- Doce
Vio a su familia poco antes de la boda, pero Alex tenía razón. Ya no era lo mismo.
Izzy estaba completamente enamorada y dio por hecho que a Allegra le pasaba lo mismo. Habló de Matteo durante horas, le cantó las canciones que había compuesto e iba de un lado a otro con sus ruidosos zapatos. Como se trataba de Izzy y no iba a ser reina, a la familia real no parecía molestarle.
Izzy podía ser ella misma, en cambio Allegra parecía olvidarse de quién era. Dos semanas antes de la boda Alex tuvo que volar a Londres para ultimar los detalles de la venta de su empresa. Regresaría la víspera de la boda.
Por supuesto, aquello había provocado una discusión. Otra más.
—¡La víspera de la boda!
—Tengo muchos asuntos que resolver. Cuando regrese, ya no volveré a marcharme. Piensa en la luna de miel, estaremos fuera un mes entero— le recordó Alex—. Solo voy a estar en Londres dos semanas.
Fueron dos semanas muy difíciles para Allegra. Aunque le encantaba estar con Izzy, fueron las sesiones de prueba con Raymond lo que más la ayudó, su charla incesante y las sonrisas que le dedicaban. Eran pequeños dardos de confianza que parecía clavarle cada vez que ponía un alfiler en la tela.
—Has perdido más peso, Allegra— le dijo Raymond sin ningún entusiasmo.
—No es mi intención— Allegra miró en el espejo su figura delgada y la piel cetrina y se preguntó cómo iba a conseguir en un par de días transformarse en una novia radiante. Sabía que estaba demasiado delgada. Incluso la reina le estaba ofreciendo constantemente cruasanes aquellos días, y ella los aceptaba. Eran los nervios y la soledad, que le provocaban un nudo en el estómago.
—Bueno, vamos a quitarte esto. Es la última vez que lo ves antes del gran día.
—¿Me pruebo el otro?— preguntó Allegra—. A lo mejor tienes que meterlo un poco.
Pero Raymond negó con la cabeza.
—No hace falta, no es tan ajustado como este. Ya está preparado y colgado.
Allegra se sintió desilusionada. Le encantaba el otro vestido.
—Quería verlo.
—Lo verás después de la boda— Raymondo sonrió y empezó a recoger alfileres para tratar de ocultar su sonrojo.
Porque no había llevado deliberadamente el vestido aquel día. Sabía que le quedaba mucho mejor que el otro, sabía que era mucho más el estilo de Allegra y no había querido que ella se sintiera decepcionada por la elección que había hecho para su gran día. Sabía que ya tenía demasiadas cosas de las que preocuparse y lo cierto era que estaba preocupado por ella.
—Bueno, ¿y qué planes tienes?— le preguntó—. ¿Vas a salir un rato a ver a tu familia?
—Hasta después del ensayo de mañana no— dijo Allegra tratando de fingir que no le importaba—. Además, mi padre está trabajando en el programa de televisión y no llegará hasta entonces.
—Pero los demás están aquí— insistió Raymond. Estaba preocupado por su palidez y pensaba que le sentaría bien estar un rato con su familia.
Pero lo cierto era que a Allegra le daba terror verles por temor a venirse abajo y rogarles que la llevaran a casa.
—Alex no llegará hasta la hora de comer y creo que mañana por la noche tiene compromisos de la Casa Real, pero yo estaré en el hotel, así que si quiero verle antes de la boda solo tengo mañana por la tarde.
—Te sentirás mejor cuando le veas— la tranquilizó Raymond—. Recordarás por qué estás haciendo esto.
Allegra sonrió y dijo que esperaba que así fuera, pero cuando Raymond marchó, aquel convirtió en el día más solitario de su vida. Miró por la ventana y vio la actividad que había fuera de palacio, las cámaras, las barreras que estaban colocando, todos los preparativos para el día que se acercaba.
—Allegra, ¿qué tal va todo?— le preguntó Alex al teléfono.
—Bien— respondió ella—. Me acaban de ajustar el vestido por última vez. ¿Qué tal tú?
—He estado muy ocupado— reconoció él—. Lo cierto es que estoy deseando tener un mes entero de vacaciones. ¿Qué tal vas con el libro?
—Ya casi lo he terminado.
—¿De verdad? Bien hecho— la felicitó Alex con orgullo—. ¿Me vas a dejar leerlo?
—No— dijo Allegra—. Quiero que mi padre sea el primero. No esperaba terminarlo tan pronto, me gustaría dárselo en la boda. Quisiera encuadernarlo, pero en Santina no hay muchos sitios para hacerlo.
—Envíamelo por correo electrónico y yo lo mandaré encuadernar.
—¿Y no lo leerás?
Alex soltó una carcajada amarga.
—Allegra, no tengo tiempo ni para dormir, así que mucho menos para leer. Mándamelo ahora y le pediré a Belinda que lo lleve a encuadernar. Te veré mañana.
—Claro— Allegra colgó el teléfono y se preguntó cómo era posible que fuera a casarse al cabo de dos días con un hombre con el que acababa de tener una conversación tan forzada.
Tal vez él pensara lo mismo. En cuanto colgaron, el teléfono volvió a sonar.
—¿Alex?
—Lo siento, soy yo— dijo la preciosa voz de Angela.
—¡Queremos a Allegra!— se escuchó al fondo.
Allegra escuchó a Leo, Ben, Izzy y Elsa coreando su nombre.
—Podrás escaparte por una noche, ¿no?
—Tienen que arreglarme el pelo…
—Allegra— Izzy se puso al teléfono. Ella sabía mejor que los demás lo difícil que podía ser el palacio en ocasiones—. Tú espera ahí. Le voy a decir a Matteo que me envíe un coche y vamos a ir todos al palacio a buscarte.
Le encantaba que sus hermanos hubieran ido a rescatarla, había pasado una velada maravillosa con ellos escuchándoles reír y poniéndose al día con las noticias.
Por extraño que le pareciera, aun rodeada de su familia, había echado de menos a Alex. Tanto que al día siguiente le llamó en cuanto se despertó, aunque sabía que estaría en el avión.
—Está ocupado.
A Allegra le molestó que Belinda contestara el móvil privado de Alex.
—¿Puedo hablar con él, por favor?
—Ha dado instrucciones de que no se le moleste— contestó la otra mujer—. Se ha echado un rato.
Allegra trató de no pensar en el dormitorio del avión privado que la había llevado a ella a Santina. Trató de no pensar en Alex y Belinda allí encerrados.
Le resultó difícil.
Sobre todo porque al día siguiente se iba a casar con él.