Derramarse la sal en la mesa
Dice Bastús:
«“Lo mismo que ver la señal de un mal agüero”, aludiendo a la preocupación popular de que el derramarse la sal de los saleros en la mesa, era seguro vaticinio de alguna o muchas desgracias.
»Creían los griegos que sus mesas eran santificadas porque ponían en ellas los saleros con las pequeñas estatuas de sus divinidades.
»Si no se hallaba el salero sobre la mesa al principiar la comida, o si se dormían en ella después de comer o cenar, sin haber retirado antes el salero, este descuido era considerado como de mal agüero.
»Los romanos tomaron de los griegos estos temores ridículos. Festo dice que en Roma los saleros se colocaban en la mesa en el sitio en que se presentaba a los Dioses las primicias, y que tenían por lo común la figura de alguna de sus divinidades.
»A esto debemos, pues, atribuir la aprensión en que estaban de que la divinidad que presidía a la mesa no se ofendía mientras no se derramase la sal de los saleros; accidente considerado por ellos como muy funesto, y cuya preocupación no está del todo desterrada de algunos pueblos modernos.
»Sin embargo, ya en tiempo de Cervantes y Quevedo se ridiculizaban estos agüeros en España. Dice el primero: “Derrámasele al otro Mendoza la sal encima de la mesa, y derrámasele a él la melancolía por el corazón, como si estuviese obligada la naturaleza a dar señales de las venideras desgracias con cosas de tan poco momento”.
»Y Quevedo: “Si se te derrama el salero y no eres Mendoza, véngate del agüero y cómetele en los manjares. Y si lo eres, levántate sin comer y ayuna el agüero como si fuera santo, que por eso se cumple en ellos el agüero de la sal, pues siempre sucede desgracia, pues lo es no comer”.
»A pesar de esta despreocupación de las personas ilustradas, en el Ceremonial que se observaba para el servicio de la mayor parte de las mesas de los príncipes y grandes, se prevenía que el Maestresala, después de tener preparados y colocados los magníficos saleros en su lugar respectivo, pusiera un poco de sal al borde de cada plato que sucesivamente se servía al señor o a sus comensales, con el doble objeto de poder echarla cada uno en la vianda si había necesidad de ello, y no tener que acudir todos al salero principal, evitando de esta manera el percance de derramarlo».