- Diecisiete
Allegra se despertó con sorprendente calma y le sonrió a la camarera del servicio de habitaciones que le llevó el café. Se sentó en la cama y encendió la televisión con el mando a distancia. Le resultaba trabajo creer que toda la emoción y la alegría que desprendían las imágenes de la pantalla se debieran a su boda.
Las calles ya habían empezado a llenarse, el pueblo de Santina quería ver desde la mejor posición posible la llegada de los invitados a la iglesia. Y aunque lo lógico sería que Allegra estuviera nerviosa o incluso triste, no lo estaba. Se negaba a ser la novia mártir.
Aquel día iba a casarse con el hombre al que amaba.
Y eso era algo para celebrar.
Se sentó con los ojos cerrados mientras la maquillaban y le daban los últimos toques al peinado, pero los abrió cuando llamaron a la puerta. Entraron las damas de honor. Izzy y Angela estaban espectaculares con sus vestidos de gasa. Por parte de Alex entraron dos primas pequeñas.
—Tu padre tiene una resaca tremenda— Angela se rio mientras hacía girar su vestido de dama de honor—. Y no creo que el novio esté en mejores condiciones. Según dicen ha sido una noche movida.
—¿Alex?— Allegra frunció el ceño—. Anoche estaba en palacio…
—Qué poco sabes— Angela puso los ojos en blanco—. Tu prometido, Matteo y Hassan salieron por ahí con Bobby y compañía.
—¿Estuvieron aquí en el hotel?
—No— Angela sonrió—. Fueron a la ciudad. Al parecer brindaron a la salud de los novios en todos los locales de moda.
Allegra soltó una carcajada. Estaba segura de que Angela estaba equivocada. Tal vez Alex se había pasado por ahí por educación o se habían encontrado por casualidad. Pero le sentó bien reírse, sobre todo porque en aquel momento llamaron a la puerta y Raymond entró con su séquito portando los vestidos de novia cubiertos por sábanas.
—Tienes mejor aspecto— sonrió el diseñador.
—Me siento mejor— admitió Allegra.
—¿Puedo verlo?— preguntó Izzy.
—¡No, no puedes!— la reprendió Raymond—. No voy a arriesgarme a que le eches ni un vistazo al vestido. Quiero que todo el mundo salga de aquí, ya la veréis cuando esté vestida —echó a las damas de honor y retiró una de las sábanas.
Allí estaba, con la falda abullonada y la larga cola. Brillaba y era absolutamente maravilloso. Pero no era el que a ella le encantaba.
—Voy a ponerme el otro, Raymond.
—Oh, Allegra— él abrió los ojos de par en par—. La reina…
—¿Qué puede hacer? —preguntó Allegra—. ¿Echarme de la iglesia? —vio la sonrisa emocionada en el rostro del diseñador—. Va a casarse conmigo, Raymond. Con la mujer que conoció en aquel bar, no con una copia desvaída.
Raymond lo entendió, porque había vuelto con Fernando pero había decidido poner fin a la relación.
—Eres maravillosa— afirmó él.
—Y tú también— Allegra le dio un abrazo.
Raymond se apartó y tiró de la otra sábana.
—Este es mucho mejor— admitió—. Mucho más tú.
Lo era. Era tan impresionante, tan bonito que Allegra se quedó sin aliento. Pero antes de quitarse el albornoz y ponerse el vestido, se giró hacia la peluquera que estaba sacando el velo de una caja grande.
—Sé que hay muy poco tiempo— le dijo—, y sé que no es lo que teníamos pensado, pero ¿podrías cortarme el flequillo?
A Allegra le resultó maravilloso recuperar el poder, encontrar su propia voz, ver cómo regresaba la auténtica Allegra con el vestido más bonito del mundo. Se miró al espejo y sonrió a la novia que era y a la princesa que sería.
Sería una esposa maravillosa; sería fiel a su marido y le entregaría sin tapujos el amor que ardía en su interior, pero también sería ella misma.
Tomaría café con sus hermanas y saldría por la noche con ellas, no se alejaría de su familia bajo ninguna circunstancia.
—Cambio de última hora— una florista con cara de pocos amigos entró en la habitación maldiciendo en italiano mientras añadía florecitas azules al formal ramo de rosas blancas—. Malas hierbas…
Allegra sonrió. Para ella eran las malas hierbas más bonitas del mundo. Y además, a pesar de tantos preparativos, habían olvidado poner algo azul.
—Oh, Allegra —Bobby sacó un pañuelo y se sonó la nariz—. Estás preciosa —y en aquel momento, cuando salieron hacia los coches, Bobby quiso asegurarse—. ¿Quieres hacer esto?
Ella asintió porque no podía hablar. Estaba a punto de llorar, pero a pesar de todo sí quería hacerlo.
—No es demasiado tarde, ¿sabes?— insistió Bobby.
—Le quiero, papá.
Bobby puso los ojos en blanco.
—Ya lo sé. Y sí, yo pensaba que era un tipo frío, pero anoche se convirtió en uno de los míos.
Así que era verdad que habían salido juntos. Allegra no estaba segura de querer conocer los detalles, pero la idea la hizo sonreír.
—Solo quería asegurarme de que eres feliz. Que eres consciente de dónde te metes.
Allegra lo sabía.
—Siempre me quejaba con tu madre y con Chantelle de que tu boda y la de tus hermanas me iban a costar una fortuna.
A ella le rompió el corazón pensar en lo duro que debía ser aquello para él.
—Esto es un sueño hecho realidad para cualquier padre, porque no me he gastado ni un penique. Por no hablar de Izzy y Matteo, Elsa y Hassan, Angela y Rafe… —Bobby se quedó pensativo un instante—. «Ten cuidado con lo que deseas», ¿eh?
—Hoy no vas a entregarme, papá— aseguró Allegra con voz firme. Le brillaban los ojos, pero no por las lágrimas sino por la fe que tenía en sus palabras—. Siempre voy a ser tu hija. Seguiremos viéndonos, tú vendrás a Santina y no pienso perderme las navidades en Londres.
Bobby esbozó una sonrisa esperanzada.
—Lo digo de verdad. Y si Alex no puede acompañarme porque el deber se lo impida, iré yo sola. Aunque solo sea por una noche. Y me aseguraré de que Izzy haga lo mismo. No me estás entregando, papá.
—No pierdo una hija, gano un tipo frío.
Siempre la hacía reír.
—Entonces vamos.