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Sí, lo veo. ¿Tiene mar el sitio donde planeas llevarme? (...)

—No, no he dicho que sí, tan sólo estoy preguntando. (...)

—Yo también quiero verte.

Alma se levanta y avanza unos pasos hacia mí. Hace rato que escucho su conversación. Estoy en cuclillas, escondido tras un árbol. Me mira sin hablar. Sé que está rebobinando sus palabras, y no necesita ir muy lejos para darse cuenta de que ha dicho demasiado.

—Tengo que cortar —dice y guarda el móvil en el bolsillo de su pantalón—. ¡No deberías oír las conversaciones de los adultos. Eso no se hace, y tú lo sabes! —me grita.

—No es mi culpa que tú no me vieras. Yo no estaba escondido. Estaba aquí.

—¿Y qué hacías aquí? —Su voz es más calmada, pero yo sé que controla sus ganas de ahorcarme.

—No hacía nada.

—¿Traes tu Mp3? —Trata de entrar en mi cabeza con su mirada. Por eso la bajo y comienzo a hacer dibujos en el pasto con el talón de mis zapatillas.

—Como siempre.

No me pregunta si grabé su conversación. Se sienta a mi lado. La miro de reojo y veo que se rasca la cabeza. Entre las ramas de los árboles se ve el mar. Los dos pretendemos mirarlo concentrados.

No sé cuánto tiempo transcurre. A mí no me importa. Mientras más rápido llegue el momento de irnos, mejor. Alma se toma el pelo y luego pasa la mano por el pasto con insistencia, como si se le hubiera perdido algo, hasta que de pronto, dice:

—Te quiero mucho, Tommy.

Sabe que sus palabras quedarán registradas para siempre en mi Mp3.

—Ajá. Papá dice lo mismo. Que me quiere mucho —afirmo con ese tono de burla que él usa a veces cuando está enojado.

—Tú eres la persona que él más quiere.

—Esa es la mentira más grande del mundo. Más grande que la montaña más alta, más grande que el telescopio más grande del mundo.

—Te refieres al telescopio ALMA. Pues estás profundamente equivocado, Tommy. Te lo juro. —Su cara está blanca.

—No necesitas jurar, igual no te creo nada —concluyo y salgo corriendo.

—¡Tommy, Tommy, no te vayas, por favor! —la oigo gritar. Mientras corro en dirección a la casa miro hacia atrás, Alma está de pie en medio de la colina. Me detengo para leer sus manos:

POR FAVOR, CRÉEME.

Saco mi Mp3 del bolsillo y grabo:

Esa mujer es otra Alma y yo no la conozco.

Corro otro trecho y vuelvo a detenerme. Mi corazón suena muy fuerte. Miro hacia arriba, hacia las copas de los árboles, y diviso a uno de los pájaros de pecho colorado del abuelo. En cualquier minuto alguien se dará cuenta que la pajarera está vacía. Mis primos juegan en la terraza. Se oye la melodía de una flauta. Las ventanas de la casa despiden rayos amarillos. Parece que se estuvieran incendiando.