ENSALADA
EL HABEAS CORPUS. Una ley de Inglaterra redactada en latín, con cuyas palabras principia, que equivalen a que tenga asegurado el cuerpo o la persona, decretada el día 23 de mayo de 1679 por el Parlamento, que se vio precisado a convocar el rey Carlos II, la cual concede a un preso el derecho de ser puesto en libertad por medio de caución.
En cuanto un inglés es arrestado, cuando no lo es por delito de pena capital, envía una copia del mittimus al canciller o a uno de los jueces del Echiquier, el cual está obligado, sin pasar adelante, a concederle inmediatamente el habeas corpus.
En virtud de este acto el reo es conducido delante del tribunal, al cual va dirigido el habeas corpus, y los jueces declaran si hay o no lugar a ponerle en libertad por medio de caución. Si no se halla en el caso de concederla, es conducido nuevamente a la cárcel; y si tiene el derecho de hacerlo, es puesto en libertad bajo fianza.
La práctica de esta ley, una de las más apreciadas por los ingleses, que tiene por objeto las prisiones arbitrarias y los golpes de autoridad, sería muy perjudicial en ciertos casos; por lo que se ha suspendido alguna vez: entre otras lo fue por todo un año en el de 1722, cuando se temía una conspiración contra el rey Jorge I y contra el Estado.
LA MIEL. Durante toda la Antigüedad y la Edad Media la miel sirvió para endulzar la vida de los habitantes de Europa. Antes de su industrialización, los buenos degustadores de miel sabían distinguir no sólo el aroma de las flores de donde había sido libada por las abejas, sino también el lugar casi exacto de su origen. Algo así como los catadores de buen vino. En la antigua Grecia, Pitágoras, que vivió hasta los noventa años, atribuía a la miel su longevidad y recomendaba a sus discípulos el uso continuo de este alimento. Demócrito, otro filósofo griego, aconsejaba «untar el cuerpo con miel por dentro y con aceite por fuera»; pero no se debe hacer mucho caso de sus consejos gastronómicos porque era hombre sin ningún apetito y su ideal era el ayuno, hasta el punto de que cada día limitaba un poco más su alimento. Claro está que ello hizo que estuviese aquejado de inanición cuando llegaron las fiestas en honor de Ceres. Los que le rodeaban le suplicaron que comiese algo, por lo menos hasta terminar las fiestas, para poderlas celebrar a gusto. Demócrito consintió en ello y pidió un tarro de miel, pero no comió de ella, contentándose con olerla, lo que le permitió aguantar tres días, al cabo de los cuales murió y sus discípulos se llevaron el tarro de miel.
Los antiguos, como Plinio y Teofrasto, distinguían tres clases de miel: la primera era la miel de las flores o miel ordinaria; la segunda, una especie de rocío o maná que caía de los árboles y, según se aseguraba, existía en abundancia en el Líbano, y la tercera, que sin duda sería nuestro azúcar natural, que procedía de los juncos, probablemente la caña. Esta última miel, convertida ya en azúcar un poco mal refinado, fue llamada miel india y fue poco a poco sustituyendo a la auténtica miel. Naturalmente, y como no podía ser menos, se le atribuyeron propiedades afrodisíacas. ¡Hay que ver la obsesión de la humanidad por este tema! El ansia de conservar la juventud ha sido, es y será una constante en todas las épocas.
EL NÉCTAR Y LA AMBROSÍA. Ya que he hablado de la miel como alimento humano tan considerado en la Grecia antigua, digamos que la ambrosía era el manjar que se servía en la mesa a los dioses y el néctar se bebía. Algunos creían que el néctar también se comía y Júpiter se lo hacía servir por Ganimedes, un joven muy bello por el que Júpiter sentía ciertas apetencias que hoy llamaríamos gays. Por eso se llaman ganimedes a los devotos de la homosexualidad, que así tienen un pagano patrono.
CARNAVAL, CARNESTOLENDAS Y ANTRUEJO. La palabra «carnaval» deriva del antiguo carnelevare, compuesto de «carne» y «levare», que quiere decir «quitar», por ser el comienzo de la abstinencia de Cuaresma. Parecida es la etimología de carnestolendas derivado de «carne» y «tollere» con el mismo significado de quitar; era, como es lógico, alusión a la citada abstinencia que entonces, en la Edad Media y comienzos de la Moderna, era muy rigurosa. La palabra «antruejo» deriva, por el contrario, de entroido y éste del latín introitus, es decir, entrada. Si el carnaval significaba el final de la época en la que el consumo de carne estaba autorizado, el antruejo indicaba el inicio de un tiempo en que estaba prohibido. La Cuaresma era seguida por todo el mundo, ricos y pobres, nobles y villanos, pero mientras los últimos iniciaban un período de sacrificio los primeros veían la ocasión de saciar su apetito, y tal vez su gula, con los más exquisitos pescados del mar o de agua dulce. Sólo les faltaba que hubiese sirenas para poder pecar de pescado.
Las verbenas. Se llama «verbena» a una planta, me parece de la familia de las vulnerarias, que los antiguos llamaban hierba sagrada porque la usaban en los sacrificios y con ella hacían lustraciones o purificaciones de las personas o de las casas. Los druidas, celtas y galos, la consideraban tan maravillosa como el muérdago; es decir, como un remedio universal. Ahora bien, como según dicen existen unas veinte variedades de verbena, lo lógico es que cuando querían usarla como curalotodo no diera resultado por no acertar con la variedad que era necesaria en aquel caso.
La verbena que más prodigiosa reputación tenía era la cogida al alba del día 24 de junio, fiesta de San Juan, y que casi corresponde al solsticio de verano. Esta costumbre pagana fue cristianizada ya en los comienzos de nuestra era, como lo fueron las hogueras y tantas y tantas tradiciones o ritos paganos. En España, durante la Edad Media, era común entre cristianos y moros la fiesta que con motivo de ir a coger la verbena celebraban el día de San Juan. En su vida del escudero Marcos de Obregón describe Vicente Espinel las fiestas de los moros en Argel el día de San Juan, y dice «E los moros llaman esta fiesta en arábigo alantara, é hónranla mucjo porque según creen ellos que Zacarías é Sant Juan su fijo fueron moros, etc.», y en un romance antiguo se lee:
Vanse días, vienen días,
venido era el de Sant Juan,
donde cristianos y moros
hacen gran solemnidad;
los cristianos echan juncia
y los moros arrayán.
Los judíos echan eneas
por las fiestas más honrar, etc.
Con el pretexto de coger la verbena al alba del día 24, las fiestas, que habían empezado por la noche del 23, se prolongaban hasta la madrugada del día siguiente, lo que dio lugar a excesos de toda clase, entre los cuales el más celebrado lo fue por el refrán «la que verbenea, marcea». Hoy con la píldora se corre menos peligro.
El nombre de verbena con que se conoció la noche de San Juan pasó después a otras festividades nocturnas celebradas durante el verano, y ahora a cualquier otra reunión, especialmente danzante, que se celebre por la noche. De todos modos, las verbenas están en decadencia, ya que la proliferación de boites, discotecas y demás instituciones que abren sus puertas todas las noches del año hacen innecesario la celebración saltuaria de las verbenas.