El ingenio en la historia y en la literatura (I)
Ahora que el feminismo está más o menos de moda, pues por lo que veo las feministas ya no son tan exaltadas como antes y se muestran más sensatas y efectivas, bueno será recordar la anécdota contada por la feminista francesa Louise Weiss en su libro Combats pour les femmes: «Una morena de brillantes ojos entró un día en nuestra oficina, sede de la asociación La Mujer Nueva y se ofreció para ayudarnos. “Espero que mis referencias serán suficientes —dijo—, he matado a mi marido”».
Y es que la mujer en el bien y en el mal supera siempre al hombre. Recuérdese lo sucedido en nuestra guerra civil.
En un libro sobre insectos se lee que, como entre los humanos, las hembras son más fuertes que los machos y si no se encuentran en estado de recibir un macho simplemente lo devoran.
Jules Renard decía que el feminismo consiste en no creer en el Príncipe Azul y Françoise Giroud sostiene que la mujer no será verdaderamente la igual del hombre hasta el día en que para un cargo importante se designe a una mujer incompetente.
Quizá ningún tema como el de la mujer ha hecho escribir tantos libros y ha sido origen de tantas reflexiones, y es que, bien o mal, el hombre, que en nuestra civilización machista ha llevado siempre la batuta, no encuentra tema más interesante, absorbente e importante que el de la mujer. Leyendo la historia uno se da cuenta de que las mujeres reflejan más claramente una época que los hombres, y si se ha dicho que detrás de un gran hombre hay siempre una mujer, la lectura de las crónicas de tiempos idos o de relatos de nuestros días nos confirman la verdad del aserto.
En el siglo XVIII un escritor, Drouet de Maupertuis, decía que las mujeres no aman ni a sus maridos, ni a sus hijos, ni a sus amantes, sino que se aman a sí mismas, y otro autor del mismo siglo afirmaba que la mujer había sido sacada de una costilla de Adán cerca de su brazo para ser protegida y cerca de su corazón para ser amada.
Se ha hablado mucho de la mujer objeto, pero no es en brazos de los hombres cuando ellas se sienten objeto sino ante los ojos del médico.
La humanidad masculina se reparte en dos grupos: arena o acantilado. La mujer es siempre el océano.
«Las mujeres y los diablos caminan por una senda», escribió Ruiz de Alarcón, pero un autor anónimo dice que ni siquiera el diablo puede atar la lengua de una mujer, y es que en realidad el hombre no habla con el mismo vocabulario que la mujer, y especialmente cuando se trata de sentimientos las mujeres dan a las palabras otro valor y otro significado.
La vida de las mujeres puede ser repartida en tres fases: sueñan con el amor, practican el amor y añoran el amor.
No hay como las mujeres feas para encontrar defectos en las mujeres hermosas.
Una dama francesa del refinado siglo XVIII decía que los hombres admiran la virtud femenina pero les subyuga la coquetería.
Dos amigas hablando de una tercera decían:
—Fulana ha muerto.
—Ahora, ¿de quién hablaremos mal?
Un autor francés recordaba haber oído hablar de dos mujeres que se amaban sinceramente y vivían en paz sin hablar mal la una de la otra aunque eran jóvenes: una era sorda y la otra ciega.
Como sostenía un autor inglés, el amor de la mujer está escrito en el agua, y la fidelidad de la mujer está escrita sobre la arena.
El lector podrá pensar que quien recoge estas frases es un misógino; todo lo contrario, soy un entusiasta de las mujeres y siento por ellas un gran cariño y respeto. Como la palabra feminista ha tomado un cariz especial diré que soy mulierista. Creo en la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, pero sólo creo en esta igualdad, pues los dos sexos no son iguales sino complementarios. Si en las frases recogidas se constata un indiscutible machismo cúlpese a cinco mil años de civilización que han considerado a la mujer como un ser adorable pero peligroso.
Un hombre que gustó siempre de las mujeres fue Honoré de Balzac; de sus obras extraigo los siguientes pensamientos:
«El instinto en las mujeres equivale a la perspicacia de los grandes hombres».
«Ninguna mujer gusta de oír el elogio de otra mujer; en este caso se reservan la palabra final a fin de avinagrar el elogio».
«Sentir, amar, sufrir, sacrificarse será siempre el texto de la vida de las mujeres».
«Los errores de la mujer derivan casi siempre de su fe en el bien o de su confianza en la verdad».
«La mujer tiene de común con el ángel que los seres que sufren le pertenecen».
«Un hombre por malicioso que sea no dirá nunca de las mujeres tanto Bien ni tanto mal como ellas mismas».
«La mujer es la reina del mundo y la esclava del deseo».
«Una mujer virtuosa tiene en el corazón una fibra de menos o de más que las otras mujeres: o es estúpida o es sublime».
«Quien sabe gobernar una mujer sabe gobernar un estado».
Muy acertada visión de los hombres que se las dan de don Juan es la de un autor italiano, Baretti: «Muy equivocados en cuestión de mujeres están aquellos hombres que no saben que ellas aprecian más ser alabadas por sus cualidades mentales que por las corpóreas».
Alejandro Dumas, padre, en su drama Los mohicanos de Paris, representado por primera vez en 1864, hizo popular una frase que generalmente se pronuncia en francés: «Cherchez la femme» (Buscad a la mujer). En el acto tercero, cuadro quinto, escena séptima, un policía dice: «En todos los asuntos hay una mujer; en cuanto leo el expediente digo: ¡Buscad a la mujer! Se busca a la mujer y cuando se la ha encontrado no se tarda en encontrar al hombre».
Esta frase ha sido atribuida a muchos personajes, pero el original puede encontrarse nada menos que en Juvenal, el cual, en una de sus sátiras, escribió: «No hay causa alguna que una mujer no la mueva».
Digan lo que digan los hombres es siempre la mujer la que les gobierna.
La compañía habitual de las mujeres es tan peligrosa como el uso inmoderado del vino: mata moralmente.
Hay siempre un rincón de silencio en las más sinceras confesiones de las mujeres.
Físicamente, ¿cómo debe ser la mujer? Las modelos de hoy en día hubiesen parecido flacas y sin interés a nuestros abuelos o bisabuelos, que gustaban de rotundas formas. Una vez se pidió a diversos modistas franceses que imaginasen un vestido para la Venus de Milo. Lo intentaron y al final decidieron por unanimidad que sus formas no correspondían a los cánones de belleza actual.
He aquí lo que hace siglos Brantôme consideraba perfecto:
«Para que una mujer sea hermosa y perfecta debe tener treinta bellezas. Tres cosas blancas: la piel, los dientes y las manos; tres negras: los ojos, las cejas y las pestañas; tres rojas: los labios, las mejillas y las uñas; tres largas: el cuerpo, los cabellos y las manos; tres cortas: los dientes, las orejas y los pies; tres anchas: el pecho, la frente y el espacio entre las cejas; tres estrechas: la boca, la cintura y los tobillos; tres gruesas: el brazo, los muslos y las pantorrillas; tres sutiles: los dedos, los cabellos y los labios; y tres pequeñas: los pezones, la nariz y la cabeza».
Como dice una amiga mía, Brantôme era un tanto exigente. ¿Estarían de acuerdo los hombres de hoy con esta descripción?
Lord Byron, que vivió siempre buscando el amor de las mujeres, afirmaba que en su primera pasión la mujer ama al amante y en las otras lo que ama es el amor.
He aquí unos versos de Calderón:
Que entre ingenio y hermosura el que puede elegir, debe, si para dama La hermosa, para mujer La prudente.
Y del mismo Calderón dos citas más:
Venciste mujer venciste con no dejarte vencer.
Y:
El que va a decir mujer empiece a decir mudanza.
Y por su parte Chamfort escribe: «Es necesario escoger: amar a las mujeres o conocerlas, no hay término medio». La frase que sigue, del mismo autor, irritará a las feministas: «Las mujeres en el cerebro tienen una célula de menos; en cambio tienen una fibra de más en el corazón». Y para rematar opina que por mal que un hombre pueda pensar de las mujeres no hay mujer que no piense todavía peor.