson aparecían en los titulares. Pero se quedó sentada sin palabras mientras leía el titular y contuvo la respiración. No se atrevió a girar la cabeza hacia él por temor a su reacción. Alex también leía un periódico: ¡Bravo, Allegra!, decía el titular.
Alex dejó el periódico, tomó otro y leyó:
¿Le dará la princesa del pueblo una razón al príncipe pródigo para quedarse?
Los titulares eran asombrosos y completamente inesperados. Alex no había esperado que fuera así.
—¿Qué significa bella sposa?— se interesó por saber Allegra.
—Novia guapa— Alex se aclaró la garganta mientras ojeaba los artículos—. Este dice que la gente de Santina espera la boda con profunda alegría. Te quieren. Lo veo. Creen que eres la respuesta a los problemas de la monarquía, el soplo de aire fresco que esperaba el pueblo.
Alex tragó saliva y continuó leyendo.
—Al parecer una boda es lo que Santina necesita— parecía abatido por la idea. Arrugó el periódico y lo tiró.
Allegra sintió que le estaba aplastando el corazón, porque su reacción indicaba que la idea le desagradaba profundamente.
Alex miró a Allegra, la mujer que hablaba de sentimientos y de cómo sería la vida tras las puertas cerradas del palacio, una mujer que le había dicho directamente que creía en la fidelidad, una mujer que unos instantes atrás le había dicho que no podría vivir así. Si le parecía imposible, ¿qué iba a pensar de enfrentarse siquiera al camino que tenía por delante si se preparaba para ser algún día reina?
Alex soltó otra palabrota y recorrió arriba y abajo la habitación. No solo había puesto a Allegra en una situación imposible, también le había fallado al pueblo de Santina. No ese día, sino en el futuro. Los escándalos se sucederían uno tras otro y no podía hacer pasar a su pueblo por aquello.
—Se suponía que no debía ser así…
Allegra fue capaz de hablar a pesar de la vergüenza que había provocado en ella la reacción de Alex y de las lágrimas que amenazaban con salir a la superficie.
—¡No!— sonó como si lo dijera de verdad—. Accedimos a un par de días, unas semanas. Ya ha pasado demasiado tiempo.
—Acabaré con esto— Alex no esperó al ayuda de cámara y se visitó a toda prisa—. Ahora mismo, esta misma mañana.
Allegra dio un respingo al escuchar el portazo y se quedó mirando los periódicos que había desperdigados por encima de la cama. Miró las fotos. Una de ellas le llamó especialmente la atención: la feliz pareja entrando en el enorme salón de baile. Alex sonriendo. Recordaba sus palabras tranquilizadoras, cómo le apretó ligeramente la muñeca. Y ella debió decir algo en respuesta que provocó aquella sonrisa que tan pocas veces esbozaba, la misma sonrisa que la había encandilado el día que se conocieron. Y estaba claro que también la había seducido la noche anterior. La expresión arrobada de Allegra en la foto era visible para todo el mundo, le brillaban los ojos con la misma intensidad que la lámpara de araña que lucía encima de ellos. En aquel momento entendió la verdadera razón por la que estaba allí, por qué había accedido a aquella farsa, por qué le resultaba imposible marcharse.
Por qué se bajó de la cama y se vistió. Una vez que el impacto inicial había pasado y estaba asimilando el veredicto del pueblo, quería hablar con Alex antes de que este hablara con el rey.
Quería hablar con su prometido.
El rey lo consideraba ya un hecho.
—Tenemos que poner fecha para la boda— caminaba distraído cuando Alex entró en su despacho—. Quiero que hables con Antonio para comparar nuestras agendas y…
—No estamos todavía preparados para hablar de fechas— le interrumpió Alex—. Allegra necesita tiempo para acostumbrarse, para saber si de verdad es esta la vida que quiere.
—Se convirtió en su vida cuando le pusiste el anillo en el dedo— afirmó el rey—. Cuando terminaste con Anna. No hay nada que discutir. Ya tengo suficientes cosas en las que pensar. El príncipe Rodrigo está al llegar, viene a buscar a Sophia.
—¿Y?
—Tu hermana ha desaparecido y tampoco encuentro a Matteo— el rey miró a su hijo—. La última vez que le vi estaba con esa Jackson, la que canta…
—Izzy— le aclaró Alessandro.
—El palacio está que arde. Tenemos que darle a la prensa algo para distraerla. En cuanto sepan que hay fecha para la boda, no se hablará de otra cosa.
—No voy a decir una fecha solo para tranquilizar…
—¡Estás prometido!— el rey se giró de golpe—. Dadas las circunstancias, deberías agradecer que el pueblo se haya tomado tan bien la noticia. Y creo que cuanto antes te cases, mejor.
—No habrá ningún anuncio hasta que haya hablado del asunto con Allegra.
—¿Por qué tienes que hablar con ella?
Alex apretó los labios.
—Porque estamos en el siglo veintiuno— sonrió al ver que su madre se unía a ellos.
—La gente está encantada— la reina le saludó con afecto—. Debes estar contento.
—Allegra se siente un poco abrumada— comentó Alex—. Creo que anoche se dio cuenta de cómo van a ser las cosas y no está segura de dar la talla.
—Pues asegúrate de que la dé— le espetó el rey—. ¿No podría cambiar ese acento? A ser posible antes de la hora de la comida.
—No es solo el acento— insistió Alex—. Ya has visto a su familia. Su padre…
—He tomado el té esta mañana con el señor Jackson— la reina sonrió—. Lo cierto es que es encantador.
Alex se había cansado de intentarlo por el lado de «no da la talla».
—No se trata solo de la opinión de Allegra. Esto es… es un error. Anoche me di cuenta. Voy a llevarla de regreso a Londres.
—¡Otra vez huyendo de tus responsabilidades!— el rey no estaba dispuesto a permitir que aquello sucediera.
—No es verdad. Dirijo una empresa multimillonaria.
—No trates de impresionarme con números. No se acercan al valor de Santina. Este es tu deber, y no seguirás evitándolo más tiempo— estaba siendo duro, pero sabía que su hijo era necesario, que se convertiría en un rey maravilloso. Y había algo de verdad en los periódicos: La familia real no era tan querida como antes. El rey lo sabía y quería que su hijo tomara las riendas y le ayudara, aunque nunca lo admitiría—. Es demasiado tarde para cambiar de opinión. Tú escogiste este camino. Así que o pones una fecha para la boda y vives aquí en Santina con tu prometida o te marchas y vuelves a Londres.
—Muy bien— había resultado más fácil de lo que Alessandro pensaba. Se marcharían aquella misma tarde, se quedaría en Londres hasta que las cosas se calmaran. Alex se giró dispuesto a volver con Allegra para contarle la noticia, pero su padre no había terminado todavía.
—No consentiré que el pueblo de Santina tenga que soportar dos compromisos rotos por parte del príncipe heredero.
—¿Qué quiere decir eso?
—Por algo tuvimos dos hijos.
Alex miró a su madre, vio cómo la humillación le teñía las mejillas. Su padre hablaba así de vez en cuando. Quería a sus hijas, pero para él era una amarga decepción que no hubieran sido chicos.
—Si terminas con tu prometida tendrás que hacerte a un lado.
—¡Nunca me haré a un lado!— Alex no esperaba para nada aquella reacción. Cuando estuvo en aquel bar con Allegra tenía la completa seguridad de que su padre le exigiría que terminaran, que si insistía en seguir adelante con aquella boda, tendría que renunciar al trono. Eso era lo que le había prometido a Allegra, pero le había salido el tiro por la culata. Y ahora tenía que ir a contárselo. Pero primero intentaría disuadir a su padre—. ¿Como voy a casarme con ella?
—Tendrías que haberlo pensado antes de pedírselo.
—En Londres era distinto— aseguró Alex—. Ahora veo que ella no encaja aquí. No la amo…
—Gracias a Dios— aseguró el rey—. Si así fuera, no podrías centrarte en el trabajo.
—Alessandro— intervino su madre.
Pero Alex no la escuchó.
—Mira, he cometido un error. Allegra no está hecha para esto.
—Ya es demasiado tarde— afirmó el rey—. El pueblo…
—¿De verdad quieres que esa familia tan vulgar se mezcle con la nuestra? ¿De verdad crees que Allegra será una buena reina?
—¡Alessandro!— volvió a intervenir su madre.
Pero Alex tenía la cabeza en otra cosa. No tenía ninguna intención de echarse a un lado.
—¿De verdad tengo que pasar el resto de mi vida con una mujer tan, tan vulgar?
Escuchó cómo alguien contenía el aliento. Supo que era ella antes incluso de darse la vuelta.
—Allegra…
—No, por favor— Allegra alzó una mano para detenerle—. Me parece que ya has dicho bastante.
No salió corriendo del despacho, se dirigió como una sonámbula hacia el ala real y miró la cama que estaba sin hacer y con periódicos encima. Y pensar que había estado allí tumbada alimentando un atisbo de esperanza, que iba a decirle a Alex que no se precipitara al decir que no…
Se habría reído en su cara si le hubiera pedido que se parara a considerarlo.
—Allegra…
Alex no llamó. Después de todo, era su habitación, su palacio, su pueblo…
El corazón de Allegra.
—¿Qué estás haciendo?
—¿A ti qué te parece?— estaba arrojando la ropa sobra la cama—. Necesito una maleta, el pasaporte…
—No vas a ir a ninguna parte.
—Claro que sí— había tratado de llamar a Izzy, a Angela y a su hermano Ben, pero nadie le contestó, así que decidió resolverlo ella sola—. Voy a ir al hotel y se lo voy a contar a mi familia. A mi vulgar familia —hizo un esfuerzo por no llorar.
—Lo que has oído antes… Estaba tratando de que mi padre entendiera lo absurdo de la situación. Lo que dije de tu familia…
—Lo dijiste con mucha convicción— terminó por él—. Voy a contarle a mi padre lo que tenía que haberle contado desde el principio.
—¿De verdad? Dile que llame también a su amigo para avisarle.
—¿Qué amigo?
—El que escribió la biografía no autorizada. Va a estar muy ocupado durante los próximos meses.
—No intentes amenazarme.
—No te estoy amenazando, Allegra. Te estoy contando lo que va a pasar. Porque si crees que todo va a desaparecer cuando le cuentes a tu familia la verdad…— hizo una breve pausa para que entendiera sus palabras—. Mi padre no permitirá que el pueblo de Santina pase por dos compromisos rotos en cuestión de semanas. Estoy de acuerdo con él. Ahora mismo están pasando cosas, repercusiones tras lo sucedido anoche.
—¿Qué repercusiones?
—No te preocupes por eso ahora. Ya tenemos bastante con lo nuestro, y la mejor forma de arreglarlo es poniendo fecha para la boda.
—No, no— era más un gemido que un grito. Estaba horrorizada—. No puedes esperar que siga con esto ahora, después de haber escuchado lo que dijiste. No voy a casarme contigo solo para no ofender a tu pueblo.
—¿Tan malo sería? —parecía como si la hubieran sentenciado a muerte en lugar de darle la oportunidad de ser algún día reina. Pero en lugar de abrumarla con aquello, trató de ser lógico—. Allegra, reconozco que la reacción ha sido inesperada. Sin embargo, la gente cambia de opinión con facilidad. Ahora están contentos y lo celebran. Lo que tú no entiendes es que un movimiento en falso, un comentario indiscreto, un error, y cambiarán de opinión así —chasqueó los dedos—. Entonces tendría una conversación distinta con mi padre. Cuando se dé cuenta de lo poco que pegamos no habrá más alternativa que terminar con este asunto y volver a Londres.
—¿Y qué es lo que tú quieres?
—Si rompo nuestro compromiso tendré que hacerme a un lado y Matteo sería el siguiente en la línea de sucesión. Pero eso no va a pasar. He nacido para ser rey y no renunciaré al trono. Ahora que estoy de regreso en Santina, asumiré mis obligaciones como príncipe heredero. Y en tanto que mi prometida, tú te asegurarás de que no se repita lo de anoche. No habrá más momentos vergonzosos ni más peleas en los pasillos de palacio.
—Pero si me esfuerzo en ser perfecta, ¿cómo esperas que el pueblo cambie de opinión respecto a mí?
—Lo harán— afirmó Alex con firmeza.
Eso no la tranquilizó.
Allegra trató de ser educada durante la incómoda y formal comida, pero estaba demasiado asombrada por el giro de los acontecimientos como para prestar atención al hecho de que faltaban muchos miembros de su familia y de la de Alex. Por una parte se alegró, porque si veía a Angela se vendría abajo y lo confesaría todo.
Su padre le dio un caluroso abrazo al final del largo día.
—Estoy muy orgulloso de ti, Allegra— Bobby estrechó la mano del rey y durante un instante pareció que iba a darle un beso a la reina, pero se contuvo y en cambio le dirigió una breve sonrisa y le agradeció su hospitalidad antes de girarse hacia Alex—. Cuida bien de ella o te las verás conmigo.
Se lo dijo con cariño, pero él no lo recibió bien.
—Por supuesto que cuidaré de ella— Alex sintió un extraño nudo de culpabilidad en la garganta. A diferencia de Bobby, sabía que su padre se estaba despidiendo de su hija, se la estaba entregando a él, a su familia, a su pueblo. Por supuesto que Bobby volvería a verla, pero nunca así. Cuando Allegra insistió en acompañarles a las limusinas que les esperaban fuera, con sus altos tacones resonando por el suelo de mármol, su voz demasiado alta y su tono demasiado familiar cuando le dio las gracias a un criado, Alex se dio cuenta de que ya la echaba de menos. Echaba de menos a la mujer que había entrado en aquel bar y le había llamado la atención. Echaba de menos a la mujer a la que había abrazado esa mañana en la cama antes de que todo cambiara.
Tenía cosas que explicarle, pero el tema estaba cerrado por el momento. Vio el brillo de las lágrimas en los ojos de Allegra cuando las limusinas se fueron. Entonces ella dijo que le dolía la cabeza y se fue a la cama. Las luces estaban apagadas y le daba la espalda cuando Alex entró.
—¿Allegra?— no pensaba dormir en el sofá y sabía que estaba despierta. Nadie estaba tan rígido en una cama si estaba dormido—. Sé que estás despierta. Tenemos que poner una fecha.
No estaba dispuesto a negociarlo y a ella le dolió tanto que empezó a llorar.
—Lo retrasaré todo lo que pueda. Intentaré conseguir que sea en Navidad.
—Y mientras tanto, a esperar que el pueblo cambie de opinión sobre mí para luego tranquilizarlos dejándome. Desde luego eres encantador— a pesar del tono sarcástico, a Allegra le dolió que no lo negara—. Esto no fue lo que yo firmé.
Alex no sabía qué decir. Se dio cuenta de que en aquel momento no ayudaría recordarle que le había pagado un millón de libras por su participación en aquella charada.
—Tienes que ser más cariñosa. Hoy ha habido comentarios después de la comida. Se supone que estamos completamente enamorados— Alex se acercó a ella, trató de consolarla del único modo que sabía, en el idioma que mejor hablaba con las mujeres. La atrajo hacia sí. No entendía muy bien las lágrimas. Sí, la situación era distinta y debía ser un shock para ella, pero en su mundo él era un premio que todas las mujeres deseaban—. Allegra, aunque esto no fuera lo que tú pretendías, seguro que es mejor así. Tienes todo lo que podías desear.
Pensó en la antigua vida de Allegra: había perdido el trabajo, las exigencias de su familia… En Santina no tendría problemas económicos y estaría a salvo de los dramas de los Jackson. Sintió su piel cálida bajo el encaje del camisón.
Y estaba equivocada. Él no tenía intención de esperar a que el pueblo cambiara de opinión. Se había pasado el día pensando, sopesando los problemas como siempre hacía y había encontrado una solución. Allegra sería pronto una novia más adecuada. Empezaría a recibir clases de dicción y de comportamiento, y también había otra ventaja inesperada en el hecho de que fuera su prometida: nunca se había sentido atraído hacia Anna. Le parecía más una prima o una hermana que una prometida. En cambio Allegra… La atrajo un poco más hacia sí, hundió la cara en su pelo y aspiró su tenue aroma a cítrico. Sí, había mucho de lo que disfrutar porque sin duda entre ellos había una atracción intensa. Pensó en cómo estaba Allegra aquella mañana, en lo cerca que había estado de vaciarse dentro de ella. Pronto volvería a estar en la misma posición, aunque esa vez más preparado. Era deliciosa y le resultaría muy fácil perder la cabeza.
—Allegra.
Ella sintió la tenue súplica en su voz y luego los labios en el hombro, sintió su mano deslizarse un poco más allá. Frunció el ceño cuando la besó con más fuerza en el hombro.
—Mañana debes ir a ver al médico de palacio— dijo Alex—. Tienes que empezar a tomar la píldora.
Allegra se dio la vuelta tan rápidamente que él quedó prácticamente colocado encima de ella.
—¿Qué?— le pareció el colmo de la osadía. Podía sentir su erección contra el muslo y luego el choque de su boca antes de que pudiera hablar, antes de que su mente asumiera lo que implicaban sus palabras.
Allegra abrió la boca y él se aprovechó. Saboreó su lengua y le deslizó las manos por los muslos. Allegra podía sentir su urgencia. Aquella misma mañana podría haberla tomado, pero las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Giró la cara hacia un lado.
—¡No te atrevas!
—No quiero seguir tu juego.
—Oh, esto no es un juego, Alex— salió de debajo de él—. No tengo ninguna necesidad de tomar la píldora. ¿De verdad crees que después de lo que ha pasado hoy me voy a acostar contigo? —estaba absolutamente asombrada.
—Allegra, por el amor de Dios, vamos a compartir cama. Es absurdo decir que no va a ocurrir nada. Sabes lo que pasa cuando nos besamos, cuando…
—Lo que pasaba —le interrumpió ella—. Eso fue antes de que me llamaras «vulgar» —le dolía tanto decirlo como cuando lo había escuchado—. Por el momento tu familia quiere que sea tu prometida y tú quieres que yo siga el juego. También desean que sea más educada y cortés. Bien, pueden obligarme a hacer cosas a las que no puedo negarme debido a nuestro acuerdo. Pero no marcarán mi vida sexual. En eso al menos yo pongo mis normas.