- Cinco
—¡Majestad!— el lacayo sonaba asombrado, abatido, mientras le servía a la reina el té matinal en el jardín privado—. Llamaré a seguridad.
—No pasa nada.
Un hombre corría por el jardín, pero la reina no se inmutó. En realidad le hacía gracia aquella interrupción de la rutina, y se quedó algo confundida al ver quién cruzaba corriendo el arreglado jardín. ¿No debería estar en la cama con resaca?
—Es el señor Jackson— explicó la reina al ansioso lacayo—. No ha debido enterarse de que esta es una zona privada.
—Se lo diré ahora mismo— el lacayo iba a levantar el brazo hacia el hombre.
Pero la reina siempre guardaba la compostura y, si no recordaba mal, Bobby se había convertido en invitado de palacio en el último momento porque no estaba en condiciones de regresar al hotel, y debía ser tratado como tal invitado.
—Señor Jackson— le llamó. Pero al parecer él no la oyó—. Bobby… —que extraño le sonó su nombre en los labios, pero lo pronunció de todos modos.
Bobby se dio la vuelta y la saludó efusivamente con la mano mientras se acercaba trotando hacia ella.
—Buenos días, Zoe— la había llamado Zoe, y debió darse cuenta de su error porque se apresuró a corregirse—. Lo siento, quería decir…
—Zoe está bien— la reina sonrió—. Al menos cuando estemos solos. Pero cuando haya gente…
—No lo olvidaré— Bobby sonrió.
De hecho, Zoe tuvo la sensación de que le había guiñado un ojo. De pronto se dio cuenta de que estaba todavía en camisón, aunque llevaba encima una bata de seda gruesa.
—¿Quieres tomar una taza de té conmigo?
Bobby no vaciló. Después de todo, tenía mucha sed.
—Me encantaría— miró hacia atrás esperando tal vez ver aparecer al rey—. ¿Ha salido a dar un paseo?
—No estoy segura— respondió ella. Y para su asombro se sonrojó un poco al darse cuenta de que había revelado que había dormido sola.
Bobby frunció el ceño y de pronto la reina fue consciente de su aspecto. Porque no fue una mirada de compasión, sino de asombro. Una mirada a la que Zoe no estaba acostumbrada, como queriendo decir que no entendía por qué el rey la dejaba sola. Le tembló un poco la mano cuando se llevó la taza a los labios mientras el lacayo traía otra para él.
—¿Te divertiste anoche?— quiso saber Zoe.
—No me acuerdo todavía— respondió Bobby echándose a reír.
Tras un breve instante, Zoe se rio también.
—No creo que el discurso me saliera muy bien— continuó Bobby—. Ni siquiera conseguí terminarlo.
—Aquí no estamos acostumbrados a los discursos improvisados.
Bobby alzó la vista y luego suspiró.
—Lo siento. Esto es un poco incómodo, ¿verdad? Me refiero a tratar con la familia política. Pero lo lograremos.
—Estoy segura de que sí— aseguró la reina, aunque en el fondo dudaba de que la boda llegara a celebrarse. Había visto estrellas en los ojos de Allegra, pero ya fuera instinto maternal o los años que llevaba viviendo sin emociones, sabía que había algo extraño en aquel compromiso. Su hijo no era de los que se dejaban llevar por el corazón. Había algo más y ella lo sabía.
En cualquier caso, tomar el té aquella mañana fue para Zoe lo mejor de la fiesta. Bobby Jackson era divertido y encantador, y en ocasiones también sorprendentemente agudo.
—¿Allegra se lleva bien con su madrastra?— la reina había tocado el complicado tema de la familia de Allegra.
—Sí.
—¿Y tú te llevas bien con tu primera esposa?— la voz de Zoe sonó un tanto tirante. Tal vez fuera de mala educación hacer aquella pregunta, pero le intrigaba que un hombre pudiera llevar a su esposa y a su ex mujer a una fiesta. Y a juzgar por el modo en que Bobby se comportaba con Julie, tenía claro que todavía eran amantes.
—Julie es maravillosa.
—Entiendo— Zoe frunció el ceño—. ¿Y el otro chico, Leonard?
—Te refieres a Leo— la corrigió Bobby—. El que le ponía ojitos a la ex de tu hijo.
A la reina le costó trabajo reconocer el sonido de su propia risa.
—¡Un hombre que se fija en esas cosas!— el lacayo se había marchado hacía tiempo, así que fue ella la que sirvió más té—. Entonces ¿Leo es hijo de tu primera mujer?
—Bueno, no —Bobby dejó la taza sobre el platillo—. Su madre se llamaba Lucinda. Fue una amante que tuve. Murió —continuó explicándose—. Leo está conmigo desde entonces. Tardé un tiempo en hacerme a la idea. En un principio dije que no era mío. Ella nunca me lo discutió, así que di por hecho que yo estaba en lo cierto. Pero resultó que le había hecho una prueba de ADN. Tendría que haber estado allí para Leo…
—¿No estabas enfadado con Lucinda por no habértelo dicho?
—La admiré por ello —aseguró Bobby mirando a la reina—. Hay algo de especial en una mujer que es capaz de guardar silencio —se sintió un poco incómodo entonces al recordar algo que había leído. Miró a reina otra vez y le pareció distinguir en sus ojos un brillo de lágrimas. Era una mujer muy hermosa, pero tenía un halo de tristeza. Reina o no, Bobby sabía cómo hablarle a una mujer—. Me arrepiento de muchas cosas, pero no de cómo fue educado mi hijo. Lucinda hizo un gran trabajo. He cometido muchos errores. Como todos, supongo.
—Cuando eres reina no puedes cometer errores.
—Pero antes que reina eres mujer.
—Oh, no— Zoe sacudió la cabeza.
Bobby no estaba dispuesto a dejar el tema.
—Bueno, a mí me pareces una mujer— aseguró sonriendo—. En cualquier caso, la culpabilidad crea muchos problemas y no resuelve ninguno. Tengo que ser un padre pare él, no tratar de ser su amigo. Como he dicho, todos cometemos errores.
—Tienes razón— reconoció Zoe sonriendo también.
—Pero Allegra no, si eso es lo que te preocupa —afirmó Bobby—. Cuando era pequeña, yo solía decirle a Julie que esa niña había nacido para ser madre. Tendrías que haberla visto con sus hermanos. No le gusta ser el centro de atención, nuestra Allegra no busca protagonismo. Es una gran chica, más sensata que todos nosotros juntos. Tu hijo va a ser un hombre muy feliz. Bueno —Bobby se puso de pie—. Ha sido un placer conocerte un poco mejor, Zoe. Estoy deseando pasar más tiempo contigo y con tu familia.
Era brusco, era vulgar, pero era absolutamente encantador y Zoe entendía que las mujeres le perdonaran y que en su país le adoraran.
Ella nunca había dejado que nadie percibiera que no era perfecta, que podía cometer errores. Y sin embargo, aquella mañana se sentía liberada. Le gustaba la energía de los Jackson que rondaba por el palacio. Y también le gustaba Allegra.
Miró los periódicos mientras bebía el té y le tembló un poco la mano al leer la reacción del pueblo a aquella unión, los artículos de opinión, las interminables fotos y los titulares chillones. Se preguntó cómo reaccionaría la joven pareja aquella mañana ante la noticia.
La reina solía entrometerse en los asuntos de sus hijos, así que salió de su zona privada, cruzó el palacio y se dirigió a la cocina. Allí se encontró con unas doncellas en el ascensor cargando un carro con café, pastas y los periódicos
—Esta mañana tenemos muchos invitados, ¿para quién es esto?— preguntó la reina.
—Para el príncipe Alessandro— respondió la mayor de las doncellas—. Ha pedido el desayuno a las siete.
—No se lo lleves.
—Pidió que le despertaran a las siete— la doncella se mostró nerviosa, pero estaba acostumbrada a las frecuentes interferencias de la reina.
—Déjale una hora más— la reina sonrió. Si no se equivocaba, Alessandro estaría metiéndose en la cama—. Se acostaron muy tarde. Si hay alguna queja, di que ha sido una orden mía.
Zoe observó cómo las doncellas devolvían el carro a la cocina y volvió a sus aposentos para seguir leyendo los periódicos.
Alessandro y Allegra necesitaban de esa hora juntos antes de enfrentarse a aquello.
Allegra no durmió mucho, desde luego no lo suficiente como para enfrentarse al día que tenía por delante con la prensa y su familia, pero sí un poco escuchando el mar y observando las sombras que el fuego de la chimenea proyectaba por la habitación. Entonces escuchó el sonido de la alarma de Alex y luego nada, porque él no pareció despertarse. Se preguntó si debía decirle algo, recordarle que las doncellas entrarían en cualquier momento, pero se quedó allí tumbada en silencio y contuvo la respiración cuando por fin él se movió.
Alex cerró las ventanas porque hacía frío en la habitación y se quedó mirando la cama en la que ella estaba tumbada de lado. Tenía frío y estaba agarrotado, una manta no bastaba para protegerse de las corrientes del palacio y además era demasiado alto para dormir en un sofá.
Pero lo que más le molestaba era haberse pasado la noche tratando de no imaginar los senos y el cuerpo de Allegra.
Se acercó a la cama con la luz del amanecer, retiró las sábanas y se metió dentro. La cama estaba fría y se quedó allí tumbado un instante. Escuchó cómo Allegra se movía y supo que estaba despierta. Así que le dijo lo que había estado pensando toda la noche.
—Lo siento, Allegra.
—Solo serán unos minutos.
—Me refiero a todo. Sé lo duras que han sido estas semanas. Sé que no estás acostumbrada a esta vida.
—Me habría ayudado verte un poco más— reconoció ella—. No es que sea dependiente, pero…
—Sé que no lo eres. Es por cómo son las cosas aquí. He tenido que atender muchos asuntos y también ocuparme de mis negocios.
—Ni siquiera puedo salir sin escolta. ¿Qué creen que puede pasar?
—La gente podría ver que…— comenzó a repetir la conocida frase, la que se padre le había inculcado durante tantos años. Pero ya era adulto y veía las cosas con más claridad—. Los miembros de la familia real eran antes más accesibles, había más libertad. Pero no funcionó.
Allegra se giró para mirarle. Había recelo en su tono de voz y quiso saber más, entenderlo mejor, pero Alex no dijo nada más. Estaba claro que no quería hablar del tema.
—Yo no podría vivir así.
—La mayoría de las mujeres estarían…
—Yo no soy como la mayoría de las mujeres— afirmó Allegra.
—No— admitió él—. No lo eres.
Allegra le dio entonces la espalda, deseó no haber visto su cara en la almohada, a su lado, porque aquella imagen le bailaba tras los ojos cerrados. Sería una visión que recordaría para siempre, porque aunque no pudiera vivir así, una parte de ella quería que fuera real, quería que el príncipe Alessandro fuera su prometido de verdad.
Alex miró el reloj y vio que eran casi las siete. Sin duda parecería extraño que unos recién casados durmieran tan apartados en la cama.
—Siento esto— se acercó a ella sin sentirlo lo más mínimo.
Tenía los pies helados y escuchó cómo Allegra contenía el aliento cuando le rozó las pantorrillas. El lado de Allegra parecía calentito, y por el bien de las apariencias y por el suyo propio acercó su cuerpo al de ella.
Era un hombre acostumbrado a despertarse al lado de una mujer, pero no a pasar una noche frustrado y solo. Muchas noches últimamente, de hecho. El aroma de Allegra y el calor de su cuerpo le gustaban.
—Estás calentita— la rodeó con sus brazos.
—Y tú estás helado.
Alex le deslizó el pie por la pantorrilla y ella no se lo impidió. Le deslizó el largo brazo entre los suyos y su mano buscó un lugar donde aposentarse. Allegra no se movió cuando encontró un hueco justo a unos milímetros de su seno.
—¿Has trabajado algo en tu libro?— le preguntó él—. ¿Le has preguntado a tu hermano sobre Lucinda, su madre?
—No he tenido oportunidad de hablar con él. Tú también debería escribir la historia de tu familia.
—Ya está toda documentada.
—Me refiero a la versión real— susurró Allegra—. Seguro que hay cosas que solo sabéis tus hermanos y tú. Tus padres…
—Déjalo, Allegra.
No había sido su intención cotillear, solo quería hablar un poco. Pero Alex se había puesto tenso y Allegra se dio cuenta de que había tocado nervio. No era asunto suyo, por supuesto. Después de todo, le había pagado para que fuera su prometida. Pero quería saber más cosas de él, entender cómo funcionaba aquella familia tan distante, saber más de su vida. Alex ya no dijo nada más y ella se preguntó si se habría dormido.
Había algo en aquella mañana, algo especial en el hecho de estar allí tumbados esperando a las doncellas, algo un poco triste, porque todo terminaría. Aquella mañana escucharía al detalle lo poco adecuada que resultaba. Ese era el plan, por supuesto, pero le dolía más de lo que esperaba. Le había gustado imaginar por un instante que era real, que el príncipe heredero Alessandro la amaba de verdad, que el comportamiento de los Jackson no le importaba un comino. Que al hombre que estaba tumbado a su lado no le parecía una novia tan poco adecuada. Era una fantasía peligrosa, y cuando la mano de Alex se movió hacia su pecho y se lo acarició, pensó en apartarle de sí. Pero le gustó sentirlo, consciente de que estaban actuando, que aquello no iría a ninguna parte. En cualquier momento se abrirían las puertas y unos momentos después estarían sentados tomando café y leyendo el periódico.
Trató de pensar en la mañana que la esperaba, en las discusiones que seguirían, en el vuelo de regreso a casa. Pronto estaría lejos del palacio, lejos de aquella mentira, lista para retomar su vida. Pero Alex tenía la palma en su seno y le acariciaba el pezón con el pulgar, y prefirió vivir el momento. Sin duda se trataba de una costumbre, sin duda estaba dormido.
Pero le gustaba.
—Alex— Allegra le apartó la mano. La tenía relajada.
No le contestó. Sin duda estaba dormido, pensó molesta. Porque lo que resultaba tan natural e inconsecuente para él estaba teniendo un efecto embriagador en ella. Incluso el peso de su mano en el vientre, el tenerle tan cerca hizo que se lamentara de haberle interrumpido.
Y Alex debió pensar lo mismo en sueños, porque le deslizó la mano otra vez hacia el seno y su cuerpo se despertó a la espalda del de Allegra.
—Alex— le volvió a agarrar la mano, pero esa vez él le capture la suya. Allegra no quería un encuentro sexual fortuito. Al menos tenía un poco de orgullo—. En seguida vendrá alguien.
—Llamarán.
Allegra supo entonces que estaba despierto.
—¿No esperaran que nos besemos?— preguntó Alex. Aquella mañana su cuerpo anhelaba la boca de Allegra.
Ella se quedó muy quieta, pero no dejaba de darle vueltas a la cabeza, porque su cuerpo le deseaba, deseaba sus besos. Quería una probadita de lo que nunca podría tener.
—Tal vez.
Alex la giró para obligarla a mirarle. Su boca no reclamó la de ella, pero durante un instante compartieron una mirada y fue como si se estuvieran despidiendo. Allegra sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Soy una prometida terrible.
—Serías una prometida maravillosa si yo no fuera príncipe— afirmó Alessandro apartándole el flequillo de los ojos con un dedo y besándole la frente.
Fue seguramente el gesto más tierno que había tenido con ella hasta entonces. Pero luego volvió a besarla, esa vez en los ojos. Le besó las húmedas pestañas y trató de explicarle lo imposible que resultaba aquella situación.
—Tenerte aquí ha sido como un soplo de aire fresco.
—Apenas te he visto— protestó ella.
—Así es como serían las cosas— Alex la miró—. Has estado maravillosa.
Allegra sabía que aquello era una despedida. La boca de Alex se movió hacia sus labios y la besó con un oído en la puerta. Pero en seguida se olvidaron de la puerta porque los besos fueron maravillosos y cálidos, porque a Allegra le gustaba sentir su pierna enredada en la de ella. Le besó hasta que su cuerpo estuvo más despierto que nunca, hasta que tuvo los labios húmedos.
—Alguien podría…— le recordó ella.
Entonces Alex bajó la cabeza y le tomó el pezón con la boca como había soñado toda la noche con hacer. Allegra sintió el roce de su mandíbula sin afeitar sobre la sensible piel.
—Alguien podría…— repitió.
—Pero llamarán— razonó Alex saboreándola un poco más. Le deslizó las manos a la cintura y jugueteó con su trasero. Le levantó el camisón, se lo quitó por las caderas y los dedos le tocaron la piel desnuda. Escuchó su respiración y la succionó con más fuerza. La sentía cálida y excitada entre sus brazos y deseó que la puerta no se abriera durante unos preciosos instantes más.
Allegra sabía que los interrumpirían, de hecho confiaba en que Alex se lo recordara, que detuviera aquella locura. Pero él gimió cuando le deslizó una mano por el pantalón del pijama de seda negra y le liberó.
«Por favor, que alguien llame», pensó cuando Alex soltó su pecho, la incorporó un poco y la miró en la oscuridad mientras ella sujetaba su erección entre las manos. Allegra no supo qué hacer en aquel instante, así que se limitó a sentir. Le deslizó los dedos por su deliciosa virilidad, le acarició con suavidad desde la punta hasta la base una y otra vez.
La cama no se estaba moviendo, en realidad no estaban haciendo nada, se dijo Allegra. Si la puerta se abría en aquel instante, podrían cerrar los ojos y fingir que estaban durmiendo.
—Creo que se han olvidado de nosotros— murmuró Alessandro—. Deben estar muy ocupados esta mañana —le deslizó una mano por el muslo y la besó en la boca. Sucumbió a la exploración de Allegra, pero justo entonces escuchó un sonido en el pasillo.
Ella también lo oyó porque le soltó, se puso de costado y cerró los ojos dispuesta a fingir que dormía. Pero el corazón le latía con fuerza y tenía el cuerpo completamente excitado. Estaba más que asombrada por el giro de los acontecimientos, casi deseaba que la puerta se abriera para poder seguir con el trabajo por el que le había pagado y no sucumbir a los encantos de Alex. Apretó con más fuerza los ojos y esperaron a que la puerta se abriera. Pero no hubo más ruido y se quedaron quietos y en silencio.
—No podemos— insistió ella cuando le deslizó una mano cálida por la cintura—. Estarán aquí en cualquier momento.
—Ya lo sé— reconoció Alessandro. Pero se acercó un poco más a ella y le puso la erección entre las piernas, deslizándole la mano estómago abajo hasta llegar a un lugar cálido. Su exploración no resultó tan tímida como la de Allegra, porque se movió lenta pero deliberadamente y sus largos dedos encontraron el botón mágico.
Allegra se echó un poco hacia atrás y abrió las piernas. Cuando su boca le besó el hombro, él pegó la erección contra sus muslos y se abrió camino en su entrada. Allegra sintió que se le cerraba la garganta.
Alex nunca perdía la cabeza. Nunca.
Pero tumbado en aquella cama, la cama de un rey, con Allegra a su lado, la perdió durante un instante. Tal vez fueran los siglos de historia, que crearon un susurro que acabó con el sentido común, porque Alex aspiró el olor a pino del fuego de la noche anterior y el crujido de la madera de la pared. Sintió cómo el camisón que Allegra tenía en la cintura se deslizaba hacia su vientre y ella presionaba el trasero contra su cuerpo. Estaba muy húmeda entre sus dedos. No duraría ni un momento dentro de ella, reconoció Alex, así que le dedicó más atención con los dedos y cuando Allegra llegara, cuando la llevara a la cima, entonces la penetraría y se uniría a ella.
—No podemos…— las palabra de Allegra iban en contra de su cuerpo, que era como fuego entre los brazos de Alex.
—Llamarán a la puerta— a él no le importaba que todo Santina les pillara. En aquel momento le daba lo mismo. Podía sentir el temblor de Allegra, la tensión de sus muslos que le apretaron la erección y los dedos que seguían trabajando. Estaba tan cerca como ella y quería estar dentro. Se dirigió hacia la entrada, puso la cara en la suya y sintió el calor de sus mejillas cuando giró la cabeza hacia él. Alex le succionó la lengua con avaricia.
Allegra sentía su presión, su contacto, y quería que entrara en ella, quería gritar. Tenía que decirle que se detuviera, pero jadeaba mientras sus dedos la acercaban al cielo. Sintió cómo la presionaba en la entrada de su cuerpo. Tenía que decírselo.
—Alex, no…
Él fue consciente de tres cosas.
De la palabra «no», a pesar de lo húmeda que estaba Allegra, de la llamada a la puerta que interrumpió su intimidad, y también de la rabia que sintió al ver que terminaban los besos y la seducción.