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Una luna gigante se apoya sobre la casa del Bebé Hipopótamo Malvado y me observa amenazadora. El techo de mi pieza es un agujero por donde se deslizan las sombras como ratones. Prendo la luz. Pienso en el 6,5 que me saqué hoy en inglés, en el 6,2 en lenguaje y el 7 en dibujo de la semana pasada. Lamentablemente, también recuerdo el 3 en matemáticas. Imagino que me nombraron rey de un país llamado Tommylandia, pero el MDLN —el Miedo De La Noche— es más grande que mis invenciones. Más grande que yo. Me levanto y salgo al pasillo. La travesía en bicicleta me dejó el cuerpo maltrecho. No saco nada con entrar a la pieza de papá. Alma no está, se quedará trabajando hasta la madrugada, y papá dice que ya estoy mayor para el MDLN. Bajo al primer piso y toco la puerta del cuarto de Yerfa. Ella aparece con una camisa de dormir blanca que sólo deja al descubierto sus pies oscuros. Sin decir palabra nos metemos en su cama. Yerfa tiene la panza blanda y caliente, también los pechos. A través de su ventana miro hacia afuera. Ahí está otra vez la luna.

—La luna me siguió hasta aquí —le informo a Yerfa—. De hecho, nos sigue a todos a todas partes.

Ella me responde con un gruñido. La oigo respirar. Su panza se mueve arriba y abajo. Arriba y abajo. Al fin y al cabo, la luna llena no está tan mal. Las noches sin luna ni estrellas son aún peores porque la oscuridad baja desde las alturas con sus demonios. Pensando esto me quedo dormido.

En un giro, Yerfa me echa fuera de su cama. Estoy en el suelo con un zapato suyo entre las costillas. Amanece. Los primeros reflejos azules de la madrugada han derrotado a la luna. Regreso a mi cuarto y enciendo mi computador. No entiendo cómo nunca se cansan.

JAAAAAAAAAAAA ERES UN POBRE REXA Y EXTRA JAJAJAA... Y TE VAMOS A SACAR LA XUXA SINO NOS TRAIS LAS CINCO LUCAS OISTE SOPENSO????????????????????????????

Siento la misma rabia de siempre, pero esta vez no tengo fuerzas para imaginar algo espantoso. A veces quisiera contarle todo a papá, pero él pensará que es a los niños muy tontos y muy débiles que les ocurren estas cosas.

Por fortuna, ahora tengo a Mr. Bridge. Antes de visitarlo traspaso las grabaciones de mis últimos descubrimientos al computador. Cuando entro en su blog amanece en el fin del mundo. Como aquí. La cámara está fija sobre la isla de la familia alacalufe. La voz enronquecida de Mr. Thomas Bridge interrumpe el silencio. “Good Morning”, dice, y su cara rojiza aparece en mi pantalla. Se frota los ojos y me sonríe. Se diría que somos amigos. Yo también le sonrío. Es una pena que él no pueda verme. De pronto dice:

—Uuuupsss!!! They are finally emerging from the forest!

Están todos montados en la canoa. La madre rema aguas adentro. No han avanzado mucho cuando la canoa se detiene. No logro distinguir lo que hacen. Se ven afanados. Mr. Thomas Bridge se pregunta lo mismo que yo. De súbito todo se hace evidente. No puedo creer lo que veo. Tampoco Mr. Bridge, que ahora grita: “What the fuck! What the fuck!”. Primero es el niño. Veo su silueta pequeña como la mía subirse al borde de la canoa y, con una piedra atada a uno de sus pies, arrojarse al mar. No han pasado más de cinco segundos cuando el agua se vuelve plácida, como si nada hubiera ocurrido. La niña parece abrazar a su abuela. Se desprende de ella y se acerca al borde de la canoa. Se detiene un momento y luego, como su hermano, se esfuma bajo el agua. Su papá la sigue, a los pocos instantes también su mamá. La abuela espera a que las aguas vuelvan a calmarse, apaga el fuego con los pies y se arroja. Han desaparecido. El mar, indiferente, los ha tragado, y ahora simula dormir.

Mr. Bridge se queda en silencio. Apaga la cámara y todo se desvanece. “¡Mr. Thomas Bridge!”, grito a la pantalla de mi computador, que permanece negra y vacía como el agua. “¡Mr. Bridge, Mr. Bridge!”, vuelvo a gritar con todas mis fuerzas. Extiendo la mano para tocarla, pero es inútil, Mr. Bridge se hunde en ella como los alacalufes en su mar, como mamá en su calle.