Picaresca en las posadas
Un episodio curioso de la picaresca que se ejercía en los alojamientos del camino nos lo cuenta nuestra conocida condesa en los siguientes términos:
«Cuando quise acostarme, una criada me condujo a una galería llena de camas como si fuera un hospital. Yo sólo había pedido cuatro camas y consideré ridículo que me diese treinta, colocadas en lugar tan espacioso y ventilado, donde iba a helarme. Dijeron que aquél era el sitio más decente de la casa, por lo cual me conformé.
»Hice disponer mi cama, y cuando acababa de acostarme llamaron suavemente a la puerta. Mis doncellas abrieron y quedaron desagradablemente sorprendidas al ver entrar al posadero y a la posadera seguidos por una docena de miserables, tan andrajosos que casi iban desnudos. Aparté las colgaduras al oír el ruido para observar lo que pasaba, y mis ojos descubrieron asombrados tan ilustre compañía. La posadera se me acercó para decirme que aquellas buenas gentes iban a dormir en las camas sobrantes.
»—¡Cómo! ¿Dormir aquí? —le dije—. Debéis hablar en broma. "-Caro me costará —respondió— si dejase tantas camas vacías. Es indispensable, señora, si no queréis que mis nuevos huéspedes las ocupen, que os comprometáis a pagarlas.
»Podéis imaginar cuál sería mi despecho al verme de tal manera burlada. Estuve a punto de llamar a don Fernando y a los otros caballeros que me acompañaban, y que a una sola indicación mía hubieran echado por la ventana a los traficantes de aquel abuso; pero me apacigüé, para evitar las consecuencias de un escandaloso altercado, resignada a pagar lo que se me pedía. Aquellos nobles castellanos, o por mejor decir aquellos canallas que habían tenido el atrevimiento de entrar en la galería, se retiraron con los posaderos después de hacer muchas reverencias.
»Al día siguiente me reí de buena gana cuando supe que los viajeros no eran tales, sino vecinos de la posada que prestaban aquel servicio cada vez que se ofrecía ocasión para esquilmar a un extranjero. Cuando quise que se contasen las camas para el ajuste de cuentas, las arrastraron hasta el centro de la galería y quedaron al descubierto varios nichos en la pared, llenos de paja, donde malamente podría dormir un perro; contados a veinte sueldos cada uno, pagué sin incomodarme, porque me pareció el suceso muy original».